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“Al rojo vivo. Un diálogo sobre la izquierda de hoy” de Almudena Grandes y Gaspar Llamazares

El punto de partida es la debacle electoral de Izquierda Unida en las generales de 2008. El propósito, darle una razón programática a las personas que aspiraban a una sociedad en la que prime la igualdad, la fraternidad y el laicismo, y que el objetivo como país, antes que ser más productivos, sea progresar de manera sostenible. El resultado, una larga conversación y como epílogo dos ensayos breves de ella y varias exposiciones del programa político de él.

El 9 de marzo de 2008 las urnas fueron claras con IU, recibió la mitad de votos que cuatro años antes. Algo menos de un millón que, por cómo funciona nuestra ley electoral, solo le aportaron dos escaños. Frente a ellos, partidos con menos papeletas obtuvieron una representación más amplia en el Congreso de los Diputados. Al rojo vivo se propone analizar qué ocurrió sin olvidar algo siempre necesario, y no muy habitual en política, la autocrítica. Y para ello cuenta con dos voces muy pertinentes. De un lado una novelista, apreciada por su rigor histórico, y militante comprometida, pero sin deberes ni lealtades con nadie de la organización, y del otro su máximo representante y responsable, la persona en la que sus afiliados y simpatizantes buscaban liderazgo y criterio.

Los tres lustros transcurridos desde entonces hacen muy interesante el análisis que Almudena y Gaspar ofrecían de la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero y sus previsiones del devenir de la segunda. De manera paralela, los motivos que, según ellos, explicaban la devenida irrelevancia de sus siglas y la difícil coyuntura en que esto les colocaba.

Respecto a lo primero, y aun reconociendo que no alcanzaron las cotas que les hubiera gustado conseguir, se congratulan de haber sido el motor de los avances sociales de los años anteriores con leyes como las de dependencia, memoria histórica o matrimonio igualitario. Sin su presión, según su versión, y por la falta de ambición del PSOE, el resultado final hubiera sido una colección de versiones muy descafeinadas de las mismas. Algo que, acertadamente, atisbaron sucedería después en su aplicación al coincidir la insuficiente definición de cómo materializarlas, con una brutal crisis económica cuya existencia el gobierno socialista se empecinaba en negar una y otra vez. Escaparate socialdemócrata, ejecución neoliberal, esa era su conclusión.

Lo innegable es que se había dado un paso adelante en el reconocimiento explícito de determinadas realidades, fundamentales para integrar en nuestra sociedad tanto pasado y presente como a quienes más y menos tienen. Por este motivo criticaban cómo las medidas que estaba tomando la Unión Europea, en materia laboral o de inmigración, iban en contra de la identidad y la razón de ser del proyecto europeo, y reivindicaban -ligándolo con el presente- el papel que tuvo la II República en los asuntos que verdaderamente construyen una nación. Fundamentalmente, el diseño de un sistema educativo que llegue a todas las clases y la vertebración de infraestructuras y servicios sociales que articulen tanto al territorio como a sus habitantes.

Cuestiones tras las que están los valores que constituyen la esencia democrática y democratizadora del republicanismo, y que abogaban por ensalzar y divulgar para hacer frente no solo al griterío de la bancada de la derecha, sino también para actualizar el papel que las organizaciones políticas de izquierda han de cumplir en las sociedades actuales, muy diferentes a las que les vieron nacer. Algo en lo que, coinciden, se han quedado atrás al no saber interpretar como la globalización capitalista y la generalización de la sociedad de consumo ha cambiado tanto nuestros hábitos cotidianos como nuestras demandas individuales, familiares y colectivas. Un buen ejemplo de ello era la dirección nacional de Izquierda Unida, con facciones enfrentadas entre sí, y alejada del día a día de la ciudadanía, al contrario de como sí hacían muchas de sus direcciones regionales y locales.

Lo interesante, llegado este punto, es la visión de Almudena Grandes, proponiendo una refundación -ya sea del partido o de las personas que lo conforman- que, más que la definición de una estructura orgánica eficaz y eficiente, tuviera como objetivo concretar en qué aspectos de nuestra organización política y social quiere influir y centrar en ello sus esfuerzos. Sabiendo cuáles son los obstáculos -el diseño de la ley electoral- y los elementos en contra -los medios de comunicación-, y actuando de manera decidida, diferente e innovadora para salvar tales dificultades.

Una lectura entretenida, fluida por su carácter de conversación transcrita. Aspecto en el que ambos participantes presentan diferencias. Mientras la retórica de ella es análoga a su escritura, rica y expresiva, a la par que comprensible al oído y armoniosa al intelecto, la de él, siendo comprensible y argumentada, tiene más de explicativa y de la presumible necesidad de ser coherente con los argumentarios preparados con anterioridad. Con la perspectiva que da el paso del tiempo, la lectura de Al rojo vivo podría suponer una excusa perfecta para analizar cómo hemos evolucionado y chequear en qué, cuánto y cómo acertaron y erraron Almudena y Gaspar sobre hacia donde iba el panorama nacional y europeo, y si Izquierda Unida supo adaptarse a dichas circunstancias y ejercer un papel activo en pro y beneficio de nuestra sociedad.

Al rojo vivo. Un diálogo sobre la izquierda de hoy, Almudena Grandes y Gaspar Llamazares, 2008, Antonio Machado Libros.

“Morirán de forma indigna” de Alberto Reyero Zubiri

Miles de ancianos murieron en las residencias de mayores durante la primera ola del COVID-19 en marzo y abril de 2020. Especialmente en Madrid y Cataluña. La versión oficial dice que fue inevitable. La realidad, en cambio, es tozuda y no dejan de surgir datos y documentos que evidencian que no se hizo cuanto estuvo al alcance de quienes nos gobernaban. Este libro, combinación de diario político e institucional y hemeroteca, es una muestra de ello.

En el año 2020 la mortalidad en Madrid se disparó un 44% y la edad media de sus residentes descendió 3,5 años. Cifras que la señalan como la región de Europa que peor gestionó la pandemia. Aun así, el gobierno de la Puerta del Sol, con su presidenta a la cabeza, no dejó de decir que lo estaba haciendo de manera excelente gracias a su diseño de planes eficientes, implantación de medidas innovadoras y ejecución de acciones que asombraban al mundo. Mensajes, propaganda y comunicación que se daban de bruces con los hechos y hacían sospechar, a los comprometidos con la objetividad y la transparencia, que se estaban ocultando unas cuantas verdades. Ese es el propósito de Alberto Reyero con Morirán de forma indigna.

Un testimonio que merece la pena conocer por estar contado desde dentro. Reyero era el Consejero de Políticas Sociales de ese gobierno resultado de una coalición entre el Partido Popular y Ciudadanos, partido al que él pertenecía. Aparentemente, nadie sabía mejor que él qué estaba ocurriendo en las residencias, con qué recursos contaban y qué ayuda se les ofreció desde la institución de cuyo consejo de gobierno él formaba parte. Su relato confirma lo que ya sabíamos: una situación previa deficiente por la desatención de todo lo social desde hacía años del gobierno regional, titular de las competencias de regular y prestar dichos servicios a los madrileños; y un presente para el que no se estaba preparado.

Un escenario en el que se reaccionó sin atender a los principios de la democracia, negando la realidad y a quienes la sufrían, culpando y acusando a quien defendía otros colores políticos y hostigando e intimidando a quienes, de entre los suyos, no se erigían en portavoces y defensores de la narración formateada, según las necesidades de cada momento, en determinados despachos. Morirán de forma indigna demuestra -con extractos de comparecencias, correos electrónicos, fragmentos de entrevistas radiofónicas y televisivas, así como entrecomillados periodísticos- que no hubo residencias medicalizadas, que se distribuyeron procedimientos que negaban la asistencia hospitalaria a los más frágiles, que la mentira fue la norma en las comparecencias públicas y que la intoxicación mediática fue continua.

La claridad, orden y documentación de su exposición no dejan duda alguna de la vivencia y la posición entonces y ahora, frente a lo sucedido, de Alberto Reyero. Se entiende que solo quiere plasmar sobre el papel aquello que tiene tras de sí un registro, pero se echa en falta que no entre en asuntos como el porqué de la soledad en la que le dejó su partido o porqué éste no se manifestó públicamente en favor de sus postulados. No basta solo con acusar al culpable, también hay que señalar a los que, de una u otra manera, tienen tras de sí la sombra de la complicidad.  

Teniendo en cuenta cuanto ha ocurrido, o no, desde entonces, la conclusión que se extrae de la lectura de Morirán de forma indigna es una doble interrogante. Cuándo se reconocerá la verdad de lo que sucedió y cómo lo pagarán sus responsables. Y de paso, porqué buena parte de nuestra sociedad fue y es tan pasiva ante esas muertes, evasiva ante los hechos que las provocaron y condescendiente con quienes -sin atender a la ética ni, quizás, a la legalidad- tomaron las decisiones que las ocasionaron.   

Morirán de forma indigna, Alberto Reyero Zubiri, 2022, Libros del K.O.

“Los tres usos del cuchillo” de David Mamet

“Sobre la naturaleza y la función del drama” disecciona las claves por las que conectamos con el teatro y porqué la dramaturgia es una de las mejores construcciones artísticas a las que puede llegar el hombre. Didáctico y claro en su exposición, con símiles que permiten una fácil compresión de sus ideas y con los que reflexiona sobre su relación con otros ámbitos de nuestra vida como la política o la religión.

La Lupe tenía razón, “lo tuyo es puro teatro”. Así comienza David Mamet, exponiendo cómo nuestra manera de expresar, narrar y manifestar lo cotidiano está teñida de lo dramatúrgico a la hora de contextualizar lo que nos sucede, caracterizar a las personas con las que interactuamos o dar un sentido trascendental a nuestros pensamientos y reflexiones. De esta manera le imprimimos a nuestro relato verbal un sello emocional con el que generamos una atmósfera en la que pretendemos implicar a nuestros interlocutores, ya sea provocando su empatía y comprensión, ya motivando su rechazo y distanciamiento.

Marcos similares a los de las historias que vemos representadas sobre un escenario o proyectadas en una pantalla y que nos llegan e impactan por la manera en que sus protagonistas, los héroes de sus dramas y tragedias, combinan lo ambicioso y trascendental de lo macro con lo cercano y tangible de lo micro. La concreción de la misión que cumplir con la abstracción del objetivo que se alcanzará con su consecución. Dimensiones que, según Mamet, conjugan con gran ambigüedad y acierto los líderes políticos, enarbolando horizontes difíciles de concretar y prometiendo materializaciones igualmente paradójicas de materializar. Grandilocuencias que ocultan miedos, debilidades y fracasos de nuestros diferentes modelos de sociedad por nuestra incapacidad de escucha y aceptación de límites.

Relación entre la ficción y la realidad que entrelaza con la estructura en tres actos que tienen casi todos los textos teatrales. Presentación, nudo y desenlace en los que plantear nuestra identificación con el protagonista singular o plural, el conflicto que le generan quienes manipulan las circunstancias y la búsqueda a ciegas y desesperada de los medios con los que conseguir su resolución. Trayecto que nos engancha y apasiona porque nos ofrece posibilidades que no tenemos en este lado. Aquí no podemos acabar con los villanos ni intervenir de manera directa para hacer del mundo un lugar mejor. Lo cual no quiere decir que lo escrito o interpretado sea falso, siempre y cuando esté fundamentado en el impulso, la necesidad y el deseo de solventar lo que nos inquieta, motiva, ilusiona y mueve.

Por eso mismo el autor de American Buffalo (1975), Glengarry Glen Ross (1984), Speed-the-Plow (1988) o El viejo barrio (1997) advierte que la bonanza y el exceso de oferta no es bueno para la creatividad de los artistas ni para el espíritu crítico de los espectadores. La expresividad ha de nacer de la necesidad interior de contar y transmitir algo, la observación de la búsqueda de ser llevado a mundos ajenos, pero en los que sintamos que podemos ser nosotros mismos.

Resulta curiosa la crítica, en 1998, de David Mamet sobre el exceso de canales de televisión y cómo esto estaba convirtiendo lo que antes era arte en mero entretenimiento, y a los escritores en reproductores en serie de historias concebidas única y exclusivamente para completar minutos de emisión susceptibles de atraer suscriptores e inversiones publicitarias. Una visión certera a tenor de lo que hemos vivido desde entonces con la eclosión del streaming y la explosión de las redes sociales.

Los tres usos del cuchillo, David Mamet, 1998, Editorial Alba.

“Un tal González” de Sergio del Molino

Más un acercamiento y una reflexión que un ensayo y un análisis. Una mirada que descifra las luces y las sombras, descubre las fortalezas y las debilidades y señala los logros y las derrotas de su protagonista, a la par que expone cómo se constituyeron y consolidaron los fundamentos de nuestro actual modelo de sociedad y de país. Una escritura incisiva sobre el ayer con la que disfrutar de una lectura reflexiva desde el hoy.

En 2004 viajé a Barcelona para conocer el Fórum de las Culturas. Uno de los recuerdos más intensos que tengo de aquellos días es el de la tarde que acabé escuchando a Felipe González. Se me ha olvidado el tema sobre el que versaba aquel encuentro, debate o conferencia, pero no la honda impresión que me produjo escuchar y ver a alguien que, además de saber sobre qué estaba hablando, lo transmitía con absoluta claridad. Resultaba tan convincente por la seguridad y tranquilidad de su expresión como por la argumentación y fundamentación de sus afirmaciones. Había experimentado en mis propias carnes lo que muchos otros españoles habían comprobado desde que este sevillano, abogado laboralista e hijo de un vaquero cántabro, se lanzó a la política a finales de la década de los 60.

Como para muchos de los que nacimos en los agitados 70, Felipe González ha sido una presencia continua en mi imaginario político. Primero, y cuando aun no era ni consciente de semejante concepto, como tema de conversación de mis mayores y de lo que veía en televisión y leía en portadas de periódicos. Posteriormente, como mención obligada a la hora de repasar la evolución y el estado actual de nuestra democracia, asunto al que me acerco continuamente con curiosidad por saber, deseo de comprender cómo y por qué y necesidad de vislumbrar qué futuro se puede construir a partir de ahí. Experiencia que parece afín a la que transmite Sergio del Molino y quizás por la que he conectado tan bien con su propuesta narrativa.

Una sucesión de fechas significativas de las que se sirve para aunar el contexto, el pensamiento de su personaje y los elementos que estaban en juego para relatarnos dónde estaba nuestro país -dictadura, transición y consolidación democrática-, el papel que Felipe desempeñó como político y como gobernante, como ideólogo y presidente del Gobierno desde 1982 hasta 1996, y las consecuencias prácticas que aquello tuvo y tiene en nuestro presente.

Sin necesidad de aclarar las fronteras entre lo documentado, lo escuchado y lo intuido, el también autor de La España vacía (2016) acierta al relatar cada día escogido con un estilo a caballo entre el reportaje periodístico y la crónica literaria. Aúna al rigor que ofrecen los datos, la dramaturgia con que expone -incluida la vivencia de encuentros propios, circunstanciales y premeditados, con su retratado- la individualidad de las emociones personales y lo colectivo de las atmósferas compartidas en cada situación.

Una aproximación cuyo valor está en el acierto del conjunto que conforman la cronología, las temáticas, los lugares y los personajes de las jornadas seleccionadas. Una edición que aúna lo nacional y lo internacional, lo económico y lo social, lo banal y lo trascendente, lo nimio y por ello representativo y lo grandilocuente y por eso olvidado en los anales. Un cuadro con el que tener una imagen quizás no perfecta y completa, pero sí cercana de su protagonista, de sus decisiones y acciones, de su influencia y papel en el devenir de aquello en lo que España se convirtió y sigue siendo y, por tanto, de lo que somos todos y cada uno de nosotros.

Un tal González, Sergio del Molino, 2022, Editorial Alfaguara.

10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

10 ensayos de 2022

Arte, periodismo de opinión y de guerra, análisis social desde un punto de vista tecnológico y político. Humanismo, historia y filosofía. Aproximaciones divulgativas y críticas. Visiones novedosas, reportajes apasionados y acercamientos interesantes. Títulos con los que conocer y profundizar, reflexionar y tomar conciencia de realidades y prismas quizás nunca antes contemplados.

“Otra historia del arte” de El Barroquista. Aproximación a la disciplina que combina la claridad de ideas con la explicación didáctica. Ensayo en el que su autor desmonta algunos de sus mitos a la par que da a conocer los principios por los que considera se ha de regir. Una propuesta de diálogo a partir del cambio de impresiones y de la suma de puntos de vista, sin intención alguna de asombrar o imponerse con su acervo académico.

“Arte (in)útil” de Daniel Gasol. Bajo el subtítulo “Sobre cómo el capitalismo desactiva la cultura”, este ensayo expone cómo el funcionamiento del triángulo que conforman instituciones, medios de comunicación y arte es contraproducente para nuestra sociedad. En lugar de estar al servicio de la expresión, la estética y el pensamiento crítico, la creación y la creatividad han sido canibalizadas por el mecanismo de la oferta y la demanda, el espectáculo mediático y la manipulación política.

«La desfachatez intelectual» de Ignacio Sánchez-Cuenca. Hay escritores y ensayistas a los que admiramos por su capacidad para imaginar ficciones e hilar pensamientos originales y diferentes que nos embaucan tanto por su habilidad en el manejo del lenguaje como por la originalidad de sus propuestas. Prestigio que, sin embargo, ensombrecen con sus análisis de la actualidad llenos de subjetividades, sin ánimo de debate y generalidades alejadas de cualquier exhaustividad analítica y validez científica.

“Amor América” de Maruja Torres. Desde Puerto Montt, en el sur de Chile, hasta Laredo en EE.UU., observando cómo queda México al otro lado del Río Grande. Diez semanas de un viaje que nació con intención de ser en tren, pero obligado por múltiples obstáculos a servirse también de métodos alternativos. Una combinación de reportaje periodístico y diario personal con el que su autora demuestra su saber hacer y autenticidad observando, analizando, recordando y relacionando.

“Guerras de ayer y de hoy” de Mikel Ayestaran y Ramón Lobo. Conversación entre dos periodistas dedicados a contar lo que sucede desde allí donde tiene lugar. Guerras, conflictos y entornos profesionales relatados de manera diferente, pero analizados, vividos y recordados de un modo semejante. Crítica, análisis e impresiones sobre los lugares y el tablero geopolítico en el que han trabajado, así como sobre su vocación.

“Privacidad es poder” de Carissa Véliz. Hemos asumido con tanta naturalidad la perpetua interconexión en la que vivimos que no nos damos cuenta de que esta tiene un coste, estar continuamente monitorizados y permitir que haya quien nos conozca de maneras que ni nosotros mismos somos capaces de concebir. Este ensayo nos cuenta la génesis del capitalismo de la vigilancia, el nivel que ha alcanzado y las posibles maneras de ponerle coto regulatorio, empresarial y social.

“Los rotos. Las costuras abiertas de la clase obrera” de Antonio Maestre. Ensayo que explica los frentes en los que se manifiesta actualmente la opresión del capitalismo sobre quienes trabajan bajo sus parámetros. Texto dirigido a quienes ya se sienten parte del proletariado, para que tomen conciencia de su situación, pero también a aquellos que no entienden por qué parte de sus miembros le han dado la espalda a sus circunstancias y abrazado opciones políticas contrarias a sus intereses.

“El infinito en un junco” de Irene Vallejo. Ensayo académico sobre el origen de la escritura y la consolidación de su soporte material, los libros. Confesión y testimonio personal sobre el papel que estos han desempeñado a lo largo de la vida de su autora. Y reflexión sobre cómo hemos conformado nuestra identidad cultural. La importancia y lo azaroso de los nombres, títulos y acontecimientos que están tras ella, y el poder de entendimiento, compresión y unión que generan.

«Historias de mujeres» de Rosa Montero. Dieciséis semblanzas que aúnan datos biográficos y análisis del contexto combinando el reportaje periodístico y el ensayo breve. Vidas, personalidades y acontecimientos narrados de manera literaria, con intención de hacer cercanas y comprensibles a quienes fueron ninguneadas o simplificadas. Una inteligente reivindicación del derecho a la igualdad sin caer en mitificaciones ni dogmas.

“El gobierno de las emociones” de Victoria Camps. Llevar una vida equilibrada exige una correcta combinación de razón y emoción. Formula diferente para cada persona según su nivel de autoconocimiento, el contexto y el propósito de cada momento. Aun así, tiene que haber un marco común que favorezca la comunicación personal y la convivencia social. Un contexto de conciencia y correcto ejercicio emocional que fomentar y mantener desde la educación, la justicia y la política.

“El gobierno de las emociones” de Victoria Camps

Llevar una vida equilibrada exige una correcta combinación de razón y emoción. Formula diferente para cada persona según su nivel de autoconocimiento, el contexto y el propósito de cada momento. Aun así, tiene que haber un marco común que favorezca la comunicación personal y la convivencia social. Un contexto de conciencia y correcto ejercicio emocional que fomentar y mantener desde la educación, la justicia y la política.

Victoria Camps, catedrática emérita de la Universidad de Barcelona y ex Consejera Permanente del Consejo de Estado, comienza su reflexión señalando uno de los males de nuestro tiempo, pasamos de un extremo a otro para cambiarlo todo, pero seguimos reproduciendo los mismos errores. Una vez hemos comprobado que la fijación por los números, la proliferación de procedimientos y la atomización de referentes que ha conllevado nuestra evolución social y política, pero sobre todo económica con la eclosión del neoliberalismo en la década de los 80 del siglo XX, no proporcionan los resultados que esperábamos, llevamos años reclamando que las emociones sean las protagonistas, ensalzando el valor de la escucha, la empatía y la necesidad de expresarnos con libertad.

Sin embargo, de la misma manera que antes se nos olvidaba cuánto influyen en nuestras motivaciones y actuaciones la singularidad de nuestra historia personal, los principios de nuestro carácter y los valores de nuestro pensamiento, ahora parecemos obviar la necesidad de unos marcos que sí, nos limitan, pero que también sirven para que seamos respetados por los demás, a la par que favorecen la creación y la existencia de un espacio de encuentro, intercambio y crecimiento común.

A lo largo de este título, Premio Nacional de Ensayo 2012, su autora se realiza preguntas y plantea hipótesis -según señala, ese es el deber y propósito de la filosofía- sobre el papel que desempeñan en nuestra percepción y comprensión del mundo -tanto del más cercano y concreto como del más general o abstracto- emociones como el miedo, la vergüenza, la confianza o la autoestima siguiendo lo que escribieron al respecto nombres como Platón, Aristóteles, Spinoza, Kant, Hume o Adam Smith. Su intención, llegar al fondo de cuestiones como la de cómo conjugar el bien individual y el progreso común, extraer una aportación positiva de las sensaciones desagradables o hacer coincidir el conocimiento de lo que está bien con una actuación consecuentemente justa.  

Un proceso al que no ayudan tendencias de tiempos recientes como la exaltación de la individualidad, el recurso a la farmacología y técnicas como el coaching, cuando de mar de fondo arrastramos un cambio de los paradigmas que sentíamos nos organizaban, guiaban y unían. Hemos dejado atrás o diluido la creencia en la religión, la práctica de los lazos familiares, el sentido de pertenencia a una nación y la esperanza que nos proporcionaba el estado de bienestar, y nos encontramos con que seguimos teniendo muchas incertidumbres y han surgido otras nuevas de las que desconocemos tanto su origen como su posible solución.

Tras ello, nuestro desconocimiento sobre las emociones y nuestra incapacidad para gestionarlas correctamente, para servirnos de ellas de una manera constructiva y no vernos atrapados o enfrentados por ellas. Algo que pasa por considerarlas tanto desde la dirección política de nuestros gobiernos como desde el funcionamiento administrativo de las administraciones públicas, así como empapar de las mismas a la misión y visión del sistema educativo y del judicial. Esto no ha de anular la razón, ni las leyes y estructuras que se basan en ella, sino que la hará más efectiva al revelarnos cuál es la situación que da pie a que la formulemos en la manera en que lo hacemos, y los objetivos -tanto racionales como emocionales- que nos proponemos.

Han pasado más de diez años desde la publicación de El gobierno de las emociones y lo que Victoria Camps expone en sus páginas sigue hoy tan vigente como entonces, lo que revela no solo la certeza de su diagnóstico, sino la necesidad de tomar conciencia de que necesitamos tomarnos mucho más en serio las emociones y la gestión, tanto colectiva como individual, que hacemos de las mismas.

El gobierno de las emociones, Victoria Camps, 2011, Herder Editorial.

“Antonio y Cleopatra” de William Shakespeare

Geopolítica, pasiones carnales y relaciones interesadas entre quienes gobiernan el mundo. Escenas simultáneas y ambientes diferentes a caballo entre la diplomacia y el unilateralismo, lo bélico como lucha entre egos, y la exaltación ampulosa y el refugio último de lo íntimo. Amplitud de registros en una disección de la motivación y la conducta humana desde la banalidad de la gloria y el hedonismo del placer hasta la expiación del sentimiento de culpa.

La definición que le damos al género literario de tragedia le debe mucho a William Shakespeare (1564-1616). En obras como Romeo y Julieta (1595), Hamlet (1601) u Otelo (1603) demostró su dominio de la estructura, el ritmo y los puntos de inflexión que exigen estas historias, como también ejemplifica Antonio y Cleopatra, para tenernos con el corazón y el alma en un puño. Primero nos sitúa en las coordenadas temporales y espaciales edulcorando nuestros sentidos y nos introduce a los protagonistas con unas pinceladas que dicen tanto de su personalidad como sobre la imagen que generan en los demás. Así, esta dramaturgia comienza describiendo a Antonio como un hombre fuerte e inteligente, militar estratega y político diligente, pero embaucado por una mujer que domina un arma ante la que es incapaz de revelarse, un triángulo conformado por seducción física, atracción sexual y capacidad intelectual.  

Los cinco actos de esta obra articulan varios conflictos en distintos planos. En uno más racional, el dominio que la República de Roma en el siglo I a.C. pretendía ejercer sobre los territorios que componían la geografía conocida y las luchas entre sus primeras figuras para determinar quién ostentaba dicho poder. Y en uno más emocional, el conflicto interno entre el deber de unas relaciones matrimoniales consideradas subsidiarias de las alianzas políticas y el impulso de entregarse físicamente a aquel a quien se desea sin atender a deberes formales ni obligaciones personales. Entre medias, un terreno en el que, a partir de lo ya conocido, esta no deja de ser una narración histórica, Shakespeare idea una trama sustentada en los tópicos de la lucha y las diferencias entre sexos, entre la motivación masculina y la intención femenina.

Una en la que, para que ambos sean igual de protagonistas -a pesar de su título, la acción pivota, fundamentalmente, en torno a Marco Antonio -, compensa el peso político de él con la influencia que sobre su devenir y reputación tienen las propuestas, decisiones y expresiones de ella. Un comportamiento no siempre transparente y articulado, en buena medida, en base a insinuaciones y provocaciones, hasta engaños y manipulaciones. Complementado, a su vez, con reflexiones sobre el honor y el orgullo, las esencias y el propósito del liderazgo, y la posibilidad de sentirse ganador a pesar de haber sido derrotado o de traicionarse a uno mismo en la victoria.

Todo ello en el marco de unas unas coordenadas ampulosas que, tal y como son expuestas en el texto, exigirían para ser fiel a sus acotaciones un montaje con un gran despliegue técnico y artístico. Palacios y banquetes dionisiacos en Egipto, batallas navales y tránsitos fluviales en embarcaciones lujosas, espacios marmóreos en Roma, vestimentas y adornos de los más brillantes materiales, así como entradas y salidas de escena de múltiples personajes que, a buen seguro, resultan atractivos a pocos productores.

Antonio y Cleopatra, William Shakespeare, 1606, Austral Ediciones.

“Salvar al Rey”, ¿a qué rey?

Televisiones, radios y periódicos nos abruman desde hace días con el protocolo de cuanto está ocurriendo en el Reino Unido desde que falleció Isabel II, la meticulosidad del viaje que acabará con su entierro y los primeros actos públicos de Carlos III como nuevo monarca inglés. Mientras tanto, aquí HBO estrena un documental que certifica los muchos rumores que durante demasiado tiempo hemos escuchado sobre nuestro emérito. Dos ejercicios de imagen completamente diferentes, pero con fines similares.

Tradición y símbolo, historia y legado, futuro y emblema. Son algunos de los muchos términos que estos días repiten hasta la saciedad periodistas y corresponsales in situ, tertulianos sabelotodo y académicos y diplomáticos que, a priori, se atienen a los datos y al conocimiento basado en la experiencia en primera persona. Pero la impresión es que escuchamos una y otra vez lo mismo. Un continuo parafraseo de comunicados oficiales, variaciones de dimes y diretes, lectura tal cual de las publicaciones en redes sociales de toda clase de instituciones y falsos análisis de las portadas y titulares de apertura de los informativos más representativos de aquellos países que, por motivos diversos, tenemos como referentes.  

La tónica es una retórica de frases hechas y lugares comunes, que no niega las sombras, pero que pone el foco sobre las luces con exceso, provocando que lo que se pretendía amable, respetuoso y cercano, resulte frío, apático y artificioso. Consigue todo lo contrario a lo que sus promotores e interesados buscan y desean, que no nos lo creamos y las arrinconadas sombras se hagan protagonistas por sí solas. De eso saben mucho en el Reino Unido. Pero no solo allí. También sabemos aquí, en España.

Durante años hemos escuchado insistentes rumores sobre cuestiones afectivas, sexuales, pecuniarias, políticas, o sencillamente caprichosas, sobre el titular de la Casa Real que, desde esta misma, así como desde diversas administraciones y partidos políticos intentaban acallar con discursos elaborados, minutos de aplausos y homenajes en serie a quien, según el artículo 56 de nuestra Constitución, “es inviolable y no está sujeto a responsabilidad”. O erraron en la estrategia o no la ejecutaron correctamente ya que esta siempre transmitió improvisación y auto justificación. No bastó la sobreactuada negación inicial ni el dramático silencio posterior.

Por eso pasamos a la fase en la que ahora estamos, la de la ponerle palabras. Primero fueron declaraciones por escrito con tintes de haber sido redactadas por abogados. Mínimas, asertivas y, aunque viciadas de eufemismos y circunloquios, precisas. Ahora, con las hemerotecas repletas de entrevistas, artículos, reportajes y portadas con datos, hechos y supuestos, publicados por cabeceras a las que suponemos solo involucradas en asuntos contrastados, parece que ha llegado el momento de reconocer abiertamente, no solo cada una de esas anécdotas, sucesos o episodios, sino el trasfondo que transmite el conjunto de todos ellos.

Eso es lo que hacen los tres episodios de Salvar al rey. Dan contexto político y social, familiar y personal, explican lo sucedido poniendo en negro sobre blanco la figura de Juan Carlos I en relación con comisiones económicas, matrimonio solo ante la opinión pública, vida privada licenciosa, tráfico de influencias y escasa atención al sentido del deber, la legalidad y lealtad al sistema democrático que se le presupone a alguien con la responsabilidad que él tenía. Algo que queda refutado cuando resultan coherentes las pruebas mostradas con la reputación de quienes narran, opinan y valoran al respecto. Y aunque no todos ellos gozan de la confianza que sería deseable para aparecer en una producción así, queda claro que quien nos reinó acabó siendo un serio problema para la continuidad del sistema que durante mucho tiempo le ayudó en sus andanzas, excusó sus renuncios y sostuvo sus caprichos.

Se desvelan realidades que no conocíamos -como las promovidas por unos pocos que le plantaron cara- y se sentencia el asunto diciendo que es demasiado tarde para reparar o restituir su imagen. Entonces, ¿por qué emite HBO esta serie documental? ¿Por qué dan la cara en ella personajes con tanta solera entre nosotros? Porque el objetivo no es periodístico o histórico, no es revelar lo que fue como nunca nos lo habían dicho. El propósito de quienes están tras estos ciento cincuenta minutos es separar la persona de Juan Carlos I de la institución de la monarquía y, certificar, con los pasos dados por Felipe VI desde que su padre abdicara, que estamos en una nueva etapa donde la norma es la ejemplaridad, el compromiso y la coherencia.

Carlos III está realizando estos días un ejercicio de imagen que incluye lo oficial y lo supuestamente improvisado, su efigie en silencio y su voz enunciando los valores en los que cree y la visión a la que aspira. Su fin es limar las asperezas de quienes dudan de él, atraer la atención de aquellos a los que resulta indiferente y renovar la confianza de los que creen en su persona y en su preparación para desempeñar el papel para el que nació. De la misma manera, nuestro monarca realiza cada día movimientos con los que nos dice que es responsable, serio y profesional. Pero como aún hay riesgo de que su progenitor afecte negativamente a la institución, es lógico que pensemos que tras el pasado que nos cuenta Salvar el Rey, su intención sea salvar el futuro del Borbón actual. Habrá que estar atentos a ver cuáles son las siguientes materializaciones de esta campaña de relaciones públicas y de marca, tanto institucional como personal.

Solteros en la ciudad y atacados una vez más

Netflix estrena “Desparejado”, serie que nos cuenta la vuelta al mundo de la búsqueda de pareja de un hombre al que le ha dejado su novio tras diecisiete años juntos. Ocho capítulos livianos y llenos de clichés, que nos hacen pensar no solo sobre lo que nos gustaría ver en la ficción, sino también en los espacios informativos en estos días en que se pretende vincular nuevamente homosexualidad, enfermedad y problema de salud pública.

Es habitual ver en redes sociales un meme con el texto Give the gays what they want cada vez que un programa de cierta audiencia o personaje público adopta un rol en pro de todo aquello que se supone del agrado de los hombres homosexuales como es el activismo sin tapujos, un despliegue de ademanes catalogables como divismo o la exaltación del hedonismo. Ese es el espíritu de Uncoupled, la serie que se puede ver en Netflix desde el pasado viernes protagonizada por Neil Patrick Harris.

Ficción apropiada para estas fechas, la ligereza de sus guiones es tolerable por encima de los treinta y muchos grados que marcan a diario los termómetros desde hace semanas. Los que no podéis o no os apetece verla, tranquilos, no os perdéis nada. Su planteamiento y desarrollo no llega, ni de lejos, a sucedáneo gay de Sexo en Nueva York. Su decálogo de restaurantes de moda, interiores de lujo y cuerpos masculinos escultóricos bien podría estar tomado de una aleatoria combinación de reels de Instagram. Su sucesión de anécdotas, sarcasmos y giros narrativos suenan a escuchados y fantaseados, reproducidos realísticamente o mal interpretados en un intento de personajismo, una y mil veces, por todos nosotros. Me refiero a ti que eres homosexual o bisexual, si no lo eres, disculpa, no quería ofenderte.  

Está bien que veamos entretenimiento y fantasía con personajes LGTBI, lo que le vale a Netflix para se considerada una empresa LGTBI friendly. Ya es más de lo que teníamos hace un par de décadas. Podemos debatir si está bien que se haga de una manera tan superficial. Pero en lo que no debemos errar es en creer que con esto nos vale, o de culparle, por su falta de realismo y activismo, de lo que ocurre en nuestras calles, lo que se discute en nuestros parlamentos y se difunde a través de muchos medios de comunicación.

Buena parte del espectro político grita contra la educación en la igualdad de género. Referentes a los que creíamos con criterio aúllan alentando a la discriminación en base a la identidad de género. Y ahora, para colmo, instituciones a las que presuponíamos adalides de la objetividad científica y la sensatez, en pro de la convivencia humana, se erigen como promulgadoras de juicios superficiales con los que exhortan a la estigmatización.  

Es el caso de la Organización Mundial de la Salud y su recomendación, días atrás, de reducir el sexo entre hombres como medio con el que evitar la extensión del virus de la varicela del mono. La historia se repite y los prejuicios continúan. Hace cuatro décadas el VIH fue rápidamente considerado una cuestión exclusivamente gay, lo que sirvió no solo para dedicarle escasos recursos a los primeros enfermos que padecieron el sida, sino para culpabilizar, demonizar y despreciar a las personas homosexuales. Ignorancia, injusticia y maldad que aumentaban el daño y el dolor que, ya de por sí, nuestra sociedad ha infligido siempre a quien no se ha manifestado expresamente heterosexual. El tiempo demostró no solo el error en el diagnóstico de la pandemia, sino el horror extra que se había añadido a la tortura física y psicológica que sufren muchas personas cada día en todo el mundo por su orientación sexual.  

La barbarie actual está en que la viruela del mono ni siquiera es considerada una enfermedad de transmisión sexual, lleva décadas existiendo en África y ahora que da el salto al primer mundo, sobreactuamos porque los primeros focos conocidos se han dado en ambientes festivos frecuentados por un público homosexual. Señores y señoras, esto huele a no reconocer el espíritu colonialista con el que miramos los asuntos sociales que tienen que ver con aquellos países que no nos importan. A buscar un culpable ante la incapacidad de admitir no ya que la naturaleza está por encima del hombre, sino que estamos actuando deliberadamente en contra de ella con un fin estrictamente avaricioso. A poner de relieve que, a pesar de las legislaciones, políticas y códigos aprobados y difundidos por doquier contra la LGTBIfobia, se quiere seguir estableciendo clases, culpas y penas para diferenciar y separar a unos de otros con el fin de ejercer poder, dominio y sumisión. 

A lo mejor son asuntos demasiado serios como para tener cabida en la banalidad de Desparejado. O han saltado a la luz demasiado tarde como para intervenir sobre una producción audiovisual que seguramente quedó perfectamente editada meses atrás. Veámosla si nos apetece, sin esperar de ella más de lo que promete ni exigirle lo que no le corresponde. En lo que, a esto respecta, sigamos sin dejar pasar ni una, practicando el activismo que nuestras coordenadas personales nos permitan y exigiendo a los representantes políticos en los que confiamos y a los legislativos que nos representan -a nivel local, regional, nacional y europeo, y por designación de estos o del poder ejecutivo, en muchas instituciones supranacionales-, que nos respeten, defiendan y protejan tanto con sus palabras y propuestas, como con sus votaciones y manifestaciones públicas.