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Mañana de abril en el Moderna Museet de Estocolmo

Un edificio síntesis de la ciudad en la que está ubicado, discreto y geométrico en su exterior, empático y fluido en su interior. Dos exposiciones temporales en que Maurizio Cattelan y Rashid Johnson dialogan con la colección del museo, y una tercera que analiza los distintos caminos que el modernismo tomó en estas coordenadas. Como extra, una manera ingeniosa de introducir al visitante en el papel de la institución como entidad garante de la conservación de las creaciones que atesora.

El arte es siempre un medio para conocer una sociedad y un país, sus valores e idiosincrasia, a lo largo del tiempo. Si nos fijamos más concretamente en el arte moderno, las coordenadas se hacen más precisas porque entran en juego la vivencia y la expresividad personal, la capacidad técnica y la confianza, más o menos ciega, más o menos neurótica, en la propia creatividad. Eso es lo que desprende la muestra Velas rosas: modernismo sueco en la colección del Moderna Museet.

Más de cien obras de la primera mitad del siglo XX entre las que me han llamado la atención los óleos de Sven X-et Erixson (1899-1970). Pintor que reflejaba con colores vivos y pinceladas dinámicas la convivencia familiar, casi naif, en el mantenimiento de su hogar (La casa del pintor, 1942) mientras lo sobrevuelan aviones militares. O con rasgo expresionista cuando la paleta torna sombría en la doble escena urbana (Imagen de los tiempos, 1937) en cuya parte superior transitan los trenes, mientras en la inferior los ciudadanos se informan sobre la evolución de la Guerra Civil española.

He fijado la mirada también en cuatro fantasías con aires esotéricos, tarotistas e introspectivos de Hilma af Klint (1862-1944), en el grabado industrial de Edith Fischerström (1881-1967) en el que se respira carbón y en la intensidad de los modelos del fotógrafo Uno Falkengren (1889-1965). Se entiende que para sentir esa libertad a la hora de posar y de recogerla para después transmitirla sobre el papel, esas imágenes fueran tomadas en el Berlín de los años 20.

El italiano Maurizio Cattelan (1960) provoca antes, incluso, de las siete salas que ocupa con La tercera hora. Sitúa metros antes de llegar a Juan Pablo II víctima de la caída de un meteorito. Es La nona ora, escultura hiperrealista que aúna dramatismo barroco, corrosión intelectual, sensacionalismo mediático y provocación emocional. Un inicio que va a más con su extraño vínculo con las figuras tridimensionales de apariencia entre monacal y extraterrestres de Eva Aeppli, o las escenas crítico-informativas de tono monocolor sobre la actualidad geopolítica de Cilla Ericsson (1945) y Hanns Karlewski (1937), pertenecientes a la serie Nuestro padre, realizadas durante los años 60 del pasado siglo.

Destaco el juego museográfico que rodea a su dedo peineta, convirtiendo las cuatro paredes de esa sala en otros tanto peines donde las obras parecen estar seleccionadas para conformar un puzle horror vacui en el que tienen cabida firmas como Warhol (1928-1987) y Picasso (1881-1970), motivos como el feminismo y la evolución y obsolescencia tecnológica, o personajes como David Bowie. Más allá, el pelotazo del niño Hitler, de rodillas cual peregrino penitente o estudiante cumplidor, siendo arengado por el dedo pop de Roy Lichtenstein (1923-1977), evolución de aquel que animara a los jóvenes estadounidenses a alistarse para luchar contra el nazismo en la II Guerra Mundial.

La historia retorcida. Como el uso mundano del mármol en la escultura Respira, carrara sobre el suelo, sin soporte alguno, convertido en la figura de un hombre y su perro. O la épica parada en seco de Kaputt, seis caballos de presencia omnipotente y pelaje brillante pausados cuando sus cabezas acababan de atravesar la pared que les conducía a otra dimensión, a otra secuencia cuyo interruptus nos deja estupefactos.

Siete habitaciones y un jardín es el juego, el diálogo y la convivencia que Rashid Johnson (1977) establece entre el activismo antirracista de su abstracción y sus instalaciones y los fondos del museo a modo de recorrido por un hogar en el que suena música blues mientras se observa un caleidoscopio de imágenes que incluye a Jackson Pollock o Cy Twombli. Posteriormente se ven producciones audiovisuales desde una cama gigante bajo gouaches de Matisse, una instalación con composición vegetal mira de reojo a Sol Lewitt y se termina con un capítulo sobre la autoconciencia en que aparecen dibujos del marroquí Soufiane Ababri (1985) y autorretratos fotográficos de la yugoeslava Snežana Vučetić Bohm (1963) junto a una pieza audiovisual del propio Johnson.

Una planta más abajo, además de los retratos y autorretratos de Lotte Laserstein (1898–1993) en Una vida dividida, el regalo está en la sala que te permite seleccionar te sea acercado el peine que alberga la obra que elijas entre una amplia selección. Dar a un botón y ver cómo se acercan a ti seis Munch de un golpe es algo parecido a un sueño. O que aparezca de la nada un de Chirico o un Magritte o un Mondrian. Un detalle más, sumado a la museografía de sus exposiciones, al cuidado técnico de sus montajes o a la disposición de sus espacios no expositivos para el juego, la interacción y el disfrute contemplativo que hacen del Museo de Arte Moderno de Estocolmo -diseñado por Rafael Moneo e inaugurado en 1998- una institución que tener en cuenta y a la que seguirle la pista de su programación.

«Tío Vania» de Antón Chéjov

Una casa en mitad del campo es el escenario en el que una familia de supuestos bien avenidos y posición acomodada llevan una vida tranquila y resuelta. Pero la distancia con cualquier núcleo urbano, la convivencia obligada y la soledad interior son armas de doble filo cuando se manifiestan los conflictos no resueltos, las relaciones imposibles y toda clase de neurosis. Como siempre, Chéjov es el maestro que observa y sintetiza los males y vicios de la burguesía de su tiempo.

Quiero y no puedo. Ese es el previo que define antes de la primera escena a los personajes de esta obra. Un mal atemporal con el que no solo se frustran interiormente, sino que les encierra en sí mismos amargándose la vida los unos a los otros en una espiral y madeja difícil de resolver. Algunos se libran desarrollando su interés por el entorno en el que viven, aunque no queda claro si es como manera de evitar lo que atrapa a los primeros o por una motivación verdadera. Cierto es que en el caso del doctor Ástrov el motivo de su atención -el medio ambiente, la falta de progreso rural- termina por convertirse en una preocupación obsesiva, pero al menos refleja una perspectiva menos víctima de sí mismo.

Como en su obra anterior, el autor de La Gaviota (1896) convierte lo que parece una situación idílica, una cómoda y amplia vivienda en una gran finca, en un lugar en el que sus residentes y visitantes se desdoblan hasta terminar mostrando aquello que las normas de la corrección social les impide. Pero aquí no hay personas, emplazamientos o situaciones que permitan tener una alternativa con la que rehuir la aceptación, el aprendizaje o el cambio de actitud con que solventar los escollos que la vida les presenta. Así, lo que podría tomarse como disyuntivas cotidianas acaban tornando en dramas existenciales cuyo principal problema no son los asuntos en sí sobre los que tratan -el amor, el reconocimiento, el trabajo-, sino los cánones en los que se basan unos y otros para condenarse o elevarse.

Una atmósfera presentada con sosiego, pero sin esconder el potencial explosivo que alberga, y con transparencia, mostrando tanto la cara pública como la privada de los hombres y mujeres, mayores y jóvenes de sus habitantes. Vista desde hoy, la formalidad con que se expresan le da un toque naif y esquemático a cómo son presentados y evolucionados, pero la realidad es que constituye un ejercicio de análisis emocional tan sincero como auténtico y comprometido, yendo al centro, al punto neurálgico de las motivaciones y constructos de la burguesía rusa de finales de entre siglos. Y como extrapolación de esta, a la de cualquier grupo social.

Asunto que Chéjov había tratado ya largamente en su producción -que haría evolucionar en su siguiente dramaturgia, Las tres hermanas (1901)- con una maestría por la que ocupa un lugar indiscutible en la historia de la literatura universal. He ahí su estela con rendidos admiradores como el también genial Tennessee Williams, o el cineasta Louis Malle, cuya adaptación cinematográfica de Tio Vania en 1994 recuerdo como mi primer acercamiento a esta obra.

Tío Vania, Antón Chéjov, 1900, Alianza Editorial.

“Tracy Flick nunca gana” de Tom Perrotta

Una novela de perdedores, de gente que lucha para no dejarse arrastrar por la derrota. Otro título ácido, crítico y esperpéntico de su autor en el que retrata a la clase media de su país, atrapada por la pesadilla del sueño americano. Un sistema en el que todo individuo está condenado a la neurosis por ser una simbiosis de héroe potencial e inepto no reconocido, referente que seguir y ejemplo a criticar.

Desde este lado del Atlántico, los institutos norteamericanos son lugares idílicos en los que los alumnos practican ser adultos en el ámbito del conocimiento, las competiciones deportivas y las relaciones sociales, y sus mayores una comunidad implicada en la que aportan ganas, experiencia e ilusión. Eso es lo que nos han hecho pensar películas como Grease o High School Musical. Sin embargo, la realidad debe ser tozuda cuando de cuando en cuando encontramos en los medios de comunicación noticias sobre tiroteos masivos que se llevan por delante la vida de estudiantes y profesores. Todo esto bullía en la mente de Perrotta y durante el tiempo de encierro, pausa y distancia de la pandemia se puso manos a la obra y el resultado es esta novela que llegó a las librerías unas semanas atrás.

Sin llegar al nivel de análisis sociológico que ofrecía en Juegos de niños (2004) o Lecciones de abstinencia (2007), Tom opta por centrarse en un aspecto concreto que revela la discapacidad emocional de su país. Como en La señora Fletcher (2017), la protagonista vuelve a ser una mujer madura en un momento de su vida en el que ya tiene el suficiente recorrido como para hacer balance de sí misma, pero también con un prolongado futuro por delante del que hacerse dueña y responsable. Un punto de inflexión en el que confluyen la frustración de lo que no pudo ser, lo agridulce de lo que se tiene, pero no se disfruta como se supone, y la esperanza de materializar algún día la ilusión o alcanzar la tranquilidad interior.

A pesar de su título, Tracy Flick nunca gana es una novela coral. Tracy Flick es más un personaje conductor que protagonista. Podría haber sido cualquier otro, pero al ser ella la elegida, Perrotta construye un relato con un tono más generalista en el que confluyen asuntos como la salud mental, el racismo, el clasismo, el machismo o la falsedad del discurso de la meritocracia. De fondo, y aunque nunca explícito, el abandono al que se ve sometido todo individuo que no siga los estándares colectivos, más aún en una sociedad en la que cuanto se piensa, se hace y se es tiene como objetivo la productividad y el consumo, sin red de apoyo ni coordenadas de encuentro emocional.

El resultado es una lectura entretenida por la multitud de voces en primera persona con la que está construida. Por el carácter abierto e impudoroso con que se describen, así como por la conseguida transparencia y autenticidad con que dialogan. A través de ellos, su creador crea un fresco costumbrista en el que biografías, caracteres, motivaciones y puntos de vista se cruzan, aunque sin llegar a complementarse. El resultado es una miscelánea de curiosidad cotilla, dramatismo patético y comedia socarrona que asusta por su patetismo en algunos capítulos y divierte por su crudeza en muchos más.

Tracy Flick nunca gana, Tom Perrotta, 2023, Libros del Asteroide.  

«Cucaracha con paisaje de fondo» y risas en primer plano

Una sátira sobre la capacidad de la ciencia, el deseo de la maternidad y los subterfugios del capitalismo emocional. En verso y con mucho absurdo, con ecos del clasicismo helénico, García Lorca y Margaret Atwood, este balneario resulta ser un camarote de los hermanos Marx para gloria de sus intérpretes y divertimento de sus espectadores. La vida es dramática, así que mejor si nos la tomamos como una comedia desenfadada y desvergonzada.

En este balneario de lujo sus usuarias agradecen el confort de sus instalaciones y la amabilidad con que son tratadas por su personal. Todo ayuda a conseguir el objetivo con el que han ingresado, quedarse embarazadas. Llegar a ese punto de inflexión en sus vidas que les proporcionará la felicidad máxima, ser madres, prolongar su código genético y aportar a la supervivencia de la especie humana. En este lugar apartado, residentes y profesionales conforman una comunidad de aliento y empatía, buenas intenciones y armonía en el que las normas se transmiten sonriendo, el lenguaje está plagado de rimas y las circunstancias evolucionan de manera que satisfagan el ánimo de unos y la cuenta de resultados de otros.

La dicha va unida a lo redicho, y la satisfacción de sus habitantes al gusto y regusto que su retórica produce en sus espectadores. No siempre hay lógica en sus parlamentos, ni sentido en su propósito. Por encima de ello está generar, de continuo, una atmósfera en la que lo absurdo y lo sinsentido, lo esperpéntico y lo histriónico puedan tener lugar. El capricho imaginado por Javier Ballesteros sorprende primero y entretiene después. La sorna es su norma y desde el primer momento consigue que nos dejemos embaucar por su propuesta. En algún momento resulta excesiva y gratuita, pero precisamente por eso sirve para continuar, porque no todo tiene que responder a necesidades estructurales, simbolismos conceptuales ni propósitos artísticos.

Su seriedad está en la manera en que se sirve de su cultura teatral. De la labor narrativa de los coros griegos y la puntilla visionaria de las brujas de Macbeth, de cómo le da la vuelta al trasfondo de la Yerma de Federico y cómo satiriza lo que otros, con ángulo diferente pero quizás cercano, han tratado a modo de utopía. Una coctelera intelectual disfrazada de chanza y envuelta en descaro en quien habrá quien considere quedan desenfundados los negocios que juegan con nuestros sueños e ilusiones, el sistema que nos promete orden y equilibrio si nos ajustamos al rol asignado y las personalidades que no pretende más que engañar para mayor gloria de su megalomanía.

Por todo esto Cucaracha con paisaje de fondo fue un digno ganador en los últimos Max de los premios a mejor autoría revelación y mejor espectáculo revelación. También por un elenco en el que, a pesar de su carácter coral, su dirección es capaz de hacer que cada uno de sus intérpretes brille por sí mismo. Una partitura que aúna, a la par que subraya las notas de la terquedad de María Jaimez, las pocas luces de Pablo Chaves y las muchas de Eva Chocrón, la sagacidad de Virginia de la Cruz, el gusto por lo nipón de Laura Barceló y la llamada al orden de Matilde Gimeno.

Cucaracha con paisaje de fondo, en el Teatro Quique San Francisco (Madrid).

«Sufrir de amores» de Terenci Moix

Artículos en los que su autor manifiesta su particular vivencia del amor y la soledad, su visión de las relaciones y los roles de género, así como su interpretación de algunos de sus referentes culturales y de las circunstancias del tiempo presente. Erudito y culto, carente de pudor y vergüenza. También inteligente y analítico, capaz de ir más allá de lo establecido, de los prejuicios y las normas de su tiempo.

Más pronto que tarde debiéramos recuperar a Terenci Moix y poner en valor cuanto hizo y supuso. Espontáneo y honesto antes que valiente y decidido. Más transparente que activista. Su literatura, retórica y opinión manifestaban un pensamiento honesto y una actitud sin ambigüedades. Nunca se anduvo con rodeos a la hora de manifestar públicamente su homosexualidad, basta recordar Mundo macho (1981), su hartazgo de la pacatería de la burguesía catalana, he ahí El sexo de los ángeles (1992), o la burla que le provocaba el comportamiento banal y vacuo de los personajes del papel couché que tan bien retrató en la trilogía compuesta por Garras de astracán (1991), Mujercísimas (1995) y Chulas y famosas (1999). De igual manera, su profundo conocimiento de la historia de Roma, Egipto y el séptimo arte quedó patente en títulos como Crónicas italianas (1971), No digas que fue un sueño (1986) y las varias entregas de Mis inmortales del cine (1996-2003).  

Sufrir de amores se diferencia de todos ellos porque el componente narrativo es secundario, lo que prima en él es la mirada concreta sobre el comportamiento, la vivencia y el procesamiento humano y la síntesis intelectual e interpretación emocional que hace sobre ellos partiendo de sí mismo. Terenci nunca se ocultó ni camufló y practicó en sus escritos una simbiosis total con su carácter y su personalidad, con sus vivencias y su biografía, tamizada a su vez por una franqueza en cuestiones sensoriales y emocionales poco habitual en sus coetáneos. De ahí que las etiquetas de superficialidad, frivolidad y ligereza que tantas veces se le adjudicaron, más que a él, revelaran realmente a quienes se las aplicaban.

Ese es el lugar en el que se sitúan las más de cincuenta reflexiones de este volumen con las que no solo se muestra a sí mismo como persona sufriente e incapaz, dramática e intensa, sino que también indaga en las hipocresías y las incongruencias de una sociedad lastrada por el clasismo y el nacionalcatolicismo. Un mundo en el que los hombres y las mujeres se debían a los papeles concebidos para ellos y al catálogo de comportamientos que les suponían las coordenadas en que estaban enmarcados. Obligaciones que Moix nunca respetó ni siguió y de ahí que su obra y su proceder revolvieran a aquellas gentes de bien y prepararan, junto a otros, el camino de la libertad y la igualdad, de la visibilidad y la diversidad.

Si algo se le puede achacar desde un punto de vista formal es que, en esta ocasión, su prosa no resulta tan ligera y dinámica como en la mayor parte de su bibliografía. Quizás porque están concebidos de manera aislada y motivados por el encargo de ser publicados cada domingo en El País. Por ello, han de ser leídos de manera pausada e individual, y no como un conjunto que abordar como un bloque unitario.  Como decían en el final de Con faldas y a lo loco, esa comedia que tanto le gustaba, nadie es perfecto.

Sufrir de amores, Terenci Moix, 1995, Editorial Planeta.

10 montajes teatrales de 2022

Estrenos con la mirada puesta en el barroco de Lope de Vega. Pícaras del siglo de oro encarnadas por dos de nuestras mejores actrices. Reivindicaciones políticas, reflexiones filosóficas y un monólogo tan autobiográfico como terapéutico. Coralidades divertidas, sugerentes y sugestivas, y miradas a la adolescencia y a la ligereza de la primera juventud.

Restos del fulgor nocturno (Teatro Clásico). Josep María Miró se deconstruye y se reconstruye sobre el escenario en una suerte de morbo, desnudez y confesión en que revela intimidades, pudores y secretos personales y familiares, conformando una pirámide que crece conceptual y narrativamente formando un corpus cada vez más sólido.

Las que limpian (Centro Dramático Nacional). A Panadaría combina orgullo identitario, capacidad de análisis y finura para transmitir su visión sobre el atropello laboral que sufren tantas mujeres encargadas de limpiar las habitaciones de hotel, condenadas a trabajar en condiciones indignas y por un sueldo aún más miserable que la ética de los empresarios que las contratan.

Los farsantes (Centro Dramático Nacional). Pablo Remón volvió a la actualidad dramática por la puerta grande con dos horas y medias inteligentes y complejas en las que desnudaba la cara oculta del teatro y el cine con unos excelentes Javier Cámara, Bárbara Lennie, Francesco Carril y Nuria Mencía.

Malvivir (Teatro Español). Marta Poveda y Aitana Sánchez-Gijón se trasladan bajo la dirección de Yayo Cáceres y la dramaturgia de Álvaro Tato al Siglo de Oro para ofrecernos un recital de gracia, verbo y presencia en el que se reparten y alternan los personajes para hacernos disfrutar con sus andanzas, descaros e impudicias

Los que hablan (Teatro del barrio). Sencillos y espontáneos que dicen lo que piensan, mas nunca piensan lo que dicen. Un cuadro, un fresco, un collage de humanidad en la combinación, la interacción y la unión de las voces, la presencia y la gestualidad de Malena Alterio y Luis Bermejo.

La voluntad de creer (Teatro Español). En el principio estuvo el verbo y la presencia, después la palabra y el cuerpo y finalmente el significado y la experiencia. Ese es el viaje escrito, dirigido y compartido por Pablo Messiez en un argumento que nos sitúa en una reunión familiar en el País Vasco.

La noria invisible (Teatro Español). Comedia dramática y drama risueño a la par, en el que la detallista dirección de José Troncoso se complementa con la retórica de su texto para ofrecer un espectáculo que nos llega, además de por lo que escuchamos y vemos, por la identificación que establecemos con sus personajes.

Tea Rooms (Teatro Fernán Gómez). Una dirección en la que cada personaje está trabajado tríplemente. Por sí mismo, en conexión con los demás y como parte de un protagonista que es el conjunto de todos ellos. Un enfoque que consigue una compenetración total entre texto y actrices, gesto, presencia y palabras.

Elogio de la estupidez (Teatro Español). Decía Forrest Gump que tonto es el que dice tonterías, también hay quien opina que los muy tontos son, en realidad, listos que viven de los tontos que se creen listos. Esta función podría ser utilizada a favor y en contra por partidarios de una corriente y de otra.

Sweet Dreams (Nave 73). No es solo un espectáculo individual o un monólogo al uso con distintos actos en el que su único personaje evoluciona, cambia y se enfrenta a sí mismo. Es también un diván, un folio en blanco y un confesionario en el que no hay más cera que la que arde y afirmaciones que las que se escuchan.

10 ensayos de 2022

Arte, periodismo de opinión y de guerra, análisis social desde un punto de vista tecnológico y político. Humanismo, historia y filosofía. Aproximaciones divulgativas y críticas. Visiones novedosas, reportajes apasionados y acercamientos interesantes. Títulos con los que conocer y profundizar, reflexionar y tomar conciencia de realidades y prismas quizás nunca antes contemplados.

“Otra historia del arte” de El Barroquista. Aproximación a la disciplina que combina la claridad de ideas con la explicación didáctica. Ensayo en el que su autor desmonta algunos de sus mitos a la par que da a conocer los principios por los que considera se ha de regir. Una propuesta de diálogo a partir del cambio de impresiones y de la suma de puntos de vista, sin intención alguna de asombrar o imponerse con su acervo académico.

“Arte (in)útil” de Daniel Gasol. Bajo el subtítulo “Sobre cómo el capitalismo desactiva la cultura”, este ensayo expone cómo el funcionamiento del triángulo que conforman instituciones, medios de comunicación y arte es contraproducente para nuestra sociedad. En lugar de estar al servicio de la expresión, la estética y el pensamiento crítico, la creación y la creatividad han sido canibalizadas por el mecanismo de la oferta y la demanda, el espectáculo mediático y la manipulación política.

«La desfachatez intelectual» de Ignacio Sánchez-Cuenca. Hay escritores y ensayistas a los que admiramos por su capacidad para imaginar ficciones e hilar pensamientos originales y diferentes que nos embaucan tanto por su habilidad en el manejo del lenguaje como por la originalidad de sus propuestas. Prestigio que, sin embargo, ensombrecen con sus análisis de la actualidad llenos de subjetividades, sin ánimo de debate y generalidades alejadas de cualquier exhaustividad analítica y validez científica.

“Amor América” de Maruja Torres. Desde Puerto Montt, en el sur de Chile, hasta Laredo en EE.UU., observando cómo queda México al otro lado del Río Grande. Diez semanas de un viaje que nació con intención de ser en tren, pero obligado por múltiples obstáculos a servirse también de métodos alternativos. Una combinación de reportaje periodístico y diario personal con el que su autora demuestra su saber hacer y autenticidad observando, analizando, recordando y relacionando.

“Guerras de ayer y de hoy” de Mikel Ayestaran y Ramón Lobo. Conversación entre dos periodistas dedicados a contar lo que sucede desde allí donde tiene lugar. Guerras, conflictos y entornos profesionales relatados de manera diferente, pero analizados, vividos y recordados de un modo semejante. Crítica, análisis e impresiones sobre los lugares y el tablero geopolítico en el que han trabajado, así como sobre su vocación.

“Privacidad es poder” de Carissa Véliz. Hemos asumido con tanta naturalidad la perpetua interconexión en la que vivimos que no nos damos cuenta de que esta tiene un coste, estar continuamente monitorizados y permitir que haya quien nos conozca de maneras que ni nosotros mismos somos capaces de concebir. Este ensayo nos cuenta la génesis del capitalismo de la vigilancia, el nivel que ha alcanzado y las posibles maneras de ponerle coto regulatorio, empresarial y social.

“Los rotos. Las costuras abiertas de la clase obrera” de Antonio Maestre. Ensayo que explica los frentes en los que se manifiesta actualmente la opresión del capitalismo sobre quienes trabajan bajo sus parámetros. Texto dirigido a quienes ya se sienten parte del proletariado, para que tomen conciencia de su situación, pero también a aquellos que no entienden por qué parte de sus miembros le han dado la espalda a sus circunstancias y abrazado opciones políticas contrarias a sus intereses.

“El infinito en un junco” de Irene Vallejo. Ensayo académico sobre el origen de la escritura y la consolidación de su soporte material, los libros. Confesión y testimonio personal sobre el papel que estos han desempeñado a lo largo de la vida de su autora. Y reflexión sobre cómo hemos conformado nuestra identidad cultural. La importancia y lo azaroso de los nombres, títulos y acontecimientos que están tras ella, y el poder de entendimiento, compresión y unión que generan.

«Historias de mujeres» de Rosa Montero. Dieciséis semblanzas que aúnan datos biográficos y análisis del contexto combinando el reportaje periodístico y el ensayo breve. Vidas, personalidades y acontecimientos narrados de manera literaria, con intención de hacer cercanas y comprensibles a quienes fueron ninguneadas o simplificadas. Una inteligente reivindicación del derecho a la igualdad sin caer en mitificaciones ni dogmas.

“El gobierno de las emociones” de Victoria Camps. Llevar una vida equilibrada exige una correcta combinación de razón y emoción. Formula diferente para cada persona según su nivel de autoconocimiento, el contexto y el propósito de cada momento. Aun así, tiene que haber un marco común que favorezca la comunicación personal y la convivencia social. Un contexto de conciencia y correcto ejercicio emocional que fomentar y mantener desde la educación, la justicia y la política.

“Una mujer sin importancia” de Oscar Wilde

Las diferencias entre sexos, pero también entre británicos y norteamericanos, así como entre pudientes y nobles y el resto de la sociedad. Un retrato ácido e irónico sobre el ser y el parecer plagado de juegos retóricos en base a contrastes e hipérboles en las que su autor, como es habitual en él, se revela inteligente y recurrente, a la par que crítico y sarcástico.  

Oscar Wilde se desenvuelve como pez en el agua escribiendo sobre la vida en sociedad, los encuentros mundanos, aquellos que se suponen motivados por la amistad, pero realmente impulsados por la imperiosa necesidad de huir del aburrimiento y del vacío interior. Mientras que para sus habitantes tienen algo maníaco y depresivo, él se divierte sacando a la luz su verdadera faz. Como si se tratara de un ejercicio freudiano, los pone a hablar hasta conseguir que liberen la verdad que no solo les desnuda, sino que demuestra su pobreza espiritual y su escasa moralidad. De ahí su contrariedad y su paradoja ya que resultan erigidos como dogma y representantes de todo lo contrario.

En Una mujer sin importancia, estrenada en Londres y Nueva York en 1893, se centra en tres asuntos. La pompa con que las clases altas del Imperio Británico organizan su vida social y las conversaciones que mantienen en dichas coordenadas. Centrados más en las apariencias y las formas, en las jerarquías y en los juegos de poder, que en establecer y mantener vínculos sinceros y humanamente enriquecedores. La diferencia que esto supone con respecto a los norteamericanos, a los que se dirigen con la curiosidad de la distancia, así como con la superioridad del eco colonial. Una suerte de grandilocuencia que aplican también sobre aquellos que no tienen títulos nobiliarios o una solvencia catastral y económica como la suya. Es decir, sobre cuantos tienen que trabajar. Y por último, el artificio de las convenciones que enfrentan a hombres y mujeres, impidiendo una relación sana, equilibrada y justa entre ambos sexos.

Wilde se desenvuelve en este embrollo y complejidad con una fineza elegante y sinuosa, organizando un divertimento en el que los similares a lo que muestra se sentirán halagados y los diferentes verán en ello una crítica mordaz. Podría interpretarse como un inteligente ejercicio de cinismo por la indisolubilidad de su admiración estética y su rechazo intelectual. Se aprecia su gusto y búsqueda de lo sensorial, pero también su abominación de cuanto limita o cancela la libertad individual. Aunque no queda claro si esto tiene que ver única y exclusivamente consigo mismo, con su condición de hombre, consciente de sus inclinaciones y satisfecho de sus actos, o si está también del lado de las mujeres que se ven perjudicadas por las injustas y caprichosas reglas morales con que solo se les juzga a ellas.

Estructurada en cuatro actos, este texto progresa yendo de lo genérico a lo concreto y de lo colectivo a lo individual. Un inicio en el que nos da las claves generales del mundo y de la sociedad en la que se adentra. Un desarrollo en el que crea una atmósfera espontánea, pero también inevitable, y expone las relaciones y roles de sus protagonistas. Y, finalmente, un desenlace más rítmico y dinámico en el que todo lo anterior se convierte en acción, con su consiguiente despliegue de causas y consecuencias, puntos de no retorno, giros y sorpresas que culminan la puesta a prueba tanto de las convenciones sociales (sexo fuera del matrimonio, madres solteras y mujeres con criterio propio) como de los recursos literarios (con aforismos tan sentenciosos como divertimentos lógicos).

Una mujer sin importancia, Oscar Wilde, 1892, Editorial Edaf.