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«Los planes de Dios» y la voluntad del hombre

Transgredir. Pero no con el ánimo de provocar o escandalizar. Sino de romper con el presente, cambiar las normas y conseguir que la libertad sea una realidad y no una utopía. Una propuesta que engancha por la buena voluntad de su puesta en escena y por su capacidad de conectar con sus espectadores de una manera completamente performativa.

Los planes de Dios parte del hecho de haber sido concebida durante el confinamiento que vivimos en la primavera de 2020. Rezuma ganas de escapar, eclosionar y transformar cuanto sea necesario para dar pie a un orden natural, que no nuevo porque cree que ya existe, pero por el que nadie se atreve a luchar de verdad. Su empeño es pasar de la teoría a la práctica arrasando la actual praxis social, política e intelectual. Sin embargo, el texto de José Andrés López, también intérprete y director, es sutil y reflexivo. Argumenta, expone y debate. No parte de afirmaciones contundentes, no arroja miradas concretas y tampoco concluye en juicios absolutos. Solo grita un basta ya, así no, suficiente, que hace confluir su presencia y su verbo con la mirada y la emoción de su espectador.

Su expresión parte de la necesidad. Manifestarse o morir. Gritar o ahogarse. Verbalizar o quedarse mudo de por vida. Y por ello es que la representación sobre el escenario no consiste solo en palabra y cuerpo, sino también en movimiento y energía. Interior unas veces y canalizada con orden. Exterior otras, adueñándose del cuerpo de José Andrés, manipulándolo y formateándolo a su antojo.

Además de personaje, de alguien con identidad propia, él también es el medio que intercede entre nosotros y ese plano más allá que nos hace prisioneros (a través de la enfermedad, los prejuicios o las dependencias), así como con ese otro que nos reclama auténticos. Su físico -guiado por la labor coreográfica de Silvi Mannequeen- es el campo de batalla en el que luchan las exigencias y las imposiciones contra las ilusiones y las posibilidades.

Entre proyecciones audiovisuales y grafismos firmados por Virginia Rota, y una ambientación musical que viaja entre lo hipnótico y lo sensual, de la mano de Carlos Gorbe (Tiananmen), José Andrés se entrega completamente a su cometido. Se transforma física y emocionalmente, metamorfosis en la que se ve acompañado por un vestuario y una caracterización evocadora del movimiento punk. Muy propio para su propósito de plasmar el conflicto, la sumisión y la agresividad que todo individuo vive, siente y transmite a su vez en la distopia en la que está inmerso.

Conflicto que marca tanto su relación consigo mismo como con la sociedad de la que forma parte y con la maquinaria que supuestamente le controla, conduce y determina. Una bomba de relojería que nos deja con la duda de si la suya es una propuesta catártica, un grito ahogado que nos reclama abrir los ojos, ser valientes y actuar, o un ejercicio de escapismo tras el cual volver a la zona de confort de la opresión, la queja y el lamento en el que estamos instalados.

Los planes de Dios, en Nave 73 (Madrid).

10 textos teatrales de 2020

Este año, más que nunca, el teatro leído ha sido un puerta por la que transitar a mundos paralelos, pero convergentes con nuestra realidad. Por mis manos han pasado autores clásicos y actuales, consagrados y desconocidos para mí. Historias con poso y otras ajustadas al momento en que fueron escritas.  Personajes y tramas que recordar y a los que volver una y otra vez.  

“Olvida los tambores” de Ana Diosdado. Ser joven en el marco de una dictadura en un momento de cambio económico y social no debió ser fácil. Con una construcción tranquila, que indaga eficazmente en la identidad de sus personajes y revela poco a poco lo que sucede, este texto da voz a los que a finales de los 60 y principios de los 70 querían romper con las normas, las costumbres y las tradiciones, pero no tenían claros ni los valores que promulgar ni la manera de vivirlos.

“Un dios salvaje” de Yasmina Reza. La corrección política hecha añicos, la formalidad adulta vuelta del revés y el intento de empatía convertido en un explosivo. Una reunión cotidiana a partir de una cuestión puntual convertida en un campo de batalla dominado por el egoísmo, el desprecio, la soberbia y la crueldad. Visceralidad tan brutal como divertida gracias a unos diálogos que no dejan títere con cabeza ni rincón del alma y el comportamiento humano sin explorar.

“Amadeus” de Peter Shaffer. Antes que la famosa y oscarizada película de Milos Forman (1984) fue este texto estrenado en Londres en 1979. Una obra genial en la que su autor sintetiza la vida y obra de Mozart, transmite el papel que la música tenía en la Europa de aquel momento y lo envuelve en una ficción tan ambiciosa en su planteamiento como maestra en su desarrollo y genial en su ejecución.

“Seis grados de separación” de John Guare. Un texto aparentemente cómico que torna en una inquietante mezcla de thriller e intriga interrogando a sus espectadores/lectores sobre qué define nuestra identidad y los prejuicios que marcan nuestras relaciones a la hora de conocer a alguien. Un brillante enfrentamiento entre el brillo del lujo, el boato del arte y los trajes de fiesta de sus protagonistas y la amenaza de lo desconocido, la violación de la privacidad y la oscuridad del racismo.

“Viejos tiempos” de Harold Pinter. Un reencuentro veinte años después en el que el ayer y el hoy se comunican en silencio y dialogan desde unas sombras en las que se expresa mucho más entre líneas y por lo que se calla que por lo que se manifiesta abiertamente. Una enigmática atmósfera en la que los detalles sórdidos y ambiguos que florecen aumentan una inquietud que acaba por resultar tan opresiva como seductora.

“La gata sobre el tejado de zinc caliente” de Tennessee Williams. Las múltiples caras de sus protagonistas, la profundidad de los asuntos personales y prejuicios sociales tratados, la fluidez de sus diálogos y la precisión con que cuanto se plantea, converge y se transforma, hace que nos sintamos ante una vivencia tan intensa y catártica como la marcada huella emocional que nos deja.

“Santa Juana” de George Bernard Shaw. Además de ser un personaje de la historia medieval de Francia, la Dama de Orleans es también un referente e icono atemporal por muchas de sus características (mujer, luchadora, creyente con relación directa con Dios…). Tres años después de su canonización, el autor de “Pygmalion” llevaba su vida a las tablas con este ambicioso texto en el que también le daba voz a los que la ayudaron en su camino y a los que la condenaron a morir en la hoguera.

“Cliff (acantilado)” de Alberto Conejero. Montgomery Clift, el hombre y el personaje, la persona y la figura pública, la autenticidad y la efigie cinematográfica, es el campo de juego en el que Conejero busca, encuentra y expone con su lenguaje poético, sus profundos monólogos y sus expresivos soliloquios el colapso neurótico y la lúcida conciencia de su retratado.

“Yo soy mi propia mujer” de Doug Wright. Hay vidas que son tan increíbles que cuesta creer que encontraran la manera de encajar en su tiempo. Así es la historia de Charlotte von Mahlsdorf, una mujer que nació hombre y que sin realizar transición física alguna sobrevivió en Berlín al nazismo y al comunismo soviético y vivió sus últimos años bajo la sospecha de haber colaborado con la Stasi.

“Cuando deje de llover” de Andrew Bovell. Cuatro generaciones de una familia unidas por algo más que lo biológico, por acontecimientos que están fuera de su conocimiento y control. Una historia estructurada a golpe de espejos y versiones de sí misma en la que las casualidades son causalidades y nos plantan ante el abismo de quiénes somos y las herencias de los asuntos pendientes. Personajes con hondura y solidez y situaciones que intrigan, atrapan y choquean a su lector/espectador.

10 ensayos de 2020

La autobiografía de una gran pintora y de un cineasta, un repaso a las maneras de relacionarse cuando la sociedad te impide ser libre, análisis de un tiempo histórico de lo más convulso, discursos de un Premio Nobel, reflexiones sobre la autenticidad, la dualidad urbanidad/ruralidad de nuestro país y la masculinidad…

“De puertas adentro” de Amalia Avia. La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

“Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical” de Alex Espinoza. Desde tiempos inmemoriales la mayor parte de la sociedad ha impedido a los homosexuales vivir su sexualidad con la naturalidad y libertad que procede. Sin embargo, no hay obstáculo insalvable y muchos hombres encontraron la manera de vehicular su deseo corporal y la necesidad afectiva a través de esta práctica tan antigua como actual.  

“Pensar el siglo XX” de Tony Judt. Un ensayo en formato entrevista en el que su autor recuerda su trayectoria personal y profesional durante la segunda mitad del siglo, a la par que repasa en un riguroso y referenciado análisis de las causas que motivaron y las consecuencias que provocaron los acontecimientos más importantes de este tiempo tan convulso.

“La maleta de mi padre” de Orhan Pamuk. El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

“El naufragio de las civilizaciones” de Amin Maalouf. Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor.

“A propósito de nada” de Woody Allen. Tiene razón el neoyorquino cuando dice que lo más interesante de su vida son las personas que han pasado por ella. Pero también es cierto que con la aparición y aportación de todas ellas ha creado un corpus literario y cinematográfica fundamental en nuestro imaginario cultural de las últimas décadas. Un legado que repasa hilvanándolo con su propia versión de determinados episodios personales.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset. ¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos?

“La España vacía” de Sergio del Molino. No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee. Reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman. Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización.

“Yo soy mi propia mujer” de Doug Wright

Hay vidas que son tan increíbles que cuesta creer que encontraran la manera de encajar en su tiempo. Así es la historia de Charlotte von Mahlsdorf, una mujer que nació hombre y que sin realizar transición física alguna sobrevivió en Berlín al nazismo y al comunismo soviético y vivió sus últimos años bajo la sospecha de haber colaborado con la Stasi.

En 1992 el Gobierno Alemán otorgó la Cruz Federal al Mérito a una figura pública de lo más peculiar. Un hombre, Lothar Belfede, nacido en 1928 que, sintiéndose mujer, se vistió y se comportó como tal desde su adolescencia, sobreviviendo tanto a los oficiales de las SS que patrullaban su ciudad como a los bombardeos soviéticos durante la II Guerra Mundial y desarrollando su vida con aparente normalidad durante el régimen posterior. Época en la que dio forma en su casa a un museo sobre objetos cotidianos de finales del siglo XIX y reconstruyó en su sótano la taberna Mulackritze, un local de ambiente gay sito en un edificio que la administración comunista demolió a principios de los 60.

Una biografía con tintes casi heroicos hasta que, ya en democracia, salieron a la luz los archivos de los antiguos servicios secretos de la RDA y en ellos aparecía su nombre como el de uno de sus miles de confidentes. ¿Se había visto obligada a ejercer como tal al igual que otros muchos de sus conciudadanos? ¿Fue su salvoconducto para poder vivir siendo fiel a sí misma? ¿Era la suya una personalidad fingida? ¿Reveló en algún momento información que pusiera a alguien en peligro?

Si todo lo anterior ya hacía de ella alguien de lo más interesante, estos interrogantes a los que nunca respondió hicieron que escribir sobre su personalidad y biografía, con el fin de convertirla en un personaje teatral, se convirtiera en todo un reto para Doug Wright. Tal y como cuenta el dramaturgo en el prólogo de esta edición, cambió su planteamiento inicial de realizar un retrato tradicional por el de mostrar su proceso de conocimiento del personaje a través de las conversaciones que mantuvieron y la lectura de la mucha documentación a que tuvo acceso. Tanto lo publicado por la prensa, como el mencionado informe administrativo o la literatura firmada a principios del s. XX por Magnus Hirschfeld sobre la cuestión del tercer sexo y el travestismo y sugerida por la propia Charlotte.   

De esta manera, Wright estructura su texto como si se tratara de una combinación de realidad y metaliteratura. Cuanto ocurre es auténtico, sucedió, la vida de von Mahlsdorf por un lado y por otro, el proceso de elaboración creativa en torno a su personalidad, su manera de relacionarse y las personas con las que lo hacía. Todo ello converge en una apasionante sucesión de capítulos convenientemente seleccionados y editados como escenas hilvanadas sin descanso para, sin faltar a las luces y las sombras de la verdad, las aristas de la moral y la duda sobre cómo ser capaz de ser fiel a la identidad sexual auto percibida en un entorno hostil, formar un relato dramático tan convincente en su mensaje como efectivo en su forma.  

Una propuesta teatral de más de treinta personajes concebidos para ser encarnados por un único intérprete, y tal y como indica su autor, sin cambios de vestuario y con el apoyo de una escenografía mínima. Todo un reto para el actor al que le sea encomendada esta misión, como debió serlo para Jefferson Mays en su estreno en el off-Broadway neoyorquino en 2003 o para Joel Joan en Barcelona en 2008. Una muestra más de la genialidad que esconde Yo soy mi propia mujer y que le valió a Doug Wright el Premio Pulitzer de Teatro en 2004.

I am my own wife, Doug Wright, 2004, Farrar, Straus and Giroux Books.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset

¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos? ¿Qué ocurre si no somos capaces de distinguir entre unas y otras coordenadas? ¿Qué pasa si vivimos lo imaginado como si fuera lo auténtico y viceversa?

Carpe diem decimos. Aprovecha, disfruta el momento, deja atrás el pasado, que te estás perdiendo el presente y no te vas a dar cuenta de que llega el futuro. Una manera como tantas otras de no vivir, experimentar y protagonizar el aquí y ahora en que se está desarrollando nuestras vidas. ¿Por qué lo hacemos? Podríamos suponer mil y un motivos, la presión de los objetivos (personales, laborales), los estímulos del entorno (las promesas afectivas, publicitarias), la insatisfacción vital (con nuestra pareja, familia, amigos, trabajo) o incluso por desequilibrios internos (emocionales, aunque si adquieren tintes psiquiátricos quedan fuera de lo que se analiza en este título).

Clément Rosset comienza su exposición relatándonos que, en ocasiones, actuamos conscientemente con la pretensión de ir en contra del destino, para que no se cumpla aquello que este nos ha anunciado como si fuera un oráculo. Y paradójicamente todo cuanto hacemos, pensando que vamos en dirección contraria, provoca que ocurra sin darnos cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Huyendo de la realidad, hemos construido otra que ha resultado ser la que tenía que ser. ¿Tenía sentido intentar escapar de ella? ¿Es imposible lograrlo? ¿Cuál era la auténtica, la que vivíamos o aquella de la que escapábamos y que ha terminado siendo la que se ha impuesto?

También puede ser que creamos o nos situemos en otra realidad, en un mundo paralelo. ¿Cómo se activa ese mecanismo? ¿Cómo vivimos aquí mientras estamos allí? ¿Qué efecto causa aquí lo que creemos hacer allí? ¿Cómo nos tomaremos el día que descubramos dónde está lo original y dónde la copia? ¿Seremos capaces de tolerarlo, de desmontar lo falso y reconstruir lo verdadero?

Es posible incluso que la manera de huir del presente no sea desdoblando el acontecimiento profetizado o la realidad que nos incluye, sino duplicándonos a nosotros mismos. Que el yo que siento ser tome por otro, y no por un reflejo, a ese que ve en el espejo, y que incluso tome a ese ser que percibe por el yo que cree encarnar. ¿Qué efecto tendrá en su mundo su comportamiento? ¿Cuál de los dos yoes es el que se propone y cuál el que responde? ¿Qué le ocurre al que se muestra y le sucede al que queda ocultado? ¿Es cada uno de ellos consciente de la existencia del otro? ¿Cómo se relacionan entre ellos?

Una exposición filosófica sobre la existencia y la identidad individual, y un ejercicio de reflexión incluso psicológica sobre el comportamiento humano que Rosset expone con gran profundidad intelectual. Pero también con suma transparencia gracias a su hábil manejo del lenguaje, de la claridad de su exposición narrativa y de los referentes literarios, artísticos y del pensamiento que utiliza para ejemplificar su propuesta.

Lo real y su doble, Clément Rosset, 1976, Editorial Hueders.

10 textos teatrales de 2019

Títulos clásicos y actuales, títulos que ya forman parte de la historia de la literatura y primeras ediciones, originales en inglés, español, noruego y ruso, libretos que he visto representadas y otros que espero llegar a ver interpretados sobre un escenario.

«¿Quién teme a Virginia Woolf?» de Edward Albee. Amor, alcohol, inteligencia, egoísmo y un cinismo sin fin en una obra que disecciona tanto lo que une a los matrimonios aparentemente consolidados como a los aún jóvenes. Una crueldad animal y sin límites que elimina pudores y valores racionales en las relaciones cruzadas que se establecen entre sus cuatro personajes. Un texto que cuenta como pocas veces hemos leído cómo puede ser ese terreno que escondemos bajo las etiquetas de privacidad e intimidad.

«Un enemigo del pueblo» de Henrik Ibsen. “El hombre más fuerte es el que está más solo”, ¿cierto o no? Lo que en el siglo XIX escandinavo se redactaba como sentencia, hoy daría pie a un encendido debate. Leída en las coordenadas de democracia representativa y de libertad de prensa y expresión en las que habitamos desde hace décadas, la obra escrita por Ibsen sobre el enfrentamiento de un hombre con la sociedad en la que vive tiene muchos matices que siguen siendo actuales. Una vigencia que junto a su extraordinaria estructura, ritmo, personajes y diálogos hace de este texto una obra maestra que releer una y otra vez.

“La gaviota” de Antón Chéjov. El inconformismo vital, amoroso, creativo y artístico personificado en una serie de personajes con relaciones destinadas –por imperativo biológico, laboral o afectivo- a ser duraderas, pero que nunca les satisfacen plenamente. Cuatro actos en los que la perfecta exposición y desarrollo de este drama existencial se articulan con una fina y suave ironía que tiene mucho de crítica social y de reflexión sobre la superficialidad de la burguesía de su tiempo.

«La zapatera prodigiosa» de Federico García Lorca. Entre las múltiples lecturas que se pueden aplicar a esta obra me quedo con dos. Disfrutar sin más de la simpatía, el desparpajo y la emotividad de su historia. Y profundizar en su subtexto para poner de relieve la desigual realidad social que hombres y mujeres vivían en la España rural de principios del siglo XX. Eso sí, ambas quedan unidas por la habilidad de su autor para demostrar la profundidad emocional y la belleza que puede llegar a tener y causar la transmisión oral de lo cotidiano.

«La chunga» de Mario Vargas Llosa. La realidad está a mitad de camino entre lo que sucedió y lo que cuentan que pasó, entre la verdad que nadie sabe y la fantasía alimentada por un entorno que no tiene nada que ofrecer a los que lo habitan. Una desidia vital que se manifiesta en diálogos abruptos y secos en los que los hombres se diferencian de los animales por su capacidad de disfrutar ejerciendo la violencia sobre las mujeres. Mientras tanto, estas se debaten entre renunciar a ellos para mantener la dignidad o prestarse a su juego cosificándose hasta las últimas consecuencias.

“American buffalo” de David Mamet. Sin más elementos que un único escenario, dos momentos del día y tres personajes, David Mamet crea una tensión en la que queda perfectamente expuesto a qué puede dar pie nuestro vacío vital cuando la falta de posibilidades, el silencio del entorno y la soledad interior nos hacen sentir que no hay esperanza de progreso ni de futuro.

“The real thing” de Tom Stoppard. Un endiablado juego entre la ficción y la realidad, utilizando la figura de la obra dentro de la obra, y la divergencia del lenguaje como medio de expresión o como recurso estético. Puntos de vista diferentes y proyecciones entre personajes dibujadas con absoluta maestría y diálogos llenos de ironía sobre los derechos y los deberes de una relación de pareja, así como sobre los límites de la libertad individual.

“Tales from Hollywood” de Christopher Hampton. Cuando el nazismo convirtió a Europa en un lugar peligroso para buena parte de su población, grandes figuras literarias como Thomas Mann o Bertold Brecht emigraron a un Hollywood en el que la industria cinematográfica y la sociedad americana no les recibió con los brazos tan abiertos como se nos ha contado. Christopher Hampton nos traslada cómo fueron aquellos años convulsos y complicados a través de unos personajes brillantemente trazados, unas tramas perfectamente diseñadas y unos diálogos maestros.

“Los Gondra” y “Los otros Gondra” de Borja Ortiz de Gondra. Gondra al cubo en un volumen que reúne dos de los montajes teatrales que más me han agitado interiormente en los últimos años. Una excelente escritura que combina con suma delicadeza la construcción de una sólida y compleja estructura dramática con la sensible exposición de dos temas tan sensibles -aquí imbricados entre sí- como son el peso de la herencia, la tradición y el deber familiar con el dolor, el silencio y el vacío generados por el terrorismo.

“This was a man” de Noël Coward. En 1926 esta obra fue prohibida en Reino Unido por la escandalosa transparencia con que hablaba sobre la infidelidad, las parejas abiertas y la libertad sexual de hombres y mujeres. Una trama sencilla cuyo propósito es abrir el debate sobre en qué debe basarse una relación amorosa. Diálogos claros y directos con un toque ácido y crítico con la alta sociedad de su tiempo que recuerdan a autores anteriores como Oscar Wilde o George B. Shaw.

«The real thing» de Tom Stoppard

Un endiablado juego entre la ficción y la realidad, utilizando la figura de la obra dentro de la obra, y la divergencia del lenguaje como medio de expresión o como recurso estético. Puntos de vista diferentes y proyecciones entre personajes dibujadas con absoluta maestría y diálogos llenos de ironía sobre los derechos y los deberes de una relación de pareja, así como sobre los límites de la libertad individual.

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Con Tom Stoppard (Jumpers, Rosencrantz y Guildenstern han muerto,…) nunca debes bajar la guardia. No des nada por sentado. En cualquier momento lo que creías que era de una determinada manera resulta ser de la contraria. Súmese a esto que no solo el arte de la pintura juega al cuadro dentro del cuadro, el teatro es igual de capaz. Con la diferencia de que su planteamiento visual (escenográfico) no es más que la punta de lanza de lo emocional y lo espiritual en que envuelve a sus lectores/espectadores. Así, esta obra resulta articulada por varios tour de force en los que la realidad resulta ser ficción, o no, y en los que se ve que esta puede imitarla e inspirarla a partes iguales.

La función se inicia con Charlotte saludando a Max a su vuelta de un viaje a Suiza. Falso. Ella no fue y él lo ha descubierto inmiscuyéndose en su intimidad. La siguiente escena parece una reproducción de aquella, pero resulta ser la realidad en la que los dos actores comentan junto al autor -Henry, marido de Charlotte- lo que no era más que una representación teatral. Con la entrada en escena de Annie, esposa de Max y también actriz, se completa el rectángulo protagonista de personalidades y relaciones. Hasta que se produce un descubrimiento que provoca un cruce inesperado de personajes que da pie a una nueva realidad.

En su juego metaliterario, The real thing avanza mostrándonos que las nuevas coordenadas pueden chocar con otra forma más retorcida de ficción, nuestra imaginación. Pero no con las expectativas o los deseos que tenemos respecto a nosotros mismos, sino con los que proyectamos sobre aquel al que supuestamente amamos y con quien decimos queremos crear y desarrollar un proyecto de vida. Los celos, la infidelidad o la necesidad de un espacio propio suponen entonces un riesgo tanto cuando hay pruebas fundamentadas para ello, como cuando se buscan y lo que te encuentras es a Billy sin saber si responde a lo que crees que es.

O puede ser que la realidad se dé de bruces consigo mismo. He ahí el conflicto entre padres e hijos, entre Henry y Debbie, con visiones diferentes sobre el sexo o las relaciones. O que lo haga porque lo que ofrece no tiene nada que ver con lo que consideramos que tendría que ser en términos de justicia y equidad, provocando comportamientos -como los de Brodie- con los que unos empatizan (Annie) considerándolos comprensibles y otros (Henry) los rechazan por su violencia. Dando pie a un triángulo que pone a prueba, nuevamente, lo que parecía consolidado.

Por último, el conflicto entre la realidad y la ficción -entre Henry y Brodie- puede surgir también por la manera en que ambas se relacionan. ¿Ha de ser la primera contada por quienes la vivieron para así tener una imagen fiel de ella? ¿O su recreación queda falseada si es relatada por quienes no estuvieron allí mediante un uso literario  -y por tanto esteta- del lenguaje? ¿Qué tiene más valor? ¿Qué narración resulta más efectiva?

Todas estas cuestiones son las que Tom Stoppard simultanea en The real thing, haciendo que su desarrollo sea tan intenso y absorbente como hipnótico y seductor. Un viaje de múltiples trayectos en el que el plano único cronológico convive con la paradoja de la simultaneidad y que en 1984, dos años después de su estreno, llegó a Nueva York en un montaje dirigido por Mike Nichols e interpretado por Jeremy Irons, Glenn Close y Cynthia Nixon, entre otros.

The real thing, Tom Stoppard, 1982, Faber & Faber.

“Todo es una mierda y eres una mala persona” de Daniel Zomparelli

Colección de relatos que no tienen nada de divertido pero que se toman con mucho humor el absurdo y la incapacidad para relacionarnos y congeniar con que nos desenvolvemos en nuestro día a día. Historias que no se plantean porqués ni tienen ánimo de trascendencia, pero que con sencillez narrativa y claridad expositiva dejan ver la soledad y la neurosis con que manejamos la tecnología y nos relacionamos en la sociedad actual.

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Quizás las apps acaben dando pie a una renovación del subgénero de la literatura epistolar. Quién sabe si llegaremos a leer una versión whatsapp con emitoconos de Las amistades peligrosas, pero lo cierto es que algunas de las conversaciones de los muchos millones que tienen lugar vía móvil hoy en día tienen una carga de autenticidad que las hace merecedoras de nuestra atención  desde el punto de vista creativo y expresivo. Ese supuesto es el que tienen tras de sí algunas de estas historias cortas de Daniel Zomparelli en las que las vidas de muchos hombres gays están marcadas por sus neurosis, la tecnología como canal del que se sirven para relacionarse y las exigencias de imagen (físico, pareja, éxito laboral y social,…) del entorno en el que viven.

No todos los relatos (32 en total) de Todo es una mierda y tú eres una mala persona (título que da para meme y para sentencia con la que dejar sin aliento a quien se la dirijas) parten de aplicaciones de contacto. Otros plantean como verosímiles aquellas realidades paralelas que solo creen los que las habitan. Mundos imposibles que utilizamos para justificar relaciones que no teníamos que haber comenzado, finales que no asumimos o un día a día en el que no somos capaces de mirarnos al espejo por miedo a ver el sinsentido de lo que estamos haciendo al lado de esa persona a la que aceptamos y/o utilizamos como excusa para no hacer frente a nuestros miedos, inseguridades y limitaciones.

A partir de aquí Zomparelli deja vagar libremente su imaginación para construir historias en las que podemos identificar con claridad los diferentes planos de realidad e ilusión que combina en ellos. Nos hace reír, sí, pero cuando la sonrisa se desvanece queda un poso amargo, un punto medio entre la imposibilidad y la incapacidad, en el que no sabemos si estamos negados para el equilibrio emocional o es que vivimos en un mundo que no lo permite de ninguna manera. Cuestión aparte es cuan pasivos o activamente responsables somos de esta eventualidad.

Algo que apoya desde un punto de vista formal en el que, sin caer en la simplicidad, elude cualquier tipo de complejidad narrativa. Su intención es la de exponer con claridad las personalidades, los contextos, los entornos y las dinámicas que se combinan en estos cuadros de hombre joven, urbano y gay que nos expone. Unos más cotidianos, otros más excepcionales, el resultado son una serie de fotos sobre las que proyectar el prólogo que consideremos, pero en cuya representación de desorden y desconcierto quedar momentáneamente fijados. Y ya después dejar fluir en nuestro interior el epílogo a que podríamos dar pie de ser los protagonistas de lo que hemos leído.

«Verano 1993»

El mundo interior de los niños es tan rico como inexplorable para los adultos, todo en él es oportunidad y descubrimiento. El de sus mayores es contradictorio, lo mismo regala abrazos y atenciones que responde con silencios sin lógica alguna, conversaciones incomprensibles y comportamientos inexplicables.  Entre esas dos visiones se mueve de manera equilibrada esta ópera prima, delicada y sutil en la exposición de sus líneas argumentales, honesta y respetuosa con sus personajes y cómplice y guía de sus espectadores.

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Ver la ciudad de Barcelona difuminarse desde el asiento trasero de un coche, al médico recetar anhistamínicos desde la camilla de exploración, a una madre llevarse abruptamente a tu compañera de juegos,…, momentos en la vida de Frida que no entiende muy bien porqué ocurren, pero que algún día comprenderá, cuando tenga la información necesaria para ello.

Nosotros no tenemos seis años como esta niña que se ha ido a vivir con sus tíos, pero compartimos con ella que nadie nos hace explícito qué está ocurriendo. Lo tendremos que ir descubriendo a través de pequeños gestos y retazos de conversaciones, instantes sin importancia para los adultos pero que se convierten en imperceptibles puntos de inflexión para aquellos que no les llegan ni a la cintura. Momentos en los que ambas generaciones conectan sin proponérselo, los primeros se dejan abierta la puerta de su adultez y supuesta madurez y los segundos entran en esa dimensión buscando respuestas a preguntas e inquietudes sobre el futuro, así como sobre las ausencias y la muerte, que nadie les responde.

Verano 1993 muestra con absoluta naturalidad la ingenuidad, sencillez y limpieza espiritual tanto de ese tiempo compartido como de aquel en el que los menores exploran, descubren y se dejan llevar por los estímulos del alrededor.  Ese en el que no existe contaminación acústica ni visual, el camino está por trazar y la guía es la del impulso interior. Un presente en el que se quiere conocer cuáles pueden ser las consecuencias de actos que aún no se saben medir, en el que no se le pone la etiqueta de imposible a nada y se puede vivir combinando perfectamente la fantasía y la realidad.

El trabajo de dirección de Carla Simón es formidable a la hora de retratar las tres realidades que conviven en esta masía en la Girona rural, el de las niñas, el de estas cuando se relacionan con sus mayores y el lejano aunque protector, pero también normativo, de estos. Su punto de vista varía muy sutilmente, lo justo para hacernos notar las diferencias, pero sin posicionarse ni alterar la unión y la distancia que hay entre ellas.

A su vez, el servirse de Frida como guía e hilo conductor entre todos ellos, nos permite entrar en otra dimensión y constatar cómo desde tan pronta edad –además de tener otro tempo a la hora de observar y asimilar- se perciben las diferencias, los prejuicios y los valores y cómo brotan, se alimentan y conducen los afectos. Un reto en el que juegan un papel fundamental Bruna Cusi y David Verdaguer, los tíos convertidos también en padres y dos actores tan resueltos como eficaces, discretos en sus papeles como secundarios pero sabiendo ser el referente fundamental de aquellos que viven bajo su protección.