Femenina y feminista, costumbrista y reivindicativa, singular y símbolo de tantas otras, sexual y reflexiva, consciente de sí misma y harta de la incoherencia, la hipocresía y la desigualdad. Salida de las páginas del “Ulises” de Joyce, esta mujer se expresa tal y como piensa y siente y se da voz a sí misma con una universalidad atemporal. Un personaje que Magüi Mira hizo suyo hace cuarenta años y con el que sigue demostrando su capacidad absoluta como intérprete.

La Historia cuenta que en 1980 Mira revolucionó el panorama teatral en nuestro país con un monólogo en el que su personaje explicitaba su vida sexual. Tanto la real como la deseada, entrando en detalles, verbalizando aspectos que, incluso en intimidad, muchos y muchas eludían afrontar con naturalidad. Los cien años de la publicación de la obra cumbre de James Joyce son la excusa perfecta para volver a extraer de sus páginas a Molly Bloom y llevarla nuevamente a los escenarios. Un ejercicio que deja patente la expresividad del texto, la vigencia de su mensaje y la suerte que tenemos de contemplar a la misma actriz resolviendo sus retos de manera sobresaliente.
El paso de la narrativa a la dramaturgia que José Sanchis Sinisterra realizó hace cuatro décadas está concebido como teatro puro: voz, gesto y presencia. La puesta en escena de 2022 va más allá de lo minimalista o lo diáfano. La sobriedad de la iluminación y la escasez escenográfica -la estructura de una cama compuesta por su somier y su colchón-, además de ayudar a unos reducidos costes de producción, nos centran en lo verdaderamente importante y valioso. En el testimonio con el que su enunciante profundiza en sí misma. En las posibilidades en que está basada su vida marital, en los elementos físicos, sexuales y afectivos que la rodean y transgreden, así como en las convenciones que la limitan.
Molly Bloom es consciente de que lo que verbaliza no son solo impulsos y necesidades corporales, sino también anhelos afectivos y morales, la exigencia de sentirse reconocida y valorada, escuchada, permitida y atendida sin tener que pedir permiso para ello. Por eso va de lo frívolo y lo divertido, como manera de atraer la atención, a lo triste y lo frustrante, aunque lo adorne con ironía, asertividad y realismo, cuando ya ha establecido la empatía que le permite compartirse abiertamente y a su espectador verse reflejado en ella.
Joyce camufló la crudeza de la exposición de Molly presentándola como transcripción de su pensamiento, recurso con el que trasladaba su escándalo a su lector por inmiscuirse en coordenadas imposibles de alcanzar en la vida real. Sanchis Sinisterra y Magüi Mira debieron exaltar a muchos en plena transición, ahí ya era ella quien se manifestaba abiertamente, quien verbalizaba su interior. A unos por pretender seguir en la pacatería que se habían autoimpuesto desde hacía décadas, y a otros por comprobar que era posible alzarse con sinceridad.
Hoy las coordenadas son diferentes. Hemos evolucionado. Supuestamente tenemos inquietudes más específicas y demandas más precisas, pero en el fondo sigue habiendo un contexto que dificulta la expresión, el debate y el diálogo que propone Molly Bloom. Una propuesta en la que es fácil introducirse por la estructura del texto, así como por la manera en que la dicción, las pausas y los cambios de entonación de Mira nos guían en la progresión, fases e intenciones de su confesión. Una mujer que reclama ser considerada por sí misma, tener voz y voto tanto en lo nimio como en lo importante y, en consecuencia, ser siempre tratada de igual a igual.

Molly Bloom, en el Teatro Quique San Francisco (Madrid).