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10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

10 ensayos de 2022

Arte, periodismo de opinión y de guerra, análisis social desde un punto de vista tecnológico y político. Humanismo, historia y filosofía. Aproximaciones divulgativas y críticas. Visiones novedosas, reportajes apasionados y acercamientos interesantes. Títulos con los que conocer y profundizar, reflexionar y tomar conciencia de realidades y prismas quizás nunca antes contemplados.

“Otra historia del arte” de El Barroquista. Aproximación a la disciplina que combina la claridad de ideas con la explicación didáctica. Ensayo en el que su autor desmonta algunos de sus mitos a la par que da a conocer los principios por los que considera se ha de regir. Una propuesta de diálogo a partir del cambio de impresiones y de la suma de puntos de vista, sin intención alguna de asombrar o imponerse con su acervo académico.

“Arte (in)útil” de Daniel Gasol. Bajo el subtítulo “Sobre cómo el capitalismo desactiva la cultura”, este ensayo expone cómo el funcionamiento del triángulo que conforman instituciones, medios de comunicación y arte es contraproducente para nuestra sociedad. En lugar de estar al servicio de la expresión, la estética y el pensamiento crítico, la creación y la creatividad han sido canibalizadas por el mecanismo de la oferta y la demanda, el espectáculo mediático y la manipulación política.

«La desfachatez intelectual» de Ignacio Sánchez-Cuenca. Hay escritores y ensayistas a los que admiramos por su capacidad para imaginar ficciones e hilar pensamientos originales y diferentes que nos embaucan tanto por su habilidad en el manejo del lenguaje como por la originalidad de sus propuestas. Prestigio que, sin embargo, ensombrecen con sus análisis de la actualidad llenos de subjetividades, sin ánimo de debate y generalidades alejadas de cualquier exhaustividad analítica y validez científica.

“Amor América” de Maruja Torres. Desde Puerto Montt, en el sur de Chile, hasta Laredo en EE.UU., observando cómo queda México al otro lado del Río Grande. Diez semanas de un viaje que nació con intención de ser en tren, pero obligado por múltiples obstáculos a servirse también de métodos alternativos. Una combinación de reportaje periodístico y diario personal con el que su autora demuestra su saber hacer y autenticidad observando, analizando, recordando y relacionando.

“Guerras de ayer y de hoy” de Mikel Ayestaran y Ramón Lobo. Conversación entre dos periodistas dedicados a contar lo que sucede desde allí donde tiene lugar. Guerras, conflictos y entornos profesionales relatados de manera diferente, pero analizados, vividos y recordados de un modo semejante. Crítica, análisis e impresiones sobre los lugares y el tablero geopolítico en el que han trabajado, así como sobre su vocación.

“Privacidad es poder” de Carissa Véliz. Hemos asumido con tanta naturalidad la perpetua interconexión en la que vivimos que no nos damos cuenta de que esta tiene un coste, estar continuamente monitorizados y permitir que haya quien nos conozca de maneras que ni nosotros mismos somos capaces de concebir. Este ensayo nos cuenta la génesis del capitalismo de la vigilancia, el nivel que ha alcanzado y las posibles maneras de ponerle coto regulatorio, empresarial y social.

“Los rotos. Las costuras abiertas de la clase obrera” de Antonio Maestre. Ensayo que explica los frentes en los que se manifiesta actualmente la opresión del capitalismo sobre quienes trabajan bajo sus parámetros. Texto dirigido a quienes ya se sienten parte del proletariado, para que tomen conciencia de su situación, pero también a aquellos que no entienden por qué parte de sus miembros le han dado la espalda a sus circunstancias y abrazado opciones políticas contrarias a sus intereses.

“El infinito en un junco” de Irene Vallejo. Ensayo académico sobre el origen de la escritura y la consolidación de su soporte material, los libros. Confesión y testimonio personal sobre el papel que estos han desempeñado a lo largo de la vida de su autora. Y reflexión sobre cómo hemos conformado nuestra identidad cultural. La importancia y lo azaroso de los nombres, títulos y acontecimientos que están tras ella, y el poder de entendimiento, compresión y unión que generan.

«Historias de mujeres» de Rosa Montero. Dieciséis semblanzas que aúnan datos biográficos y análisis del contexto combinando el reportaje periodístico y el ensayo breve. Vidas, personalidades y acontecimientos narrados de manera literaria, con intención de hacer cercanas y comprensibles a quienes fueron ninguneadas o simplificadas. Una inteligente reivindicación del derecho a la igualdad sin caer en mitificaciones ni dogmas.

“El gobierno de las emociones” de Victoria Camps. Llevar una vida equilibrada exige una correcta combinación de razón y emoción. Formula diferente para cada persona según su nivel de autoconocimiento, el contexto y el propósito de cada momento. Aun así, tiene que haber un marco común que favorezca la comunicación personal y la convivencia social. Un contexto de conciencia y correcto ejercicio emocional que fomentar y mantener desde la educación, la justicia y la política.

“El infinito en un junco” de Irene Vallejo

Ensayo académico sobre el origen de la escritura y la consolidación de su soporte material, los libros. Confesión y testimonio personal sobre el papel que estos han desempeñado a lo largo de la vida de su autora. Y reflexión sobre cómo hemos conformado nuestra identidad cultural. La importancia y lo azaroso de los nombres, títulos y acontecimientos que están tras ella, y el poder de entendimiento, compresión y unión que generan.

Damos por supuestas demasiadas cosas que no siempre estuvieron ahí, y desde que lo están, no de la forma con que las conocemos en nuestro presente. Hoy los libros son objetos de gran consumo. Los hay a raudales. En nuestras casas. En las bibliotecas. En las librerías. Y en toda otra clase de lugares dedicados al comercio como grandes superficies, tiendas aeroportuarias, quioscos y hasta máquinas de vending en los andenes del metro. Yo mismo soy un claro ejemplo de ello. Lector en papel y en pantalla. Comprador por encima de mis posibilidades lectoras. Apasionado de las ediciones de gran formato y reproducciones de calidad si se trata de volúmenes sobre pintura o fotografía. Adicto a pasear la mirada y rozar con la punta de los dedos los lomos de los ejemplares que completan estanterías como medio con el que conocer a su propietario y descubrir referencias de contacto y unión con él o ella.

Pero lo que verdaderamente me maravilla de los libros es cuando sucede lo que me ha ocurrido leyendo El infinito en un junco. Una combinación de admiración intelectual no solo por los amplios y detallados conocimientos que demuestra Irene, sino por su capacidad de relacionarlos y exponerlos de una manera tan particular como ordenada e hipnótica. También fascinación por haberme hecho asomar a planos de la historia de la humanidad que no conocía, o no bajo las coordenadas con que ella visualiza y fija las líneas que nos unen con ellos. Con la fijación de un método y unos códigos con que los sumerios comenzaron a registrar aquello que nos importa, inquieta y conmueve; con el gran proyecto de la biblioteca de Alejandría de compilar y preservar toda la sapiencia existente; o con el sueño de Alejandro Magno, y posteriormente de los romanos, de pretender que el mundo conocido compartiera referentes, valores y sistemas.

Sin embargo, Vallejo no se queda ahí y nos guía con tiento y serenidad por ese universo de tramas y creadores, progresos técnicos y costumbres en evolución continua. Manejando no solo la dimensión temporal con que nos traslada al Egipto faraónico, así como a la Grecia clásica y la Roma imperial de la que somos herederos, sino también la relacional que nos permite comprenderlos a través de símiles con nuestra casuística actual. A su vez, lo conjuga con el muy personal relato de cómo ha vivido, interpretado e interiorizado ella sus mensajes y su contexto, la singularidad que los diferenció en su día y los muchos motivos por los que seguimos vinculados con La Iliada, Las Troyanas o las crónicas de Heródoto, así como a Cicerón, Plinio y Julio César.

Quizás la clave de este título, además de por su tono cercano y empático y su profusa documentación, está en la devoción, admiración y agradecimiento que su autora transmite por el asunto que trata. El origen, evolución y papel actual que tienen los libros, la literatura y la cultura tanto en la formación de todo individuo como de la sociedad de la que forma parte desde hace ya casi tres milenios. Una humildad con la que nos contagia la pasión, el asombro y la capacidad de trasladarnos a tiempos y lugares distantes gracias a la lectura de cartas, ensayos, dramaturgias, prosas o versos escritos siglos atrás y que antes que en papel fueron leídos en pergaminos, códices o rollos de papiro o tallados en piedra, arcilla o madera.

El infinito en un junco, Irene Vallejo, 2019, Ediciones Siruela.

“Antonio y Cleopatra” de William Shakespeare

Geopolítica, pasiones carnales y relaciones interesadas entre quienes gobiernan el mundo. Escenas simultáneas y ambientes diferentes a caballo entre la diplomacia y el unilateralismo, lo bélico como lucha entre egos, y la exaltación ampulosa y el refugio último de lo íntimo. Amplitud de registros en una disección de la motivación y la conducta humana desde la banalidad de la gloria y el hedonismo del placer hasta la expiación del sentimiento de culpa.

La definición que le damos al género literario de tragedia le debe mucho a William Shakespeare (1564-1616). En obras como Romeo y Julieta (1595), Hamlet (1601) u Otelo (1603) demostró su dominio de la estructura, el ritmo y los puntos de inflexión que exigen estas historias, como también ejemplifica Antonio y Cleopatra, para tenernos con el corazón y el alma en un puño. Primero nos sitúa en las coordenadas temporales y espaciales edulcorando nuestros sentidos y nos introduce a los protagonistas con unas pinceladas que dicen tanto de su personalidad como sobre la imagen que generan en los demás. Así, esta dramaturgia comienza describiendo a Antonio como un hombre fuerte e inteligente, militar estratega y político diligente, pero embaucado por una mujer que domina un arma ante la que es incapaz de revelarse, un triángulo conformado por seducción física, atracción sexual y capacidad intelectual.  

Los cinco actos de esta obra articulan varios conflictos en distintos planos. En uno más racional, el dominio que la República de Roma en el siglo I a.C. pretendía ejercer sobre los territorios que componían la geografía conocida y las luchas entre sus primeras figuras para determinar quién ostentaba dicho poder. Y en uno más emocional, el conflicto interno entre el deber de unas relaciones matrimoniales consideradas subsidiarias de las alianzas políticas y el impulso de entregarse físicamente a aquel a quien se desea sin atender a deberes formales ni obligaciones personales. Entre medias, un terreno en el que, a partir de lo ya conocido, esta no deja de ser una narración histórica, Shakespeare idea una trama sustentada en los tópicos de la lucha y las diferencias entre sexos, entre la motivación masculina y la intención femenina.

Una en la que, para que ambos sean igual de protagonistas -a pesar de su título, la acción pivota, fundamentalmente, en torno a Marco Antonio -, compensa el peso político de él con la influencia que sobre su devenir y reputación tienen las propuestas, decisiones y expresiones de ella. Un comportamiento no siempre transparente y articulado, en buena medida, en base a insinuaciones y provocaciones, hasta engaños y manipulaciones. Complementado, a su vez, con reflexiones sobre el honor y el orgullo, las esencias y el propósito del liderazgo, y la posibilidad de sentirse ganador a pesar de haber sido derrotado o de traicionarse a uno mismo en la victoria.

Todo ello en el marco de unas unas coordenadas ampulosas que, tal y como son expuestas en el texto, exigirían para ser fiel a sus acotaciones un montaje con un gran despliegue técnico y artístico. Palacios y banquetes dionisiacos en Egipto, batallas navales y tránsitos fluviales en embarcaciones lujosas, espacios marmóreos en Roma, vestimentas y adornos de los más brillantes materiales, así como entradas y salidas de escena de múltiples personajes que, a buen seguro, resultan atractivos a pocos productores.

Antonio y Cleopatra, William Shakespeare, 1606, Austral Ediciones.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg

Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

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En muchas ocasiones el género literario de las memorias es solo interesante para aquellos que las escriben. Solo ellos sabes lo que realmente pretenden evocar sus palabras. Los buenos escritores, en cambio, consiguen que su redacción nos traslade hasta ese pasado que quieren acercarnos para que veamos, comprendamos y sintamos cuanto les ocurrió, vieron o escucharon. Con Natalia Ginzburg me he sentido a medio camino de ese proceso.

Sí que me ha hecho viajar hasta la Italia posterior a la I Guerra Mundial, pero no he llegado a verme como parte de su familia o de su entorno social más inmediato. Personajes como su padre me han resultado exasperantes y la linealidad narrativa, que no la cronológica, ha hecho que su lectura me despertara el símil de una persona que habla siempre con el mismo tono, sin pausas cuando pasa de un tema a otro, o dando a todos los asuntos la misma importancia.

Cierto es que esa es una manera natural de hacer memoria, que va en contra de como solemos afrontarla. Editar, priorizar, esconder bajo la forma de olvido y cubrir huecos a modo de inventar recuerdos que ofrezcan una mejor y más amable imagen de nosotros mismos. En este sentido, es encomiable el propósito de Natalia de no caer en ello, de acercarse lo más posible a la verdad, a la realidad de lo que fue y hacernos llegar lo que le marcó, da igual el motivo, y la impresión que esa huella le ha dejado.

Comienza siendo una niña –aunque nacida en Palermo, criada en Turín- que ve con ojos grandes la dinámica familiar en la que vive –sus padres, hermanos, el servicio, las costumbres, la convivencia-, lo que hace que su tono resulte casi naif. A partir de ahí entran y salen personajes y otros evolucionan o perviven tal cual, lo que hace de ellos algo similar a caricaturas, como la figura paterna a la que ya me he referido, y que provocan que Léxico familiar parezca una casa interesante, pero no lo suficiente como para desear volver a ella.

El aire político se cuela en la atmósfera a medida que pasan los años y la realidad social y política se hace patente. Primero como pequeños comentarios que se escuchan a los más mayores –el fascismo como algo incipiente-, después como situaciones que se presencian o son relatadas con total crudeza –los conflictos con la policía política de algunos de sus hermanos, o la cantidad de nombres mencionados que se explican en las notas a pie de página-, para llegar a los episodios que toca protagonizar –esconder su circunstancia judía durante la II Guerra Mundial-.

Y aunque a medida que pasa el tiempo la presencia de Natalia gana protagonismo (su primer matrimonio, sus hijos, su viudedad, su traslado a Roma), su familia y su círculo más íntimo sigue marcando las coordenadas de su relato, lo que hace que para este lector su propuesta resulte un tanto ardua.

Léxico familiar, Natalia Ginzburg, 1963, Lumen.

«Pampanitos verdes» de Óscar Esquivias

Diez historias que nos introducen en la cotidianidad, en el día a día, en el anecdotario de sus protagonistas. Lecturas inspiradoras por la franqueza, sencillez y transparencia con que están narradas y lo reveladoras que son de las personalidades, temperamentos y trayectorias vitales de los hombres y mujeres que transitan por ellas.

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Me ha vuelto a suceder lo mismo que con Andarás perdido por el mundo. Me da la impresión de que los relatos de Oscar Esquivias están elaborados a partir de una imagen fija, de un retazo perdido de una conversación escuchada en una terraza, de la visión de unos viandantes durante apenas unos segundos desde la ventanilla de un medio de transporte, del instante en que paseando se ha cruzado con alguien que iba en dirección contraria. Algo mínimo pero que le basta para deducir, imaginar o elucubrar el universo que se puede esconder tras esa congelación del tiempo, realidades no ocultas, únicamente esperando su visita para posteriormente ser convertidas en ficción por él.

Personas que podríamos ser cualquiera de nosotros, que nos quejamos en multitud de ocasiones de que no nos ocurre nada interesante ni destacable, pero que lo somos precisamente por eso. Los protagonistas de Pampanitos verdes lo son por lo mucho en común – dudas, sueños, recuerdos, frustraciones, incertidumbres- que tenemos con ellos en infinidad de cuestiones -la muerte, el deseo, el futuro, el despertar sexual-. Una cercanía sentida, además, por la sencillez con que Óscar les describe, la transparencia con que les sigue y la naturalidad con que transmite sus pensamientos y narra sus acciones.

Y aunque algunos de ellos viajan hasta Chicago o viven en Roma, la mayoría de sus singularidades comparten coordenadas en ese cosmos tan particular que es Castilla. Una tierra en la que el que establece las normas pide que los demás se hagan los ciegos y los sordos cuando es él quien no las cumple (la bipolaridad del que se impone como caudillo); en la que se cree que no hablando de un asunto se consigue su no existencia (y el resultado es hacerlo aún más presente); y en la que se es incapaz de considerar otras maneras de disfrutar y sentir que la de uno mismo (viviendo así de espaldas al de al lado). Una actitud que nadie reconoce tener pero que presupongo Esquivias conoce bien como burgalés que es y que aunque está en lo que refleja, no influye en su percepción ni en su manera de relatarlo.

De ahí que, más allá de la comedia o el drama, el costumbrismo o la invención, la representación o la recreación que caracterizan cada uno de estos cuentos, en todos ellos nos encontramos con una mirada empática, siempre amable, respetuosa y considerada con cuantos los habitan. Así, al no caer en la tentación del juicio o la crítica, su punto de vista resulta más amplio y nos ofrece una visión totalmente humana y verosímil. Esto hace que más que historias con principio y final, Pampanitos verdes sea una colección de fragmentos de vida tan interesantes como presuponemos ha de ser lo anterior y lo posterior a lo que nos muestra de ellas.

Pampanitos verdes, Óscar Esquivias, 2010, Ediciones del Viento.

10 ensayos de 2020

La autobiografía de una gran pintora y de un cineasta, un repaso a las maneras de relacionarse cuando la sociedad te impide ser libre, análisis de un tiempo histórico de lo más convulso, discursos de un Premio Nobel, reflexiones sobre la autenticidad, la dualidad urbanidad/ruralidad de nuestro país y la masculinidad…

“De puertas adentro” de Amalia Avia. La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

“Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical” de Alex Espinoza. Desde tiempos inmemoriales la mayor parte de la sociedad ha impedido a los homosexuales vivir su sexualidad con la naturalidad y libertad que procede. Sin embargo, no hay obstáculo insalvable y muchos hombres encontraron la manera de vehicular su deseo corporal y la necesidad afectiva a través de esta práctica tan antigua como actual.  

“Pensar el siglo XX” de Tony Judt. Un ensayo en formato entrevista en el que su autor recuerda su trayectoria personal y profesional durante la segunda mitad del siglo, a la par que repasa en un riguroso y referenciado análisis de las causas que motivaron y las consecuencias que provocaron los acontecimientos más importantes de este tiempo tan convulso.

“La maleta de mi padre” de Orhan Pamuk. El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

“El naufragio de las civilizaciones” de Amin Maalouf. Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor.

“A propósito de nada” de Woody Allen. Tiene razón el neoyorquino cuando dice que lo más interesante de su vida son las personas que han pasado por ella. Pero también es cierto que con la aparición y aportación de todas ellas ha creado un corpus literario y cinematográfica fundamental en nuestro imaginario cultural de las últimas décadas. Un legado que repasa hilvanándolo con su propia versión de determinados episodios personales.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset. ¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos?

“La España vacía” de Sergio del Molino. No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee. Reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman. Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman

Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización. Una exposición académica, pero narrada con tanto orden -en lo que refiere a los datos- y pulcritud -para no desviarse ni un solo momento de ellos- que se lee con la misma pasión que si se tratara de una novela de aventuras.

Antes que Estambul fue Constantinopla, capital del imperio bizantino, sede de la iglesia ortodoxa y cosede junto a Roma de la cristiandad durante siglos. Sin embargo, el largo período que va desde el s. IV hasta el XV fue trayendo consigo un progresivo declive de Bizancio, y aunque su principal urbe fue una de las más importante de la Edad Media desde el punto de vista comercial e intelectual, esto no impidió que los otomanos acabaran haciéndose con ella.

Como muy bien expone Steven Runciman en los capítulos iniciales, esto fue resultado de un cúmulo de factores internos y externos. Entre los primeros estuvieron las luchas y los conflictos dinásticos entre sus gobernantes y dirigentes; la oposición entre los que estaban a favor y en contra de una unión cristiana entre ortodoxos y católicos; y la separación política de los pueblos rusos, aunque estos siguieran compartiendo su fe. Del lado externo la competitividad con repúblicas como Génova y Venecia por el control del comercio proveniente de Oriente; la falta de unión entre los distintos territorios del occidente europeo, sumidos en inestabilidades tanto dentro de sus fronteras como en la relación con sus vecinos (he ahí la Guerra de los Cien Años entre franceses e ingleses), la entrada de los turcos en los Balcanes a través del mar Negro y la consolidación del imperio otomano al otro lado del mar de Mármara.

Los muchos nombres expuestos y relaciones explicadas obligan a una lectura pausada. Pero una vez detallado el porqué de la situación, ésta coge ritmo con la entrada en el detalle sobre cómo Mehmed II desarrolló y ejecutó la estrategia para hacerse con Constantinopla y, de esta manera, integrar los antiguos territorios bizantinos en el imperio otomano y así extender el islam en sus nuevos dominios. Sin hacer una concesión a la ficción, el relato de Runciman va desde la formación de la armada con la que sitiaría su objetivo por mar, la construcción de la fortaleza de Rumali Husari desde la que evitaría que entraran víveres por tierra y la ingeniería con la que construyó los cañones que ayudarían a dañar su muralla, hasta el traslado de los miles de soldados que en marzo de 1453 se dispusieron a lograr su propósito.

Una estricta cronología aun mas minuciosa cuando se centra en las semanas de asedio. Las múltiples acciones con que, desde el 6 de abril, los otomanos intentaron salvar las defensas de su objetivo y como su diezmada población, sus limitadas tropas y un entregado Constantino IX consiguieron evitarlo una y otra vez hasta que ocurrió lo inevitable el 29 de mayo.

Una apasionante crónica -sustentada en múltiples fuentes- que transmite la tensión, amenaza y brutalidad que debieron vivir uno y otro bando. Una vibración que contagia al lector y a la que le sigue el desasosiego e incertidumbre posterior una vez que los conquistadores tomaron el dominio de lo que pasaba a ser suyo y buena parte de los hasta entonces residentes perdían sus propiedades, sus libertades e, incluso, su vida. En definitiva, un título con el que disfrutar y entender las claves y consecuencias de uno de los episodios con que se inicia la Edad Moderna de la historia universal.

La caída de Constantinopla 1453, Steven Runciman, 1965 (2017), Reino de Redonda.

23 de abril, día del libro

Este año no recordaremos la jornada en que fallecieron Cervantes y Shakespeare regalando libros y rosas, asistiendo a encuentros, firmas, presentaciones o lecturas públicas, hojeando los títulos que muchas librerías expondrán a pie de calle o charlando en su interior con los libreros que nos sugieren y aconsejan. Pero aun así celebraremos lo importantes y vitales que son las páginas, historias, personajes y autores que nos acompañan, guían, entretienen y descubren realidades, experiencias y puntos de vista haciendo que nuestras vidas sean más gratas y completas, más felices incluso.

De niño vivía en un pueblo pequeño al que los tebeos, entonces no los llamaba cómics, llegaban a cuenta gotas. Los que eran para mí los guardaba como joyas. Los prestados los reproducía bocetándolos de aquella manera y copiando los textos de sus bocadillos en folios que acababan manoseados, manchados y arrugados por la cantidad de veces que volvía a ellos para asegurarme que Roberto Alcazar y Pedrín, El Capitan Trueno y Mortadelo y Filemón seguían allí donde les recordaba.

La primera vez que pisé una biblioteca tenía once años. Me impresionó. Eran tantas las oportunidades que allí se me ofrecían que no sabía de dónde iba a sacar el tiempo que todas ellas me requerían, así que comencé por los Elige tu propia aventura y los muchos volúmenes de Los cinco y Los Hollister. Un par de años después un amigo me habló con tanta pasión de Stephen King que despertó mi curiosidad y me enganché al ritmo de sus narraciones, la oscuridad de sus personajes y la sorpresas de sus tramas.

Le debo mucho a los distintos profesores de lengua y literatura que tuve en el instituto. Por descubrirme a Miguel Delibes, cada cierto tiempo vuelvo a El camino y Cinco horas con Mario. Por hacerme ver la comedia, el drama y la mil y una aventuras de El Quijote. Por introducirme en el universo teatral de Romeo y Julieta, Fuenteovejuna o Luces de bohemia. Por darme a conocer el pasado de Madrid a través de Tiempo de silencio y La colmena antes de que comenzara a vivir en esta ciudad.

Tuve un compañero de habitación en la residencia universitaria con el que leer se convirtió en una experiencia compartida. Él iba para ingeniero de telecomunicaciones y yo aspiraba a cineasta, pero mientras tanto intercambiábamos las impresiones que nos producían vivencias decimonónicas como las de Madame Bovary y Ana Karenina. Por mi cuenta y riego, y con el antecedente de sus inmortales del cine, me sumergí placenteramente en el hedonismo narrativo de Terenci Moix. El verbo de Antonio Gala me llevó al terremoto de su pasión turca y la admiración que sentí la primera vez que escuché a Almudena Grandes, y que me sigue provocando, a su Malena es un nombre de tango.

Y si leer es una manera de viajar, callejear una ciudad leyendo un título ambientado en sus calles y entre su gente hace la experiencia aún más inmersiva. Así lo sentí en Viena con La pianista de Elfriede Jelinek, en Lisboa con Como la sombra que se va de Antonio Muñoz Molina, en Panamá con Las impuras de Carlos Wynter Melo o con Rafael Alberti en Roma, peligro para caminantes. Pero leer es también un buen método para adentrarse en uno mismo. Algo así como lo que le pasaba a la Alicia de Lewis Carroll al atravesar el espejo, me ocurre a mí con los textos teatrales. La emocionalidad de Tennessee Williams, la reflexión de Arthur Miller, la sensibilidad de Terrence McNally, la denuncia política de Larry Kramer

No suelo de salir de casa sin un libro bajo el brazo y no llevo menos de dos en su interior cuando lo hago con una maleta. Y si las librerías me gustan, más aún las de segunda mano, a la vida que per se contiene cualquier libro, se añade la de quien ya los leyó. No hay mejor manera de acertar conmigo a la hora de hacerme un regalo que con un libro (así llegaron a mis manos mi primeros Paul Auster, José Saramago o Alejandro Palomas), me gusta intercambiar libros con mis amigos (recuerdo el día que recibí la Sumisión de Michel Houellebecq a cambio del Sebastián en la laguna de José Luis Serrano).

Suelo preguntar a quien me encuentro qué está leyendo, a mí mismo en qué título o autor encontrar respuestas para determinada situación o tema (si es historia evoco a Eric Hobsbawn, si es activismo LGTB a Ramón Martínez, si es arte lo último que leí fueron las memorias de Amalia Avia) y cuál me recomiendas (Vivian Gornick, Elvira Lindo o Agustín Gómez Arcos han sido algunos de los últimos nombres que me han sugerido).

Sigo a editoriales como Dos Bigotes o Tránsito para descubrir nuevos autores. He tenido la oportunidad de hablar sobre sus propios títulos, ¡qué nervios y qué emoción!, con personas tan encantadoras como Oscar Esquivias y Hasier Larretxea. Compro en librerías pequeñas como Nakama y Berkana en Madrid, o Letras Corsarias en Salamanca, porque quiero que el mundo de los libros siga siendo cercano, lugares en los que se disfruta conversando y compartiendo ideas, experiencias, ocurrencias, opiniones y puntos de vista.

Que este 23 de abril, este confinado día del libro en que se habla, debate y grita sobre las repercusiones económicas y sociales de lo que estamos viviendo, sirva para recordar que tenemos en los libros (y en los autores, editores, maquetadores, traductores, distribuidores y libreros que nos los hacen llegar) un medio para, como decía la canción, hacer de nuestro mundo un lugar más amable, más humano y menos raro.

«Roma, peligro para caminantes» de Rafael Alberti

Tras comenzar a residir en ella en 1963, Alberti fijó su vivencia y experiencia de la ciudad eterna en esta creativa, inteligente y evocadora colección de sonetos, versos sueltos, escenas y canciones. Rápidamente imbuido en la dinámica de su imagen histórica y artística y el ritmo y la cotidianidad de su costumbrismo, sus estrofas nos trasladan hasta un tiempo pasado que aúna la dolorosa vivencia del exilio con la gozosa experiencia de habitar en unas coordenadas siempre sugerentes y estimulantes.

Después de 24 años de exilio en Argentina, Alberti se trasladó a la capital italiana, donde permaneció hasta 1977, fecha en que volvería a España. Su primera residencia estuvo en el número 20 de la calle Monserrato, dirección que da título al poema que inicia este fascinante conjunto. Con los ojos bien abiertos, fascinado por cuanto se encuentra al pisar la calle y dejarse llevar por su enrevesado trazado, Rafael da fe de que la experiencia de Roma es mucho más que lo que relatan los libros. Su desbordante energía se inocula en su pensar y la monumentalidad de su poderío estético se apropia de su alma, aunque sin pedirle que deje de ser quién es ni olvide de dónde viene.

En sus dos bloques de diez sonetos, el poeta fija cuanto observa en versos guiados unas veces por una sensible percepción sensorial, otras por su aguda educación humanista y todas las demás por una lúcida y divertida combinación de ambas. Se sirve de lo aparentemente vulgar (la basura, las meadas, los olores) y cotidiano (los mercados, los gatos callejeros) que el neorrealismo había convertido en algo pintoresco, para trasladarnos hasta la realidad de un presente en que lo mundano convive con el legado de la Historia y la mitología simbolizado por efigies escultóricas de personajes como Giordano Bruno o Pasquino.  

Entre ambos grupos, una serie de creaciones libres que describen y definen la ciudad ruidosa, aparentemente religiosa y profundamente teatral que buscamos cuando la visitamos y que invocamos cuando la recordamos. Historias e imágenes con las que nos transmite el callejero mental de emociones, sensaciones y evocaciones que se construye en su cabeza, formado tanto por lugares concretos (Porta del Popolo, el castillo Sant’Angelo, el Trastevere en el que también residió), como por personajes (las parejas de enamorados, los jóvenes pillos y las mujeres seductoras) y lugares (los puentes sobre el Tíber y las fuentes por doquier) definitorios de su tipismo y su urbanismo.

Construcciones con las que Alberti también se muestra interiormente. Deja clara la jocosidad con que vive su ateísmo, su goce con las reuniones de amigos (mejor si son regadas con vino) y la melancolía que le produce la soledad. Sin practicar el discurso político, exterioriza los motivos de su exilio, reivindica la cultura de la que proviene (Lope, Góngora, Quevedo, Cervantes, Valle Inclán…) y se refiere con admiración a los creadores que antes que él residieron en esta ciudad (John Keats, Miguel Angel). Entusiasmo que hace extensivo a los ocho artistas y también amigos (Bruno Caruso, Guido Strazza…) contemporáneos a los que les dedica de manera individual los poemas con nombre con que cierra este fantástico trabajo.

Roma, peligro para caminantes, Rafael Alberti, 1968 y 1974, Seix Barral.