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10 textos teatrales de 2021

Obras que ojalá vea representadas algún día. Otras que en el escenario me resultaron tan fuertes y sólidas como el papel. Títulos que saltaron al cine y adaptaciones de novelas. Personajes apasionantes y seductores, también tiernos en su pobreza y miseria. Fábulas sobre el poder político e imágenes del momento sociológico en que fueron escritas.

«The inheritance» de Matthew Lopez. Obra maestra por la sabia construcción de la personalidad y la biografía de sus personajes, el desarrollo de sus tramas, los asuntos morales y políticos que trata y su entronque de ficción y realidad. Una complejidad expuesta con una claridad de ideas que hace grande su escritura, su discurso y su objetivo de remover corazones y conciencias. Una experiencia que honra a los que nos precedieron en la lucha por los derechos del colectivo LGTB y que reflexiona sobre el hoy de nuestra sociedad.

«Angels in America» de Tony Kushner. Los 80 fueron años de una tormenta perfecta en lo social con el surgimiento y expansión del virus del VIH y la pandemia del SIDA, la acentuación de las desigualdades del estilo de vida americano impulsadas por el liberalismo de Ronald Reagan y las fisuras de un mundo comunista que se venía abajo. Marco que presiona, oprime y dificulta –a través de la homofobia, la religión y la corrupción política- las vidas y las relaciones entre los personajes neoyorquinos de esta obra maestra.

“La taberna fantástica” de Alfonso Sastre. Tardaría casi veinte años en representarse, pero cuando este texto fue llevado a escena su autor fue reconocido con el Premio Nacional de Teatro en 1986. Una estancia de apenas unas horas en un tugurio de los suburbios de la capital en la que con un soberbio uso del lenguaje más informal y popular nos muestra las coordenadas de los arrinconados en los márgenes del sistema.

«La estanquera de Vallecas» de José Luis Alonso de Santos. Un texto que resiste el paso del tiempo y perfecto para conocer a una parte de la sociedad española de los primeros años 80 del siglo pasado. Sin olvidar el drama con el que se inicia, rápidamente se convierte en una divertida comedia gracias a la claridad con que sus cinco personajes se muestran a través de sus diálogos y acciones, así como por los contrastes entre ellos. Un sainete para todos los públicos que navega entre la tragedia y nuestra tendencia nacional al esperpento.

«Juicio a una zorra» de Miguel del Arco. Su belleza fue el salvoconducto con el que Helena de Troya contó para sobrevivir en un entorno hostil, pero también la condena que hizo de ella un símbolo de lo que supone ser mujer en un mundo machista como ha sido siempre el de la cultura occidental. Un texto actual que actualiza el drama clásico convirtiéndolo en un monólogo dotado de una fuerza que va más allá de su perfecta forma literaria.

«Un hombre con suerte» de Arthur Miller. Una fábula en la que el santo Job es convertido en un joven del interior norteamericano al que le persigue su buena estrella. Siempre recompensado sin haber logrado ningún objetivo previo ni realizado hazaña audaz alguna, lo que despierta su sospecha y ansiedad sobre cuál será el precio a pagar. Una interrogación sobre la moral y los valores del sueño americano en tres actos con una estructura sencilla, pero con un buen desarrollo de tramas y un ritmo creciente generando una sólida y sostenida tensión.

“Las amistades peligrosas” de Christopher Hampton. Novela epistolar convertida en un excelente texto teatral lleno de intriga, pasión y deseo mezclado con una soberbia difícil de superar. Tramas sencillas pero llenas de fuerza y tensión por la seductora expresión y actitud de sus personajes. Arquetipos muy bien construidos y enmarcados en su contexto, pero con una violencia psicológica y falta de moral que trasciende al tiempo en que viven.

“El Rey Lear” de William Shakespeare. Tragedia intensa en la que la vida y la muerte, la lealtad y la traición, el rencor y el perdón van de la mano. Con un ritmo frenético y sin clemencia con sus personajes ni sus lectores, en la que nadie está seguro a pesar de sus poderes, honores o virtudes. No hay recoveco del alma humana en que su autor no entre para mostrar cuán contradictorias y complementarias son a la par la razón y la emoción, los deberes y los derechos naturales y adquiridos.

“Glengarry Glen Ross” de David Mamet. El mundo de los comerciales como si fuera el foso de un coliseo en el que cada uno de ellos ha de luchar por conseguir clientes y no basta con facturar, sino que hay que ganar más que los demás y que uno mismo el día anterior. Coordenadas desbordadas por la testosterona que sudan todos los personajes y unos diálogos que les definen mucho más de lo que ellos serían capaces de decir sobre sí mismos.

«La señorita Julia» de August Strindberg. Sin filtros ni pudor, sin eufemismos ni decoro alguno. Así es como se exponen a lo largo de una noche las diferencias entre clases, así como entre hombres y mujeres, en esta conversación entre la hija de un conde y uno de los criados que trabajan en su casa. Diálogos directos, en los que se exponen los argumentos con un absoluto realismo, se da cabida al determinismo y su autor deja claro que el pietismo religioso no va con él.

10 novelas de 2021

Dos títulos a los que volví más de veinte años después de haberlos leído por primera vez. Otro más al que recurrí para conocer uno de los referentes del imaginario de un pintor. Cuatro lecturas compartidas con amigos y sobre las que compartimos impresiones de lo más dispar. Uno del que había oído mucho y bueno. Y dos más que leí recomendados por quienes me los prestaron y acertaron de pleno.

«Venus Bonaparte» de Terenci Moix. Una biografía que combina la magnanimidad de las múltiples facetas de la historia (política, arte, religión…) con lo más mundano (el poder, el amor, el sexo…) de los seres humanos. Un trabajo equilibrado entre los datos reales, basados en la documentación, y la libertad creativa de un escritor dotado de una extraordinaria capacidad expresiva. Una narrativa fluida que ahonda, analiza, describe y explica y unos diálogos ingeniosos y procaces, llenos de respuestas y sentencias brillantes.

«A sangre y fuego» de Manuel Chaves Nogales. Once episodios basados en otras tantas situaciones reales que demuestran que la violencia engendra violencia y que la Guerra Civil fue más que un conflicto bélico entre nacionales y republicanos. Los relatos escritos por este periodista en los primeros meses de 1937 son una joya narrativa que dejan claro que esta fue una guerra total en la que en muchas ocasiones los posicionamientos ideológicos fueron una disculpa para arrasar con todo aquel que no pensara igual.

«El lápiz del carpintero» de Manuel Rivas. Una narración que, además de los hechos, abarca las emociones de sus protagonistas y sus preguntas y respuestas planteándose el por qué y el para qué de lo que está ocurriendo. Un viaje hasta la Galicia violentada en el verano de 1936 por el alzamiento nacional y embrutecida por lo que derivó en una salvaje Guerra Civil y una despiadada dictadura.

«Drácula» de Bram Stoker. Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

“Alicia en el país de las maravillas” y «Alicia a través del espejo», de Lewis Carroll. No es la obra infantil que la leyenda dice que es. Todo lo contrario. Su protagonista de siete años nos introduce en un mundo en el que no sirven las convenciones retóricas y conceptuales con que los adultos pensamos y nos expresamos. Una primera parte más lúdica y narrativa y una segunda más intelectual que pone a prueba nuestras habilidades para comprender las situaciones en las que la lógica hace de las suyas.  

«Feria» de Ana Iris Simón. Narración entre la autobiografía, el fresco costumbrista y la mirada crítica sobre las coordenadas de nuestro tiempo desde la visión de una joven de treinta años educada para creer que cuando llegara a los treinta tendría el mundo a sus pies. Un texto que, jugando a la autenticidad de lo espontáneo, bordea el artificio de lo naif, pero que plasma muy bien la inmaterialidad que conforma nuestra identidad social, familiar y personal.

“A su imagen” de Jérôme Ferrari. La historia, el sentido, el poder y la función social del fotoperiodismo como hilo conductor de una vida y como medio con el que sintetizar la historia de una comunidad. Una escritura honda que combina equilibradamente puntos de vista y planos temporales, que descifra con precisión lo silente y revela la realidad de los vínculos entre la visceralidad y la racionalidad de la naturaleza humana.

«La ridícula idea de no volver a verte» de Rosa Montero. Lo que se inicia como una edición comentada de los diarios personales de Marie Curie se convierte en un relato en el que, a partir de sus claves más íntimas, su autora reflexiona sobre las emociones, las relaciones y los vínculos que le dan sentido a nuestra vida. Una prosa tranquila, precisa en su forma y sensible en su fondo que llega hondo, instalándose en nuestro interior y dando pie a un proceso transformador tras el que no volveremos a ser los mismos.

“Lo prohibido” de Benito Pérez Galdós. Las memorias de José María Bueno de Guzmán van de 1880 a 1884. Cuatro años de un fresco de la alta sociedad madrileña, de apariencias y despropósitos, dimes y diretes y tejemanejes sociales, políticos y económicos de los supuestamente adinerados y poderosos. Una superficie de lujo, buen gusto y saber estar que oculta una buena dosis de soberbia, corrupción, injusticia y perversión.

“Segunda casa” de Rachel Cusk. Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

“El Rey Lear” de William Shakespeare

Tragedia intensa en la que la vida y la muerte, la lealtad y la traición, el rencor y el perdón van de la mano. Con un ritmo frenético y sin clemencia con sus personajes ni sus lectores, en la que nadie está seguro a pesar de sus poderes, honores o virtudes. No hay recoveco del alma humana en que su autor no entre para mostrar cuán contradictorias y complementarias son a la par la razón y la emoción, los deberes y los derechos naturales y adquiridos.   

No es igual la relación que se da entre un padre y sus hijas que la existente entre un monarca y sus herederas. Sin embargo, cuando ambas confluyen los afectos se entremezclan con la autoridad y el liderazgo que en el segundo caso ha de ejercer y mostrar el que ostenta la corona ante sus súbditos. A cambio, estos le obedecerán y rendirán pleitesía en la medida que exija el momento y las necesidades, ya sean las de defender su reinado de ataques externos y de intrigas internas, o la de acariciarle su estado de ánimo con halagos más o menos edulcorados y sinceros. Pero han de tener en cuenta que las diferencias entre hacerlo y no hacerlo pueden ser inmensas, de contar con su beneplácito a ser despreciado y desterrado.

Ese es el tablero de juego y de roles en el que están situados Lear, Rey de Britania, y sus tres descendientes, Goneril, Regan y Cordelia. Un conflicto intergeneracional del que nadie está libre como da fe lo que le sucede al conde Gloster, fiel servidor de su señor, con sus dos hijos, Edgar y Edmond. Con estos dos planos familiares y las tramas específicas con que alimenta cada uno de ellos, el político y las relaciones internacionales en uno, la legitimidad jurídica y el reconocimiento social en el otro, Shakespeare construye una acción trepidante desde su primera página. Una intensidad que comienza en un gran salón, salta a los diferentes castillos en los que residen sus protagonistas y acaba convirtiendo las planicies del sur de su país en un campo de batalla en el que los británicos lucharán entre sí para decidir no solo quien ha de ser el titular de su trono, sino el espíritu con el que gobierne desde él.

Un mundo que se resquebraja cuando se tambalea la razón que articula sus tradiciones y costumbres, dando pie a una realidad totalmente diferente, a un escenario donde la norma es la visceralidad de sus emociones, la retórica exaltada con que estas son expresadas -descripciones y definiciones profusas, agitadoras para el oído por la aceleración de su ritmo y para la mente por la violencia de sus símiles, así como por sus crueles y descarnadas materializaciones –humillaciones, duelos, torturas y asesinatos-.

Atmósfera a la que, al igual que hiciera en Hamlet (1602) o Macbeth (1625), su autor da dimensión meteorológica con una noche apocalíptica de tormenta e inundaciones, y paisajística con la alucinante visión que suscitan los acantilados de Dover. Pero sin dejar de lado la inevitable reflexión moral a la que nos conducen los juegos estilísticos y lógicos con que se manifiesta la figura del bufón, yendo más allá de las obviedades del momento presente y la aceptación silente de lo establecido para evidenciar las imprevisibles y trágicas consecuencias a que puede dar pie la irracionalidad, incoherencia e injusticia del comportamiento humano.

El Rey Lear, William Shakespeare, 1605, Editorial Austral.

«Drácula» de Bram Stoker

Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

Si a cada uno de nosotros nos preguntaran desde cuándo conocemos a Drácula, lo más probable es que coincidiéramos en la respuesta, desde siempre. El personaje ha tomado vida propia y forma parte del imaginario popular, pero todos sabemos que nace de las páginas de la novela publicada por Bram Stoker en 1897 en un trabajo literario con una imaginación desbordante por los múltiples niveles de relato y lectura que contiene.

Hay en ella algo de cuaderno de viajes con el recorrido inicial que el joven Jonathan Harker realiza por Europa Central hasta llegar al castillo de su cliente y anfitrión en Transilvania. También hay romanticismo con la exposición de sentimientos amorosos entre este profesional inmobiliario y su prometida, Mina, con confesiones y declaraciones de lo más entregado y devoto. Costumbrismo incluso, en el reflejo de la amistad de esta con su amiga Lucy Westenra. Hay, además, mucha intriga en la investigación que realiza el profesor Van Helsing -el único protagonista que no participa de la redacción de la novela- hasta dar con la forma de su enemigo, descubrir su manera de actuar y dilucidar la manera de combatirlo. Y, por supuesto, acción a raudales en Londres y en la vuelta al interior del viejo continente una vez que se desata el combate final en la guerra entre el bien y el mal.

Pero lo que le da sentido a todo ello es el terror, el horror, la encarnación tan fantástica que toma lo infernal con esa nueva clase de personas entre los vivos y los muertos que son los no-muertos, con sus peculiares características físicas, sus extraños procederes y sus macabros hábitos. Ahí es donde la imaginación de Bram Stoker dio de lleno -fuera original, fuera tomando ideas de relatos anteriores a él- creando unos seres que fascinan por lo que tienen de seductores (sensuales y sexuales) y que asombran (por su ejercicio del poder en el juego de la dominación/sumisión) y aterran a partes iguales (relacionarse con ellos implica poner en riesgo la vida).

Un material al que su autor dio una forma literaria extraordinaria, haciendo que sus personajes se presentaran, identificaran y mostraran su evolución a partir de sus propias palabras. Él no ejerce como narrador, sino que deja este papel en manos de la pareja protagonista, Jonathan y Mina Harker, y del doctor John Seward, aunque no sean los únicos a los que recurre (también hay noticias extraídas de periódicos locales). A través de sus testimonios, recogidos principalmente en sus diarios, aunque también en sus cartas, conocemos no solo lo que les sucede y cómo lo viven, sino las visiones complementarias que tienen de los acontecimientos tan extraordinarios en los que se ven involucrados.

Todo ello provoca desde la primera página una atmósfera de angustia que no cesa en ningún momento, haciendo que Drácula se convierta no solo en una lectura, sino en una experiencia que apela a partes iguales a la razón y a la fe, a la mente y al latido del corazón, así como a nuestra capacidad para ir más allá de los límites de lo conocido (algo muy en boga a finales del s. XIX) y entregarnos completamente a ello.

Drácula, Bram Stoker, 1897, Austral Ediciones.

“The notebook of Trigorin” de Tennessee Williams

Un clásico de un genio del teatro de finales del siglo XIX puesto al día por otro maestro posterior, demostrando que la buena dramaturgia es universal, que va más allá de los tiempos y los lugares donde haya sido escrita. Una adaptación que imprime el sello Williams de acción, tensión y golpes de efecto a los profundos retratos individuales y las muy bien dibujadas relaciones familiares, sociales y afectivas de “La gaviota” de Chéjov.

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En 1896 Chéjov estrenaba en San Petersburgo La gaviota, marcando un punto de inflexión en la historia del teatro que obsesionó durante toda su carrera a Tennessee Williams, hasta tal punto que este se atrevió a realizar su propia adaptación de la misma en 1981. Conociendo a Williams es de suponer que no fue solo un impulso intelectual el que le llevó a esto, sino una pulsión vital con la que hacer aún más suyos a Irina, a Boris, a Sorin o a Constantine para vehicular a través de ellos su enmadejado y convulso mundo interior.

De ahí que aun sin modificar su estructura, ni las tramas ni las relaciones entre sus personajes, podamos ver cómo establece puntos de unión con lo que su vasta producción hasta la fecha había ya revelado sobre su personalidad y su biografía. Es inevitable comparar la monstruosa relación materno-filial entre Irina y Constatine con la Saturno devorando a sus hijos de El zoo de cristal (1944), ver en el desafecto que este hijo siente  el de los hermanos de Out cry (1973), relacionar el desequilibrio de Nasha con el de Blanche en Un tranvía llamado deseo (1947) y el deseo de Nina con el de Maggie en La gata sobre el tejado de zinc (1955), o evocar en los momentos de desorden colectivo el absurdo de Camino Real (1953).

El trabajo de Tennessee criba lo escrito por Antón, pero sin quitarle nada, concentrando aún más su esencia para hacerla más potente. La riqueza original de ese grupo social de La gaviota a cuyas reuniones en su residencia rural asistimos, se ve aumentada con un ritmo que la hace más directa en su exposición de las relaciones humanas, más incisiva en la vivencia interior de las emociones y más impactante en su representación dramática. Le da la creatividad y la innovación artística a que aspira su joven protagonista y que el americano aportó a la historia del teatro y de la literatura, consiguiendo además, toda una paradoja, la modifica sin llegar a alterarla.

Al contrario que su precedente, The notebook of Trigorim no parte de lo ambiental para entrar en el interior de sus personajes, sino que muestra explícitamente lo que estos piensan y sienten para a partir de ahí hacernos entender la atmósfera que les enreda y les envuelve como una espiral sin posibilidad de salida ni de cambio de dirección. Un planteamiento diferente con que Williams encuentra cómo incluirse, tal y como revela su título, en el texto de Chéjov sin alterar su planteamiento ni su discurrir ni sus equilibrios.

Aunque siga siendo un personaje secundario y mantenga su rol original, el exitoso escritor y pareja de conveniencia de esa actriz decadente que es Irina se convierte -con su gusto por la buena vida, su obsesión por escribir, su práctica caníbal de los juegos amorosos y su explicitada atracción tanto por hombres como por mujeres- en un punto medio entre un alter ego y una proyección catalizadora de las neurosis de quien en sus memorias había ya expuesto su dificultad para las relaciones afectivas equilibradas y una vida interior estable. Williams consigue así lo que todo lector/espectador aspira a hacer con una obra de teatro y que solo las buenas lo permiten, convertirse en parte de ella.

The notebook of Trigorin, Tennessee Williams, 1997, New Directions.

10 películas de 2018

Cine español, francés, ruso, islandés, polaco, alemán, americano…, cintas con premios y reconocimientos,… éxitos de taquilla unas y desapercibidas otras,… mucho drama y acción, reivindicación política, algo de amor y un poco de comedia,…

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120 pulsaciones por minuto. Autenticidad, emoción y veracidad en cada fotograma hasta conformar una completa visión del activismo de Act Up París en 1990. Desde sus objetivos y manera de funcionar y trabajar hasta las realidades y dramas individuales de las personas que formaban la organización. Un logrado y emocionante retrato de los inicios de la historia de la lucha contra el sida con un mensaje muy bien expuesto que deja claro que la amenaza aún sigue vigente en todos sus frentes.

Call me by your name. El calor del verano, la fuerza del sol, el tacto de la luz, el alivio del agua fresca. La belleza de la Italia de postal, la esencia y la verdad de lo rural, la rotundidad del clasicismo y la perfección de sus formas. El mandato de la piel, la búsqueda de las miradas y el corazón que les sigue. Deseo, sonrisas, ganas, suspiros. La excitación de los sentidos, el poder de los sabores, los olores y el tacto.

Sin amor. Un hombre y una mujer que ni se quieren ni se respetan. Un padre y una madre que no ejercen. Dos personas que no cumplen los compromisos que asumieron en su pasado. Y entre ellos un niño negado, silenciado y despreciado. Una desoladora cinta sobre la frialdad humana, un sobresaliente retrato de las alienantes consecuencias que pueden tener la negación de las emociones y la incapacidad de sentir.

Yo, Tonya. Entrevistas en escenarios de estampados imposibles a personajes de lo más peculiar, vulgares incluso. Recreaciones que rescatan las hombreras de los 70, los colores estridentes de los 80 y los peinados desfasados de los 90,… Un biopic en forma de reality, con una excepcional dirección, que se debate entre la hipérbole y la acidez para revelar la falsedad y manipulación del sueño americano.

Heartstone, corazones de piedra. Con mucha sensibilidad y respetando el ritmo que tienen los acontecimientos que narra, esta película nos cuenta que no podemos esconder ni camuflar quiénes somos. Menos aun cuando se vive en un entorno tan apegado al discurrir de la naturaleza como es el norte de Islandia. Un hermoso retrato sobre el descubrimiento personal, el conflicto social cuando no se cumplen las etiquetas y la búsqueda de luz entre ambos frentes.

Custodia compartida. El hijo menor de edad como campo de batalla del divorcio de sus padres, como objeto sobre el que decide la justicia y queda a merced de sus decisiones. Hora y media de sobriedad y contención, entre el drama y el thriller, con un soberbio manejo del tiempo y una inteligente tensión que nos contagia el continuo estado de alerta en que viven sus protagonistas.

El capitán. Una cinta en un crudo y expresivo blanco y negro que deja a un lado el basado en hechos reales para adentrarse en la interrogante de hasta dónde pueden llevarnos el instinto de supervivencia y la vorágine animal de la guerra. La sobriedad de su fotografía y la dureza de su dirección construyen un relato árido y áspero sobre esa línea roja en que el alma y el corazón del hombre pierden todo rastro y señal de humanidad.

El reino. Ricardo Sorogoyen pisa el pedal del thriller y la intriga aún más fuerte de lo que lo hiciera en Que Dios nos perdone en una ficción plagada de guiños a la actualidad política y mediática más reciente. Un guión al que no le sobra ni le falta nada, unos actores siempre fantásticos con un Antonio de la Torre memorable, y una dirección con sello propio dan como resultado una cinta que seguro estará en todas las listas de lo mejor de 2018.

Cold war. El amor y el desamor en blanco y negro. Estético como una ilustración, irradiando belleza con su expresividad, con sus muchos matices de gris, sus claroscuros y sus zonas de luz brillante y de negra oscuridad. Un mapa de quince años que va desde Polonia hasta Berlín, París y Splitz en un intenso, seductor e impactante recorrido emocional en el que la música aporta la identidad del folklore nacional, la sensualidad del jazz y la locura del rock’n’roll.

Quién te cantará. Un misterio redondo en una historia circular que cuando vuelve a su punto inicial ha crecido, se ha hecho grande gracias a un guión perfecto, una puesta en escena precisa y unas actrices que están inmensas. Una cinta que evoca a algunos de los grandes nombres de la historia del cine pero que resulta auténtica por la fuerza, la seducción y la hipnosis de sus imágenes, sus diálogos y sus silencios.

«El reino» de la soberbia

Ricardo Sorogoyen pisa el pedal del thriller y la intriga aún más fuerte de lo que lo hiciera en Que Dios nos perdone en una ficción plagada de guiños a la actualidad política y mediática más reciente. Un guión al que no le sobra ni le falta nada, unos actores siempre fantásticos con un Antonio de la Torre memorable, y una dirección con sello propio dan como resultado una cinta que seguro estará en todas las listas de lo mejor de 2018.

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Viajes pagados por empresarios, uso particular de medios públicos, mordidas en concesiones, recalificaciones de terrenos, desvío de subvenciones, cuentas en Suiza,…, menos cremas y masters esta cinta tiene alusiones a toda clase de casos de corrupción de los que hayamos tenido noticia en los últimos años. Tanto que, más que original, su guión parece una adaptación de los titulares que nos han ido dando día a día en sus portadas y cabeceras los distintos medios de comunicación. Solo los investigadores judiciales sabrán cuán veraz es lo que retrata, pero lo que esta cinta cuenta –con una factura que tiene un punto de “nuevo periodismo”- resulta tremendamente creíble.

En ningún momento da nombres ni hace referencias explícitas, pero ahí quedan algunas pistas para los amantes de las similitudes como la luz de Levante, los trajes de sastrería, las anotaciones manuscritas en libretas o las referencias a las más altas instancias del Gobierno y del Estado. Sin embargo, El reino no solo no se deja atrapar por ello sino que utiliza a su favor el conocimiento que ya tenemos de la narrativa de la corrupción para elaborar su propia historia. Entra directamente al grano y no pierde en ningún momento ni un solo segundo en explicar códigos, motivaciones o procedimientos. Cuanto vemos está supeditado muy exitosamente, tanto artística como técnicamente –atención a la banda sonora y la fotografía-, a un único elemento, la acción.

Un viaje en el que cuanto acontece está siempre al margen de la ley, pero mientras al principio todos los personajes cuentan con su condescendencia, los acontecimientos van haciendo que cada uno de ellos se sitúe de manera diferente frente a ella. Hasta que el más osado, y también guiado por el principio de “morir matando”, el vicesecretario autonómico del partido gobernante y delfín del líder regional, se enfrenta a los que a ojos de la opinión pública están aún en el lado de la legalidad.

Así es como la intriga se va convirtiendo progresivamente en un thriller que va acumulando tensión a medida que entran en juego tanto la estabilidad de su faceta personal (matrimonio y familia) como la de las estructuras de su ya extinta vida pública (partido político y administraciones públicas) hasta el punto de sembrar la duda sobre su propia integridad física. Una complejidad e interactuación de planos que Ricardo Sorogoyen muestra y superpone centrándose con rigor en el ritmo con que el surgen y en la manera en que confluyen y se influyen, pero sin ejercer en ningún momento de juez moral.

Una dirección en la que todo está muy medido y a la que Antonio de la Torre responde con una brutal interpretación. No solo estando presente por exigencias del guión en todas las secuencias, sino por la atmósfera que imprime a la película la desbordante presencia que imprime a su personaje. Un elemento fundamental en el logro de que El reino no sea solo una excelente película, sino también un trabajo necesario que plantea hasta dónde puede llegar la soberbia y dónde se queda la ética cuando un político se corrompe.

«Sicario: el día del soldado»

Comienza con la misma tensión abstracta que su predecesora del mismo título, una amenaza invisible e indefinible que angustia y asfixia. Una idea que concreta muy bien, pero una vez que comienza a desarrollarla, la trama da un giro de 360 grados para concentrarse en el drama personal de sus protagonistas, olvidándose de la historia que le dio origen y convertirse en una plataforma al servicio interpretativo de Benicio del Toro.

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En sus primeros minutos la segunda parte, continuación o nueva entrega –considérese como se quiera- de Sicario plantea una realidad que asusta, cómo se ayudan y complementan los distintos actores del terrorismo internacional repartidos por el planeta para asestar sus golpes contra nuestro modelo y estilo de vida. Un escalofriante viaje de miles de kilómetros que tiene su última etapa en la frontera entre México y EE.UU., en el límite natural que marca el Río Grande, la polémica populista de Donald Trump y la meta a superar por los latinos de distintas nacionalidades que huyen de la miseria de sus lugares de origen.

Focalizados en esas coordenadas geográficas, el Día del Soldado nos convence de la necesidad de la guerra sucia para hacer frente a un enemigo que ya no solo trafica con drogas, sino que también lo hace con personas, colando entre ellas a terroristas suicidas. La determinación militar, la coordinación, confluencia y sincronicidad de los preparativos necesarios –imposible no recordar en algunos de sus momentos la reciente Espías desde el cielo– para comenzar la misión llenan la pantalla de un movimiento y dinamismo que nos prepara para la épica y la acción que suponemos está por venir.

Hasta aquí la narración cinematográfica se desarrolla con una fluidez y eficacia absoluta, nos sentimos parte de un equipo, tenemos que hacer frente a una compleja misión y no hay más opción que resolver con éxito la tarea encomendada tanto por el Gobierno de los EE.UU. como por nuestra propia moral. Sin embargo, en el momento en que se aprieta el botón de inicio y comienza la batalla, la película pega un giro que le quita protagonismo a la acción para dárselo al drama personal del hasta entonces secundario Alejandro encarnado por Benicio del Toro.

Ni el ritmo de la película ni el rostro ni los músculos de Josh Brolin habían permitido hasta ese momento ningún individualismo. Un punto de inflexión que intenta darle una nueva y emocional dimensión a este Sicario 2, pero que se convierte realmente en un punto de ruptura casi total entre el antes y el después. Quizás sea cosa del guión de Taylor Sheridan que intenta ligar esta cinta con su anterior Sicario, también escrita por él. O puede que el responsable sea Stefano Sollima queriendo alejarse de la personalísima huella que Dennis Villeneuve dejó en aquella, pero el resultado es que lo que estamos viendo a estas alturas parece un spin off de la película que comenzó minutos antes.

Aún así el resultado final se sostiene, gracias a su excelente factura técnica –esta sí que es consistente desde el primer minuto de proyección- con ecos apocalípticos del último Mad Max de George Miller, y al festival interpretativo de Benicio del Toro. Este deja atrás la categoría de ser humano hasta alcanzar, incluso, la de ciborg, a la par que deja completamente abierta la puerta para que Sicario se convierta en una saga de entregas cuasi independientes que comparten personajes.

“Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café” de Isaac Pachón

Historias que imaginas mientras esperas a que te sirvan, anécdotas que supones al contemplar el vaho de calor que despega desde su superficie, irrealidades que sueñas al calentarte las manos con la porcelana en un día de mucho frío. Relatos que duran lo que una taza de café, unas veces un momento y otras se prolongan en el recuerdo, en ocasiones son intensos y fuertes y otras ligeros. Unos con leche y otros sin azúcar, pero siempre precisos y estimulantes.

CosasQueEscribíMientrasSeMeEnfriabaElCafé

Hay quien responde ante los relatos breves como ante una obra de Miró o de Rothko, “¡eso lo hace cualquiera, hasta un niño!” Algo a lo que siempre respondo, verbal o mentalmente, con un “pues estás tardando”. Los más osados llegan a coger el bolígrafo o a ponerse frente al teclado, pero a la quinta línea lo dejan porque lo escrito no solo no les lleva a ningún lugar hacia delante, sino que no encuentran en la tinta utilizada el camino de vuelta al punto de partida. A estos les aconsejo que se lean este conjunto de historias cortas de Isaac Pachón y tomen buena nota de su saber hacer.

Leer estos pequeños relatos, que van desde apenas unas líneas hasta varias páginas, es como colocarse en la silla donde está sentado Isaac y mirar lo mismo que sus ojos. Su particular manera de plasmar lo que observa hace de nosotros un alguien que no ocupa su silla, sino que está colocado dentro de la acción, junto a los personajes que él describe, y siendo testigos invisibles de cómo su piel, sus ojos o sus manos expresan lo mismo que dicen sus palabras o demuestran sus actos.

Ahora bien, cuando los cierra y es su imaginación la que dictamina el destino del corto, pero intenso viaje, el destino merece igualmente la pena. Entonces la magia de la literatura hace acto de presencia entre sus líneas y nos traslada de unos planos de la realidad (temporales, espaciales, corporales o interpersonales) a otros haciendo que todo sea posible y provocando en último caso la mejor de las sensaciones, el asombro de su lector. Y dejando de mar de fondo la agradable impresión de que estos destellos de realidad o fantasía que presenta como cápsulas independientes, bien podrían estar todas interconectadas entre sí si tomaran vida sobre un mismo tablero. Algo así como lo que hizo en Los Ángeles en 1993 el director de cine Robert Altman con las Vidas cruzadas de Raymond Carver.

El medio de Pachón para conseguirlo es un uso muy concreto y acertado del lenguaje. Sin excesos en cuanto a extensión, pero sin quedarse corto en ningún momento. Lo suyo no es sobriedad, sino precisión como lo demuestran lo eficaces, sugerentes y evocadores que son sus parlamentos cuando dialoga como su prosa cuando describe en tercera persona o medita en primera. Su logro no es ser buen escritor, sino un mejor creador de ficciones a cuyo fin uno se queda con la duda de si fueron únicamente instantes fugaces o pasajes a los que volver para ampliar los recuerdos que quedaron de ellos.

La perfección de «Dunkerque»

No es una película bélica al uso, no es una representación más de un episodio de la II Guerra Mundial. Christopher Nolan deja completamente de lado la Historia y se sumerge de lleno en el frente de batalla para trasladar fielmente al otro lado de la pantalla el pánico por la invisibilidad de la amenaza, la ansiedad por la incapacidad de poder salir de allí y la angustia de cada hombre por la incertidumbre de su destino. Un meticuloso y logrado ejercicio narrativo que sorprende por su arriesgada propuesta, abduce por su tensión sin descanso y arrastra al espectador en su lucha por el honor y la supervivencia.

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Hay tres cuestiones que llaman poderosamente la atención de Dunkerque. Se lucha contra un enemigo invisible, nunca se llega a ver la cara de ningún soldado nazi. Tampoco se muestran los despachos británicos, franceses o alemanes desde los que se tomaban decisiones sobre lo que se debía hacer, prácticamente todas las secuencias tienen a la playa de esta ciudad y al Canal de la Mancha como escenario. Por último, los diálogos son mínimos, esta es una película de sensaciones y emociones y las palabras han sido sustituidas por los múltiples acordes de una banda sonora tan minuciosamente concebida por Hans Zimmer como certeramente utilizada y apropiadamente encajada en el conjunto final como todo los demás elementos técnicos y expresivos que conforman esta cinta.

Como si se tratara de una experiencia IMAX, de cine envolvente, pero yendo más allá de los estímulos sensoriales y del bombardeo audiovisual. Desde un punto de vista plástico, cada fotograma es en sí mismo una gran fotografía al estilo de la agencia Magnum y cada secuencia una pieza de videoarte por su hipnótico magnetismo. Base sobre la que encajan perfectamente los múltiples enfoques combinados por Nolan en los tres frentes bélicos –aire, agua y tierra-, el deseo de escapar y la necesidad de defenderse, la masa militarizada que actúa de manera uniforme siguiendo las órdenes de sus superiores y los impulsos individuales que buscan cualquier resquicio para intentar abrirse camino.

Siguiendo ese planteamiento y teniendo en cuenta que cuando uno se está jugando la vida todo esfuerzo tiene como fin la supervivencia, en esta misión no hay espacio para los alardes tecnológicos, la épica o los sentimentalismos. Solo hay dos máximas que se cumplen con total disciplina. La sobriedad, no distraerse, mantener el foco en lo que se ha de hacer y la acción, no hay un segundo que perder para lograr el objetivo de alcanzar cuantos pasos intermedios sea necesario improvisar para salir de esa asediada playa y navegar por un mar amenazado tanto aérea como subacuáticamente.

En el intento de retirada que vemos proyectado los acontecimientos se suceden, en sentido cronológico unas veces y otras paralelamente, sumándose ambas maneras para generar en los espectadores una brutal, pero muy natural, tensión acumulativa que nos lleva a hacer nuestra la necesidad de ser capaz de prever el próximo ataque y de evitar sus fatales consecuencias, así como de medir nuestras fuerzas para, si nos mantenemos con vida, conseguir llegar a la tierra patria que está a tan pocas millas de distancia.