Archivo de la etiqueta: David Mamet

“Los tres usos del cuchillo” de David Mamet

“Sobre la naturaleza y la función del drama” disecciona las claves por las que conectamos con el teatro y porqué la dramaturgia es una de las mejores construcciones artísticas a las que puede llegar el hombre. Didáctico y claro en su exposición, con símiles que permiten una fácil compresión de sus ideas y con los que reflexiona sobre su relación con otros ámbitos de nuestra vida como la política o la religión.

La Lupe tenía razón, “lo tuyo es puro teatro”. Así comienza David Mamet, exponiendo cómo nuestra manera de expresar, narrar y manifestar lo cotidiano está teñida de lo dramatúrgico a la hora de contextualizar lo que nos sucede, caracterizar a las personas con las que interactuamos o dar un sentido trascendental a nuestros pensamientos y reflexiones. De esta manera le imprimimos a nuestro relato verbal un sello emocional con el que generamos una atmósfera en la que pretendemos implicar a nuestros interlocutores, ya sea provocando su empatía y comprensión, ya motivando su rechazo y distanciamiento.

Marcos similares a los de las historias que vemos representadas sobre un escenario o proyectadas en una pantalla y que nos llegan e impactan por la manera en que sus protagonistas, los héroes de sus dramas y tragedias, combinan lo ambicioso y trascendental de lo macro con lo cercano y tangible de lo micro. La concreción de la misión que cumplir con la abstracción del objetivo que se alcanzará con su consecución. Dimensiones que, según Mamet, conjugan con gran ambigüedad y acierto los líderes políticos, enarbolando horizontes difíciles de concretar y prometiendo materializaciones igualmente paradójicas de materializar. Grandilocuencias que ocultan miedos, debilidades y fracasos de nuestros diferentes modelos de sociedad por nuestra incapacidad de escucha y aceptación de límites.

Relación entre la ficción y la realidad que entrelaza con la estructura en tres actos que tienen casi todos los textos teatrales. Presentación, nudo y desenlace en los que plantear nuestra identificación con el protagonista singular o plural, el conflicto que le generan quienes manipulan las circunstancias y la búsqueda a ciegas y desesperada de los medios con los que conseguir su resolución. Trayecto que nos engancha y apasiona porque nos ofrece posibilidades que no tenemos en este lado. Aquí no podemos acabar con los villanos ni intervenir de manera directa para hacer del mundo un lugar mejor. Lo cual no quiere decir que lo escrito o interpretado sea falso, siempre y cuando esté fundamentado en el impulso, la necesidad y el deseo de solventar lo que nos inquieta, motiva, ilusiona y mueve.

Por eso mismo el autor de American Buffalo (1975), Glengarry Glen Ross (1984), Speed-the-Plow (1988) o El viejo barrio (1997) advierte que la bonanza y el exceso de oferta no es bueno para la creatividad de los artistas ni para el espíritu crítico de los espectadores. La expresividad ha de nacer de la necesidad interior de contar y transmitir algo, la observación de la búsqueda de ser llevado a mundos ajenos, pero en los que sintamos que podemos ser nosotros mismos.

Resulta curiosa la crítica, en 1998, de David Mamet sobre el exceso de canales de televisión y cómo esto estaba convirtiendo lo que antes era arte en mero entretenimiento, y a los escritores en reproductores en serie de historias concebidas única y exclusivamente para completar minutos de emisión susceptibles de atraer suscriptores e inversiones publicitarias. Una visión certera a tenor de lo que hemos vivido desde entonces con la eclosión del streaming y la explosión de las redes sociales.

Los tres usos del cuchillo, David Mamet, 1998, Editorial Alba.

10 textos teatrales de 2022

Títulos como estos son los que dan rotundidad al axioma «Dame teatro que me da la vida». Lugares, situaciones y personajes con los que disfrutar literariamente y adentrarse en las entrañas de la conducta humana, interrogar el sentido de nuestras acciones y constatar que las sombras ocultan tanto como muestran las luces.

“La noche de la iguana” de Tennessee Williams. La intensidad de los personajes y tramas del genio del teatro norteamericano del s. XX llega en esta ocasión a un cenit difícilmente superable, en el límite entre la cordura y el abismo psicológico. Una bomba de relojería intencionadamente endiablada y retorcida en la que junto al dolor por no tener mayor propósito vital que el de sobrevivir hay también espacio para la crítica contra la hipocresía religiosa y sexual de su país.

“Agua a cucharadas” de Quiara Alegría Hudes. El sueño americano es mentira, para algunos incluso torna en pesadilla. La individualidad de la sociedad norteamericana encarcela a muchas personas dentro de sí mismas y su materialismo condena a aquellos que nacen en entornos de pobreza a una falta perpetua de posibilidades. Una realidad que nos resistimos a reconocer y que la buena estructura de este texto y sus claros diálogos demuestran cómo afecta a colectivos como los de los jóvenes veteranos de guerra, los inmigrantes y los drogodependientes.

“Camaleón blanco” de Christopher Hampton. Auto ficción de un hijo de padres británicos residentes en Alejandría en el período que va desde la revolución egipcia de 1952 hasta la crisis del Canal de Suez en 1956. Memorias en las que lo personal y lo familiar están intrínsicamente unidos con lo social y lo geopolítico. Texto que desarrolla la manera en que un niño comienza a entender cómo funciona su mundo más cercano, así como los elementos externos que lo influyen y condicionan.

«Los comuneros» de Ana Diosdado. La Historia no son solo los nombres, fechas y lugares que circunscriben los hechos que recordamos, sino también los principios y fines que defendían unos y otros, los dilemas que se plantearon. Cuestión aparte es dónde quedaban valores como la verdad, la justicia y la libertad. Ahí es donde entra esta obra con un despliegue maestro de escenas, personajes y parlamentos en una inteligente recreación de acontecimientos reales ocurridos cinco siglos atrás.

«El cuidador» de Harold Pinter. Extraño triángulo sin presentaciones, sin pasado, con un presente lleno de suposiciones y un futuro que pondrá en duda cuanto se haya asumido anteriormente. Identidades, relaciones e intenciones por concretar. Una falta de referentes que tan pronto nos desconcierta como nos hace agarrarnos a un clavo ardiendo. Una muestra de la capacidad de su autor para generar atmósferas psicológicas con un preciso manejo del lenguaje y de la expresión oral.

“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Bajo el subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España”, la última dramaturgia del granadino presenta una coralidad segada por el costumbrismo anclado en la tradición social y la imposición de la religión. La intensidad de sus diálogos y situaciones plasma, gracias a sus contrastes argumentales y a su traslación del pálpito de la naturaleza, el conflicto entre el autoritarismo y la vitalidad del deseo.

“Speed-the-plow” de David Mamet. Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

“Master Class” de Terrence McNally. Síntesis de la biografía y la personalidad de María Callas, así como de los elementos que hacen que una cantante de ópera sea mucho más que una intérprete. Diálogos, monólogos y soliloquios. Narraciones y actuaciones musicales. Ligerezas y reflexiones. Intentos de humor y excesos en un texto que se mueve entre lo sencillo y lo profundo conformando un retrato perfecto.

“La lengua en pedazos” de Juan Mayorga. La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad. La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

“Speed-the-plow” de David Mamet

Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

Cuando David Mamet escribió en 1988 Speed-the-plow, algo así como “acelera el arado”, ya era un autor teatral un y guionista cinematográfico reconocido y es de suponer que bregado en los avatares que determinan en los despachos qué se produce, con qué recursos y quiénes lo protagonizarán.

De ahí surge el triángulo conformado por Bobby, Charlie y Karen. Bobby Gould es el nuevo jefe de producción de un gran estudio, él decide qué proyectos son susceptibles de ser financiados, y hasta puede elegir uno por sí mismo. Charlie Fox no solo es una de las personas de su equipo, encargado de relacionarse con guionistas, actores y representantes para ver qué es posible, sino que también es un amigo fiel que ha estado a su lado a lo largo de los años. Por su parte, Karen es una joven e inexperta profesional en su primer día como asistente temporal de Bobby, así como objeto de las chanzas entre este y su colega sobre hasta dónde pueden llegar con ella.

Una trama de 24 horas que comienza de manera anodina, envuelta en la lectura por compromiso de un libro con intenciones humanistas y cuyo autor espera que sea adaptado a la gran pantalla, pero que se ve completamente alterada por el anuncio de un actor taquillero dispuesto a protagonizar el blockbuster que llevaría al estrellato a Bobby y a Charlie. A partir de ahí la velocidad por materializar esta posibilidad, la excitación por las recompensas que conllevaría lograrlo, los imprevistos que surgen y la ambición y vanidad por sentirse no solo triunfador, sino también ganador, generan un ritmo frenético a la par que una atmósfera de exceso de la que es imposible no sentirse parte.    

Mamet debe opinar que todos tenemos un precio que nos haga cambiar de opinión o de bando. Y basta que alguien le dijera que no, que tiene claros sus límites y que hay lealtades que no piensa traicionar nunca, para que ideara esta tormenta perfecta con que demostrarle que la integridad es una virtud cuya puesta a prueba resistirían muy pocos. Su inteligencia no está solo en la sencillez, los exabruptos y la combinación entre frases directas y circunloquios de sus diálogos, sino sobre todo en sus personajes. Personalidades y comportamientos trazados con finura para permitir multitud de planteamientos, sin alterar el devenir de su propuesta, a la hora de materializarlos sobre un escenario.

La primera lectura de Speed-the-plow provoca una visualización agresiva, de enfrentamiento y combate. Pero su reposo sugiere una más meditada en la que dar la oportunidad a cada personaje de enfrentarse, no solo con los demás, sino consigo mismo en un registro más abierto que contemple la vulnerabilidad de sus miedos, recelos e inseguridades. Una manera de conseguir no solo entretener a sus lectores y a sus espectadores en un patio de butacas, sino de engancharles a través de los mecanismos de identificación y proyección en que se basa la magia de la literatura, especialmente la dramática.

Quizás sea este el motivo por el que Speed-the-plow ha sido representada en innumerables ocasiones desde que fuera estrenada el 3 de mayo de 1988 en Broadway en un montaje protagonizado por Joe Mantegna, Ron Silver y Madonna, por el que el primero recibió un Premio Tony. En España fue interpretada en catalán por Lluís Homar, Andreu Benito y Mia Esteve, bajo la dirección de Ferrán Madico, en el marco del Festival Grec de Barcelona en el año 2000, y no ha vuelto a ser llevada a los escenarios desde 2015. Productores españoles, quizás es el momento de recuperar este texto y de hacernos disfrutar con él.

Speed-the-plow, David Mamet, 1988, Grove Atlantic.  

10 textos teatrales de 2021

Obras que ojalá vea representadas algún día. Otras que en el escenario me resultaron tan fuertes y sólidas como el papel. Títulos que saltaron al cine y adaptaciones de novelas. Personajes apasionantes y seductores, también tiernos en su pobreza y miseria. Fábulas sobre el poder político e imágenes del momento sociológico en que fueron escritas.

«The inheritance» de Matthew Lopez. Obra maestra por la sabia construcción de la personalidad y la biografía de sus personajes, el desarrollo de sus tramas, los asuntos morales y políticos que trata y su entronque de ficción y realidad. Una complejidad expuesta con una claridad de ideas que hace grande su escritura, su discurso y su objetivo de remover corazones y conciencias. Una experiencia que honra a los que nos precedieron en la lucha por los derechos del colectivo LGTB y que reflexiona sobre el hoy de nuestra sociedad.

«Angels in America» de Tony Kushner. Los 80 fueron años de una tormenta perfecta en lo social con el surgimiento y expansión del virus del VIH y la pandemia del SIDA, la acentuación de las desigualdades del estilo de vida americano impulsadas por el liberalismo de Ronald Reagan y las fisuras de un mundo comunista que se venía abajo. Marco que presiona, oprime y dificulta –a través de la homofobia, la religión y la corrupción política- las vidas y las relaciones entre los personajes neoyorquinos de esta obra maestra.

“La taberna fantástica” de Alfonso Sastre. Tardaría casi veinte años en representarse, pero cuando este texto fue llevado a escena su autor fue reconocido con el Premio Nacional de Teatro en 1986. Una estancia de apenas unas horas en un tugurio de los suburbios de la capital en la que con un soberbio uso del lenguaje más informal y popular nos muestra las coordenadas de los arrinconados en los márgenes del sistema.

«La estanquera de Vallecas» de José Luis Alonso de Santos. Un texto que resiste el paso del tiempo y perfecto para conocer a una parte de la sociedad española de los primeros años 80 del siglo pasado. Sin olvidar el drama con el que se inicia, rápidamente se convierte en una divertida comedia gracias a la claridad con que sus cinco personajes se muestran a través de sus diálogos y acciones, así como por los contrastes entre ellos. Un sainete para todos los públicos que navega entre la tragedia y nuestra tendencia nacional al esperpento.

«Juicio a una zorra» de Miguel del Arco. Su belleza fue el salvoconducto con el que Helena de Troya contó para sobrevivir en un entorno hostil, pero también la condena que hizo de ella un símbolo de lo que supone ser mujer en un mundo machista como ha sido siempre el de la cultura occidental. Un texto actual que actualiza el drama clásico convirtiéndolo en un monólogo dotado de una fuerza que va más allá de su perfecta forma literaria.

«Un hombre con suerte» de Arthur Miller. Una fábula en la que el santo Job es convertido en un joven del interior norteamericano al que le persigue su buena estrella. Siempre recompensado sin haber logrado ningún objetivo previo ni realizado hazaña audaz alguna, lo que despierta su sospecha y ansiedad sobre cuál será el precio a pagar. Una interrogación sobre la moral y los valores del sueño americano en tres actos con una estructura sencilla, pero con un buen desarrollo de tramas y un ritmo creciente generando una sólida y sostenida tensión.

“Las amistades peligrosas” de Christopher Hampton. Novela epistolar convertida en un excelente texto teatral lleno de intriga, pasión y deseo mezclado con una soberbia difícil de superar. Tramas sencillas pero llenas de fuerza y tensión por la seductora expresión y actitud de sus personajes. Arquetipos muy bien construidos y enmarcados en su contexto, pero con una violencia psicológica y falta de moral que trasciende al tiempo en que viven.

“El Rey Lear” de William Shakespeare. Tragedia intensa en la que la vida y la muerte, la lealtad y la traición, el rencor y el perdón van de la mano. Con un ritmo frenético y sin clemencia con sus personajes ni sus lectores, en la que nadie está seguro a pesar de sus poderes, honores o virtudes. No hay recoveco del alma humana en que su autor no entre para mostrar cuán contradictorias y complementarias son a la par la razón y la emoción, los deberes y los derechos naturales y adquiridos.

“Glengarry Glen Ross” de David Mamet. El mundo de los comerciales como si fuera el foso de un coliseo en el que cada uno de ellos ha de luchar por conseguir clientes y no basta con facturar, sino que hay que ganar más que los demás y que uno mismo el día anterior. Coordenadas desbordadas por la testosterona que sudan todos los personajes y unos diálogos que les definen mucho más de lo que ellos serían capaces de decir sobre sí mismos.

«La señorita Julia» de August Strindberg. Sin filtros ni pudor, sin eufemismos ni decoro alguno. Así es como se exponen a lo largo de una noche las diferencias entre clases, así como entre hombres y mujeres, en esta conversación entre la hija de un conde y uno de los criados que trabajan en su casa. Diálogos directos, en los que se exponen los argumentos con un absoluto realismo, se da cabida al determinismo y su autor deja claro que el pietismo religioso no va con él.

“Glengarry Glen Ross” de David Mamet

El mundo de los comerciales como si fuera el foso de un coliseo en el que cada uno de ellos ha de luchar por conseguir clientes y no basta con facturar, sino que hay que ganar más que los demás y que uno mismo el día anterior. Coordenadas desbordadas por la testosterona que sudan todos los personajes y unos diálogos que les definen mucho más de lo que ellos serían capaces de decir sobre sí mismos.

Transmitimos mucho más comunicándonos sin elaborar nuestro discurso que intentando ejercer la retórica. Resultan más expresivas las interjecciones, los vocativos y los coloquialismos que las frases bien estructuradas pero pronunciadas sin alma. Eso es lo que hace que Glengarry Glen Ross funcione como un tiro de principio a fin. Todo en ella es tan primario y espontáneo que parece más una serie de transcripciones de situaciones reales que el resultado de una ficción meditada, elaborada y precisada por su autor.

Como si David Mamet se hubiera propuesto trasladarnos a la esencia, al interior de la competitividad laboral y comercial en lugar de a una recreación que disfrutar desde una prudente y cómoda distancia. No trata de que nos identifiquemos con alguno de sus personajes, sino que nos veamos envueltos, aturdidos y mareados por una atmósfera plagada de frases entrecortadas, insultos y faltas de respeto, invasiones del terreno, categorizaciones y enjuiciamientos irrespetuosos del comportamiento del otro en la que, sin embargo, ellos se mueven como pez en el agua.

Varias mesas de un restaurante chino en las tres escenas del primer acto, y una oficina patas arriba en el segundo, convertidas en espacios agobiantes. Una batalla psicológica en la que, sea como resultado de las agresiones sea del desgaste que conlleva el estado de alerta, el sufrimiento es continuo. Sobrevivir solo pasa por destruir al contrario. Acabar con sus principios y su buena fe, si hace falta, si es un cliente. Con su autoestima y su dignidad, sin dudarlo lo más mínimo, si es un compañero de trabajo.

La competición por el dinero es una ruleta rusa. Las cifras se mueven de un sitio a otro, pero las reglas no son fijas, y el que no sea capaz de hacerse con él no solo sale de la empresa sino que corre el riesgo de quedar fuera de la sociedad, sin posibilidad de costearse una vivienda o de pagarle los estudios a sus hijos. Teniendo en cuenta esto, ¿a qué responde tanta visceralidad? ¿Es pura agresividad? ¿O es en defensa propia? Los protagonistas de esta función, ¿son animales dispuestos a darlo todo por la victoria o son marionetas del capitalismo más despiadado?

Mamet es un genio en el uso del elemento del elemento nuclear del lenguaje teatral, la palabra. He ahí su anterior American Buffalo (1975) o su posterior Oleanna (1992). Les extrae todo su potencial enunciativo y expresivo, y construye a partir de su unión y contraste atmósferas y personalidades que conjuga en situaciones que medran entre lo anodino de lo cotidiano y una mirada con valor absoluto sobre la naturaleza humana. Aquella en la que se dejan a un lado los filtros de la corrección política, la vergüenza pudorosa y el miedo a la reacción ajena y se muestran los hechos y los comportamientos tal cual son. Normal que David Mamet ganara el Premio Pulitzer de Teatro en 1984 con esta obra.

Glengarry Glen Ross, David Mamet, 1982, Grove Atlantic.

23 de abril, un año de lecturas

365 días después estamos de nuevo en el día del libro, homenajeando a este bendito invento y soporte con el que nos evadimos, conocemos y reflexionamos. Hoy recordamos los títulos que nos marcaron, listamos mentalmente los que tenemos ganas de leer y repasamos los que hemos hecho nuestros en los últimos meses. Estos fueron los míos.

Concluí el 23 de abril de 2020 con unas páginas de la última novela de Patricia Highsmith, Small g: un idilio de verano. No he estado nunca en Zúrich, pero desde entonces imagino que es una ciudad tan correcta y formal en su escaparatismo, como anodina, bizarra y peculiar a partes iguales tras las puertas cerradas de muchos de sus hogares. Le siguió mi tercer Harold Pinter, The Homecoming. Nada como una reunión familiar para que un dramaturgo buceé en lo más visceral y violento del ser humano. Volví a Haruki Murakami con De qué hablo cuando hablo de correr, ensayo que satisfizo mi curiosidad sobre cómo combina el japonés sus hábitos personales con la disciplina del proceso creativo.  

Amin Maalouf me dio a conocer su visión sobre cómo se ha configurado la globalidad en la que vivimos, así como el potencial que tenemos y aquello que debemos corregir a nivel político y social en El naufragio de las civilizaciones. Después llegaron dos de las primeras obras de Arthur Miller, The Golden Years y The Man Who Had All The Luck, escritas a principios de la década de 1940. En la primera utilizaba la conquista española del imperio azteca como analogía de lo que estaba haciendo el régimen nazi en Europa, en un momento en que este resultaba atractivo para muchos norteamericanos. La segunda versaba sobre un asunto más moral, ¿hasta dónde somos responsables de nuestra buena o mala suerte?

Le conocía ya como fotógrafo, y con Mis padres indagué en la neurótica vida de Hervé Guibert. Con Asalto a Oz, la antología de relatos de la nueva narrativa queer editada por Dos Bigotes, disfruté nuevamente con Gema Nieto, Pablo Herrán de Viu y Óscar Espírita. Cambié de tercio totalmente con Cultura, culturas y Constitución, un ensayo de Jesús Prieto de Pedro con el que comprendí un poco más qué papel ocupa ésta en la cúspide de nuestro ordenamiento jurídico. The Milk Train Doesn´t Stop Here Anymore fue mi dosis anual de Tennessee Williams. No está entre sus grandes textos, pero se agradece que intentara seguir innovando tras sus genialidades anteriores.

Helen Oyeyemi llegó con buenas referencias, pero El señor Fox me resultó tedioso. Afortunadamente Federico García Lorca hizo que cambiara de humor con Doña Rosita la soltera. Con La madre de Frankenstein, al igual que con los anteriores Episodios de una guerra interminable, caí rendido a los pies de Almudena Grandes. Que antes que buen cineasta, Woody Allen es buen escritor, me quedó claro con su autobiografía, A propósito de nada. Bendita tú eres, la primera novela de Carlos Barea, fue una agradable sorpresa, esperando su segunda. Y de la maestra y laboriosa mano teatral de George Bernard Shaw ahondé en la vida, pensamiento y juicio de Santa Juana (de Arco).

Una palabra tuya me hizo fiel a Elvira Lindo. Más vale tarde que nunca. La sacudida llegó con Voces de Chernóbil de Svetlana Alexiévich, literatura y periodismo con mayúsculas, creo que no lo olvidaré nunca. Tras verlo representado varias veces, me introduje en la versión original de Macbeth, en la escrita por William Shakespeare. Bendita maravilla, qué ganas de retornar a Escocia y sentir el aliento de la culpa. Siempre reivindicaré a Stephen King como uno de los autores que me enganchó a la literatura, pero no será por ficciones como Insomnia, alargada hasta la extenuación. Tres hermanas fue tan placentero como los anteriores textos de Antón Chéjov que han pasado por mis manos, pena que no me pase lo mismo con la mayoría de los montajes escénicos que parten de sus creaciones.

Me sentí de nuevo en Venecia con Iñaki Echarte Vidarte y Ninguna ciudad es eterna. Gracias a él llegó a mis manos Un hombre de verdad, ensayo en el que Thomas Page McBee reflexiona sobre qué implica ser hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. The Inheritance, de Matthew López, fue quizás mi descubrimiento teatral de estos últimos meses, qué personajes tan bien construidos, qué tramas tan genialmente desarrolladas y qué manera tan precisa de describir y relatar quiénes y cómo somos. Posteriormente sucumbí al mundo telúrico de las pequeñas mujeres rojas de Marta Sanz, y prolongué su universo con Black, black, black. Con Tío Vania reconfirmé que Chéjov me encanta.

Sergio del Molino cumplió las expectativas con las que inicié La España vacía. Acto seguido una apuesta segura, Alberto Conejero. Los días de la nieve es un monólogo delicado y humilde, imposible no enamorarse de Josefina Manresa y de su recuerdo de Miguel Hernández. Otro autor al que le tenía ganas, Abdelá Taia. El que es digno de ser amado hará que tarde o temprano vuelva a él. Henrik Ibsen supo mostrar cómo la corrupción, la injusticia y la avaricia personal pueden poner en riesgo Los pilares de la sociedad. Me gustó mucho la combinación de soledad, incomunicación e insatisfacción de la protagonista de Un amor, de Sara Mesa. Y con los recuerdos de su nieta Marina, reafirmé que Picasso dejaba mucho que desear a nivel humano.

Regresé al teatro de Peter Shaffer con The royal hunt of the sun, lo concluí con agrado, aunque he de reconocer que me costó cogerle el punto. Manuel Vicent estuvo divertido y costumbrista en ese medio camino entre la crónica y la ficción que fue Ava en la noche. Junto al Teatro Monumental de Madrid una placa recuerda que allí se inició el motín de Esquilache que Antonio Buero Vallejo teatralizó en Un soñador para un pueblo. El volumen de Austral Ediciones en que lo leí incluía En la ardiente oscuridad, un gol por la escuadra a la censura, el miedo y el inmovilismo de la España de 1950. Constaté con Mi idolatrado hijo Sisí que Miguel Delibes era un maestro, cosa que ya sabía, y me culpé por haber estado tanto tiempo sin leerle.

La sociedad de la transparencia, o nuestro hoy analizado con precisión por Byung-Chul Han. Masqué cada uno de los párrafos de El amante de Marguerite Duras y prometo sumergirme más pronto que tarde en Andrew Bovell. Cuando deje de llover resultó ser una de esas constelaciones familiares teatrales con las que tanto disfruto. Colson Whitehead escribe muy bien, pero Los chicos de la Nickel me resultó demasiado racional y cerebral, un tanto tramposo. Acabé Smart. Internet(s): la investigación pensando que había sido un ensayo curioso, pero el tiempo transcurrido me ha hecho ver que las hipótesis, argumentos y conclusiones de Frédéric Martel me calaron. Y si el guión de Las amistades peligrosas fue genial, no lo iba a ser menos el texto teatral previo de Christopher Hampton, adaptación de la famosa novela francesa del s.XVIII.   

Terenci Moix que estás en los cielos, seguro que El arpista ciego está junto a ti. Lope de Vega, Castro Lago y Arthur Schopenhauer, gracias por hacerme más llevaderos los días de confinamiento covidiano con vuestros Peribáñez y el comendador de Ocaña, cobardes y El arte de ser feliz. Con Lo prohibido volví a la villa, a Pérez Galdós y al Madrid de Don Benito. Luego salté en el tiempo al de La taberna fantástica de Alfonso Sastre. Y de ahí al intrigante triángulo que la capital formaba con Sevilla y Nueva York en Nunca sabrás quién fui de Salvador Navarro. El Canto castrato de César Aira se me atragantó y con la Eterna España de Marco Cicala conocí los porqués de algunos episodios de la Historia de nuestro país.

Lo confieso, inicié How to become a writer de Lorrie Moore esperando que se me pegara algo de su título por ciencia infusa. Espero ver algún día representado The God of Hell de Sam Shepard. Shirley Jackson hizo que me fuera gustando Siempre hemos vivido en el castillo a medida que iba avanzando en su lectura. Master Class, Terrence McNally, otro autor teatral que nunca defrauda. Desmonté algunas falsas creencias con El mundo no es como crees de El órden mundial y con Glengarry Glen Ross satisfice mis ansiosas ganas de tener nuevamente a David Mamet en mis manos. Y en la hondura, la paz y la introspección del Hotel Silencio de la islandesa de Auður Ava Ólafsdóttir termino este año de lecturas que no es más que un punto y seguido de todo lo que literariamente está por venir, vivir y disfrutar desde hoy.

10 textos teatrales de 2019

Títulos clásicos y actuales, títulos que ya forman parte de la historia de la literatura y primeras ediciones, originales en inglés, español, noruego y ruso, libretos que he visto representadas y otros que espero llegar a ver interpretados sobre un escenario.

«¿Quién teme a Virginia Woolf?» de Edward Albee. Amor, alcohol, inteligencia, egoísmo y un cinismo sin fin en una obra que disecciona tanto lo que une a los matrimonios aparentemente consolidados como a los aún jóvenes. Una crueldad animal y sin límites que elimina pudores y valores racionales en las relaciones cruzadas que se establecen entre sus cuatro personajes. Un texto que cuenta como pocas veces hemos leído cómo puede ser ese terreno que escondemos bajo las etiquetas de privacidad e intimidad.

«Un enemigo del pueblo» de Henrik Ibsen. “El hombre más fuerte es el que está más solo”, ¿cierto o no? Lo que en el siglo XIX escandinavo se redactaba como sentencia, hoy daría pie a un encendido debate. Leída en las coordenadas de democracia representativa y de libertad de prensa y expresión en las que habitamos desde hace décadas, la obra escrita por Ibsen sobre el enfrentamiento de un hombre con la sociedad en la que vive tiene muchos matices que siguen siendo actuales. Una vigencia que junto a su extraordinaria estructura, ritmo, personajes y diálogos hace de este texto una obra maestra que releer una y otra vez.

“La gaviota” de Antón Chéjov. El inconformismo vital, amoroso, creativo y artístico personificado en una serie de personajes con relaciones destinadas –por imperativo biológico, laboral o afectivo- a ser duraderas, pero que nunca les satisfacen plenamente. Cuatro actos en los que la perfecta exposición y desarrollo de este drama existencial se articulan con una fina y suave ironía que tiene mucho de crítica social y de reflexión sobre la superficialidad de la burguesía de su tiempo.

«La zapatera prodigiosa» de Federico García Lorca. Entre las múltiples lecturas que se pueden aplicar a esta obra me quedo con dos. Disfrutar sin más de la simpatía, el desparpajo y la emotividad de su historia. Y profundizar en su subtexto para poner de relieve la desigual realidad social que hombres y mujeres vivían en la España rural de principios del siglo XX. Eso sí, ambas quedan unidas por la habilidad de su autor para demostrar la profundidad emocional y la belleza que puede llegar a tener y causar la transmisión oral de lo cotidiano.

«La chunga» de Mario Vargas Llosa. La realidad está a mitad de camino entre lo que sucedió y lo que cuentan que pasó, entre la verdad que nadie sabe y la fantasía alimentada por un entorno que no tiene nada que ofrecer a los que lo habitan. Una desidia vital que se manifiesta en diálogos abruptos y secos en los que los hombres se diferencian de los animales por su capacidad de disfrutar ejerciendo la violencia sobre las mujeres. Mientras tanto, estas se debaten entre renunciar a ellos para mantener la dignidad o prestarse a su juego cosificándose hasta las últimas consecuencias.

“American buffalo” de David Mamet. Sin más elementos que un único escenario, dos momentos del día y tres personajes, David Mamet crea una tensión en la que queda perfectamente expuesto a qué puede dar pie nuestro vacío vital cuando la falta de posibilidades, el silencio del entorno y la soledad interior nos hacen sentir que no hay esperanza de progreso ni de futuro.

“The real thing” de Tom Stoppard. Un endiablado juego entre la ficción y la realidad, utilizando la figura de la obra dentro de la obra, y la divergencia del lenguaje como medio de expresión o como recurso estético. Puntos de vista diferentes y proyecciones entre personajes dibujadas con absoluta maestría y diálogos llenos de ironía sobre los derechos y los deberes de una relación de pareja, así como sobre los límites de la libertad individual.

“Tales from Hollywood” de Christopher Hampton. Cuando el nazismo convirtió a Europa en un lugar peligroso para buena parte de su población, grandes figuras literarias como Thomas Mann o Bertold Brecht emigraron a un Hollywood en el que la industria cinematográfica y la sociedad americana no les recibió con los brazos tan abiertos como se nos ha contado. Christopher Hampton nos traslada cómo fueron aquellos años convulsos y complicados a través de unos personajes brillantemente trazados, unas tramas perfectamente diseñadas y unos diálogos maestros.

“Los Gondra” y “Los otros Gondra” de Borja Ortiz de Gondra. Gondra al cubo en un volumen que reúne dos de los montajes teatrales que más me han agitado interiormente en los últimos años. Una excelente escritura que combina con suma delicadeza la construcción de una sólida y compleja estructura dramática con la sensible exposición de dos temas tan sensibles -aquí imbricados entre sí- como son el peso de la herencia, la tradición y el deber familiar con el dolor, el silencio y el vacío generados por el terrorismo.

“This was a man” de Noël Coward. En 1926 esta obra fue prohibida en Reino Unido por la escandalosa transparencia con que hablaba sobre la infidelidad, las parejas abiertas y la libertad sexual de hombres y mujeres. Una trama sencilla cuyo propósito es abrir el debate sobre en qué debe basarse una relación amorosa. Diálogos claros y directos con un toque ácido y crítico con la alta sociedad de su tiempo que recuerdan a autores anteriores como Oscar Wilde o George B. Shaw.

Un domingo en Liverpool

El primer día de un viaje suele ser el más anodino por el asunto de los traslados, los tiempos de espera y la desubicación al llegar a destino. Si es domingo, se presupone que allá donde vayas reinará una calma total, pero basta que pienses de una manera para que la realidad -es decir, Liverpool- te demuestre que lo tranquilo no está reñido con lo interesante.

De Madrid a Liverpool haciendo parada intermedia en Manchester por capricho de las tarifas aéreas. Escala perfecta para disfrutar con el trayecto ferroviario de algo más de una hora pasando por el extrarradio de la capital de la revolución industrial y la llanura verde que une ambas ciudades. Como pequeño colofón de este prólogo, la llegada a Lime Station te hace sentir la magnificencia arquitectónica -piedra, hierro y cristal- de las grandes estaciones de tren del s. XIX.

Tras la elipsis temporal de poco más de 10 minutos a pie al alojamiento reservado observando la arquitectura moderna residencial -adjetivada por grandes ventanales, supongo que para aprovechar al máximo la luz, a la que los locales se asoman cual anuncios de Calvin Klein- comienza la verdadera aventura, la de descubrir la ciudad. Como es el primer día, dejándome llevar, sin rumbo fijo, cruzándome con casi nadie y tomando nota mental de los pubs en los que imagino que acabaré durante los próximos dos días tomando una pinta, una doble o lo que quiera que me pongan.

Será el destino, será la intención, pero atraído por la monumentalidad de su exterior he llegado al complejo del s. XIX -va a ser que Liverpool tiene mucho de decimonónica- en el que están ubicados el World Museum, la Liverpool Central Library y la Walker Art Gallery. La entrada de la biblioteca resulta de lo más tentadora, algo así como una alfombra roja formada por el título de grandes obras de la literatura y el cine -o de ambas artes a la vez- como Don Quixote, Gone with the wind, Rebecca, The maltese falcon o Rebecca. Promesa que no defrauda cuando la recorres y traspasas sus puertas automáticas accediendo a un atrio tan moderno como gótico. Su diafanidad -resultado de su reconstrucción, finalizada en 2013- te permite abarcar en un solo vistazo no solo sus varias alturas, sino hacerte una idea de cuánto albergan y ofrecen. Es más, el espacio parece estar concebido no solo para hacer uso bibliotecario de él, sino para que te pasees, para que transites por él.

Así que movido no solo por la curiosidad y el deseo, sino por el deber de cumplir lo que su arquitectura me sugería, he recorrido todas sus plantas. He subido a la primera en las escaleras mecánicas y a las demás a pie por rampas escalonadas hasta llegar a la cúpula de cristal desde donde puede salir a la terraza en la que, como el tiempo acompañaba, he disfrutado de una vista panorámica de esta urbe de medio millón de habitantes. Al volver al interior, lo mejor, disfrutar paseando cada uno de sus pisos, observando a la gente que lee, escribe o consulta en puestos individuales preparados para conectar el portátil, la tablet o el móvil (wifi incluido), caminando entre sus muchas estanterías dedicadas a historia de aquí y de allá, a arte, música y a toda clase de ensayos y géneros literarios.

Pero si hay una sección que siempre busco en estos templos es la del teatro, sin más ánimo que el de soñar, recordar lo ya leído y parafraseando una canción –so many books, so little time– tomar nota de lo que me gustaría leer en mis próximas siete vidas. Edward Albee, Cristopher Hampton, Oscar Wilde, T.S. Elliot, Federico García Lorca (verle traducido me causa ilusión), Ian McEwan (no sabía que había escrito textos teatrales para televisión), David Mamet… No podía irme sin más, así que he hecho tiempo de transición en la cafetería de la planta baja, leyendo el título con el que estoy ahora mismo (Drácula de Bram Stoker) mientras cuatro mujeres en la mesa de al lado hacían punto de cruz y destilaban una atmósfera de club de viejas conocidas que se reúnen cada domingo en este lugar para relatarse sus historias entre puntada y puntada.

Lo tenía anotado como uno de los planes de estos días, pero ya que estaba al lado -y la entrada es gratuita (donaciones bienvenidas)- me he asomado a la Walker Art Gallery. He decidido dejar su exposición permanente sobre la historia del arte desde el medievo hasta 1950 para mañana o pasado y echarle hoy un vistazo a sus temporales. As seen on screen, sobre las influencias recíprocas entre el arte y el cine, no deja de ser más que una corta colección de obras para exponer algo que ya sabemos. Lo más interesante, la pieza de vídeo de Bill Viola (Observance, 2002) elaborada a partir de grabaciones a actores interpretando emociones y manipuladas posteriormente, ralentizándolas, silenciándolas y proyectándolas en un formato diferente para acentuar su dramatismo.

Y cuando ya consideraba la visita por concluida, buscando la salida me he encontrado con lo mejor del día, con David Hockney y su Peter getting out of Nick’s pool. Lienzo con el que en 1967 ganó el Premio John Moore y motivo por el que este museo cuenta con su visión californiana de la salida del agua del hombre (Peter Schlesinger) con el que entonces comenzaba una relación. Una imagen pictórica concebida como si se tratara de una instantánea fotográfica (¿son sus proporciones las de una Polaroid?) que rezuma tanta luz como sensualidad. Normal que Pedro Almodóvar cayera -exitosamente- en la tentación de copiarle, reinterpretarle y homenajearle en las secuencias de la piscina de La mala educación.

«American buffalo» de David Mamet

Sin más elementos que un único escenario, dos momentos del día y tres personajes, David Mamet crea una tensión en la que queda perfectamente expuesto a qué puede dar pie nuestro vacío vital cuando la falta de posibilidades, el silencio del entorno y la soledad interior nos hacen sentir que no hay esperanza de progreso ni de futuro.

AmericanBuffalo.jpg

Estrenada en 1975, American Buffalo se puede tomar como una crónica de la desesperación existencial a la que están sometidos todos aquellos que viven en el extrarradio de la seguridad que disfrutan en sus casas, en sus lugares de trabajo y de ocio los favorecidos por el neoliberalismo económico. Las más de cuatro décadas transcurridas desde entonces nos valen para considerar este texto de David Mamet no solo como una radiografía de la sociedad urbana estadounidense de entonces, sino que es perfectamente aplicable a la de cualquier gran ciudad actual regida por el sistema capitalista.

La pobreza de espíritu y la asertividad verbal con que se expresan los tres personajes masculinos de esta obra –el propietario de una tienda de segunda mano, el chico de los recados y un amigo común- revelan no solo la castración emocional que sufren como una epidemia universal casi todos los hombres de hoy, ayer y siempre. Tras ello está también el resorte del materialismo, el ansia del dinero. Un arma de doble filo en el que se confunde la necesidad de contar con recursos para sobrevivir con la de enmascarar vacíos identitarios y confusiones morales bajo el anhelo, da igual si resuelto o no, de poseer –planteándose incluso asaltar la casa de un reciente cliente para robarle-.

A pesar de la simplicidad verbal de sus diálogos, plagados de interjecciones, la capacidad de transmisión de Mamet es brutal. Es él quien realiza el esfuerzo de adaptarse a las circunstancias, características y propósitos de los hombres que ha erigido como protagonistas de su obra, en lugar de servirse de ellos como altavoces de su propósito dramático. Está claro lo que nos quiere contar, pero en lugar de hacerlo por la vía única de las palabras, opta por un camino más difícil pero más auténtico. Por la construcción de unas personalidades y la transmisión de unos estados de ánimo que llevan al lector de American Buffalo más allá de lo plasmado sobre las páginas, sumergiéndole en una atmósfera mate, desgastada y anodina, con un punto acre, de colores sin tono, de un mundo sin estética formal ni posibilidad de belleza.

Algo habitual de las obras de este autor –valgan como ejemplo Oleanna (1992), The old neighborhood (1998) o Muñeca de porcelana (2015)- en que su siempre lograda retórica no es más que la punta de lanza del excelente trabajo al que quedan obligados los directores e intérpretes  que quieran trabajar en su puesta en escena. No es solo una cuestión corporal, de movimiento, de lenguaje no verbal, sino de inmersión mental y espiritual, de dejarse la piel y entregársela a los personajes. Los textos de Mamet solo son válidos para aquellos profesionales dispuestos a dejar de ser ellos mismos y a entregarse y comprometerse con lo dispuesto por él.

«It´s only a play» de Terrence McNally

Los nervios del estreno de una obra de teatro no se acaban cuando sube el telón y comienza la representación, se incrementan cuando este baja y se inicia la cuenta atrás para la lectura del último elemento del espectáculo, las críticas. Un tiempo indeterminado que en esta obra ambientada en el Nueva York de 1982 se combina con una fiesta llena de famosos y un equipo artístico de los nervios que viven momentos tan absurdos como divertidos.

ItsOnlyAPlay.jpg

Hoy en día podemos saber por las redes sociales la aceptación que ha tenido una función nada más apagarse las luces, permitiendo así que el público participe de la promoción de la obra que ha ido a ver. Pero hace tres décadas los medios de comunicación ostentaban este papel como si se tratase de un monopolio. Un poder que ejercían con extrema dureza, lo que dijera The New York Times sobre cualquier estreno en Broadway quedaba grabado a fuego en la mente de sus lectores, presionando incluso para que el título referenciado –según se cuenta en It´s only a play– pudiera ser retirado de la cartelera.

El autor de historias profundamente emocionales como The Lisbon Traviata, Frankie y Johnny o Mothers & Sons adopta en esta ocasión un registro diferente y, seguro que partiendo de sus propias vivencias, nos cuenta a modo de sátira, casi ópera bufa, cómo se viven esos minutos esperando a que llegue la sentencia capaz de determinar el éxito o el fracaso, tanto creativo como comercial, de la obra en la que un número indeterminado de personas han depositado su dinero así como sus esperanzas, sueños, ilusiones e, incluso, utopías.

Fuera de escena queda la fiesta a la que acuden famosos como Lauren Bacall o Shirley McLaine o el elenco de los grandes éxitos de la Gran Manzana del momento como La cage aux folles o The iceman cometh, A los que sí que vemos son al director del estreno del día, The Golden egg, así como a su productora, a la actriz protagonista, al dramaturgo y a su mejor amigo llegado desde Los Ángeles y para quien estaba concebido el papel del protagonista masculino que él rechazó.

Todos juntos en un único escenario con varios teléfonos que suenan indistintamente y dos puertas. Una que da acceso a un cuarto de baño con un perro ladrando y en el que se llegan a oír disparos, y otra por la que entran las novedades, tanto las publicadas por los periódicos, como las de la locura festiva del piso inferior. Un camarote de los hermanos Marx convertido en una olla a presión esperando el veredicto de los medios. Un estado de nervios que no todos gestionan con la debida calma y que da pie a estallidos de divismo e histrionismo, a desatar inseguridades, a hacer sangrar viejas heridas personales, a echar pestes sobre Hollywood o minusvalorar el trabajo actoral en otros medios como las series de televisión.

Un cruce de de excesos y grandilocuencias verbales, de egos y neurosis, de todo tipo al que se une un crítico que quiere ser testigo desde dentro de lo que su poder de influencia puede ocasionar y una taxista que trae la publicación que todos esperan leer. Entre unos y otros, entre la realidad que se hace de rogar, los artistas (Barbra Streisand, Meryl Streep) y autores (David Mamet, Arthur Miller, Eugene O’Neill, García Lorca o John Guare) que se mencionan y los imprevistos que añaden las peculiaridades personalidades y las distintas profesiones de semejante conjunto, no hay un segundo de silencio ni un instante de reposo.

Podría parecer que este texto de Terrence McNally es solo apto para la gente del gremio teatral, pero estoy seguro que asistir a su representación con un elenco como el que lo llevó a escena en Nueva York en 2015 (F. Murray Abraham, Matthew Broderick, Stockard Channing y Nathan Lane, entre otros) debe ser algo maravilloso.

It´s only a play, Terrence McNally, 1982, Dramatist Play Service.