Destilado de varietés francesa, casticismos y guiños propios del cuplé patrio, unos toques de cabaret improvisado y el recuerdo explícito de Sara Montiel y Lina Morgan. Música y voz en directo. Comedia ágil que, sirviéndose de los tópicos y desmontando los prejuicios asociados, hace sonreír y reír, disfrutar y gozar. Fluidez en el escenario y complicidad con un público complacido.

Entren y tomen asiento en el Café Naves Matadero. Pidan de beber y relájense. Olviden problemas, preocupaciones y asuntos pendientes. La función va a comenzar. Pónganse en las manos de la Berta y la Reme. Confíen en su saber hacer y su experiencia, en sus dotes y capacidades, en la gracia y la chispa de su arte. No tienen vergüenza ni pudor, son descaradas y atrevidas. Pero con buen gusto, nunca resultan ordinarias ni hacen sentir incómodos a quienes les sonríen y les ponen ojitos desde su mesa, a quienes desean que se acerquen a ellos y les lancen un guiño, propongan algo atrevido o hagan un chiste cómplice a partir de cualquier elemento constituyente de su presencia. Ya sea su vestimenta, peinado, mirada o el sonido de su carcajada.
La propuesta es la de una boda -coescrita y codirigida por Paloma García-Consuegra, Irene Doher y Sergio Adillo- donde unos van de parte del novio y otros de la novia, y mientras ellos llegan, ellas nos entretienen. Reme, Berta y Berta la falsa, la pianista con barba que les marca con acierto el ritmo y el tono, el timbre y la melodía de su espectáculo. Base narrativa más que suficiente para sostener el recital que es esta función. Sobre el escenario dos artistas y amigas que se reencuentran, discuten y reconcilian, dialogan sobre sus asuntos económicos, afectivos y sexuales y exponen sus diferentes puntos de vista. Cómplices y contrincantes, rurales y directas, nada sofisticadas, pero maldita la falta que les hace.
Una más procaz y fan de los plátanos, la otra más inocente y entusiasmada con los higos. Sucedáneos divertidos, con aire pop, de la embajadora de los campos de Criptana y la reina de La Latina. Lingüistas de la metáfora fácil y los símiles visuales, de la gestualidad evidente y la sensualidad coquetona. Sin trampa ni cartón, ni más cera que la que arde, ellas dejan claro lo que ofrecen y pretenden, y de la misma manera consiguen la reacción de su público. Damas y caballeros, jóvenes y mayores, modernos y clásicos convertidos en un todo cómplice que las escucha, las motiva y les insufla energía para que, incluso, se salten con éxito el guion improvisando lo que le provoque, sugiera o inspire el instante.
No esperen excelencia estética ni fineza técnica. La fruta más sabrosa no es la más fotogénica sino la que más y mejor se disfruta con todos los sentidos. Con el de la vista -he ahí los cambios de vestuario diseñado por Antiel Jiménez y confeccionado por Antonio Marcial Viéitez-, el oído -Pepe Alacid interpretando la partitura original de Pedro Granero, así como temas de finales del XIX y principios del XX-, el tacto -si tienes la suerte de ser unos de esos con los que la Irene o Paloma interactúe directamente, como fue mi caso-, el gusto -tal es su poder de persuasión que seguro hay quien recuerda escuchándolas y viéndolas el regusto de algo jugoso en su boca-, y el olfato -¡viva la laca Nelly!-.
Livianas Provincianas. La fruta más sabrosa, en el Teatro Español (Madrid).