Más que un organismo o una institución, unas políticas y una programación, u objetos y experiencias solo al alcance de unos pocos. La cultura es una cuestión transversal que, desde la creación, la expresividad y la comunicación, ayuda a una mejor individualidad y sociedad mediante su impulso del bienestar personal, el espíritu crítico, la toma de conciencia y el conocimiento recíproco. Acertado y bien fundamentado ensayo con propuestas sensatas y necesarias llevar a cabo si queremos consolidar los cimientos de nuestra democracia.
La premisa de Jazmín Beirak es clara. La cultura es algo público y comunitario y, como tal, debe ser sujeto de atención de las instituciones que nos gobiernan. Pero no del modo en que lo hacen. Su acción no debe reducirse a vehicular una serie de materializaciones que no cumplen ni de lejos la premisa democrática que supone su existencia y que, además, condicionan en mucho a los pocos que consiguen apoyarse en ellas para llevar a cabo sus proyectos y conseguir hacer de sus creaciones (plásticas, escénicas, audiovisuales, performativas…) su modo de vida. Y la solución tampoco es confiar en el papel mediador de entidades privadas que se guían por, aunque lícitos, criterios subjetivos y/o intereses económicos.
Dos vías consolidadas, pero que, a todas luces, son insuficientes. No llegan a la mayoría de nuestra sociedad. Solo permiten dedicarse a la cultura a muy pocos. Y conciben la cultura de una manera muy simplista. Un diagnóstico que evidencia que no se practican, tal y como corresponden, los fundamentos constitucionales que nos rigen desde 1978 y que, a pesar de ser un término manoseado por todos, la cultura no se concreta en prácticas que demuestren su transversalidad, importancia y valor.
Y los primeros responsables de ellos son muchos de los dedicados a gobernar, legislar y gestionar, desde el ámbito público, ya sea estatal, regional o local. O la convierten en un elemento de imagen, con el riesgo de derivar en propaganda. O la consideran como algo superfluo, más asociado al ocio y al entretenimiento, o parte del paquete mercantilista en que están convirtiendo el conocimiento y el turismo.
Frente a esto, la propuesta de Beirak concreta lo que algunos movimientos políticos, más cercanos a la calle que a las intrigas de despachos llevan reclamando desde hace tiempo, reforzando así lo que es una demanda de movimientos vecinales, agrupaciones amateurs o la voz de cuantos están alejados de los grandes centros de producción y exhibición. La cultura está en lo cotidiano y no solo en lo puntual. En la expresión y la comunicación y no solo en lo excelso y estético. En lo que promueve que el sujeto se convierta en alguien que se interroga, debata y plantee, que comparta, muestra, interactúe y construya con otros, y no solo en quien es pasivo, escucha, observa y asume o no.
De ahí el acertado adjetivo de Cultura ingobernable. El papel de las administraciones públicas debe estar en crear un marco normativo ágil y facilitador, en lugar del rígido y limitante que tenemos, e incentivar la disposición de infraestructuras con las que cuantos quieran manifestarse a través de la cultura puedan hacerlo. Un medio que no es un fin en sí mismo, sino que también puede ser vehículo para que otras causas como el feminismo, la lucha contra el cambio climático o los derechos humanos lleguen no solo más alto, sino también más profundo entre cuantos podemos convertirnos en audiencia de sus manifestaciones y mensajes.
Cultura ingobernable, Jazmín Beirak, 2022, Editorial Ariel.