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La vida sin museos

No sería lo mismo. Ignoraríamos nuestro pasado. Perderíamos el lugar de encuentro y reflexión que son, y la plataforma que nos ofrecen para intuir o suponer el futuro. Da igual si son públicos o privados, si están en grandes ciudades o en localidades remotas, si dedicados a artes plásticas, ciencias o actividades económicas. Los museos recogen, relatan y reflejan la complejidad de la existencia, la acción y el conocimiento del ser humano.  

No tengo claro si fue así, pero mi memoria me dice que el primer museo que visité fue El Prado. De aquel día recuerdo a Velázquez esculpido en su exterior y a sus meninas en su interior. Desde entonces lo he visitado por múltiples motivos, por el impacto que me producen su fragua y su cristo crucificado, por cómo se me encoge el corazón ante las pinturas negras de Goya y se me agita la respiración ante las carnalidades de Rubens. También por los azules de Patinir, los rojos de Rafael, los frescos románicos de Maderuelo y la narratividad del historicismo del s. XIX. De ese siglo son los paisajes americanos que busco cuando voy al Museo Thyssen, donde también cuelga una hermosa vista de Pissarro de las calles húmedas de París. Una imagen impresionista que me deja sin aliento, como la de los viandantes en un puente de Ámsterdam firmada por George Hendrik Breitner y preservada por el Rijksmuseum.

Pero también hay instituciones modestas que merecen ser reconocidas por su extraordinaria labor. Como el Museo de la Minería de la Industria y de Asturias, un lugar en el que conocer uno de los pilares de la identidad colectiva del Principado, la actividad que situó a esta región en el mapa y el motor de muchos otros progresos y desarrollos que llegaron al albor de su estela. O el Museo de la Paz de Gernika, cimentado sobre el horror del bombardeo del 26 de abril de 1937 y con un discurso que, sin olvidar la violencia de los verdugos, recuerda que los protagonistas de las guerras, los conflictos y el terrorismo son las víctimas, quienes sufren y temen, los que son violentados física y psicológicamente, los que son asesinados.

Están también los museos vecinos, a los que te acercas porque sabes que siempre tienen algo interesante que contarte. Es el caso del Museo de Salamanca, donde ver a Unamuno retratado por Juan Echevarría (óleo depósito del Museo Reina Sofía), o el DA2 (Domus Artium 2002), espacio moderno en el que recientemente he disfrutado con el mundo western de Gala Knörr y el saber hacer espacial de Mitsuo Miura. Y están aquellos a los que vuelvo mentalmente para recordar que existen otras formas de ver el mundo, como la museografía con que The Cloisters exponen la edad media europea en Nueva York, o el Museo del Canal de Panamá, donde constatar que una infraestructura puede ser también la columna vertebral de un país.

¿Sería la Semana Santa lo mismo si no contáramos con obras maestras como El descendimiento de Caravaggio que se expone en los Museos Vaticanos? ¿Nos gustaría Londres tanto si no tuviera entre su acervo cultural la miscelánea del Victoria & Albert? ¿Se puede conseguir una simbiosis mayor entre esculturas y espacio, entre emocionalidad y racionalidad, que la lograda por el acero curvado de La materia del tiempo de Richard Serra y las paredes del Museo Guggenheim de Bilbao? Y si miramos al futuro, ¿completará algún día su colección el Museo de la Acrópolis de Atenas? ¿Qué diremos sobre el país y la sociedad que fuimos y somos tras visitar el Museo de las Colecciones Reales? ¿Qué críticas recibirá tras su próxima inauguración?

Hoy, 18 de mayo, se celebra el Día Internacional de los Museos 2023 bajo el lema “Museos, sostenibilidad y bienestar“.

10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

“La imposible verdad. Textos 1987-1993” de Pepe Espaliú

Poesía, prosa cargada de lirismo, ensayos breves concebidos para catálogos expositivos y entrevistas varias. Como denominador común el contraste entre la vivencia interior y la imposición del mundo exterior, la denuncia de la conversión del arte en muestra del hedonismo y la individualidad de la sociedad de finales del siglo XX y el silencio, abandono y hostigamiento que sufrían los primeros enfermos de SIDA.

Conocí a Pepe Espaliú (Córdoba, 1955-1993) a través de la exposición que el Museo Reina Sofía le dedicó en 2003. Me impresionaron sus jaulas, tres piezas de gran tamaño, elaboradas con alambre de hierro, que colgaban del techo y cuyas bases se abrían como si fueran la paradójica falda de una montaña. Una dimensión que se desplegaba estéticamente ante su espectador con la promesa de acogerle pero que, de entrar en ella, quedaría atrapado y sin salida. Con la contrariedad de permitirle interactuar visual y oralmente, mas sin formar parte del mundo que le rodea. Cuando Pepe creó esta obra ya sabía que iba a morir como consecuencia del sida, la enfermedad en que había derivado el VIH. Asunto al que dedicó tiempo y energía, y que impregnó su producción no solo escultórica, sino también literaria en los últimos años de su vida, tal y como evidencia La imposible verdad.

Su primera parte es un poemario, En estos cinco años. 1987-1992, publicado originalmente en 1993 y prologado por Retrato del artista desahuciado. Esas tres páginas son una perfecta introducción y síntesis a lo que viene a continuación. Sin ambigüedades ni juegos estilísticos, sin rehuir la complejidad, expone lo que supone ser y sentirse homosexual en una sociedad que te niega la existencia a través del silencio verbal, la invisibilidad física y la negación intelectual. Una consciencia del mundo del que formaba parte, de la persona que era y del cuerpo a través del cual se sentía parte del primero y encarnación de la segunda, a la que se sumó en la última etapa de su biografía la experiencia personal del estigma y el rechazo, de la furiosa homofobia y la cruel serofobia, producto del miedo irracional y la ignorancia impúdica. Todo ello, como muy bien apunta, no solo como resultado de una mentalidad anclada en el pasado, sino también de la banalidad, superficialidad y exaltación del ego que promovía el neoliberalismo.

Epidemia paralela que anulaba el espíritu crítico de los artistas y el papel social del arte, medio con el que preguntar, plantear y agitar conciencias. Facultad que parecía estar quedando diluida como resultado de la acción del sistema político y económico, ávido de mantener el status quo del poder y de, por tanto, desactivar cuanto pudiera ir en su contra. Con el beneplácito de los medios de comunicación, cómplices por su deseo de formar parte de ese entramado de decisión. Y por la inacción del propio mundo del arte al haber dejado que su razón de ser pasara de girar en torno a lo creativo a hacerlo alrededor del perverso concepto del mercado. Ensayos recientes como Arte (in)útil de Daniel Gasol dejan patente que no hemos cambiado y que Espaliú era un analista agudo y sagaz, a la par que visionario.   

En ese marco se hace aún más patente su activismo, pero no por el hecho de verse como víctima necesitada de cuidados y atención, sino por constatar que el VIH/SIDA era, entonces, la última muestra de cómo se niega la existencia moral a quienes no se atienen al discurso, a la retórica vacía, de quienes ostentan la autoridad, sin mayor fin que el de mantener sus privilegios. Muy crítico con el gobierno español, convencido de la labor de grupos como Act Up (recordemos la película 120 pulsaciones por minuto) y del papel reivindicativo que han de ejercer los artistas bajo premisas como el espíritu colaborador, ir de lo complejo a lo simple, y conectar con el objetivo de revelar lo ignorado, mostrar lo desconocido y dignificar lo deliberadamente ocultado.

Una visión que guió su pensamiento y sus materializaciones, como la acción Carrying, en la que consiguió confluir no sólo la creación simbólica de lo que suponía la enfermedad, sino también la manera proactiva en que habíamos de hacerle frente como sociedad y el papel divulgador a desempeñar por las cabeceras mediáticas. A través de las entrevistas que recopila La imposible verdad se puede conocer su inspiración estadounidense, su génesis y nacimiento donostiarra y su éxito en Madrid el 1 de diciembre de 1992. Día en el que su cuerpo descalzo fue transportado desde el Congreso de los Diputados hasta el Museo Reina Sofía -donde hoy se puede ver el vídeo que la recuerda- por distintas parejas de toda clase de personas, incluyendo políticos, en lo que supuso la demostración tanto de la inteligencia y capacidad creativa y comunicadora de Pepe Espaliú, como de lo acertado de su diagnóstico sobre las contrariedades, derivas e hipocresías de las coordenadas ideológicas de nuestra era.  

La imposible verdad. Textos 1987-1993, Pepe Espaliú, 2018, La Bella Varsovia.

Alex Katz, color y expresividad en el Museo Thyssen

Más de siete décadas de trayectoria y aún en activo. Grandes formatos e impacto visual por lo vibrante de su paleta y la sencillez de sus composiciones. Atmósferas de calma, conexión con su espectador y positividad generadas por las miradas y la presencia de sus retratados. También paisajes en los que prima lo formal y evidencia sus referentes, pero sin dejar de ser fiel a su ánimo pop.  

Octubre de 1994. En una de mis primeras clases como universitario en la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, el profesor de Estética nos recomendó visitar la exposición que entonces albergaba la Galería Marlborough. Sus palabras fueron algo así como “si queréis conocer lo que supone de verdad el color rojo debéis conocer a Alex Katz”. Puedo estar equivocado porque los recuerdos son muy traicioneros, pero la obra que quedó fijada en mi memoria fue Big Red Smile (1994) que, curiosamente, tres años después fue incorporada a la colección permanente del Museo Reina Sofía, en cuya cuarta planta recuerdo haberla disfrutado en numerosas ocasiones.

En lo que quizás me engañen los recuerdos es en mi empeño de haber visto esa sonrisa ilustrando la portada de alguna edición de Tinto de verano de Elvira Lindo. Solicitud de búsqueda a la que Google me responde mostrándome diseños elaborados a partir de otros óleos de Alex Katz por los editores de la escritora, pero no ese en cuya existencia yo me empeño.   

Agosto de 2014. Viena me sorprende al entrar en el Albertina Museum con que la muestra temporal que ofrece a sus visitantes está dedicada a mostrar los dibujos, cartones y pinturas con que cuenta en sus fondos firmados por el neoyorquino nacido en 1928. Me encontré nuevamente con sus frescos, divertidos y coloridos primeros planos como el elegido para ilustrar el cartel promocional, Black Hat #2 (2010), con el que me haría para, ya de vuelta en Madrid, enmarcarlo y despertar a su vera cada mañana.

Anécdotas aparte, lo que más me llamó la atención fueron los trabajos en los que Katz plasmaba sus trayectos en el metro de su ciudad natal. Páginas de cuadernos de un artista en ciernes, a mediados del siglo XX, en las que bocetaba, esquematizaba y sintetizaba los individuos, escenas y relaciones -ya fuera únicamente con el trazo del grafito, ya con bloques de color- que observaba. Apuntes en los que se intuye su capacidad para, con apenas unas líneas, ser capaz de trasladar la identidad y emocionalidad de aquellos en los que se fijaba.

Agosto de 2022. Dos años después de lo previsto, pandemia mediante, Alex Katz vuelve a Madrid por la puerta grande, siendo la estrella estival de la programación del Museo Thyssen. Dominan los grandes formatos y la oportunidad de contrastar cómo ha evolucionado, a la par que mantenido su autenticidad, a lo largo de casi seis décadas. Desde los retratos de su mujer, Ada, en los años 60 en los que queda clara su obsesión por el rojo, a otros que vendrán después con predominio del amarillo, pero también de tonalidades oscuras como las del azul y el negro.

Aunque plenamente figurativo, su uso del color recuerda más a la emotividad de la abstracción, siendo sus personajes los que evocan el pop art con un ser y estar, elegancia y naturalidad, etiquetable como típicamente neoyorquino. A lo que ya conocía, y que he vuelto a ver en esta nueva lectura de la creación de Alex Katz, el comisariado de Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, lo ha ampliado con sus creaciones grupales. Sin embargo, más que destacar la unión y conexión entre los caracteres que supuestamente habitan estos lienzos, lo que prima es su individualidad, haciendo del espacio -bien definido, bien etéreo-, unas coordenadas más coincidentes que compartidas. Complementarios a estos son aquellos en que una misma figura aparece sucesivamente en una suerte de estudios sobre gestualidad y expresividad.

La otra vertiente artística de Alex Katz con la que podemos recrearnos hasta el próximo 11 de septiembre son sus paisajes. Panorámicas serenas y fijaciones en la profusión arbórea con ecos impresionistas. Precisamente menciona a Monet en algún título que se podría ligar con la última etapa del francés que le convertiría, posteriormente, en precursor de la abstracción, asunto al que el propio Thyssen ya le dedicó una exposición en 2010. Imágenes también evocadoras de la definición y la limpieza compositiva de la estampa japonesa, así como miradas no tan sosegadas en las que se recrea en la consecución de las formas a través de la aplicación, el movimiento y la presión del pincel sobre la superficie de la tela. 

Alex Katz, Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Madrid), hasta el 11 de septiembre de 2022.

«Obra maestra» de Juan Tallón

Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

El 18 de enero de 2006 el diario ABC revelaba que la dirección del Museo Reina Sofía desconocía dónde se encontraba una de las dos obras de Richard Serra con que contaba en su colección. Lo sorprendente es que se trataba de cuatro volúmenes que sumaban 38 toneladas de acero. Tres años después integraba en su exposición permanente, con el beneplácito de su autor, una copia de aquella bajo la premisa de que lo original era la idea. Estamos a 2022 y la primera aún no ha aparecido. Años en los que esta extraña historia ha obsesionado a Juan Tallón y a la que dio una y mil vueltas sobre cómo narrarla hasta dar con el planteamiento con que finalmente la leemos. Algo que explica en sus páginas, a modo de metaliteratura, incluyéndose a sí mismo como uno de sus personajes.

Testimonio en primera persona que acompaña a los de varias decenas más -cada uno con un tono diferente y el estilo particular de su enunciador- en torno a tres ejes: lo que se sabe y lo que no sobre la desaparición; la trayectoria, figura y proceso creativo de Richard Serra; y los inicios y evolución de la oficialidad del arte contemporáneo en nuestro país. Base sobre la que, a su vez, construye un completo diagrama de las dimensiones en las que se puede articular el mundo del arte: la imaginativa y la experiencial, la social y la comunicativa, y la institucional y la política.

Sin desvelar qué voces son reales, cuáles adaptadas a sus intereses y qué otras completamente ficción, nos lleva desde el silencio admirativo e interrogador con que se observan las piezas en los museos hasta la atención (des)interesada y utilitarista que se les presta desde las instancias oficiales. Y cuando se introduce en el pensamiento de Serra, en el material de sus obras y en el espacio que ocupan allí donde son expuestas, es cuando revela lo airoso que ha salido del principal riesgo de Obra maestra.

Juan se imbuye del lenguaje ecléctico, abstracto y sinuoso del mundo del arte, de las perífrasis y explicaciones no siempre comprensibles de artistas, críticos, comisarios y galeristas y las convierte en material argumental con múltiples funciones. Con él narra, pero también revela cómo se formula la imagen académica, la reputación social y el valor económico de los artistas, y el modo en que se transmite la subjetividad de esa información, dentro y fuera de esas coordenadas, generando fronteras, distancias y exclusiones entre los que están a uno y otro lado.

A su vez, consigue algo aún más brillante. Fusionar con la materialidad de Equal-Parallel: Guernica-Bengasi cuanto ha tenido que ver con ella a lo largo de estas décadas, ya sea administrativo, judicial o periodístico. Una completa mímesis con lo que Richard Serra dice pretender, que la creación no sea la pieza en sí sino los sentimientos y sensaciones que surgen interactuando física y emocionalmente con ella. Una visión que hace que lo que hoy podemos ver en la sala 102 del Museo Reina Sofía se enriquezca con esta Obra maestra y que sirve también para considerar a su escultura como una digna amplificación de la lectura de esta excelente novela.

Obra maestra, Juan Tallón, 2022, Editorial Anagrama.

A Instagram no le gusta el “Archivo Postcapital” de Daniel G. Andújar

No es nada novedoso contar que una red social nos ha censurado una imagen subida a nuestra cuenta. Pero no por ello debemos dejar de denunciar la incoherencia de empresas que censuran el arte, el debate y la crítica razonada al tiempo que se mantienen voluntariamente silentes y cómplices ante la manipulación que mentirosos y malintencionados ejercen de sus funcionalidades.

Miércoles por la tarde. Como en tantas otras ocasiones entro en el Museo Reina Sofía a dar una vuelta. A mirar y ver, a inspirarme y dejarme llevar. A descubrirme en lo que observo y ser sorprendido por lo que me apela. Preso de la novedad acudo a Éxodo y vida en común, la última de las secciones que conforman la nueva reorganización de sus fondos que exhibe la institución. De vez en cuando echo mano del móvil, me gusta fotografiar las piezas que me llaman la atención. Sueño con hacer algún día algo con ellas. Un registro de registros, un collage de instantes, un algo por concretar. Y en esas llego a la sala 103 y quedo prendado por lo que podría ser todo ello a la vez, la instalación Archivo Postcapital de Daniel García Andújar (Almoradí, 1966).

Una pieza catalogada como instalación de un conjunto de archivos multimedia, datada entre 1989 y 2001. Compuesta por un cubo de grandes dimensiones, con dos paredes rojas y otras dos en las que se proyectan secuencias que parecen obtenidas de archivos informativos, y un conjunto de imágenes fotográficas desde dos paredes cercanas con un tono visual entre el fotoperiodismo y la intención publicitaria. Pero todas ellas con una propuesta crítica y mordaz, sin edulcorante ni medias tintas, obvias y claras en su mensaje. Sexo, terrorismo y neoliberalismo. Democracia, capitalismo y belicismo. Conceptos unidos y enfrentados de manera diferente en cada instantánea y entre todas ellas, conformando un caleidoscopio que sacude la lógica a la que estamos acostumbrados, la comodidad de las convenciones en que basamos nuestra interpretación del mundo en el que vivimos, los límites de lo que estamos dispuestos a concebir y observar.  

Lo que García Andújar muestra resulta abrupto y nada displicente. Pero no por lo que plasma en sí, sino por la verdad que hay en ello. Por la objetividad de su asertividad. De ahí que me quedara pasmado, epatado por la figura de la mujer de rodillas, personaje propio de una producción X, entregada a la sexualidad de una pistola que agarra de manera que no es poseedora de ella, pero sí responsable de apretar el gatillo si llegara el caso. Prorrogando el arma, una desnudez masculina erecta. De fondo, una escenografía blanca y pulcra, amplia e iluminada, que con su evocación monetaria hace aún más sórdido lo que ahí está ocurriendo. 

Provocadora sin duda alguna. Mas, ¿acaso miente? ¿No es real que muchas mujeres –32 millones en todo el mundo, según el Parlamento Europeo- se ven obligadas a realizar lo que ahí se deduce porque si no, les ocurriría lo que ahí se ve? ¿No es cierto que la prostitución supone todo un negocio -en nuestro país, nada más y nada menos, que el 0,35% del PIB según el Instituto Nacional de Estadística? Y visualmente, ¿no es verdad que es una composición estética, correctamente encuadrada y eficazmente interpretada? Motivos que ahora razono con más detalle, pero que de manera más sucinta me hicieron tomar la instantánea que aquí se ve y que acto seguido me propuse compartir como story en Instagram.

No negaré que pensé lo que podía ocurrir, pero aún así lo hice, la subí marcando el lugar en el que estaba. Tardaba en cargar, di por hecho que debía ser por un tema de cobertura provocado por la solidez de los muros diseñados por Sabatini en el s. XVIII. Acerté y me equivocaba. Minutos después me saltaba un mensaje que me acusaba de infringir las normas de Instagram y de no expresarme de manera respetuosa, de poner en peligro el “lugar auténtico y seguro en el que las personas puedan encontrar la inspiración y expresarse” que dice ser.

Aparentemente la censura o filtro no fue debido a la sexualidad de la imagen, “se aceptan desnudos en fotos de cuadros y esculturas”, aunque quizás quede excluida de esta afirmación por ser una fotografía. Como de la de “cumplir la ley”, no me imagino a la dirección del Museo Nacional Reina Sofía yendo en contra de esta. ¿Por qué no optó Instagram por, como he visto en otras ocasiones, en pixelarla y colocar sobre ella el mensaje “esta imagen puede herir tu sensibilidad”? Algo similar es lo que hace el museo cuando se entra en esta sección de su exposición. De esta manera demuestra ser consciente de que lo que te vas a encontrar puede no ser lo que esperas, pero sin dejar de tratarte como un adulto que no sabe relacionarse con la realidad.

Nada nuevo, meses atrás la Academia de Bellas Artes francesa ya señaló el freno a la divulgación de la historia del Arte que supone la actitud de los algoritmos frente a obras maestras como El origen del mundo de Gustave Courbet y La libertad guiando al pueblo de Eugène Declaroix. El universo Zuckerberg no entiende de igualdad, justicia y conocimiento como dice querer promover. Si así fuera, no permitiría el atentando continuo contra la propiedad intelectual de los creadores -tal y como denunciaba recientemente William Deresiewicz en La muerte del artista– y, por tanto, de su sostenibilidad, que son sus plataformas. Una muestra más del universo de la paradoja y la incongruencia sistematizadas que expone Daniel García Andújar en su Archivo Postcapital.  

Nuevo ministro, ¿nuevo rumbo del Ministerio de Cultura?

De José Manuel Rodríguez Uribes a Miquel Iceta. Cambia el nombre, pero los retos siguen siendo los mismos. Gestionar una cartera con competencias altamente transferidas a las comunidades autónomas, sacar adelante legislaciones ancladas en despachos, apoyar a una confluencia de sectores muy afectados por la crisis y conseguir resultados tangibles más allá de protocolarios posados oficiales y correctas declaraciones institucionales.

José Manuel Rodríguez Uribes y Miquel Iceta

La llegada de Rodríguez Uribes en enero de 2020 fue recibida con sorpresa tras el buen sabor de boca que dejó José Guirao[1], aparentemente el Presidente del Gobierno quería para el puesto un perfil “más político y más relacionado con el deporte”[2]. Llegó el covid y ante las críticas que generó el silencio del nuevo ministrio, su primera intervención pública -bien por el desconcierto del momento, bien por su falta de conocimiento de las dinámicas del sector- no pudo ser más desafortunada , “primero va la vida y después el cine[3]. Lo que muchos consideraron una falta de tacto se vio acrecentado con su renuencia a buscar soluciones ad hoc y resolverlo con un  “hemos movilizado fondos generales”.

Actuación frente a la pandemia

Cuando por fin se decidió a hacerlo, comenzó una ronda de reuniones telemáticas con diferentes asociaciones (cine, artes escénicas, plásticas, música, libro…) en las que se comprometió a tomar medidas que ayudaran tanto en lo urgente, el corto plazo, como en lo importante. Las primeras llegaron el 5 de mayo de 2020[4], con un Real decreto-ley, resultando ser una adaptación a las circunstancias -ampliación temporal del alcance de los Acontecimientos de Excepcional Interés Público paralizados por la pandemia-, y la consideración de tales de otros que seguro lo hubieran sido aún no habiendo crisis sanitaria -como el 175 aniversario de la construcción del Teatro del Liceo o la participación de España como país invitado de honor en la Feria del Libro de Frankfurt en este 2021-. Así mismo, se amplió en un 5% de la deducción del IRPF de los donativos, donaciones y aportaciones a instituciones culturales. Algo irrisorio si tenemos en cuenta que la tremenda caída del PIB habrá generado un enorme descenso de este método de cofinanciación y que la Agencia Tributaria es incapaz de decir cuánto de lo que destinamos a este fin (estimación de 930 M€ en 2017) va específicamente al sector cultural.

Después llegarían otras que flexibilizaban algunas normativas como ayudas a películas que se estrenen en plataformas, y no solo en pantalla grande, o para la promoción del arte contemporáneo español, cuya lista de destinatarios fue anunciada en el mes de noviembre, pero que meses después aún no las habían recibido[5].

En el fragor de vuelta a la aparente normalidad de hace un año llegó el anuncio del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, por el que nuestro Gobierno le proponía a la Unión Europea como invertiría 140.000 millones de euros para convertirnos en un país moderno bajo las claves de la transición verde, la digitalización y la cohesión social y territorial[6]. Tras su aprobación final, el Ministerio de Cultura y Deporte recibirá, entre 2021 y 2023, 825 millones de euros de los primeros 72.000, 525 si le restamos lo dedicado al deporte, es decir, el 0,07 % (cuando el sector supone el 3,2% del PIB). Cifras desalentadoras que tendrán como fin, algo que se concretó en “la revalorización de las industrias culturales, dinamizar la cultura como elemento de cohesión social y territorial y digitalizar e impulsar los grandes servicios culturales[7]. Veremos en qué queda una vez que todo ello se comience a ejecutar.

Tras lo urgente, lo importante

Eso en lo que respecta al terremoto que paralizó la vida de todos. Pero, al margen de esto, ¿qué ha hecho el Ministerio de Cultura en los últimos 18 meses? Uno de los proyectos que se quedó a medias por el fin de la legislatura anterior, fue la actualización de la Ley del Patrimonio Histórico Español, que data de 1985 y que tiene vacíos propios de las más de tres décadas transcurridas al no considerar realidades como las del universo digital, el videojuego o las posibilidades de internet. Lo que le impide ejercer, además, como norma jerárquicamente superior a las aprobadas por las comunidades autónomas desde entonces, con la consiguiente función armonizadora. Según el actual Plan Anual Normativo del Gobierno, está previsto que se actualice a lo largo de este año[8]. Por el momento se ha aprobado el anteproyecto de ley[9], incluyendo las categorías de patrimonio industrial, cinematográfico, audiovisual, subacuático y paisajístico.

Una de las promesas de Pedro Sánchez en su discurso de investidura el 4 de enero de 2020 fue el desarrollo del Estatuto del Artista[10]. Una ambición transversal que implica a otros ministerios como el de Trabajo, Haciendo o Seguridad Social y que, hoy por hoy, sigue estando en la categoría de compromisos[11] y no de logros[12].

Por el lado positivo, se cerró el acuerdo para que la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza siga estando alojada en el número ocho del madrileño Paseo del Prado, con el titular de que entre las más de cuatrocientas obras estará el Mata Mua de Paul Gauguin (1892)[13], que en un extraño movimiento fue trasladado desde el Palacio de Villanueva hasta Andorra en mayo del año pasado tras haber obtenido el permiso de exportación dos meses atrás[14].  A su vez, el Observatorio de Igualdad de Género -en el que participan distintas asociaciones- ofreció sus primeras recomendaciones.  

Lo pendiente

Muchos asuntos. Además de que todo lo señalado se convierta en resultados tangibles que consolidar con el tiempo, también está el hacer de ellos elementos tractores de nuestra sociedad y economía, y no solo un elemento con el que resolver la obligación de cumplir el artículo 44 de la Constitución (Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho) o con el que articular o complementar la oferta turística de nuestras ciudades o pueblos.

Los museos estatales[15] (más allá del Prado y el Reina Sofía que cuentan con leyes reguladoras propias o el Thyssen-Bornemisza, constituido como una fundación perteneciente al sector público estatal) piden una asignación de recursos superior que ayude a poner en valor sus colecciones.

No se entiende lo poco que giran por el país montajes de instituciones de carácter nacional como la Compañía Nacional de Danza, la Compañía Nacional de Teatro Clásico o los montajes del Centro Dramático Nacional. Afortunado aquel que viva en Madrid que tendrá acceso a todos ellos, pero los de fuera tendrán que conformarse con las migajas que les lleguen, algo que ya señaló Alfredo Sanzol, director del CDN, en la presentación de su próxima temporada[16].

Y ya puestos, Miquel Iceta podría plantear si la tauromaquia debe ser asunto que gestionar desde la cartera de Cultura en lugar de hacerlo, por ejemplo, desde Agricultura, Pesca y Alimentación. Habrá quien diga que los asuntos taurinos están considerados patrimonio cultural inmaterial (por obra y gracia del Gobierno de Mariano Rajoy que así lo aprobó por Ley en 2013[17], punto de vista con el que la Unesco no coincide[18]), pero también lo es la gastronomía y a nadie se le ocurre sugerir que deje de ser responsabilidad de este ministerio. Y otro tanto con Deporte, si lo enfocamos como un tema de promoción de valores, ¿no debiera estar bajo el paraguas de Educación? Así es como está en Portugal, en Francia es ministerio en sí (aunque eso haría que pasáramos de 22 a 23, quizás demasiados), en Italia lo es junto a Juventud (área que aquí está en Derechos Social y Agenda 2030), aunque también es cierto que en la Comisión Europea forma parte de la cartera de Educación, Cultura, Multilingüismo y Juventud.

Sea como sea, mucha suerte al nuevo ministro en su tarea. Sus éxitos no serán solo suyos, sino que redundarán en beneficio de todos nosotros.


[1] Blanes, Pepa. (11/01/2020). El cine recibe con ‘cautela y sorpresa’ el nombramiento de Rodríguez Uribes en Cultura. Cadenaser.com. https://cadenaser.com/ser/2020/01/11/cultura/1578780102_706324.html

[2] Corroto, Paula. (14/01/2020). “¿Vas a contar conmigo?”: así cayó Guirao, el ministro de Cultura que quería seguir. ElConfidencial.com. https://www.elconfidencial.com/cultura/2020-01-14/guirao-pedro-sanchez-cultura-baloncesto-deportes-733_2410643/

[3] García, Fernando. (07/04/2020). El ministro de Cultura justifica la falta de ayudas concretas citando a Orson Welles: “Primero la vida y luego el cine”. LaVanguardia.com. https://www.lavanguardia.com/cine/20200407/48382830821/ministro-cultura-ayudas-cine-vida-orson-welles.html

[4] Boe.es. (06/07/2020). Real Decreto-ley 17/2020, de 5 de mayo, por el que se aprueban medidas de apoyo al sector cultural y de carácter tributario para hacer frente al impacto económico y social del COVID-2019. https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2020-4832

[5] Marta Pérez Ibáñez (@mperezib). La lista de artistas a quienes se concedieron ayudas para creación de proyectos artísticos se publicó en noviembre de 2020… 8:20 AM · May 4, 2021. https://twitter.com/mperezib/status/1389464983411597315

[6] Gobierno de España. (20/04/2021). Plan de recuperación, transformación y resiliencia. https://www.lamoncloa.gob.es/temas/fondos-recuperacion/Documents/30042021-Plan_Recuperacion_%20Transformacion_%20Resiliencia.pdf

[7] Lamoncloa.gob.es. (14/05/2021). Rodríguez Uribes: «El plan fortalecerá las industrias culturales y deportivas como motor económico y de futuro de nuestro país». https://www.lamoncloa.gob.es/serviciosdeprensa/notasprensa/cultura/Paginas/2021/150421-plan-recuperacion-cultura.aspx

[8] Portal de la Transparencia. (11/09/2020). Plan anual Normativo 2020. Ministerio de Cultura y Deporte. https://transparencia.gob.es/transparencia/transparencia_Home/index/PublicidadActiva/Normativa/PlanAnualNormativo.html#MCUD

[9] Lamoncloa.gob.es (22/06/2021). El Gobierno toma conocimiento de la modificación de las leyes de Patrimonio Histórico y para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. https://www.culturaydeporte.gob.es/gl/actualidad/2021/06/210622-anteproyecto-leyes-patrimonio.html

[10] Lamoncloa.gob.es (04/01/2020). Discurso de investidura del candidato a la presidencia del Gobierno ante el Congreso de los Diputados. https://www.lamoncloa.gob.es/presidente/intervenciones/Paginas/2020/prsp04012020.aspx

[11] Ministerio de Cultura y Deporte. (21/04/2021). Rodríguez Uribes: “El Estatuto del Artista es un compromiso y una prioridad de este Gobierno”. https://www.culturaydeporte.gob.es/actualidad/2021/04/210421-pleno-congreso.html

[12] Ballesteros, Inmaculada. (05/07/2021). La necesidad imperiosa del Estatuto del Artista. https://elpais.com/economia/2021/07/05/alternativas/1625481396_006415.html

[13] Ministerio de Cultura y Deporte. (29/01/2021). El ministro de Cultura y Deporte cierra un acuerdo por el que la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza permanecerá en España. https://www.culturaydeporte.gob.es/actualidad/2021/01/210129-acuerdo-thyssen.html

[14] Montañés, José Angel. (25/06/2020). El ‘Mata Mua’ de Carmen Cervera se verá en Andorra. https://elpais.com/cultura/2020-06-25/el-mata-mua-de-carmen-thyssen-se-vera-en-andorra.html

[15] Ministerio de Cultura y Deporte. ¿Cuáles son los museos de la Subdirección General de Museos Estatales? https://www.culturaydeporte.gob.es/cultura/museos/presentacion/preguntas-frecuentes/cuales-museos-sgme.html

[16] García, Rocío. (22/06/2021). El Centro Dramático Nacional invita a superar la pandemia a través del teatro. https://elpais.com/cultura/2021-06-22/el-centro-dramatico-nacional-invita-a-superar-la-pandemia-a-traves-del-teatro.html

[17] Boe.es. (13/11/2013). Ley 18/2013, de 12 de noviembre, para la regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural. https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2013-11837

[18] Elmundo.es. (01/12/2020). La Unesco rechaza considerar la tauromaquia como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. https://www.elmundo.es/cultura/toros/2020/12/01/5fc5e0f5fdddffc75e8b45c8.html

“La civilización occidental y cristiana” (León Ferrari, 1965)

Esta obra sintetiza buena parte de la declinación del legado artístico y el pensamiento crítico de su autor. Un hombre que, entre otros temas, puso el foco en la crueldad con que han actuado y la destrucción generada por los que se autoproclamaban elegidos por Dios para llevar a cabo su misión evangelizadora. Personas refugiadas en una institución que manipula psicológicamente y amedrenta espiritualmente a sus congéneres desde hace mucho tiempo.

Habrá quien piense que este avión predijo los de las fuerzas militares argentinas que años después arrojarían al mar a los contrarios a su régimen dictatorial. O los que un 11 de septiembre causaron la muerte de casi tres mil personas. Podría ser. Pero en este ensamblaje de maqueta y pieza de santería,  el elemento fundamental es él, Jesús, el hijo del Padre que nos hizo a todos a su imagen y semejanza. Versículo convertido en principio moral como excusa para imponerse al otro. Para someterle si no colabora. Para destruirle si se resiste.

Aunque se puede generalizar su intención, Ferrari (1920-2013) acusaba a las iglesias católica, la protestante y la ortodoxa de complicidad y ejercicio consciente del mal, ya sea por sí mismas, ya sea formando parte de las jerarquías de poder que han regido el devenir de la civilización occidental desde hace dos milenios, con el fin de consolidar su absolutismo. No niega que pueda haber gente bondadosa entre ellos, ejemplos de su credo y fieles cumplidores de sus mandamientos. Pero el bien no sirve como penitencia del mal. Como si reviviera a Lutero cuando en 1511 salió de Roma espantado ante el nivel de corrupción, soberbia y arrogancia del que fue testigo.

Un teatro en el que tras la máscara de la piedad se oculta la aniquiladora. Una dramaturgia a la que quizás dio forma siendo testigo en su Buenos Aires natal de los proyectos arquitectónicos de iglesias de los que su padre era máximo responsable. Visión que trasladaría a la serie Relecturas de la Biblia que inició en 1985. Collages y composiciones en los que ligaba la belleza de las representaciones artísticas de ángeles, santos y escenas de las sagradas escrituras con el dramatismo del belicismo, el horror del fascismo y la procacidad de una sexualidad impudorosa. Narrativa que une las dos caras de una farsa delincuente, de una hipocresía asesina. Provocación intolerable y blasfemia según algunos. Denuncia social y reivindicación política según su autor.  

Ferrari también jugó con la plasticidad, el cromatismo y la perspectiva renacentista que conoció a su llegada a Italia en 1952 en instalaciones como Jaula con aves (1985). Estas, colocadas sobre una reproducción del Juicio final de Miguel Angel, defecaban sobre dicha imagen generando un resultado con aires de ready made y arte povera, que después enmarcó aunando la intervención de lo biológico, la susceptibilidad de lo sacrílego y la sátira del canon y el proceso artístico. La razón y la censura, el academicismo y el dogmatismo puestos a prueba. La experiencia estética al servicio de la libertad de expresión, la creación artística como voz ante la opresión.

La bondadosa crueldad. León Ferrari, 100 años, en el Museo Reina Sofía (Madrid).

Recordando a David Wojnarowicz

Hace un año el Museo Reina Sofía me permitió conocer más de cerca la fascinante obra de este hombre que ejemplifica perfectamente una de las caras de lo que fueron los años 80 en el mundo occidental: enfermedad y muerte (VIH y SIDA), eclosión salvaje del liberalismo y lucha por la igualdad y la libertad de expresión.

One day this kid…, 1990.

Los años 70 fueron los de la decepción americana. La Guerra de Vietnam demostró que su imperialismo tenía límites y su cuenta corriente números rojos. La alegría de las imágenes costumbristas a lo Norman Rockwell eran algo lejano, el pop había estallado y la fuente de Duchamp ya no escandalizaba ni promovía la subversión, sino que incitaba a convertir cuanto fuera comercializable en objeto aparentemente artístico. El arte, por su parte, había dejado el altar de las jerarquías sociales para pasar al del dinero, descendiendo en forma piramidal según los niveles adquisitivos del público comprador y admirador, creando así una nueva manera de clasismo.

Los 80 fueron la década en la que los más valientes dieron rienda suelta a la libertad individual, reivindicando su derecho a existir y a mostrarse -fuera mujer, negro u homosexual- en igualdad de condiciones que el hombre blanco heterosexual que todo lo regía desde tiempos inmemoriales. Uno de esos fue David Wojnarowicz (1957-1992), abiertamente gay, consumidor sin pudor de sustancias prohibidas, quien experimentó con el fotomontaje, la fotografía, el audiovisual, la creación sonora y la plástica sobre diferentes superficies para manifestar tanto su manera de ser y sentir, como el desacuerdo con el modelo de gobierno y convivencia de su nación.

Autorretrato , 1983–84.

Siempre tuvo claro que no encajaba, pero no por ello se subyugó al sistema para hacerse un sitio que le permitiera sobrevivir sumiso y en silencio. Vivió en la calle en Nueva York, llegó a San Francisco haciendo autostop y volvió para realizar grafitis y sorprender con su obsesión por Rimbaud. Intuyó el peligro y no lo rehuyó, la heroína, la cocaína y el virus que navegaba en el amor machacaron su cuerpo, pero le hicieron consciente de la condena a la que la sociedad le había avocado desde niño. Por ser diferente, por no acatar las normas, por no comportarse como se esperaba de él, por no ofrecer la imagen que la moral religiosa y la presión social exigían.

Arthur Rimbaud en New York, 1979

Por eso es que su activismo, practicado con descaro y con rabia, con descaro, eludiendo cualquier imagen edulcorada, no se limitaba tan solo a su condición sexual. Era la punta de un iceberg de expresividad que no reclamaba, sino que exigía, respeto, compromiso de igualdad, diálogo empático y consideración a la multietnicidad del pueblo americano, así como a la vida privada y a la intimidad emocional y espiritual de toda persona. Terrenos privados y reservados que la administración Reagan había convertido en el campo de batalla sobre el que sustentar su intención de jerarquizar a la población estadounidense -y por extensión, a la mundial- por nivel de ingresos, origen y estilo de vida.

«Sin título (cabeza verde)», 1982

Han pasado los años y sus obras siguen transmitiendo la inteligencia con la que fueron concebidas, la fuerza con que fueron realizadas y el compromiso del mensaje y la intención con que Wojnarowicz trabajó en ellas. Dando voz e informando, criticando y defendiendo, haciendo del arte un medio no solo estético, sino también subversivo, revolucionario, espejo y reflejo de las desvergüenzas de una democracia y un supuesto régimen de derechos humanos con muchas lagunas, más nebulosas y demasiados cadáveres bajo su alfombra.

Sin título (Rostro en la tierra)’, de 1991.

Keith Haring, arte y activismo

Fresco, ingenioso, ágil en su estilo. Comprometido, sagaz y visionario en su enfoque. Síntesis de muchos otros con los que se relacionó. Representativo de su momento, dio identidad y una marca visual a los años 80 que sigue resultando hoy igual de original, dinámica e inspiradora que entonces. La muestra que le dedica la Tate en su sede de Liverpool así lo demuestra.

La década de los 80 fue una mierda, el SIDA se llevó a mucha gente por delante y dejó en el aire un halo de culpa del que todavía no nos hemos desprendido. Pero también trajo una serie de nombres que revolucionaron la creación artística de la capital mundial del arte, Nueva York. La hicieron desprenderse de algunos de sus elitismos y complejos de clase, haciéndola más cercana tanto por los temas que trataban y los medios que utilizaban como por los lugares donde exponían o creaban. Junto a otros como David Wojnarowicz (1954-1992, al que estos días le dedica una gran exposición el Museo Reina Sofía) o Jean Michel Basquiat (1960-1988), quizás el nombre más popular de aquellos años sea el de Keith Haring.

Nacido en 1958, su infancia estuvo marcada como la de muchos niños de su época por lo visual. Por el el boom de lo que hoy denominamos branding y merchandising, la disparidad de mensajes, formatos y estilos de la publicidad gráfica y la universalización de la televisión, medio a través del cual asistió a la llegada del hombre a la luna, descubrió que Martin Luther King había sido asesinado o vio a miles de compatriotas en las calles reclamando el final de la participación americana en la guerra de Vietnam.

De Reading a Nueva York

Mediada la década de los 70 Keith comenzó a formarse artísticamente en su Reading (estado de Pensilvania) natal, pero rápidamente vio que lo que él pretendía hacer no encajaba dentro de las cuadrículas de lo comercial para las que le estaban preparando. Así que marchó a Nueva York y con referentes como los de la libertad formal de Jean Dubuffet o la asociación de ideas de William Burroughs fue encontrando la manera tanto de darle forma a su imaginario visual como de trasladarlo a la realidad personal y social que estaba viviendo.

NYC era una ciudad marcada por la violencia, el racismo y la desigualdad, pero también sede de una red de galerías y jóvenes artistas deseosos de prolongar el terremoto conceptual, comercial y social que, tras el informalismo, había supuesto el pop art. Un ambiente en el que el trazo, composición y colorido sencillo de Haring, su reconocible iconografía (perros ladrando, naves espaciales, televisiones, ordenadores y personas en movimiento) y su concepción performativa del proceso de creación, su inspiración a partir de lo que veía en los medios de comunicación y vivía en la calle, su interacción con las nuevas corrientes musicales (hip hop y disco) y su intención de hacer de su trabajo un elemento de diálogo con sus espectadores e integrado con el lugar donde se expusiera o creara (huyendo de toda sacralización o mitificación) le pusieron en el punto de salida de la carrera que hoy conocemos.

Una de sus primeras señas de identidad fueron, sin duda alguna, además de sus collages expuestos por las calles, sus intervenciones con tiza a modo de grafitis en las estaciones de metro. Práctica perseguida inicialmente por la policía y tiempo después abandonada por Haring por ser extraídas por los más sagaces para lucrarse con ellas. Otra fue utilizar a los simplificados personajes de sus creaciones como altavoces de sus manifestaciones políticas en forma de pinturas (después reproducidas como carteles) en contra del silencio estadounidense ante el Apartheid sudafricano o de la nuclearización y la guerra fría entre EE.UU. y Rusia (en 1986 llegaría a realizar un grafiti de 300 metros sobre el muro de Berlín).

Club 57

Resultados visuales tras lo que se encontraba un hombre que comenzó los 80 organizando tanto sus primeras exposiciones como las de otros, así como fiestas de lo más moderno en el Club 57. Una cercanía y un ambiente festivo que extendió a su carrera como artista. Cuando pudo permitirse tener un estudio, eligió un local a pie de calle, donde se le pudiera ver trabajar y dialogar con él. Y para su segunda muestra en una galería (diciembre de 1983) propuso un montaje diferente, únicamente con luces de neón y música (DJ incluido), para que al entrar en la Tony Shafrazi Gallery sus pinturas fluorescentes te epataran y trasladaran al momento álgido de un sábado noche.  

Pop Shop

Siguiendo la estela de Andy Warhol, permitió que sus imágenes se plasmaran en todo tipo de soportes, llegando incluso a abrir una tienda, Pop Shop (Lafayette St., 292), para comercializarlos. Era 1986 y Haring había dejado de ser un nombre destacado de la contracultura para pasar a serlo de la cultura popular. Un artista que colaboraba con los más grandes, diseñando vestidos para Vivienne Westwood o para su amiga Madonna (íntimos desde que ambos eran unos desconocidos recién llegados a la Gran Manzana) o pintando el cuerpo de la también cantante y modelo hiper cotizada Grace Jones para una sesión fotográfica de la revista Interview.

VIH/SIDA

Para entonces, la epidemia del VIH y la condena a muerte del SIDA eran algo más que conocido por casi todo el mundo, provocando el estigma de los afectados por la apatía de las autoridades estadounidenses (y de muchos más lugares) y dando pie a un activismo que logró grandes resultados. Viendo que muchas personas de su entorno se veían afectadas y morían por este nuevo virus y enfermedad, Keith asumió que era cuestión de tiempo que él también pasara a ser uno de ellos, motivo por el que puso su creatividad al servicio de la causa. Ya fuera reflejando el miedo y la rabia que le producía lo que se estaba viviendo (Set of ten drawings, 1988) como apoyando, bajo el lema Silence = Death en colaboración con ACT UP, tanto la lucha contra la serofobia como la visibilidad de la homosexualidad y la información sobre prácticas sexuales seguras. Y aunquen no forma parte de esta exposición, no puedo dejar de hacer mención al mural Together we can stop AIDS que pintó en Barcelona el 27 de febrero de 1989 y que el MACBA recuperó en 2014.

Tal y como predijo, en el verano de 1988 descubrió que tenía el VIH y el 16 de febrero de 1990 el SIDA marcó el punto y final de su vida y carrera artística. Él murió, pero como demuestra esta exposición, sus creaciones siguen impactándonos.

Kate Haring, en Tate Liverpool, del 14 de junio al 10 de noviembre de 2019.