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10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron

Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

Una pareja residente en Nueva York acude a un punto del ártico europeo para recoger al hijo que se disponen a adoptar. Un lugar en el que el invierno es más su estado mental y físico que una estación del año. Habitantes y personas de paso tan peculiares y auténticas como difíciles de definir y de prever. Esos son los tres pilares con los que Peter Cameron juega a ser una suerte de David Lynch literario, acercándose en ocasiones al artificio de lo ilógico sostenido por la sobriedad de su prosa, pero equilibrándolo con la correcta combinación de luces y sombras en la aséptica presentación que realiza de la personalidad, motivaciones y comportamiento de sus personajes.

En ningún momento conocemos los nombres ni la edad de los esposos protagonistas, personas que, provenientes del mundo real, se adentran en una fantasía en la que priman el silencio, la soledad y la incomunicación. Una geografía que no solo enmarca y ambienta, sino que también influye y condiciona lo que sucede en sus coordenadas, quizás situadas en ese punto septentrional en el que convergen las fronteras de Noruega, Finlandia y Rusia. Una localización determinada, más por su espíritu kafkiano que por su fijación en un mapa, y en cuyos asépticos interiores y exteriores dominados por el blanco de la nieve se respira una indudable sensación de irrealidad. Un mundo que responde a principios imposibles de transmitir a través de la palabra, solo comprensibles para aquellos que lo habitan desde tiempos pretéritos y que mantienen con él un vínculo umbilical.

Cameron plasma la magnitud de este universo, y su concreción temporal, a través de una escritura parca y con aires de objetividad en la que priman los hechos, las presencias y los contactos interpersonales sobre los valores con que actúa cada individuo, los objetivos que persigue y la moral que determina su manera de proceder. Traslada a su estilo la displicencia que nos relata con una edición estilística en la que no identifica los diálogos, sino que los imbrica en la narración como si fueran un discurrir en el que no hay separación ni distancia entre lo visible y compartido y lo interior y reservado.

Nos contagia así la desubicación que sienten los aspirantes a padres, confundidos por no entender las claves que determinan el funcionamiento de esta ciudad tan significativa y crucial para el futuro de sus vidas. En ella ven puestas a prueba tanto su capacidad de adaptación a nivel individual, como la solidez y los fundamentos de su unión. Podría ser que quien diseccionara el inicio de la adultez en Algún día este dolor te será útil (2007), se hubiera propuesto reflexionar alegóricamente sobre lo que suponen la maternidad y la paternidad y el rol que esta tienen en el compromiso matrimonial. Dudas que Lo que pasa de noche no resuelve, pero que dejan un eco que hace que su lectura perdure en el ánimo y en la memoria de su lector.

Lo que pasa de noche, Peter Cameron, 2020 (2022 en castellano), Libros del Asteroide.

10 películas de 2018

Cine español, francés, ruso, islandés, polaco, alemán, americano…, cintas con premios y reconocimientos,… éxitos de taquilla unas y desapercibidas otras,… mucho drama y acción, reivindicación política, algo de amor y un poco de comedia,…

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120 pulsaciones por minuto. Autenticidad, emoción y veracidad en cada fotograma hasta conformar una completa visión del activismo de Act Up París en 1990. Desde sus objetivos y manera de funcionar y trabajar hasta las realidades y dramas individuales de las personas que formaban la organización. Un logrado y emocionante retrato de los inicios de la historia de la lucha contra el sida con un mensaje muy bien expuesto que deja claro que la amenaza aún sigue vigente en todos sus frentes.

Call me by your name. El calor del verano, la fuerza del sol, el tacto de la luz, el alivio del agua fresca. La belleza de la Italia de postal, la esencia y la verdad de lo rural, la rotundidad del clasicismo y la perfección de sus formas. El mandato de la piel, la búsqueda de las miradas y el corazón que les sigue. Deseo, sonrisas, ganas, suspiros. La excitación de los sentidos, el poder de los sabores, los olores y el tacto.

Sin amor. Un hombre y una mujer que ni se quieren ni se respetan. Un padre y una madre que no ejercen. Dos personas que no cumplen los compromisos que asumieron en su pasado. Y entre ellos un niño negado, silenciado y despreciado. Una desoladora cinta sobre la frialdad humana, un sobresaliente retrato de las alienantes consecuencias que pueden tener la negación de las emociones y la incapacidad de sentir.

Yo, Tonya. Entrevistas en escenarios de estampados imposibles a personajes de lo más peculiar, vulgares incluso. Recreaciones que rescatan las hombreras de los 70, los colores estridentes de los 80 y los peinados desfasados de los 90,… Un biopic en forma de reality, con una excepcional dirección, que se debate entre la hipérbole y la acidez para revelar la falsedad y manipulación del sueño americano.

Heartstone, corazones de piedra. Con mucha sensibilidad y respetando el ritmo que tienen los acontecimientos que narra, esta película nos cuenta que no podemos esconder ni camuflar quiénes somos. Menos aun cuando se vive en un entorno tan apegado al discurrir de la naturaleza como es el norte de Islandia. Un hermoso retrato sobre el descubrimiento personal, el conflicto social cuando no se cumplen las etiquetas y la búsqueda de luz entre ambos frentes.

Custodia compartida. El hijo menor de edad como campo de batalla del divorcio de sus padres, como objeto sobre el que decide la justicia y queda a merced de sus decisiones. Hora y media de sobriedad y contención, entre el drama y el thriller, con un soberbio manejo del tiempo y una inteligente tensión que nos contagia el continuo estado de alerta en que viven sus protagonistas.

El capitán. Una cinta en un crudo y expresivo blanco y negro que deja a un lado el basado en hechos reales para adentrarse en la interrogante de hasta dónde pueden llevarnos el instinto de supervivencia y la vorágine animal de la guerra. La sobriedad de su fotografía y la dureza de su dirección construyen un relato árido y áspero sobre esa línea roja en que el alma y el corazón del hombre pierden todo rastro y señal de humanidad.

El reino. Ricardo Sorogoyen pisa el pedal del thriller y la intriga aún más fuerte de lo que lo hiciera en Que Dios nos perdone en una ficción plagada de guiños a la actualidad política y mediática más reciente. Un guión al que no le sobra ni le falta nada, unos actores siempre fantásticos con un Antonio de la Torre memorable, y una dirección con sello propio dan como resultado una cinta que seguro estará en todas las listas de lo mejor de 2018.

Cold war. El amor y el desamor en blanco y negro. Estético como una ilustración, irradiando belleza con su expresividad, con sus muchos matices de gris, sus claroscuros y sus zonas de luz brillante y de negra oscuridad. Un mapa de quince años que va desde Polonia hasta Berlín, París y Splitz en un intenso, seductor e impactante recorrido emocional en el que la música aporta la identidad del folklore nacional, la sensualidad del jazz y la locura del rock’n’roll.

Quién te cantará. Un misterio redondo en una historia circular que cuando vuelve a su punto inicial ha crecido, se ha hecho grande gracias a un guión perfecto, una puesta en escena precisa y unas actrices que están inmensas. Una cinta que evoca a algunos de los grandes nombres de la historia del cine pero que resulta auténtica por la fuerza, la seducción y la hipnosis de sus imágenes, sus diálogos y sus silencios.

«Quién te cantará», quién te atrapará

Un misterio redondo en una historia circular que cuando vuelve a su punto inicial ha crecido, se ha hecho grande gracias a un guión perfecto, una puesta en escena precisa y unas actrices que están inmensas. Una cinta que evoca a algunos de los grandes nombres de la historia del cine pero que resulta auténtica por la fuerza, la seducción y la hipnosis de sus imágenes, sus diálogos y sus silencios.  

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Carlos Vermut ha escrito y dirigido una historia que te lleva muy lejos para poderte dar las respuestas que demandan las oscuridades con que se inicia. Un viaje impulsado por la necesidad de tomar distancia para ser capaz de volver a poner orden y luz en una realidad que expulsó de sus coordenadas a sus protagonistas. Una endiablada intersección de rutas en la que se cruzan una mujer que por culpa de una amnesia accidental no sabe quién es y otra que no quiere ser quien es, acompañadas a su vez por otras dos con personalidades confusas y supeditadas a una complementariedad nada equilibrada con cada una de ellas.

Una búsqueda de la identidad y un anhelo de equilibrio interior que contrasta profundamente con la exquisita formalidad visual en cuanto a composición, luz y la combinación de quietud y movimiento con que se suceden las secuencias, haciendo aún más patente la brecha existencial de sus personajes. No hay un solo momento, un solo fotograma que no sea hipnótico, que te haga no solo mirar con los ojos, sino también con el alma, con el corazón, haciéndote ir más allá de lo visible. Un logro con el que Vermut se coloca a la altura de los grandes del cine.

Las miradas al mar y los cuerpos femeninos en simbiosis espiritual con las olas evocan a la Kim Novak del Vértigo de Hitchcok. El juego de espejos entre Lila y Violeta, la artista que no recuerda ni a su persona ni a su personaje y la fan que un día soñó con verse sobre un escenario, resulta análogo a los expuestos por David Lynch en muchas de sus películas. Al igual que sucede con las escenas de karaoke que protagoniza una inmensa Eva Llorach y la impactante dualidad que muestra Natalia de Molina cada vez que aparece.

En el caso de Najwa Nimri, no es solo su perturbadora interpretación, sino también su inquietante caracterización –peinado, maquillaje y vestuario- lo que hace de ella y de su Lila un ser que podría haber vivido anteriormente en alguno de los mundos paralelos a la realidad de Stanley Kubrick. Pero lo que hace grande a Quien te cantará es que Vermut no los copia ni los homenajea, sino que construye su propio relato.

Una olla a presión en forma de congoja a vital que se traslada al espectador haciendo que este salga de la proyección con la misma sensación que transmite Lila/Nimri cuando recostada en un sillón y con la voz quebrada dice desde que me desperté en el hospital, siento un ritmo todo el tiempo, es una canción lejana que retumba en todas las cosas. Quiero cantarla pero no puedo. Solo la siento. ¿Puedes tú? Porque a mí me va a reventar por dentro. Así es como se cierra el círculo de Quién te cantará, habiéndote encerrado en el fluir de su historia tras atraparte con la melodía y las letras de su música.

“Mil mamíferos ciegos” de Isabel González

El mundo visto desde el otro lado, desde dentro hacia fuera. Isabel González no describe lo que vemos, sino que cuenta cómo se formulan, viven y materializan las emociones y las sensaciones en la mente, el corazón y el cuerpo de Yago, Santi y Eva. Una historia inquietante y sugerente, hipnótica y desconcertante, kafkiana. Como si el David Lynch de “Twin Peaks” hubiera dejado la narración visual por la literaria y las imágenes de “El perro andaluz” de Buñuel y Dalí se transformaran en palabras.

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Una de las tramas de Mil mamíferos ciegos nos lleva a la naturaleza, a la profundidad de un bosque, como si pretendiera llevarnos a la génesis, al momento de la concepción. Instante en el que comienza la evolución y la formación de la persona, de sus creencias, deseos y metas. Pero en esta ocasión este no es un proceso social o tutelado, Yago marcha por decisión propia, y allí donde se refugia no es para retirarse con fines espirituales o anímicos sino para algo mucho más primario y sencillo, dedicarse tan solo a aquello para lo que se siente llamado, tallar troncos de árboles.

Una pulsión en la que la autora se sumerge para relatarnos cómo es el mundo y cómo se interactúa con él cuando se está en esas coordenadas que no se definen por el cuándo y el dónde, que es incluso más que un estado anímico y una actitud ante la vida. Una forma de mirar y de sentir materializada con una elaborada y meticulosa prosa a base de expresivas frases cortas que concatenan, como en un cuadro cubista, afirmaciones que se interrogan sobre el sentido de lo visto, impresiones sensoriales aun en estado puro y razonamientos producto de la experiencia de la soledad. Sentencias que se suceden porque no hay otra manera de ponerlas sobre el papel, pero que en el ambiente real desde el que nos son trasladadas se intuye que no son lineales, sino que resultan simultáneas.

Por su parte, en la ciudad en la que viven Yago y Eva, lo visceral, el mandato del hipotálamo, es diferente, adopta la forma de filia sexual. La obsesión del primero por los pies de la segunda hace que ella se sienta lejos de él, cosificada, en dimensiones diferentes y sin visos de diálogo. Una interlocución imposible porque él está siempre buscando el refugio, la grieta o la oscuridad en la que ocultarse, sea ya entre las piernas de ella, en el techo o en los lienzos que pinta.

Tanto una realidad como otra son relatadas a través de una serie de cuadros, escenas y secuencias con un profundo sentido audiovisual, generando con su ritmo una atmósfera envolvente más propia del discurso cinematográfico que del literario. La clave del estilo de Isabel González está en la perturbadora, poética –y por momentos psicodélica- experiencia que genera su lectura. Una sugerente y provocadora sucesión de imágenes que se superponen de manera hipnótica, con una lógica que poco a poco se deja descubrir y que hace que Mil mamíferos ciegos resulte un gran círculo temporal. Una línea sin principio ni final que une el presente como el pasado más cercano y el lejano, aquel que está, incluso, en las páginas anteriores a su inicio.

24 días en Texas

Como si cada uno de ellos fuera una hora de una jornada cualquiera. Un conjunto de anécdotas, momentos como testigo y de vivencias en primera persona que forma una circunferencia como la de un reloj. La hora 25 bien pudiera ser la jornada de mañana o el siguiente viaje, a sabiendas de que aunque haya instantes similares ya no serán iguales que los anteriores.

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01. El 49% de la población de este estado es latina. Si Texas fuera un estado independiente, un país (ya lo fue como república de 1836 a 1845, tras haber sido territorio mexicano y español) sería la décima potencia económica del mundo. ¡Lo que da de sí el petróleo y el gas!

02. Mirar por la ventana de la habitación en Austin y ver cuatro iglesias, tantas como películas porno ofrece en su primera pantalla el pay-per-view del hotel.

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03. Alojarte en un complejo de 1120 habitaciones en el que coincides con una macro reunión de la Iglesia Baptista Americana y una convención de monitores de fitness. Los primeros llenan los ascensores de biblias, los segundos te amedrentan con su presencia en el gimnasio. Yo me siento como en un capítulo de “Hotel”, pero no veo por ningún lado a Connie Selleca ni a James Brolin.

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04. Ni un aparcamiento subterráneo, todos son edificios mastodónticos de varias plantas, incluso en el centro de las ciudades. La armonía y la estética visual en el cuadriculado trazado urbano ni están ni se las espera.

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05. En la calle 30 grados cargados de humedad, en el interior de cualquier restaurante o comercio, hasta 18 o 19 grados bien secos. Viva el imperio del aire acondicionado.

06. Hoteles de cuatro estrellas en los que todo el material de restauración que se utiliza es desechable: platos, vasos, cubiertos,… Aquí los conceptos de reciclaje y de cambio climático son como el de calor para un esquimal, no los conocen.

07. Frank, mi vecino de mesa en el desayuno me cuenta que fue militar americano en la base naval de Rota. Habla perfectamente castellano porque nació en Puerto Rico, donde vive su hijo. Él, ahora divorciado, reside en Texas después de haberlo hecho en Massachusetts, Washington y Virginia tras volver de España hace siete años.

08. María, la mujer que limpia hoy la habitación me cuenta que es mexicana, de Guanajato, que lleva ya 30 años en Dallas y que sabe que su abuela llegó de España pero que no recuerda la ciudad.

09. Dallas y Fort Worth, 1,2 y 0,75 millones de habitantes y 50 km de distancia entre ellas, las dos ciudades principales del norte del estado. ¿Transporte público entre ellas? Una combinación que exige tren y autobús que solo se produce cada dos horas y que no existe los domingos (a no ser que no haya conseguido informarme bien).

10. Para ir al The Meadows Museum, el que dicen que es como un pequeño Museo del Prado, esperar 20 minutos a que llegue el tranvía, 20 minutos de trayecto y 20 minutos andando para dejar atrás el centro comercial, la autopista y la zona en obras que has de recorrer antes de llegar a su puerta.

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11. Restaurantes en los que hay camareros cuya única función es rellenarte el vaso de agua, si les pides algo con respecto al menú llaman a un “superior” que es el que te atiende. Este segundo se presenta diciéndote su nombre y añadiendo una coletilla que dice algo así como “me voy a encargar de ofrecerte el mejor servicio, cualquier cosa que necesites estoy a tu disposición”. Todo ello con una gran sonrisa profident y una perfecta dicción. Bueno, esto último no siempre.

12. Entre los comensales una familia donde ves que no solo los adultos ocupan el doble que tú, sino que los dos hijos que probablemente no lleguen a los diez años, seguro superan las 181 libras que pesas tú (82 kg). ¿Perdón? ¿Que yo peso 181 libras? Está bascula está mal, fatal.

13. Twin Peaks ya no es solo la famosa serie de David Lynch sobre la búsqueda del asesino de Laura Palmer. A partir de ahora es también en mi memoria una cadena de bares con grandes pantallas en las que se proyecta deporte de manera continua y eres atendido por camareras que parecen salidas de un anuncio de mini-shorts, mini-camisas y productos para tener una piel y un pelo perfecto. Si quieres la versión low cost, entonces vas a Hooters. Eso sí, paga tu consumición antes del fin de turno, ya que si no, la chica se queda sin el 15% de propina que vas a añadir, que es en lo que consiste la mayor parte de su sueldo.

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14. Dormir con tapones donde quiera que lo hagas, siempre hay una autopista cerca con tráfico constante a todas horas.

15. Según Google las librerías más cercanas que tengo en Dallas están ¡a más de 12 km ¡del centro ciudad! A ver a cuál de las dos elijo ir. Me agobio con tantas opciones.

16. Taxistas que te cuentan que nacieron en Ghana, Etiopía o Costa de Marfil. Que se vinieron hace ya 15, 20 o 30 años porque aquí se vive mucho mejor, aquí se sienten libres, aquí tienen de todo, tanto que hasta han conseguido la nacionalidad americana. ¿Por qué vine aquí? Porque ya tenía amigos en esta ciudad.

17. En la mañana de un viernes me dijeron: “¿No conduces? ¿No disparas? ¡Tú no eres un nombre de verdad!”, a lo que solo se me ocurre responder con una sonrisa.

18. Creo que el único personaje que podría considerarse histórico nacido en Texas que me viene a la cabeza es Beyonce. Supongo que esto complementa al párrafo anterior (vuelvo a sonreír mientras reproduzco a la diva en mi cabeza interpretando en directo “Crazy in love”).

19. “I do for all” o “Pride Nation” son los titulares de portada de The Dallas Morning News y USA Today tras reconocer el Tribunal Supremo de este país el 26 de junio que el matrimonio es un derecho al que pueden acceder aquellos que quieren casarse con otra persona del mismo sexo. Al menos sobre el papel, este país da un paso adelante en derechos humanos, en respeto a la dignidad y a la libertad individual de todas las personas.

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20. Merece mucho la pena visitar el centro de escultura Nasher con obras de Picasso, Giacometti, Gauguin, Rodin, Richard Serra, Jaume Plensa, o la fantástica “Rush hour” (1983) de George Segal.

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21. Enchufar la televisión e ir de canal en canal entre informativos que estiran las noticias hasta el inifinito, talk-shows, reality shows y reposiciones de series hasta llegar a uno en que cada día se dedica a emitir una película varias veces. Hoy “El padrino”, mañana “Regreso al futuro” y el 4 de julio “Independence day” con Will Smith salvando a la patria del ataque alienígena.

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22. “Y tú, ¿cómo celebras el 4 de julio?” Respuesta de Matthew, “básicamente lo que hago es reunirme con amigos y estamos de barbacoa hasta la noche en que vamos a algún sitio a ver los fuegos artificiales”.

23. Broadway pilla lejos, pero aún así conozco un musical del que no había oído hablar hasta ahora, “Cinderella” de Rodgers & Hammerstein. Qué bien suena “Ten minutes ago”, los pelos como escarpias y brillo en la mirada.

24. En un trayecto de diez minutos en coche en un pueblo de 30.000 habitantes me cruzo con varios templos baptistas, metodistas y episcopalianos, además de católicos, la Abundant Assembly of God y la iglesia de Cristo, en cuya puerta un gran cartel dice que este mes estamos todos invitados a ir los domingos a las 09:30 a estudiar juntos cómo fue el siglo I de la historia del Cristianismo.

Lo siento, pero es que vuelvo a España, no podrá ser, quizás la próxima vez, ¡Dios dirá! Por cierto, no he visto ningún cowboy ni asistido a ningún rodeo, ¿excusas para volver?

30 años de “La historia interminable”

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Este 6 de diciembre se cumplieron tres décadas del estreno en España de esta película de Wolfgang Petersen basada en la novela de Michael Ende. La historia y su mensaje siguen igual de vigentes, tiene la misma fuerza. El mundo de Fantasía acechado por La Nada, y que solo puede salvarse si desde la Realidad se sueña. ¿Puede haber algo más atemporal y real a la par? ¿Algo que es tan propio de niños como y tan ausentemente presente en los adultos? Provocaba una sonrisa ver en el pase al que acudí ayer en el Artistic Metropol (Madrid) a padres con hijos en edades similares a las que ellos debían tener cuando  la vieron en el cine. Sonrisa aumentada al acabar la sesión y escuchar a los pequeños comentar con ilusión y asombro cómo los personajes de Baltasar y Atreyu están interrelacionados, la rapidez del caracol de carreras o el malvado lobo Gmork.

Desde 1984 los recursos técnicos de la industria cinematográfica han cambiado mucho, los efectos especiales que entonces nos asombraron hoy se miran desde la butaca con cariño y un punto de admiración al recordar cómo aquellos momentos artesanales -a base de maquetas e inserciones croma en momentos en que Photoshop y la edición digital eran alcances aún por inventar-, junto con una buena resolución en los temas de fotografía, vestuario y escenografía, podían hacernos sentir tanto como los hiperdesarrollos informáticos de hoy en día. Colin Arthur, el responsable de los efectos especiales de la película, contaba ayer en el previo a la proyección cómo el gigante comepiedras está inspirado en él mismo y el blanco dragón Fújur en su entonces mascota. “… Realmente entonces no hablábamos de efectos especiales, sino de efectos ópticos…”, señalaba este hombre de cine con una carrera tan amplia que abarca colaboraciones con figuras como Stanley Kubrick (“2001, una odisea del espacio”) o Pedro Almodovar (“Hable con ella”).

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Atención especial merece también  la banda sonora de Giorgio Moroder a golpe de sintetizador, como con los que revolucionó la música disco y lanzó al estrellato a Donna Summers, y su tema principal, “The never ending story”, una de esas canciones de la que podemos decir que no fue solo uno de los temas del año, sino de toda una época. De aquellos años son películas de factura similar sobre mundos fantásticos como “Dune” (David Lynch), personajes de leyenda como “Lady halcón” (Richard Donner) o historias entre la fantasía y la realidad como “La princesa prometida” (Rob Reiner). Títulos que también nos hicieron soñar e imaginar tanto que, a la par que se hicieron su sitio en la historia del cine, se convirtieron en parte del imaginario de los que entonces éramos niños.

Michael Ende no quedó nada satisfecho de la adaptación de su novela (publicada cinco años antes), hasta el punto de pedir que se retirara su nombre de los créditos del film, al contrario que los más de dos millones y medio de personas que la vieron en España. Como con tantos otros textos siempre existirá la diatriba de cuál está mejor, si el libro o la película, a lo que yo respondo, ¿y qué más da? Es interesante el debate sobre la fidelidad o no de la segunda hacia el primero, pero en cualquier caso son creaciones diferentes (he ahí “Las crónicas de Narnia”, “Harry Potter”, “El señor de los anillos”,…). Y como tal merece la pena disfrutar de ambas, pasando las páginas de, y con Wolfgang Petersen observando desde la butaca lo que en la oscuridad de una sala sucederá mágicamente sobre la pantalla, hoy como hace 30 años, que podemos volar a lomos de un dragón con cara de golden retriever achuchable al que desearíamos llevarnos a casa.

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“Corazón salvaje” de Barry Gifford

IMG_20140515_095449Esta es la historia del viaje de Sailor y Lula por los paisajes infinitos de los estados americanos del Golfo de México. Hace mucho calor y se siente una pegajosa humedad en algunos pasajes y un calor infernal en otros que hacen que todo suceda lentamente en lugares con una escenografía tan básica como someras son las descripciones que las detallan.

Sailor y Lula huyen, Lula de su madre y Sailor de su pasado como presidiario. Y juntos se dan lo que necesitan, Lula recibe de Sailor el cariño espontáneo que ofrece y no exige, y Sailor de Lula el calor humano que le hace sentir que sigue siendo tal. Discurren por carreteras en las que apenas se cruzan con otros vehículos, paran en hoteles anónimos sin aire acondicionado y comen en restaurantes cuyas camareras ejercen como embajadoras del lugar para los recién llegados.

La que podría parecer una construcción sencilla y lineal, es en realidad la de un completo universo gracias a la variedad de registros de Barry Gifford. A su asertividad como narrador únase el malhablado lenguaje con el que expresan sus básicos planteamientos los dos protagonistas, la explosión visceral de Marietta (la madre de Lula), la imaginación y dotes literarias de Johnnie, el estilo periodístico de una cabecera de San Antonio o el de un programa de entretenimiento radiofónico de una emisora que emite desde Houston.

Entre unos y otros se hilvanan momentos del presente con instantes y recuerdos del pasado e historias de otros que se cruzan en sus caminos con referencias musicales, literarias y cinematográficas formando un completo caleidoscopio de una supuesta parte de la sociedad y  la cultura americana.