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“La madre”, drama, intriga y Aitana Sánchez-Gijón

Más allá del síndrome del nido vacío y de un matrimonio de cara a la galería. Retrato de una mujer frustrada, pero con una ambigüedad bien calculada sobre los motivos de la imagen que transmite y las causas de su comportamiento. Un texto trazado con inteligencia, una puesta en escena sobria que explicita sus tensiones y un elenco compacto que despliega todas sus aristas.

El inicio es convencional. Una mujer espera en casa la llegada de su marido y tras un leve saludo se queja de la desconsideración de su hijo emancipado, de la desconexión de su hija ya autónoma y de la falta de comunicación -por no decir falsedad y lejanía- de quien acaba de llegar de su trabajo. Toques de ironía y acidez disfrazados de humor que generan complicidad y empatía, cercanía con unos personajes que nos resultan familiares, si no por identificación, sí por suposición de los arquetipos del mundo urbano, proletariado y capitalista en el que vivimos. Sin embargo, la sensación de comodidad dura poco.

La dramaturgia de Florian Zeller rápidamente vira para adentrarse en el terreno de las percepciones, obligándonos a preguntarnos si aquello de lo que estamos siendo testigos es tan transparente, sencillo y lógico como habíamos asumido. Un terreno de ocultaciones e invisibilidades que la dirección de Juan Carlos Fisher deja entrever a través de un diseño escénico que más que minimalista, frío y sobrio, resulta revelador en su asepsia, subrayador en su simplicidad e intensificador en el simbolismo de su fractura. Súmese a ello la complementariedad de la iluminación y la amplificación de la ambientación sonora y musical.

Hora y media en la que la narración familiar y el retrato individual se van transformando, afectando incluso al punto de vista desde el que observamos, interrogándonos sobre desde dónde miramos e interpretamos, si lo estamos haciendo desde el lugar y el modo correcto. Qué se nos escapa y qué hemos asumido como lo que no era. Así, La madre y sin dejar atrás sus toques de humor corrosivo, profundiza en su drama adquiriendo tintes de intriga y misterio más propios del thriller y hasta el terror psicológico.

Una introspección bajo un prisma de opresión y agorafobia encarnado por un elenco en el que Aitana Sánchez-Gijón integra con solvencia en su personaje el devenir de las diferentes y superpuestas tramas. La esposa desencantada, la madre Agripina y la mujer abandonada por su pasado y carente de un futuro. Estados emocionales, registros relacionales y versiones alejadas e integradas de sí misma que se despliegan, complementan y confrontan con el buen y acotado trabajo de sus compañeros.

Juan Carlos Vellido compone un marido que nunca termina de estar y que permanece cuando resulta ausente. Alex Villazán es ese hijo obligado a volar solo para sobrevivir y condenado a permanecer para que su verdugo no se convierta en su víctima. Y Júlia Roch destella revelando las indeterminaciones de cuando sucede en La madre, obligando a sus espectadores a tomar parte en la construcción de su absorbente, seductor y conseguido relato.

La madre, en Teatro Pavón (Madrid).

“Siempre hemos vivido en el castillo” de Shirley Jackson

Una historia con dos niveles. Una superficie ordenada y costumbrista y un segundo plano dominado por un desequilibrio difícil de concretar y definir. Terror tan fino y limpio que resulta imposible enfrentarse a él, aumentado por una formalidad literaria que se mantiene impasible ante el devenir de los acontecimientos, fiel al espíritu y el universo interior del personaje narrador.

Desde el principio hay algo que no encaja y que Shirley Jackson no desvela. Mary Katherine nos cuenta su visita al pueblo, su ir y venir por sus calles, sus paradas en la biblioteca, en la tienda y en el café. Nos transmite su angustia, pero no revela el porqué de ese ambiente ni porqué su respuesta es sobrellevarlo con la mayor templanza posible. Un desasosiego que solo irá a más.

Las dos hermanas Blackwood y el tío Julián parecen ser el último eslabón de una dinastía no se sabe bien si venida a menos tras tiempos mejores, o marcada por algo tan inenarrable que desde entonces viven con una distancia de seguridad física y psicológica para mantenerse sanos y salvos, felices y satisfechos en su burbuja. Todo lo relativo a su día a día ha de ser leído con un doble prisma. Con un filtro de valor absoluto, tal cual es, aceptando las peculiaridades de su comportamiento ordinario. Y con otro que permita detectar la fisura por la que se filtre el sentido de ese proceder tan peculiar.

La evolución que toma la ficción de Jackson demuestra que su primer objetivo, más aún que el de armar una historia redonda, es el de generar un clima de sensaciones contradictorias que nos atrape sin razón aparente ni resolución previsible. Da las claves necesarias para entender en qué se cimenta su propuesta, pero a partir de ahí todo está tan abierto y se es testigo de comportamientos, respuestas y acciones tan perturbadores como aparentemente ilógicos, que el lector no se siente completamente ubicado en ningún instante.

Sin embargo, el relato no se le va nunca de las manos por la buena dirección de su desarrollo, sin moverse ni un ápice del ritmo y el tono sosegado de su punto de partida. Una construcción literaria provocadora de una presión psicológica sorda y oscura, en la que el sentido de alerta no se despierta por algo en concreto sino por un cúmulo de pequeños detalles conformadores de una realidad distorsionada. Unas coordenadas que podrían derivar en irrealidad, pero que nunca llegan a serlo, lo que intensifica la sensación de incredulidad ante lo que está sucediendo y el deseo de que la tensión acumulada estalle en cualquier momento.

Siempre hemos vivido en el castillo no es, ni pretende ser, una lectura cómoda. No tiene intención de agradar, satisfacer o adular a su lector permitiéndole adelantarse a los acontecimientos. Su propósito es adentrarle en una atmósfera psicológica desordenada, pero sin privilegio alguno, sin ofrecerle las herramientas que le ayuden a desenvolverse en ella y asumir las inciertas consecuencias. Quizás una experiencia solo apta para aquellos con una personalidad a prueba de todo, y una visión de la vida por encima de cualquier dificultad, como la de Constance y Merricat.

Siempre hemos vivido en el castillo, Shirley Jackson, 1962 (2012), Ediciones Minúscula.

10 películas de 2022

Ficción española pegada a la realidad, animación estadounidense y títulos europeos que le cogen el pulso a la vida. Propuestas basadas en grandes guiones y plasmadas con variados estilos de narrativa audiovisual. Historias cotidianas y valientes, arriesgadas y disruptivas. Doce meses de muy buen cine.

«Apolo 10 1/2». Los estadounidenses llevan más de treinta años revisando lo sencillos e ingenuos que eran en los años 60 y lo colorido y fascinante que resultaba el “american way of life” en todo su esplendor. Aun así, todavía hay maneras de acercarse a aquel tiempo, identidad y vivencia de una manera original y diferente. Tal y como lo ha hecho Richard Linklater en esta cinta de animación.

«Alcarràs». Carla Simón profundiza en el estilo que ya mostró en “Verano 1993” convirtiendo lo cotidiano, el mimbre de lo que nos une, en lo que marca de principio a fin el contenido, el tono y la evolución de su película. Tras ello, una mirada tranquila y empática guiada por el punto en el que se encuentra lo anodino con lo íntimo y lo invisible con lo obvio, y un trabajo interpretativo en el que brillan todos y cada uno de sus intérpretes.

«Ennio: el maestro». Documental que aúna la admiración por su protagonista y el reconocimiento a su extraordinaria labor en pro del séptimo arte con la excelencia de su dirección y su capacidad de emocionar e implicar al espectador en su propuesta. Material de archivo y entrevistas que repasan, analizan y explican la trayectoria de un genio musical, las peculiaridades de su estilo y los logros con que tanto nos hizo gozar desde la gran pantalla.

«Cinco lobitos». El cine se convierte en un arte cuando una película resulta más que la suma de todos los elementos que la conforman. Eso es lo que ocurre con esta cinta que nos muestra los múltiples prismas de la maternidad y la versatilidad a la que se ven abocadas muchas mujeres como resultado de ésta. Un guión redondo, dos actrices soberbias -Laia Costa y Susi Sánchez- y una dirección tras la cámara sensible e inteligente.

«Vortex». Entras a la sala creyendo que vas a ser testigo de la ancianidad de una pareja, pero comienza la proyección y en lo que te adentras es en el abismo que se abre entre la necesidad de estructurar y comprender y la abstracción y la sinrazón en que consiste la demencia. Edición virtuosa y un guion concebido para llevar a su espectador al extremo de su resistencia psicológica.

«El acusado». El sentido común nos dice que el consentimiento no debiera tener matices legales ni morales, pero la realidad demuestra que sí que los tiene sociales y conductuales. Ahí es donde entra esta película que refleja sobriamente cómo influyen sobre esta cuestión filtros como las diferencias de clase y los modelos familiares. Grandes interpretaciones, un buen guion y una excelente dirección que acierta con su propuesta de atenerse a los hechos y revelar las múltiples paradojas que estos revelan.

«As bestas». Thriller en el que la coacción y la incertidumbre, la paz y la soledad, crean una atmósfera apabullante en la que conviven y se enfrentan lo mejor y lo peor del ser humano. Un guión en el que la tensión de sus silencios y la parquedad de sus personajes son multiplicados por una dirección que los funde con los ritmos, las posibilidades y las paradojas de la naturaleza.

«La maternal». Tras su buen hacer con “Las niñas”, Pilar Palomero suma ahora el de esta cinta en la que sigue fijándose en aquellos a quienes no escuchamos ni consideramos como debiéramos. Los que quedan fuera del sistema por su edad, su falta de recursos y su comportamiento. Personas que merecen la sensibilidad y la seriedad, la escucha y la guía con que ella les muestra en esta ficción en la que deslumbra la mirada, el gesto y el verbo de su protagonista, Carla Quílez.  

«Close». El gran premio del jurado de la última edición del Festival de Cannes se clava en el corazón de sus espectadores con la mirada limpia, el sentir inocente y la conciencia pura de sus protagonistas adolescentes. Una historia que expone con sinceridad, empatía y sensibilidad lo bonito y hermoso que es relacionarse y el poder e influencia que ejercemos sobre los demás, pero también los deberes y riesgos, las consecuencias y aprendizajes que esa vivencia conlleva.

«Mantícora». La sobriedad narrativa del guion de Carlos Vermut se complementa con la mirada aséptica de su dirección y el conjunto de buenas decisiones sobre las que se asienta. Un combo que se amplifica con la hipnótica presencia de Nacho Sánchez dando vida a lo humano y a lo inconcebible, así como a la lucha y a la convivencia dentro de sí entre ambas maneras de ser y estar en el mundo.

“As bestas” o la vecindad de la amenaza  

Thriller en el que la coacción y la incertidumbre, la paz y la soledad, crean una atmósfera apabullante en la que conviven y se enfrentan lo mejor y lo peor del ser humano. Un guión en el que la tensión de sus silencios y la parquedad de sus personajes son multiplicados por una dirección que los funde con los ritmos, las posibilidades y las paradojas de la naturaleza.

A Sorogoyen se le da bien la adrenalina, pero a diferencia de en Que Dios nos perdone (2016) o El reino (2018), en As Bestas no opta por un ritmo trepidante en el que los buenos se enfrentan abiertamente a los malos. En esta aldea del interior gallego están intrínsecamente unidos, sus raíces se hunden en la misma tierra, hasta el punto de que el devenir de unos está condicionado por las decisiones de los otros. Antoine y Olga se trasladaron hasta allí desde Francia para vivir de la agricultura ecológica y se negaron a que en su término municipal se levantara un parque eólico, impidiendo así que Xan y Lorenzo recibieran el dinero con el que contaban para escapar del lugar en el que han permanecido desde que nacieron. La frustración lleva al enfado, este a la rabia y de ahí al odio y la venganza. Si se combina con la visceralidad y la sangre fría, la irracionalidad no tiene límites, cada vez es más empecinada, sagaz y arrojada.

Así es como el guion escrito por Rodrigo e Isabel Peña torna casi en una película de terror sobre los límites de la conducta humana, hasta donde puede llegar el tesón de la resistencia y la hostilidad del resentimiento. Un clima agorafóbico, que lo inunda todo, pero en el que aun así percibimos claramente cuáles son los fundamentos de la conexión de cada personaje con el lugar en el que residen, así como las claves de los vínculos que los unen con quienes sienten cercanos. Impresiones en las que juegan un papel clave la extraordinaria fotografía de Alejandro de Pablo, la percusión de la partitura de Olivier Arson y un reparto en el que no hay actor o actriz que no ofrezca una interpretación excepcional.

Súmese a eso la polifonía castellano, gallego y francés, un trilinguismo que hace aún más auténtico el muestrario costumbrista, la exposición antropológica, el análisis sociológico y el examen psicológico al que asistimos. La capacidad de las personas para gestionar sus frustraciones y el contar con un acervo interior para desarrollar un proyecto vital se dan la mano y de bruces contra la oscuridad y el abandono de la España vaciada y la manipulación pornográfica del capitalismo. Y cuando parecía que As Bestas ya había desplegado todas sus cartas, gira de tal manera que renace a partir de sí misma para ofrecernos un muy acertado, preciso y bien construido reverso de cuanto habíamos conocido e intuido.

Al vibrante clima de expresionismo naturalista y físico en el que se había movido hasta entonces, le suma una sobria confrontación anímica y emocional con que completa, cierra y sella su recorrido sobre las potencialidades y las posibilidades, los aciertos y los errores, los devenires y las consecuencias de las determinaciones y las cotidianidades de cualquier hombre o mujer. Tensión, intriga y ansiedad. Aun así, calma, paz y sosiego. Peliculón.

«Insomnia» de Stephen King

Demasiados cientos de páginas para una historia bien estructurada pero luego desarrollada a golpe de redacción sin alma. Una lectura con momentos de intriga, tensión e incertidumbre, pero también de tedio, inercia y provocadora de alguna interjección en señal de sorpresa e incredulidad. Una de esas ocasiones en que el autor parece haberse puesto frente al papel como profesional de la escritura y no como creador con entusiasmo e ilusión y teniendo algo que contar y compartir.

Necesitaba una novela que me entretuviera y enganchara como si no existiera otra cosa más en mi vida. Como cuando era adolescente y nombres como Stephen King conformaron con el disfrute de muchos de sus títulos el trazado lector de mis veranos analógicos. Teniendo ese referente y recuerdo en mi memoria, no le di más vueltas al asunto y me decidí por esta novela firmada por el maestro del terror de la que no conocía ni el argumento ni las valoraciones que desde el momento de su publicación pudiera haber recibido.  

¿Me encontraría con personajes como los de Carrie o Misery? ¿Con tramas tan alucinantes como las de El misterio de Salem’s Lot o Christine? ¿Con mundos con tantas capas como los de It o Apocalipsis? Casi ochocientas páginas después la respuesta es no. Estos últimos días pasarán por mi mente como un vahído, como una de esas largas tardes estivales en que el reloj registra el paso de las horas pero el termómetro se mantiene inerte, en pausa, aplastando la realidad con la condena de sus dígitos en cotas inamovibles.

Hay escritores a los que imagino como un conductor con las dos manos al volante teniendo claro a dónde quieren llegar, pero decidiendo paso a paso sobre la marcha la ruta a seguir. A otros, como me ha sucedido esta vez con King, con una hoja de ruta trazada con detalle desde el principio y completada después a base de método, procedimiento y disciplina. Como él mismo explicaba en Mientras escribo (2012), llegar al resultado final es una combinación de talento y dedicación que, añado yo, no todos tienen o trabajan suficientemente.

En Insomnia hay destellos de lo primero, las líneas generales argumentales son sólidas -un hombre mayor que queda viudo y el insomnio que se apodera de él resulta la puerta de entrada a un mundo paralelo al nuestro- y están bien planteadas, al igual que los personajes y las relaciones entre ellos -el héroe mundano, Ralph Roberts, y su círculo de amigos, vecinos y conocidos de Derry, localidad alterada por el conflicto entre activistas a favor y en contra del aborto-.

Pero en lugar de buscar la manera de que ese punto de partida progrese y crezca, Stephen opta por conformarse, dando por hecho que con prolongar esas bases nos sorprenderá y entusiasmará. Y a partir de ahí ha aplicado el método del procedimiento, el de pasar horas frente al teclado hasta completar la línea de puntos que se había propuesto. Su base costumbrista y cotidiana está lograda, los giros hacia la ciencia-ficción resultan una deriva casi naufragante (aunque no tanto como, años después, en 22/11/1963), el terror solo está técnicamente bien aplicado en los momentos álgidos y las referencias literarias (Tolkien y El señor de los anillos) transmiten más ocurrencia que valor alguno. Una narración que acaba resultando un chicle sin sabor y textura que no se abandona por respeto a su creador. Y es que todos tenemos derecho a fallar alguna vez, hasta Stephen King.

Insomnia, Stephen King, 1994, DeBolsillo.

«Maligno»

Cumple con los clichés del terror y el horror, pero como no pretende ser creativa ni deslumbrante, resulta entretenida y tiene hasta un punto original en su propuesta. Actores correctos, postproducción efectista y una dirección conocedora de los resortes del género para atraer, enganchar y mantener a su espectador atento, expectante y deseoso de experimentar el desarrollo de su trama.

Maligno define contra quién o qué nos enfrentamos. Pero como término que adjetiva, no transmite la naturaleza de ese fenómeno. Esa es su primera incertidumbre. No saber si se trata de algo espiritual o humano, si tiene que ver con circunstancias personales de su protagonista o si es víctima inevitable del momento y el lugar en el que está. Si es producto de nuestro tiempo o de un pasado que no acierta a dilucidar. James Wan juega con todo ello. El horror no está solo en lo que sucede, sino en el desconcierto que genera el desconocimiento. Poco a poco va deshojando la margarita de las posibilidades, pero a medida que estrecha el camino, también genera la interrogante del cómo es posible.

De un lado las violentas muertas que causa un ser, presencia o ente indefinible, de otro una mujer que es testigo telepático, a su pesar, de semejantes barbaries. Qué les une. Cuáles son los resortes de esa comunicación mental y las raíces de esa relación sin referente psicológico ni psiquiátrico. Y cruzado con ello una investigación policial y las lagunas biográficas de Madison. El director de la espeluznante saga de Saw (iniciada en 2004) se centra en ello manejando acertadamente las claves de su puesta en escena.

Tensión nocturna y clarividencia diurna, escenarios escasamente iluminados y diafanidades umbrías, efectos de sonido que alertan y predisponen, encuadres abiertos con líneas diagonales y detalles distorsionados o magnificados. Y junto a ello efectos visuales que no pretenden la excelencia artística, sino generar una sensación de artificio que haga fácil nuestro traslado al terreno de lo supuestamente inverosímil. Esto limita a Maligno, pero al tiempo le da aire para evolucionar sin la rémora de las expectativas.

Podría haber pulido más el guión y profundizado en los arquetipos personales que presenta, pero Wan ha optado por quedarse en el por qué sucede lo que estamos viendo y quién o qué está tras ello. No hay distracciones y dosifica acertadamente la información que le da respuesta. Y cuando se le agota una línea de tratamiento argumental, la encadena eficazmente con otra. Así es como el terror y el horror van y vienen entre el suspense, el thriller, la acción, el drama y el gore. Un conglomerado con las dosis justas de coherencia y una verosimilitud cercana a la fantasía.

Llegados a su clímax comienza el juego de enfrentar y confrontar, descubrir y desvelar y vuelve a dar en el clavo con la manera en que lo hace. Despoja a sus personajes de sus características individuales y se sirve de ellos como piezas en un tablero de ajedrez. Cada uno con una función y unas posibilidades de movimiento muy determinadas de las que no se salen. De esta manera todo queda vinculado con lo sucedido anteriormente, pero lo plasma con tal velocidad y ritmo que no nos da tiempo a adelantarnos a los acontecimientos, a presuponer lo que va a ocurrir. Motivos por los que Maligno no pasará a la historia del cine, pero sí a mi cúmulo de ratos disfrutados frente a la pantalla. Tan solo me deja una duda, ¿habrá secuela?

10 novelas de 2021

Dos títulos a los que volví más de veinte años después de haberlos leído por primera vez. Otro más al que recurrí para conocer uno de los referentes del imaginario de un pintor. Cuatro lecturas compartidas con amigos y sobre las que compartimos impresiones de lo más dispar. Uno del que había oído mucho y bueno. Y dos más que leí recomendados por quienes me los prestaron y acertaron de pleno.

«Venus Bonaparte» de Terenci Moix. Una biografía que combina la magnanimidad de las múltiples facetas de la historia (política, arte, religión…) con lo más mundano (el poder, el amor, el sexo…) de los seres humanos. Un trabajo equilibrado entre los datos reales, basados en la documentación, y la libertad creativa de un escritor dotado de una extraordinaria capacidad expresiva. Una narrativa fluida que ahonda, analiza, describe y explica y unos diálogos ingeniosos y procaces, llenos de respuestas y sentencias brillantes.

«A sangre y fuego» de Manuel Chaves Nogales. Once episodios basados en otras tantas situaciones reales que demuestran que la violencia engendra violencia y que la Guerra Civil fue más que un conflicto bélico entre nacionales y republicanos. Los relatos escritos por este periodista en los primeros meses de 1937 son una joya narrativa que dejan claro que esta fue una guerra total en la que en muchas ocasiones los posicionamientos ideológicos fueron una disculpa para arrasar con todo aquel que no pensara igual.

«El lápiz del carpintero» de Manuel Rivas. Una narración que, además de los hechos, abarca las emociones de sus protagonistas y sus preguntas y respuestas planteándose el por qué y el para qué de lo que está ocurriendo. Un viaje hasta la Galicia violentada en el verano de 1936 por el alzamiento nacional y embrutecida por lo que derivó en una salvaje Guerra Civil y una despiadada dictadura.

«Drácula» de Bram Stoker. Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

“Alicia en el país de las maravillas” y «Alicia a través del espejo», de Lewis Carroll. No es la obra infantil que la leyenda dice que es. Todo lo contrario. Su protagonista de siete años nos introduce en un mundo en el que no sirven las convenciones retóricas y conceptuales con que los adultos pensamos y nos expresamos. Una primera parte más lúdica y narrativa y una segunda más intelectual que pone a prueba nuestras habilidades para comprender las situaciones en las que la lógica hace de las suyas.  

«Feria» de Ana Iris Simón. Narración entre la autobiografía, el fresco costumbrista y la mirada crítica sobre las coordenadas de nuestro tiempo desde la visión de una joven de treinta años educada para creer que cuando llegara a los treinta tendría el mundo a sus pies. Un texto que, jugando a la autenticidad de lo espontáneo, bordea el artificio de lo naif, pero que plasma muy bien la inmaterialidad que conforma nuestra identidad social, familiar y personal.

“A su imagen” de Jérôme Ferrari. La historia, el sentido, el poder y la función social del fotoperiodismo como hilo conductor de una vida y como medio con el que sintetizar la historia de una comunidad. Una escritura honda que combina equilibradamente puntos de vista y planos temporales, que descifra con precisión lo silente y revela la realidad de los vínculos entre la visceralidad y la racionalidad de la naturaleza humana.

«La ridícula idea de no volver a verte» de Rosa Montero. Lo que se inicia como una edición comentada de los diarios personales de Marie Curie se convierte en un relato en el que, a partir de sus claves más íntimas, su autora reflexiona sobre las emociones, las relaciones y los vínculos que le dan sentido a nuestra vida. Una prosa tranquila, precisa en su forma y sensible en su fondo que llega hondo, instalándose en nuestro interior y dando pie a un proceso transformador tras el que no volveremos a ser los mismos.

“Lo prohibido” de Benito Pérez Galdós. Las memorias de José María Bueno de Guzmán van de 1880 a 1884. Cuatro años de un fresco de la alta sociedad madrileña, de apariencias y despropósitos, dimes y diretes y tejemanejes sociales, políticos y económicos de los supuestamente adinerados y poderosos. Una superficie de lujo, buen gusto y saber estar que oculta una buena dosis de soberbia, corrupción, injusticia y perversión.

“Segunda casa” de Rachel Cusk. Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

«Drácula» de Bram Stoker

Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

Si a cada uno de nosotros nos preguntaran desde cuándo conocemos a Drácula, lo más probable es que coincidiéramos en la respuesta, desde siempre. El personaje ha tomado vida propia y forma parte del imaginario popular, pero todos sabemos que nace de las páginas de la novela publicada por Bram Stoker en 1897 en un trabajo literario con una imaginación desbordante por los múltiples niveles de relato y lectura que contiene.

Hay en ella algo de cuaderno de viajes con el recorrido inicial que el joven Jonathan Harker realiza por Europa Central hasta llegar al castillo de su cliente y anfitrión en Transilvania. También hay romanticismo con la exposición de sentimientos amorosos entre este profesional inmobiliario y su prometida, Mina, con confesiones y declaraciones de lo más entregado y devoto. Costumbrismo incluso, en el reflejo de la amistad de esta con su amiga Lucy Westenra. Hay, además, mucha intriga en la investigación que realiza el profesor Van Helsing -el único protagonista que no participa de la redacción de la novela- hasta dar con la forma de su enemigo, descubrir su manera de actuar y dilucidar la manera de combatirlo. Y, por supuesto, acción a raudales en Londres y en la vuelta al interior del viejo continente una vez que se desata el combate final en la guerra entre el bien y el mal.

Pero lo que le da sentido a todo ello es el terror, el horror, la encarnación tan fantástica que toma lo infernal con esa nueva clase de personas entre los vivos y los muertos que son los no-muertos, con sus peculiares características físicas, sus extraños procederes y sus macabros hábitos. Ahí es donde la imaginación de Bram Stoker dio de lleno -fuera original, fuera tomando ideas de relatos anteriores a él- creando unos seres que fascinan por lo que tienen de seductores (sensuales y sexuales) y que asombran (por su ejercicio del poder en el juego de la dominación/sumisión) y aterran a partes iguales (relacionarse con ellos implica poner en riesgo la vida).

Un material al que su autor dio una forma literaria extraordinaria, haciendo que sus personajes se presentaran, identificaran y mostraran su evolución a partir de sus propias palabras. Él no ejerce como narrador, sino que deja este papel en manos de la pareja protagonista, Jonathan y Mina Harker, y del doctor John Seward, aunque no sean los únicos a los que recurre (también hay noticias extraídas de periódicos locales). A través de sus testimonios, recogidos principalmente en sus diarios, aunque también en sus cartas, conocemos no solo lo que les sucede y cómo lo viven, sino las visiones complementarias que tienen de los acontecimientos tan extraordinarios en los que se ven involucrados.

Todo ello provoca desde la primera página una atmósfera de angustia que no cesa en ningún momento, haciendo que Drácula se convierta no solo en una lectura, sino en una experiencia que apela a partes iguales a la razón y a la fe, a la mente y al latido del corazón, así como a nuestra capacidad para ir más allá de los límites de lo conocido (algo muy en boga a finales del s. XIX) y entregarnos completamente a ello.

Drácula, Bram Stoker, 1897, Austral Ediciones.

10 novelas de 2019

Autores que ya conocía y otros que he descubierto, narraciones actuales y otras con varias décadas a sus espaldas, relatos imaginados y autoficción, miradas al pasado, retratos sociales y críticas al presente.

“Juegos de niños” de Tom Perrotta. La vida es una mierda. Esa es la máxima que comparten los habitantes de una pequeña localidad residencial norteamericana tras la corrección de sus gestos y la cordialidad de sus relaciones sociales, la supuesta estabilidad de sus relaciones de pareja y su ejemplar equilibrio entre la vida profesional y la personal. Un panorama relatado con una acidez absoluta, exponiendo sin concesión alguna todo aquello de lo que nos avergonzamos, pero en base a lo que actuamos. Lo primario y visceral, lo egoísta y lo injusto, así como lo que va más allá de lo legal y lo ético.

“Serotonina” de Michel Houellebecq. Doscientas ochenta y ocho páginas sin ganas de vivir, deseando ponerle fin a una biografía con posibilidades que no se han aprovechado, a un balance burgués sin aspecto positivo alguno, a un legado vacío y sin herederos. Pudor cero, misoginia a raudales, límites inexistentes y una voraz crítica contra el modo de vida y el sistema de valores occidental que representan tanto el estado como la sociedad francesa.

«Los pacientes del Doctor García» de Almudena Grandes. La cuarta entrega de los “Episodios de una guerra interminable” hace aún más real el título de la serie. La Historia no son solo las versiones oficiales, también lo son esas otras visiones aún por conocer en profundidad para llegar a la verdad. Su autora le da voz a algunos de los que nunca se han sentido escuchados en esta apasionante aventura en la que logra lo que solo los grandes son capaces de conseguir. Seguir haciendo crecer el alcance y el pulso de este fantástico conjunto de novelas a mitad de camino entre la realidad y la ficción.

“Golpéate el corazón” de Amélie Nothomb. Una fábula sobre las relaciones materno filiales y las consecuencias que puede tener la negación de la primera de ejercer sus funciones. Una historia contada de manera directa, sin rodeos, adornos ni excesos, solo hechos, datos y acción. 37 años de una biografía recogidas en 150 páginas que nos demuestran que la vida es circular y que nuestro destino está en buena medida marcado por nuestro sistema familiar.

«Sánchez” de Esther García Llovet. La noche del 9 al 10 de agosto hecha novela y Madrid convertida en el escenario y el aire de su ficción. Una atmósfera espesa, anclada al hormigón y el asfalto de su topografía, enfangada por un sopor estival que hace que las palabras sean las justas en una narración precisa que visibiliza esa dimensión social -a caballo entre lo convencional y lo sórdido, lo público y lo ignorado- sobre la que solo reparamos cuando la necesitamos.

“Apegos feroces” de Vivian Gornick. Más que unas memorias, un abrirse en canal. Un relato que va más allá de los acontecimientos para extraer de ellos lo que de verdad importa. Las sensaciones y emociones de cada momento y mostrar a través de ellas como se fue formando la personalidad de Vivian y su manera de relacionarse con el mundo. Una lectura con la que su autora no pretende entretener o agradar, sino desnudar su intimidad y revelarse con total transparencia.

“Las madres no” de Katixa Agirre. La tensión de un thriller -la muerte de dos bebés por su madre- combinada con la reflexión en torno a la experiencia y la vivencia de la maternidad por parte de una mujer que intenta compaginar esta faceta en la que es primeriza con otros planos de su persona -esposa, trabajadora, escritora…-. Una historia en la que el deseo por comprender al otro -aquel que es capaz de matar a sus hijos- es también un medio con el que conocerse y entenderse a uno mismo.

“Dicen” de Susana Sánchez Aríns. El horror del pasado no se apagará mientras los descendientes de aquellos que fueron represaliados, torturados y asesinados no sepan qué les ocurrió realmente a los suyos. Una incertidumbre generada por los breves retazos de información oral, el páramo documental y el silencio administrativo cómplice con que en nuestro país se trata mucho de lo que tiene que ver con lo que ocurrió a partir del 18 de julio de 1936.

“El hombre de hojalata” de Sarah Winmann. Los girasoles de Van Gogh son más que un motivo recurrente en esta novela. Son ese instante, la inspiración y el referente con que se fijan en la memoria esos momentos únicos que definimos bajo el término de felicidad. Instantes aislados, pero que articulan la vida de los personajes de una historia que va y viene en el tiempo para desvelarnos por qué y cómo somos quienes somos.

«El último encuentro» de Sándor Márai. Una síntesis sobre los múltiples elementos, factores y vivencias que conforman el sentido, el valor y los objetivos de la amistad. Una novela con una enriquecedora prosa y un ritmo sosegado que crece y gana profundidad a medida que avanza con determinación y decisión hacia su desenlace final. Un relato sobre las uniones y las distancias entre el hoy y el ayer de hace varias décadas.