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10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia

Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

Que comience en 2015 y acabe en 1990 podría hacernos pensar que Ahmed se retrotrae desde las consecuencias hasta las causas de la historia que inicia dirigiéndose a su madre. Hay algo de eso, pero también de querer mostrar cómo hay cuestiones que perviven, que no cambian, que son un ancla que arrastramos desde no se sabe cuándo. Tanto que parece que hemos nacido con ese peso externo ya incorporado a nosotros y lo sentimos como algo orgánico y no como un lastre del que desprendernos. Llegamos a tomar conciencia de ello, de que hay algo en nosotros que no va bien, que no funciona, que nos impide y nos limita, que nos niega e incapacita, que nos hace sufrir.

Sin embargo, nos hacemos la ilusión de que no es así, de que hemos evolucionado y seguiremos avanzado por la senda del alejamiento. Pero si hacemos el esfuerzo, si tenemos el valor suficiente, nos daremos cuenta de que lo único que cambia es el prisma desde el que lo enfocamos y el discurso con el que justificamos, maquillamos y ocultamos nuestra insolvencia. La auténtica y única verdad es que no sabemos cómo afrontar la realidad porque implicaría poner en duda quiénes y cómo somos, qué quedaría de nosotros si acabáramos con esa guerra y no tener ni idea de cómo afrontaríamos el futuro por venir.

Así es como el personaje creado por Abdelá inicia su desnudo epistolar. Con una combinación de ansiedad y serenidad, de tener claro su objetivo y no querer perder el tiempo en rodeos, pero también de no querer callar ni uno solo de los argumentos que considera probatorios. Esto le lleva a enfrentarse a la mujer que le trajo al mundo echándole en cara todo aquello que hoy le mueve a manifestarse. Pero la diafanidad de su necesidad le impide percatarse de que él mismo es también transmisor de semejantes formas de comportamiento. La distancia que él cree haber puesto de por medio, cambiando una casa familiar abarrotada en Marruecos por un hogar aburguesado con un marido bien posicionado en la capital francesa no es más que una muestra del papel que en su particular ecuación personal ha jugado un elemento añadido, la dialéctica entre colonia y metrópoli.

Como demuestran la solemnidad de sus frases cortas y la parquedad expresiva de lo que Ahmed manifiesta y le es contado, su propósito es tan complejo como árido. Desmontar la concatenación de proyecciones que cada uno de los firmantes, así como de los sujetos referidos, siente que es su vida. Una sucesión de reflejos que se prolonga haciendo de cada persona un sucedáneo de quien podría llegar a ser si no fuera por las coordenadas en que le ha tocado nacer y vivir. Evidencias de que sus maneras de relacionarse con el mundo siguen un patrón con unos tintes sistémicos que complementan, envuelven y amplifican lo que les fue transmitido por su educación familiar. Un callejón sin salida en el que acaban una y otra vez, una y otra vez, una y otra…

El que es digno de ser amado, Abdelá Taia, 2018, Cabaret Voltaire.

Paul Bowles y sus “Memorias de un nómada”

Autobiografía de un hombre, más músico que escritor, cuya vida consistió en ir de un sitio a otro para, a medida que conocía culturas y lugares del mundo e interiorizaba experiencias, pasar de un estadio a otro dentro de su particular crecimiento interior. Estas memorias, escritas cuando contaba con sesenta y dos años, tienen más de sucesión cronológica de episodios, personas, lugares, impresiones y retazos de conversaciones que de reflexión sobre su trayectoria vital.

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De EE.UU. a Marruecos, de Francia a Tailandia, de Reino Unido a Kenia, de España a Ceilán, de Suiza a Costa Rica. Fueron muchas las rutas que a lo largo de su existencia llevaron a Paul Bowles (Nueva York, 1910 –  Tánger, 1999) de un continente a otro. Unas veces por motivos literarios, otras musicales y muchas sencillamente para vivir sin más, para experimentar y conocer. En ocasiones también por trabajo, trayectos de ida escribiendo reportajes periodísticos o investigando sobre tradiciones musicales y viajes de vuelta a su país natal para que sus composiciones formaran parte de montajes teatrales e, incluso, producciones cinematográficas.

Unas veces solo, otras acompañado, ya fuera de la mujer con la que más compartió, Jane Auer, de multitud de amigos y colegas (Gertrude Stein, Peggy Guggenheim, Truman Capote, Tennessee Williams, Francis Bacon,…) o con todos aquellos que se encontrara en su camino, de manera más o menos casual y fuera cual fuera su condición (profesional, social, económica, cultural,…). Una vida que comenzó con el soporte económico e intelectual de una familia de buena posición, formada por una madre atenta y cariñosa y un padre estricto y represivo, así como unos abuelos y tíos siempre presentes. Un entorno en el que Bowles no recuerda haber interactuado con otro niño hasta cumplir los cinco años y del que salió para no volver nunca más una vez que comenzó sus estudios universitarios.

Casi cuatrocientas páginas en las que se percibe que vivió cada instante –ya fuera en París, Londres, Fez, Nairobi, México o Bangkok- con una mezcla de idealismo y pragmatismo combinada con ingenuidad y laissez faire, apoyándose en los recursos y personas que encontraba y buscaba allá donde estuviera. Nombres que entonces eran sinónimo de rebeldía y que hoy –ya en el siglo XXI, aunque también probablemente en el momento en que el autor de El cielo protector escribió estas memorias en 1972- son considerados como los innovadores que dieron forma a buena parte del legado intelectual y cultural del siglo XX.

Una etapa de la historia moderna en la que EE.UU. se convirtió en la primera potencia mundial, los imperios franceses y británicos llegaron a su fin y el mundo vivió dos guerras mundiales. Circunstancias que provocaron inestabilidades políticas, sociales y militares de gran calado y que Bowles también vivió de una manera muy particular. Valgan como ejemplo los interrogatorios que sufrió por su afiliación al Partido Comunista –organización que abandonó en 1939- durante la caza de brujas del McCarthismo, o su experiencia en primera persona de la independencia de Marruecos, por cuya cultura quedó prendado desde su primera visita al norte de África en los años 30.

Without stopping (acertado título original) podría ser una obra sugerente. Sin embargo, no lo es tanto. A la hora de plasmar sus vivencias sobre el papel, el objetivo de Paul Bowles es el de poner en orden sus recuerdos y no elaborar y concretar el hilo conductor -que seguro que lo hubo en el plano ideológico, espiritual y creativo- que le llevó de un lugar a otro, no solo geográfico sino también interior. Así es como Memorias de un nómada –a excepción de los capítulos dedicados a su infancia y adolescencia- no pasa de ser un volumen al que acercarse para conocer más sobre la biografía y recorrido de este autor, pero no con el que disfrutar y enriquecerse como lector.

Memorias de un nómada, Paul Bowles, 1972, Editorial Grijalbo.

"Un pueblo traicionado" de Paul Preston

Casi siglo y medio de historia de España siguiendo el hilo conductor de la corrupción, la incompetencia política y la división social causada por estas. Desde la Restauración borbónica de Alfonso XII hasta la llegada a la Presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez pasando por monarcas y dictadores, guerras civiles y coloniales. Un relato de los excesos, tejemanejes y aprovechamientos de gobernantes de uno y otro signo ideológico a costa de la estabilidad, el progreso y el desarrollo tanto de su nación como de sus compatriotas.

Si echamos la vista atrás parece que no ha habido una etapa tranquila en la historia de nuestro país. Hemos tenido períodos con un balance positivo y hasta muy notable incluso, pero siempre con episodios, tramas y personajes de lo más oscuro en la balanza. Y no solo de acólitos al poder o aprovechados de las circunstancias, sino desde los mismos puestos de representación estatal y gubernamental.

Reyes, presidentes, ministros, diputados y empresarios que se han valido de las coyunturas de cada instante (monarquía borbónica, república y dictaduras) para lograr un usufructo personal de su relación con las distintas fuerzas sociales (políticas, militares, empresariales, financieras, eclesiásticas…) de cada momento. Primando siempre sus objetivos, obsesiones y propósitos sobre los intereses y las necesidades de aquellos a los que se supone gobernaban, representaban o servían, o debían, al menos, respetar.

Hay mucho de tópico en este tema, pero también una realidad que no se puede negar, y es que el último siglo y medio español ha sido de lo más convulso. Un tiempo que comenzó con el fin de la tercera y última guerra carlista y al que le siguieron décadas de conflicto entre las fuerzas del orden y los incipientes, y posteriormente consolidados, movimientos obreros de distinto signo (socialistas, comunistas, anarquistas), tanto en las ciudades que se industrializaban (Madrid, Barcelona, Bilbao, Oviedo…) como en aquellas bastas áreas interiores que seguían dedicadas a la explotación de la tierra (Extremadura, Castilla, Andalucía…). Al tiempo, perdíamos las colonias de Cuba y Filipinas en 1898, y más tarde llegarían los desastres de Marruecos en los que perdieron la vida miles de soldados.

Mientras tanto, la titularidad del Gobierno se basaba en la continua alternancia de liberales y conservadores, cada uno con su correspondiente camarilla de puestos de confianza y financiadores -industriales y terratenientes- a los que se les devolvía el favor con normas e impuestos que favorecían sus negocios, u obviando su no cumplimiento de lo establecido por la legalidad vigente. Eso sin dejar de lado la continua simbiosis entre el estamento político y el militar, tanto en la formación de equipos de gobierno y designación de representantes como en la toma de decisiones, desembocando en períodos como la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) o la deriva total en este sentido que supusieron la Guerra Civil y el franquismo posterior, décadas en las que la corrupción no fue la trastienda del sistema sino su primera y máxima regla.

Egoísmos, intervencionismo e incompetencias que acabaron con esperanzas como la de la II República, enturbiaron los sacrificios y logros de la llamada Transición y han lastrado, hasta ahora, la reputación, las posibilidades y las potencialidades de nuestra actual democracia parlamentaria. Así es como finaliza (por ahora, veremos lo que nos depara el futuro) este ensayo que comienza como un muy buen ejercicio de síntesis, deriva posteriormente en un alarde de conocimiento y ordenación de datos, y concluye como un completo compendio de titulares, sumarios judiciales y sentencias conocidas a través de los medios de comunicación en los últimos decenios.

Un pueblo traicionado. España de 1874 a nuestros días: corrupción, incompetencia política y división social, Paul Preston, 2019, Editorial Debate.

“Misión imposible: nación secreta”, sensación de déjà vu

Quinta entrega de la saga con la que Tom Cruise luce cuerpo y forma atlética en situaciones de lo más extremas y complicadas. Únanse todas ellas con giros de trama y el conjunto es esta película en la que llega un momento en que ya no se sabe si vas o vienes mientras corras hacia delante sin parar.

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Dos décadas atrás “Misión: imposible” reventó las taquillas de medio mundo adaptando la famosa serie televisiva de los 60. Desde entonces Tom Cruise ha recurrido al personaje de Ethan Hunt cada cuatro o cinco años para hacer que su nombre destaque entre los más rentables y populares de la industria del cine. Algo que el mismo se ha puesto difícil con los planos protagonistas –a pesar del éxito de taquilla- de títulos como “La guerra de los mundos” (2005), “Noche y día” (2010) u “Oblivion” (2014) que dejan muy lejanos los aciertos que fueron el secundario que le valió una nominación al Óscar por “Magnolia” (1999) o el ponerse en manos de Stanley Kubrick en “Eyes wide shut” (1999). Únase a esto el desacertado protagonismo mediático de su vida amorosa –inclúyanse los divorcios de Nicole Kidman y Katie Holmes- y de su pertenencia a la Iglesia de la Cienciología.

En el momento en que las películas de acción son cada vez más fantásticas, y las de este género se basan en el espectáculo del ritmo vertiginoso (he ahí los X-Men y los 4 fantásticos, tanto cuando van en equipo como por separado), Ethan Hunt se presenta como un hombre que a pesar de vivir en el mundo real, ha de lidiar con acontecimientos que inevitablemente le llevan a actuar como si fuera un superhéroe. Sus guionistas parecen haber estado al tanto de los titulares de prensa de los últimos meses y juegan con situaciones como desapariciones inexplicables de aviones, redes supranacionales que nos gobiernan en la sombra, gobiernos y servicios secretos con comportamientos nada éticos, intentos de asesinato de presidentes,…  Y todo esto lo juntan en dos horas de metraje en que nos llevan de los despachos sin ventanas de la CIA a Londres, Marruecos, Viena, Bielorrusia,…, en una sucesión de secuencias que se desarrollan como si fueran los grandes momentos de la última temporada de una teleserie.

Todas ellas responden al esquema de la búsqueda del tesoro, superando retos a cada cual más complejo, tras cuya resolución visual hay que poner en valor el despliegue del equipo técnico encargado de su producción, realización y montaje final. Es a estos a los que debemos considerar los verdaderos creativos de esta película, con referencias al cine clásico como “El hombre que sabía demasiado” de Alfred Hitchcock para la bien resuelta escena de la ópera de Viena, o más recientes como “Gravity” en el corazón del asunto que les lleva hasta Marruecos (donde se hace pasar por Casablanca algunos de los lugares más emblemáticos de Rabat), además de las siempre funcionales persecuciones a toda velocidad en entornos urbanos o en carreteras llenas de curvas, y peleas en las que se despliegan una capacidades físicas asombrosas.

Cristopher McQuarrie, guionista y director a la par, hilvana todos estos momentos colocando a algunos de sus personajes en zonas oscuras, arenas movedizas en torno a las cuales se articulan las sorpresas y giros de la trama en un adelante y atrás que llega un punto en que ya no sabemos hacia dónde nos quiere llevar, dejándonos la única opción de esperar al final que se posterga varias veces para saberlo. Llegado este momento solo quedaría sustituir el “The end” por un “Continuará” y preguntarle a Tom Cruise cuál es su secreto mágico y su tabla de ejercicios para parecer, 20 años después, tan fresco y lozano como en la primera “Misión imposible”, allá por 1996.

Luz y sudor en un viaje geográfico y emocional sin rumbo: “El cielo protector” de Paul Bowles

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La primera novela de Paul Bowles (1949) tiene mucho de lo que le atrajo del norte de África, donde haría de la ciudad de Tánger el centro de su vida. La conoció por primera vez en 1931, allí fijó su residencia en 1947 y en ella fallecería en 1999. “El cielo protector” es un perfecto compendio de las sensaciones que a un viajero empático y dispuesto a fusionarse con el lugar que visita, a dejar de lado su hasta entonces bagaje cultural y personal, puede provocarle adentrarse en el amplio territorio del desierto del Sáhara.

El neoyorkino deja a un lado los tópicos, lo suyo no es describir paisajes, escenarios, tipos y costumbres locales a modo de un cronista periodístico. No solo desplaza a su matrimonio protagonista, Port y Kit, y a su amigo acompañante, Tunner, a través del Sáhara, sino que es capaz de hacerlo también en un mapa paralelo marcado a fuego en la profundidad de cada ser humano y cuyas coordenadas son el corazón, la cabeza y el estómago. Es entre estos tres puntos donde surgen y se viven las emociones, en esa línea tan corta y a veces tan distante que une tanto en su relato como en la vida real, unas veces sí y otras no, la visceralidad con la racionalidad pasando por el equilibrio. Su escritura relata varios viajes a la par, uno en grupo, y otros tantos individuales como personajes principales. Esas rutas son las que les individualizan y les unen, procesos catárticos de estos tres americanos cuya motivación no solo ante la experiencia saharaui, sino también hacia la vida, no sabemos si es de esnobismo, deseo de vivenciar o interés intelectual.

La narración de Paul Bowles es pura evocación, leer bajo él es sentir la luz del amanecer que da tridimensionalidad al paisaje en el amanecer, notarse abrasado por el aire del mediodía, palparse la camisa empapada en sudor o sentir la arena del desierto escurrirse entre los dedos. Lo meteorológico y su influencia física alegorizan con gran belleza y lirismo los sentimientos encontrados, intuiciones, anhelos y búsquedas de sentido de personas que hacen al lector recorrer con ellos kilómetros bajo la luz de un sol cegador y la claridad de estrellas brillantes, en un entorno pesado cuando el aire abrasa y casi cruel cuando congela en su versión nocturna.

La atmósfera se hace más densa y brutal si cabe a medida que avanzan las páginas, los kilómetros entre referentes cultural ajenos al occidental dejan de tener rumbo, los días horarios, los diálogos se hacen monólogos ante la imposibilidad de comunicarse tanto con el que habla otro idioma como con el que no se consigue entenderse, y las reflexiones agnósticas introspecciones espirituales. Entonces lo que era un viaje trazable se convierte en una deriva sin coordenadas geográficas, pero que se hace más profundamente humano, deja de existir lo material y se pasa esa línea invisible que da paso a lo espiritual.

Se puede adivinar un paralelismo entre este novelar y la vida de su autor en coordenadas marroquíes, pero más que una experiencia autobiográfica, Paul Bowles nos ofrece con “El cielo protector” una posible guía de cómo trascendernos  –tanto en el contacto horizontal con el otro como en la profundización vertical en uno mismo- y llegar así a cotas de la vida y de nosotros mismos en las que alcanzar dimensiones personales hasta ahora desconocidas e inconcebibles.

Casablanca, entre el mito y la realidad

La ciudad más grande de Marruecos, la capital financiera, la de la modernidad junto a la tradición, la de la fantasía cinematográfica, así es Casablanca por su historia real y de ficción, su emplazamiento geográfico, su urbanismo mixto y su arquitectura mestiza.

La mezquita de Hassan II. La arquitectura siempre ha tenido un primer objetivo práctico, crear edificios para una funcionalidad concreta, y un segundo para determinadas ocasiones, el dejar una impronta que genere en sus espectadores y visitantes no solo recuerdo, sino admiración ante la obra y respeto por sus titulares. Ese es el objetivo que cumple desde su inauguración en 1993 la mezquita de Hassan II, concebida para coincidir con el 60 cumpleaños del anterior rey del país, monarca mecenas a la par que gobernante de modos absolutistas durante su reinado (1961-1999).

Una encomienda de 600 millones de dólares de presupuesto al arquitecto francés Michel Pinseau para acoger a 25.000 personas y hasta a otras 80.000 en la imponente esplanada que forma parte de su recinto. Un interior sobrecogedor, de alturas celestiales y luces mágicas, en el que a pesar de las dimensiones el visitante se siente especial, en contacto directo con lo espiritual. Además de la sala de culto orientada a La Meca, la mezquita cuenta también para sus fieles con una suntuosa sala de ablación, hamman, baños turcos, madraza, salas de conferencias,…

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Un edificio no solo para los musulmanes, sino también para los turistas por ser el único templo del país que pueden visitar los nos seguidores de Mahoma en los horarios (y precios) así fijados. Una joya arquitectónica erigida sobre el océano por inspiración de un versículo del Corán: “El trono de Alá se hallaba sobre el agua”. El resultado, una impresión visual imposible de olvidar por su estética, su plástica y su simbolismo espiritual y político.

Rick’s Café. Antes que ciudad, Casablanca es una película para muchos, con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en blanco y negro y frases como “tócala otra vez, Sam” o “siempre nos quedará París”. Un relato cinematográfico cartón piedra fabricado en Hollywood y que solo tomó de la realidad el papel que la ciudad marroquí desempeñó para las potencias aliadas durante la II Guerra Mundial.

De la supuesta Casablanca apenas se vieron un par de calles de la medina y el hangar y la pista del aeropuerto en aquel film que ganó el Oscar a la mejor película de 1943. Pero si hay un lugar que en el imaginario colectivo quedó para siempre asociado a esta ciudad gracias a esta producción de la Warner Bros fue el del Rick’s Café. Cuenta la leyenda que muchos lo buscaban al visitarla y como no lo encontraban alguien tuvo la brillante idea de recrearlo. Así fue como se inauguró en 2004 un lugar similar al de la película en una de las salidas de la medina hacia el océano.

En la pantalla cinematográfica todo parece más grande, pero este Rick’s Café cuenta como aquel con sus paredes encaladas, su patio de arcos de herradura, su barra de bar y el mítico piano en el que todos los turistas posan emulando a Sam a punto de iniciar “As time goes by”.  Súmese a ello contar con una buena carta para comer o beber según la hora del día, elaborada y servida en ambos casos con extraordinaria calidad.

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La medina. Al igual que la de Fez o la de Marrakech, impresiona por su plano indescifrable, lo intrincado de sus calles, la imposibilidad de saber qué se encontrará al doblar cualquiera de sus recodos -si más puestos comerciales para turistas o para sus propios habitantes, o zonas fantasmalmente residenciales- o lo inexplicable de que el camino por el que se avanzó no se corresponda con la que se está siguiendo al intentar volver. En segundo lugar, la medina de Casablanca sorprende por su reducido tamaño, por muy perdido en el laberinto que te puedas sentir, si sigues recto es cuestión de minutos que llegues a una de sus puertas de salida.

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Hasta que la ciudad comenzó a crecer con el inicio del protectorado francés, así de reducida fue Casablanca durante siglos. Desde el mar tan solo se veían unas casas de su zona más alta, “casa branca” que decían los marinos portugueses que pasaban frente a ella (y que la controlaron durante casi dos siglos hasta el famoso terremoto de Lisboa de 1755), dando pie así a la denominación de una urbe habitada hoy por más de cinco millones de habitantes.

La arquitectura modernista. En el siglo XIX los franceses ya se interesaron por Marruecos y por sus recursos mineros, lo que dio pie a que comenzaran a explotar algunos de sus yacimientos. Iniciado el XX bombardearon Casablanca acusando a los nativos de atacar a sus conciudadanos y a sus intereses en la ciudad (a cuyo puerto pretendían hacer llegar una línea ferroviaria pasando por un cementerio musulmán). La fuerza europea se impuso y obligó a un acuerdo a tres bandas por el que se inició el protectorado español y francés de Marruecos. En su zona los galos hicieron de Casablanca su centro económico y financiero –de Rabat la capital política– y pusieron en marcha su desarrollo urbano.

Surgieron así las grandes avenidas que articulan el centro de la ciudad desde la Plaza de las Naciones Unidas, y las construcciones art nouveau que las llenan, especialmente en el que hoy es el boulevard Mohammed V dando cabida a comercios, cafés y restaurantes y ecos de los tiempos de esplendor pasado conservando aún hoy uno de sus antiguos cines. El que fuera rey del país una vez recobrara la independencia en 1956 da nombre también a la plaza en la que se sitúan algunos de los edificios oficiales de arquitectura modernista con decoración morisca más brillantes de aquellos tiempos como la oficina de Correos, el Palacio de Justicia o la antigua Prefectura de Policía. Muy cerca de allí queda la antigua Catedral del Sagrado Corazón, una auténtica joya art déco desacralizada tras el fin del protectorado francés.

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Plaza de las Naciones Unidas. Es el punto en el que todo confluye de día y de noche, la ciudad antigua y la moderna, donde el bullicio de las conversaciones y los vendedores ambulantes se mezcla en un sinfín con el ruido y las bocinas del tráfico de coches, motos y autobuses colapsando sus entradas y salidas. Aquí se cruzan mujeres vestidas con chilaba con jóvenes en vaqueros ajustados, trajes de sastrería con las últimas falsificaciones de las marcas de moda, hombres de negocios con estudiantes y buscavidas, vendedores ambulantes con visitantes foráneos. Sentarse en la terraza de cualquiera de sus cafés y degustar un té a la menta viendo la vida pasar es una experiencia que nadie debe perderse en un lugar así.

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El mercado central. Aunque el puerto de Casablanca sea fundamentalmente industrial, también lo es pesquero, y en los puestos del mercado central (boulevard Mohammed V) se pueden descubrir cuáles son las especies de pescado y marisco que se pueden consumir en cada momento del año. Tras el deleite visual, se puede dar placer al sentido del gusto en cualquiera de los restaurantes de sillas de plástico y hule tosco situados en el patio central del mercado. Además, el lugar sirve también para disfrutar de los colores de los puestos de frutas y verduras o de los olores de los de flores y productos cosméticos como el aceite de argán, el prometedor reparador de la piel.

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El boulevard de la cornisa. En su centro urbano Casablanca vive de espaldas al océano. Este queda oculto tras las vías del tren, el puerto –en el que hoy se pueden ver atracados de cuando en cuando cruceros de miles de camarotes- y los apartamentos de lujo que se están levantando entre este y la mezquita de Hassan II. Pero más allá del faro que desde esta se divisa comienzan las construcciones unifamiliares y los clubs con derecho de admisión junto al agua salada. Entre unas y otros un largo paseo marítimo preparado para pasear o tomar algo disfrutando del intenso azul del océano y del cielo atlántico durante las horas de luz y la fiesta y la diversión entre lo más selecto del ambiente local durante la noche.

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Estas son algunas de las ofertas que Casablanca tiene para hacer disfrutar a aquellos que estén de paso en ella y no únicamente por negocios. Quien sabe, quizás conocerla pueda dar pie a parafrasear a Rick Blaine y decir aquello de “creo que este es el principio de una gran amistad.”

Rabat, la capital

Un conjunto histórico designado en 2012 Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco, elegido capital –primero por los colonos franceses en 1912 y tras la independencia en 1956 por el monarca alauí- para erigirse como sede del poder político frente al protagonismo histórico-religioso de Fez, la actividad económico-financiera de Casablanca y la atracción turística y cultural de Marrakech.

De oeste a este y en ligera diagonal de norte a sur es como se suceden sobre su callejero las etapas históricas de Rabat. En el punto más occidental, entre el océano y la desembocadura del río Bu Regreng está la kasbah, el recinto fortificado donde en el s. XII se establecieron los almohades que iniciaron la urbanización de la ciudad. Hoy es un pequeño recinto amurallado de paredes ocres e interior de callejuelas estrechas y paredes encaladas en blanco y azul desde el que poder acceder a las playas en las que hoy se practica el surf y la natación.

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La medina

A continuación y avanzando hacia el este, cinco siglos después se levantó la medina, calles angostas dedicadas al comercio en lo que a diferencia de otras urbes del país (Fez o Marrakech) no es fácil perderse debido a su reducido tamaño y escasa sinuosidad. Podría parecer desde el cielo que es un intento de cuadrícula diseñado por unas manos temblorosas entre unas murallas que siguen hoy en pie con absoluta solvencia.

Tres vías destacan en su entramado, la rue Souika, paralela al lienzo este de su muralla, en la que predominan los puestos textiles a través de los cuales conocer las marcas más falsificadas del momento. En su fin norte, Souika hace esquina con la rue des Consuls –así llamada por tener en ella su residencia muchos de los cónsules extranjeros residentes hasta 1912- en la que descubrir la artesanía local (alfombras, ebanistería, cerámica y marroquinería, entre otras pequeñas artes).

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En su vertiente sur la rue Souika da pie al inicio de la rue Sidifatah, en la que encontrar toda clase de puestos ofreciendo carne y pescado tanto para llevar como cocinado allí mismo, pan y dulces varios, además de puestos de zumos exprimidos al momento (naranja, pomelo, caña de azúcar, aguacate,…). No se puede dejar de visitar en esta zona el pequeño mercado central en cuyo exterior se encuentran varios restaurantes con lo más típico de la gastronomía local (a destacar las frituras variadas de pescado) a precios económicos.

La ciudad nueva

La historia pega al salirnos de la medina para llegar hasta el siglo XX. En 1912 españoles y franceses se repartieron Marruecos, quedando Rabat en la zona del protectorado francés. Los galos decidieron hacer de Rabat su capital por su salida al mar y para escapar de los círculos de Fez o Marrakech, anteriores capitales del reino en distintos momentos históricos.

La llamada ciudad nueva es un ensanche urbano de planificación occidental, vías anchas a ritmo de un gran edificio por manzana con amplios soportales en sus plantas bajas para permitir el paseo a los expatriados en los días de calor y en los que hoy poder adquirir la prensa local en los puestos improvisados sobre su suelo.

Protagonizando esta parte de Rabat está la Avenida Mohammed V, un gran boulevard que la cruza al completo de noroeste a sureste. Naciendo en la medina comienza dando ubicación a los comercios de mayor categoría y a grandes cafés con terrazas ocupadas exclusivamente por hombres y le sigue la zona de servicios con la antigua sede de Correos y Telégrafos, cines y bancos hasta la que es desde 1923 el punto de llegada del ferrocarril a la ciudad (Rabat Ville) con un fantástico edificio racionalista de los años 30 con decoración de motivos árabes como estación.

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Cerca de la llegada del tren queda el recién inaugurado Museo Mohammed VI de Arte Contemporáneo de Rabat, el primero del país y del continente africano, nacido el pasado mes de octubre con el fin de convertirse en un referente cultural y turístico tanto a nivel nacional como internacional. Y un poco más allá la imponente catedral católica de San Pedro con su esbelta fachada blanca y sus dos torres-aguja.

La dinastía alauí

Más allá de este punto y siguiendo hacia el este se concentra la capital administrativa de Marruecos con grandes complejos de edificios que dan sede a distintos ministerios. En la zona más residencial y de alto nivel se encuentran las representaciones diplomáticas de los países extranjeros.

La ciudad nueva se levantó en el terreno que dejó libre las murallas que unían la medina con el Palacio Real construido  en la segunda mitad del s. XIX. Este lugar es la residencia habitual del monarca alauí, Mohammed VI, rey de Marruecos desde 1999. Sus antecesores, padre y abuelo, Hassan II y Mohammed V, quien volvió a reinar tras la independencia del país en 1956, yacen enterrados en el mausoleo que se construyó a tal fin al norte de la ciudad nueva, junto a la Torre Hassan. Edificación del siglo XII junto a la que se pretendió construir entonces la mayor mezquita del mundo y de la que hoy solo quedan algunos pilares tras ser derruida por el terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755.

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En el inicio: Challeh

Desde este lugar se puede ver el gran puente que salva el río Bu Regreng para unir Rabat con Salé, la urbe situada a su otra orilla. La de Salé era la denominación que tuvo durante la dominación romana (40 a.C – 250 d.C) un asentamiento situado en el punto más oriental de Rabat, en lo que entonces debía ser una localización estratégica (situado sobre un promontorio junto al mencionado río en un punto donde entonces debía ser navegable en su salida hacia el océano).

Chellah, el nombre que los benimérines dieron posteriormente a aquel lugar es hoy un yacimiento arqueológico en el que intuir el arco del triunfo y los baños romanos y ver las ruinas de la mezquita, la necrópolis, la madraza y el hammam árabe erigidos en el s.XIII junto a los anteriores cuando ya eran ruinas. Todo ello en un paraje ya situado en pleno campo entre arboles de todo tipo: magnolios, higueras, olivos,…

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Cotidianidad

En el núcleo urbano en cambio los árboles más frecuentes en sus avenidas son las palmeras y los naranjos, una nota de color entre edificios que, al margen de los dejados por los franceses, carecen de encanto alguno.

Por aquí y por allá amplia presencia policial y militar armada con absoluta cotidianeidad entre hombres trajeados, jóvenes al estilo occidental –en el caso de las mujeres casi siempre con pañuelo- y mayores con chilaba. Todos ellos desenvolviéndose a paso ligero entre el ruido del tráfico continuo, las llamadas a la oración y las conversaciones a viva voz, entre los anchos espacios de la ciudad nueva y las estrecheces de la medina.

Si no fuera la capital de Marruecos, Rabat probablemente pasaría desapercibida para los que quieren conocer lo más representativo en cuanto a arte, cultura e historia de este país. Pero los tiempos actuales la han situado en estas coordenadas, motivo más que suficiente para acercarse a vivirla y experimentarla de primera mano.

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Aspirante a referente cultural: el Museo Mohammed VI de Arte Contemporáneo de Rabat

El arte es expresión para el que lo realiza y reputación para el que lo financia, también es identidad para los coetáneos a ambos. Un cúmulo de estos tres aspectos resulta ser el que es el primer museo de arte moderno tanto de Marruecos como de África.

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Con el nombre del monarca vigente formando parte de su propia denominación queda claro uno de los objetivos de esta institución inaugurada el pasado 7 de octubre, ensalzar la figura del actual regente de la casa alauí como hombre moderno, preocupado por las inquietudes de su pueblo y promulgador del diálogo libre y crítico. Ese que promueve el arte más actual y no siempre tan correcto y apropiado como pueda ser el del círculo institucional y diplomático en el que Mohammed VI desempeñe su labor como monarca. Su pose occidental descorbatado en la retrato oficial con que preside distintos lugares del museo podría darnos esa impresión.

¿Qué ha llevado a Marruecos a crear este museo? Quizás sea el espíritu de mecenazgo de su rey y su visión de la cultura como motor de progreso y crecimiento de su pueblo, quizás la estrategia que el mismo puso en marcha para evitar que la primavera árabe de 2011 calara en el país (reforma constitucional y elecciones con un sistema más transparente fueran dos de las medidas que recogen las hemerotecas). O a lo mejor se han unido las dos cuestiones para dar forma a este nuevo foco cultural ya que sus obras se extendieron según la agencia EFE a lo largo de toda una década.

Cien años de creación (1914-2014)

Este es el título de la muestra inaugural con la que los visitantes pueden conocer lo que se presenta como lo más representativo del arte del país en el siglo que va desde poco después del inicio del protectorado español y francés (1912) hasta hoy. Un siglo en el que se ven las mismas corrientes que en el arte occidental: realismo, expresionismo, abstracción, naif, simbolismo,…, tratando toda clase de temas: retratos, paisajes, escenas costumbristas e históricas, conceptualizaciones,…, en soportes que van desde el tradicional óleo sobre lienzo a las técnicas mixtas también en pintura, la escultura con múltiples materiales, la video creación y el vídeo como testimonio documental de performances, las instalaciones o la fotografía.

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El recorrido expositivo resulta estéticamente evolutivo con una muy bien resuelta museografía (espacios, iluminación y diseño del recorrido) que comienzan en la planta 1, para seguir en la 0 y acabar de manera rompedora en la -1, en el parking. Ahí es donde se encuentran las obras más actuales, en un espacio que parece más de feria de arte que de museo, no quedando claro si es una elección a propósito para conseguir más impacto –instalaciones a partir de basura, corazones esculpidos con vidrios rotos o wc’s floreros como espacios pop tridimensionales- o por haber sido un discurso elaborado cuando los espacios museísticos ya estaban ocupados.

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En cualquier caso, considerando por méritos propios esta última parte, la selección resulta muy interesante, provocando para el neófito en el arte marroquí –valga como referencia que no incluyo ningún nombre por serme todos desconocidos- continuamente una serie de preguntas: ¿Cuánto hay en los artistas expuestos de inspiración autóctona y cuánto de influencia exterior? ¿Lo expuesto es arte que se pueda adjetivar como nacional, occidental o universal? Y sea cual sea el término elegido, ¿qué hace que sea así? ¿Visto desde aquí –Rabat, Marruecos- dónde está el límite entre lo que es costumbrismo y lo que es exotismo? ¿Bajo qué ojo ve un marroquí a sus antepasados retratados por Delacroix? ¿Qué papel ha jugado el devenir de la historia nacional –influencia ambiental o discursos pautados- en el desarrollo de la expresión artística?

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El edificio

El MMVI (acrónimo de Musée Mohammed VI) recibe a sus visitantes (de 10:00 a 18:00 y gratuitamente) en un edificio de nueva planta y de arquitectura evocadora de la tradición musulmana: decoración de formas geométricas y juegos de luces, invisibilidad del interior desde el exterior y espacios diáfanos en las tres plantas de su interior articulados en torno a un patio central que actúa como centro de recepción y punto informativo. En su planta 1 parte del recinto queda reservado para las oficinas de administración y dirección, y en la 0 en el momento de mi visita –mañana del sábado 27 de diciembre- el auditorio estaba ocupado por una instalación, la cafetería cerrada y la librería parecía más un almacén lleno de cajas por volúmenes esperando a ser dispuestos donde corresponda ya que las estanterías se veían ya ocupadas con aire de biblioteca por títulos de aire más o menos enciclopédico sobre Picasso, Gilbert & George o Gauguin, entre otros muchos.

En el mundo virtual impresión semejante de continente falto de contenido, www.museemohammed6.ma no deja de ser breves textos informativos sin ofrecer imagen o documento descargable alguno. En las redes sociales, el perfil del museo en facebook recoge en su muro tanto actualidad propia como cultural nacional y uno de sus álbumes de fotografías es “fotos subidas con el móvil”, twitter se nutre principalmente de RT’s –en diciembre solo cuenta con tres tuits originales-, y en instagram la mitad de sus 16 imágenes son sobre instalaciones o momentos de trabajo audiovisual.

El futuro

En su time-line de twitter el MMVI daba el 2 de diciembre las gracias a las 44.000 visitas recibidas hasta entonces. El tiempo dirá si esa es una tendencia, un referente anhelado por no haber sido capaz de mantenerlo o el punto de partida sobre el que el primer museo de arte moderno de Marruecos y Africa seguirá creciendo.

Estadísticas aparte, está claro que la cultura es hoy una clave de identidad no solo antropológica y social, sino también política. Más en los tiempos actuales donde las infraestructuras culturales y su programación son también una herramienta turística –y por tanto de actividad económica- y de imagen de las ciudades y países que las acogen. He ahí ejemplos ya consolidados como el fenómeno Guggenheim de Bilbao, el polémico futuro Louvre de Abu Dhabi o las recién inauguradas en Astaná, la capital de Kazajistán. Queda por ver si este museo y otras instalaciones por venir situarán a Raba no solo en el plano internacional, sino también en el nacional –donde de momento solo aparece en el político por ser la capital- como foco cultural frente a la histórica Fez, la económica Casablanca y la turística Marrakech.

(Imágenes de las obras tomadas del perfil de Facebook del MMVI por no estar permitido realizar fotografías en su interior).

Llegar hasta Rabat

Lo dije hace un año, me quedaba con ganas de más Marruecos, así que doce meses después heme aquí de nuevo. Entonces comencé ruta llegando a Tetuán, esta vez el punto de inicio marcado ha sido Rabat.

Nada más bajar del avión la primera sensación que te provoca Casablanca es su temperatura, siete, ocho, quizás nueve grados más que en Madrid. Y la luz, aun siendo débil transmite fuerza, vigor, energía, provoca que las pupilas se empequeñezcan y te preguntes dónde has dejado las gafas. Imposible mirar al sol directamente, te hará lagrimear alegremente.

Control de pasaportes, comprar moneda local y salir a la terminal dejando atrás a los que están esperando a alguien, aquí es cuando comienza verdaderamente el viaje, ya no hay trámites que cumplir, tú marcas tu ruta y tu modo de recorrerla. De frente el cartel que indica taxi, a la derecha el que sigo, el del tren que me llevará hasta Rabat.

Entre la máquina de autoventa y la cola de la taquilla opto por la segunda al ver pocas personas y comprobar que tengo 20 minutos por delante para coger el tren de las 11:55. 75 dirhams (7,5 €) por el billete que he de pagar en metálico, “no funciona la línea telefónica” me contesta la chica con pañuelo que me ha vendido el billete. Acto seguido compruebo el sentido de la comodidad marroquí al tener que subir 30 escalones a pie con mi maleta para llegar hasta los aseos.

Tomo asiento en mi vagón de segunda clase y frente a mí una pareja en cuya maleta veo una etiqueta que señala una dirección de Villanueva de la Cañada como su domicilio habitual, unos venimos de turismo y otros a reconectar con sus raíces. El trayecto comienza puntual, el paisaje es llano, verde, paralelo por momentos a trazados de autovía, perpendicular a líneas eléctricas de alta tensión y salpicado de construcciones más o menos perennes hasta que se llega a lo que parecen los suburbios de Casablanca. Entonces los edificios son de varias plantas, seriados hasta el aburrimiento, hormigonados y monocromos causando hastío estético.

Tren

A la media hora de recorrido avisan por megafonía que hemos llegado al final de nuestro trayecto y nombran distintos destinos a los que se puede seguir desde donde vamos a parar. Sigo las indicaciones de mi billete al bajar y busco el andén en el que coger el A26, el indicativo electrónico dice “Salé”, en ese momento no tengo ni idea de qué ciudad es –tardaré un par de horas en caer que es la que está justo al norte de Rabat, tan solo separadas por la desembocadura del río Bu Regreg- y temo que pueda acabar en Fez, Marrakech o cualquier otra ciudad el interior del país si no ando con cuidado. Tras veinte minutos de espera el tren llega lleno, por lo que los que subimos con maletas hacemos que el resultado sea de masificación total. En la primera parada encuentro un asiento vacío en la planta baja del vagón y ahí me siento los todavía cuarenta minutos que tardaré en llegar hasta mi destino final. Me llama la atención las línea curvas de la estructura del vagón semejando un arco de herradura en las zonas de entrada y salida por su cabecera, el diseño inspirado en lo autóctono.

RabatVille

En Rabat Ville maremagnum de gente joven, ¡y todos con abrigos! ¡Pero si el termómetro marca 17 grados! Dos escaleras mecánicas y salgo al exterior, a la Avenida de Mohammed V, la principal vía de la zona nueva de la ciudad, la que construyeron los franceses durante el protectorado (1912-1956) cuando decidieron que Rabat sería la capital de Marruecos, para evitar así las corruptelas y círculos de poder ya establecidos en Fez y Marrakech. A la derecha una gran torre que podría pasar por similar a la Giralda de Sevilla, pero que resulta ser Le Tour Hassan, a cuyos pies está el mausoleo del monarca que logró la independencia del país y que da nombre a la avenida, el abuelo del actual Mohammed VI.

Impresión de Google Maps en mano recorro a pie –cosas que te permiten las maletas con ruedas- los 900 metros que me separan de mi hotel pasando junto a  edificios ministeriales, el gran teatro Mohammed V (otra vez él), construcciones inacabadas abandonadas y otras antiguas que parecen desahuciadas a cuyo pie contrasta el silencioso paso de un moderno tranvía. Con mi justo francés resuelvo el trámite del check-in sin olvidarme de pedir la clave del wifi y asegurarme de que tengo el desayuno incluido en la tarifa de la habitación. En menos de dos segundos chequeo visualmente los 12 metros cuadrados de mi individual acabando el tour en el pequeño balcón desde el que tengo la fantástica vista de una sucesión de azoteas pobladas de antenas parabólicas.

Son las 14:30 hora local, una menos que en España, y mucha hambre, así que es hora de echarse a la calle en modo turista: guía lonely planet, cámara de fotos, móvil cargado y muchas ganas de patear, de mirar, de dejarme llevar por lo que vea y escuche, lo que me llame la atención. En la recepción del hotel no tienen planos de la ciudad, así que, sin plano entonces, ¡a conocer Rabat!