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Tres días de teatro en Ciudad Rodrigo

Compañías de un lado y programadores de otro, además de productores, autores y demás interesados del mundo dramático se han reunido esta semana en Miróbriga con motivo de la 25 edición de la Feria de Teatro de Castilla y León. Entre los beneficiados, los que acudimos a disfrutar de los muchos montajes, funciones y talleres que esta localidad salmantina acogió y entre los que están estos a los que asistí.

24 de agosto. La estación de autobuses está a un paso del centro histórico, de la fortaleza de trazado medieval y arquitectura en transición entre el Gótico y el Renacimiento, con lo que no tardo nada en llegar al Hostal Plaza donde tengo reservada una habitación con vistas a la susodicha mayor. Ya conocía esta capital comarcal, pero nunca había tenido una imagen así de ella, un plano cenital que me incita a bajar corriendo ante los primeros acordes musicales de Ambulantes de Z Teatro y La escalera de tijera.

Un pasacalles para todos los públicos. Los niños lo disfrutan por el colorido de su vestuario y su maquillaje, la fantasía de su atrezo, el funambulismo de sus malabares y la hipérbole de su gestualidad. Y los mayores nos dejamos llevar por la empatía con quienes nos rodean y por el recuerdo de quienes fuimos. Sesenta minutos que acaban junto a la catedral haciéndome imaginar que este espectáculo contará, allá donde vaya, con buena acogida si cuenta con un emplazamiento como este callejero peatonal, este día despejado y este público deseoso de sonreír.

Como lo que prima en esta localidad es la atención al visitante, hay un restaurante tras otro, cada uno con su menú del día y su correspondiente carta si este no te convence. Sigo el consejo de un periodista local y acudo al D´Moran a probar su pincho de morcilla con chocolate. Diferentes sabores dulces, pero con textura semejante, lo que hace que la combinación funcione. Lo acompaño de un vino de la Sierra de Francia, La zorra, afrutado y fresco. Con la segunda copa pido una hamburguesa doble de carne morucha. Buenísima. Sol de justicia y calor por encima de los treinta grados. La tradición por estos lares es la de la siesta.

Tras la elipsis onírica la cita es en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal. Una bombonera coqueta y acogedora, con el cartel de agotadas todas las localidades, en la que actúan Las niñas de Cádiz dirigidas por José Troncoso. El responsable de Lo nunca visto o Con lo bien que estábamos no defrauda. Los actores y actrices de Las bingueras de Eurípides están fantásticos, el texto no tiene vergüenza alguna y las carcajadas del público evidenciaban opinión similar a la mía. Una historia de prohibición del juego con aires de chirigota carnavalesca, bien regada de absurdo y procacidad, que resulta divertida, recurrente e hilarante. Ojalá gire y gire hasta llegar a todos los rincones de España.

Cuando cae la tarde, el sol, en su camino hacia Portugal, lo tiñe todo de dorado, acrecentando el ocre de la piedra y el amarillo del suelo pajizo que cubre el exterior del recinto fortificado. La temperatura ya es agradable, con lo que resulta más que placentero rodear la antigua urbe. La jornada termina tomando asiento en el recinto al aire libre de los Jardines de Bolonia. Es el turno de Teatrapo Producciones y El circo de la vida. Título que describe el mimo, las interacciones, las coreografías, las acrobacias y el amplio catálogo de flexibilidades varias, a dos niveles, que ejecutan sus intérpretes. Atención total de los varios cientos de vecinos y turistas asistentes, prendados de su despliegue lumínico y sonoro.

25 de agosto. Cuando amanece el silencio es casi absoluto, más aún si desciendes del promontorio en el que está situado Ciudad Rodrigo hasta el curso del río Águeda y cruzas a la isla caprichosa que ha formado su cauce para ver cómo surge el astro rey. Horas después, este espacio, por la sombra y el frescor de su arboleda, y por los cómodos chiringuitos y zonas de esparcimiento con que cuenta, es visitado por muchos locales para superar el hastío de las horas más calurosas. Si cruzas al otro lado, la vista te demuestra el afán defensivo con que fue bautizado este asentamiento como Miróbriga por los romanos, aunque ya fuera habitado anteriormente por los vetones.  

Ya de vuelta en la antigua, noble y leal -tal y como reza su lema- me dirijo al Parque de la Glorieta, conocido por el quiosco dedicado al book crossing que algunos desalmados decidieron quemar meses atrás y que, posteriormente, recuperó todo su esplendor gracias a la buena voluntad de muchas personas. Allí los Trupe Fandanga / Circolando ofrecen Qubim a los más pequeños de la casa. Una propuesta modesta, pero ingeniosa, en la que la parte trasera de una furgoneta se convierte en una suerte de ferretería y taller en el que los espacios y los cachivaches, sus formas y funciones, son utilizados para, a través del oído y de la vista, imaginar usos varios y maldades diversas entre sus dos protagonistas.

Con esa buena impresión acudo hasta la Plaza de San Salvador para seguir El guardián de las palabras de GeneraciónArtes, un itinerante en el que sus cinco integrantes entretienen e implican a sus testigos callejeros en su búsqueda de los libros que nos ayudan a entender y comprender las culturas de las que venimos y de las que somos herederos. A su conclusión, acudo a otro lugar aconsejado, el Mesón La Paloma, a probar su pincho de farinato con huevo de codorniz, sus croquetas de jamón y su jamón ibérico recién cortado. Deleite máximo.

Repito visita al Teatro Fernando Arrabal para ver un espectáculo que se me pasó en Madrid, el Atra Bilis de Dos Hermanas Catorce. Un velatorio costumbrista y tenebroso, no a la manera realista y dramática de Cinco horas con Mario, si acaso más cerca del esperpento, el histrionismo y la comedia grácil y ágil. Un texto de intención ácida, expresión escatológica y espíritu socarrón basado en tres hermanas y su criada, a cada cual más peculiar, al que la dirección de Alberto Velasco le saca todo su partido gestual. La platea conecta con su trabajo, supongo, recordando cómo eran los funerales y los enterramientos, y las diatribas familiares que eclosionaban en estos, cuando se estilaban los lutos, las lágrimas de cocodrilo y los enterramientos en tierra.

Vuelvo a los Jardines de Bolonia para otra hora de circo nocturno. Acudo con más tiempo para sentarme en primera fila. Soy de esos a los que les gusta observar cómo se transforma la mirada, la faz y la presencia de quienes salen a escena. Kasumay, de Circo Los, exige a sus tres integrantes darlo todo físicamente a nivel de potencia y resistencia, coordinación y reflejos, tanto en el suelo como en el trapecio, a patines o en el monociclo. Combinando el humor clown y haciendo por contar con la complicidad de un público que se sabe y se desea parte integrante del show. Las luces se apagan justo cuando, en el Patio de los Sitios, se inicia la denuncia sobre la situación de las kellys y la crítica sobre la corrupción política que, con descacharrante versatilidad, ofrecen A Panadaria en Las que limpian.

26 de agosto. Los dos kilómetros de muralla de Ciudad Rodrigo son un escenario ideal para pasear al alba. Se pueden recorrer desde lo alto como si fueras un soldado haciendo una ronda de reconocimiento, un reo que huye a través de su foso, o un forastero que la rodea no sabiendo por cuál de sus seis puertas entrar al interior de la villa de piedra. Ya entre sillares, casi todas las cafeterías coinciden en ofrecer churros para desayunar. Algo que es así desde décadas atrás, entonces los tomaba en algunos de estos locales con leche y azúcar, hoy, ya adulto, los mojo en un café doble, con leche, bien cargado. 

La Casa Municipal de Cultura acoge una muestra de fotografías de José Vicente, artista de la imagen y practicante del fotoperiodismo, con la que recordar algunos de los montajes, nombres y momentos que conforman historia en construcción de esta feria que se inició en 1998. Contiguos a esta sede, dos espacios con el objetivo de iniciar a los niños y niñas en la magia de la interpretación, la ficción y la expresividad. Junto al Palacio de Montarco los de tres a seis años realizan un recorrido de una hora en el que cantan, juegan y colaboran en talleres. Sus hermanos mayores, en la Plaza del Buen Alcalde, se encuentran con un batallón de monitores que les guían para dar rienda suelta a su creatividad y comprender cómo se puede ser una pieza individual que, unida a otras, compone e interpreta grandes partituras. Ejemplificando todo es, muchos de ellos se unen en un sucedáneo de orquesta y pasacalles performativo derrochando júbilo y ritmo por el callejero mirobrigense con su percusión.

Tarde de nubes que tornan oscuras y acaban derramando agua durante más de una hora. Me pregunto qué sucederá con las actividades previstas en espacios abiertos esta noche. Me enteraré después porque mi cita es a las nueve en el Espacio Afecir, polideportivo reconvertido en espacio teatral con un graderío a la italiana. Buenas intenciones, pero mejor hubiera sido con asientos y respaldos para no dejarme, como tantos otros, las lumbares mientras sigo La lengua de las mariposas de la Compañía Sarabela. El programa de mano cuenta que estrenan en castellano su adaptación teatral al gallego de la novela de Manuel Rivas.

Consigo no compararla con la película de José Luis Cuerda, obra maestra del cine español que habré visto no sé cuántas veces. Valoro el trabajo de sus seis intérpretes y me convence que trabajen con una escenografía mínima para poner el foco en los comportamientos, los valores y las relaciones que se establecen entre sus personajes. Pero, al igual que su vestuario, me parece que la narración se mueve en un continuo gris en el que la credibilidad y poder de evocación de la acción se debe más a mi buena voluntad y deseo de empatizar que a la capacidad de la puesta en escena por engancharme e involucrarme. Aun así, entiendo y comparto los aplausos del amplio espectro de edades que me acompañan a este lado de la acción.

27 de agosto. Se acabó, le pongo punto y final a mi primera vez en la Feria de Teatro de Castilla y León. Me incorporé en su segundo día y me voy uno antes de que acabe con un derroche pirotécnico. Son varias las localizaciones que no he conocido y lo que he visto es apenas una pequeña parte de los 43 montajes que han pasado por aquí, algunos de ellos estrenos absolutos. A la dirección le sugiero que en el futuro las entradas sean numeradas y a mí mismo, planificarme de otra manera para que la próxima vez que venga, disfrutar aún más de Ciudad Rodrigo y de su amplia propuesta teatral. Gracias a los organizadores y enhorabuena a todos los equipos técnicos y artísticos que me han hecho disfrutar y soñar, reír y gozar, sentir e imaginar.   

10 novelas de 2021

Dos títulos a los que volví más de veinte años después de haberlos leído por primera vez. Otro más al que recurrí para conocer uno de los referentes del imaginario de un pintor. Cuatro lecturas compartidas con amigos y sobre las que compartimos impresiones de lo más dispar. Uno del que había oído mucho y bueno. Y dos más que leí recomendados por quienes me los prestaron y acertaron de pleno.

«Venus Bonaparte» de Terenci Moix. Una biografía que combina la magnanimidad de las múltiples facetas de la historia (política, arte, religión…) con lo más mundano (el poder, el amor, el sexo…) de los seres humanos. Un trabajo equilibrado entre los datos reales, basados en la documentación, y la libertad creativa de un escritor dotado de una extraordinaria capacidad expresiva. Una narrativa fluida que ahonda, analiza, describe y explica y unos diálogos ingeniosos y procaces, llenos de respuestas y sentencias brillantes.

«A sangre y fuego» de Manuel Chaves Nogales. Once episodios basados en otras tantas situaciones reales que demuestran que la violencia engendra violencia y que la Guerra Civil fue más que un conflicto bélico entre nacionales y republicanos. Los relatos escritos por este periodista en los primeros meses de 1937 son una joya narrativa que dejan claro que esta fue una guerra total en la que en muchas ocasiones los posicionamientos ideológicos fueron una disculpa para arrasar con todo aquel que no pensara igual.

«El lápiz del carpintero» de Manuel Rivas. Una narración que, además de los hechos, abarca las emociones de sus protagonistas y sus preguntas y respuestas planteándose el por qué y el para qué de lo que está ocurriendo. Un viaje hasta la Galicia violentada en el verano de 1936 por el alzamiento nacional y embrutecida por lo que derivó en una salvaje Guerra Civil y una despiadada dictadura.

«Drácula» de Bram Stoker. Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

“Alicia en el país de las maravillas” y «Alicia a través del espejo», de Lewis Carroll. No es la obra infantil que la leyenda dice que es. Todo lo contrario. Su protagonista de siete años nos introduce en un mundo en el que no sirven las convenciones retóricas y conceptuales con que los adultos pensamos y nos expresamos. Una primera parte más lúdica y narrativa y una segunda más intelectual que pone a prueba nuestras habilidades para comprender las situaciones en las que la lógica hace de las suyas.  

«Feria» de Ana Iris Simón. Narración entre la autobiografía, el fresco costumbrista y la mirada crítica sobre las coordenadas de nuestro tiempo desde la visión de una joven de treinta años educada para creer que cuando llegara a los treinta tendría el mundo a sus pies. Un texto que, jugando a la autenticidad de lo espontáneo, bordea el artificio de lo naif, pero que plasma muy bien la inmaterialidad que conforma nuestra identidad social, familiar y personal.

“A su imagen” de Jérôme Ferrari. La historia, el sentido, el poder y la función social del fotoperiodismo como hilo conductor de una vida y como medio con el que sintetizar la historia de una comunidad. Una escritura honda que combina equilibradamente puntos de vista y planos temporales, que descifra con precisión lo silente y revela la realidad de los vínculos entre la visceralidad y la racionalidad de la naturaleza humana.

«La ridícula idea de no volver a verte» de Rosa Montero. Lo que se inicia como una edición comentada de los diarios personales de Marie Curie se convierte en un relato en el que, a partir de sus claves más íntimas, su autora reflexiona sobre las emociones, las relaciones y los vínculos que le dan sentido a nuestra vida. Una prosa tranquila, precisa en su forma y sensible en su fondo que llega hondo, instalándose en nuestro interior y dando pie a un proceso transformador tras el que no volveremos a ser los mismos.

“Lo prohibido” de Benito Pérez Galdós. Las memorias de José María Bueno de Guzmán van de 1880 a 1884. Cuatro años de un fresco de la alta sociedad madrileña, de apariencias y despropósitos, dimes y diretes y tejemanejes sociales, políticos y económicos de los supuestamente adinerados y poderosos. Una superficie de lujo, buen gusto y saber estar que oculta una buena dosis de soberbia, corrupción, injusticia y perversión.

“Segunda casa” de Rachel Cusk. Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

«El lápiz del carpintero» de Manuel Rivas

Una narración que, además de los hechos, abarca las emociones de sus protagonistas y sus preguntas y respuestas planteándose el por qué y el para qué de lo que está ocurriendo. Un viaje hasta la Galicia violentada en el verano de 1936 por el alzamiento nacional y embrutecida por lo que derivó en una salvaje Guerra Civil y una despiadada dictadura.

El pasado no es solo lo que ocurrió, las palabras con las que fijamos lo que permanece en nuestra memoria, sino también las sensaciones que nos provocan los recuerdos de lo que vivimos. Esas huellas en nuestra piel, esas reacciones inconscientes que nos hacen fruncir el ceño, sonreír, cruzar los brazos o que nos abrillantan la mirada son las que determinan el carácter de lo que nos sucedió y nos hacen recordar cómo hemos llegado a ser quienes somos. Este es el principio con el que Martín Rivas parece articular el relato de Herbal, un hombre reservado y de pocas palabras, pero abierto y locuaz cuando se le escucha y no se le exige.

Desde su presente al cargo de la tranquila rutina de un club de carretera, nos retrotrae hasta ese tiempo en que, por inercia, por desconocimiento o por no tener otra opción, formó parte de aquella España dividida en la que –al margen de la contienda militar en el frente de batalla- hubo quien espió, encarceló, torturó y asesinó sin razón ni motivo ni justificación. Así fue como su destino -tanto físico como psicológico- quedó unido al de aquellos en cuyas biografías se inmiscuyó violentamente, convirtiéndose desde su posición de carcelero en testigo de sus vidas, cómplice de sus acciones y parásito de la energía de sus motivaciones, lo que constituye el verdadero corazón e hilo articulador del corpus de esta novela.

Una de esas víctimas fue el artista a través del que le llegó el elemento que da título a sus andanzas, El lápiz del carpintero. El otro fue el médico Daniel Da Barca, republicano y médico comprometido tanto con sus ideales políticos como con el código deontológico de su profesión. De manera muy sutil, Rivas nos muestra cómo, a pesar de la distancia ideológica y el imperativo de las normas, la humanidad encuentra su sitio. El primero se le mete en la cabeza y se convierte en el filtro a través del cual detectar la belleza que nos puede deparar nuestro alrededor. Del segundo apenas se separa, convirtiéndole así en un referente de cómo afrontar estoicamente todo lo malo que nos pueda ocurrir cuando el amor está de nuestra parte, cuando amamos y somos amados.

Así es como se va tejiendo una historia en la que la cuidada descripción de los escenarios en que transcurre la acción se entremezcla con el relato de acontecimientos hoy ya históricos, referencias literarias -con las consiguientes notas líricas, prosaicas, espirituales y etnográficas a que estas evocan- y lo más mundano del ser humano. Sus aspiraciones y su capacidad para lidiar con los múltiples obstáculos que se encuentra por el camino hasta llegar a convertirlas en realidades en las que pueden llegar a convivir, a partes iguales, la brutalidad, el afecto y el instinto de supervivencia. Eso que a veces es la vida, que se puede dibujar con el lápiz de un carpintero o narrar como lo hace Manuel Rivas.

El lápiz del carpintero, Manuel Rivas, 1998, Editorial Alfaguara.