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«La vegetariana» de Han Kang

Perturbadora en su planteamiento, inquietante en su desarrollo, transgresora en su propuesta. Una triple mirada desde las convenciones, la pasión visceral y la afectividad emocional para relatarnos hasta donde somos capaces de llegar para romper los compromisos que asumimos como perennes, ceder cueste lo que cueste a las pulsiones internas o mantener por encima de todo el lazo que nos une con lo que la vida nos ha marcado.

LaVegetariana

El día que Yeonghye decide dejar de comer carne su mundo cambia. Pero no por los efectos que una dieta sin guisos de ternera, recetas de cerdo o filetes de pescado pueda tener en su estado físico y anímico, sino por la respuesta que este comportamiento genera en los más allegados a ella, su marido, sus padres y sus hermanos.

Una elección que suponemos personal e intrascendente, propia de individuos de una sociedad moderna, urbana y tecnológica como el Seúl de principios del s. XXI. Sin embargo, un exterior que choca profundamente con los valores tradicionales que marcan las relaciones intergeneracionales y los modos de relacionarse entre hombres y mujeres. Algo que queda recogido en el primero de los tres capítulos, en el que el narrador es el marido, un hombre de comportamiento (y expresión) gris, frío e insensible. A través de él conocemos cómo son las jerarquías en el mundo del trabajo en Corea del Sur y los papeles tan diferentes que les corresponde, en lo social y en lo íntimo, a cada cónyuge, así como las asépticas motivaciones que les conducen al compromiso del matrimonio.

Mas lo que comienza como una situación inquietante y termina siendo una realidad turbadora, nunca es relatado por su protagonistas, por Yeonghye. El papel de narrador pasa de su marido a su cuñado, y tras éste a su hermana mayor y mujer de este. La vegetariana apenas se comunica e interactúa con su entorno, en una simbiosis de comportamiento y actitud entre el mutismo expresivo y la ausencia psicológica. Tan solo se consigue inducirla a la acción cuando se la violenta, lo que genera una tensión de consecuencias no solo imprevisibles, sino también imposibles de corregir o enmendar, haciendo que cada vez que ocurre su situación entre en una dimensión más estrecha y angustiosa.

Paradójicamente, y de manera paralela, la narración de Kang se hace aún más atractiva y sugerente, moviéndose como pez en el agua en un terreno sin referentes ni lugares a los que aferrarse en el que se unen, sin llegar a tocarse, la enfermedad, la belleza y la espiritualidad.

Esa es la maestría de su autora, su combinación de unos puntos de vista y objetivos tan diferentes –el desprecio y mantener el estatus social, la atracción y alcanzar la excelencia artística, el desconcierto y comprender aquello que nos une tanto familiarmente como con la naturaleza que nos rodea-, como hilo argumental con el que hacer progresar con una naturalidad y fluidez absoluta su historia tanto en su dimensión vertical o cronológica como en la horizontal o emocional. Y si en la primera mantiene a la perfección el interés y la tensión con sus fluctuaciones de ritmo, en la segunda brilla su sobresaliente capacidad para fijar con palabras los interiores de un territorio tan difícil de explorar, por su silencio y oscuridad, como el del desequilibrio interior y su posible cercanía con el misticismo.

La vegetariana, Han Kang, 2017, Rata books.

“Los últimos románticos” de Txani Rodríguez

Autorretrato de una existencia en modo automático, de un relato nuclear que disecciona las múltiples capas del pensamiento y la actuación de su protagonista. Prosa fresca en su propósito, ágil en su lectura y transparente en su manera de mostrar, a la par que aguda y certera en su visión social del lugar y tiempo en el que transcurre.

Irune es una mujer aparentemente anodina. Vive sola y se gana la vida como operaria en una fábrica de papel de su pueblo. Sus padres murieron hace ya tiempo, pero se mantiene unida a ellos. Desde su casa ve el cementerio en el que fueron enterrados y cada semana les lleva flores que ella misma realiza con los productos que le entregan en su trabajo. Su día a día transcurre con monotonía, interactuando únicamente con los vecinos de su comunidad, con sus compañeros en el vestuario o con algún inesperado cuando pasea junto al río.

Sin embargo, resulta ser un personaje tan complejo como sencillo. Una individualidad combinación de costumbre, silencio y cesión ante la vida. No hay en ella una obstinación, una carga o una obligación que la lleve a la soledad, pero tampoco encuentra estímulos que la hagan abrirse a los otros. La sencillez de su expresión la revela observadora, percibe lo que ocurre a su alrededor y se interroga qué hay tras ello, pero sin caer en dogmatismos ni lamentos. La perspicacia de su visión nos muestra que su actitud y comportamiento no son producto de la resignación, sino más bien de la aceptación.

Aun siendo un relato en primera persona, Los últimos románticos no se queda encerrado en su protagonista y nos describe también, sin despegarse de ella y con preciso detalle, la realidad social de la localidad en la que reside. No la llega a nombrar, pero da los suficientes detalles sobre su orografía, urbanismo e historia como para deducir que se trata de Llodio, de donde es natural Txani Rodríguez.

Su novela tiene una sugerente dualidad conformada por Irune y Llodio. Entre ambos se produce una simbiosis que provoca que Irune sea la encarnación humana del Llodio que se nos retrata -urbe que vive los estertores de su antigua industrialización, anclada en un valle en el que los eucaliptos colonizaron sus bosques y comunicada por tren con Bilbao- y que Llodio sea una extensión de la personalidad y la biografía de Irune -alguien sin más oportunidades que la melancolía de un ayer que no volverá y un futuro que pasa por la visión idílica de lo rural que solo da de comer a unos pocos-.

Premio Euskadi de Literatura en castellano en 2021, esta novela aúna ficción y realismo en el retrato que realiza del hoy de un rincón del País Vasco. Entre las obsesiones y las circunstancias de su momento actual, los recuerdos, reflexiones y juicios de Irune suponen una suerte de análisis sociológico de los acontecimientos de las últimas décadas que han dado forma al presente que comparte con sus convecinos. De un tiempo en el que mientras todo cambiaba, muchos esperaban que todo siguiera perenne porque habían anclado su identidad y estabilidad a esa continuidad. De ahí también lo acertado de su título, reflejo del alma de Irune y de algo colectivo, de no se sabe bien si una imposición o una suposición tan acomodaticia como restrictiva, ante la que lo singular busca brillar por sí mismo.    

Los últimos románticos, Txani Rodríguez, 2020, Editorial Seix Barral.

10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

10 textos teatrales de 2022

Títulos como estos son los que dan rotundidad al axioma «Dame teatro que me da la vida». Lugares, situaciones y personajes con los que disfrutar literariamente y adentrarse en las entrañas de la conducta humana, interrogar el sentido de nuestras acciones y constatar que las sombras ocultan tanto como muestran las luces.

“La noche de la iguana” de Tennessee Williams. La intensidad de los personajes y tramas del genio del teatro norteamericano del s. XX llega en esta ocasión a un cenit difícilmente superable, en el límite entre la cordura y el abismo psicológico. Una bomba de relojería intencionadamente endiablada y retorcida en la que junto al dolor por no tener mayor propósito vital que el de sobrevivir hay también espacio para la crítica contra la hipocresía religiosa y sexual de su país.

“Agua a cucharadas” de Quiara Alegría Hudes. El sueño americano es mentira, para algunos incluso torna en pesadilla. La individualidad de la sociedad norteamericana encarcela a muchas personas dentro de sí mismas y su materialismo condena a aquellos que nacen en entornos de pobreza a una falta perpetua de posibilidades. Una realidad que nos resistimos a reconocer y que la buena estructura de este texto y sus claros diálogos demuestran cómo afecta a colectivos como los de los jóvenes veteranos de guerra, los inmigrantes y los drogodependientes.

“Camaleón blanco” de Christopher Hampton. Auto ficción de un hijo de padres británicos residentes en Alejandría en el período que va desde la revolución egipcia de 1952 hasta la crisis del Canal de Suez en 1956. Memorias en las que lo personal y lo familiar están intrínsicamente unidos con lo social y lo geopolítico. Texto que desarrolla la manera en que un niño comienza a entender cómo funciona su mundo más cercano, así como los elementos externos que lo influyen y condicionan.

«Los comuneros» de Ana Diosdado. La Historia no son solo los nombres, fechas y lugares que circunscriben los hechos que recordamos, sino también los principios y fines que defendían unos y otros, los dilemas que se plantearon. Cuestión aparte es dónde quedaban valores como la verdad, la justicia y la libertad. Ahí es donde entra esta obra con un despliegue maestro de escenas, personajes y parlamentos en una inteligente recreación de acontecimientos reales ocurridos cinco siglos atrás.

«El cuidador» de Harold Pinter. Extraño triángulo sin presentaciones, sin pasado, con un presente lleno de suposiciones y un futuro que pondrá en duda cuanto se haya asumido anteriormente. Identidades, relaciones e intenciones por concretar. Una falta de referentes que tan pronto nos desconcierta como nos hace agarrarnos a un clavo ardiendo. Una muestra de la capacidad de su autor para generar atmósferas psicológicas con un preciso manejo del lenguaje y de la expresión oral.

“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Bajo el subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España”, la última dramaturgia del granadino presenta una coralidad segada por el costumbrismo anclado en la tradición social y la imposición de la religión. La intensidad de sus diálogos y situaciones plasma, gracias a sus contrastes argumentales y a su traslación del pálpito de la naturaleza, el conflicto entre el autoritarismo y la vitalidad del deseo.

“Speed-the-plow” de David Mamet. Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

“Master Class” de Terrence McNally. Síntesis de la biografía y la personalidad de María Callas, así como de los elementos que hacen que una cantante de ópera sea mucho más que una intérprete. Diálogos, monólogos y soliloquios. Narraciones y actuaciones musicales. Ligerezas y reflexiones. Intentos de humor y excesos en un texto que se mueve entre lo sencillo y lo profundo conformando un retrato perfecto.

“La lengua en pedazos” de Juan Mayorga. La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad. La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad

La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

Chico y chica se encuentran en Nueva York. Se conocen. Se enamoran. Podrían ser felices y comer perdices aun siendo ella de origen árabe y él judío. A ellos les da igual. Pero no así a la familia de él. Levantan la voz y abren la caja de Pandora. El pasado encuentra la brecha por la que hacerse presente y a partir de ahí la grieta se va abriendo más y más hasta que el tiempo deja de ser una línea cronológica para convertirse en un torrente arrasador conformado por lo siempre callado, ocultado y negado. Por lo nunca contado, preguntado o explicado.

La finura con que Wadji Mouawad escribe convierte a cada personaje en una versión de esto mismo, pero están tan bien trazados y anclados en los acontecimientos de las últimas décadas de la Historia de la humanidad que, más que particularidades, podemos ver en ellos arquetipos de nuestra globalidad. De un lado, el conflicto y el terrorismo entre palestinos e israelíes, el Holocausto, el comunismo de la guerra fría y el consumismo y el individualismo del neoliberalismo occidental.

Sin embargo, no hay que quedarse ahí. Tras esta lectura, hay que realizar otra más profunda y difícil de concretar, la de la contraposición entre lo racional y lo programático del ser humano y el carácter anímico y espiritual de su manera de ser, pensar versus sentir, mirar hacia atrás frente a proyectarse hacia el futuro. Y entre ambas, su contradicción espiritual, considerarse siervo humilde, fiel y devoto de su Dios al tiempo que superior, juez y castigador de quien profesa otra fe. Como curiosidad, el carácter histórico con que se inicia la trama y que subyace a toda ella, Al-Hassan ibn Muhammed al-Wazzan al-Fasi (1488-1554), es León el Africano, a quien Amin Maalouf le dedicara su primera novela en 1986.

Al igual que en otras obras suyas como Incendios (2003), Mouawad es ambicioso, no solo da saltos geográficos, temporales y situacionales, sino que también indaga en los distintos registros del comportamiento humano para acabar conformando una imagen múltiple y poliédrica de la realidad en la que conviven y se enfrentan los extremos. La belleza está unida al horror, la violencia a la vida y el amor al rechazo. Todo lleva dentro de sí la posibilidad de su opuesto y su reverso, y nadie está libre de que su perspectiva sobre la vida, las relaciones y la existencia de semejante vuelco.

Una complejidad que transmite con un lenguaje diáfano y unos diálogos siempre acertados en su forma y precisos en su expresividad. Atraen, agradan, atrapan y encandilan de la misma manera que alteran, enervan, agreden y hieren tanto a sus receptores directos como a quienes son testigos de ellos. Espectadores y lectores privilegiados a los que Mouawad nos implica en su propuesta, dándonos más información de la aparentemente necesaria, pero como pronto se revela, no con ánimo acomodaticio, sino para situarnos sin posibilidad de huida en la diatriba psicológica, ideológica y moral que realmente pretende.

Todos los pájaros es un tesoro como dramaturgia, una oportunidad de demostrar cuán bueno se es dirigiendo o actuando, pero también, por ello mismo, exigente con quien asuma la misión de materializarlo y representarlo sobre un escenario.  Ojalá estar pronto en un patio de butacas viéndolos volar.

Todos los pájaros, Wajdi Mouawad, 2018 (2020 en español), Ediciones La Uña Rota.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia

Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

Que comience en 2015 y acabe en 1990 podría hacernos pensar que Ahmed se retrotrae desde las consecuencias hasta las causas de la historia que inicia dirigiéndose a su madre. Hay algo de eso, pero también de querer mostrar cómo hay cuestiones que perviven, que no cambian, que son un ancla que arrastramos desde no se sabe cuándo. Tanto que parece que hemos nacido con ese peso externo ya incorporado a nosotros y lo sentimos como algo orgánico y no como un lastre del que desprendernos. Llegamos a tomar conciencia de ello, de que hay algo en nosotros que no va bien, que no funciona, que nos impide y nos limita, que nos niega e incapacita, que nos hace sufrir.

Sin embargo, nos hacemos la ilusión de que no es así, de que hemos evolucionado y seguiremos avanzado por la senda del alejamiento. Pero si hacemos el esfuerzo, si tenemos el valor suficiente, nos daremos cuenta de que lo único que cambia es el prisma desde el que lo enfocamos y el discurso con el que justificamos, maquillamos y ocultamos nuestra insolvencia. La auténtica y única verdad es que no sabemos cómo afrontar la realidad porque implicaría poner en duda quiénes y cómo somos, qué quedaría de nosotros si acabáramos con esa guerra y no tener ni idea de cómo afrontaríamos el futuro por venir.

Así es como el personaje creado por Abdelá inicia su desnudo epistolar. Con una combinación de ansiedad y serenidad, de tener claro su objetivo y no querer perder el tiempo en rodeos, pero también de no querer callar ni uno solo de los argumentos que considera probatorios. Esto le lleva a enfrentarse a la mujer que le trajo al mundo echándole en cara todo aquello que hoy le mueve a manifestarse. Pero la diafanidad de su necesidad le impide percatarse de que él mismo es también transmisor de semejantes formas de comportamiento. La distancia que él cree haber puesto de por medio, cambiando una casa familiar abarrotada en Marruecos por un hogar aburguesado con un marido bien posicionado en la capital francesa no es más que una muestra del papel que en su particular ecuación personal ha jugado un elemento añadido, la dialéctica entre colonia y metrópoli.

Como demuestran la solemnidad de sus frases cortas y la parquedad expresiva de lo que Ahmed manifiesta y le es contado, su propósito es tan complejo como árido. Desmontar la concatenación de proyecciones que cada uno de los firmantes, así como de los sujetos referidos, siente que es su vida. Una sucesión de reflejos que se prolonga haciendo de cada persona un sucedáneo de quien podría llegar a ser si no fuera por las coordenadas en que le ha tocado nacer y vivir. Evidencias de que sus maneras de relacionarse con el mundo siguen un patrón con unos tintes sistémicos que complementan, envuelven y amplifican lo que les fue transmitido por su educación familiar. Un callejón sin salida en el que acaban una y otra vez, una y otra vez, una y otra…

El que es digno de ser amado, Abdelá Taia, 2018, Cabaret Voltaire.

10 novelas de 2021

Dos títulos a los que volví más de veinte años después de haberlos leído por primera vez. Otro más al que recurrí para conocer uno de los referentes del imaginario de un pintor. Cuatro lecturas compartidas con amigos y sobre las que compartimos impresiones de lo más dispar. Uno del que había oído mucho y bueno. Y dos más que leí recomendados por quienes me los prestaron y acertaron de pleno.

«Venus Bonaparte» de Terenci Moix. Una biografía que combina la magnanimidad de las múltiples facetas de la historia (política, arte, religión…) con lo más mundano (el poder, el amor, el sexo…) de los seres humanos. Un trabajo equilibrado entre los datos reales, basados en la documentación, y la libertad creativa de un escritor dotado de una extraordinaria capacidad expresiva. Una narrativa fluida que ahonda, analiza, describe y explica y unos diálogos ingeniosos y procaces, llenos de respuestas y sentencias brillantes.

«A sangre y fuego» de Manuel Chaves Nogales. Once episodios basados en otras tantas situaciones reales que demuestran que la violencia engendra violencia y que la Guerra Civil fue más que un conflicto bélico entre nacionales y republicanos. Los relatos escritos por este periodista en los primeros meses de 1937 son una joya narrativa que dejan claro que esta fue una guerra total en la que en muchas ocasiones los posicionamientos ideológicos fueron una disculpa para arrasar con todo aquel que no pensara igual.

«El lápiz del carpintero» de Manuel Rivas. Una narración que, además de los hechos, abarca las emociones de sus protagonistas y sus preguntas y respuestas planteándose el por qué y el para qué de lo que está ocurriendo. Un viaje hasta la Galicia violentada en el verano de 1936 por el alzamiento nacional y embrutecida por lo que derivó en una salvaje Guerra Civil y una despiadada dictadura.

«Drácula» de Bram Stoker. Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

“Alicia en el país de las maravillas” y «Alicia a través del espejo», de Lewis Carroll. No es la obra infantil que la leyenda dice que es. Todo lo contrario. Su protagonista de siete años nos introduce en un mundo en el que no sirven las convenciones retóricas y conceptuales con que los adultos pensamos y nos expresamos. Una primera parte más lúdica y narrativa y una segunda más intelectual que pone a prueba nuestras habilidades para comprender las situaciones en las que la lógica hace de las suyas.  

«Feria» de Ana Iris Simón. Narración entre la autobiografía, el fresco costumbrista y la mirada crítica sobre las coordenadas de nuestro tiempo desde la visión de una joven de treinta años educada para creer que cuando llegara a los treinta tendría el mundo a sus pies. Un texto que, jugando a la autenticidad de lo espontáneo, bordea el artificio de lo naif, pero que plasma muy bien la inmaterialidad que conforma nuestra identidad social, familiar y personal.

“A su imagen” de Jérôme Ferrari. La historia, el sentido, el poder y la función social del fotoperiodismo como hilo conductor de una vida y como medio con el que sintetizar la historia de una comunidad. Una escritura honda que combina equilibradamente puntos de vista y planos temporales, que descifra con precisión lo silente y revela la realidad de los vínculos entre la visceralidad y la racionalidad de la naturaleza humana.

«La ridícula idea de no volver a verte» de Rosa Montero. Lo que se inicia como una edición comentada de los diarios personales de Marie Curie se convierte en un relato en el que, a partir de sus claves más íntimas, su autora reflexiona sobre las emociones, las relaciones y los vínculos que le dan sentido a nuestra vida. Una prosa tranquila, precisa en su forma y sensible en su fondo que llega hondo, instalándose en nuestro interior y dando pie a un proceso transformador tras el que no volveremos a ser los mismos.

“Lo prohibido” de Benito Pérez Galdós. Las memorias de José María Bueno de Guzmán van de 1880 a 1884. Cuatro años de un fresco de la alta sociedad madrileña, de apariencias y despropósitos, dimes y diretes y tejemanejes sociales, políticos y económicos de los supuestamente adinerados y poderosos. Una superficie de lujo, buen gusto y saber estar que oculta una buena dosis de soberbia, corrupción, injusticia y perversión.

“Segunda casa” de Rachel Cusk. Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

«Feria» de Ana Iris Simón

Narración entre la autobiografía, el fresco costumbrista y la mirada crítica sobre las coordenadas de nuestro tiempo desde la visión de una joven de treinta años educada para creer que cuando llegara a los treinta tendría el mundo a sus pies. Un texto que, jugando a la autenticidad de lo espontáneo, bordea el artificio de lo naif, pero que plasma muy bien la inmaterialidad que conforma nuestra identidad social, familiar y personal.

Saber quiénes somos pasa por reconocer de dónde venimos. No solo el lugar en el que nacimos y crecimos, también las personas que lo habitaban y protagonizaban, junto a quienes nos formamos y a quienes les debemos el modo en que hemos llegado hasta aquí. Un cúmulo de circunstancias que puede dar pie a tantas historias como personas, a cada cual más diferente, particular y reseñable. Ana Iris nos cuenta la suya tomando como punto de partida la frustración de tener treinta años y no saber muy bien si no tiene proyecto vital o si no tiene bases sobre las que construirlo, lo que le lleva a plantearse la hipótesis de si vive mejor o peor que sus padres cuanto estos tenían su edad. 

Una combinación de sentirse engañada mirando institucionalmente hacia el pasado (estudia para formarte y tener un trabajo acorde; trasládate a Madrid, ciudad de las oportunidades) y confusión cuando toca imaginar el futuro (mi sueldo no me da para más que mal llegar a final de mes; cuanto me ofrece la sociedad -Netflix, billetes de avión low cost y Primark- no tiene mayor fin que maquillar la precariedad) de la que busca evadirse a la par que encontrar un punto sobre el que estabilizarse. 

Para ello Simón se traslada a aquel tiempo en el que no concebía más mundo que el que le rodeaba y reglas que las que deducía de los hábitos e informalismos de su vecindario, familia y padres. Un absoluto que moldeó su personalidad, expectativas y actitudes de una manera mucho más profunda de lo que somos capaz de concebir. Un análisis y balance que tiene mucho de generacional con el telón de fondo de la espectacular transformación de nuestro país en las últimas décadas, sus desigualdades crecientes y las abismales distancias que ha generado la apuesta de nuestros gobernantes por el desarrollo urbano y su denostación de lo rural, lo costumbrista y lo folklórico. 

Más allá de las de las peculiaridades de los Simón y los feriantes, las dos ramas de la familia de Ana Iris, y su convergencia en la localidad toledana de Ontígona en sus progenitores postales (carteros), aparentemente Feria no aporta nada que no sepamos o que muchos no hayamos constatado en carne propia. Sin embargo, su recapitulación emocional de coloquialismos y modismos, así como su descripción diáfana de lo ambiental y recreación sensorial de lo ambiental no resulta una exaltación edulcorada del pasado sino un alegato por mantener la vigencia del legado, las tradiciones y los valores en los que fuimos educados. No con ánimo mitificador con cuyo reverso renegar del presente, pero sí como baluarte con el que no dejarnos arrastrar por la vacuidad, el cortoplacismo y el materialismo de los mensajes, ideales y promesas de nuestra empecinada contemporaneidad. 

Feria, Ana Iris Simón, 2020, Editorial Círculo de Tiza.

10 textos teatrales de 2020

Este año, más que nunca, el teatro leído ha sido un puerta por la que transitar a mundos paralelos, pero convergentes con nuestra realidad. Por mis manos han pasado autores clásicos y actuales, consagrados y desconocidos para mí. Historias con poso y otras ajustadas al momento en que fueron escritas.  Personajes y tramas que recordar y a los que volver una y otra vez.  

“Olvida los tambores” de Ana Diosdado. Ser joven en el marco de una dictadura en un momento de cambio económico y social no debió ser fácil. Con una construcción tranquila, que indaga eficazmente en la identidad de sus personajes y revela poco a poco lo que sucede, este texto da voz a los que a finales de los 60 y principios de los 70 querían romper con las normas, las costumbres y las tradiciones, pero no tenían claros ni los valores que promulgar ni la manera de vivirlos.

“Un dios salvaje” de Yasmina Reza. La corrección política hecha añicos, la formalidad adulta vuelta del revés y el intento de empatía convertido en un explosivo. Una reunión cotidiana a partir de una cuestión puntual convertida en un campo de batalla dominado por el egoísmo, el desprecio, la soberbia y la crueldad. Visceralidad tan brutal como divertida gracias a unos diálogos que no dejan títere con cabeza ni rincón del alma y el comportamiento humano sin explorar.

“Amadeus” de Peter Shaffer. Antes que la famosa y oscarizada película de Milos Forman (1984) fue este texto estrenado en Londres en 1979. Una obra genial en la que su autor sintetiza la vida y obra de Mozart, transmite el papel que la música tenía en la Europa de aquel momento y lo envuelve en una ficción tan ambiciosa en su planteamiento como maestra en su desarrollo y genial en su ejecución.

“Seis grados de separación” de John Guare. Un texto aparentemente cómico que torna en una inquietante mezcla de thriller e intriga interrogando a sus espectadores/lectores sobre qué define nuestra identidad y los prejuicios que marcan nuestras relaciones a la hora de conocer a alguien. Un brillante enfrentamiento entre el brillo del lujo, el boato del arte y los trajes de fiesta de sus protagonistas y la amenaza de lo desconocido, la violación de la privacidad y la oscuridad del racismo.

“Viejos tiempos” de Harold Pinter. Un reencuentro veinte años después en el que el ayer y el hoy se comunican en silencio y dialogan desde unas sombras en las que se expresa mucho más entre líneas y por lo que se calla que por lo que se manifiesta abiertamente. Una enigmática atmósfera en la que los detalles sórdidos y ambiguos que florecen aumentan una inquietud que acaba por resultar tan opresiva como seductora.

“La gata sobre el tejado de zinc caliente” de Tennessee Williams. Las múltiples caras de sus protagonistas, la profundidad de los asuntos personales y prejuicios sociales tratados, la fluidez de sus diálogos y la precisión con que cuanto se plantea, converge y se transforma, hace que nos sintamos ante una vivencia tan intensa y catártica como la marcada huella emocional que nos deja.

“Santa Juana” de George Bernard Shaw. Además de ser un personaje de la historia medieval de Francia, la Dama de Orleans es también un referente e icono atemporal por muchas de sus características (mujer, luchadora, creyente con relación directa con Dios…). Tres años después de su canonización, el autor de “Pygmalion” llevaba su vida a las tablas con este ambicioso texto en el que también le daba voz a los que la ayudaron en su camino y a los que la condenaron a morir en la hoguera.

“Cliff (acantilado)” de Alberto Conejero. Montgomery Clift, el hombre y el personaje, la persona y la figura pública, la autenticidad y la efigie cinematográfica, es el campo de juego en el que Conejero busca, encuentra y expone con su lenguaje poético, sus profundos monólogos y sus expresivos soliloquios el colapso neurótico y la lúcida conciencia de su retratado.

“Yo soy mi propia mujer” de Doug Wright. Hay vidas que son tan increíbles que cuesta creer que encontraran la manera de encajar en su tiempo. Así es la historia de Charlotte von Mahlsdorf, una mujer que nació hombre y que sin realizar transición física alguna sobrevivió en Berlín al nazismo y al comunismo soviético y vivió sus últimos años bajo la sospecha de haber colaborado con la Stasi.

“Cuando deje de llover” de Andrew Bovell. Cuatro generaciones de una familia unidas por algo más que lo biológico, por acontecimientos que están fuera de su conocimiento y control. Una historia estructurada a golpe de espejos y versiones de sí misma en la que las casualidades son causalidades y nos plantan ante el abismo de quiénes somos y las herencias de los asuntos pendientes. Personajes con hondura y solidez y situaciones que intrigan, atrapan y choquean a su lector/espectador.