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10 textos teatrales de 2022

Títulos como estos son los que dan rotundidad al axioma «Dame teatro que me da la vida». Lugares, situaciones y personajes con los que disfrutar literariamente y adentrarse en las entrañas de la conducta humana, interrogar el sentido de nuestras acciones y constatar que las sombras ocultan tanto como muestran las luces.

“La noche de la iguana” de Tennessee Williams. La intensidad de los personajes y tramas del genio del teatro norteamericano del s. XX llega en esta ocasión a un cenit difícilmente superable, en el límite entre la cordura y el abismo psicológico. Una bomba de relojería intencionadamente endiablada y retorcida en la que junto al dolor por no tener mayor propósito vital que el de sobrevivir hay también espacio para la crítica contra la hipocresía religiosa y sexual de su país.

“Agua a cucharadas” de Quiara Alegría Hudes. El sueño americano es mentira, para algunos incluso torna en pesadilla. La individualidad de la sociedad norteamericana encarcela a muchas personas dentro de sí mismas y su materialismo condena a aquellos que nacen en entornos de pobreza a una falta perpetua de posibilidades. Una realidad que nos resistimos a reconocer y que la buena estructura de este texto y sus claros diálogos demuestran cómo afecta a colectivos como los de los jóvenes veteranos de guerra, los inmigrantes y los drogodependientes.

“Camaleón blanco” de Christopher Hampton. Auto ficción de un hijo de padres británicos residentes en Alejandría en el período que va desde la revolución egipcia de 1952 hasta la crisis del Canal de Suez en 1956. Memorias en las que lo personal y lo familiar están intrínsicamente unidos con lo social y lo geopolítico. Texto que desarrolla la manera en que un niño comienza a entender cómo funciona su mundo más cercano, así como los elementos externos que lo influyen y condicionan.

«Los comuneros» de Ana Diosdado. La Historia no son solo los nombres, fechas y lugares que circunscriben los hechos que recordamos, sino también los principios y fines que defendían unos y otros, los dilemas que se plantearon. Cuestión aparte es dónde quedaban valores como la verdad, la justicia y la libertad. Ahí es donde entra esta obra con un despliegue maestro de escenas, personajes y parlamentos en una inteligente recreación de acontecimientos reales ocurridos cinco siglos atrás.

«El cuidador» de Harold Pinter. Extraño triángulo sin presentaciones, sin pasado, con un presente lleno de suposiciones y un futuro que pondrá en duda cuanto se haya asumido anteriormente. Identidades, relaciones e intenciones por concretar. Una falta de referentes que tan pronto nos desconcierta como nos hace agarrarnos a un clavo ardiendo. Una muestra de la capacidad de su autor para generar atmósferas psicológicas con un preciso manejo del lenguaje y de la expresión oral.

“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Bajo el subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España”, la última dramaturgia del granadino presenta una coralidad segada por el costumbrismo anclado en la tradición social y la imposición de la religión. La intensidad de sus diálogos y situaciones plasma, gracias a sus contrastes argumentales y a su traslación del pálpito de la naturaleza, el conflicto entre el autoritarismo y la vitalidad del deseo.

“Speed-the-plow” de David Mamet. Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

“Master Class” de Terrence McNally. Síntesis de la biografía y la personalidad de María Callas, así como de los elementos que hacen que una cantante de ópera sea mucho más que una intérprete. Diálogos, monólogos y soliloquios. Narraciones y actuaciones musicales. Ligerezas y reflexiones. Intentos de humor y excesos en un texto que se mueve entre lo sencillo y lo profundo conformando un retrato perfecto.

“La lengua en pedazos” de Juan Mayorga. La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad. La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

“Speed-the-plow” de David Mamet

Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

Cuando David Mamet escribió en 1988 Speed-the-plow, algo así como “acelera el arado”, ya era un autor teatral un y guionista cinematográfico reconocido y es de suponer que bregado en los avatares que determinan en los despachos qué se produce, con qué recursos y quiénes lo protagonizarán.

De ahí surge el triángulo conformado por Bobby, Charlie y Karen. Bobby Gould es el nuevo jefe de producción de un gran estudio, él decide qué proyectos son susceptibles de ser financiados, y hasta puede elegir uno por sí mismo. Charlie Fox no solo es una de las personas de su equipo, encargado de relacionarse con guionistas, actores y representantes para ver qué es posible, sino que también es un amigo fiel que ha estado a su lado a lo largo de los años. Por su parte, Karen es una joven e inexperta profesional en su primer día como asistente temporal de Bobby, así como objeto de las chanzas entre este y su colega sobre hasta dónde pueden llegar con ella.

Una trama de 24 horas que comienza de manera anodina, envuelta en la lectura por compromiso de un libro con intenciones humanistas y cuyo autor espera que sea adaptado a la gran pantalla, pero que se ve completamente alterada por el anuncio de un actor taquillero dispuesto a protagonizar el blockbuster que llevaría al estrellato a Bobby y a Charlie. A partir de ahí la velocidad por materializar esta posibilidad, la excitación por las recompensas que conllevaría lograrlo, los imprevistos que surgen y la ambición y vanidad por sentirse no solo triunfador, sino también ganador, generan un ritmo frenético a la par que una atmósfera de exceso de la que es imposible no sentirse parte.    

Mamet debe opinar que todos tenemos un precio que nos haga cambiar de opinión o de bando. Y basta que alguien le dijera que no, que tiene claros sus límites y que hay lealtades que no piensa traicionar nunca, para que ideara esta tormenta perfecta con que demostrarle que la integridad es una virtud cuya puesta a prueba resistirían muy pocos. Su inteligencia no está solo en la sencillez, los exabruptos y la combinación entre frases directas y circunloquios de sus diálogos, sino sobre todo en sus personajes. Personalidades y comportamientos trazados con finura para permitir multitud de planteamientos, sin alterar el devenir de su propuesta, a la hora de materializarlos sobre un escenario.

La primera lectura de Speed-the-plow provoca una visualización agresiva, de enfrentamiento y combate. Pero su reposo sugiere una más meditada en la que dar la oportunidad a cada personaje de enfrentarse, no solo con los demás, sino consigo mismo en un registro más abierto que contemple la vulnerabilidad de sus miedos, recelos e inseguridades. Una manera de conseguir no solo entretener a sus lectores y a sus espectadores en un patio de butacas, sino de engancharles a través de los mecanismos de identificación y proyección en que se basa la magia de la literatura, especialmente la dramática.

Quizás sea este el motivo por el que Speed-the-plow ha sido representada en innumerables ocasiones desde que fuera estrenada el 3 de mayo de 1988 en Broadway en un montaje protagonizado por Joe Mantegna, Ron Silver y Madonna, por el que el primero recibió un Premio Tony. En España fue interpretada en catalán por Lluís Homar, Andreu Benito y Mia Esteve, bajo la dirección de Ferrán Madico, en el marco del Festival Grec de Barcelona en el año 2000, y no ha vuelto a ser llevada a los escenarios desde 2015. Productores españoles, quizás es el momento de recuperar este texto y de hacernos disfrutar con él.

Speed-the-plow, David Mamet, 1988, Grove Atlantic.  

10 textos teatrales de 2021

Obras que ojalá vea representadas algún día. Otras que en el escenario me resultaron tan fuertes y sólidas como el papel. Títulos que saltaron al cine y adaptaciones de novelas. Personajes apasionantes y seductores, también tiernos en su pobreza y miseria. Fábulas sobre el poder político e imágenes del momento sociológico en que fueron escritas.

«The inheritance» de Matthew Lopez. Obra maestra por la sabia construcción de la personalidad y la biografía de sus personajes, el desarrollo de sus tramas, los asuntos morales y políticos que trata y su entronque de ficción y realidad. Una complejidad expuesta con una claridad de ideas que hace grande su escritura, su discurso y su objetivo de remover corazones y conciencias. Una experiencia que honra a los que nos precedieron en la lucha por los derechos del colectivo LGTB y que reflexiona sobre el hoy de nuestra sociedad.

«Angels in America» de Tony Kushner. Los 80 fueron años de una tormenta perfecta en lo social con el surgimiento y expansión del virus del VIH y la pandemia del SIDA, la acentuación de las desigualdades del estilo de vida americano impulsadas por el liberalismo de Ronald Reagan y las fisuras de un mundo comunista que se venía abajo. Marco que presiona, oprime y dificulta –a través de la homofobia, la religión y la corrupción política- las vidas y las relaciones entre los personajes neoyorquinos de esta obra maestra.

“La taberna fantástica” de Alfonso Sastre. Tardaría casi veinte años en representarse, pero cuando este texto fue llevado a escena su autor fue reconocido con el Premio Nacional de Teatro en 1986. Una estancia de apenas unas horas en un tugurio de los suburbios de la capital en la que con un soberbio uso del lenguaje más informal y popular nos muestra las coordenadas de los arrinconados en los márgenes del sistema.

«La estanquera de Vallecas» de José Luis Alonso de Santos. Un texto que resiste el paso del tiempo y perfecto para conocer a una parte de la sociedad española de los primeros años 80 del siglo pasado. Sin olvidar el drama con el que se inicia, rápidamente se convierte en una divertida comedia gracias a la claridad con que sus cinco personajes se muestran a través de sus diálogos y acciones, así como por los contrastes entre ellos. Un sainete para todos los públicos que navega entre la tragedia y nuestra tendencia nacional al esperpento.

«Juicio a una zorra» de Miguel del Arco. Su belleza fue el salvoconducto con el que Helena de Troya contó para sobrevivir en un entorno hostil, pero también la condena que hizo de ella un símbolo de lo que supone ser mujer en un mundo machista como ha sido siempre el de la cultura occidental. Un texto actual que actualiza el drama clásico convirtiéndolo en un monólogo dotado de una fuerza que va más allá de su perfecta forma literaria.

«Un hombre con suerte» de Arthur Miller. Una fábula en la que el santo Job es convertido en un joven del interior norteamericano al que le persigue su buena estrella. Siempre recompensado sin haber logrado ningún objetivo previo ni realizado hazaña audaz alguna, lo que despierta su sospecha y ansiedad sobre cuál será el precio a pagar. Una interrogación sobre la moral y los valores del sueño americano en tres actos con una estructura sencilla, pero con un buen desarrollo de tramas y un ritmo creciente generando una sólida y sostenida tensión.

“Las amistades peligrosas” de Christopher Hampton. Novela epistolar convertida en un excelente texto teatral lleno de intriga, pasión y deseo mezclado con una soberbia difícil de superar. Tramas sencillas pero llenas de fuerza y tensión por la seductora expresión y actitud de sus personajes. Arquetipos muy bien construidos y enmarcados en su contexto, pero con una violencia psicológica y falta de moral que trasciende al tiempo en que viven.

“El Rey Lear” de William Shakespeare. Tragedia intensa en la que la vida y la muerte, la lealtad y la traición, el rencor y el perdón van de la mano. Con un ritmo frenético y sin clemencia con sus personajes ni sus lectores, en la que nadie está seguro a pesar de sus poderes, honores o virtudes. No hay recoveco del alma humana en que su autor no entre para mostrar cuán contradictorias y complementarias son a la par la razón y la emoción, los deberes y los derechos naturales y adquiridos.

“Glengarry Glen Ross” de David Mamet. El mundo de los comerciales como si fuera el foso de un coliseo en el que cada uno de ellos ha de luchar por conseguir clientes y no basta con facturar, sino que hay que ganar más que los demás y que uno mismo el día anterior. Coordenadas desbordadas por la testosterona que sudan todos los personajes y unos diálogos que les definen mucho más de lo que ellos serían capaces de decir sobre sí mismos.

«La señorita Julia» de August Strindberg. Sin filtros ni pudor, sin eufemismos ni decoro alguno. Así es como se exponen a lo largo de una noche las diferencias entre clases, así como entre hombres y mujeres, en esta conversación entre la hija de un conde y uno de los criados que trabajan en su casa. Diálogos directos, en los que se exponen los argumentos con un absoluto realismo, se da cabida al determinismo y su autor deja claro que el pietismo religioso no va con él.

“Las amistades peligrosas” de Christopher Hampton

Novela epistolar convertida en un excelente texto teatral lleno de intriga, pasión y deseo mezclado con una soberbia difícil de superar. Tramas sencillas pero llenas de fuerza y tensión por la seductora expresión y actitud de sus personajes. Arquetipos muy bien construidos y enmarcados en su contexto, pero con una violencia psicológica y falta de moral que trasciende al tiempo en que viven.

Dos siglos después de que Pierre Choderlos de Laclos publicara en 1782 su famosa novela, Christopher Hampton la convirtió en una apasionante dramaturgia para la Royal Shakespeare Company. Poco después, en 1988, él mismo la adaptaría al cine en el que es uno de los duelos interpretativos más fascinantes del séptimo arte, el que mantuvieron Glenn Close y John Malkovich como Madame de Merteuil y el vizconde de Valmont. Dos personajes que no tienen más principios y objetivos que su ego. Apoyándose inicialmente el uno en el otro, pero cuando esto no les basta, lanzándose a una batalla psicológica en la que solo puede haber un ganador y superviviente.

Una alianza y un enfrentamiento en el que cuentan con la ventaja de su posición social y su despreocupación por los asuntos materiales, pero en el que él juega, además, con el hecho de ser hombre y las licencias que suponen la arrogancia y la hipocresía del heteropatriarcado (aunque en aquella época este concepto no existiera). Como contrapeso, ella dispone de la inteligencia, astucia y frialdad de quien se construyó a sí misma sabiendo distinguir entre lo que quieres y lo que los demás esperan de ti, entre lo que sientes y lo que has de transmitir. Él, en cambio, más ladino, despliega la ampulosidad y la sinuosidad de sus formas, engañando a los que caen en sus trampas y deleitando a los que saben de sus intenciones. Juntos son también un frente de madurez, paciencia y saber estar frente a la inexperiencia, la ignorancia y la falta de visión de los más jóvenes.

Un tablero de juego en el que ¡ay! de los secundarios que se vean involucrados. Un manual de educación emocional, sentimental y sexual trazado por de Laclos que Hampton sintetiza en una sucesión de escenas en las que no hay una sola gratuidad. No hay frase, por muy banal o ligera que sea que no dé en el blanco, ni encuentro en el que la oportunidad no se aproveche del azar. Sin llegar a monologar, hay intervenciones impactantes como cuando Merteuil relata los mecanismos de los que se sirvió en su muy particular instrucción. O la manera en que se va intensificando la atmósfera de sus encuentros con su contraparte, evolucionando desde la camaradería hasta un cisma de consecuencias imprevisibles.

La fluidez es la norma, pero siempre con dobles intenciones. Unas veces explicitadas y compartidas con el lector/espectador y otras tan bien invisibilizadas que cuando finalmente eclosionan, denotan un plan perfectamente trazado que nos disturba y afecta casi tan hondamente como a sus víctimas.  De fondo, los usos y costumbres -la ópera, las segundas residencias, la doble vida de unos y otros- de la aristocracia francesa, así como las maneras en que se relacionaban a la hora de establecer interesadamente alianzas y parentescos en los años previos a que cayera sobre ellos la guillotina de la Revolución.

Les liaisons dangereuses, Christopher Hampton, 1985, Faber & Faber.

10 textos teatrales de 2020

Este año, más que nunca, el teatro leído ha sido un puerta por la que transitar a mundos paralelos, pero convergentes con nuestra realidad. Por mis manos han pasado autores clásicos y actuales, consagrados y desconocidos para mí. Historias con poso y otras ajustadas al momento en que fueron escritas.  Personajes y tramas que recordar y a los que volver una y otra vez.  

“Olvida los tambores” de Ana Diosdado. Ser joven en el marco de una dictadura en un momento de cambio económico y social no debió ser fácil. Con una construcción tranquila, que indaga eficazmente en la identidad de sus personajes y revela poco a poco lo que sucede, este texto da voz a los que a finales de los 60 y principios de los 70 querían romper con las normas, las costumbres y las tradiciones, pero no tenían claros ni los valores que promulgar ni la manera de vivirlos.

“Un dios salvaje” de Yasmina Reza. La corrección política hecha añicos, la formalidad adulta vuelta del revés y el intento de empatía convertido en un explosivo. Una reunión cotidiana a partir de una cuestión puntual convertida en un campo de batalla dominado por el egoísmo, el desprecio, la soberbia y la crueldad. Visceralidad tan brutal como divertida gracias a unos diálogos que no dejan títere con cabeza ni rincón del alma y el comportamiento humano sin explorar.

“Amadeus” de Peter Shaffer. Antes que la famosa y oscarizada película de Milos Forman (1984) fue este texto estrenado en Londres en 1979. Una obra genial en la que su autor sintetiza la vida y obra de Mozart, transmite el papel que la música tenía en la Europa de aquel momento y lo envuelve en una ficción tan ambiciosa en su planteamiento como maestra en su desarrollo y genial en su ejecución.

“Seis grados de separación” de John Guare. Un texto aparentemente cómico que torna en una inquietante mezcla de thriller e intriga interrogando a sus espectadores/lectores sobre qué define nuestra identidad y los prejuicios que marcan nuestras relaciones a la hora de conocer a alguien. Un brillante enfrentamiento entre el brillo del lujo, el boato del arte y los trajes de fiesta de sus protagonistas y la amenaza de lo desconocido, la violación de la privacidad y la oscuridad del racismo.

“Viejos tiempos” de Harold Pinter. Un reencuentro veinte años después en el que el ayer y el hoy se comunican en silencio y dialogan desde unas sombras en las que se expresa mucho más entre líneas y por lo que se calla que por lo que se manifiesta abiertamente. Una enigmática atmósfera en la que los detalles sórdidos y ambiguos que florecen aumentan una inquietud que acaba por resultar tan opresiva como seductora.

“La gata sobre el tejado de zinc caliente” de Tennessee Williams. Las múltiples caras de sus protagonistas, la profundidad de los asuntos personales y prejuicios sociales tratados, la fluidez de sus diálogos y la precisión con que cuanto se plantea, converge y se transforma, hace que nos sintamos ante una vivencia tan intensa y catártica como la marcada huella emocional que nos deja.

“Santa Juana” de George Bernard Shaw. Además de ser un personaje de la historia medieval de Francia, la Dama de Orleans es también un referente e icono atemporal por muchas de sus características (mujer, luchadora, creyente con relación directa con Dios…). Tres años después de su canonización, el autor de “Pygmalion” llevaba su vida a las tablas con este ambicioso texto en el que también le daba voz a los que la ayudaron en su camino y a los que la condenaron a morir en la hoguera.

“Cliff (acantilado)” de Alberto Conejero. Montgomery Clift, el hombre y el personaje, la persona y la figura pública, la autenticidad y la efigie cinematográfica, es el campo de juego en el que Conejero busca, encuentra y expone con su lenguaje poético, sus profundos monólogos y sus expresivos soliloquios el colapso neurótico y la lúcida conciencia de su retratado.

“Yo soy mi propia mujer” de Doug Wright. Hay vidas que son tan increíbles que cuesta creer que encontraran la manera de encajar en su tiempo. Así es la historia de Charlotte von Mahlsdorf, una mujer que nació hombre y que sin realizar transición física alguna sobrevivió en Berlín al nazismo y al comunismo soviético y vivió sus últimos años bajo la sospecha de haber colaborado con la Stasi.

“Cuando deje de llover” de Andrew Bovell. Cuatro generaciones de una familia unidas por algo más que lo biológico, por acontecimientos que están fuera de su conocimiento y control. Una historia estructurada a golpe de espejos y versiones de sí misma en la que las casualidades son causalidades y nos plantan ante el abismo de quiénes somos y las herencias de los asuntos pendientes. Personajes con hondura y solidez y situaciones que intrigan, atrapan y choquean a su lector/espectador.

«Macbeth», soberbia y muerte

La obra maestra de William Shakespeare sintetizada en una versión que pone el foco en la personalidad y las motivaciones de sus personajes. Dos horas de función clavado en la butaca, sin aliento, ensimismado, seducido e hipnotizado por un elenco dotado para la palabra y la presencia. Tras ellos, un escenario que subraya con la maestría técnica y creativa de cuanto confluye en él, la solemnidad, dureza y conflicto de los parlamentos de quienes lo habitan.

La tragedia de este rey de Escocia que llegó al trono con las manos manchadas de sangre es uno de los textos más apasionantes del de Stratford-upon-Avon. Todo está tan bien definido, estructurado y desarrollado en él que normal que cualquier dramaturgo ambicioso, apasionado y devoto por su profesión -como era el caso de Gerardo Vera- quiera llevarlo a escena. El destino hizo de las suyas dejando a Gerardo fuera de la recta final del proyecto el pasado 20 de septiembre, con la adaptación ya trabajada, el reparto seleccionado y habiendo comenzado a diseñar los elementos destinados a complementarles (escenografía, iluminación, sonido, música, vestuario…).

Aun así, la producción siguió bajo la dirección de Alfredo Sanzol hasta llegar finalmente a este buen puerto al que somos convocados. Queda la duda de cuánto de su factura final tiene de semejante a lo que Vera hubiera hecho. Recordando otros trabajos suyos, con los medios y las posibilidades que permite el Centro Dramático Nacional, son evidentes los vínculos de este Macbeth con lo bien trazadas que estaban las tramas y expuestos los impulsos y las razones de sus protagonistas en El Idiota (2019) o Los hermanos Karamazov (2015). Pero también hay diferencias, como pasajes en los que prima más el relato, la narración, que la acción, siempre constante (ya fuera a nivel de movimiento -entradas y salidas- como de temperatura emocional) con que recuerdo aquellas propuestas.

El punto de partida, el Shakesperare que José Luis Collado ha sintetizado es una joya. Cada cuadro es un punto alto, individuos con doble faz, apariciones oraculares, puntos de inflexión históricos, decisiones que acrecientan la tensión, conflictos que ponen a prueba la capacidad de resistencia de sus protagonistas… Esta es la base sobre la que Carlos Hipólito y Marta Poveda despliegan su saber hacer como Lord y Lady Macbeth, más comedido y contenido él, más explícita y manifiesta ella, convincentes cada uno en su papel y plenamente compenetrados en el matrimonio de tiranía y sangre en el que se retroalimentan.  

El resto de intérpretes conforman un grupo -algunos de ellos encarnan más de un personaje- que, sin embargo, nunca les homogeniza. Un apunte más del ingenio con el que está ideado y llevado a la práctica cuanto sucede sobre las tablas. Haciendo que confluyan lo formal y lo establecido de la palabra con un dinamismo que va más allá de lo teatral, tan envolvente como el de una instalación plástica, y rítmico y coreografiado como el que despliegan los grandes montajes operísticos.

Una escenografía aparentemente sencilla, pero que hace de su suelo y su aire un cerro y un cielo amenazante cuando se simulan exteriores y una tribuna y una decoración suntuosa en interiores. Plataformas de laminados con movilidad en las que la luz permite jugar a las horas del día, las sensaciones meteorológicas y las subjetividades de las sombras y las llamas de las antorchas. Música, espacio sonoro y videoescena sumándose, haciendo del escenario una fuente de energía a punto de eclosionar, de un lugar vibrante teñido por el rojo, en el que lo humano y lo telúrico se debaten en una lucha sin cuartel.

Macbeth, en el Teatro María Guerrero (Madrid).

«Macbeth» de William Shakespeare

Tragedia sobre el origen, evolución y consecuencias de una desmedida ambición política y los múltiples daños colaterales que provoca recurrir al crimen para hacerse con el poder. Un logro que abre en su protagonista un abismo personal y un vacío interior que deriva en una tormenta perfecta de horror y destrucción. Tras todo ello, el habitual arte y despliegue maestro de su autor en la creación y desarrollo de personajes y tramas.

Un drama monárquico sobre ocupantes, herederos y aspirantes a disponer del bastón de mando, combinado con dosis de fantasía de la mano de tres brujas que aventuran el futuro. Tres seres sobrenaturales que comparten su visión con un general del ejército del rey, el aventurero Macbeth, sembrando en él la semilla de la gloria, pero sin hacerle consciente de que el medio para materializarla será el engreimiento, la soberbia, el abandono de la ética personal y la comisión de todo tipo de delitos. Un hecho que hace que tras luchar contra el reinado de Noruega, Escocia siga en el conflicto. Primero el terremoto que implicará el regicidio del Rey Duncan, a lo que seguirá el despotismo de su sucesor y quien da título a esta obra. Finalmente, la lucha de Malcolm, el sucesor legítimo, contra el asesino para devolver la libertad y la esperanza a su tierra y a sus súbditos.

Un hilo narrativo que Shakespeare prolonga a lo largo de cinco actos en los que expone cuanto necesita que conozcamos para entender las múltiples dimensiones de lo que está en juego. Desde la geopolítica (reinos enfrentados y aliados), los egos (Lady Macbeth como encarnación máxima de este vicio) y la dimensión familiar de los protagonistas (las alianzas consanguíneas y los hijos como prolongación de los propios logros) hasta los valores que han de regir toda estructura de gobierno (justicia, templanza, veracidad, firmeza…) y jerarquía militar (lealtad, fortaleza, compromiso, entrega…).

Tras un inicio alegre, resultado de ganar el conflicto bélico con que se inicia la obra, poco a poco el autor de Hamlet (1601) y Otelo (1603) va generando una atmósfera que abandona la luminosidad inicial para adentrarse en una oscura, incierta y tenebrosa noche argumental en la que las desgracias y los sobresaltos se suceden sin piedad. Una atmósfera cada vez más opresiva que ejerce de espejo de los pensamientos y acciones de Macbeth, de la tiranía que despliega sobre sus dominios y la crueldad con que trata a su pueblo. Una pesadumbre resultado de su neurótico deseo de mantenerse en el trono, cueste lo que cueste, y su paranoica vivencia de los fenómenos espirituales y kármicos que le acompañan negándole la celebridad, la reputación y el reconocimiento al que aspiraba.

Una fábula sobre el egoísmo y las derivadas que puede conllevar, no el salirse de las coordenadas vitales que el destino te hubiera deparado -más aún cuando, desde fuera, eran aparentemente positivas-, sino el hacerlo sin respeto alguno por la vida y la convivencia social. Una vez más, como en Romeo y Julieta (1597) o en El Rey Lear (1603), Shakespeare despliega su extraordinaria capacidad para, aún contando algo circunscrito a un lugar y tiempo muy concreto, convertirlo en una alegoría sobre la condición humana.

Macbeth, William Shakespeare, 1606, Ediciones Cátedra.

«Amadeus» de Peter Shaffer

Antes que la famosa y oscarizada película de Milos Forman (1984) fue este texto estrenado en Londres en 1979. Una obra genial en la que su autor sintetiza la vida y obra de Mozart, transmite el papel que la música tenía en la Europa de aquel momento y lo envuelve en una ficción tan ambiciosa en su planteamiento como maestra en su desarrollo y genial en su ejecución.

Amadeus es más que un biopic teatral de Mozart (1719 – 1787), es también el relato de los efectos que sobre este tiene el ser el campo de batalla en el que se vive la guerra que Antonio Salieri (1750 – 1825) le declara a Dios al no verse dotado de los dones y gracias sí concedidos a su contemporáneo. Una leyenda en torno a la cual Shaffer fantasea trasladándonos a la Viena de 1823 y a la de la década de 1780 para dejar que Salieri nos cuente directamente -intercalando el monólogo con las escenas recordadas/dialogadas- sin recato alguno el relato de cómo conoció y quedó deslumbrado una y otra vez por un genio al que no solo envidió, sino que odió haciendo todo lo posible por perjudicarle en lo profesional y hundirle en lo personal.

Así, y recorriendo los principales hitos de la carrera artística del de Salzburgo (conciertos, cuartetos y óperas como Las bodas de Fígaro, La flauta mágica o Don Juan), el músico italiano va hilvanando los momentos en que las trayectorias de los dos confluían. Una evolución en la que cruzan de continuo lo creativo (la manera de trabajar y las fuentes de inspiración), lo artístico (los lugares de representación) y la respuesta (el aplauso y la mofa) que ambos recibían tanto del aparato de la corte imperial como del público en general. Incomprensión, distancia y denostación en el caso del autor de uno de los Requiem más famosos de la historia, y alabanzas, reconocimiento y progreso en el del llegado desde una pequeña localidad de la República de Venecia.

Una progresión paralela al profundo y fino retrato psicológico que realiza de la personalidad y la manera de relacionarse con el mundo de ambos, confrontando la imagen que cada uno tenía de sí mismo (sentirse un genio vs. saber que no se es) y el conflicto interior que vivían como consecuencia de lo que su entorno les devolvía.

Un proceso, a su vez, apoyado en una serie de secundarios de los que su creador se sirve para introducir los elementos que marcan la evolución de los acontecimientos. Unos reales (como la mujer de Mozart, el Emperador y algunos miembros de círculo más cercano) y otros que como bufones actúan a modo de miembros de un coro de la comedia griega dando datos que nos sitúan geográfica, temporal o referencialmente (valgan como ejemplo las menciones a Rossini, Bach y Beethoven). Unos y otros sirven como soporte para un in crescendo en el que la combinación de drama y comedia inicial va evolucionando hasta convertirse en una tragedia cuya tensión escala hasta una doble eclosión final.

Señalar la cantidad de anotaciones que incluye la edición que he leído (Penguin Books, 1981) sobre iluminación, escenografía, proyecciones, vestuario, música (indicando el momento exacto de las piezas indicadas a escuchar) y movimientos de actores que Peter Shaffer toma del primer montaje que de Amadeus se hizo en Nueva York en diciembre de 1980. Recursos que consiguen poner de relieve la concepción, relación e interactuación de los distintos planos de acción y mensaje de un texto que resulta tan sólido y redondo como el silencio que queda en el ambiente tras la interpretación de la última nota de muchas de las partituras de Wolfgang Amadeus Mozart.

Amadeus, Peter Shaffer, 1979, Penguin Books.

«Bitch, she’s Madonna»

Marie Louise Veronica Ciccone es la reina del pop desde que lanzara su primer álbum en 1983. Un referente mundial no solo de este género musical, sino de una industria a la que ha hecho evolucionar con su empeño, trabajo y ambición y a la que ha utilizado como altavoz tanto para expresarse creativamente como para defender social y políticamente aquellas causas y principios en los que cree.

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Además de una cantante de gran éxito, Madonna es, o ha sido a lo largo de su ya larga carrera, actriz, bailarina, compositora, productora, empresaria,… y muchas cosas más en las que ha puesto siempre todo su empeño para conseguir el aplauso de su público a la par que ofrecer o transmitir algo de sí misma. Esto es lo que nos cuentan de manera perfectamente coordinada los distintos capítulos de este ensayo (bravo Dos Bigotes por vuestra primera incursión en este género) que analizan al personaje del que muchos somos fans, en todas aquellas facetas en las que ha sido protagonista.

La mujer que con 13 discos de estudio publicados, y un legado de decenas de canciones y videoclips excepcionales, más copias ha vendido en todo el mundo en la historia de la música; show woman con 10 exitosas giras realizadas por cantidad de países ante millones de personas; portavoz sin medias tintas de causas como la visibilidad de la diversidad sexual o la lucha contra el sida; referente para el feminismo; empresaria de éxito; productora, directora y actriz de cine. Logros indudables que muchas veces siguen quedando escondidos tras el ruido –en ocasiones interesadamente machista- de las etiquetas de escándalo y provocación con que su figura y carrera han sido criticadas, cuando no denostadas, sin descanso.

Pero como demuestra el múltiple enfoque de La reina del Pop en la cultura contemporánea, la brillante innovación que ha definido los éxitos artísticos de sus proyectos, el debate social generado en muchos momentos a lo largo de estas tres décadas y el buen efecto que la pátina del tiempo está dando a muchos de sus trabajos, deja claro que tras todo ello ha estado siempre una constante, exigente y perfeccionista profesional con una gran intuición y una excepcional visión creativa y comercial; una trabajadora que nunca descansa y que ha sabido acompañarse de otros creadores de talento excepcional para conseguir –o si no, quedarse cerca- los mejores resultados posibles; además de una persona siempre fiel a sí misma.

Si algo queda claro es que Madonna ha manejado con gran acierto desde que llegó a Nueva York en 1978 las claves del negocio en el que se propuso hacer carrera. Es por ello uno de los máximos exponentes e impulsora de la brutal transformación que el negocio de la música ha experimentado desde entonces.

Un sector que ha pasado de dedicarse a promocionar solistas o grupos para vender álbumes, a construir iconos que ofrecen espectáculos en vivo que beben de la ópera, el teatro, el cabaret o el circo, que se relacionan con su público convirtiéndose en protagonistas de un universo audiovisual que impacta tanto o más que el de las estrellas cinematográficas, obtienen ingresos por vías múltiples (merchandising, diseño de ropa, escribiendo libros, publicitando marcas,…) y utilizan su imagen pública para dar voz a aquellas causas con las que se identifican.

Con todo este bagaje, está claro que Madonna tiene mucho que decir sobre cómo será el futuro de la música y de la industria del espectáculo, así como del papel que ambas habrán de desempeñar en nuestra sociedad.

“El hombre que ya no soy” de Salvador Navarro

Sevilla es el escenario de un thriller que une las miserias de los bajos fondos de la capital andaluza con el canibalismo del mundo global de las finanzas capitalistas. Una historia en la que la ambición de los inconformistas choca de lleno con la satisfacción de los humildes en una narración que combina la serenidad y la agitación de las emociones con el ritmo y la tensión de la búsqueda de diferentes verdades que se cruzan en sus páginas.

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Los hombres y mujeres de esta novela son aparentemente anónimos, personajes definidos por circunstancias y características tan propias de ellos como de cualquier otra persona. Sin embargo, esa no es más que la puerta a través de la cual su autor nos hace entrar para acceder a una serie de biografías en las que lo no enunciado o lo que está por decirse está tan presente como aquello que exteriorizan en las relaciones que conforman tanto los pilares de su vida afectiva –familia y amigos- como aquellas que complementan estas –laborales y sexuales-.

La muerte violenta de un antiguo narcotraficante de poco pelaje hace que la vida de aquellos que gravitaron a su alrededor pegue un vuelco, haciendo que el cielo hispalense se llene de las estelas blancas que todos ellos dibujan sobre él con sus movimientos y decisiones, también con su apatía y pasividad, para intentar descubrir quién fue el asesino y su motivación. Esto, unido a las complicaciones e insatisfacciones propias de la vida de cada individuo –tan parecidas y diferentes a las mías, a las tuyas, a las nuestras- da pie a un doble plano de complicada investigación exterior y de ineludible examen interior que hilvanan en un viaje que tienen tanto de visión y objetivo a largo plazo como de evitación y huida hacia adelante.

Contrariedades que les hacen humanos y cercanos, más aún cuando Salvador Navarro opta por dar mucho más espacio a los diálogos que a las descripciones a lo largo del recorrido de varios meses que comienza una fría mañana de invierno en que Roberto, un exitoso ejecutivo, aterriza en el aeropuerto de San Pablo y se funde con su madre en un abrazo que despierta la atención y el interesado olfato de Elisa, una mujer con ganas de encontrarse, pero sin estar dispuesta a afrontar las heridas que le causó el que ella misma se dejara echar a perder.

En el seguimiento que hace de todos ellos, Navarro va desvelando de manera muy bien planteada el pasado que explica cómo han llegado hasta ahí y qué hado lugar a los aspectos más oscuros, heridos e íntimos de sus caracteres. La estructura de capítulos cortos de El hombre que ya no soy hace que el relato de cada uno de ellos sea muy directo, como si se tratara de secuencias cinematográficas en las que no hay adornos ni rodeos con fines contextuales o distractores. Y con un ritmo que varía apropiadamente, alternando el avance progresivo con el velozmente trepidante de los pasajes de mayor tensión y con giros argumentales colocados y manejados con suma precisión.

Por último, destacar el papel que Salvador le da a la ciudad de Sevilla, siendo como en su anterior Huyendo de mí, escenario, atmósfera y testigo urbano de los muchos enfoques con que se puede afrontar la vida –legales y criminales, entusiastas y pesimistas, generosos y egoístas, respetuosos y castrantes, con certeza o con incertidumbre- tanto en general como, en particular, en esta apasionante novela.