Exposición sobre la cara oculta del periodismo, la avaricia y la crueldad con que entroniza y defenestra a las personas de las que se sirve para pautar la actualidad e influir en la opinión pública. Personajes oscuros, entrelazados en una historia sobre las esperanzas personales y los sueños profesionales, que va y viene en el tiempo para indagar en cuanto la condiciona hasta sorprender con su redondo final.

Si Ana Diosdado siguiera entre nosotros hubiera visto como lo que su imaginación fraguó en 1973 continúa vigente. Le hubiera bastado incluir en la trama de esta obra la inmediatez del poder de las redes sociales, y sustituir los teléfonos de sobremesa por los móviles inteligentes y las máquinas de escribir por portátiles conectados a internet, para plasmar una de tantas historias que unen escándalos empresariales, cortinas de humo, ciudadanos anónimos cosificados y profesionales de la información entregados al más vacuo y especulativo entretenimiento. No llevamos las manos a la cabeza cuando nos cuentan la historia del juguete roto al que todos acusamos equivocadamente de ser malvado y atroz, pero no reflexionamos sobre cómo nos manipularon para que lanzáramos nuestra ira en la dirección equivocada.
Al igual que en su ópera prima, Olvida los tambores (1970), Diosdado evidencia en este texto su capacidad para viajar fluidamente entre lugares y momentos sobre el escenario, así como para analizar los resortes de la sociedad de su tiempo yendo más allá de lo que se ve en primera instancia. En las notas iniciales señala que el atrezo ha de ser mínimo, lo justo para que se deduzca el entorno en el que sitúa a los personajes y no influir en la impresión que nos hemos de crear sobre ellos. Así, y sin más transiciones que las que marquen la iluminación y la ambientación sonora, nos lleva de un domicilio particular a una redacción periodística, a un piso en una comunidad de vecinos, incluido el ascensor que articula su escalera y hasta a una discoteca y el despacho de un forense.
En el apartado más intelectual, denuncia la intención oscura con que se construyen y difunden algunas de las imágenes y conceptos que conforman nuestro imaginario social. Una realidad, la de la manipulación -ya sea por intereses políticos o empresariales- y sus efectos sobre las personas -lo que hoy denominamos polarización y cultura de la cancelación- que integra plenamente en la escenografía, en los diálogos y en los acontecimientos que determinan el devenir de sus protagonistas. Impacta antes incluso de que se inicie la función, con el telón que oculta la caja escénica reproduciendo, como si se tratara de una gran lona tapando las obras de cualquier edificio emblemático, la imagen promocional de una colonia.
Una chica desnuda sobre la que cae, estratégicamente, una lluvia de pétalos. Una evocación de sensualidad y sexualidad, en un momento aún de dictadura, tras la que encontraremos una realidad triste y el temor de un futuro oscuro. Un gancho visual tras el que Diosdado monta después un drama totalmente creíble. Ojalá algún productor se atreva nuevamente con él, ya sea en su versión original, ya sea adaptándolo a cómo funcionan hoy en día los medios de comunicación y el ecosistema de la información, con un reparto tan imponente como el de su estreno el 20 de septiembre de 1973 en el Teatro Infanta Beatriz de Madrid. Nada más y nada menos que Fernando Guillén, Mercedes Sampietro, Emilio Gutiérrez Caba y María José Goyanes.
Usted también podrá disfrutar de ella, Ana Diosdado, 1973 (2015), Fundación SGAE.