La estructura es perfecta pero su contenido es mero relleno. Una novela bien pensada sobre la hecatombe del sueño americano, completada después sin más, dando como resultado un producto de lectura fácil. Una biografía familiar apenas entretenida y nada verosímil por la planitud de sus personajes y la cuadratura del círculo de los acontecimientos que viven.
Intriga por saber qué ha pasado. Ese es el juego que Dicker practica en todo momento con su lector en este título que comienza con un hombre que nos cuenta que va a ver a su primo el día antes de que éste ingrese en prisión. Las siguientes líneas son para transcribir la llamada de su tío pidiéndole que vuelva inmediatamente a Baltimore. A continuación casi 500 páginas que nos cuentan tanto el relato del conjunto de una familia como la individual de cada uno de sus miembros.
Aparentemente, porque la realidad es que no es así. Cada uno de ellos es esbozado únicamente para ejercer el papel que el escritor les ha dado en el planteamiento de su historia. Imagino un cuaderno lleno de apuntes en el que se desarrollan, relacionan, cruzan y convergen una serie de tramas para después separarlas y explicarnos que lo que parecía transparente no lo era, que la luz tenía sus sombras y que lo que al principio nos hizo sonreír después nos llevaría a fruncir el ceño en señal de sorpresa, pesadumbre y hasta congoja dramática.
Si los hechos hubieran sido presentados de otra manera nos lo podríamos haber creído, pero que quien nos lo descubra sea uno de los Goldman, aunque solo vea a sus tíos y primos durante las vacaciones, no. Más aún cuando la intriga argumental involucra también a los abuelos comunes y a los padres de Marcus, nuestro narrador en primera persona, el mismo superventas que nos guio por La verdad sobre el caso Harry Quebert y con el que Dicker travesea, otra vez, haciendo de él un punto medio entre meta autor y alter ego.
Los capítulos se suceden sin especial interés, con una narración lineal, en el que el lenguaje es utilizado únicamente para transmitir los datos a conocer y los diálogos resultan tan poco creíbles como los de un telefilm de sobremesa. Algo a lo que colabora el catálogo de acontecimientos que se suman –bullying, violencia doméstica, dopaje, delitos contables,…- para mantener una tensión que nunca se termina de resolver por el juego de idas y venidas entre los años 90 y el hoy en el que mueve El libro de los Baltimore.
Entonces, ¿qué hace que a pesar de ello continúes la lectura? Las trampas de Joël Dicker. Cada cierto número de páginas nos dice que más adelante nos explicará qué ha pasado, qué hizo que ese personaje ya no sea quien era, que no volvamos a aquel lugar que nos cautivó o que aquello llegara a su fin. Pero cuando llega el momento de descubrir la verdad, ésta está tan poco sustentada que no queda otra que creérnoslo únicamente porque él lo dice, porque bueno, vale, de acuerdo, porque esto es una ficción que ha escrito él. Y ya. Punto final.
El libro de los Baltimore, Joël Dicker, 2016, Editorial Alfaguara.