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Hugo Fontela: “Estoy iniciando una etapa reposada y tranquila, en la que impera más la calma que el impulso”

A pesar de su juventud (Grado, 1986), este joven artista tiene tras de sí una trayectoria sólida de más de quince años en la que ha recibido el reconocimiento de académicos, críticos y coleccionistas. Las «Notas para un paraíso» que ahora muestra en el Museo Esteban Vicente de Segovia demuestran porqué.

Hugo Fontela es “un pintor, sin más, un hombre que pinta”. Así se dio a conocer en 2005 cuando ganó la XX edición del Premio BMW de Pintura. Para entonces ya vivía en Nueva York, a donde se trasladó en 2004 en un giro de guión de lo más arriesgado. En lugar de ingresar en la universidad en su Asturias natal (donde ya había estudiado en la Escuela de Artes y Oficios de Avilés y en la Escuela de Arte de Oviedo), optó por marchar a la Gran Manzana y matricularse en The Arts Students League a la par que instalaba en Manhattan su estudio-taller. Una etapa de descubrimiento y conocimiento en la que lo más le impresionó fue “la escala, la diversidad y la complejidad del mundo” y constatar que “solo hay un camino, ser fiel a ti mismo”.

A lo largo de este tiempo ha reafirmado su personalidad artística “en torno a las posibilidades de la pintura, que ha sido siempre mi preocupación” hasta llegar a un lugar en que su rumbo está marcado de manera capital por “la observación y la percepción de la naturaleza, así como por mi emoción ante ella. Un punto al que he llegado partiendo de la historia de la pintura, identificando los referentes que me interesan y encontrando el modo de, a pesar de todo lo ya dicho, mostrado y alcanzado, trazar mi propio camino para emocionar utilizando el lenguaje pictórico”. 

Entre los nombres evocados están algunos de los más grandes de la pintura norteamericana del siglo XX como Cy Twombly, Philip Guston o Sean Scully, a los que se puede intuir en los paisajes industriales y las vistas que realizó del puerto neoyorquino que mostró en 2008 en sus primeras exposiciones individuales en España. Después han llegado otras, como las periódicas en la Galería Marlborough -en sus sedes de Madrid, Barcelona y Nueva York- en las que muestra periódicamente su nueva producción, que le han abierto la puerta de más de treinta colecciones privadas e instituciones museísticas de las que hoy forma parte.

La llegada a Madrid en 2015 implicó un punto y aparte, “un concentrarme más en mí mismo, iniciar una etapa más introspectiva, más pendiente de lo que ocurre dentro de mí y del espacio en el que trabajo, que de lo que sucede en el exterior”. En su estudio se percibe ese pálpito interior que determina su producción, generalmente superficies amplias -ya sean lienzos como sobre tabla o papel-, en las que su determinación por la impresión visual y la acotación cromática le sitúan en ese lugar indeterminado en el que unos le juzgan abstracto y otros figurativo, pero a sabiendas de que ninguna de las dos etiquetas es totalmente absoluta. “Yo lo vivo como una tensión natural, unas veces pinto las cosas tal y como las veo y otras según las siento, es un terreno en el que me siento muy cómodo y en cualquier caso actúo así libremente, no porque esté pendiente de lo que los demás puedan esperar o querer de mí”, afirma Fontela. 

Uno de sus últimos proyectos ha sido The nature of painting, una aventura editorial con formato de libro de artista (edición limitada de 196 unidades, interior y cubierta intervenidas por el propio Hugo), que recoge su evolución a lo largo de la última década a través del objetivo fotográfico de Carmen Figaredo y que “al mirar hacia atrás me ha servido para pasar página, notar que cierro una etapa”. Preguntado por hacia dónde se dirige, su respuesta es hacia un estadio más reposado y tranquilo, donde impere más la calma que el impulso. 

Una actitud con la que espera seguir teniendo un sitio propio en la confusión existente entre el mundo del arte y el mercado del arte. “Mi intención es guiarme por mis convicciones y capacidades artísticas para llegar al máximo con mis posibilidades. Soy ambicioso en este sentido y espero no renunciar a una idea por lo que pueda determinar el mercado, ni decantarme por otras solo porque sienta que vayan a ser bien recibidas”.

Fotografía de Hugo Fontela de Carmen Figaredo. Versión actualizada de la entrevista publicada en el número 280 de Descubrir el Arte (junio, 2022).

Paula Varona: «Siempre he querido pintar la luz»

El objetivo de esta pintora de luz mediterránea (Málaga, 1963) no es solo estético, sino también emocional con un claro propósito, que lo que vemos nos genere armonía y paz interior.

Paula Varona recuerda haber buscado desde su infancia en la costa de Cádiz las atmósferas que surgen en la interacción entre la luz y los espacios. He ahí sus marinas de La Habana, Santander o Finisterre y sus vistas urbanas, especialmente de la ciudad de Madrid. Villa en la que se asentó tras haber pasado por Reino Unido, donde se formó artísticamente, Japón y EE.UU., y en la que se siente plenamente en casa. 

Le interesa también el modo en que las personas entramos y salimos, la fluidez con que caminamos y cómo, sin perder nuestra individualidad a pesar del bullicio que nos envuelve, formamos parte de un conjunto que interactúa entre sí y con el lugar en el que está. De esto dan buen ejemplo sus escenas en la Tate Modern, en el Museo del Prado o en las sedes de la Fundación Guggenheim en Bilbao y Nueva York.  “Los museos son una obra de arte múltiple, su arquitectura, las piezas que albergan y el diálogo que se establece entre ellos, así como entre estos y sus visitantes”.

Loewe’s Way, óleo sobre lienzo, 153 x 125 cm, 2017.

Sobre su obsesión por la luz, Paula dice haberla querido plasmar desde siempre, “sea la de un día despejado o nublado, diurna o nocturna, de interior o exterior, estival o invernal. Mi objetivo es transmitir tanto la luz que ves como el efecto que esta tiene sobre ti, lo que te hace sentir, por eso busco que el propio cuadro se adapte a la luz del lugar en el que está y a las variaciones de esta según, por ejemplo, el momento del día en que es observado”. 

Todo lo que pinta es real. En ocasiones se sirve de apuntes y fotografías tomadas in situ, pero el elemento que busca siempre plasmar es la primera impresión que quedó en su retina. Si la obra es de pequeño formato se aventura a aplicar directamente el óleo sobre el lienzo en blanco. Si es de mayor tamaño, medita mucho lo que quiere trasladar al lienzo y cuando considera que ha llegado el momento dibuja la composición que tiene en mente para estructurarla y comprobar que lo que ha pensado seguirá funcionando sobre la tela. Si queda satisfecha con ese primer resultado, entonces ya sí, coge los pinceles integrando su trabajo en la cotidianidad de su casa ya que su estudio está en una estancia de esta, “y siempre con las puertas abiertas para que la energía del proceso creativo fluya libremente entre los distintos planos de mi vida”.  

Efecto urbano, óleo sobre lienzo, 120 x 120 cm, 2018.

Artista sin galería, disfruta tratando directamente con sus clientes -tanto particulares como corporativos (Fundación BBVA, Vodafone, Bankia…) o institucionales (Universidad Menéndez Pelayo, Ministerio de AA.EE.,…)- y dando a conocer su producción en espacios que se guían por criterios exclusivamente artísticos y done lo comercial queda a un lado, lo que la hace sentirse más libre e independiente. Una autogestión que practica en otras facetas como la de llevar al día sus redes sociales,  medio que considera fundamental para darse a conocer hoy en día y para ver lo que hacen otros creadores. Fundamentalmente Instagram por su esencia visual, aunque le repele la publicación continua e interacción casi automática que exigen. A lo que sí le dedica tiempo es a su página web (paulavarona.com) en la que muestra las creaciones que tiene en venta y ofrece la oportunidad de adquirir reproducciones en formato póster, sobre papel o lienzo en distintos tamaños, o sobre seda como pañuelos.  

Aunque en su imaginario habiten nombres como Yayoi Kusama, David Hockney, Mark Rothkno, Goya, Turner, Vermeer o El Bosco, Paula ha dado forma a un estilo propio. Un dejarse llevar que ahora le pide colores más fuertes para generar un mayor impacto sensorial tras haber jugado con algunas novedades en recientes exposiciones (diciembre de 2020 en el centro cultural Casa de Vacas, en el Parque del Retiro en Madrid, por la que pasaron más de 33.000 personas) como el incluir una performance en el acto de inauguración o no enmarcar las obras para que los espectadores pudieran entrar más fácilmente en su propuesta narrativa. Asunto sobre el que sigue investigando, creando imágenes en formato cubo de manera que la escena y el movimiento se extiendan por diversas caras, a la par que ejecuta los encargos recibidos en los últimos meses. 

Versión actualizada de la entrevista publicada en el número 268 de Descubrir el Arte (junio, 2021).

“Elogio del horizonte. Conversaciones con Eduardo Chillida”

Una buena manera de acercarse al hombre que está tras algunas de las esculturas más icónicas de las últimas décadas. Nada mejor que sus propias palabras para intentar comprender su proceso creativo y descifrar sus motivaciones y pretensiones. Un título con el que entrar en el triángulo intelectualidad, técnica y espiritualidad que converge en toda creación artística.

Cuando nos acercamos a la obra de un artista plástico solemos caer en el error de creer que lo que nos ofrece alberga significados que hemos de descifrar, en lugar de dejarnos embaucar por su propuesta, salir de nuestras coordenadas mentales y ser trasladados a un territorio emocional que si no desconocido, si es infrecuente que lleguemos a él por la vía de la observación meditada o la vivencia espontánea. Eduardo Chillida (1924-2002) se exigía a sí mismo no volver a donde ya había estado, a lo que ya sabía hacer, por eso experimentaba y se dejaba llevar por la intuición para alcanzar visiones y sensaciones nunca antes materializadas o habitadas.

En las once entrevistas que contiene este volumen se comprende cuál es la senda personal, vivencial y espiritual que llevó a Eduardo a ese principio. Destaca la tierra en la que nació y el lugar en el que vivió, consideraba sus raíces vascas y ya antes de que su peine del viento se convirtiera en icono de San Sebastián, percibía la capacidad de aquel punto del Cantábrico para generar significados. Posteriormente, su época como portero de la Real Sociedad le valió para experimentar asuntos como la relación entre el espacio, la geometría y la perspectiva. Y siempre, como hilo conductor, de su persona, su particular vivencia y reflexión de la religión católica y la espiritualidad cristiana como sinónimos de entrega y universalidad.

Le atraía lo que siempre parece igual, pero nunca es lo mismo, como los paisajes o el mar. Sentía simbiosis con lo pausado y lo lento, porque ahí es donde lo humano tiene capacidad para expandirse y surgir. Le interesaba la ciencia, pensaba que esta difería del arte en buscar lo cuantitativo y no lo cualitativo. Y todo ello acompañado de una preocupación por la relación entre la materia y el espacio, así como entre la pieza y el ser humano que se acerca a ella.

Lo primero le llevó a no trabajar nunca con vaciados, sino a crear piezas macizas y a manipular elementos con una presencia o posibilidades lumínicas que evocaran las de sus raíces vascas. De ahí su fijación por el hormigón, el hierro, el alabastro o la chamota o su uso tridimensional del papel en sus Gravitaciones. En lo segundo estuvo siempre presente su inquietud filosófica -San Juan de la Cruz, Cioran, Heidegger…-, su sensibilidad musical -Bach, Mozart- o la relación con sus contemporáneos -Braque, Miró, Calder…-.

Y una máxima que aparece constantemente en este volumen, los hombres somos todos iguales, antes de ser de ningún territorio, y compartimos la visión unitaria y igualitaria del horizonte.  Un axioma con el que volver a visitar sus trabajos en múltiples ciudades como Gijón, Madrid, Barcelona o Gernika y disfrutar de la capacidad de Eduardo Chillida para trascender el tiempo y permanecer en la atemporalidad de nuestro presente.

Elogio del horizonte. Conversaciones con Eduardo Chillida, edición a cargo de Susana Chillida, 2003, Ediciones Destino.

10 textos teatrales de 2023

En español y en inglés. Retratando el tiempo en que fueron escritos, mirando atrás en la historia o alegorizando a partir de ella. Protagonistas que antes fueron secundarios, personas que piden no ser ocultados por sus personajes y ciudadanos anónimos a los que se les da voz. Ficciones que nos ayudan a imaginar y a soñar, y también a ir más allá de lo establecido y teóricamente posible.

“Usted también podrá disfrutar de ella” de Ana Diosdado. Exposición sobre la cara oculta del periodismo, la avaricia y la crueldad con que entroniza y defenestra a las personas de las que se sirve para pautar la actualidad e influir en la opinión pública. Personajes oscuros, entrelazados en una historia sobre las esperanzas personales y los sueños profesionales, que va y viene en el tiempo para indagar en cuanto la condiciona hasta sorprender con su redondo final.

“Recordando con ira” de John Osborne. Terremoto de rabia, desprecio y humillación. Personajes anclados en la eclosión, la incapacidad y la incompetencia emocional. Diálogos ácidos, hirientes y mordaces. Y tras ellos una construcción de caracteres sólida, con profundidad biográfica y conductual; escenas intensas con atmósferas opresivas muy bien sostenidas; y un planteamiento narrativo y retórico que indaga en la razón, el modo y las consecuencias de semejante manera de ser y relacionarse.

“La coartada” de Fernando Fernán Gómez. El esplendor de la Florencia de los Medici y su conflicto con la Roma papal. Un complot organizado por una familia vecina y la institución católica para acabar con la vida de los hermanos Lorenzo y Julián. Un folletín en el que su autor maneja con acierto la deconstrucción temporal, la simbiosis entre la fe y la corrupción y la distancia entre la pasión terrenal y el anhelo de la elevación espiritual.

«Un soñador para un pueblo» de Antonio Buero Vallejo. Sólida recreación histórica que nos traslada al momento político y social en que tuvo lugar el famoso motín de Esquilache. Una dramaturgia perfectamente estructurada que recrea el ambiente y los escenarios madrileños de aquel 23 de marzo de 1766. Diálogos excelentes que reflejan el carácter y las trayectorias personales de sus protagonistas en tramas que aúnan lo terrenal y lo aspiracional.

«Don´t drink the water» de Woody Allen. Antes que director de cine, Allen es un buen escritor y esta obra teatral estrenada en 1966 es una muestra de ello. Parte de una trama principal bien planteada de la que surgen varias secundarias habitadas por unos personajes aparentemente realistas, pero con unos comportamientos y unas respuestas tan absurdas como ingeniosas. Y aunque muchos de sus guiños son referencias muy concretas al momento en que fue escrita, su sentido del humor sigue funcionando.

“El chico de la última fila” de Juan Mayorga. Vuelta de tuerca a la metaliteratura, y al género del realismo, atravesada por la lógica de las matemáticas y la búsqueda continua de respuestas de la filosofía. Planos en los que se entrecruzan la observación del fluir de la vida, la implicación emocional con su devenir y la distancia juiciosa de la racionalidad. Escenas, diálogos y personajes perfectamente definidos, trazados, relacionados y concluidos.

“Peter and Alice” de John Logan. El niño del país de nunca jamás y la niña del de las maravillas. Personajes literarios que se inspiraron en personas reales que vivieron siempre bajo esa impronta y que, ya como un hombre de 30 años y una mujer de casi 80, se conocieron un día de 1932 en la trastienda de una librería de Londres. Un encuentro verdad y una conversación imaginada por John Logan en la que se contraponen los recuerdos como adultos con las ilusiones infantiles.

«Anillos para una dama» de Antonio Gala. Emocionalidad a raudales en un texto que expone el uso que la Historia hace de determinadas personas para apuntalar a sus protagonistas. Un intratexto que critica la ficción de uno de los mitos de la identidad española. Un personaje principal que encarna el anhelo de que en las relaciones humanas primen los sentimientos sobre las exigencias sociales.

“En mitad de tanto fuego” de Alberto Conejero. Monólogo en el que la universalidad de la Ilíada queda unida a los muchos frenos que el hoy pone al amor, a la paz y al deseo. Lirismo dotado de una fuerza que mueve su narrativa desde la acción hasta la revelación de la más profunda intimidad. Palabras escogidas con precisión y significados manejados con certeza, generando emociones que perduran tras su lectura.

“Supernormales” de Esther Carrodeguas. Acertadamente reivindicativa y desvergonzadamente incorrecta. Plantea preguntas sin ofrecer respuestas perfectas en torno a la discapacidad y la sexualidad, dos filtros con que negamos la voz en nuestra insistencia por ocultar con dogmas las necesidades emocionales. Retrato ácido y socarrón, crítico y mordaz, alejado de sentencias y que da en la clave de la respuesta, antes que qué hay que hacer, está el para quién.

«Conjura en Madrid» de José Calvo Poyato

Un viaje muy bien documentado y profusamente narrado al Madrid, mitad ficción mitad realidad, de principios del s. XVIII. A un tiempo en que pocas cosas se regían por los principios y valores de hoy en día. Ni la organización de la ciudad, ni la administración de la Corte ni las relaciones diplomáticas con las demás potencias de Europa. Menos aún en el contexto bélico al que tuvo que hacer frente el primer Borbón español para consolidar su reinado.

Hay escritores que se sirven de la historia para dotar de argumento a sus novelas. Y hay historiadores que se sirven de la imaginación para elucubrar acerca de lo que pudo haber sido y no sabemos si fue. En la nota final de esta novela, su autor deja claro que él se sitúa entre los segundos, por si su currículo como catedrático de Historia e investigador académico de los tiempos de Carlos II y Felipe V no lo dejaba claro. Un conocimiento al que suma saber conceptualizar, desarrollar y narrar una intriga, como demuestra en estas crónicas sobre el intento de destronamiento y regicidio del nieto del Rey Sol en el contexto de la guerra de sucesión española.  

Capítulo a capítulo, y mediante profusas descripciones, nos va dando las claves de lo que los hechos documentados han probado -las batallas celebradas, los nombres involucrados, las maneras en que se vivía- para después poner el foco en su propuesta literaria. Tras unos primeros párrafos introductorios que nos sitúan circunstancialmente, todos ellos se centran en una serie de personajes que convierte en protagonistas literarios, dotándoles de un carácter, comportamiento y retórica -emulando el castellano de entonces- determinados por el rol que tuvieron en la realidad (en el caso de los tomados de ella), además de por el papel que les ha adjudicado en su creación.

Desde el frente de guerra hasta las alcobas de palacio, expone lo que ya sabemos, la lucha entre España y Francia por un lado y Austria e Inglaterra por el otro -una muestra más del continuo enfrentamiento entre monarquías en que estaba sumido el viejo continente-, y conjetura cómo pudo planificarse, diseñarse y ejecutarse uno de los episodios más significativos, oscuros y por conocer en detalle de ese gran conflicto. Un marco que José Calvo sintetiza en los elementos en los que basa su propuesta literaria, los principios en los que se basaban las relaciones diplomáticas -el poder-, las alianzas –el interés y los lazos de sangre-, la administración en la corte -los títulos nobiliarios y las intrigas- y las decisiones estratégicas -privilegios e intuición más que hechos probados y ponderados-.

A ello le añade la dosis necesaria de motivaciones (ambición, venganza, compromiso), emociones (temor, admiración, amor) y actitudes humanas (liderazgo, enfrentamiento, lealtad) para completar el catálogo de enfoques que hacen de Conjura en Madrid una novela entretenida y divulgativa a partes iguales. A los entendidos en el asunto y época que relata probablemente les resultará justa, quizás escasa, pero para el resto del público, que somos la mayoría, resulta una buena introducción a un tiempo del que nunca está saber un poco más.

Conjura en Madrid, José Calvo Poyato, 1999, Plaza & Janés Editores.

«La mala costumbre» de Alana S. Portero

Novela y testimonio. Relato y retrato de una ciudad y una sociedad, de una realidad y de una persona. Lectura con la que imaginar y conocer. Una protagonista a la que escuchar y comprender. Páginas en las que dejarse imbuir por la verdad de su autora, un interior desnudo y una vivencia con la que es imposible no empatizar.

Las narraciones en primera persona tienen la virtud de introducirte de lleno en la historia que exponen. Una inmersión sin medias tintas cuando lo escrito es autobiográfico. Más aún si te coge de la mano para exponerte una experiencia de cuya profundidad y autenticidad ni su autora parece ser plenamente consciente hasta que escoge las palabras con que da carta de identidad a sus lugares y personajes y convierte en recuerdos, guardados o vigentes, las conversaciones y acontecimientos, cotidianos y extraordinarios, que en ella expone. Y todo ello teniendo como elemento conductor la toma de conciencia de que su sentir interno, su ser mujer, no se corresponde con lo que le devuelve el otro lado, tanto el espejo físico como las suposiciones de su entorno y las expectativas de su familia.

La mala costumbre revela a una persona sensible, intuitiva en su modo de percibir y comprender las conexiones de lo que no se ve, e inteligente en su traslación a la racionalidad del lenguaje del maremágnum de motivaciones y relaciones que se producen en la vida de cualquier individuo, más aún cuando éste es alguien que está en la doble frontera de no saber cómo vivir consigo mismo y cómo hacerlo en el mundo en el que le ha tocado crecer. Alana S. Portero demuestra ser capaz, no cae en la limitación del dolor ni se encierra en la necesidad terapéutica del yo. E inteligente, dotada para darle forma literaria a su historia, introduciendo a su lector en una realidad de la que saldrá aún más conocedor o incapaz de mantenerse en la ignorancia y los posibles prejuicios que antes tuviera.

Consigue que su exposición tenga la estructura de una ficción, pero que todo en ella transmita verdad. Subjetiva y editada, pero no por ello privada o reducida. Su mirada está teñida de la perspicacia de quien busca, indaga y se esfuerza por encontrar respuestas y no del costumbrismo de quien se deleita en la facilidad de mirar sin ver. Alana se revela como una aguda retratista del Madrid de los últimos cuarenta años, de cómo pasó de ser para muchos una ciudad humilde y sufrida a una urbe exigente y hasta traidora con los suyos. También una acertada cronista de cómo las identidades de género y las orientaciones sexuales, que no se atuvieran al canon del heteropatriarcado, pasaron de sobrevivir a no esconderse y de ahí a reivindicarse y reclamarse.

Todo apunta a que este título es ya un referente del capítulo transexualidad en el amplio campo de la literatura LGTB. Pero, además de por eso, merece ser considerada por el modo en que es capaz de hacer de su pasado un camino abierto al tránsito de otros. Valorada por la calidad con que nos introduce en un universo en el que lo inabarcable está unido a lo tangible. Por el tacto con que transmite el amplio espectro de emociones -de la soledad y el miedo a la ilusión y la esperanza- por las que viajamos, también dentro de nosotros mismos, de su mano.  

La mala costumbre, Alana S. Portero, 2023, Editorial Seix Barral.

«Un soñador para un pueblo» de Antonio Buero Vallejo

Sólida recreación histórica que nos traslada al momento político y social en que tuvo lugar el famoso motín de Esquilache. Una dramaturgia perfectamente estructurada que recrea el ambiente y los escenarios madrileños de aquel 23 de marzo de 1766. Diálogos excelentes que reflejan el carácter y las trayectorias personales de sus protagonistas en tramas que aúnan lo terrenal y lo aspiracional.

No somos los únicos, pero la historia de España está llena de exabruptos en los que los intentos de progreso acaban en bronca, sangre y punto y aparte. La Semana Santa del séptimo año de monarquía de Carlos III fue uno de esos muchos momentos. Un bando del ministro de Guerra y Hacienda ordenaba adaptar el diseño de capas y sombreros para que el rostro de sus usuarios quedara siempre visible e impedir que su hábito les sirviera para esconder armas con que delinquir.

Una medida más con la que el séquito napolitano que el Rey se había traído de su anterior etapa política pretendía seguir modernizando tanto la ciudad de Madrid como el Reino de España. Pero el cambio, las modificaciones y las novedades, así como otros asuntos no tan positivos -como el hambre ocasionada por las malas cosechas o los impuestos-, chocaban de lleno contra un pueblo y una aristocracia anclada en la costumbre y la tradición. Este es el ambiente y el caldo de cultivo en el que los ánimos estaban prestos para tomar forma violenta. Y así sucedió.

Buero Vallejo nos lo cuenta editando muy bien la cadena de acontecimientos, fijando la atención en los documentos clave, y combinándola con el posible sentir de sus protagonistas, eligiendo entre estos a personajes reales y creando otros que aúnan la síntesis de lo popular y sus necesidades como dramaturgo para darle a su propuesta la emotividad necesaria.

Como resultado de este reparto, sus parlamentos recorren un abanico de tipos que van desde el costumbrismo canalla de las clases menos formadas y la inocencia de los que no saben fingir porque no tienen nada que ocultar, a la sagacidad, la ironía y los quiebros de aquellos que se desenvuelven continuamente en las coordenadas del poder. Súmese su propuesta escenográfica con una plataforma circular giratoria para representar las residencias palaciegas de los ya mencionados, así como las entradas y salidas del escenario que inician y terminan encuentros amistosos cotidianos y enfrentamientos cruentos.

Sin ambigüedad alguna, Buero Vallejo realiza una crítica moral en la que deja claro su posicionamiento ideológico. Del lado de aquellos que promovían la luz de la Ilustración, y entendían que había que tener en cuenta al pueblo, frente a los aferrados al terror de la Inquisición que consideraban que el resto del mundo estaba supeditado a su absolutismo. Como en otras obras suyas –En la ardiente oscuridad (1950) o La fundación (1974)- es inevitable ver en ello una crítica a la sinrazón y el despotismo como forma de gobierno.

Que le dedique el texto “a la luminosa memoria de Antonio Machado, que soñó una España joven” lo hace pensar aún más. Estaría bien volver a ver este texto representado en las tablas del Teatro Español, escenario que tuvo el privilegio de acoger su estreno el 18 de septiembre de 1958.

Un soñador para un pueblo, Antonio Buero Vallejo, 1958, Ediciones Austral.

“Morirán de forma indigna” de Alberto Reyero Zubiri

Miles de ancianos murieron en las residencias de mayores durante la primera ola del COVID-19 en marzo y abril de 2020. Especialmente en Madrid y Cataluña. La versión oficial dice que fue inevitable. La realidad, en cambio, es tozuda y no dejan de surgir datos y documentos que evidencian que no se hizo cuanto estuvo al alcance de quienes nos gobernaban. Este libro, combinación de diario político e institucional y hemeroteca, es una muestra de ello.

En el año 2020 la mortalidad en Madrid se disparó un 44% y la edad media de sus residentes descendió 3,5 años. Cifras que la señalan como la región de Europa que peor gestionó la pandemia. Aun así, el gobierno de la Puerta del Sol, con su presidenta a la cabeza, no dejó de decir que lo estaba haciendo de manera excelente gracias a su diseño de planes eficientes, implantación de medidas innovadoras y ejecución de acciones que asombraban al mundo. Mensajes, propaganda y comunicación que se daban de bruces con los hechos y hacían sospechar, a los comprometidos con la objetividad y la transparencia, que se estaban ocultando unas cuantas verdades. Ese es el propósito de Alberto Reyero con Morirán de forma indigna.

Un testimonio que merece la pena conocer por estar contado desde dentro. Reyero era el Consejero de Políticas Sociales de ese gobierno resultado de una coalición entre el Partido Popular y Ciudadanos, partido al que él pertenecía. Aparentemente, nadie sabía mejor que él qué estaba ocurriendo en las residencias, con qué recursos contaban y qué ayuda se les ofreció desde la institución de cuyo consejo de gobierno él formaba parte. Su relato confirma lo que ya sabíamos: una situación previa deficiente por la desatención de todo lo social desde hacía años del gobierno regional, titular de las competencias de regular y prestar dichos servicios a los madrileños; y un presente para el que no se estaba preparado.

Un escenario en el que se reaccionó sin atender a los principios de la democracia, negando la realidad y a quienes la sufrían, culpando y acusando a quien defendía otros colores políticos y hostigando e intimidando a quienes, de entre los suyos, no se erigían en portavoces y defensores de la narración formateada, según las necesidades de cada momento, en determinados despachos. Morirán de forma indigna demuestra -con extractos de comparecencias, correos electrónicos, fragmentos de entrevistas radiofónicas y televisivas, así como entrecomillados periodísticos- que no hubo residencias medicalizadas, que se distribuyeron procedimientos que negaban la asistencia hospitalaria a los más frágiles, que la mentira fue la norma en las comparecencias públicas y que la intoxicación mediática fue continua.

La claridad, orden y documentación de su exposición no dejan duda alguna de la vivencia y la posición entonces y ahora, frente a lo sucedido, de Alberto Reyero. Se entiende que solo quiere plasmar sobre el papel aquello que tiene tras de sí un registro, pero se echa en falta que no entre en asuntos como el porqué de la soledad en la que le dejó su partido o porqué éste no se manifestó públicamente en favor de sus postulados. No basta solo con acusar al culpable, también hay que señalar a los que, de una u otra manera, tienen tras de sí la sombra de la complicidad.  

Teniendo en cuenta cuanto ha ocurrido, o no, desde entonces, la conclusión que se extrae de la lectura de Morirán de forma indigna es una doble interrogante. Cuándo se reconocerá la verdad de lo que sucedió y cómo lo pagarán sus responsables. Y de paso, porqué buena parte de nuestra sociedad fue y es tan pasiva ante esas muertes, evasiva ante los hechos que las provocaron y condescendiente con quienes -sin atender a la ética ni, quizás, a la legalidad- tomaron las decisiones que las ocasionaron.   

Morirán de forma indigna, Alberto Reyero Zubiri, 2022, Libros del K.O.