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10 novelas de 2021

Dos títulos a los que volví más de veinte años después de haberlos leído por primera vez. Otro más al que recurrí para conocer uno de los referentes del imaginario de un pintor. Cuatro lecturas compartidas con amigos y sobre las que compartimos impresiones de lo más dispar. Uno del que había oído mucho y bueno. Y dos más que leí recomendados por quienes me los prestaron y acertaron de pleno.

«Venus Bonaparte» de Terenci Moix. Una biografía que combina la magnanimidad de las múltiples facetas de la historia (política, arte, religión…) con lo más mundano (el poder, el amor, el sexo…) de los seres humanos. Un trabajo equilibrado entre los datos reales, basados en la documentación, y la libertad creativa de un escritor dotado de una extraordinaria capacidad expresiva. Una narrativa fluida que ahonda, analiza, describe y explica y unos diálogos ingeniosos y procaces, llenos de respuestas y sentencias brillantes.

«A sangre y fuego» de Manuel Chaves Nogales. Once episodios basados en otras tantas situaciones reales que demuestran que la violencia engendra violencia y que la Guerra Civil fue más que un conflicto bélico entre nacionales y republicanos. Los relatos escritos por este periodista en los primeros meses de 1937 son una joya narrativa que dejan claro que esta fue una guerra total en la que en muchas ocasiones los posicionamientos ideológicos fueron una disculpa para arrasar con todo aquel que no pensara igual.

«El lápiz del carpintero» de Manuel Rivas. Una narración que, además de los hechos, abarca las emociones de sus protagonistas y sus preguntas y respuestas planteándose el por qué y el para qué de lo que está ocurriendo. Un viaje hasta la Galicia violentada en el verano de 1936 por el alzamiento nacional y embrutecida por lo que derivó en una salvaje Guerra Civil y una despiadada dictadura.

«Drácula» de Bram Stoker. Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

“Alicia en el país de las maravillas” y «Alicia a través del espejo», de Lewis Carroll. No es la obra infantil que la leyenda dice que es. Todo lo contrario. Su protagonista de siete años nos introduce en un mundo en el que no sirven las convenciones retóricas y conceptuales con que los adultos pensamos y nos expresamos. Una primera parte más lúdica y narrativa y una segunda más intelectual que pone a prueba nuestras habilidades para comprender las situaciones en las que la lógica hace de las suyas.  

«Feria» de Ana Iris Simón. Narración entre la autobiografía, el fresco costumbrista y la mirada crítica sobre las coordenadas de nuestro tiempo desde la visión de una joven de treinta años educada para creer que cuando llegara a los treinta tendría el mundo a sus pies. Un texto que, jugando a la autenticidad de lo espontáneo, bordea el artificio de lo naif, pero que plasma muy bien la inmaterialidad que conforma nuestra identidad social, familiar y personal.

“A su imagen” de Jérôme Ferrari. La historia, el sentido, el poder y la función social del fotoperiodismo como hilo conductor de una vida y como medio con el que sintetizar la historia de una comunidad. Una escritura honda que combina equilibradamente puntos de vista y planos temporales, que descifra con precisión lo silente y revela la realidad de los vínculos entre la visceralidad y la racionalidad de la naturaleza humana.

«La ridícula idea de no volver a verte» de Rosa Montero. Lo que se inicia como una edición comentada de los diarios personales de Marie Curie se convierte en un relato en el que, a partir de sus claves más íntimas, su autora reflexiona sobre las emociones, las relaciones y los vínculos que le dan sentido a nuestra vida. Una prosa tranquila, precisa en su forma y sensible en su fondo que llega hondo, instalándose en nuestro interior y dando pie a un proceso transformador tras el que no volveremos a ser los mismos.

“Lo prohibido” de Benito Pérez Galdós. Las memorias de José María Bueno de Guzmán van de 1880 a 1884. Cuatro años de un fresco de la alta sociedad madrileña, de apariencias y despropósitos, dimes y diretes y tejemanejes sociales, políticos y económicos de los supuestamente adinerados y poderosos. Una superficie de lujo, buen gusto y saber estar que oculta una buena dosis de soberbia, corrupción, injusticia y perversión.

“Segunda casa” de Rachel Cusk. Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

“A su imagen” de Jérôme Ferrari

La historia, el sentido, el poder y la función social del fotoperiodismo como hilo conductor de una vida y como medio con el que sintetizar la historia de una comunidad. Una escritura honda que combina equilibradamente puntos de vista y planos temporales, que descifra con precisión lo silente y revela la realidad de los vínculos entre la visceralidad y la racionalidad de la naturaleza humana.

Toda isla es un microcosmos el que la vida se condensa como resultado de los límites de su geografía, barrera que condiciona las posibilidades individuales y las dinámicas de las relaciones colectivas de sus residentes. Así fue Córcega para Antonia, la joven fotógrafa que vivó en ella durante 38 años hasta que una mañana de agosto de 2003 falleció en un accidente de coche. Pero su vida no acaba ahí, sino que le queda el cierre que le darán los demás en el funeral que conducirá su tío y padrino y que da pie al torrente narrativo que es esta elaborada novela.

Un oficio atestado de gente, y en el que -entre el dolor, el calor y la humedad- surgirán los recuerdos -filtrados por sus experiencias, actitudes y expectativas vitales- de aquellos en los que se apoyó la trayectoria de esta joven siempre insatisfecha cuando miraba a su alrededor y que anhelaba fijar en imágenes la esencia y la lógica del mundo en el que vivía. Evocaciones en la que Ferrari se sumergirá para llegar hasta su fondo, revelándonos no solo lo que nadie nunca dijo en voz alta, sino lo que muy pocos intuyeron y ninguno de ellos supo a ciencia cierta.

Proceso similar al de la niña que décadas antes dedicaba horas a revisar las fotografías familiares en blanco y negro y que hará que su trayectoria personal y profesional (trabajará en un diario regional, se embarcará en su propia aventura en el frente de guerra de una Yugoslavia en descomposición) tenga como hilo conductor su ánimo de comprender la realidad observándola a través de un objetivo fotográfico.

Un deseo de conocer y saber interpretar para, acto seguido, informar y formar -tal y como pretende el periodismo, tanto cuando es escrito como visual o una simbiosis de ambos lenguajes- que A su imagen incorpora a su intención y a su ficción haciendo de buena parte de sus secundarios miembros del Frente de Liberación Nacional de Córcega, trama que le sirve para recrear la evolución organizativa y criminal, así como la imbricación social, de esta organización terrorista. Misión narrativa, a su vez, complementada con el muy bien expuesto y didáctico relato de las experiencias reales de distintos fotorreporteros, así como con la asertiva descripción de las instantáneas de otros profesionales de la imagen fija en frentes de guerra y de las que Ferrari se ha valido (tal y como señala en su epílogo) para imaginar las que pudiera haber tomado su protagonista.

Un exterior que el ganador del Premio Goncourt en 2012 complementa con la búsqueda interior -ya sea en modo de introspección continua, de intento de renuncia a lo aprendido, o de huida ante la falta de alicientes- de sus personajes. Planos vivenciales y existenciales en los que engarza el costumbrismo de las tradiciones y hábitos locales junto con el inmovilismo coactivo de sus valores, el contraste entre el libre sentir espiritual y la exigencia formal de las convenciones católicas, así como el cargado simbolismo y el enorme poder evocador de sus ceremonias.

A su imagen, Jérôme Ferrari, 2018 (2020 en español), Libros del Asteroide.

“Ramón Masats. Visit Spain”, la España que fuimos

Una colección de fotografías es un medio muy eficaz para construir un imaginario que genere una impresión positiva de tu nación y atraer turistas e inversores. Reflexión de varias décadas atrás de un gobierno dictatorial y autárquico necesitado del reconocimiento y los recursos de otros países. La combinación de reflejo veraz de la realidad, arte compositivo y expresivo y agudeza interpretativa hicieron que las instantáneas de este profesional cumplieran el objetivo para el que fueron encargadas y se convirtieran rápidamente en iconografía de España y lo español.

En 1953 Franco firmaba con EE.UU. el pacto por el que la primera potencia del mundo establecería bases militares en territorio ibérico. La recompensa llegaba en diciembre de 1955 con nuestro reconocimiento internacional al ser aceptados como estado miembro de Naciones Unidas. No quedaba otra que darse a conocer y para ello el régimen, a través del Ministerio de Información y Turismo, se puso manos a la obra recurriendo a jóvenes profesionales de la fotografía como Ramón Masats (Barcelona, 1931).  

El potencial artístico de la imagen fija ya era reconocido por los grandes museos y constituía uno de los pilares del periodismo, así que bajo la premisa de retratar quiénes éramos, qué hacíamos y cómo actuábamos, quien acabaría recibiendo el Premio Nacional de Fotografía en 2004, recorrió toda la geografía nacional entre 1955 y 1965 realizando un excelso trabajo que ahora podemos ver sintetizado en esta excelente muestra comisariada por otro gran fotógrafo y reportero, Chema Conesa.

Desde Almería a Tierra de Campos, desde la ciudad condal a la capitalidad de Madrid, desde el Mediterráneo al Cantábrico. Ceremonias políticas, corridas de toros, procesiones religiosas, entrenamientos deportivos, la agreste ruralidad, el incipiente urbanismo, el poder de atracción del futbol, la solemnidad de la Guardia Civil, visitas a museos, trabajos agrícolas o reuniones sociales. No hay un capítulo de la cotidianidad, más público o privado, más abierto o exclusivo, que no fuera recogido por Masats.

Con inteligencia e intuición, su gran capacidad de observación hace que no solo retrate y transmita, sino que analice y exponga sin juzgar. Integrando puntos de vista de manera que sus imágenes resultaran tan válidas para un gobierno hedonista y henchido de sí mismo, como para los críticos que las consideraban espejos fieles de los males que les encorsetaban y enclaustraban.

Su aparente sencillez es la clave de su eficacia, como si aunara el instante decisivo de Cartier-Bresson y el estar lo suficientemente cerca de Robert Capa. Eso es lo que le permite adentrarse en la escena, pero no ser invasivo con sus participantes, ser testigo de lo privado, pero no voyeur de lo íntimo. Su hoja de ruta es partir de lo común y lo habitual, captar su esencia, lo que lo hace auténtico y único, identitario, y convertirlo así en descriptivo, epítome y símbolo de cuantas coordenadas convergen en ello. Los valores y anhelos de los retratados, su expresividad y apariencia, así como las coordenadas intrínsecas (personales, profesionales) y exógenas (políticas, sociales) en que se encuentran.

El paso del tiempo ha ensalzado la excelencia narrativa de Masats, dando a sus imágenes la categoría de fiel retrato de una sociedad y reflejo de un tiempo en que España miraba a la vez al pasado y al futuro, en que intentaba combinar la tradición con la práctica de nuevos usos y costumbres, los oficios de antiguo con las exigencias de la modernidad en la que pretendía adentrarse. ¿Para cuándo un Museo Nacional de Fotografía en el que se pueda disfrutar de continuo de su obra?

Visita de Eisenhower a Madrid, 21 de diciembre de 1959

Ramón Masats. Visit Spain, Promoción del Arte (Madrid), hasta el 12 de octubre.

De Ucrania a Delacroix, del fotoperiodismo a la pintura

Ese es el parecido razonable que veo entre la fotografía de Sergei Grits (Associated Press) publicada en su edición de hoy por elpais.es y “La libertad guiando al pueblo”, la obra pintada por Eugene Delacroix en 1830 y que se encuentra hoy en día en el Museo del Louvre. Ayer en París, como hoy en Kiev, el pueblo también salía a la calle para protestar y luchar contra las medidas anti libertad de sus Gobiernos.

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«MAGNUM’S FIRST. La primera exposición de Magnum» en la Fundación Canal

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Magnum es, desde sus inicios, el fotoperiodismo tal y como lo concebimos. La captación de la realidad a través de la técnica de la fotografía unida al lenguaje artístico de la imagen (iluminación, composición,…) como medio al servicio del periodismo, a registrar visualmente lo que ocurre en el momento y lugar exacto, donde y cuando quiera que se produzca la noticia.

Esto es lo que nos muestra “Magnum’s First. La primera exposición de Magnum” en la Fundación Canal en Madrid hasta el próximo 19 de enero. Son las mismas imágenes (incluso las mismas reproducciones) que la agencia americana organizó en su primera exposición en 1955 bajo el título “El rostro del tiempo” en distintas ciudades de Austria.

Un conjunto de imágenes y autores que si por algo destaca es por el absoluto realismo, la naturalidad de cada una de las instantáneas. Un resultado que tiene como base la libertad que la agencia daba a sus fotógrafos a la hora de elegir los temas y el tratamiento a darles, y la extraordinaria sensibilidad y empatía de estos integrándose en los lugares y acontecimientos que fotografíaban. Esta es la clave de que los fotógrafos Magnum y sus imágenes nos den la sensación de trasladarnos al año (finales de la década de 1940 y primeros 50) y lugar exacto (India, Egipto, Londres, Hungría, Perú,…) que las cartelas de la exposición nos indican.

Ellos están ahí, a la distancia exacta –“Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no te has acercado lo suficiente”, decía Robert Capa- al servicio de lo que están viendo, y esperando el momento exacto para hacer click –“el momento decisivo” en palabras de Cartier-Bresson-. Lo importante es aquello que observan, no su labor como fotógrafos. Los espectadores somos colocados frente a la realidad y sus protagonistas, su papel como fotógrafos-intermediarios resulta casi invisible tanto para los retratados como para nosotros, los visitantes de la exposición o los lectores de los medios escritos donde las imágenes fueran reproducidas.

83 imágenes con más de 60 años de vida desde que fueron tomadas, pero tan frescas como si sus autores acabaran de positivarlas. Autores que son referentes de la fotografía con categoría de arte: Inge Morath, Robert Capa, Werner Bischof, Henri Cartier-Bresson, Erich Lessing, Ernst Haas, Jean Marquis, Marc Riboud.

La realidad vista por cada maestro

En un Londres conservador donde las personas de clase alta y vestidas con pieles miran con cierto desdén lo que les rodea, estas son también observadas de la misma manera por aquellos con los que comparten plano gracias al irónico y acertado encuadre de Inge Morath. Cuando los protagonistas son niños, Erich Lessing adopta su mirada limpia y Viena se convierte en sencillez y equilibrio, en descubrimiento, juegos y atrevimientos.

Asistimos a momentos históricos, como el último día de vida de Gandhi, así como al anuncio de su fallecimiento y a su funeral a través del ojo de Cartier-Bresson. El maestro francés se sitúa allí donde sea necesario para captar la atmósfera que se estaba viviendo, entre bambalinas y a media distancia en la cotidianeidad del líder espiritual indio, en un punto de vista inferior entre la masa en el anuncio de su muerte por el Primer Ministro Nehru o a uno elevado para reflejar la masa humana que siguió su cortejo fúnebre.

Ernst Haas capta el propósito del acontecimiento que está fotografiando, el rodaje en Egipto en 1954 de la superproducción de Hollywood “Tierra de faraones”. Entre la duda de si son imágenes del making-off o fotogramas de la propia película, nos llega la épica faraónica (tan bien caracterizada por el cine que que nos hace soñar con que fuera la auténtica) tanto en el sosiego de los planos cortos que nos acercan a los que suponemos los extras caracterizados como las grandes perspectivas llenas de dinamismo.

En Hungria Jean Marquis recoge en su serie algunas de las claves que definían la Hungría del momento: la presencia de los militares en los espacios públicos, el folklore lúdico, la huella de la II Guerra Mundial y los iconos obligados por el comunismo que convivían junto con las ceremonias religiosas.

Un objetivo similar al de Marc Riboud en una Dalmacia de entonces (Croacia de hoy) en la que encontramos personas que articulan su vida a partir de una ganadería de subsistencia. Gentes de rostros pacientes, sin sensación de premura ni de considerar medir el paso del tiempo, quizás fuera la falta de sueños de futuro, de un presente con omnipresencia del mandatario Tito o de la atemporalidad construida en piedra que nos llega desde Dubrovnik.

Estar ahí justo en el momento exacto enfocando  desde el sitio único donde dicho instante puede ser visto es lo que hace Robert Capa. Momentos e instantes como unas fiestas populares en el País Vasco-Francés con un fotógrafo a ras de suelo captando los pies de unos bailarines flotan en el aire vistos a ras de suelo, o recogiendo el momento más ancho de la sonrisa espontánea de una niña.

Por último, el diario fotográfico de Werner Bischof es el pasaporte y otro aspecto identificativo de Magnum, viajar por todo el mundo captando la autenticidad de cómo viven personajes conocidos (la bailarina Anjali Hora) o anónimos (monjes o campesinos) en distintos lugares (India, Perú, Japón o Camboya) y momentos del años (estivales o invernales).

Si algo llama la atención del total de las 83 fotografías vistas, es el continuo de las personas como protagonistas o como referentes que busca el ojo al bucear en ellas. La única excepción es una de las instantáneas de Werner Bischof, un estanque de lirios fotografiado en Japón en 1951.

Todas las reproducciones, además, con un tamaño en torno al 15 x 20 cm. Al contrario que buena parte de la fotografía más moderna o actual, esta exposición  y sus obras no necesitan ejercicios de sobredimensionamiento. A estas imágenes les basta su contenido para comunicar, informar, trasladarnos a allí a donde fueron tomadas y a con las personas que aparecen en ellas.  Las vemos además con el tamaño máximo para el que fueron concebidas, como ilustraciones gráficas en prensa escrita (revistas, periódicos).

Autenticidad

La agencia Magnum es en buena medida responsable desde su fundación en Nueva York en 1947 de haber forjado los principios  del fotoperiodismo que desde entonces crea la imagen de personalidades, realidades cotidianas y acontecimientos del mundo y de la historia.

Sus imágenes, y las de sus fotógrafos, han marcado –y siguen haciéndolo- la estela a seguir por fotoreporteros en todo el mundo. Ir allí a donde está transcurriendo la noticia, captarla con el objetivo viviendo, conociendo y dialogando su historia. Así la fotografía no sólo será buena técnicamente y podrá tener categoría de medio expresivo, sino que también será informativamente auténtica.

Poder ver las imágenes fuera del contexto para el que fueron concebidas (prensa escrita) y comprobar su fuerza expresiva, es una buena prueba de su valor informativo y artístico y de la maestría de sus autores. Un logro del que ya Cartier-Bresson estaba bien seguro iban a conseguir: «Además de las revistas hay otras formas de dar a conocer nuestras fotografías. Por ejemplo, las exposiciones«.

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Imagen de Werner Bischof en Perú

Site de la exposición en la web de la Fundación Canal

(imagenes tomadas de la web de la Fundación Canal)