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Ley del Patrimonio Histórico Español, 39 años después

Ernest Urtasun tiene muchas tareas urgentes que cumplir como Ministro de Cultura. Una de ellas es la de actualizar una ley que va camino de ser arqueología legislativa, con un articulado alejado de la actualidad con la que el patrimonio histórico ha de vérselas hoy en día. Su realidad material choca en demasiadas ocasiones con lo laboral y lo educativo, lo turístico y lo inmobiliario, además de no contemplar lecturas y dimensiones que hace cuatro décadas ni se concebían.

El tiempo transcurrido desde que el poder legislativo aprobara el paraguas que da cobertura a cuanto tiene que ver con la identificación, conservación y difusión de nuestro patrimonio histórico ha hecho que dicha norma resulte hoy demasiado genérica y necesite una actualización que no solo adapte su texto a lo que hemos evolucionado, sino que incluya asuntos que en 1985 no se imaginaban. 

Desde hace años se comenta que el Ministerio de Cultura está trabajando en su puesta al día. Pero sea por la brevedad de algunas legislaturas, o lo atropellada de la anterior, esta cartera ministerial no ha llegado a materializar este proyecto necesario. A medio camino se quedó un anteproyecto que no gustó a nadie, ni al sector ni a las comunidades autónomas que tienen las competencias ejecutoras en cultura. Es de suponer que no convencía ni a quienes lo redactaron.

Esperemos que la futura nueva redacción considere, y con la relevancia que merecen, manifestaciones apenas tratadas en su actual articulado como la audiovisual y la inmaterial, o ignoradas como la del patrimonio industrial. Punto importante sería todo lo relativo a lo digital, con materializaciones como los videojuegos (ámbito en el que algunas instituciones, como la Biblioteca Nacional, ya están trabajando), las posibilidades de preservación que permite la digitalización, y de divulgación con el acceso universal que facilita Internet. Ya puestos, estaría bien hasta considerar las posibilidades de la inteligencia artificial sin olvidar la importancia de la propiedad intelectual.

De esta manera se evitaría el riesgo de regulaciones dispersas y contradictorias por parte de las CC.AA. al no tener una ley marco que establezca criterio guía/unificador, o situaciones a las que el actual marco legislativo no da la cobertura deseable.

Sería interesante que incluyese, igualmente, la interacción con ámbitos fundamentales como la educación (contenidos curriculares sobre el valor del patrimonio en cada etapa formativa y recorridos para la capacitación de futuros profesionales), la investigación (también desde el punto de vista científico y tecnológico), las políticas sociales (instrumento con el que ofrecer oportunidades a todo tipo de colectivos), el desarrollo regional (medio con el que tejer políticas de dinamización económica) y las relaciones exteriores (en coordinación con el Ministerio de AA.EE., UE y Cooperación).

Así mismo, debiera integrar directivas europeas como la de exportación de bienes culturales de 2014 o resoluciones como la de 2015 (“Hacia un enfoque integrado del patrimonio cultural europeo”) que destaca su papel en el crecimiento económico y social y el empleo.  Por último, y no menos importante, el nuevo preámbulo debiera mencionar las convenciones, convenios y acuerdos internacionales firmados por España, como los de protección del patrimonio cultural subacuático (2001), salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial (2003) o protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales (2005) de la UNESCO. O de aquellas coordenadas en las que queremos jugar un papel protagonista, como es Iberoamérica, y donde se cuenta desde 2006 con el referente de su Carta Cultural

Versión actualizada de la entrevista publicada en el número 249 de Descubrir el Arte (noviembre, 2020). Fotografía tomada de ElEspanol.com.

La vida sin museos

No sería lo mismo. Ignoraríamos nuestro pasado. Perderíamos el lugar de encuentro y reflexión que son, y la plataforma que nos ofrecen para intuir o suponer el futuro. Da igual si son públicos o privados, si están en grandes ciudades o en localidades remotas, si dedicados a artes plásticas, ciencias o actividades económicas. Los museos recogen, relatan y reflejan la complejidad de la existencia, la acción y el conocimiento del ser humano.  

No tengo claro si fue así, pero mi memoria me dice que el primer museo que visité fue El Prado. De aquel día recuerdo a Velázquez esculpido en su exterior y a sus meninas en su interior. Desde entonces lo he visitado por múltiples motivos, por el impacto que me producen su fragua y su cristo crucificado, por cómo se me encoge el corazón ante las pinturas negras de Goya y se me agita la respiración ante las carnalidades de Rubens. También por los azules de Patinir, los rojos de Rafael, los frescos románicos de Maderuelo y la narratividad del historicismo del s. XIX. De ese siglo son los paisajes americanos que busco cuando voy al Museo Thyssen, donde también cuelga una hermosa vista de Pissarro de las calles húmedas de París. Una imagen impresionista que me deja sin aliento, como la de los viandantes en un puente de Ámsterdam firmada por George Hendrik Breitner y preservada por el Rijksmuseum.

Pero también hay instituciones modestas que merecen ser reconocidas por su extraordinaria labor. Como el Museo de la Minería de la Industria y de Asturias, un lugar en el que conocer uno de los pilares de la identidad colectiva del Principado, la actividad que situó a esta región en el mapa y el motor de muchos otros progresos y desarrollos que llegaron al albor de su estela. O el Museo de la Paz de Gernika, cimentado sobre el horror del bombardeo del 26 de abril de 1937 y con un discurso que, sin olvidar la violencia de los verdugos, recuerda que los protagonistas de las guerras, los conflictos y el terrorismo son las víctimas, quienes sufren y temen, los que son violentados física y psicológicamente, los que son asesinados.

Están también los museos vecinos, a los que te acercas porque sabes que siempre tienen algo interesante que contarte. Es el caso del Museo de Salamanca, donde ver a Unamuno retratado por Juan Echevarría (óleo depósito del Museo Reina Sofía), o el DA2 (Domus Artium 2002), espacio moderno en el que recientemente he disfrutado con el mundo western de Gala Knörr y el saber hacer espacial de Mitsuo Miura. Y están aquellos a los que vuelvo mentalmente para recordar que existen otras formas de ver el mundo, como la museografía con que The Cloisters exponen la edad media europea en Nueva York, o el Museo del Canal de Panamá, donde constatar que una infraestructura puede ser también la columna vertebral de un país.

¿Sería la Semana Santa lo mismo si no contáramos con obras maestras como El descendimiento de Caravaggio que se expone en los Museos Vaticanos? ¿Nos gustaría Londres tanto si no tuviera entre su acervo cultural la miscelánea del Victoria & Albert? ¿Se puede conseguir una simbiosis mayor entre esculturas y espacio, entre emocionalidad y racionalidad, que la lograda por el acero curvado de La materia del tiempo de Richard Serra y las paredes del Museo Guggenheim de Bilbao? Y si miramos al futuro, ¿completará algún día su colección el Museo de la Acrópolis de Atenas? ¿Qué diremos sobre el país y la sociedad que fuimos y somos tras visitar el Museo de las Colecciones Reales? ¿Qué críticas recibirá tras su próxima inauguración?

Hoy, 18 de mayo, se celebra el Día Internacional de los Museos 2023 bajo el lema “Museos, sostenibilidad y bienestar“.

“Arny. Historia de una infamia” con lecciones aun por aprender

Instituciones públicas que actuaron prejuiciosamente sin pudor. Medios de comunicación centrados en crear y azuzar el escándalo sin ética periodística alguna. Y personas doblemente manipuladas, unas utilizadas para extender la mentira y otras dañadas en su fuero interno y en su honor y reputación. Corrupción, falsedad deliberada y linchamiento público antes de la época de las fake news y la cultura de la cancelación.

¿Nos imaginamos cómo hubiera sido el caso Arny narrado, comentado y analizado a través de las redes sociales y de medios que categorizan, definen y califican en base a etiquetas ideológicas? ¿Lo que hubiéramos llegado a escuchar y leer en cuentas de bots, bocas de descerebrados y vídeos de indocumentados? El documental que ha estrenado HBO deja claros algunos datos muy reveladores de aquella injusticia. De los 49 imputados, 33 fueron absueltos.

Se acusó a personas que ni siquiera habían pisado aquel club de la noche sevillana, cabezas de turco con que cabeceras impresas, programas de televisión y periodistas muy concretos -y tras ellos, quizás alguna mano negra con otros intereses- crearon y mantuvieron el escándalo con el único fin de hacer crecer su audiencia y, por tanto, sus ingresos publicitarios. Cuando se certificó la falsedad y la sinrazón del dolor causado a muchos inocentes, nadie les ofreció excusas, les pidió perdón o propuso compensarles, si era posible, por haberlos vilipendiado, denigrado y condenado públicamente sin prueba alguna.  

Han pasado 25 años de aquel caso sustentando en la identificación de la homosexualidad con la perversión, la pederastia y el proxenetismo. Hemos avanzado legal y socialmente, pero la homofobia sigue ahí. Continuamos escuchando afirmaciones similares por parte de representantes públicos y políticos, institucionales y corporativos, en altavoces que no habrían de estar a su disposición o debieran ser rechazados por una audiencia con capacidad de autocrítica.

El impulso, las ganas y el ánimo del señalamiento, el linchamiento y la denigración están a la orden del día. Los retrógrados no están dispuestos a pasar página y salir de su acotada zona de confort, replegar su limitada visión y acotada manera de relacionarse y rectificar el lesivo ejemplo que ofrecen a quienes les toman, o se los tropiezan, como referentes.

El sistema judicial se supone basado en la presunción de inocencia, pero sus tiempos, procedimientos y jerarquías no siempre son de fácil comprensión para quienes nos acercamos a él desde la distancia del desconocimiento y la suposición de que nos va a amparar y proteger.

Sin dejar de ser asertivo y riguroso, ha de unir a estas habilidades las de la transparencia, la pedagogía y la comunicación, explicar las diferencias entre legalidad y justicia, ser diligente en sus calendarios y cercano en su trato con el ciudadano. Y también rendir cuentas, explicar el porqué de sus errores e imprecisiones y asumir, enmendar o corregir las consecuencias que su actuación pudiera haber generado o incrementado.

Los medios de comunicación deben dejar de pervertir conceptos como actualidad o interés público. Son ellos los que, en muchas ocasiones, no los reflejan, sino que los determinan. Diferenciar claramente la información del entretenimiento mutado en espectáculo y los datos de la opinión. Y no salvar la distancia entre esta y la especulación, que no es sino extender la hipérbole y la visceralidad, el susto y el horror sin fundamento alguno. En definitiva, buscar la objetividad y alejarse del ruido.

Agujero negro que constituye la principal amenaza de las redes sociales y de quienes las integramos, usuarios y propietarios. La responsabilidad personal y la social, y no el ego, despreciando y sentenciando, y la monetización, manipulando y confrontando, tendrían que ser el filtro con el que acercarnos a su supuesta propuesta de conversación y debate, e intervenir, con respeto y empatía, en ellas. ¿Somos capaces? ¿Estamos dispuestos?

“Salvar al Rey”, ¿a qué rey?

Televisiones, radios y periódicos nos abruman desde hace días con el protocolo de cuanto está ocurriendo en el Reino Unido desde que falleció Isabel II, la meticulosidad del viaje que acabará con su entierro y los primeros actos públicos de Carlos III como nuevo monarca inglés. Mientras tanto, aquí HBO estrena un documental que certifica los muchos rumores que durante demasiado tiempo hemos escuchado sobre nuestro emérito. Dos ejercicios de imagen completamente diferentes, pero con fines similares.

Tradición y símbolo, historia y legado, futuro y emblema. Son algunos de los muchos términos que estos días repiten hasta la saciedad periodistas y corresponsales in situ, tertulianos sabelotodo y académicos y diplomáticos que, a priori, se atienen a los datos y al conocimiento basado en la experiencia en primera persona. Pero la impresión es que escuchamos una y otra vez lo mismo. Un continuo parafraseo de comunicados oficiales, variaciones de dimes y diretes, lectura tal cual de las publicaciones en redes sociales de toda clase de instituciones y falsos análisis de las portadas y titulares de apertura de los informativos más representativos de aquellos países que, por motivos diversos, tenemos como referentes.  

La tónica es una retórica de frases hechas y lugares comunes, que no niega las sombras, pero que pone el foco sobre las luces con exceso, provocando que lo que se pretendía amable, respetuoso y cercano, resulte frío, apático y artificioso. Consigue todo lo contrario a lo que sus promotores e interesados buscan y desean, que no nos lo creamos y las arrinconadas sombras se hagan protagonistas por sí solas. De eso saben mucho en el Reino Unido. Pero no solo allí. También sabemos aquí, en España.

Durante años hemos escuchado insistentes rumores sobre cuestiones afectivas, sexuales, pecuniarias, políticas, o sencillamente caprichosas, sobre el titular de la Casa Real que, desde esta misma, así como desde diversas administraciones y partidos políticos intentaban acallar con discursos elaborados, minutos de aplausos y homenajes en serie a quien, según el artículo 56 de nuestra Constitución, “es inviolable y no está sujeto a responsabilidad”. O erraron en la estrategia o no la ejecutaron correctamente ya que esta siempre transmitió improvisación y auto justificación. No bastó la sobreactuada negación inicial ni el dramático silencio posterior.

Por eso pasamos a la fase en la que ahora estamos, la de la ponerle palabras. Primero fueron declaraciones por escrito con tintes de haber sido redactadas por abogados. Mínimas, asertivas y, aunque viciadas de eufemismos y circunloquios, precisas. Ahora, con las hemerotecas repletas de entrevistas, artículos, reportajes y portadas con datos, hechos y supuestos, publicados por cabeceras a las que suponemos solo involucradas en asuntos contrastados, parece que ha llegado el momento de reconocer abiertamente, no solo cada una de esas anécdotas, sucesos o episodios, sino el trasfondo que transmite el conjunto de todos ellos.

Eso es lo que hacen los tres episodios de Salvar al rey. Dan contexto político y social, familiar y personal, explican lo sucedido poniendo en negro sobre blanco la figura de Juan Carlos I en relación con comisiones económicas, matrimonio solo ante la opinión pública, vida privada licenciosa, tráfico de influencias y escasa atención al sentido del deber, la legalidad y lealtad al sistema democrático que se le presupone a alguien con la responsabilidad que él tenía. Algo que queda refutado cuando resultan coherentes las pruebas mostradas con la reputación de quienes narran, opinan y valoran al respecto. Y aunque no todos ellos gozan de la confianza que sería deseable para aparecer en una producción así, queda claro que quien nos reinó acabó siendo un serio problema para la continuidad del sistema que durante mucho tiempo le ayudó en sus andanzas, excusó sus renuncios y sostuvo sus caprichos.

Se desvelan realidades que no conocíamos -como las promovidas por unos pocos que le plantaron cara- y se sentencia el asunto diciendo que es demasiado tarde para reparar o restituir su imagen. Entonces, ¿por qué emite HBO esta serie documental? ¿Por qué dan la cara en ella personajes con tanta solera entre nosotros? Porque el objetivo no es periodístico o histórico, no es revelar lo que fue como nunca nos lo habían dicho. El propósito de quienes están tras estos ciento cincuenta minutos es separar la persona de Juan Carlos I de la institución de la monarquía y, certificar, con los pasos dados por Felipe VI desde que su padre abdicara, que estamos en una nueva etapa donde la norma es la ejemplaridad, el compromiso y la coherencia.

Carlos III está realizando estos días un ejercicio de imagen que incluye lo oficial y lo supuestamente improvisado, su efigie en silencio y su voz enunciando los valores en los que cree y la visión a la que aspira. Su fin es limar las asperezas de quienes dudan de él, atraer la atención de aquellos a los que resulta indiferente y renovar la confianza de los que creen en su persona y en su preparación para desempeñar el papel para el que nació. De la misma manera, nuestro monarca realiza cada día movimientos con los que nos dice que es responsable, serio y profesional. Pero como aún hay riesgo de que su progenitor afecte negativamente a la institución, es lógico que pensemos que tras el pasado que nos cuenta Salvar el Rey, su intención sea salvar el futuro del Borbón actual. Habrá que estar atentos a ver cuáles son las siguientes materializaciones de esta campaña de relaciones públicas y de marca, tanto institucional como personal.

Solteros en la ciudad y atacados una vez más

Netflix estrena “Desparejado”, serie que nos cuenta la vuelta al mundo de la búsqueda de pareja de un hombre al que le ha dejado su novio tras diecisiete años juntos. Ocho capítulos livianos y llenos de clichés, que nos hacen pensar no solo sobre lo que nos gustaría ver en la ficción, sino también en los espacios informativos en estos días en que se pretende vincular nuevamente homosexualidad, enfermedad y problema de salud pública.

Es habitual ver en redes sociales un meme con el texto Give the gays what they want cada vez que un programa de cierta audiencia o personaje público adopta un rol en pro de todo aquello que se supone del agrado de los hombres homosexuales como es el activismo sin tapujos, un despliegue de ademanes catalogables como divismo o la exaltación del hedonismo. Ese es el espíritu de Uncoupled, la serie que se puede ver en Netflix desde el pasado viernes protagonizada por Neil Patrick Harris.

Ficción apropiada para estas fechas, la ligereza de sus guiones es tolerable por encima de los treinta y muchos grados que marcan a diario los termómetros desde hace semanas. Los que no podéis o no os apetece verla, tranquilos, no os perdéis nada. Su planteamiento y desarrollo no llega, ni de lejos, a sucedáneo gay de Sexo en Nueva York. Su decálogo de restaurantes de moda, interiores de lujo y cuerpos masculinos escultóricos bien podría estar tomado de una aleatoria combinación de reels de Instagram. Su sucesión de anécdotas, sarcasmos y giros narrativos suenan a escuchados y fantaseados, reproducidos realísticamente o mal interpretados en un intento de personajismo, una y mil veces, por todos nosotros. Me refiero a ti que eres homosexual o bisexual, si no lo eres, disculpa, no quería ofenderte.  

Está bien que veamos entretenimiento y fantasía con personajes LGTBI, lo que le vale a Netflix para se considerada una empresa LGTBI friendly. Ya es más de lo que teníamos hace un par de décadas. Podemos debatir si está bien que se haga de una manera tan superficial. Pero en lo que no debemos errar es en creer que con esto nos vale, o de culparle, por su falta de realismo y activismo, de lo que ocurre en nuestras calles, lo que se discute en nuestros parlamentos y se difunde a través de muchos medios de comunicación.

Buena parte del espectro político grita contra la educación en la igualdad de género. Referentes a los que creíamos con criterio aúllan alentando a la discriminación en base a la identidad de género. Y ahora, para colmo, instituciones a las que presuponíamos adalides de la objetividad científica y la sensatez, en pro de la convivencia humana, se erigen como promulgadoras de juicios superficiales con los que exhortan a la estigmatización.  

Es el caso de la Organización Mundial de la Salud y su recomendación, días atrás, de reducir el sexo entre hombres como medio con el que evitar la extensión del virus de la varicela del mono. La historia se repite y los prejuicios continúan. Hace cuatro décadas el VIH fue rápidamente considerado una cuestión exclusivamente gay, lo que sirvió no solo para dedicarle escasos recursos a los primeros enfermos que padecieron el sida, sino para culpabilizar, demonizar y despreciar a las personas homosexuales. Ignorancia, injusticia y maldad que aumentaban el daño y el dolor que, ya de por sí, nuestra sociedad ha infligido siempre a quien no se ha manifestado expresamente heterosexual. El tiempo demostró no solo el error en el diagnóstico de la pandemia, sino el horror extra que se había añadido a la tortura física y psicológica que sufren muchas personas cada día en todo el mundo por su orientación sexual.  

La barbarie actual está en que la viruela del mono ni siquiera es considerada una enfermedad de transmisión sexual, lleva décadas existiendo en África y ahora que da el salto al primer mundo, sobreactuamos porque los primeros focos conocidos se han dado en ambientes festivos frecuentados por un público homosexual. Señores y señoras, esto huele a no reconocer el espíritu colonialista con el que miramos los asuntos sociales que tienen que ver con aquellos países que no nos importan. A buscar un culpable ante la incapacidad de admitir no ya que la naturaleza está por encima del hombre, sino que estamos actuando deliberadamente en contra de ella con un fin estrictamente avaricioso. A poner de relieve que, a pesar de las legislaciones, políticas y códigos aprobados y difundidos por doquier contra la LGTBIfobia, se quiere seguir estableciendo clases, culpas y penas para diferenciar y separar a unos de otros con el fin de ejercer poder, dominio y sumisión. 

A lo mejor son asuntos demasiado serios como para tener cabida en la banalidad de Desparejado. O han saltado a la luz demasiado tarde como para intervenir sobre una producción audiovisual que seguramente quedó perfectamente editada meses atrás. Veámosla si nos apetece, sin esperar de ella más de lo que promete ni exigirle lo que no le corresponde. En lo que, a esto respecta, sigamos sin dejar pasar ni una, practicando el activismo que nuestras coordenadas personales nos permitan y exigiendo a los representantes políticos en los que confiamos y a los legislativos que nos representan -a nivel local, regional, nacional y europeo, y por designación de estos o del poder ejecutivo, en muchas instituciones supranacionales-, que nos respeten, defiendan y protejan tanto con sus palabras y propuestas, como con sus votaciones y manifestaciones públicas.

Cómo hacer frente a un neonazi

Desde hace días se puede ver en Filmin “Todo lo que amas”, serie de producción noruega que cuenta de manera sencilla y sin ambigüedades ni sensacionalismo cómo percatarnos de la pervivencia del virus del supremacismo fascista en nuestra sociedad. Siete capítulos de corta duración con los que tomar nota de cómo prevenir que los más jóvenes encuentren en su manipulación las respuestas que buscan y sepan plantarle cara.

Tras años sin verse, Sara y Jonas coinciden una tarde en el metro de Oslo. Ahora ella es estudiante universitaria y él vigilante de seguridad. Comienzan a quedar y a compartir tiempo, a intimar, a mostrarse no solo físicamente sino también como seres que actúan según sienten y piensan. Un proceso lento, que se inicia con tiento y cierto artificio por no saber cómo funciona el otro y porque la prioridad es agradarle para conquistarle. Mas a pesar del cuidado en guardar determinadas formas, la esencia, intimidad y verdad de quién es cada uno de ellos se va manifestado poco a poco. Y por eso actúan como lo podríamos hacer cualquiera de nosotros, personas que a medida que nos conocemos y ganamos confianza, nos relajamos y expresamos los valores y principios por los que nos regimos de una manera clara y directa.

Ya fuera de la pequeña pantalla, la experiencia nos dice que es entonces cuando surgen comentarios pronunciados de manera espontánea y con un tono aparentemente liviano como “los moros y los negros están acabando con nuestra identidad nacional” o “los maricones son enfermos”. La cuestión es si quienes los escuchan son capaces de liberarse de sus deseos y necesidades a la hora de interpretarlos correctamente y no disculpan la xenofobia, la lgtbifobia, el machismo y demás fobias bajo excusas como es solo un pensamiento, no tiene mayor importancia o seguro que no quiere decir eso, por miedo al conflicto, a la soledad o a ser acusados de paranoicos.

Pero como sucede con los asuntos médicos, y si no hemos conseguido el más vale prevenir que curar, cuanto antes actuemos ante la manifestación del virus del mal, antes podremos evitar que se extienda y que se materialice en consecuencias siempre dolorosas y para las que no existe la opción de volver atrás a enmendar el pasado. Porque por muy minoritarias, desorganizadas y aparentemente incapaces que sean las personas que forman parte de dichos círculos, su proceder no se atiene a las convenciones y reglas meditadas y consensuadas por las que la inmensa mayoría nos guiamos en nuestra convivencia. No queda otra que advertirles de su inhumanidad, distanciarnos de ellos y comunicar su pensamiento a quienes tienen el deber de protegernos. Solo así evitaremos que sus ideas nos ensucien y que traigan consigo polaridad, enfrentamiento, violencia y muerte como la que la propia Noruega vivió el 22 de julio de 2011.

Al tiempo, tenemos que ser inteligentes y no caer en el juego de la confrontación que proponen como excusa tergiversada sobre la que fundamentar su pensamiento y su retorcida visión del presente en el que vivimos. Como bien dice uno de los personajes de Todo lo que amas, castigarles con la humillación que ellos practican no es la solución, esta exige nuestra unión y ser capaces de ejercer de espejo en el que comprueben su absurdo y su error, la barbarie que personifican. Algo que pasa por la actitud individual de no permitir ni una y por la sistémica fundamentada en administraciones públicas que actúan de manera firme, decidida y rápida ante esta amenaza, apoyándose para ello en la justicia y previniendo a través de la educación, la comunicación y la cultura.

No hay sociedad libre del germen de la radicalización. En España hemos visto como esta provocó que una banda asesina se llevara por delante la vida de más de 850 personas. Y aunque no sea comparable, desde hace años tenemos ejemplos de gobernantes por todo el mundo que, en lugar de fomentar y trabajar por la convivencia, solo buscan separarnos y revolvernos a los unos contra los otros. También en nuestro país, desde varias marcas y ocupando puestos de máxima responsabilidad pública, con la paradoja incluso de haber sido elegidos democráticamente para, ahora, actuar de manera irrespetuosa, falta de toda ética y hasta saltándose la ley. No les dejemos.

Haz brillar tu marca personal

Las redes sociales y la atomización de los medios de comunicación dieron pie en la última década a que se popularizaran conceptos hasta entonces reservados a personas, personajes y personalidades que, tanto por buenos como por malos motivos, fueran únicos y diferentes, peculiares y reconocibles. Muchos se lanzaron a conquistar los quince minutos de fama que les pronosticaba Andy Warhol y siguen haciendo todo lo posible tanto por lograrlos como por perpetuarlos en lugares como LinkedIn.

Tengo perfil en LinkedIn. Soy usuario por inquietud personal y por motivos profesionales. Lo primero para saber por dónde va el mundo, lo segundo porque la necesidad obliga y no se puede dejar de estar al tanto de los trenes que pasan por la estación. Me sé buena parte de la teoría, le dedico tiempo, publico contenidos y sigo a través de su muro la actualización laboral de amigos con los que tengo contacto por otras vías, los nuevos proyectos de antiguos compañeros de empresa y las opiniones de otros con los que nunca he tratado pero que, en algún momento, consideramos que nos podría ser de interés estar al uno al tanto del otro. Pasa el tiempo, acumulo minutos dedicados a LinkedIn y aun así no deja de sorprenderme cómo hay nombres, posts y peroratas que acumulan decenas, cientos y miles de likes sin aportar valor alguno.

Cosas del algoritmo. Esa es la respuesta en modo agujero negro, leyenda urbana y explicación metafísica para todo aquello en lo que intervienen hoy en día las tecnologías concebidas en Silicon Valley. La nueva barrera de control y entrada al reconocimiento. Un límite no basado en la sinceridad y la honestidad, no fundamentado en el mérito, el acierto y la capacidad. La utopía, sí. También la fachada, el escaparate y el entretenimiento a cuya construcción colaboramos todos y cada uno de nosotros. Ya sea con la disculpa de por qué no intentarlo, la impresión de que es el lugar en el que hay que estar sí o sí, o el miedo a que te puedas estar perdiendo algo por lo que pasa la viabilidad de tu futuro.

Le preguntas qué hacer a la inteligencia artificial que es LinkedIn, programada por personas humanas con nombres y apellidos, con sesgos, intereses y propósitos vitales nunca plenamente objetivos. La respuesta es clara. Pasta. Es una empresa que funciona como cualquier otra. Te pide que contrates alguno de sus funcionalidades con la promesa de que te hará parecer más atractivo, interesante y sugerente. La alternativa, si no estás dispuesto a entregarle tu dinero, es que le proporciones el material que necesita para mantener su juego, su modelo de negocio. Interactuar de continuo, publicar textos y fotos, vídeos e infografías. Actualizar tu perfil, transmitir tu opinión, narrar cualquier episodio de tu vida o jugar a ser micro ensayista. Da igual el tema, vale lo sociológico, el mindfulness o la educación, la historia, la ética o las recomendaciones de viajes. Seas experto, estudioso, profesional o aficionado del asunto, lo mismo da.   

El premio es la visibilidad. Consigues ser visto, conocido y reconocido. Y con eso, supuestamente, comentado y apreciado. Y lo más importante, valorado, lo que te hará formar parte de rankings y sentirte de manera acorde a los parámetros de tu personalidad. Sexy e importante. Responsable y coherente. Valioso y superior. Ya tienes tu marca personal. Qué transmites. Qué ven los demás en ti. Qué imagen das. Cómo eres interpretado, aludido y recordado.

Espejo de la realidad. El mundo 2.0, el digital y el metaverso estructurados, gestionados y orquestados bajo los mismos cánones, segmentos y categorías que el físico, el de verdad, el de carne y hueso. Desde este se traslada a aquel quienes son los que dirigen, señalan y enuncian. Desde aquel nos transmiten, también a este, los mensajes, valores y propósitos con que hemos de comprometernos, los que hemos de buscar y perseguir para mantener la rueda, la quimera y la hipérbole para ser alguien. Un referente. Un líder. Alguien con marca personal. Una entre tantas otras. Entre cientos, miles, millones. Ahora que ya la tienes queda el siguiente reto, paso e hito. Destacar más que los demás. Una marca personal verdaderamente excelente, no la transitoriedad y fugacidad que has conseguido. ¡A por ello!   

(Imagen: Antonia San Juan como La Agrado en Todo sobre mi madre de Pedro Almodóvar). 

Apuntes y claves sobre “Intimidad”

Ocho capítulos de Netflix que se inician con la distribución en redes sociales de la grabación de una política manteniendo relaciones sexuales y con el suicidio de una joven que no soportó que sus compañeros de trabajo se mofaran de ella tras recibir un vídeo y fotografías suyas en situación similar. Una producción audiovisual que nos hace reflexionar sobre el ciberacoso y la sextorsión, al tiempo que evidencia algunas cuestiones sobre nuestra diversidad social y cultural.

No son solo imágenes. Es un atentado contra la dignidad y el honor de la persona filmada, una sacudida contra su salud física y mental de efectos hondos y de largo alcance, así como contra la de sus familiares y amigos. Pero también contra la comunidad de la que la persona violentada forma parte, abocada al comportamiento primario y visceral, jaleada a cosificar y despreciar, a moralizar y ajusticiar de manera caníbal. Intimidad muestra cómo es ese proceso de principio a fin en dos direcciones.

Una de sus tramas comienza con la última consecuencia, el suicidio de la afectada, una trabajadora de una fábrica que asistió durante semanas al escarnio, la mofa y la burla de sus colegas y a la desidia, inacción y culpabilización de la dirección. La otra eclosiona con la explosión de lo que su protagonista, teniente de alcalde de Bilbao, no se había imaginado nunca, verse en pantalla grande en un momento que suponía había sido exclusivo de ella y de con quien lo había compartido. Lógicamente, ella es la culpable por haber hecho lo que hizo y ahora se merece ser insultada, señalada y vilipendiada hasta por los suyos.

Ficción en ambos casos, pero anclada en casos reales de características similares que, igual que ocuparon espacio y tiempo en los medios de comunicación, resultaron después banalizados y olvidados. Cierres inconclusos que acaban transmitiendo la sensación de que da igual, de que aquello no tuvo la respuesta judicial, social e institucional acorde al daño causado. Insuficiencia que los convierte en precedentes peligrosos.

Las muchas formas de la violencia de género. Una y otra situación tienen como objetivo humillar, mancillar y controlar a la mujer señalada. Ya sea por parte de alguien del pasado que no aceptó que continuara su vida al margen de él, ya sea por oscuros intereses que ven en peligro el alcance de su control sobre la política y la economía de la región en la que viven. Situaciones reales, posibles y conocidas por todos. Ya sea porque las hemos vivido en carne propia o cerca de nosotros. Ya sea porque hemos conocido escándalos, sentencias y penas de cárcel en los casos en que se ha descubierto y juzgado a los responsables.

Se señala, apunta y dispara a quien se considera inferior. Creencia basada única y exclusivamente en su condición de mujer, en la absurda convicción de que la masculinidad, la fuerza y la rotundidad, asociadas a esta, son la máxima que ha de imperar en las relaciones, las negociaciones y el gobierno de lo público y lo privado. Tras ello, un déficit endémico de nuestro sistema educativo, una insuficiencia del judicial y una falta de voluntad de buena parte de lo más representativo de nuestra sociedad por ponerle fin al sinsentido, el absurdo y a la injusticia que supone ir en contra de un derecho humano como es el de la igualdad de todas las personas.

La visibilización de la diversidad. Los guiones escritos por Laura Sarmiento y Verónica Fernández dejan patentes otras cuestiones de manera natural y espontánea. No ponen el foco sobre ellas, lo que hace que su tratamiento sea el comportamiento aspiracional que debiéramos tener como objetivo colectivo. No extrañarnos ante convivencias matrimoniales en las que lo individual en todas sus facetas, incluyendo la sexual, tiene tanto o más terreno que lo común. El respeto que merecen las personas LGTB y la mano tendida que merecen todas aquellas que muestran cicatrices producto de un pasado que las lastra. Asunto que tiene mucho que ver con lo anímico y lo psicológico, con la estabilidad emocional, terreno en el que está bien pedir ayuda y apoyarse en profesionales de la materia, como dejan patente en determinadas secuencias.    

Súmese a esto la ausencia de clichés con que están construidos, mostrados y desarrollados tanto los personajes femeninos como los masculinos. Como toda ficción, la serie se toma sus licencias a la hora de plantear lugares y situaciones, comportamientos y respuestas, pero de lo que no se puede acusar a Intimidad es de que las emociones, sensaciones y expresiones de sus hombres y mujeres no sean veraces y creíbles, de que se base en tópicos y simplificaciones que convierten a los personajes en elementos necesarios para su desarrollo argumental. Valga como ejemplo el soberbio trabajo interpretativo de Itziar Ituño, Patricia López Arnaiz y Ana Wagener, entre otras, de un muy acertado casting.  

La riqueza cultural de Bilbao. No es la primera vez que la villa fundada en 1300 es el escenario que acoge una historia concebida para la pantalla. Pero la transformación urbana, medioambiental y estética que ha vivido en los últimos veinticinco años la han convertido en una ciudad agradable de ver, interesante de conocer y sugerente para vivir. Impresión personal en línea con lo que transmiten los exteriores de esta serie rodados en muchas de sus calles, plazas y puentes, así como en los interiores del Ayuntamiento. Arquitectura ecléctica muy bien conjugada con la modernidad del Guggenheim, la transparencia de la torre Iberdrola o el vanguardismo del Centro Azukna, situado en la antigua Alhóndiga.

De paso, el euskera suena una y otra vez, resaltando el bilingüismo natural que practican muchos de sus habitantes y que tan bien nos viene escuchar a los demás para abrir nuestra mente a otras posibilidades y maneras de ser y estar en el mundo. Más aún los que somos de la capital del Estado para darnos cuenta de que ni somos el centro, ni todo gira en torno a nosotros y al kilómetro cero. De paso, Netflix, a través de Txintxua Film, productora que ha trabajado sobre el terreno, se pone al día y cumple el canon que en esta materia le exige la Ley General de Comunicación Audiovisual aprobada el pasado 26 de mayo.

A Instagram no le gusta el “Archivo Postcapital” de Daniel G. Andújar

No es nada novedoso contar que una red social nos ha censurado una imagen subida a nuestra cuenta. Pero no por ello debemos dejar de denunciar la incoherencia de empresas que censuran el arte, el debate y la crítica razonada al tiempo que se mantienen voluntariamente silentes y cómplices ante la manipulación que mentirosos y malintencionados ejercen de sus funcionalidades.

Miércoles por la tarde. Como en tantas otras ocasiones entro en el Museo Reina Sofía a dar una vuelta. A mirar y ver, a inspirarme y dejarme llevar. A descubrirme en lo que observo y ser sorprendido por lo que me apela. Preso de la novedad acudo a Éxodo y vida en común, la última de las secciones que conforman la nueva reorganización de sus fondos que exhibe la institución. De vez en cuando echo mano del móvil, me gusta fotografiar las piezas que me llaman la atención. Sueño con hacer algún día algo con ellas. Un registro de registros, un collage de instantes, un algo por concretar. Y en esas llego a la sala 103 y quedo prendado por lo que podría ser todo ello a la vez, la instalación Archivo Postcapital de Daniel García Andújar (Almoradí, 1966).

Una pieza catalogada como instalación de un conjunto de archivos multimedia, datada entre 1989 y 2001. Compuesta por un cubo de grandes dimensiones, con dos paredes rojas y otras dos en las que se proyectan secuencias que parecen obtenidas de archivos informativos, y un conjunto de imágenes fotográficas desde dos paredes cercanas con un tono visual entre el fotoperiodismo y la intención publicitaria. Pero todas ellas con una propuesta crítica y mordaz, sin edulcorante ni medias tintas, obvias y claras en su mensaje. Sexo, terrorismo y neoliberalismo. Democracia, capitalismo y belicismo. Conceptos unidos y enfrentados de manera diferente en cada instantánea y entre todas ellas, conformando un caleidoscopio que sacude la lógica a la que estamos acostumbrados, la comodidad de las convenciones en que basamos nuestra interpretación del mundo en el que vivimos, los límites de lo que estamos dispuestos a concebir y observar.  

Lo que García Andújar muestra resulta abrupto y nada displicente. Pero no por lo que plasma en sí, sino por la verdad que hay en ello. Por la objetividad de su asertividad. De ahí que me quedara pasmado, epatado por la figura de la mujer de rodillas, personaje propio de una producción X, entregada a la sexualidad de una pistola que agarra de manera que no es poseedora de ella, pero sí responsable de apretar el gatillo si llegara el caso. Prorrogando el arma, una desnudez masculina erecta. De fondo, una escenografía blanca y pulcra, amplia e iluminada, que con su evocación monetaria hace aún más sórdido lo que ahí está ocurriendo. 

Provocadora sin duda alguna. Mas, ¿acaso miente? ¿No es real que muchas mujeres –32 millones en todo el mundo, según el Parlamento Europeo- se ven obligadas a realizar lo que ahí se deduce porque si no, les ocurriría lo que ahí se ve? ¿No es cierto que la prostitución supone todo un negocio -en nuestro país, nada más y nada menos, que el 0,35% del PIB según el Instituto Nacional de Estadística? Y visualmente, ¿no es verdad que es una composición estética, correctamente encuadrada y eficazmente interpretada? Motivos que ahora razono con más detalle, pero que de manera más sucinta me hicieron tomar la instantánea que aquí se ve y que acto seguido me propuse compartir como story en Instagram.

No negaré que pensé lo que podía ocurrir, pero aún así lo hice, la subí marcando el lugar en el que estaba. Tardaba en cargar, di por hecho que debía ser por un tema de cobertura provocado por la solidez de los muros diseñados por Sabatini en el s. XVIII. Acerté y me equivocaba. Minutos después me saltaba un mensaje que me acusaba de infringir las normas de Instagram y de no expresarme de manera respetuosa, de poner en peligro el “lugar auténtico y seguro en el que las personas puedan encontrar la inspiración y expresarse” que dice ser.

Aparentemente la censura o filtro no fue debido a la sexualidad de la imagen, “se aceptan desnudos en fotos de cuadros y esculturas”, aunque quizás quede excluida de esta afirmación por ser una fotografía. Como de la de “cumplir la ley”, no me imagino a la dirección del Museo Nacional Reina Sofía yendo en contra de esta. ¿Por qué no optó Instagram por, como he visto en otras ocasiones, en pixelarla y colocar sobre ella el mensaje “esta imagen puede herir tu sensibilidad”? Algo similar es lo que hace el museo cuando se entra en esta sección de su exposición. De esta manera demuestra ser consciente de que lo que te vas a encontrar puede no ser lo que esperas, pero sin dejar de tratarte como un adulto que no sabe relacionarse con la realidad.

Nada nuevo, meses atrás la Academia de Bellas Artes francesa ya señaló el freno a la divulgación de la historia del Arte que supone la actitud de los algoritmos frente a obras maestras como El origen del mundo de Gustave Courbet y La libertad guiando al pueblo de Eugène Declaroix. El universo Zuckerberg no entiende de igualdad, justicia y conocimiento como dice querer promover. Si así fuera, no permitiría el atentando continuo contra la propiedad intelectual de los creadores -tal y como denunciaba recientemente William Deresiewicz en La muerte del artista– y, por tanto, de su sostenibilidad, que son sus plataformas. Una muestra más del universo de la paradoja y la incongruencia sistematizadas que expone Daniel García Andújar en su Archivo Postcapital.