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«La edad de la inocencia» de Edith Wharton

Ha pasado un siglo desde su publicación, pero esta novela sigue manteniendo la fuerza y visión que su autora le imprimió, haciendo que a pesar del tiempo transcurrido siga resultando actual.  Por la belleza, riqueza y hondura con que describe, califica y explica la banalidad y la complicación del mundo en el que se adentra. Y por el retrato que realiza de la alta sociedad neoyorkina de 1870, del inmovilismo de sus costumbres, de la desigualdad entre hombres y mujeres, y de la hipocresía y el cinismo tras todo ello.

LaEdadDeLaInocencia

La aparición de Ellen Olenska en un palco de la ópera de Nueva York revoluciona a cuantos están más pendientes de los asistentes que de la representación sobre el escenario. Entre ellos, Newland Archer que ve cómo la recién llegada se sitúa junto a la joven con la que espera casarse, May Welland, quien resulta ser prima de aquella.

La recién llegada de Europa, separada de su marido por voluntad propia, despierta un revuelo que no deja indiferente a nadie. Todos opinan, critican y juzgan no solo su decisión, sino también su actitud, dispuesta a ejercer vida social por sí misma, y no del brazo de un prometido, un marido, un padre o un hermano. Su sola presencia se convierte en una afrenta para aquellos que basan su imagen pública en la rigurosa demostración, que no necesariamente cumplimiento, de unos cánones relacionales, matrimoniales y familiares. Una recepción y enfrentamiento que no afecta a sus convicciones y seguridad personal, lo que la otorga un inquietante atractivo que resulta de lo más estimulante para Newland Archer.

Un ambiente y un triángulo de personajes que Edith Wharton maneja con maestría para mostrarnos el conservadurismo que regía la vida de la gente bien posicionada en el Nueva York de finales del siglo XIX. Una pequeña comunidad que aspiraba a diferenciarse de las grandes ciudades europeas del momento (París, Londres) en una ciudad que aún no quería ser la de las oportunidades, sino un enclave cerrado que daba la espalda a todos los que no acataran sus dictados, fueran acaudalados y contaran con un apellido reconocido.

Con Newland Archer como guía -entre Ellen Olenska como referente de lo que seduce hasta atrapar y de May Welland de lo que da la seguridad de tener un lugar-, Wharton nos cuenta con absoluta fineza y precisión las formalidades que conllevaban los noviazgos y los rituales de la vida matrimonial, los detalles a tener en cuenta a la hora de recibir invitados y las maneras de vestir más apropiadas en cada momento del día. Su narrativa no deja escapar nada, combinando la descripción de la belleza intrínseca de los elementos utilizados (florales, artísticos, mobiliarios,…) y de los lugares elegidos (paisajes a la vera del mar, el incipiente gran urbanismo estadounidense, los clubs sociales o las residencias de estilo colonial), con la explicación divulgativa del uso encorsetado que se hacía de los mismos (plagados de simbolismo y metáforas de estatus).

Una prosa de extraordinaria riqueza en la que conviven –simultáneamente incluso, pero sin llegar a diluirse entre sí- la asertividad del narrador omnisciente, la acidez del que sabe que el fruto tiene más matices de sabor de los que aparenta y el cálculo de quien deja que sean los hechos los que hablen por sí mismos. Así, lo que comienza como la descripción de la parte visible, de los usos y costumbres, de los valores y exigencias de la que se autoconsidera alta sociedad, poco a poco va tornando en un viaje lleno de avatares hacia todo lo que conlleva el deseo cuando combina la reciprocidad y la imposibilidad.

Así es como La edad de la inocencia va más allá de la localización y tiempo en que está ambientada y se desvela como una novela genial sobre la lucha por ser fiel a uno mismo, el sufrimiento por las exigencias del entorno y la impotencia por no encontrar la manera de conciliar el impulso interior con la convivencia exterior.

La edad de la inocencia, Edith Wharton, 1920, Tusquets Editores.

10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes

Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

Cuando en marzo de 2020 el presente tornó en distopía por causa del estallido de la pandemia de la COVID19, el futuro explotó. Si siempre está por concretar cuándo y cómo será, pero dentro de unos escenarios más o menos previsibles, estos quedaron superados por cuanto podíamos imaginar. Hubo quien recurrió a la literatura o al cine para elucubrar, pero Almudena Grandes (1960-2021) hizo algo más interesante y valioso, partir de la actualidad. Si a lo largo de toda su carrera, y tomando como base su vocación y formación como historiadora, había analizado el presente y el pasado en sus novelas (he ahí Los besos en el pan y los Episodios de una guerra interminable), cuentos (Estaciones de paso) y artículos (como los recopilados en La herida perpetua), en ese momento se fijó en el interlineado, los dobles sentidos y los enunciados que albergan más allá de los titulares determinados discursos políticos, económicos y sociales que dicen promover la libertad, la riqueza y el progreso mientras generan desigualdad, precariedad e injusticia.

A partir de lo que estaba sucediendo (estado de alarma, confinamiento e incertidumbre total sobre lo que ocurría y cómo resolverlo), y tomando como filtro su siempre claro posicionamiento ideológico, Almudena supuso qué deriva podía tomar la situación si esos actores, deseosos no de gobernar, sino de ostentar el poder única y exclusivamente en beneficio propio, se hacían con el control de las instituciones manipulando y mintiendo, apoyándose en el populismo y la corrupción.

Con esa premisa dibuja un escenario general, que implica a toda la sociedad española, y lo concreta en una serie de personajes con los que muestra cuál sería el resultado en términos de seguridad, censura mediática o falta de libertad de expresión y movimiento, y en ámbitos como la justicia, el comercio, el trabajo o el ocio. Un mapa narrativo tan amplio y completo, bien trazado y conectado, fundamentado y casi concluido como suele ser habitual en ella.

Y digo casi porque es sabido que el destino no le dejó escribir, pero sí bocetar en sus cuadernos, el último capítulo y haber revisado el conjunto resultante. Aun así, la lectura de Todo va a mejorar resulta consistente, entretenida y adictiva. Nos deja con la duda de si, de haber podido trabajarla tal y como esperaba hacerlo, hubiera permanecido como la buena novela que es o alcanzado la categoría de sobresaliente a la que nos tenía acostumbrados desde hace tanto tiempo. Duda que concreto en su construcción de la línea temporal, no siempre explicitada y que hace que las atmósferas emocionales oculten el ordenamiento cronológico que ella presuponía para el devenir de un país regido por los principios del Movimiento Ciudadano Soluciones Ya. La segunda interrogante es, y ya que el futuro no se puede documentar, si hubiera pulido todo lo referente a soluciones y elementos tecnológicos para ir más allá de una redacción, a este respecto, enfocada a solventar su funcionalidad argumental. 

Todo va a mejorar, Almudena Grandes, 2022, Tusquets Editores.

10 ensayos de 2021

Reflexión, análisis y testimonio. Sobre el modo en que vivimos hoy en día, los procesos creativos de algunos autores y la conformación del panorama político y social. Premios Nobel, autores consagrados e historiadores reconocidos por todos. Títulos recientes y clásicos del pensamiento.

“La sociedad de la transparencia” de Byung-Chul Han. ¿Somos conscientes de lo que implica este principio de actuación tanto en la esfera pública como en la privada? ¿Estamos dispuestos a asumirlo? ¿Cuáles son sus beneficios y sus riesgos?  ¿Debe tener unos límites? ¿Hemos alcanzado ya ese estadio y no somos conscientes de ello? Este breve, claro y bien expuesto ensayo disecciona nuestro actual modelo de sociedad intentando dar respuesta a estas y a otras interrogantes que debiéramos plantearnos cada día.

“Cultura, culturas y Constitución” de Jesús Prieto de Pedro. Sea como nombre o como adjetivo, en singular o en plural, este término aparece hasta catorce veces en la redacción de nuestra Carta Magna. ¿Qué significado tiene y qué hay tras cada una de esas menciones? ¿Qué papel ocupa en la Ley Fundamental de nuestro Estado de Derecho? Este bien fundamentado ensayo jurídico ayuda a entenderlo gracias a la claridad expositiva y relacional de su análisis.

“Voces de Chernóbil” de Svetlana Alexévich. El previo, el durante y las terribles consecuencias de lo que sucedió aquella madrugada del 26 de abril de 1986 ha sido analizado desde múltiples puntos de vista. Pero la mayoría de esos informes no han considerado a los millares de personas anónimas que vivían en la zona afectada, a los que trabajaron sin descanso para mitigar los efectos de la explosión. Individuos, familias y vecinos engañados, manipulados y amenazados por un sistema ideológico, político y militar que decidió que no existían.

«De qué hablo cuando hablo de correr» de Haruki Murakami. “Escritor (y corredor)” es lo que le gustaría a Murakami que dijera su epitafio cuando llegue el momento de yacer bajo él. Le definiría muy bien. Su talento para la literatura está más que demostrado en sus muchos títulos, sus logros en la segunda dedicación quedan reflejados en este. Un excelente ejercicio de reflexión en el que expone cómo escritura y deporte marcan tanto su personalidad como su biografía, dándole a ambas sentido y coherencia.

“¿Qué es la política?” de Hannah Arendt. Pregunta de tan amplio enfoque como de difícil respuesta, pero siempre presente. Por eso no está de más volver a las reflexiones y planteamientos de esta famosa pensadora, redactadas a mediados del s. XX tras el horror que había vivido el mundo como resultado de la megalomanía de unos pocos, el totalitarismo del que se valieron para imponer sus ideales y la destrucción generada por las aplicaciones bélicas del desarrollo tecnológico.

“Identidad” de Francis Fukuyama. Polarización, populismo, extremismo y nacionalismo son algunos de los términos habituales que escuchamos desde hace tiempo cuando observamos la actualidad política. Sobre todo si nos adentramos en las coordenadas mediáticas y digitales que parecen haberse convertido en el ágora de lo público en detrimento de los lugares tradicionales. Tras todo ello, la necesidad de reivindicarse ensalzando una identidad más frentista que definitoria con fines dudosamente democráticos.

“El ocaso de la democracia” de Anne Applebaum. La Historia no es una narración lineal como habíamos creído. Es más, puede incluso repetirse como parece que estamos viviendo. ¿Qué ha hecho que después del horror bélico de décadas atrás volvamos a escuchar discursos similares a los que precedieron a aquel desastre? Este ensayo acude a la psicología, a la constatación de la complacencia institucional y a las evidencias de manipulación orquestada para darnos respuesta.

“Guerra y paz en el siglo XXI” de Eric Hobsbawm. Nueve breves ensayos y transcripciones de conferencias datados entre los años 2000 y 2006 en los que este historiador explica cómo la transformación que el mundo inició en 1989 con la caída del muro de Berlín y la posterior desintegración de la URSS no estaba dando lugar a los resultados esperados. Una mirada atrás que demuestra -constatando lo sucedido desde entonces- que hay pensadores que son capaces de dilucidar, argumentar y exponer hacia dónde vamos.

“La muerte del artista” de William Deresiewicz. Los escritores, músicos, pintores y cineastas también tienen que llegar a final de mes. Pero las circunstancias actuales no se lo ponen nada fácil. La mayor parte de la sociedad da por hecho el casi todo gratis que han traído internet, las redes sociales y la piratería. Los estudios universitarios adolecen de estar coordinados con la realidad que se encontrarán los que decidan formarse en este sistema. Y qué decir del coste de la vida en las ciudades en que bulle la escena artística.

«Algo va mal» de Tony Judt. Han pasado diez años desde que leyéramos por primera vez este análisis de la realidad social, política y económica del mundo occidental. Un diagnóstico certero de la desigualdad generada por tres décadas de un imperante y arrollador neoliberalismo y una silente y desorientada socialdemocracia. Una redacción inteligente, profunda y argumentada que advirtió sobre lo que estaba ocurriendo y dio en el blanco con sus posibles consecuencias.

«Los vencejos» de Fernando Aramburu

365 días de un diario personal y otras tantas entradas o capítulos en los que se entremezclan las intenciones futuras, las sensaciones del presente y los recuerdos del pasado. Un personaje anodino, incisivo cuando se expresa con acidez, pero excesivo cuando irradia apatía. Tanta que acaba resultando un narrador que ensombrece las intenciones con que presumiblemente le concibió su creador.   

Toni está harto de vivir. Su trabajo le aburre, su familia no son más que los restos de un proyecto fracasado y el futuro no le ofrece aliciente alguno. Si falta, no falla a nadie y al no contar con nadie más que consigo mismo, se siente libre para decidir su destino sin deberle explicaciones a persona alguna. Aún así, no puede dejar de ser quien y como es y por eso se lo va a tomar con calma. Se da un año para ejecutar su intención de desaparecer. Tiempo que emplear en hacer balance por escrito de lo transcurrido, identificar y ordenar lo mucho o poco a dejar como legado e ir desconectando progresivamente de cuanto hoy le estructura.

Una premisa sugerente articulada en una serie de tramas que nos muestran las distintas etapas de su vida (los padres y el hermano, la exmujer y el hijo, la amante que reaparece y el amigo que sigue) con interludios en los que se expone su presente y su pensamiento, el de un profesor de instituto de filosofía, residente en Madrid, que siempre ha estado al tanto de la actualidad política y social, aunque sin demasiado apego por cambiar el modo en que funcionan las cosas. Sin embargo, todo ello queda ensombrecido por la manera en que combina la estructura de su relato con el tono de su expresión.

El ritmo de una entrada diaria no solo pauta la lectura, sino que provoca la sensación de estar asistiendo a una sucesión de microrrelatos en los que pesa más su componente anecdótico que lo que cada uno de ellos suma a los anteriores. El mecanismo de reflexión nocturna, a cuya llamada no falla su protagonista ni una sola jornada, acaba por generar una sensación de monotonía que tiñe cuanto comparte y encorseta su propuesta, algo a lo que no ayudan las muchas páginas de esta novela. Se quedan por el camino universos que hubieran dado más de sí, así como muchos detalles que, tratados con un enfoque más analítico que meramente descriptivo o habiendo reflexionado sobre ellos con mayor detenimiento, seguro hubieran enriquecido su relato.

El otro inconveniente es la responsabilidad que ha dado Aramburu a su protagonista de ser también narrador en primera persona de su historia. Y no por la formalidad que pudiéramos pensar al estar concebida para ser leída algún día por su hijo, o por una supuesta falta de capacidades retóricas, sino por la combinación de desánimo, epicureísmo y mordacidad con que retrata cuanto acontecimiento y persona a la que alude, así como por la manera impúdica con que se refiere a sus asuntos más íntimos.

A su favor hay que decir que, aunque se echa en falta un retrato psicológico y conductual más matizado de este personaje, con el que haber entrado en su existencialismo, en ningún momento queda convertido en un sucedáneo banal o una simple caricatura de un supuesto ciudadano medio de nuestro tiempo. La sensación es la de haber subido en el ascensor, una vez más, con ese vecino con el que coincidimos de cuando en cuando desde hace años en el portal, y del que solo sabemos que vive en un piso superior al nuestro, ni siquiera su nombre. Aunque pasada la novedad de las primeras ocasiones, rápidamente dejamos de tener ganas ni curiosidad por conocerlo.

Los vencejos, Fernando Aramburu, 2021, Tusquets Editores.

«De qué hablo cuando hablo de correr» de Haruki Murakami

“Escritor (y corredor)” es lo que le gustaría a Murakami que dijera su epitafio cuando llegue el momento de yacer bajo él. Le definiría muy bien. Su talento para la literatura está más que demostrado en sus muchos títulos, sus logros en la segunda dedicación quedan reflejados en este. Un excelente ejercicio de reflexión en el que expone cómo escritura y deporte marcan tanto su personalidad como su biografía, dándole a ambas sentido y coherencia.

Comencé a leer este libro por el buen sabor de boca que me han dejado la mayor parte de los Murakami (Kioto, 1949) que he leído hasta la fecha (1Q84, Kafka en la orilla, Tokyo blues…) y también porque soy corredor habitual desde hace más de veinte años y de vez en cuando me pregunto por qué y para qué me calzo las deportivas nada más despertar. Una lucha entre la pereza inicial y la satisfacción posterior que por el momento -y tres veces a la semana durante una hora y doce kilómetros- sigue ganando la segunda de esas dos fuerzas que habitan en algún hondo lugar de mi persona.

Pero lo de Haruki es mucho más, como novelista es un superventas y su nombre suena una y otra vez como candidato al Premio Nobel de Literatura, y como corredor acumula ya muchos maratones y triatlones a sus espaldas (a su lado yo no soy nadie, tan solo dos medias maratones). Para él correr no es solo una muestra de un estilo de vida saludable, es también parte de una filosofía existencial con la que le da equilibrio a su día a día. Como si el estar con los pies en la tierra que conlleva el correr compensara el vuelo de su imaginación en su faceta laboral, en su tarea como escritor. Tal y como relata, su manera de ser y estar en el mundo desde principios de los 80 está basada en la unión y comunicación entre ambas prácticas, habiendo entre ellas una relación de espejo, refuerzo y alivio al basarse en pilares comunes como la técnica, la constancia y la consciencia.

Así es como lo expone volviendo a su juventud y a las insanas costumbres -fumar, trasnochar, alimentación desequilibrada- que practicó mientras fue empresario y barman hasta que la escritura se fue haciendo presente en su vida y llegado el momento, decidió junto con su mujer, dejarlo todo para intentar una actividad en la que ha conseguido unos logros por los que hoy es sobradamente conocido. A partir de ahí, y aunque se centra más en cómo piensa y actúa cuando se anuda las zapatillas que cuando se pone manos a la obra frente al folio en blanco, deja ver con claridad cómo se percibe, analiza e interroga a sí mismo, observándose desde fuera, pero también sintiéndose resonar desde dentro.

Puntos de vista que en las páginas de este volumen -recordando entrenamientos, preparaciones y carreras, éxitos y fracasos, en Grecia, Japón y EE.UU.- no resultan opuestos, tampoco complementarios, sino más que eso. Están compaginados e intrincados, pero también separados y diferenciados. Con esa habilidad tan exquisita y delicada, pero a la par sencilla, honesta y fácilmente comprensible con que Murakami es capaz de exponer y sintetizar -tanto por separado, como conjuntamente- hechos, pensamientos, sensaciones y emociones.

De qué hablo cuando hablo de correr, Haruki Murakami, 2007, Tusquets Editores.

«La madre de Frankenstein» de Almudena Grandes

El quinto de los “Episodios de una guerra interminable” quizás sea el menos histórico de todos los publicados hasta ahora, pero no por eso es menos retrato de la España dibujada en sus páginas. Personajes sólidos y muy bien construidos en una narrativa profunda en su recorrido y rica en detalles y matices, en la que todo cuanto incluye y expone su autora constituye pieza fundamental de un universo literario tan excitante como estimulante.  

Los años pasan y comienza a reconocerse la profunda herida social que la dictadura de Franco dejó en nuestro país, obligado a arrodillarse durante décadas ante la sinrazón del yugo y las flechas de su sello personal. Considerando esta premisa, el escenario en el que Grandes sitúa su nueva novela no podría ser más acertado, un psiquiátrico. Si ya de por sí la salud mental es de las últimas consideraciones de nuestra sociedad actual, resulta difícil y duro imaginar hasta dónde quedaría relegada en aquellos tiempos. Época en la que todo era etiquetado, utilizado y tergiversado para exaltar los valores de un régimen que se consideraba a sí mismo como el culmen de la excelencia, la pureza y la integridad.

Al igual que en los títulos anteriores de esta saga galdosiana, y como explica en su final, su autora parte de hechos reales. Pero en esta ocasión nos ofrece un ejercicio de ficción, más que de historia novelada. Las circunstancias, decisiones e impulsos personales marcan el ritmo y dan forma a unos acontecimientos que no forman parte de un entramado concreto que marca su génesis, desarrollo y resolución, sino que constituyen una toma de temperatura, una cata aleatoria, de la dignidad, oscuridad y falta de esperanza de la nación en que tienen lugar.

La madre de Frankenstein transmite con belleza literaria el hedor belicista que los vencedores de la Guerra Civil seguían ejerciendo contra aquellos a los que no le bastaba con haberles derrotado, humillado y encarcelado. Da testimonio de cómo las creencias religiosas eran un medio para el control y el sometimiento del común de los ciudadanos, así como para maquillar la corrupción y la prevaricación de unos representantes y referentes sociales sin interés alguno en el bien de los suyos.

Como se puede leer en sus páginas, el totalitarismo del nacionalcatolicismo arrasaba con la integridad física y moral de todo aquel que no acatara sus imposiciones y asumiera las cargas que le suponían hechos como el de ser mujer, iletrado o de condición humilde, o no se convirtiera en embajador, imagen y predicador de los valores de exaltación de la familia, la fe y la rectitud que exigía el caudillo. Un diagnóstico que se hace más evidente con la evolución de trayectorias individuales y saltos geográficos, entre España y Suiza (y de ahí a Alemania, la II Guerra Mundial y el holocausto judio) y entre Madrid y Ciempozuelos, así como entre la observación y la reflexión, que Almudena Grandes traza de manera tan acertada, profunda y sostenida a lo largo de su narración.

Un resultado que se ve ampliado cuando se descubren puntos de conexión con anteriores Episodios -como El lector de Julio Verne (2012) o Los pacientes del doctor García (2017)- y que demuestran la asombrosa capacidad de esta escritora, no solo para describir, dialogar y relatar, sino para analizar, sintetizar y transmitir los múltiples prismas, puntos de vista y aristas que exige un proyecto tan ambicioso como este. A la espera quedamos de su sexta, y según ella última entrega, Mariano en el Bidasoa.

La madre de Frankenstein, Almudena Grandes, 2020, Tusquets Editores.

10 novelas de 2019

Autores que ya conocía y otros que he descubierto, narraciones actuales y otras con varias décadas a sus espaldas, relatos imaginados y autoficción, miradas al pasado, retratos sociales y críticas al presente.

“Juegos de niños” de Tom Perrotta. La vida es una mierda. Esa es la máxima que comparten los habitantes de una pequeña localidad residencial norteamericana tras la corrección de sus gestos y la cordialidad de sus relaciones sociales, la supuesta estabilidad de sus relaciones de pareja y su ejemplar equilibrio entre la vida profesional y la personal. Un panorama relatado con una acidez absoluta, exponiendo sin concesión alguna todo aquello de lo que nos avergonzamos, pero en base a lo que actuamos. Lo primario y visceral, lo egoísta y lo injusto, así como lo que va más allá de lo legal y lo ético.

“Serotonina” de Michel Houellebecq. Doscientas ochenta y ocho páginas sin ganas de vivir, deseando ponerle fin a una biografía con posibilidades que no se han aprovechado, a un balance burgués sin aspecto positivo alguno, a un legado vacío y sin herederos. Pudor cero, misoginia a raudales, límites inexistentes y una voraz crítica contra el modo de vida y el sistema de valores occidental que representan tanto el estado como la sociedad francesa.

«Los pacientes del Doctor García» de Almudena Grandes. La cuarta entrega de los “Episodios de una guerra interminable” hace aún más real el título de la serie. La Historia no son solo las versiones oficiales, también lo son esas otras visiones aún por conocer en profundidad para llegar a la verdad. Su autora le da voz a algunos de los que nunca se han sentido escuchados en esta apasionante aventura en la que logra lo que solo los grandes son capaces de conseguir. Seguir haciendo crecer el alcance y el pulso de este fantástico conjunto de novelas a mitad de camino entre la realidad y la ficción.

“Golpéate el corazón” de Amélie Nothomb. Una fábula sobre las relaciones materno filiales y las consecuencias que puede tener la negación de la primera de ejercer sus funciones. Una historia contada de manera directa, sin rodeos, adornos ni excesos, solo hechos, datos y acción. 37 años de una biografía recogidas en 150 páginas que nos demuestran que la vida es circular y que nuestro destino está en buena medida marcado por nuestro sistema familiar.

«Sánchez” de Esther García Llovet. La noche del 9 al 10 de agosto hecha novela y Madrid convertida en el escenario y el aire de su ficción. Una atmósfera espesa, anclada al hormigón y el asfalto de su topografía, enfangada por un sopor estival que hace que las palabras sean las justas en una narración precisa que visibiliza esa dimensión social -a caballo entre lo convencional y lo sórdido, lo público y lo ignorado- sobre la que solo reparamos cuando la necesitamos.

“Apegos feroces” de Vivian Gornick. Más que unas memorias, un abrirse en canal. Un relato que va más allá de los acontecimientos para extraer de ellos lo que de verdad importa. Las sensaciones y emociones de cada momento y mostrar a través de ellas como se fue formando la personalidad de Vivian y su manera de relacionarse con el mundo. Una lectura con la que su autora no pretende entretener o agradar, sino desnudar su intimidad y revelarse con total transparencia.

“Las madres no” de Katixa Agirre. La tensión de un thriller -la muerte de dos bebés por su madre- combinada con la reflexión en torno a la experiencia y la vivencia de la maternidad por parte de una mujer que intenta compaginar esta faceta en la que es primeriza con otros planos de su persona -esposa, trabajadora, escritora…-. Una historia en la que el deseo por comprender al otro -aquel que es capaz de matar a sus hijos- es también un medio con el que conocerse y entenderse a uno mismo.

“Dicen” de Susana Sánchez Aríns. El horror del pasado no se apagará mientras los descendientes de aquellos que fueron represaliados, torturados y asesinados no sepan qué les ocurrió realmente a los suyos. Una incertidumbre generada por los breves retazos de información oral, el páramo documental y el silencio administrativo cómplice con que en nuestro país se trata mucho de lo que tiene que ver con lo que ocurrió a partir del 18 de julio de 1936.

“El hombre de hojalata” de Sarah Winmann. Los girasoles de Van Gogh son más que un motivo recurrente en esta novela. Son ese instante, la inspiración y el referente con que se fijan en la memoria esos momentos únicos que definimos bajo el término de felicidad. Instantes aislados, pero que articulan la vida de los personajes de una historia que va y viene en el tiempo para desvelarnos por qué y cómo somos quienes somos.

«El último encuentro» de Sándor Márai. Una síntesis sobre los múltiples elementos, factores y vivencias que conforman el sentido, el valor y los objetivos de la amistad. Una novela con una enriquecedora prosa y un ritmo sosegado que crece y gana profundidad a medida que avanza con determinación y decisión hacia su desenlace final. Un relato sobre las uniones y las distancias entre el hoy y el ayer de hace varias décadas.

“Secretos de un matrimonio” de Ingmar Bergman

El guión de una teleserie convertido en un libreto teatral genial sobre los motivos y la esencia de las relaciones de pareja concebidas como proyecto de vida bajo la convención del matrimonio. Dos personajes que se expresan y se muestran tal y como son capaces de ser en cada momento de su vínculo, desde el desconocimiento y la ilusión inicial a la experiencia, la aceptación y la capacidad de ser honestos de mucho tiempo después.   

Tiempo atrás asistí a una adaptación teatral de esta obra dirigida por una grande de la escena y un actor que participa en películas ganadoras de Oscar. No me gustó. Lo que vi estaba planteado como una comedia ligera, pero lo que escuchaba me transmitía mucho más que costumbrismo y guerra de sexos, así que para comprobarlo me fui al texto original (1973) de Ingmar Bergman (1918 – 2007). Cineasta archiconocido, pero también escritor de dos títulos que recuerdo de manera especial, la novela Las mejores intenciones (1991) y Lámpara mágica (1987), sus memorias. En ambos demuestra una gran capacidad para ahondar en las relaciones humanas y exponer con claridad la conexión llena de quiebros, distancias y lagunas entre lo que sentimos y lo que mostramos.

Una realidad que consideramos lógica cuando nos es ajena, pero que negamos cuando nos afecta. Y ahí es donde Bergman da en el clavo en Secretos de un matrimonio. Su relato sobre cómo evoluciona la relación de Johan y Marianne, 42 y 35 años, resulta lógico y cercano. Su estructura es sólida y es inevitable no proyectarse en lo que expone con su escritura, ya sea para releer nuestro pasado, contrastar el presente en el que estamos o imaginar las diferencias que algún día podamos encontrar entre el futuro que deseamos vivir y el que realmente hemos construido.

Secretos comienza situándonos, él y ella posando para una revista y reunidos poco después con otros amigos que con sus gritos y manifestaciones de odio recíprocas parecen ser su antítesis. Pero los polos opuestos se atraen y lo que sigue es el inicio de un viaje que nos lleva de la imagen que aparentamos y nos creemos, a la realidad que somos y debemos aceptar. Primero dejándose llevar por la educación recibida, después buscando el conocerse a través de la introspección para finalmente llegar, más de una década después, a la madurez mediante la reflexión.

Un recorrido anímico y emocional que acaba en los años 70 habiendo tratado abiertamente temas como el aborto y la sexualidad antes y después y dentro y fuera del matrimonio. Reflexiones que van y vienen, variando la conclusión según el momento, para converger en la de qué es, qué conlleva y qué aporta el amor y su complementario, que no opuesto, el desamor. Si es algo que apela a nuestra razón, a nuestro corazón o a ambos a la vez. Si es una entelequia creada para frustrarnos o un estadio vital al que podemos aspirar como medio para desarrollarnos individualmente y crecer acompañado por ese otro u otra al que llamamos compañero o compañera de vida.

La libertad intelectual, moral y espiritual con que Bergman expresa y transmite sus reflexiones al respecto es total e incluso hoy, casi medio siglo después -y dejando al margen las cuestiones culturales de la Suecia en que vivió y el ambiente luterano en que creció-, su claridad para hilvanarlo dentro de una ficción, difícilmente superable.

Secretos de un matrimonio, Ingmar Bergman, 1973, Tusquets Editores.

«La herida perpetua» de Almudena Grandes

Selección de 167 columnas de las muchas que en los lunes de los últimos diez años su autora ha publicado en la contraportada de El país. Reflexiones, pensamientos y comentarios de una mujer “republicana, de izquierdas y anticlerical” sobre la actualidad política y social de nuestro país. Textos cortos, con mensajes claros, escritos con un lenguaje sencillo, que suenan casi como monólogos dramáticos, unas veces llenos de esperanza e ilusión, otras de ironía y sarcasmo.

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Aunque Almudena Grandes continua acudiendo a su cita de los lunes con los lectores de El país, La herida perpetua cubre el período que va desde enero de 2008 hasta junio de 2018. Desde aquel entonces en que se hablaba de una crisis financiera que el gobierno de Zapatero decidió ignorar hasta que Pedro Sánchez se convirtió en el primer presidente que llegaba al cargo mediante una moción de censura. Una vez a la semana y sin pelos en la lengua -con la única limitación del espacio asignado- Grandes escribe su columna de opinión sobre aquello que considera.

Muchos han sido los temas, los personajes y las situaciones que ha tratado, pero tal y como advierte en su introducción, un lector avezado -Juan Díaz Delgado, editor de este volumen- le hizo ver que sus textos formaban un conjunto que no solo exponía los males que nos afectan, sino también su visión de las causas endémicas tras ellos. Dejando claros sus principios y sus valores, pero sin caer en el dogma ni en el fanatismo, la autora de los Episodios de una guerra interminable no se queda en el campo de las ideas, las palabras o los discursos, sino que baja al terreno de lo real y lo tangible, lo demostrado y lo demostrable. Su argumentario se basa en el porcentaje de parados, en el índice de precios al consumo, en las inversiones en sanidad o en la ratio de alumnos por profesor.

Por eso critica a aquellos que se excusan en las vacuidades, los eufemismos y las huidas hacia delante para no solo no ofrecer soluciones, sino anclarse soberbiamente en los errores y pretender hacer de ellos la bandera que nos identifique, excluyendo como castigo a los que no se sometan. Se hace eco de lo que nos preocupa y nos hastía -la calidad de los servicios públicos, el bajo nivel del debate parlamentario, el uso partidista de la justicia, los derechos por consolidar, alcanzar o volver a defender- dirigiéndose tanto a uno y otro lado del espectro ideológico -Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Susana Díaz, Alfredo Pérez Rubalcaba o Artur Mas- como apelando a las buenas prácticas que serían deseables por parte de nuestras instituciones -los partidos políticos, las administraciones públicas, la Iglesia, los medios de comunicación- para crear, vivir y crecer en una sociedad abierta, diversa, respetuosa, tolerante, integradora, solidaria y equitativa.

Sueños y pesadillas que no son nuevos, que tal y como demuestran sus citas, referencias y asociaciones vienen de largo, o son cíclicas, o consecuencia de asuntos pasados no resueltos.  De una democracia con pudores, de una izquierda más pendiente de los flecos de sus teorías que de la práctica y de una derecha centrada eficazmente en los logros manteniéndose fiel a unos principios simples. De una transición que se empeñó en mirar únicamente hacia adelante, de cuatro décadas de dictadura cruel, de una guerra fratricida en la que venció el horror, la brutalidad y el salvajismo. De un tiempo anterior en que lo encarnizado primó sobre el diálogo, la imposición sobre lo negociado y la negación del otro sobre el entendimiento.

Pero aun así, la autora de Los besos en el pan -la novela publicada en 2015 que podría interpretarse como una ficción de la realidad de La herida perpetua– considera que hay espacio, tiempo, energía y ánimo para la esperanza, la voluntad y el el optimismo.  De que hay algo que a pesar de todo hace que sigamos funcionando como país y como sociedad. En nuestra mano está preservarlo y elevarlo para no dejar que nadie nos lo secuestre o arrebate nunca más y sacarle el máximo partido a eso que somos y formamos juntos por encima de los intereses políticos y económicos de unos pocos.

La herida perpetua, Almudena Grandes, 2019, Tusquets Editores.