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“Incendios” de Wajdi Mouawad

Vidas que comenzaron antes de haber nacido y biografías que no se cierran hasta mucho tiempo después de haber fallecido. La violencia solo engendra violencia y en algún momento habrá que reconvertir toda esa energía en pausa y sacrificio, sosiego y convivencia. Un texto complejo e inteligente, una tragedia trazada con el ingenio de las matemáticas y el lirismo de la poesía.

El día que Nawda fallece acumula tras de sí cinco años de silencio, lustro en el que ha fraguado cómo revelar la verdad que llevaba dentro de sí para que sus hijos la integren y se reformulen tras su conocimiento. El proceso comienza con las dos cartas que reciben durante la lectura de su testamento, una para que ser entregada a un padre que creían muerto y otra a un hermano que no sabían que tenían. Una misión que les hace mirar hacia el Líbano, donde nació su madre, desde Canadá, donde ellos nacieron y viven. Miles de kilómetros y varias décadas de por medio, pero también un abismo cultural. Mientras que para ambos la guerra es algo desconocido, para quien les concibió y parió, la violencia física y psicológica, el enfrentamiento familiar y social, la destrucción de cuanto se conoce y el horror que se graba en los recuerdos fue la tónica.

Son varias las lecturas que propone Mouawad en Incendios. La primera es encontrar la manera de poner fin a ese canibalismo que no soluciona, sino que se convierte en continua génesis, prolongación y maximización de lo que va en contra de nuestra condición de seres humanos. La segunda es entender que los vacíos que se trasladan de padres a hijos no solucionan ni evitan, solo les limitan e impiden la posibilidad de una vida plena y serena. Y la tercera, por parte de los hijos, es que no son víctimas sino herederos de un sistema imperfecto y que está en su mano el intentar sanarlo, pero eso pasa, necesariamente, por conocerlo y comprenderlo. Amor propio, amor al prójimo y amor a la carne de tu carne que son tus padres y tus hijos.

Propósito trazado sobre el papel con el realismo, la desnudez y la crueldad de la tragedia. No hay promesas de resolución y regeneración, sino heridas abiertas y cicatrices visibles que de tan anchas y obvias acaban convirtiéndose en parte del paisaje, coordenadas del entorno y rasgos de la personalidad de todos y cada uno de sus personajes. Un puzle que Mouawad deconstruye en varias localizaciones, a uno y otro lado del mundo, y momentos, según distintas edades de su principal protagonista, enlazándolos con la historia de su país. Haciendo que todos ellos se relaciones con una serie de mecanismos de causas y consecuencias, espejos y continuaciones que revelan no solo las capas, dificultades e imposibilidades de su biografía, sino también la de su familia, su comunidad y su pueblo, la de todas esas personas con las que ha compartido lugares y valores, una cultura y un relato compartido desde el principio de los tiempos.

En la forma, el estilo del posterior autor de Todos pájaros (2018) es de un refinamiento que recuerda a creadores anteriores y contemporáneos más cercanos como Federico García Lorca o Alberto Conejero. Con unos diálogos que oscilan entre la espontaneidad con interjecciones del notario y la austeridad de los hermanos gemelos cuando están en territorio canadiense, a un lirismo altamente poético, mas sin dejar de ser nunca prosaico a la hora de dialogar, procesar y exponer las emociones, las tensiones y las barbaridades que tienen lugar en suelo libanés. Otorga así a lo delicado y doloroso de una belleza y sensibilidad con la que es imposible no conectar y empatizar.

Únase a ello una estructura que, como bien explica en su tercera escena, está tomada de la teoría matemática de los grafos, comenzar por lo cercano y visible y seguir por lo que queda oculto en los ángulos a los que no llegan nuestros ojos para, después, con la experiencia y el conocimiento adquirido, volver a reformular el plano personal y familiar, individual y colectivo, con el que se comenzó en el punto de partida.

Incendios, Wajdi Mouawad, 2003 (2011 en español), KRK Ediciones.

“Poncia” y Lolita, entre el ayer y el hoy

Monólogo en el que una actriz fantástica demuestra porqué es perfecta para encarnar a personajes que funden expresión y emoción, presencia y espiritualidad en un ejercicio de contención y expansividad que atrapa y encandila. Tras ella, un despliegue artístico y técnico sobrio y hermoso. En sus labios, palabras salidas de la casa de Bernarda Alba, pero evolucionadas más en expresión de hoy que en ecos lorquianos.

Un escenario desnudo con unas telas que crean profundidad visual y provocan sensibilidad epidérmica. Una iluminación puntual y tenue, con golpes de color que marcan puntos y aparte y golpes de efecto. Y una ambientación sonora que recoge la perennidad del silencio hasta convertirla en pulso que condiciona y prolonga a quien vive en sus coordenadas. Demostración del talento y el buen hacer de Mónica Boromello, Paco Ariza y Luis Miguel Cobo, así como de la misión de Luis Luque como conceptualizador del universo que ha imaginado para el personaje concebido por García Lorca. La criada entrada en años que cumplía con sus manos lo ordenado por Bernarda Alba, pero que criticaba con su mirada y su pensamiento lo que esa matriarca con lengua afilada, actitud recta y expresión severa imponía a sus hijas.

Esta Poncia se la imagina después de caído el telón original, ordenando sus pensamientos sobre lo ocurrido en aquella casa hostigada por una madre carente de maternidad y revolucionada por las rondas de Pepe el romano. Poncia era la observadora inteligente e intuitiva, la que estaba cerca y entendía lo que sucedía, pero no lo suficientemente dentro y por eso capaz de comprender la explosividad, sin posibilidad de marcha atrás, de lo que allí se estaba pergeñando. Luis Luque se introduce en su psique y se coloca tras sus ojos para recuperar el interlineado de Lorca y, a partir de ahí, darle nuevos planos y más aristas a esta cronista de lo cercano y lo mundano, de las costumbres y los yugos sociales.

Una propuesta interesante y sugerente, pero que como a tantas otras de las miradas hacia atrás que se realizan desde el hoy, no se trasladan realmente a aquel entonces, sino que se implantan en él. Son más un collage estético y atractivo por lo que tienen de contraste, pero no por haber sido capaces de ejercer como canal en el que el pasado llega hasta nuestros días demostrándonos en qué medida son origen e inicio, además de legado.

Me creo a Lolita Flores como mujer rural, siempre servil, pero con criterio propio, fiel cumplidora mas capaz de tener su propio mundo interior. Me engancha la actriz que es todo personaje y que le basta con su presencia, su cuerpo y movimiento, su mirada y su voz para llenar el escenario y envolver al patio de butacas en la necesidad de su compartir y la generosidad de su expresión. Me surge la duda, en cambio, de su capacidad analítica, de una razón basada en argumentos más que en una sensibilidad capaz de detectar la diferencia entre la génesis de la tragedia y el aletargamiento que produce el equilibrio de la paz, de trascender lo concreto, estrecho y reducido de su sitio y ser capaz de abarcar e interpretar la complejidad de lo humano.

Poncia, en el Teatro Español (Madrid).

«Cucaracha con paisaje de fondo» y risas en primer plano

Una sátira sobre la capacidad de la ciencia, el deseo de la maternidad y los subterfugios del capitalismo emocional. En verso y con mucho absurdo, con ecos del clasicismo helénico, García Lorca y Margaret Atwood, este balneario resulta ser un camarote de los hermanos Marx para gloria de sus intérpretes y divertimento de sus espectadores. La vida es dramática, así que mejor si nos la tomamos como una comedia desenfadada y desvergonzada.

En este balneario de lujo sus usuarias agradecen el confort de sus instalaciones y la amabilidad con que son tratadas por su personal. Todo ayuda a conseguir el objetivo con el que han ingresado, quedarse embarazadas. Llegar a ese punto de inflexión en sus vidas que les proporcionará la felicidad máxima, ser madres, prolongar su código genético y aportar a la supervivencia de la especie humana. En este lugar apartado, residentes y profesionales conforman una comunidad de aliento y empatía, buenas intenciones y armonía en el que las normas se transmiten sonriendo, el lenguaje está plagado de rimas y las circunstancias evolucionan de manera que satisfagan el ánimo de unos y la cuenta de resultados de otros.

La dicha va unida a lo redicho, y la satisfacción de sus habitantes al gusto y regusto que su retórica produce en sus espectadores. No siempre hay lógica en sus parlamentos, ni sentido en su propósito. Por encima de ello está generar, de continuo, una atmósfera en la que lo absurdo y lo sinsentido, lo esperpéntico y lo histriónico puedan tener lugar. El capricho imaginado por Javier Ballesteros sorprende primero y entretiene después. La sorna es su norma y desde el primer momento consigue que nos dejemos embaucar por su propuesta. En algún momento resulta excesiva y gratuita, pero precisamente por eso sirve para continuar, porque no todo tiene que responder a necesidades estructurales, simbolismos conceptuales ni propósitos artísticos.

Su seriedad está en la manera en que se sirve de su cultura teatral. De la labor narrativa de los coros griegos y la puntilla visionaria de las brujas de Macbeth, de cómo le da la vuelta al trasfondo de la Yerma de Federico y cómo satiriza lo que otros, con ángulo diferente pero quizás cercano, han tratado a modo de utopía. Una coctelera intelectual disfrazada de chanza y envuelta en descaro en quien habrá quien considere quedan desenfundados los negocios que juegan con nuestros sueños e ilusiones, el sistema que nos promete orden y equilibrio si nos ajustamos al rol asignado y las personalidades que no pretende más que engañar para mayor gloria de su megalomanía.

Por todo esto Cucaracha con paisaje de fondo fue un digno ganador en los últimos Max de los premios a mejor autoría revelación y mejor espectáculo revelación. También por un elenco en el que, a pesar de su carácter coral, su dirección es capaz de hacer que cada uno de sus intérpretes brille por sí mismo. Una partitura que aúna, a la par que subraya las notas de la terquedad de María Jaimez, las pocas luces de Pablo Chaves y las muchas de Eva Chocrón, la sagacidad de Virginia de la Cruz, el gusto por lo nipón de Laura Barceló y la llamada al orden de Matilde Gimeno.

Cucaracha con paisaje de fondo, en el Teatro Quique San Francisco (Madrid).

“Yerma” de Federico García Lorca

La maternidad vista como una tragedia más que como una alegría. La auto imposición del rol de madre sobre el de esposa o el de persona independiente y la incapacidad de aceptar lo que el destino dispone. La culpa en todas sus manifestaciones, como acusación y rencor, como castigo y remordimiento, también como miedo y fracaso. Tensión e intensidad combinadas con ruralidad, bucolismo y fantasía con tintes de superchería.

En ese análisis y síntesis de la actitud, valores y modos relacionales y comunicativos de la sociedad española que es parte de la obra teatral de Federico, unida con su acervo intelectual y su capacidad imaginativa y estética, Yerma es una estación fundamental. Escrita en 1934, y tras La zapatera prodigiosa (1930) y Bodas de sangre (1933), en ella vuelve a buscar, investigar e indagar en el sentido de los votos matrimoniales. En cuál debe ser la motivación por la que dos personas decidan unirse y construir un proyecto conjunto. Si por connivencia para hacerse compañía, porque se da entre ellos una pasión irrefrenable o si es obligatorio para cumplir los objetivos que impone la educación, reflejo de la moral que enmarca y condiciona cuanto hacemos, decimos y pensamos. 

Su protagonista, mujer inquieta porque aún no es madre tras llevar esposada dos años, depresiva porque sigue sin serlo meses después y enajenada y dispuesta a cuanto haga falta cuando ya ha transcurrido un lustro, resulta antecesora de Doña Rosita la soltera (1935). Al igual que ella después, la insatisfacción, frustración y obsesión de Yerma reside en su incomprensión de lo que está viviendo. El porqué la naturaleza no se pone de su parte y le niega la maternidad que desea, condenándola a una soledad magnificada por un marido con el que la incomunicación, el desapego y el rechazo es la norma. La desesperación, y la convicción de que no hay salida ni posibilidad de escapatoria ante lo que se siente como una condena injusta que, en la línea de Mariana Pineda (1927), tiñe su relato y su vivencia de principio a fin.  

Subyace el mandamiento de la honra, el cuidado con el qué dirán y la supeditación a la figura masculina, tal y como volverá a exponer en La casa de Bernarda Alba (1936). Aunque manejados de manera diferente, ambos títulos comparten la claustrofobia de los espacios interiores y la huida a ninguna parte de los exteriores. Campo en el que se cultivan las tierras de labranza, sustento alimenticio, laboral y patrimonial que también pone de manifiesto la animalidad que afecta al comportamiento humano. Plataforma, a su vez, para los ritos paganos basados en los elementos de la naturaleza, los ciclos estacionales y los cambios meteorológicos.

Este es uno de los elementos más potentes de Yerma, y en el que están presentes tanto el conocimiento de García Lorca de los coros del teatro clásico y de las comedias de William Shakespeare, como su gusto por el esteticismo del surrealismo que ya había practicado, especialmente en El público (1930). Se sobrentiende el papel invisible de la religión en todo lo que expone, pero las situaciones que, en cambio, hace visibles en determinadas escenas, son las de prácticas que aúnan la incredulidad y el desaliento con la brujería disfrazada de curandería. Manifestaciones cargadas unas veces de una presencia hipnótica y otras de una sensorial sensualidad.

Podría parecer que Yerma es la menos trágica de las tragedias de Lorca, que su argumento es más anímico o existencial, a diferencia de Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba donde el conflicto parte de las diferentes intenciones de sus protagonistas. Pero lo que revela su lectura es que, en la caverna de toda desgracia, en el reflejo platónico de la realidad que estas son siempre, la mente humana no rehúye nunca el abismo que pone en duda su estabilidad y en riesgo su propia vida.

Yerma, Federico García Lorca, 1934, Editorial Austral.

10 textos teatrales de 2022

Títulos como estos son los que dan rotundidad al axioma «Dame teatro que me da la vida». Lugares, situaciones y personajes con los que disfrutar literariamente y adentrarse en las entrañas de la conducta humana, interrogar el sentido de nuestras acciones y constatar que las sombras ocultan tanto como muestran las luces.

“La noche de la iguana” de Tennessee Williams. La intensidad de los personajes y tramas del genio del teatro norteamericano del s. XX llega en esta ocasión a un cenit difícilmente superable, en el límite entre la cordura y el abismo psicológico. Una bomba de relojería intencionadamente endiablada y retorcida en la que junto al dolor por no tener mayor propósito vital que el de sobrevivir hay también espacio para la crítica contra la hipocresía religiosa y sexual de su país.

“Agua a cucharadas” de Quiara Alegría Hudes. El sueño americano es mentira, para algunos incluso torna en pesadilla. La individualidad de la sociedad norteamericana encarcela a muchas personas dentro de sí mismas y su materialismo condena a aquellos que nacen en entornos de pobreza a una falta perpetua de posibilidades. Una realidad que nos resistimos a reconocer y que la buena estructura de este texto y sus claros diálogos demuestran cómo afecta a colectivos como los de los jóvenes veteranos de guerra, los inmigrantes y los drogodependientes.

“Camaleón blanco” de Christopher Hampton. Auto ficción de un hijo de padres británicos residentes en Alejandría en el período que va desde la revolución egipcia de 1952 hasta la crisis del Canal de Suez en 1956. Memorias en las que lo personal y lo familiar están intrínsicamente unidos con lo social y lo geopolítico. Texto que desarrolla la manera en que un niño comienza a entender cómo funciona su mundo más cercano, así como los elementos externos que lo influyen y condicionan.

«Los comuneros» de Ana Diosdado. La Historia no son solo los nombres, fechas y lugares que circunscriben los hechos que recordamos, sino también los principios y fines que defendían unos y otros, los dilemas que se plantearon. Cuestión aparte es dónde quedaban valores como la verdad, la justicia y la libertad. Ahí es donde entra esta obra con un despliegue maestro de escenas, personajes y parlamentos en una inteligente recreación de acontecimientos reales ocurridos cinco siglos atrás.

«El cuidador» de Harold Pinter. Extraño triángulo sin presentaciones, sin pasado, con un presente lleno de suposiciones y un futuro que pondrá en duda cuanto se haya asumido anteriormente. Identidades, relaciones e intenciones por concretar. Una falta de referentes que tan pronto nos desconcierta como nos hace agarrarnos a un clavo ardiendo. Una muestra de la capacidad de su autor para generar atmósferas psicológicas con un preciso manejo del lenguaje y de la expresión oral.

“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Bajo el subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España”, la última dramaturgia del granadino presenta una coralidad segada por el costumbrismo anclado en la tradición social y la imposición de la religión. La intensidad de sus diálogos y situaciones plasma, gracias a sus contrastes argumentales y a su traslación del pálpito de la naturaleza, el conflicto entre el autoritarismo y la vitalidad del deseo.

“Speed-the-plow” de David Mamet. Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

“Master Class” de Terrence McNally. Síntesis de la biografía y la personalidad de María Callas, así como de los elementos que hacen que una cantante de ópera sea mucho más que una intérprete. Diálogos, monólogos y soliloquios. Narraciones y actuaciones musicales. Ligerezas y reflexiones. Intentos de humor y excesos en un texto que se mueve entre lo sencillo y lo profundo conformando un retrato perfecto.

“La lengua en pedazos” de Juan Mayorga. La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad. La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca

Bajo el subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España”, la última dramaturgia del granadino presenta una coralidad segada por el costumbrismo anclado en la tradición social y la imposición de la religión. La intensidad de sus diálogos y situaciones plasma, gracias a sus contrastes argumentales y a su traslación del pálpito de la naturaleza, el conflicto entre el autoritarismo y la vitalidad del deseo.

Suenan las campanas y acto seguido llegan a su casa la viuda y las cinco hijas del fallecido. Se cierran las puertas. Comienzan ocho años de luto y encierro, de un microcosmos conformado por nueve mujeres, estas seis, más la madre y abuela y las dos criadas con las que comparten techo. Fuera quedan los hombres y sus siempre oscuras intenciones, los vecinos y sus constantes habladurías, así como el resto del mundo y el inevitable transcurso del tiempo. Muros que dividen, pero con los que Lorca también simboliza la sociedad de su época, la de un momento en que la visceralidad, la polarización y la tensión hacían temer lo que tendría lugar poco después de que le pusiera punto final a este texto el 19 de junio de 1936.

Bernarda es la contradicción. Presume de la soltería y virginidad de sus cinco hijas -39 años la mayor, 20 la menor- cuando ella a los 21 ya había sido madre. Paradójico, además, es que las cinco no lo hayan catado y ella, al menos, haya tenido dos maridos, como resultado de haberse vuelto a casar tras enviudar. Rechaza aquellos candidatos que las pretenden si considera que no están a la altura de su nivel económico y reputacional, pero rabia cuando le señalan que en otra localidad ella y los suyos serían los mirados por encima del hombro. Considera al género masculino como los seres en torno a los cuales gira la vida, al tiempo que se erige a sí misma como ley y gobierno de su casa. A su vez, impone el silencio, el negro en el atuendo y su método es la violencia física y psicológica cuando a su alrededor se demanda algarabía, lucen los colores de las flores y las personas se buscan a través de la demanda de la piel.

La omnipotencia de su poder se sustenta en la superioridad que le otorga su maternidad, complementada con el absolutismo y clasismo que ejerce con su madre y sus dos sirvientas. La primera es libre dentro de su encierro, se expresa sin decoro ni vergüenza, orgullosa de sus ganas de hombre y de su disposición a materializarlo. La segunda, aunque cohibida por la necesidad, está guiada por la sinceridad de quien no se debe a instancias morales superiores. Ellas son el ejemplo de que la posibilidad de concebir no es una capacidad y un instrumento de control, sino un don y una muestra de generosidad y altruismo. Son -aun con su digresión psicológica y su limitación formativa- el contrapunto razonado y sensato, y hasta de buen humor cuando están lejos de aquella, que permite que la libertad de la existencia se cuele por algún resquicio de esta casa.

Desde el punto de vista formal, señalar la excelencia con la que Federico hace latir la emoción a pesar de la dureza de su argumento. Por un lado, con su propuesta escenográfica en blanco y negro, paredes de un blanco luminoso y vestimentas sombrías salpicadas con los detalles de color que esperanzan a unas e indigna a otra. Y por otro, el misticismo que otorga a la figura de Pepe el Romano, siempre fuera de plano, pero referido como un peligro cercano al pecado o como fuente de un deseo que más que sexual, resulta perniciosamente lujurioso.  

A su vez, da forma y escala humana a lo que bien podrían ser historias de dioses y héroes mitológicos. Las diferentes manifestaciones que adopta la climatología, las canciones y correrías festivas de los gañanes en el campo en la época de cosecha, la exaltación de los animales en el corral o los diálogos con los maridables a través de barrotes y ventanas. Así es como completa la perfección del círculo de esta tragedia en la que García Lorca deja patente que no se puede ir en contra del libre fluir de la madre naturaleza del que somos muestra todos y cada uno de sus hijos.

La casa de Bernarda Alba, Federico García Lorca, 1936, Austral Ediciones.

“La verdad ignorada” de Emilio Peral Vega

Explicitación de la homosexualidad de algunos de los autores más reconocidos de la literatura española a la hora de leer, analizar y relacionar su obra. No solo como una consideración biográfica sino como una característica personal que determinó los temas y enfoques de sus creaciones. Ensayo que ejemplifica la necesidad de ir más allá de lo establecido a la hora de determinar, considerar y valorar a nuestros referentes.

A Federico García Lorca le gustaban los hombres. Al igual que a Vicente Aleixandre o a Luis Cernuda. A estas alturas nadie se atreve a negar esto, pero en demasiadas ocasiones se deja aun a un lado a la hora de hablar sobre ellos, presentar su escritura o introducirnos en lo que pretendían relatarnos a través de esta. Por este motivo es importante contar con ensayos como este que se presenta bajo el subtítulo Homoerotismo masculino y literatura en España (1890-1936). Como señala su autor en su introducción, no se trata de una propuesta exhaustiva, pero sí de una muestra de lo que podemos descubrir si nos acercamos a los nombres a estudiar y conocer desde una perspectiva más íntima y honesta con quienes y cómo fueron, sintieron y vivieron.

Como ejemplo, me ha resultado muy interesante la confluencia entre las veladuras de los sonetos de William Shakespeare y los poemas de Jacinto Benavente que propone Peral Vega, así como entre las obras teatrales de ambos. En cuanto a su estructura, pero también en el papel que cumplen algunos personajes por su manera de proponerse y manifestarse. Asunto en el que se puede deducir aún más cuando se recurre a lo que sucedía en la vida personal de nuestro Premio Nobel, tal y como evidencian los fragmentos seleccionados de su correspondencia.

Tomo nota de las tres novelas galantes en las que se profundiza, El martirio de San Sebastián (1917) de Antonio de Hoyos y Vicent, Las locas de postín (1919) de Álvaro Retana y El ángel de Sodoma (1928) de Alonso Hernández Catá. Títulos que leer para indagar en lo que La verdad ignorada expone. Cómo se entraba de lleno en aquella época en la cuestión homosexual, las motivaciones y excusas con que se le daba protagonismo, y los prejuicios -y, en alguna ocasión, finalidad moralizante- con que se abordaba su tratamiento argumental. Otro tanto haré con Sortilegio, texto teatral de 1930 de Gregorio Martínez Sierra y María de la O Lejárraga, inédito editorialmente hasta ahora e incluido como apéndice en este volumen.

La certeza de que lo literario es personal queda claro en los capítulos dedicados a Luis Cernuda y Eduardo Blanco-Amor. En ellos, Emilio formula un triángulo explicativo conformado por lo escrito por ambos poetas, las relaciones que tuvieron y las conexiones entre uno y otro ángulo. No trata de establecer únicamente orígenes y consecuencias, sino de mostrar cómo su vida sentimental y los estados emocionales asociados a esta, además de la influencia del entorno social en el que se desenvolvían, marcó la obra por la que son conocidos. He ahí el contraste entre Los placeres prohibidos (1931) y Donde habite el olvido (1933), en el caso del sevillano, o lo que expuso el orensano en Horizonte evadido (1936).

La verdad ignorada, Emilio Peral Vega, 2021, Ediciones Cátedra.

10 montajes teatrales de 2021

Obras nuevas y otras vistas tiempo después de que fueran estrenadas. Denuncia política, retrato social y revisión histórica. Producciones financiadas por instituciones públicas y otras como resultado de la iniciativa privada. Realismo y misticismo, diversión y dramatismo, monólogos y representaciones corales.

«Manning» (Umbral de Primavera). Una década después de que este apellido comenzara a sonar en los medios de comunicación por filtrar documentos que revelaban la cara oculta de la actuación militar de EE.UU. en Irak y Afganistán, podemos conocer su vida a través de este monólogo.

«Cluster» (ex límite). una constelación de constelaciones. Perfecta, pero no como resultado de esa unión, sino porque cada uno de esos microcosmos ya era redondo antes de integrarse en el entramado resultante.

«Estado B. Kitchen / Ruz – Barcenas» (Teatro del Barrio). La sobriedad de la puesta en escena y la rotundidad de las interpretaciones dobles de Pedro Casablanc y Manolo Solo dejan claro que la máxima de la dirección de Alberto San Juan es análoga a la objetividad periodística. 

«Descendimiento» (Teatro de la Abadía). La pintura, la poesía y el movimiento. La imagen estática, la palabra escrita y pronunciada y el cuerpo desplegado sobre el escenario. Tres lenguajes, tres medios que confluyen para crear algo que ya son cada uno de ellos por separado, y que juntos son más, arte.

«Shock 2. La Tormenta y la Guerra» (Centro Dramático Nacional). Un puzle de mil piezas que Boronat y Lima han diseñado tan bien sobre el papel que la materialización en escena dirigida por Andrés está a caballo entre lo continuamente fluido y lo casi perfecto.

«Sucia» (Teatro de la Abadía). Bàrbara Mestanza nos sitúa con valentía y claridad frente a la realidad de los abusos sexuales. Un relato en primera persona sobre aquello a lo que menos atención prestamos, a cómo se sintió la víctima cuando la violentaban, cómo convivió en silencio con aquel dolor y cómo fue el proceso de darlo a conocer.

«Una noche sin luna» (Teatro Español). Un texto redondo, una interpretación espléndida y una dirección extraordinaria de Sergio Peris-Menchetta que materializa con inteligencia y sensibilidad la profundidad, capacidad y múltiple expresividad del doble trabajo de Juan Diego Botto. 

«El bar que se tragó a todos los españoles» (Centro Dramático Nacional). Alfredo Sanzol cuenta que su texto está basado e inspirado en su padre. Hay verdad y ficción en lo que nos expone. Drama, comedia, costumbrismo y delirio hilarante. Del pequeño pueblo navarro de San Martín de Unx a Roma pasando por Texas, San Francisco y Madrid.

«N.E.V.E.R.M.O.R.E.» (Centro Dramático Nacional). Una original y trabajada propuesta escrita y dirigida por Xron, con la que el Grupo Chévere nos retrotrae tanto al inicio de la pandemia del covid como al desastre del Prestige veinte años atrás.

«Los remedios» (Teatro Lara). Acción y texto. Vida y actuación. Da igual si lo que relatan sucedió o no tal y como lo representan. Lo importante es que pudo ocurrir así porque suena a sentido y hecho con el corazón, y montado para ser captado y procesado desde ahí.

“Peachtree City” de Mario Obrero

De los extrarradios de Madrid a los de Atlanta. Una estancia de varios meses en la que un adolescente contrasta, combina y funde su bagaje vital e intelectual con las impresiones visuales y emocionales que le provocan el entorno, los hábitos y la cultura del consumismo y el costumbrismo norteamericano. Versos llenos de ternura, deseosos de mostrar cuanto conoce y ávidos por llegar a más en el arte de la expresión poética.

El 2 de agosto de 2019 Mario Obrero tomó en Madrid un avión con destino a Atlanta, su objetivo era realizar el primer curso de bachillerato en Peachtree City, una ciudad de treinta mil habitantes que no hace honor a su nombre ya que en ella no encontró melocotonero alguno. Una aventura que duró hasta que el covid-19 le hizo volver a España con los suyos, y en cuya cercanía cerró este poemario el 27 de marzo de 2020. Dos fechas que enmarcan las imágenes, las experiencias, asociaciones e imaginaciones que nos ofrece en esta colección de 24 poemas.

Un trabajo que asemeja el encuentro de dos visiones. De un lado la externa, las imágenes que recoge su retina, los símbolos norteamericanos (el himno, la bandera, las marcas comerciales) que ve repetidos y utilizados por doquier; los comportamientos que observa (de sus vecinos y compañeros de estudios) hasta dilucidar cuánto hay en ellos de costumbre y automatismo, y cuánto de disfraz social y de auténtica expresión individual. Del otro la interna, el filtro con el que mira e interpreta, los poetas que impregnan su mirada y su acercamiento. Y entre una y otra, las analogías y los contrastes entre su lugar de acogida y su entorno familiar a este lado del océano, en el que considera están las esencias de su identidad.

Argumentos sobre los que cimenta una expresión lírica intencionadamente estética. Busca la comunión entre los sentidos (olores, sabores, sonidos, roces y colores) y las emociones (la primera vez de muchas cosas), dejando a la razón el papel de los prejuicios y convencionalismos que causan que las relaciones tomen una u otra dirección. Un mundo propio en el que juega con los signos de puntuación y la fluidez de género para transmitir una sensación de libertad plena. Su intención no es enraizarse, comprometerse o reivindicarse, sino tomar conciencia de cuanto ocurre y dejarse impregnar sin más para continuar viviendo. Let it be and go with the flow.

Una sinceridad en la que Mario no tiene pudor en reconocer cuáles son los nombres que ha leído y que le inspiran, con los que aspira a dialogar con sencillez y humildad. De ahí su llamada al poder universal y a la imagen neoyorquina de Federico García Lorca. A la intensidad, el fulgor y la ansiedad de Arthur Rimbaud. O al sabor local de Rosalía de Castro, de aquello que no siempre se puede traducir y trasladar a otro lugar. Referentes a los que se acoge para demostrar que no trata de romper reglas ni de ir en contra de lo establecido. Mario tan solo quiere expresar de manera honesta quién y cómo es, qué ve y cómo lo siente, para compartir con nosotros que hay tantos mundos como experiencias del mismo.  

Mario Obrero, Peachtree City, 2021, Visor Libros.