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“Yerma” de Federico García Lorca

La maternidad vista como una tragedia más que como una alegría. La auto imposición del rol de madre sobre el de esposa o el de persona independiente y la incapacidad de aceptar lo que el destino dispone. La culpa en todas sus manifestaciones, como acusación y rencor, como castigo y remordimiento, también como miedo y fracaso. Tensión e intensidad combinadas con ruralidad, bucolismo y fantasía con tintes de superchería.

En ese análisis y síntesis de la actitud, valores y modos relacionales y comunicativos de la sociedad española que es parte de la obra teatral de Federico, unida con su acervo intelectual y su capacidad imaginativa y estética, Yerma es una estación fundamental. Escrita en 1934, y tras La zapatera prodigiosa (1930) y Bodas de sangre (1933), en ella vuelve a buscar, investigar e indagar en el sentido de los votos matrimoniales. En cuál debe ser la motivación por la que dos personas decidan unirse y construir un proyecto conjunto. Si por connivencia para hacerse compañía, porque se da entre ellos una pasión irrefrenable o si es obligatorio para cumplir los objetivos que impone la educación, reflejo de la moral que enmarca y condiciona cuanto hacemos, decimos y pensamos. 

Su protagonista, mujer inquieta porque aún no es madre tras llevar esposada dos años, depresiva porque sigue sin serlo meses después y enajenada y dispuesta a cuanto haga falta cuando ya ha transcurrido un lustro, resulta antecesora de Doña Rosita la soltera (1935). Al igual que ella después, la insatisfacción, frustración y obsesión de Yerma reside en su incomprensión de lo que está viviendo. El porqué la naturaleza no se pone de su parte y le niega la maternidad que desea, condenándola a una soledad magnificada por un marido con el que la incomunicación, el desapego y el rechazo es la norma. La desesperación, y la convicción de que no hay salida ni posibilidad de escapatoria ante lo que se siente como una condena injusta que, en la línea de Mariana Pineda (1927), tiñe su relato y su vivencia de principio a fin.  

Subyace el mandamiento de la honra, el cuidado con el qué dirán y la supeditación a la figura masculina, tal y como volverá a exponer en La casa de Bernarda Alba (1936). Aunque manejados de manera diferente, ambos títulos comparten la claustrofobia de los espacios interiores y la huida a ninguna parte de los exteriores. Campo en el que se cultivan las tierras de labranza, sustento alimenticio, laboral y patrimonial que también pone de manifiesto la animalidad que afecta al comportamiento humano. Plataforma, a su vez, para los ritos paganos basados en los elementos de la naturaleza, los ciclos estacionales y los cambios meteorológicos.

Este es uno de los elementos más potentes de Yerma, y en el que están presentes tanto el conocimiento de García Lorca de los coros del teatro clásico y de las comedias de William Shakespeare, como su gusto por el esteticismo del surrealismo que ya había practicado, especialmente en El público (1930). Se sobrentiende el papel invisible de la religión en todo lo que expone, pero las situaciones que, en cambio, hace visibles en determinadas escenas, son las de prácticas que aúnan la incredulidad y el desaliento con la brujería disfrazada de curandería. Manifestaciones cargadas unas veces de una presencia hipnótica y otras de una sensorial sensualidad.

Podría parecer que Yerma es la menos trágica de las tragedias de Lorca, que su argumento es más anímico o existencial, a diferencia de Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba donde el conflicto parte de las diferentes intenciones de sus protagonistas. Pero lo que revela su lectura es que, en la caverna de toda desgracia, en el reflejo platónico de la realidad que estas son siempre, la mente humana no rehúye nunca el abismo que pone en duda su estabilidad y en riesgo su propia vida.

Yerma, Federico García Lorca, 1934, Editorial Austral.

«La edad de la inocencia» de Edith Wharton

Ha pasado un siglo desde su publicación, pero esta novela sigue manteniendo la fuerza y visión que su autora le imprimió, haciendo que a pesar del tiempo transcurrido siga resultando actual.  Por la belleza, riqueza y hondura con que describe, califica y explica la banalidad y la complicación del mundo en el que se adentra. Y por el retrato que realiza de la alta sociedad neoyorkina de 1870, del inmovilismo de sus costumbres, de la desigualdad entre hombres y mujeres, y de la hipocresía y el cinismo tras todo ello.

LaEdadDeLaInocencia

La aparición de Ellen Olenska en un palco de la ópera de Nueva York revoluciona a cuantos están más pendientes de los asistentes que de la representación sobre el escenario. Entre ellos, Newland Archer que ve cómo la recién llegada se sitúa junto a la joven con la que espera casarse, May Welland, quien resulta ser prima de aquella.

La recién llegada de Europa, separada de su marido por voluntad propia, despierta un revuelo que no deja indiferente a nadie. Todos opinan, critican y juzgan no solo su decisión, sino también su actitud, dispuesta a ejercer vida social por sí misma, y no del brazo de un prometido, un marido, un padre o un hermano. Su sola presencia se convierte en una afrenta para aquellos que basan su imagen pública en la rigurosa demostración, que no necesariamente cumplimiento, de unos cánones relacionales, matrimoniales y familiares. Una recepción y enfrentamiento que no afecta a sus convicciones y seguridad personal, lo que la otorga un inquietante atractivo que resulta de lo más estimulante para Newland Archer.

Un ambiente y un triángulo de personajes que Edith Wharton maneja con maestría para mostrarnos el conservadurismo que regía la vida de la gente bien posicionada en el Nueva York de finales del siglo XIX. Una pequeña comunidad que aspiraba a diferenciarse de las grandes ciudades europeas del momento (París, Londres) en una ciudad que aún no quería ser la de las oportunidades, sino un enclave cerrado que daba la espalda a todos los que no acataran sus dictados, fueran acaudalados y contaran con un apellido reconocido.

Con Newland Archer como guía -entre Ellen Olenska como referente de lo que seduce hasta atrapar y de May Welland de lo que da la seguridad de tener un lugar-, Wharton nos cuenta con absoluta fineza y precisión las formalidades que conllevaban los noviazgos y los rituales de la vida matrimonial, los detalles a tener en cuenta a la hora de recibir invitados y las maneras de vestir más apropiadas en cada momento del día. Su narrativa no deja escapar nada, combinando la descripción de la belleza intrínseca de los elementos utilizados (florales, artísticos, mobiliarios,…) y de los lugares elegidos (paisajes a la vera del mar, el incipiente gran urbanismo estadounidense, los clubs sociales o las residencias de estilo colonial), con la explicación divulgativa del uso encorsetado que se hacía de los mismos (plagados de simbolismo y metáforas de estatus).

Una prosa de extraordinaria riqueza en la que conviven –simultáneamente incluso, pero sin llegar a diluirse entre sí- la asertividad del narrador omnisciente, la acidez del que sabe que el fruto tiene más matices de sabor de los que aparenta y el cálculo de quien deja que sean los hechos los que hablen por sí mismos. Así, lo que comienza como la descripción de la parte visible, de los usos y costumbres, de los valores y exigencias de la que se autoconsidera alta sociedad, poco a poco va tornando en un viaje lleno de avatares hacia todo lo que conlleva el deseo cuando combina la reciprocidad y la imposibilidad.

Así es como La edad de la inocencia va más allá de la localización y tiempo en que está ambientada y se desvela como una novela genial sobre la lucha por ser fiel a uno mismo, el sufrimiento por las exigencias del entorno y la impotencia por no encontrar la manera de conciliar el impulso interior con la convivencia exterior.

La edad de la inocencia, Edith Wharton, 1920, Tusquets Editores.

«The dinner party» de Neil Simon

Tres hombres y tres mujeres nos hablan sobre las relaciones, el amor y el desamor, el antes y el después del matrimonio en un texto que evoluciona de manera difusa entre la comedia ligera, la ironía y el sarcasmo. Su clímax está muy bien expuesto y dialogado, pero su sencilla resolución hace que no quede muy clara su verdadera intención.

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The Dinner party (2000) comienza resultando atractiva por la sugerencia de su localización, un restaurante de lujo en París, en La Cassette, el lugar en el que dos siglos atrás Napoleón y Josefina se citaban antes de estar casados. Súmese a ello la vestimenta de gala que lucen sus primeros invitados, dos hombres de traje que no se conocen. La conversación se inicia como la propia de personas que no saben si han de crear un vínculo entre sí o limitarse a la cortesía que marcan las normas básicas de educación. Incertidumbre a la que se le une que ninguno tiene ni idea de por qué se les ha convocado y que se acrecienta con la llegada de un tercero que no congenia con ninguno de ellos. Esto provoca que las diferencias, tanto de carácter como de valores y estilos de vida, entre los primeros comiencen a hacerse también evidentes.

El registro inicial de sus conversaciones es el de una comedia ligera basada en la fluidez de los diálogos y en la levedad de lo que relatan. Pero cuando comienzan a lanzarse dardos sarcásticos, casi hirientes, surge la duda del derrotero argumental en que esa tensión puede derivar. Clima que se acrecienta con la dualidad atracción y enfrentamiento entre hombres y mujeres cuando los personajes femeninos –hasta un total de tres- aparecen en escena. Las nuevas tramas relacionales que surgen nos dejan claro que es aquí a donde el autor de Descalzos por el parque (1963) nos quería conducir y aunque el trayecto ha sido entretenido, lo cierto es que ha sido innecesariamente largo.

La comedia torna entonces en una atmósfera agridulce. Su intención sigue siendo que sonriamos, pero también que reflexionemos sobre el amor, el compromiso, las relaciones, la empatía y el paso del tiempo. Las respuestas ingeniosas y las réplicas ácidas, a las que ya nos hemos acostumbrado, se contraponen con la propuesta que da la distancia temporal de la introspección sobre lo vivido y lo aprendido de los momentos buenos y los pasajes negativos de sus matrimonios -los seis personajes de The dinner party resultan estar divorciados-.

Un corazón argumental muy bien dialogado y con una carga dramática consistente, pero que no queda unido con solidez a lo que conocimos anteriormente. El sugerente simbolismo de la localización histórica parisina queda convertido en un recurso sin más para conseguir unas escasas líneas de conversación. La gracia de los primeros minutos de representación han perdido su fuerza a estas alturas, dejando en la memoria un eco de atmósfera de ascensor, de instantes tan inevitables como intrascendentes, solo aptos para aquellos no dispuestos a realizar ningún tipo de ejercicio creativo y/o mental. Más aún cuando su desenlace dura tanto como la apertura y cierre de puertas del elevador una vez que este llega llega al piso marcado por Neil y Simon se baja dejándonos dentro sin saber dónde vamos ni qué debemos hacer.

The Dinner Party, Neil Simon, 2000, Samuel French.

“Casa de muñecas” de Henrik Ibsen

Disección de los artificios, convenciones, exigencias y formalidades sobre las que se construye el modelo de pareja patriarcal, amparado en las presiones sociales y religiosas, y el papel instrumental e inferior en el que coloca a la mujer. Biografías, tramas y comportamientos estructurados en círculos, vasos comunicantes y espejos con los que su autor confronta a la sociedad de su tiempo -y a la de hoy- con sus hipocresías y contradicciones.  

No hay mayor riesgo de que las cosas se tuerzan que en el momento previo a que comiencen a ir bien. Después de tanto tiempo esperando, anhelando y deseando que los astros, los esfuerzos y las ilusiones se alineen para que, entonces, la realidad se muestre cruda, sincera y honesta y no te quede otra que reconocer la mentira de ayer y hoy para entregarte a la verdad de siempre. Eso es lo que le sucede a Nora. Tras perder hace años a su padre, y casi a su esposo por una terrible enfermedad, y no haber disfrutado la vida como le hubiera gustado, se prepara para llegar a final de mes sin problemas una vez que su marido asuma en breve la dirección del banco en el que ya trabaja como abogado.

Para mayor simbolismo, el cielo diáfano y despejado de sus coordenadas se nubla en una fecha tan señalada como es la de Nochebuena. Jornada cargada de simbolismo familiar, de amor puro y honesto, de humanidad empática, respetuosa y dadivosa. Algo que, a pesar de las sonrisas, las formas y la buena disposición, queda patente que es más artificio y fachada que la experiencia del día a día. Del pasado surgen una amiga a la que no ayudó como se merecía y un hombre del que se fio sin pensar los riesgos que para su matrimonio y su familia suponía comprometerse contractualmente con él. Los límites de lo moral y lo legal, con lo afectivo de por medio, quedan así expuestos y siendo cruzados a su vez, con la honra y los supuestos jerárquicos e intelectuales por los que un hombre es más que una mujer.

Al igual que había hecho en su obra anterior, Los pilares de la sociedad (1877), Ibsen realiza nuevamente un retrato objetivo de la sociedad de su tiempo. Inicia Casa de muñecas mostrando los roles masculinos y femeninos que se presuponen en el tiempo de su escritura, de manera que sus lectores/espectadores se sientan cómodos con su propuesta. La sacudida llega después cuando expone con total asertividad las fisuras de una construcción que a ellas las coarta, infantiliza y anula y a ellos les ensalza y obliga. Si hasta entonces sus diálogos, situaciones e interacciones habían sido certeros para mostrar lo que pretendía, en el tercer acto su validez y solidez resultan ser maestros por su atemporalidad y las múltiples lecturas que permiten, no solo dramatúrgica, sino también política y filosófica.

Se puede ver en ello una intención humanista, en contra de la cosificación de la mujer, que entroncaría con un enfoque feminista adelantado a su época. Aunque en este sentido hay que destacar que, más que igualdad, lo que Ibsen reclama es el derecho a ser uno mismo, a no ser manipulado, para de esa manera ser más auténtico y tener una vida mucho más serena y profunda en lo individual, y comprensiva e íntima en lo relacional. En cualquier caso, una visión en la que entran en juego valores como la honestidad, la lealtad y la fidelidad en los que seguiría ahondando en textos posteriores como Un enemigo del pueblo (1882).

Casa de muñecas, Henrik Ibsen, 1879, Editorial Losada.

10 novelas de 2021

Dos títulos a los que volví más de veinte años después de haberlos leído por primera vez. Otro más al que recurrí para conocer uno de los referentes del imaginario de un pintor. Cuatro lecturas compartidas con amigos y sobre las que compartimos impresiones de lo más dispar. Uno del que había oído mucho y bueno. Y dos más que leí recomendados por quienes me los prestaron y acertaron de pleno.

«Venus Bonaparte» de Terenci Moix. Una biografía que combina la magnanimidad de las múltiples facetas de la historia (política, arte, religión…) con lo más mundano (el poder, el amor, el sexo…) de los seres humanos. Un trabajo equilibrado entre los datos reales, basados en la documentación, y la libertad creativa de un escritor dotado de una extraordinaria capacidad expresiva. Una narrativa fluida que ahonda, analiza, describe y explica y unos diálogos ingeniosos y procaces, llenos de respuestas y sentencias brillantes.

«A sangre y fuego» de Manuel Chaves Nogales. Once episodios basados en otras tantas situaciones reales que demuestran que la violencia engendra violencia y que la Guerra Civil fue más que un conflicto bélico entre nacionales y republicanos. Los relatos escritos por este periodista en los primeros meses de 1937 son una joya narrativa que dejan claro que esta fue una guerra total en la que en muchas ocasiones los posicionamientos ideológicos fueron una disculpa para arrasar con todo aquel que no pensara igual.

«El lápiz del carpintero» de Manuel Rivas. Una narración que, además de los hechos, abarca las emociones de sus protagonistas y sus preguntas y respuestas planteándose el por qué y el para qué de lo que está ocurriendo. Un viaje hasta la Galicia violentada en el verano de 1936 por el alzamiento nacional y embrutecida por lo que derivó en una salvaje Guerra Civil y una despiadada dictadura.

«Drácula» de Bram Stoker. Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

“Alicia en el país de las maravillas” y «Alicia a través del espejo», de Lewis Carroll. No es la obra infantil que la leyenda dice que es. Todo lo contrario. Su protagonista de siete años nos introduce en un mundo en el que no sirven las convenciones retóricas y conceptuales con que los adultos pensamos y nos expresamos. Una primera parte más lúdica y narrativa y una segunda más intelectual que pone a prueba nuestras habilidades para comprender las situaciones en las que la lógica hace de las suyas.  

«Feria» de Ana Iris Simón. Narración entre la autobiografía, el fresco costumbrista y la mirada crítica sobre las coordenadas de nuestro tiempo desde la visión de una joven de treinta años educada para creer que cuando llegara a los treinta tendría el mundo a sus pies. Un texto que, jugando a la autenticidad de lo espontáneo, bordea el artificio de lo naif, pero que plasma muy bien la inmaterialidad que conforma nuestra identidad social, familiar y personal.

“A su imagen” de Jérôme Ferrari. La historia, el sentido, el poder y la función social del fotoperiodismo como hilo conductor de una vida y como medio con el que sintetizar la historia de una comunidad. Una escritura honda que combina equilibradamente puntos de vista y planos temporales, que descifra con precisión lo silente y revela la realidad de los vínculos entre la visceralidad y la racionalidad de la naturaleza humana.

«La ridícula idea de no volver a verte» de Rosa Montero. Lo que se inicia como una edición comentada de los diarios personales de Marie Curie se convierte en un relato en el que, a partir de sus claves más íntimas, su autora reflexiona sobre las emociones, las relaciones y los vínculos que le dan sentido a nuestra vida. Una prosa tranquila, precisa en su forma y sensible en su fondo que llega hondo, instalándose en nuestro interior y dando pie a un proceso transformador tras el que no volveremos a ser los mismos.

“Lo prohibido” de Benito Pérez Galdós. Las memorias de José María Bueno de Guzmán van de 1880 a 1884. Cuatro años de un fresco de la alta sociedad madrileña, de apariencias y despropósitos, dimes y diretes y tejemanejes sociales, políticos y económicos de los supuestamente adinerados y poderosos. Una superficie de lujo, buen gusto y saber estar que oculta una buena dosis de soberbia, corrupción, injusticia y perversión.

“Segunda casa” de Rachel Cusk. Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

«La ridícula idea de no volver a verte» de Rosa Montero

Lo que se inicia como una edición comentada de los diarios personales de Marie Curie se convierte en un relato en el que, a partir de sus claves más íntimas, su autora reflexiona sobre las emociones, las relaciones y los vínculos que le dan sentido a nuestra vida. Una prosa tranquila, precisa en su forma y sensible en su fondo que llega hondo, instalándose en nuestro interior y dando pie a un proceso transformador tras el que no volveremos a ser los mismos.

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La petición de prologar un breve volumen de los diarios de la ganadora de dos Premios Nobel (de Física en 1903 y de Química en 1911) abrió a Rosa Montero la puerta a una biografía con la que sus coordenadas vitales conectaron plenamente. A partir de una serie de cuestiones comunes, como la vivencia de la pérdida del compañero de vida o de sus reflexiones sobre los límites con que se encuentran las mujeres en su día a día para gozar de las mismas oportunidades que los hombres, la autora de La hija del caníbal o Te trataré como a una reina ofrece un relato doble. Relatarnos lo que ha conocido y cavilado sobre la vida personal y profesional de esa excepcional mujer, y compartir su propio duelo y las dimensiones hasta entonces desconocidas por las que ese proceso la ha hecho transitar.

Rosa ofrece una visión integral de Marie Curie, hilvanando su faceta de estudiante primero e investigadora después con las de hija, esposa y madre, pero también la individual, la de persona que una y otra vez ha de hacer frente a unas coordenadas que se lo pusieron muy difícil, por no decir casi imposible, por el hecho de ser mujer. Una visión que ensancha analizando, a través de la empatía y mediante un ejercicio de proyección de sí misma, las dificultades, frenos, silencios y rechazos del patriarcado que la hicieron dudar y le consumieron mucha energía en multitud de ocasiones, pero que nunca llegaron a vencerla.

De esta manera, su labor de mediadora entre Curie y nosotros adquiere una visión con tintes antropológicos con la que nos expone que sí, hemos evolucionado, pero que aún queda un poso conductual profundamente arraigado en nuestro interior que hace que cada generación se vea sometida a los dictados de la anterior, y que cada mujer sienta el impulso de verse supeditada a su pareja. Un hilo narrativo expuesto sin tintes dogmáticos, con la templanza de la experiencia, entonando incluso un mea culpa, pero sin resignarse a que este desajuste de milenios pueda ser resuelto en un futuro por concretarse.

Una proyección en el tiempo que no pueden hacer las personas que ven cómo fallece esa persona con la que pensaban compartir el resto de sus vidas. Una brecha abismal que un día se abrió de manera repentina en el suelo que pisaban Marie Curie y Rosa Montero, cada una en un lugar y tiempo diferente, y que les hizo plantearse el sentido de cuanto formaba su vida.

Los textos de la primera, escritos desde pocos días después del atropello de Pierre Curie hasta casi un año después, exponen un dolor y un vacío que parece anclarla a un tiempo que ya no es presente pero que aún no siente como pasado. La segunda comparte su vivencia y el proceso de recomposición y reflexión interior que siguió en los días, semanas y meses posteriores de su pérdida. Una experiencia dura, complicada, para la que no se tienen manuales de instrucciones ni referentes y cuyo objetivo -a pesar de la tremenda dificultad y esfuerzo que conlleva- no debe ser salir, olvidar o dejar atrás, sino integrar lo sucedido y convivir plenamente con los recuerdos en la vida diferente a la que esperabas y que comienzas a vivir.

El tratamiento y exposición de la figura y biografía de Marie Curie que Rosa Montero realiza es muy notable. Pero cuando esto lo enlaza con sus reflexiones y experiencia, sin llegar a caer en la auto ficción que dice rechazar, La ridícula idea de no volver a verte resulta una lectura única y muy singular, profundamente emotiva y emocionante, en la que no se ve a la escritora sino a una persona que muestra su intimidad con una sinceridad mucho más honda de la que solemos practicar y una serenidad que solo las personas en paz consigo mismas son capaces de transmitir.

La ridícula idea de no volver a verte, Rosa Montero, 2013, Seix Barral.

10 textos teatrales de 2020

Este año, más que nunca, el teatro leído ha sido un puerta por la que transitar a mundos paralelos, pero convergentes con nuestra realidad. Por mis manos han pasado autores clásicos y actuales, consagrados y desconocidos para mí. Historias con poso y otras ajustadas al momento en que fueron escritas.  Personajes y tramas que recordar y a los que volver una y otra vez.  

“Olvida los tambores” de Ana Diosdado. Ser joven en el marco de una dictadura en un momento de cambio económico y social no debió ser fácil. Con una construcción tranquila, que indaga eficazmente en la identidad de sus personajes y revela poco a poco lo que sucede, este texto da voz a los que a finales de los 60 y principios de los 70 querían romper con las normas, las costumbres y las tradiciones, pero no tenían claros ni los valores que promulgar ni la manera de vivirlos.

“Un dios salvaje” de Yasmina Reza. La corrección política hecha añicos, la formalidad adulta vuelta del revés y el intento de empatía convertido en un explosivo. Una reunión cotidiana a partir de una cuestión puntual convertida en un campo de batalla dominado por el egoísmo, el desprecio, la soberbia y la crueldad. Visceralidad tan brutal como divertida gracias a unos diálogos que no dejan títere con cabeza ni rincón del alma y el comportamiento humano sin explorar.

“Amadeus” de Peter Shaffer. Antes que la famosa y oscarizada película de Milos Forman (1984) fue este texto estrenado en Londres en 1979. Una obra genial en la que su autor sintetiza la vida y obra de Mozart, transmite el papel que la música tenía en la Europa de aquel momento y lo envuelve en una ficción tan ambiciosa en su planteamiento como maestra en su desarrollo y genial en su ejecución.

“Seis grados de separación” de John Guare. Un texto aparentemente cómico que torna en una inquietante mezcla de thriller e intriga interrogando a sus espectadores/lectores sobre qué define nuestra identidad y los prejuicios que marcan nuestras relaciones a la hora de conocer a alguien. Un brillante enfrentamiento entre el brillo del lujo, el boato del arte y los trajes de fiesta de sus protagonistas y la amenaza de lo desconocido, la violación de la privacidad y la oscuridad del racismo.

“Viejos tiempos” de Harold Pinter. Un reencuentro veinte años después en el que el ayer y el hoy se comunican en silencio y dialogan desde unas sombras en las que se expresa mucho más entre líneas y por lo que se calla que por lo que se manifiesta abiertamente. Una enigmática atmósfera en la que los detalles sórdidos y ambiguos que florecen aumentan una inquietud que acaba por resultar tan opresiva como seductora.

“La gata sobre el tejado de zinc caliente” de Tennessee Williams. Las múltiples caras de sus protagonistas, la profundidad de los asuntos personales y prejuicios sociales tratados, la fluidez de sus diálogos y la precisión con que cuanto se plantea, converge y se transforma, hace que nos sintamos ante una vivencia tan intensa y catártica como la marcada huella emocional que nos deja.

“Santa Juana” de George Bernard Shaw. Además de ser un personaje de la historia medieval de Francia, la Dama de Orleans es también un referente e icono atemporal por muchas de sus características (mujer, luchadora, creyente con relación directa con Dios…). Tres años después de su canonización, el autor de “Pygmalion” llevaba su vida a las tablas con este ambicioso texto en el que también le daba voz a los que la ayudaron en su camino y a los que la condenaron a morir en la hoguera.

“Cliff (acantilado)” de Alberto Conejero. Montgomery Clift, el hombre y el personaje, la persona y la figura pública, la autenticidad y la efigie cinematográfica, es el campo de juego en el que Conejero busca, encuentra y expone con su lenguaje poético, sus profundos monólogos y sus expresivos soliloquios el colapso neurótico y la lúcida conciencia de su retratado.

“Yo soy mi propia mujer” de Doug Wright. Hay vidas que son tan increíbles que cuesta creer que encontraran la manera de encajar en su tiempo. Así es la historia de Charlotte von Mahlsdorf, una mujer que nació hombre y que sin realizar transición física alguna sobrevivió en Berlín al nazismo y al comunismo soviético y vivió sus últimos años bajo la sospecha de haber colaborado con la Stasi.

“Cuando deje de llover” de Andrew Bovell. Cuatro generaciones de una familia unidas por algo más que lo biológico, por acontecimientos que están fuera de su conocimiento y control. Una historia estructurada a golpe de espejos y versiones de sí misma en la que las casualidades son causalidades y nos plantan ante el abismo de quiénes somos y las herencias de los asuntos pendientes. Personajes con hondura y solidez y situaciones que intrigan, atrapan y choquean a su lector/espectador.

«Doña Rosita la Soltera» de Federico García Lorca

También titulada “El lenguaje de las flores”, fue la última obra que su autor estrenara en vida, en 1935. Tres actos con los que compone un cuadro lírico inspirado en lo botánico que, sin dejar atrás el registro de la comedia, torna en un árido drama sobre las expectativas matrimoniales a las que toda mujer de buena posición estaba sometida en su época.

Leyendo este texto podría parecer que tras Bodas de sangre (1933) y Yerma (1934), Federico quería volver a la alegría y la jovialidad de La zapatera prodigiosa (1927). Pero el devenir de lo que plantea deja claro que su interés no estaba solo en hacer disfrutar y gozar con su prestidigitización con el lenguaje, sino en poner el foco sobre cómo las costumbres, los códigos y las exigencias de la sociedad de su tiempo impedían ser felices y libres a muchos. Más allá de las circunstancias de Rosita, también nos habla sobre los sacrificios a los que se veían obligados a principios del siglo XX -y debemos suponer que también dos y tres décadas después- los que no tenían recursos materiales y lo que los interesados por el progreso intelectual de las nuevas generaciones habían de soportar de los adinerados.

Pero lo hace tan bien que estos asuntos no desvían ni por un momento nuestra atención de los avatares de su protagonista. Una persona condenada, además de por los acontecimientos que le toca vivir, por la rigidez de los principios en que ha sido educada y por la presión de un entorno en que cualquier desviación de la rectitud de la norma es castigada con la burla, la crítica y el desprestigio. Un triple punto de vista desde el que García Lorca expone cómo una joven soltera se ve convertida en una mujer pedida en matrimonio que, ya en la madurez, acepta que nunca se vestirá de blanco ni lucirá en su dedo anular la alianza que le uniría a aquel del que se enamoró y se marchó, para no volver, a Tucumán (Argentina).

En esta obra interpretada en su premier por Margarita Xirgu, la sombra del destino no se manifiesta como tragedia, sino como un amargor que ensombrece la mirada, arruga la expresión y encoge el cuerpo, condenándolo a dejarse ajar por el paso del tiempo, por los afectos no manifestados y el cariño no recibido. Sin embargo, Lorca nos encandila en esa progresión con personajes como el del Ama, una secundaria que dinamiza la acción con el nervio, la gracia y la provocación de sus expresiones. Un contrapunto popular y lenguaz que, con naturalidad y espontaneidad, diagnostica las causas y las consecuencias emocionales de lo que está ocurriendo.

Todo ello envuelto en la musicalidad que aportan los grupos de mujeres -las Manolas, las Solteras y las Ayolas- con sus canciones y sus intervenciones que, como si fueran miembros de un coro, animan, agitan y dinamizan las reuniones que tienen lugar en ese carmen granadino. Y en la plasticidad que sugieren las múltiples y simbólicas referencias a una amplia gama de plantas, evocadoras de colores y tonalidades, así como de olores y aromas que llenan la atmósfera de matices sensoriales y resonancias alegóricas con los que su autor nos une, a espectadores y personajes, en un mismo latir y sentir.

Doña Rosita la Soltera, Federico García Lorca, 1935, Austral Ediciones.

«Un dios salvaje» de Yasmina Reza

La corrección política hecha añicos, la formalidad adulta vuelta del revés y el intento de empatía convertido en un explosivo. Una reunión cotidiana a partir de una cuestión puntual convertida en un campo de batalla dominado por el egoísmo, el desprecio, la soberbia y la crueldad. Visceralidad tan brutal como divertida gracias a unos diálogos que no dejan títere con cabeza ni rincón del alma y el comportamiento humano sin explorar.

El matrimonio es una unión de dos sometido a multitud de pruebas externas. Una de ellas son los hijos y lo que estos conllevan, como que el tuyo se pegue con otro y consideres que la manera de resolver las consecuencias (tu vástago se ha quedado sin dos dientes y con el labio roto) es hablando con los progenitores de su agresor. La teoría dice que el diálogo es la base del entendimiento y la compresión, el medio para llegar a un punto medio que satisfaga a todos los interlocutores. Pero la realidad nos demuestra muchas veces que esta suposición no es más que una aspiración. Cuando no somos capaces de superar las dificultades que nos surgen al recorrer su camino o estas nos tocan el orgullo, comienza un viaje con dos posibles destinos.

O aceptamos que esta situación nos amarga la vida y paramos para calmar, entender y resolver nuestra frustración con el fin de evitar la confrontación en la que no queremos vernos envueltos. O iniciamos una deriva de evitación y salvaguarda personal en la que la falta de modestia y humildad se va transformando en una espiral de desconfianza y descrédito del otro. Primero de manera muy sutil, poniendo en duda el sentido de sus expresiones, después atacando abiertamente la veracidad de sus argumentos y finalmente despreciando quién y cómo es sin importar el motivo ni el objetivo del encuentro.

Lo divertido de Un dios salvaje es que lo que se inicia como una confrontación de dos parejas de padres evoluciona hacia un conflicto que se ve aumentado por la eclosión simultánea y en paralelo de dos guerras civiles, la de cada uno de los matrimonios. Lo que hasta entonces se había intentado encauzar racionalmente a base de apariencia formal, como si se tratara de una negociación o un debate parlamentario con luces y taquígrafos, explota en una locura de visceralidad cuando la conversación ya no versa sobre alguien ausente (los hijos), sino que se entra a criticar impunemente los pilares de la convivencia y el compromiso con aquel con el que se supone que se comparte proyecto de vida.

Lo inteligente de Yasmina Reza es que, no conforme con haber llegado hasta ahí, retuerce mordazmente aún más la situación en un cruce múltiple entre sus cuatro personajes de identificaciones y proyecciones, alianzas y conexiones tan profundas y efímeras como evidentes y contradictorias. Ahí, ya sin vergüenza ni pudor en sus verbalizaciones y extremando cuanto hagan falta las aseveraciones, se manifiestan con orgullo y exaltación las actitudes personales, los valores y los principios éticos (la diferencia de clases, el esnobismo, el machismo, el materialismo…) que nunca reconoceríamos abiertamente si las circunstancias no nos obligaran a quitarnos la careta del civismo que se nos presupone como miembros de una sociedad moderna, educada y democrática.

Un dios salvaje, Yasmina Reza, 2007, Alba Editorial.

10 textos teatrales de 2019

Títulos clásicos y actuales, títulos que ya forman parte de la historia de la literatura y primeras ediciones, originales en inglés, español, noruego y ruso, libretos que he visto representadas y otros que espero llegar a ver interpretados sobre un escenario.

«¿Quién teme a Virginia Woolf?» de Edward Albee. Amor, alcohol, inteligencia, egoísmo y un cinismo sin fin en una obra que disecciona tanto lo que une a los matrimonios aparentemente consolidados como a los aún jóvenes. Una crueldad animal y sin límites que elimina pudores y valores racionales en las relaciones cruzadas que se establecen entre sus cuatro personajes. Un texto que cuenta como pocas veces hemos leído cómo puede ser ese terreno que escondemos bajo las etiquetas de privacidad e intimidad.

«Un enemigo del pueblo» de Henrik Ibsen. “El hombre más fuerte es el que está más solo”, ¿cierto o no? Lo que en el siglo XIX escandinavo se redactaba como sentencia, hoy daría pie a un encendido debate. Leída en las coordenadas de democracia representativa y de libertad de prensa y expresión en las que habitamos desde hace décadas, la obra escrita por Ibsen sobre el enfrentamiento de un hombre con la sociedad en la que vive tiene muchos matices que siguen siendo actuales. Una vigencia que junto a su extraordinaria estructura, ritmo, personajes y diálogos hace de este texto una obra maestra que releer una y otra vez.

“La gaviota” de Antón Chéjov. El inconformismo vital, amoroso, creativo y artístico personificado en una serie de personajes con relaciones destinadas –por imperativo biológico, laboral o afectivo- a ser duraderas, pero que nunca les satisfacen plenamente. Cuatro actos en los que la perfecta exposición y desarrollo de este drama existencial se articulan con una fina y suave ironía que tiene mucho de crítica social y de reflexión sobre la superficialidad de la burguesía de su tiempo.

«La zapatera prodigiosa» de Federico García Lorca. Entre las múltiples lecturas que se pueden aplicar a esta obra me quedo con dos. Disfrutar sin más de la simpatía, el desparpajo y la emotividad de su historia. Y profundizar en su subtexto para poner de relieve la desigual realidad social que hombres y mujeres vivían en la España rural de principios del siglo XX. Eso sí, ambas quedan unidas por la habilidad de su autor para demostrar la profundidad emocional y la belleza que puede llegar a tener y causar la transmisión oral de lo cotidiano.

«La chunga» de Mario Vargas Llosa. La realidad está a mitad de camino entre lo que sucedió y lo que cuentan que pasó, entre la verdad que nadie sabe y la fantasía alimentada por un entorno que no tiene nada que ofrecer a los que lo habitan. Una desidia vital que se manifiesta en diálogos abruptos y secos en los que los hombres se diferencian de los animales por su capacidad de disfrutar ejerciendo la violencia sobre las mujeres. Mientras tanto, estas se debaten entre renunciar a ellos para mantener la dignidad o prestarse a su juego cosificándose hasta las últimas consecuencias.

“American buffalo” de David Mamet. Sin más elementos que un único escenario, dos momentos del día y tres personajes, David Mamet crea una tensión en la que queda perfectamente expuesto a qué puede dar pie nuestro vacío vital cuando la falta de posibilidades, el silencio del entorno y la soledad interior nos hacen sentir que no hay esperanza de progreso ni de futuro.

“The real thing” de Tom Stoppard. Un endiablado juego entre la ficción y la realidad, utilizando la figura de la obra dentro de la obra, y la divergencia del lenguaje como medio de expresión o como recurso estético. Puntos de vista diferentes y proyecciones entre personajes dibujadas con absoluta maestría y diálogos llenos de ironía sobre los derechos y los deberes de una relación de pareja, así como sobre los límites de la libertad individual.

“Tales from Hollywood” de Christopher Hampton. Cuando el nazismo convirtió a Europa en un lugar peligroso para buena parte de su población, grandes figuras literarias como Thomas Mann o Bertold Brecht emigraron a un Hollywood en el que la industria cinematográfica y la sociedad americana no les recibió con los brazos tan abiertos como se nos ha contado. Christopher Hampton nos traslada cómo fueron aquellos años convulsos y complicados a través de unos personajes brillantemente trazados, unas tramas perfectamente diseñadas y unos diálogos maestros.

“Los Gondra” y “Los otros Gondra” de Borja Ortiz de Gondra. Gondra al cubo en un volumen que reúne dos de los montajes teatrales que más me han agitado interiormente en los últimos años. Una excelente escritura que combina con suma delicadeza la construcción de una sólida y compleja estructura dramática con la sensible exposición de dos temas tan sensibles -aquí imbricados entre sí- como son el peso de la herencia, la tradición y el deber familiar con el dolor, el silencio y el vacío generados por el terrorismo.

“This was a man” de Noël Coward. En 1926 esta obra fue prohibida en Reino Unido por la escandalosa transparencia con que hablaba sobre la infidelidad, las parejas abiertas y la libertad sexual de hombres y mujeres. Una trama sencilla cuyo propósito es abrir el debate sobre en qué debe basarse una relación amorosa. Diálogos claros y directos con un toque ácido y crítico con la alta sociedad de su tiempo que recuerdan a autores anteriores como Oscar Wilde o George B. Shaw.