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“Carol” de Patricia Highsmith

Prosa rica y ágil que transita por las emociones que conforman una relación desde su momento inicial, a la par que se hace eco de los prejuicios y la ignorancia de la difícil sociedad de su tiempo sin caer en dramas ni épicas. Narración que combina acción y reflexión, evolucionando de la confusión a la certeza y profundizando en la simbiosis de la atracción, el deseo y el amor.

Tras el éxito de Extraños en un tren (1950), el deseo de escribir lo que le marcara su ánimo y no sus editores, y una intensa experiencia análoga a la que vive Therese cuando ve por primera vez a Carol, Patricia se puso manos a la obra con su segundo título. Con el fin de evitar la etiqueta de lesbiana y el prejuicio que conllevaba, optó por refugiarse en un seudónimo, el de Claire Morgan. El éxito en ventas y el impacto que generó en sus lectores hizo que tres décadas después Highsmith reconociera ser la verdadera autora de El precio de la sal, lo que valió para recuperarla -añadiéndole un prólogo y un epílogo- y darla a conocer tal y como se merecía y con el título con el que la conocemos desde entonces. La adaptación cinematográfica de 2015, protagonizada por unas magníficas Cate Blanchett y Rooney Mara, le dio nueva vida y demostró que sigue siendo una novela extraordinaria.

El constante punto de vista de Therese, una joven de diecinueve años, criada en un internado y aspirante a escenógrafa mientras trabaja en unos grandes almacenes, hace que el desarrollo de las tramas de Carol esté sustentado en los dos baluartes que definen su personalidad. De un lado su falta de experiencia y sus ganas de conocer, de otro su precaución y la confianza en su instinto y sus impulsos. La narración avanza aunando observación y vivencia de una manera objetiva, casi pulcra, sin prejuicios ni sentencias, dejando que los momentos, los hechos y su eco hablen por sí mismos.

Así es como lo lectores vivimos con esta novela una relación parecida a la que se establece entre Carol y Therese. Primero la curiosidad fomentada por la atracción, después la seducción resultado de lo inevitable y, por último, la involucración producto de la sensación de que nos encontramos ante algo que realmente merece la pena. Su autora no niega el contexto conservador en el que tiene lugar, pero le da su dosis justa de protagonismo, lo que hace más patente el papel opresor y coercitivo que tenían las buenas costumbres propugnadas por el heteropatriarcado. Añádase a esto la precisa sencillez con que describe los lugares y las personas del interior de los EE.UU. en los capítulos que transcurren viajando por ellos.

Tras ello, dos maneras de proceder por parte de Highsmith, la transparencia emocional con que describe acontecimientos y personajes, y el acierto con que maneja el suspense. Se mantiene siempre en un estricto presente, dando pie a la incertidumbre y a la posibilidad de que ocurra lo insospechado. Carol se construye sobre la marcha, y no hay en su génesis y su desarrollo nada que no sea similar a lo que pudieran vivir otras dos personas, pero precisamente por no compararlas ni referenciarlas a nadie más, hace de ellas y de su historia algo único, singular y diferente.

Carol, Patricia Highsmith, 1984, Editorial Anagrama.

10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith

Solemos dar por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

Fue su último título y una muestra clara de cómo Patricia Highsmith manejaba la intriga con una finísima habilidad. En esta novela la incertidumbre no tiene como fin revelar una autoría desconocida, vehicular la entrada en escena de alguien en paradero ignoto o revelar las motivaciones de un comportamiento aparentemente incomprensible. En Small g esa inquietud está de principio a fin por un inicio desasosegante, el atraco y apuñalamiento de Peter, un joven de veinte años, y una continuación meses después en el día a día, cotidiano y monótono, acotado a su trabajo y su entorno vecinal, de quien fuera su último amante, el cuarentón Rickie.

Coordenadas en las que la interrogante de quién pudo ser el homicida se difumina entre las anécdotas, las casualidades y los vínculos existentes entre las vidas que se cruzan y encuentran en el Jacob’s. Un local que, según la hora del día, sirve tanto como cafetería de barrio y restaurante para trabajadores de la zona como discoteca de ambiente mixto a la que acuden habitantes de todo Zurich. Emplazamiento en el que la respuesta buscada parece ocultarse entre las peculiaridades, las tosquedades y los prejuicios de quienes allí acuden. Argumentos que, no sabemos si de manera paralela, alternativa o distraída, nos abren la puerta a episodios y vidas que parecen navegar entre la ilegalidad y la amoralidad, con miedos y vergüenzas en sus conciencias y cicatrices físicas y heridas psicológicas en sus biografías.

Highsmith se desenvuelve como pez en el agua en esa delgada línea roja entre la confabulación y el costumbrismo, valiéndose de los recursos, objetivos y pretensiones de ambos estilos. Así es como genera una narración en el que las cuestiones aparentemente más delicadas- como la vivencia individual y social de la homosexualidad en gente de mediana edad y la presencia del SIDA- son expuestas con total tranquilidad y, de manera cuidadosa para no alterar su esencia, trae a la superficie las señales que revelan conflictos y relaciones, aparentemente, sin lógica alguna, carentes de toda coherencia.

Así es como la creadora de Ripley revela su genio literario, cimentando su relato en el enfoque humano, en el análisis relacional y la exposición psicológica de sus personajes, generando en sus lectores un desasosiego tan o más profundo que si hubiera optado por desarrollar el prisma detectivesco con que nos introduce en las primeras páginas. Muestra evitando analizar y expone huyendo de toda explicación, busca ser objetiva (aunque no se cruza de brazos ante la mezquindad de los que enjuician) y únicamente transmisora, dejando que sea la manera de actuar, expresarse, pensar y tratarse de sus protagonistas lo que marque nuestra empatía con ellos y conocimiento sobre lo que hacen y les ocurre.

Small g: un idilio de verano, Patricia Highsmith, 1995, Editorial Anagrama.

«Obra maestra» de Juan Tallón

Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

El 18 de enero de 2006 el diario ABC revelaba que la dirección del Museo Reina Sofía desconocía dónde se encontraba una de las dos obras de Richard Serra con que contaba en su colección. Lo sorprendente es que se trataba de cuatro volúmenes que sumaban 38 toneladas de acero. Tres años después integraba en su exposición permanente, con el beneplácito de su autor, una copia de aquella bajo la premisa de que lo original era la idea. Estamos a 2022 y la primera aún no ha aparecido. Años en los que esta extraña historia ha obsesionado a Juan Tallón y a la que dio una y mil vueltas sobre cómo narrarla hasta dar con el planteamiento con que finalmente la leemos. Algo que explica en sus páginas, a modo de metaliteratura, incluyéndose a sí mismo como uno de sus personajes.

Testimonio en primera persona que acompaña a los de varias decenas más -cada uno con un tono diferente y el estilo particular de su enunciador- en torno a tres ejes: lo que se sabe y lo que no sobre la desaparición; la trayectoria, figura y proceso creativo de Richard Serra; y los inicios y evolución de la oficialidad del arte contemporáneo en nuestro país. Base sobre la que, a su vez, construye un completo diagrama de las dimensiones en las que se puede articular el mundo del arte: la imaginativa y la experiencial, la social y la comunicativa, y la institucional y la política.

Sin desvelar qué voces son reales, cuáles adaptadas a sus intereses y qué otras completamente ficción, nos lleva desde el silencio admirativo e interrogador con que se observan las piezas en los museos hasta la atención (des)interesada y utilitarista que se les presta desde las instancias oficiales. Y cuando se introduce en el pensamiento de Serra, en el material de sus obras y en el espacio que ocupan allí donde son expuestas, es cuando revela lo airoso que ha salido del principal riesgo de Obra maestra.

Juan se imbuye del lenguaje ecléctico, abstracto y sinuoso del mundo del arte, de las perífrasis y explicaciones no siempre comprensibles de artistas, críticos, comisarios y galeristas y las convierte en material argumental con múltiples funciones. Con él narra, pero también revela cómo se formula la imagen académica, la reputación social y el valor económico de los artistas, y el modo en que se transmite la subjetividad de esa información, dentro y fuera de esas coordenadas, generando fronteras, distancias y exclusiones entre los que están a uno y otro lado.

A su vez, consigue algo aún más brillante. Fusionar con la materialidad de Equal-Parallel: Guernica-Bengasi cuanto ha tenido que ver con ella a lo largo de estas décadas, ya sea administrativo, judicial o periodístico. Una completa mímesis con lo que Richard Serra dice pretender, que la creación no sea la pieza en sí sino los sentimientos y sensaciones que surgen interactuando física y emocionalmente con ella. Una visión que hace que lo que hoy podemos ver en la sala 102 del Museo Reina Sofía se enriquezca con esta Obra maestra y que sirve también para considerar a su escultura como una digna amplificación de la lectura de esta excelente novela.

Obra maestra, Juan Tallón, 2022, Editorial Anagrama.

10 novelas de 2020

Publicadas este año y en décadas anteriores, ganadoras de premios y seguro que candidatas a próximos galardones. Historias de búsquedas y sobre la memoria histórica. Diálogos familiares y continuaciones de sagas. Intimidades epistolares y miradas amables sobre la cotidianidad y el anonimato…

“No entres dócilmente en esa noche quieta” de Rodrigo Menéndez Salmón. Matar al padre y resucitarlo para enterrarlo en paz. Un sincero, profundo y doloroso ejercicio freudiano con el que un hijo pone en negro sobre blanco los muchos grises de la relación con su progenitor. Un logrado y preciso esfuerzo prosaico con el que su autor se explora a sí mismo con detenimiento, observa con detalle el reflejo que le devuelve el espejo y afronta el diálogo que surge entre los dos.

“El diario de Edith” de Patricia Highsmith. Un retrato de la insatisfacción personal, social y política que se escondía tras la sonrisa y la fotogenia de la feliz América de mediados del siglo XX. Mientras Kennedy, Lyndon B. Johnson y Nixon hacían de las suyas en Vietnam y en Sudamérica, sus ciudadanos vivían en la bipolaridad de la imagen de las buenas costumbres y la realidad interior de la desafección personal, familiar y social.

“Mis padres” de Hervé Guibert. Hay escritores a los imaginamos frente a la página en blanco como si estuvieran en el diván de un psicólogo. Algo así es lo que provoca esta sucesión de momentos de la vida de su autor, como si se tratara de una serie fotográfica que recoge acontecimientos, pensamientos y sensaciones teniendo a sus progenitores como hilo conductor, pero también como excusa y medio para mostrarse, interrogarse y dejarse llevar sin convenciones ni límites literarios ni sociales.

“Como la sombra que se va” de Antonio Muñoz Molina. Los diez días que James Earl Gray pasó en Lisboa en junio de 1968 tras asesinar a Martin Luther King nos sirven para seguir una doble ruta. Adentrarnos en la biografía de un hombre que caminó por la vida sin rumbo y conocer la relación entre Muñoz Molina y esta ciudad desde su primera visita en enero de 1987 buscando inspiración literaria. Caminos que enlaza con extraordinaria sensibilidad y emoción con otros como el del movimiento de los derechos civiles en EE.UU. o el de su propia maduración y evolución personal.

“La madre de Frankenstein” de Almudena Grandes. El quinto de los “Episodios de una guerra interminable” quizás sea el menos histórico de todos los publicados hasta ahora, pero no por eso es menos retrato de la España dibujada en sus páginas. Personajes sólidos y muy bien construidos en una narrativa profunda en su recorrido y rica en detalles y matices, en la que todo cuanto incluye y expone su autora constituye pieza fundamental de un universo literario tan excitante como estimulante.

«El otro barrio» de Elvira Lindo. Una pequeña historia que alberga todo un universo sociológico. Un relato preciso que revela cómo lo cotidiano puede esconder realidades, a priori, inimaginables. Una narración sensible, centrada en la brújula emocional y relacional de sus personajes, pero que cuida los detalles que les definen y les circunscriben al tiempo y espacio en que viven.

“pequeñas mujeres rojas” de Marta Sanz. Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

“Un amor” de Sara Mesa. Una redacción sosegada y tranquila con la que reconocer los estados del alma y el cuerpo en el proceso de situarse, conocerse y comunicarse con un entorno que, aparentemente, se muestra tal cual es. Una prosa angustiosa y turbada cuando la imagen percibida no es la sentida y la realidad da la vuelta a cuanto se consideraba establecido. De por medio, la autoestima y la dignidad, así como el reto que supone seguir conociéndonos y aceptándonos cada día.

“84, Charing Cross Road” de Helene Hanff. Intercambio epistolar lleno de autenticidad y honestidad. Veinte años de cartas entre una lectora neoyorquina y sus libreros londinenses que muestran la pasión por los libros de sus remitentes y retratan la evolución de los dos países durante las décadas de los 50 y los 60. Una pequeña obra maestra resultado de la humildad y humanidad que destila desde su primer saludo hasta su última despedida.

“Los chicos de la Nickel” de Colson Whitehead. El racismo tiene muchas manifestaciones. Los actos y las palabras que sufren las personas discriminadas. Las coordenadas de vida en que estos les enmarcan. Las secuelas físicas y psíquicas que les causan. La ganadora del Premio Pulitzer de 2020 es una novela austera, dura y coherente. Motivada por la exigencia de justicia, libertad y paz y la necesidad de practicar y apostar por la memoria histórica como medio para ser una sociedad verdaderamente democrática.

«Un amor» de Sara Mesa

Una redacción sosegada y tranquila con la que reconocer los estados del alma y el cuerpo en el proceso de situarse, conocerse y comunicarse con un entorno que, aparentemente, se muestra tal cual es. Una prosa angustiosa y turbada cuando la imagen percibida no es la sentida y la realidad da la vuelta a cuanto se consideraba establecido. De por medio, la autoestima y la dignidad, así como el reto que supone seguir conociéndonos y aceptándonos cada día.

Un amor se inicia tras un punto y aparte de cuyas supuestas motivaciones se nos cuenta muy poco. Más bien nada. Lo importante en la nueva novela de Sara Mesa no es lo que quedó atrás, sino el presente, el aquí y ahora, el hecho de conocerlo y el proceso de descubrirlo. Su intención no es solo presentarnos a la joven Nat, sino generar una simbiosis en la que hagamos nuestro su propósito de inicio. Un comienzo que no sabemos si es de catarsis, de regeneración o de impulso. Mesa rehúye etiquetas, símbolos y categorizaciones. Su foco está en cómo se sitúa, piensa y actúa su protagonista ante el hecho de trasladarse a una pequeña localidad de no se sabe dónde y con escasos vecinos, de haber alquilado una casa que necesita limpieza y muchas reformas y desde donde va a teletrabajar como traductora.

Un relato con un enfoque interno, el de las sensaciones, sentimientos, percepciones y pensamientos de Nat. Y el externo, lo que le transmiten sus sentidos sobre su alrededor, de los lugares que visita y las personas con las que dialoga. En la interacción entre un plano y otro, pequeño, pero vivencialmente infinito el primero, e ilimitado, pero de experiencia y conocimiento muy limitado el segundo, es donde está el choque y el conflicto en el que nos sume la también autora de Un incendio invisible (2017).

Cuando todo confluye y está alineado, los días transcurren con paz y el futuro se contempla como un horizonte de posibilidades. Pero cuando surge algo desestabilizador, una presencia incómoda o el amor del título, generando movimientos interiores inimaginables, la solidez de la componenda vital se tambalea. Un punto de no retorno al que Sara nos ha llevado en un camino muy bien trazado. Tanto que ni nos habíamos dado cuenta de que además de un hogar y un círculo relacional, habíamos levantado las paredes de una emotividad que ahora nos confunden y amenazan con atraparnos y condenarnos no sabemos muy bien a qué.

Lo brillante es que su estilo y su posicionamiento como narradora omnisciente no cambian. Su respeto por ese ente superior que es el destino, y su cautela ante la posición de intervenir y alterar la realidad, hace que nos traslade a nosotros, ya convertidos en Nat, la tensión, el desasosiego y la alteración de la supuesta paz interior que queríamos conseguir en este lugar de paisajes áridos, noches ladradas y climatología continental. Una angustia que se acrecienta tanto por la incredulidad de lo que nos está ocurriendo como por el ritmo con que no es transmitido. Con el mismo tempo que procedía anteriormente, lo que revela la extraordinaria capacidad de Mesa para captar y transmitir no solo lo sensorial, sino también lo que solo se percibe a través de un acercamiento pulcro, una observación sistémica, un análisis conductual y un procesamiento emocional.  

Un amor, Sara Mesa, 2020, Editorial Anagrama.

«pequeñas mujeres rojas», el blues de Marta Sanz

Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

Remover el pasado. Eso dicen algunos que es querer desenterrar a los que fueron abatidos durante la Guerra Civil y ocultados en fosas comunes. Lugares que nadie identificó y que todos olvidaron pero que laten bajo la superficie que hoy les invisibiliza y oculta. Coordenadas en las que uno, dos o tres metros más abajo está activa una energía que reclama ser liberada y trasladada a otro emplazamiento en el que dejar de latir y quedar finalmente en paz. Una presencia que se siente de principio a fin en las páginas de pequeñas mujeres rojas conformando una atmósfera y una lectura con una sismicidad y angustiosa teluricidad.   

Pero ponerse del lado de los vilipendiados ayer, ignorados hoy, aunque sea desde la pulcritud legal y forense de su actividad profesional, hace que Paula Quiñones active, sin ella saberlo, un mecanismo de reequilibrio de fuerzas. Una tormenta seca y silenciosa en la que los beneficiados décadas atrás de la barbarie, el abuso y el asesinato, lucharán con todos los medios a su alcance para evitar perder los privilegios y beneficios obtenidos por la criminalidad que iniciaron y la estela de impunidad con que la prolongaron.

Así, lo que comenzaba como un viaje y una estancia costumbrista evocadora del Pedro Páramo de Juan Rulfo y los westerns almerienses de Sergio Leone, aunque las indicaciones nos sitúen en el estío de la ruralidad castellana, deriva en una entrada -sin posibilidad de vuelta- al otro lado del espejo a lo Lewis Carroll en el que resuenan La naranja mecánica, American Psycho y hasta El silencio de los corderos. La narración dirigida por y a múltiples sujetos -incluso personajes con los que Paula se relacionó en anteriores novelas, como su exmarido y la actual suegra de este-, así como lo epistolar y el viaje a 1936 a modo de entregas de un serial, hacen que Marta Sanz nos tenga con el alma en puño, nunca situados, siempre a la intemperie de lo que está por venir, en un estado de alerta que genera aturdimiento y zozobra.

Sanz nos conduce con un ingenio retorcido, necesario para encontrar y desdoblar lo que los acontecimientos y las mentes no muestran de sus titulares. Pero también con un impulso psicótico y visceral, pero muy cerebral, con el que imprime a a su relato un ritmo y estilo análogo al que causa en nuestras vidas el bombardeo de imágenes, significados y significantes de la retórica de la cultura audiovisual y la exigencia de observación e interacción de las redes sociales con que pensamos, nos expresamos y manifestamos hoy en día. Como si tratara de literatura que asume y hace propias las maneras y propósitos de los videoclips musicales, la tensión del montaje cinematográfico de un thriller, la técnica del collage y la vanguardia expresionista poniendo a prueba la capacidad de fijación de nuestras retinas, de retención de nuestra memoria y de interpretación de nuestras mentes.

pequeñas mujeres rojas, Marta Sanz, 2020, Editorial Anagrama.

“El ladrón de orquídeas” de Susan Orlean

Su título tiene una verdad y una premisa, trata sobre un delincuente y sobre esta atractiva familia de plantas. Pero ni ellas son tan solo el objeto de deseo que podríamos presuponer ni él el protagonista que esperamos, sino la excusa para adentrarnos en un universo de lo más peculiar en una escritura que tiene más de ensayo, buena documentación y excelente exposición que de trama argumental, estructura narrativa y desarrollo de personajes y acción.

El punto de partida es un juicio de lo más sencillo, cuatro acusados -uno como líder y tres como cómplices- de haber robado ejemplares de una especie protegida en una reserva india. Lo que podría parecer como un caso más a archivar en los juzgados de Naples (Florida) es una excusa argumental muy bien manejada para adentrarnos en una realidad aparentemente anodina, pero tal y como nos demuestra su autora, con planos (históricos, biológicos) de gran profundidad y aristas (sociológicas, antropológicas) tan particulares como interesantes.

El ladrón de orquídeas descoloca inicialmente por esto (y eso que fue escrito antes de la llegada de las redes sociales y de la caída libre en la calidad de la información de los medios de comunicación), por demostrarnos que vivimos en un nivel de conciencia y de observación muy superficial, banal incluso. Como si hubiéramos trasladado al ámbito de la percepción lo que hacemos en el del consumo, decisiones rápidas y etiquetadoras a golpe de impulso. No deja de resultar irónico que su historia tenga lugar en uno de los territorios con una imagen más hedonista de nuestro imaginario, el estado de Florida. Tal y como relata Orlean, un territorio moldeado por el hombre a golpe de escarnio natural, expropiación indígena y colonización blanca en una versión del sueño americano completamente filtrada por los principios más básicos del capitalismo (apropiación, mercantilización y especulación).

Pero no nos confundamos, lo suyo no es solo un retrato de la imagen kitsch y hortera de esta península de los EE.UU., o de la simpleza de pensamiento y de la mentalidad obsesiva de muchos de sus compatriotas, sino una exposición de cómo se ha conformado nuestro modelo de sociedad en este rincón del mundo a partir de la evolución de las coordenadas de progreso científico e imperialismo occidental que surgieron en el s. XIX. Una mirada atrás tan bien documentada como estructurada y expuesta con la que esta novela resulta ser también un ensayo con el que conocer cómo se comenzaron a urbanizar y habitar entornos dominados por la naturaleza hasta hace bien poco y cómo la botánica, además de ser una ciencia, se convirtió en un capítulo más del materialismo que practicamos.

Dos dimensiones muy bien entrelazadas y explicadas a través del doble rol que Susan Orlean desempeña durante todo su relato. Por un lado, como persona deseosa de conocer los porqués que se ocultan tras las vaguedades de los titulares que lee sobre el hombre que da título a esta novela y, por otro, como periodista que investiga por qué las orquídeas son tan cotizadas y qué implica, origina y causa que lo sean. Una conjunción tan bien desempeñada que hace que su ejercicio de observación y análisis, y de su experiencia en primera persona de dicho mundo, dé como resultado un relato tan sugerente como merecedor de ser leído.  

El ladrón de orquídeas, Susan Orlean, 1999, Editorial Anagrama.

«La noche es virgen», pero tiene muchas ganas, de Jaime Bayly

Más que las andanzas de Gabriel Barrios, cómo es su vida en Lima, su trabajo en la tele y sus peripecias nocturnas, lo apasionante de esta novela es cómo lo cuenta su autor. Combinando acertadamente el relato profuso de lo que ven sus ojos con el dictado acelerado de su cerebro alterado por el consumo de estupefacientes. Una prosa casi salvaje, manejada sin frenos y dando como resultado una novela tan arriesgada como valiente en su planteamiento y resolución.

Jaime Baily se incrusta en la piel, los ojos y la mente de su personaje y deja de ser autor para convertirse en transcriptor de lo que aquel ve, habla, escucha, piensa y siente. No aplica filtro, juicio ni prejuicio, y nos traslada con fidelidad absoluta sus vivencias de joven pudiente, hijo de buena familia y presentador de televisión de éxito, a caballo entre el ocio, la fiesta y el disfrute. Hasta que una noche conoce en el bar al que suele acudir, El Cielo, a un músico, un muchacho que se le sitúa entre ceja y ceja, en el pecho y entre las piernas, como una obsesión total. Un deseo físico, un pálpito genital y un latido en el corazón que le harán comportarse con menos vergüenza aún de la que nunca tuvo.

Sólo hay dos asuntos que impiden que sus correrías no se conviertan en un tobogán de caída libre, el peso de la fama y que su homosexualidad no es aún algo público y normalizado. Circunstancia que no vive como un gran pesar, más bien como un elemento más de su hartura por las limitaciones que supone el contexto de una sociedad tan pacata, pueril y poco formada como la peruana; residir en una capital sin atractivo urbano, artístico o social y ser ciudadano de un país sumido en la corrupción y el terrorismo (el Perú de mediados de la década de los 90).

Por eso es que en su día a día lo que prima son los impulsos, expresados como caprichos, vehiculados a golpe de visceralidad y materializados por sus posibilidades materiales y su procaz comportamiento. Una manera de sentir, pensar y actuar a la que Jaime Baily le pone una voz cargada de la sexualidad que exuda Gabrielito en todo momento, y de la sugerencia, sensualidad y entrega que le provoca cuanto le atrae (principalmente hombres, pero también mujeres). Una fabulación filtrada por los efectos físicos, psíquicos y psiquiátricos de cuanto consume de manera continua (lo mismo es alcohol que marihuana o cocaína) y con una forma literaria de lo más expresiva, sin letras mayúsculas, con tipografía cursiva para los diálogos y regular para lo que es narración.

Pero más allá de su protagonista, La noche es virgen ofrece también un retrato ácido y sarcástico de la clase alta de su país, obsesionada a la manera norteamericana por las marcas, anulada intelectualmente por la vacuidad de los contenidos y mensajes de sus medios de comunicación, anárquica en el cumplimiento de las normas que favorezcan la convivencia comunitaria, xenófoba con los pueblos indígenas, materialmente clasista, intolerante con todo aquello que no cumpla lo marcado por los principios del heteropatriarcado e hipócritamente católica.

La noche es virgen, Jaime Bayly, 1997, Editorial Anagrama.

10 novelas de 2019

Autores que ya conocía y otros que he descubierto, narraciones actuales y otras con varias décadas a sus espaldas, relatos imaginados y autoficción, miradas al pasado, retratos sociales y críticas al presente.

“Juegos de niños” de Tom Perrotta. La vida es una mierda. Esa es la máxima que comparten los habitantes de una pequeña localidad residencial norteamericana tras la corrección de sus gestos y la cordialidad de sus relaciones sociales, la supuesta estabilidad de sus relaciones de pareja y su ejemplar equilibrio entre la vida profesional y la personal. Un panorama relatado con una acidez absoluta, exponiendo sin concesión alguna todo aquello de lo que nos avergonzamos, pero en base a lo que actuamos. Lo primario y visceral, lo egoísta y lo injusto, así como lo que va más allá de lo legal y lo ético.

“Serotonina” de Michel Houellebecq. Doscientas ochenta y ocho páginas sin ganas de vivir, deseando ponerle fin a una biografía con posibilidades que no se han aprovechado, a un balance burgués sin aspecto positivo alguno, a un legado vacío y sin herederos. Pudor cero, misoginia a raudales, límites inexistentes y una voraz crítica contra el modo de vida y el sistema de valores occidental que representan tanto el estado como la sociedad francesa.

«Los pacientes del Doctor García» de Almudena Grandes. La cuarta entrega de los “Episodios de una guerra interminable” hace aún más real el título de la serie. La Historia no son solo las versiones oficiales, también lo son esas otras visiones aún por conocer en profundidad para llegar a la verdad. Su autora le da voz a algunos de los que nunca se han sentido escuchados en esta apasionante aventura en la que logra lo que solo los grandes son capaces de conseguir. Seguir haciendo crecer el alcance y el pulso de este fantástico conjunto de novelas a mitad de camino entre la realidad y la ficción.

“Golpéate el corazón” de Amélie Nothomb. Una fábula sobre las relaciones materno filiales y las consecuencias que puede tener la negación de la primera de ejercer sus funciones. Una historia contada de manera directa, sin rodeos, adornos ni excesos, solo hechos, datos y acción. 37 años de una biografía recogidas en 150 páginas que nos demuestran que la vida es circular y que nuestro destino está en buena medida marcado por nuestro sistema familiar.

«Sánchez” de Esther García Llovet. La noche del 9 al 10 de agosto hecha novela y Madrid convertida en el escenario y el aire de su ficción. Una atmósfera espesa, anclada al hormigón y el asfalto de su topografía, enfangada por un sopor estival que hace que las palabras sean las justas en una narración precisa que visibiliza esa dimensión social -a caballo entre lo convencional y lo sórdido, lo público y lo ignorado- sobre la que solo reparamos cuando la necesitamos.

“Apegos feroces” de Vivian Gornick. Más que unas memorias, un abrirse en canal. Un relato que va más allá de los acontecimientos para extraer de ellos lo que de verdad importa. Las sensaciones y emociones de cada momento y mostrar a través de ellas como se fue formando la personalidad de Vivian y su manera de relacionarse con el mundo. Una lectura con la que su autora no pretende entretener o agradar, sino desnudar su intimidad y revelarse con total transparencia.

“Las madres no” de Katixa Agirre. La tensión de un thriller -la muerte de dos bebés por su madre- combinada con la reflexión en torno a la experiencia y la vivencia de la maternidad por parte de una mujer que intenta compaginar esta faceta en la que es primeriza con otros planos de su persona -esposa, trabajadora, escritora…-. Una historia en la que el deseo por comprender al otro -aquel que es capaz de matar a sus hijos- es también un medio con el que conocerse y entenderse a uno mismo.

“Dicen” de Susana Sánchez Aríns. El horror del pasado no se apagará mientras los descendientes de aquellos que fueron represaliados, torturados y asesinados no sepan qué les ocurrió realmente a los suyos. Una incertidumbre generada por los breves retazos de información oral, el páramo documental y el silencio administrativo cómplice con que en nuestro país se trata mucho de lo que tiene que ver con lo que ocurrió a partir del 18 de julio de 1936.

“El hombre de hojalata” de Sarah Winmann. Los girasoles de Van Gogh son más que un motivo recurrente en esta novela. Son ese instante, la inspiración y el referente con que se fijan en la memoria esos momentos únicos que definimos bajo el término de felicidad. Instantes aislados, pero que articulan la vida de los personajes de una historia que va y viene en el tiempo para desvelarnos por qué y cómo somos quienes somos.

«El último encuentro» de Sándor Márai. Una síntesis sobre los múltiples elementos, factores y vivencias que conforman el sentido, el valor y los objetivos de la amistad. Una novela con una enriquecedora prosa y un ritmo sosegado que crece y gana profundidad a medida que avanza con determinación y decisión hacia su desenlace final. Un relato sobre las uniones y las distancias entre el hoy y el ayer de hace varias décadas.