Perturbadora en su planteamiento, inquietante en su desarrollo, transgresora en su propuesta. Una triple mirada desde las convenciones, la pasión visceral y la afectividad emocional para relatarnos hasta donde somos capaces de llegar para romper los compromisos que asumimos como perennes, ceder cueste lo que cueste a las pulsiones internas o mantener por encima de todo el lazo que nos une con lo que la vida nos ha marcado.
El día que Yeonghye decide dejar de comer carne su mundo cambia. Pero no por los efectos que una dieta sin guisos de ternera, recetas de cerdo o filetes de pescado pueda tener en su estado físico y anímico, sino por la respuesta que este comportamiento genera en los más allegados a ella, su marido, sus padres y sus hermanos.
Una elección que suponemos personal e intrascendente, propia de individuos de una sociedad moderna, urbana y tecnológica como el Seúl de principios del s. XXI. Sin embargo, un exterior que choca profundamente con los valores tradicionales que marcan las relaciones intergeneracionales y los modos de relacionarse entre hombres y mujeres. Algo que queda recogido en el primero de los tres capítulos, en el que el narrador es el marido, un hombre de comportamiento (y expresión) gris, frío e insensible. A través de él conocemos cómo son las jerarquías en el mundo del trabajo en Corea del Sur y los papeles tan diferentes que les corresponde, en lo social y en lo íntimo, a cada cónyuge, así como las asépticas motivaciones que les conducen al compromiso del matrimonio.
Mas lo que comienza como una situación inquietante y termina siendo una realidad turbadora, nunca es relatado por su protagonistas, por Yeonghye. El papel de narrador pasa de su marido a su cuñado, y tras éste a su hermana mayor y mujer de este. La vegetariana apenas se comunica e interactúa con su entorno, en una simbiosis de comportamiento y actitud entre el mutismo expresivo y la ausencia psicológica. Tan solo se consigue inducirla a la acción cuando se la violenta, lo que genera una tensión de consecuencias no solo imprevisibles, sino también imposibles de corregir o enmendar, haciendo que cada vez que ocurre su situación entre en una dimensión más estrecha y angustiosa.
Paradójicamente, y de manera paralela, la narración de Kang se hace aún más atractiva y sugerente, moviéndose como pez en el agua en un terreno sin referentes ni lugares a los que aferrarse en el que se unen, sin llegar a tocarse, la enfermedad, la belleza y la espiritualidad.
Esa es la maestría de su autora, su combinación de unos puntos de vista y objetivos tan diferentes –el desprecio y mantener el estatus social, la atracción y alcanzar la excelencia artística, el desconcierto y comprender aquello que nos une tanto familiarmente como con la naturaleza que nos rodea-, como hilo argumental con el que hacer progresar con una naturalidad y fluidez absoluta su historia tanto en su dimensión vertical o cronológica como en la horizontal o emocional. Y si en la primera mantiene a la perfección el interés y la tensión con sus fluctuaciones de ritmo, en la segunda brilla su sobresaliente capacidad para fijar con palabras los interiores de un territorio tan difícil de explorar, por su silencio y oscuridad, como el del desequilibrio interior y su posible cercanía con el misticismo.
La vegetariana, Han Kang, 2017, Rata books.