Nietzsche sobrevuela este texto y montaje teatral sobre el chemsex describiendo su intención, estructura y efecto. Trata algo convulso, confuso y complejo de una manera didáctica, ordenada y explicativa. Acierto y mácula. Aun así, obra que podríamos considerar necesaria para tomar conciencia de una realidad obviada e ignorada.
Tras las celebraciones por todo el territorio nacional, comienza la semana grande del Orgullo LGTBI, la que tendrá como acto central una manifestación el próximo sábado bajo el lema Abrazando la diversidad familiar: iguales en derechos. Sin embargo, lo que muchos recordarán y el motivo por el que se acercarán a la capital a trasnochar varios días, no será la reivindicación sino la fiesta. Lícito y compatible, más quizás también sintomático de los tiempos que vivimos. En un momento en el que la mentira partidista y el ruido mediático pretenden impedir la igualdad y la verdadera libertad, que es la de ser y no la de consumir, prima en demasía la satisfacción individual y la búsqueda del placer corporal como medio de satisfacción emocional.
En este contexto es en el que desde hace años escuchamos sobre la práctica del chemsex, personas que se unen durante horas para consumir drogas y desinhibirse hasta límites que van más allá del goce físico, poniendo en riesgo su integridad física y psicológica. Asunto serio que niegan demasiadas personas. Los que lo practican para no enfrentar lo que esconden tras ese síntoma de autodestrucción, y muchos más porque todo vale para seguir alimentando su homofobia. Monstruo sutil y omnipotente, atmósfera silente que desprecia, sentencia y castiga. Círculo vicioso en el que lo íntimo se enreda con lo familiar, lo social, lo cultural y lo político.
Todo eso está en El Ge. Avelino Piedad es ese hombre que llega a su casa lleno de vacío tras no se sabe con cuántos cuerpos haber practicado el desenfreno, el uso y la cosificación. Vemos al actor, pero falta personaje. Apenas se dan unos datos sobre él, pero más encaminados a justificar la estructura del texto que a introducirnos en la vida de una persona con la que conectar y empatizar, con la que confrontarnos y quizás identificarnos. Cuanto se relata sobre la dinámica de los encuentros, el abanico de drogas a disposición de los participantes («guapas, circas o guarras», bien los momentos de humor y hasta cabaret), o las cotas psicológicas y derivas psiquiátricas a las que se llega, resulta más dramatización que dramaturgia.
Bien saltarse la cuarta pared y sentir que se comparte espacio, saber que éste es el monólogo de alguien que sufrió recientemente un desengaño amoroso y que tuvo una infancia que lo ha convertido en un neurótico de presencia gimnasta y mirada barbuda. Mas, desde mi experiencia personal no escuché nada que no haya oído aquí o allá, que me hayan contado participantes o afectados. Y para quien viva lejos de estas circunstancias, creo que esta propuesta se le queda excesivamente sencilla, le falta la emoción que le atrape sin necesidad de pasar por su razón y ejercicio de comprensión.
También puede ser que la propuesta escrita y dirigida por Emma de Martino funcione con unos y otros porque les ofrece cuanto son capaces de digerir y tolerar, sin incomodarlos ni agitarlos. Ejerce más de recordatorio e introducción que de llamada a la responsabilidad y a la acción. Como decía Nietzsche, bien traído a escena, nos debatimos entre el orden de lo apolíneo y la agitación de los dionisiaco.
El Ge, en Nave 73 (Madrid).