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“Cultura ingobernable” de Jazmín Beirak

Más que un organismo o una institución, unas políticas y una programación, u objetos y experiencias solo al alcance de unos pocos. La cultura es una cuestión transversal que, desde la creación, la expresividad y la comunicación, ayuda a una mejor individualidad y sociedad mediante su impulso del bienestar personal, el espíritu crítico, la toma de conciencia y el conocimiento recíproco. Acertado y bien fundamentado ensayo con propuestas sensatas y necesarias llevar a cabo si queremos consolidar los cimientos de nuestra democracia.

La premisa de Jazmín Beirak es clara. La cultura es algo público y comunitario y, como tal, debe ser sujeto de atención de las instituciones que nos gobiernan. Pero no del modo en que lo hacen. Su acción no debe reducirse a vehicular una serie de materializaciones que no cumplen ni de lejos la premisa democrática que supone su existencia y que, además, condicionan en mucho a los pocos que consiguen apoyarse en ellas para llevar a cabo sus proyectos y conseguir hacer de sus creaciones (plásticas, escénicas, audiovisuales, performativas…) su modo de vida. Y la solución tampoco es confiar en el papel mediador de entidades privadas que se guían por, aunque lícitos, criterios subjetivos y/o intereses económicos.

Dos vías consolidadas, pero que, a todas luces, son insuficientes. No llegan a la mayoría de nuestra sociedad. Solo permiten dedicarse a la cultura a muy pocos. Y conciben la cultura de una manera muy simplista. Un diagnóstico que evidencia que no se practican, tal y como corresponden, los fundamentos constitucionales que nos rigen desde 1978 y que, a pesar de ser un término manoseado por todos, la cultura no se concreta en prácticas que demuestren su transversalidad, importancia y valor.

Y los primeros responsables de ellos son muchos de los dedicados a gobernar, legislar y gestionar, desde el ámbito público, ya sea estatal, regional o local. O la convierten en un elemento de imagen, con el riesgo de derivar en propaganda. O la consideran como algo superfluo, más asociado al ocio y al entretenimiento, o parte del paquete mercantilista en que están convirtiendo el conocimiento y el turismo.

Frente a esto, la propuesta de Beirak concreta lo que algunos movimientos políticos, más cercanos a la calle que a las intrigas de despachos llevan reclamando desde hace tiempo, reforzando así lo que es una demanda de movimientos vecinales, agrupaciones amateurs o la voz de cuantos están alejados de los grandes centros de producción y exhibición. La cultura está en lo cotidiano y no solo en lo puntual. En la expresión y la comunicación y no solo en lo excelso y estético. En lo que promueve que el sujeto se convierta en alguien que se interroga, debata y plantee, que comparta, muestra, interactúe y construya con otros, y no solo en quien es pasivo, escucha, observa y asume o no.

De ahí el acertado adjetivo de Cultura ingobernable. El papel de las administraciones públicas debe estar en crear un marco normativo ágil y facilitador, en lugar del rígido y limitante que tenemos, e incentivar la disposición de infraestructuras con las que cuantos quieran manifestarse a través de la cultura puedan hacerlo. Un medio que no es un fin en sí mismo, sino que también puede ser vehículo para que otras causas como el feminismo, la lucha contra el cambio climático o los derechos humanos lleguen no solo más alto, sino también más profundo entre cuantos podemos convertirnos en audiencia de sus manifestaciones y mensajes.

Cultura ingobernable, Jazmín Beirak, 2022, Editorial Ariel.

«20 días en Mariúpol», periodismo sobresaliente

Periodismo de verdad, el que se introduce en la realidad para contárnosla tal cual es. El que no se limita a mirar y reflejar pasivamente, sino que observa, busca e indaga para descubrir qué hay más allá de los hechos y cuál puede ser su devenir. Imágenes crudas sobre cómo Rusia invadió Ucrania, que demuestran cuán necesario es el cuarto poder para cimentar la democracia.   

Curioso capricho del destino, dícese que el fotoperiodismo nació durante la guerra de Crimea (1853-1856) y ahora, no muy lejos de allí, el ataque que la ciudad de Mariúpol sufrió a finales de febrero de 2022 ha dado pie a una película documental con mimbres de convertirse en un hito del periodismo de guerra. Mstyslav Chernov es el creador involuntario y la mente sagaz de esta cinta que surge de la vocación y compromiso que transmite como corresponsal audiovisual de The Associated Press.

El periodista en zona de conflicto no tiene horarios, su tiempo está marcado por lo que sucede a su alrededor, y cuando las tropas rusas comienzan la invasión de Ucrania asediando la ciudad de Mariupol, Chernov entiende que tiene una misión, una obligación moral. Un deber que siente aún más medular cuando comprueba que lo que allí está ocurriendo va más allá de un conflicto armado y se están cometiendo crímenes de guerra, premeditados y deliberadamente atroces, contra la población civil.

Los noventa minutos de 20 días en Mariupol se sustentan en su dominio técnico y narrativo, sabe recoger y editar el conglomerado de lo visible, la destrucción material, y lo invisible, el terremoto emocional que sacude a los habitantes de la ciudad ante el infierno, la violencia, la crueldad y la muerte en la que se ven sumidos. Y aun cuando su objetivo no es la precisión argumental ni la impresión estética, consigue ambos, evidenciando que hay una maestría que le permite no solo informar, sino también concienciar sin necesidad de pararse a convencer.

Muchas de las secuencias ya fueron transmitidas en su momento por televisiones de todo el mundo, dejándonos atónitos al comprobar que se estaba disparando indiscriminadamente contra simples viandantes, sepultando niños al bombardear edificios de viviendas y atacando hospitales en los que había mujeres embarazadas. Al verlas ahora unidas cronológicamente, y ligadas entre sí con la propia vivencia y reflexión de Mstyslav, ese profesional que, a priori, no debe desvelarse como tal ante su lector, oyente o espectador, queda aún más patente el ejercicio de comunicación y de mediación que supone ser periodista y que él encarna con rigor.

20 días en Mariúpol impacta por lo que pasó allí y entonces, por lo que sabemos que sigue ocurriendo en Ucrania y en otros muchos lugares del mundo y porque, a la par, nos hace plantearnos qué podemos hacer cada uno de nosotros, desde la pequeñez e insignificancia de nuestras vidas, para impedirlo. También, qué caprichosamente afortunados somos muchos de nosotros que, por ahora, este tipo de circunstancias nos son lejanas. Veremos si se lleva el Oscar a mejor largometraje documental el próximo 10 de marzo, sería una buena manera de amplificar su mensaje.

“La España invisible” de Sergio C. Fanjul

Más ignorada que no visible. Más maltratada que no considerada. Más despreciada que respetada. Pero como son los otros, esos que no están cerca anímicamente ni nos tratamos con ellos, hacemos que no se sientan escuchados ni parte de una sociedad que se dice democrática e igualitaria. Un ensayo que va más allá de la frialdad de los datos para situarnos ante lo que no queremos reconocer.

Hipérbole y objetividad. Esa es la paradoja del título de esta reflexión “sobre la precariedad, la pobreza y la desigualdad extrema en nuestro país”. Exagera porque no es cierto que no la veamos, pero acierta porque actuamos como si no existiera. Nos impresiona cuando nos damos de bruces con ella, como cuando durante la pandemia, y muy cerca de casa, nos encontrábamos colas de personas que acudían a buscar alimentos básicos al centro cultural del barrio mientras otros teníamos la fortuna de adquirirlos en el supermercado. Pero se convierte en paisaje cuando adopta formas a las que estamos acostumbrados. Un hombre que duerme en un cajero, una mujer que pide a la salida del metro, unos niños que solo comen cuando lo hacen en el comedor del colegio.

Personas reales, con nombres y apellidos, con una historia que los ha llevado a un punto de no retorno del que les es casi imposible salir, porque ni les damos la oportunidad ni les apoyamos para no venirse aún más abajo dentro de sí mismos. Como esas familias que tienen que elegir, si calefacción o comida, si libros o ropa, y que son los primeros en sentir cómo el estado del bienestar deja de ser tan fuerte como lo era antes. Ellos son los que engordan las listas de espera de la atención primaria, los que se agolpan en la última fila de las escuelas públicas, los que no pueden optar a un empleo porque no saben manejar internet.

Uno de cada cuatro españoles vive en esta situación. No saben qué pasará con ellos mañana, se saben en riesgo porque cualquier imprevisto puede poner patas arriba los cimientos de su vida. No tienen colchón económico y el modelo social que nos transmiten los medios de comunicación, las redes sociales y los discursos políticos les hacen sentir que si están ahí es porque no son capaces de estar del otro lado, que no son lo suficientemente válidos, hábiles, talentosos o inteligentes. Y quienes sí están en ese otro lado, optan por la soberbia de la superioridad y no por la solidaridad de la colaboración, por el individualismo neoliberal y no por la unión socialdemócrata.

Fanjul opta en su exposición por una redacción más cercana al reportaje periodístico, que en la actualidad practica en las páginas de El País, que al ensayo académico. Parte de datos, pero el corazón de su relato son los testimonios -recogidos por él mismo, yendo allí donde lo requiriera la casuística a explicar- que los personifican y ejemplifican. Deja claro cómo piensa y junto a quién está. Su propuesta está guiada por la empatía, actitud, valor y principio de actuación que unos tacharán como tendencioso y político, y otros, además de creer que sí, que es posicionarse, pensamos que, a la vista está, nos hace falta practicar mucho más.

La España invisible, Sergio C. Fanjul, 2023, Arpa Editores.

“La sociedad del desconocimiento” de Daniel Innerarity

Tenemos que observarnos y analizarnos desde un ángulo al que no estamos habituados y que nos incomoda. Ese en el que somos lo que no sabemos e ignoramos, lo que no comprendemos ni somos capaces de prever. Dimensión en la que estamos inmersos como resultado de la transformación tecnológica, el desarrollo científico y la priorización de la productividad económica por encima del progreso sostenible de nuestra sociedad.

Nuestro mundo está fundamentado en coordenadas que nos estructuran. Las fronteras del Estado que nos dan la nacionalidad, su sistema de gobierno, el alcance de su posible estado del bienestar, el corpus legislativo… Sin embargo, hay elementos que las ponen a prueba una y otra vez hasta hacernos dudar de su sentido y legitimidad. He ahí internet, buscadores y redes sociales, y las empresas, como plataformas de streaming y comercio electrónico, que fundamentan su negocio en los datos que les proporcionamos gratuitamente. O acontecimientos que superan cualquier previsión, como la pandemia del COVID-19 o la crisis financiera de 2008, que no solo desbordan a las disciplinas encargadas de su gestión, como fueron la medicina y la economía, sino también su diálogo y búsqueda de sinergias entre sí y con otras muchas como la sociología, la comunicación o la arquitectura.

Esta es la foto que plantea Innerarity, pero lo interesante de su análisis no son las causas, riesgos y amenazas, sino los retos, oportunidades y requerimientos que exige hacerle frente y convertir el momento presente en una transición y enlace entre un pasado en el que la norma era el control y un futuro en el que las coordenadas son ya de una constante volatilidad y una evolución aún más exponencial. Sin embargo, su mirada no está puesta solo en el más allá, su visión une las habilidades que requiere esta nueva situación, los objetivos comunitarios que no podemos perder de vista y la valoración de aquello de nuestro hoy y con lo que debemos seguir contando.  

La sociedad del desconocimiento es esa en la que aceptamos que el coste de llegar a más allá supone convivir con nuevas áreas de vacío, silencio y oscuridad que surgen de manera natural, como complementariedad de los logros e innovaciones que conseguimos. En la que el motor de la decisión y actuación de las personas no han de ser solo el acerbo informativo adquirido a través de la formación académica o la experiencia práctica, sino también las habilidades con que se es capaz de imaginar, investigar y dilucidar nuevas o diferentes maneras de hacer, estar y relacionarse. En la que se pone en valor los soportes tradicionales del conocimiento, como son los libros y el mundo editorial, y la reflexión sin exigencia de objetivos concretos inherente a las disciplinas humanísticas y las manifestaciones artísticas.  

Por último, y no menos importante, este ensayo expone la necesidad de poner límites a la falta de estos -geográficos y normativos, fundamentalmente- del mundo internet como manera de evitar la deriva iliberal, sin posibilidad de marcha atrás, en que pueden sumirnos por su único objetivo de la cuenta de resultados, su renuncia a entrar en cuestiones éticas y su dinamitado de los filtros editoriales que antes practicaban los medios de comunicación. Caldo de cultivo de la polarización política de que somos testigos -¿también impulsores y víctimas?- y que puede tener consecuencias sociales que debiéramos ser capaces de evitar. En nuestra mano, y teniendo en cuenta consideraciones como las expuestas por Innerarity, está.

La sociedad del desconocimiento, Daniel Innerarity, 2022, Galaxia Gutenberg.

“Al rojo vivo. Un diálogo sobre la izquierda de hoy” de Almudena Grandes y Gaspar Llamazares

El punto de partida es la debacle electoral de Izquierda Unida en las generales de 2008. El propósito, darle una razón programática a las personas que aspiraban a una sociedad en la que prime la igualdad, la fraternidad y el laicismo, y que el objetivo como país, antes que ser más productivos, sea progresar de manera sostenible. El resultado, una larga conversación y como epílogo dos ensayos breves de ella y varias exposiciones del programa político de él.

El 9 de marzo de 2008 las urnas fueron claras con IU, recibió la mitad de votos que cuatro años antes. Algo menos de un millón que, por cómo funciona nuestra ley electoral, solo le aportaron dos escaños. Frente a ellos, partidos con menos papeletas obtuvieron una representación más amplia en el Congreso de los Diputados. Al rojo vivo se propone analizar qué ocurrió sin olvidar algo siempre necesario, y no muy habitual en política, la autocrítica. Y para ello cuenta con dos voces muy pertinentes. De un lado una novelista, apreciada por su rigor histórico, y militante comprometida, pero sin deberes ni lealtades con nadie de la organización, y del otro su máximo representante y responsable, la persona en la que sus afiliados y simpatizantes buscaban liderazgo y criterio.

Los tres lustros transcurridos desde entonces hacen muy interesante el análisis que Almudena y Gaspar ofrecían de la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero y sus previsiones del devenir de la segunda. De manera paralela, los motivos que, según ellos, explicaban la devenida irrelevancia de sus siglas y la difícil coyuntura en que esto les colocaba.

Respecto a lo primero, y aun reconociendo que no alcanzaron las cotas que les hubiera gustado conseguir, se congratulan de haber sido el motor de los avances sociales de los años anteriores con leyes como las de dependencia, memoria histórica o matrimonio igualitario. Sin su presión, según su versión, y por la falta de ambición del PSOE, el resultado final hubiera sido una colección de versiones muy descafeinadas de las mismas. Algo que, acertadamente, atisbaron sucedería después en su aplicación al coincidir la insuficiente definición de cómo materializarlas, con una brutal crisis económica cuya existencia el gobierno socialista se empecinaba en negar una y otra vez. Escaparate socialdemócrata, ejecución neoliberal, esa era su conclusión.

Lo innegable es que se había dado un paso adelante en el reconocimiento explícito de determinadas realidades, fundamentales para integrar en nuestra sociedad tanto pasado y presente como a quienes más y menos tienen. Por este motivo criticaban cómo las medidas que estaba tomando la Unión Europea, en materia laboral o de inmigración, iban en contra de la identidad y la razón de ser del proyecto europeo, y reivindicaban -ligándolo con el presente- el papel que tuvo la II República en los asuntos que verdaderamente construyen una nación. Fundamentalmente, el diseño de un sistema educativo que llegue a todas las clases y la vertebración de infraestructuras y servicios sociales que articulen tanto al territorio como a sus habitantes.

Cuestiones tras las que están los valores que constituyen la esencia democrática y democratizadora del republicanismo, y que abogaban por ensalzar y divulgar para hacer frente no solo al griterío de la bancada de la derecha, sino también para actualizar el papel que las organizaciones políticas de izquierda han de cumplir en las sociedades actuales, muy diferentes a las que les vieron nacer. Algo en lo que, coinciden, se han quedado atrás al no saber interpretar como la globalización capitalista y la generalización de la sociedad de consumo ha cambiado tanto nuestros hábitos cotidianos como nuestras demandas individuales, familiares y colectivas. Un buen ejemplo de ello era la dirección nacional de Izquierda Unida, con facciones enfrentadas entre sí, y alejada del día a día de la ciudadanía, al contrario de como sí hacían muchas de sus direcciones regionales y locales.

Lo interesante, llegado este punto, es la visión de Almudena Grandes, proponiendo una refundación -ya sea del partido o de las personas que lo conforman- que, más que la definición de una estructura orgánica eficaz y eficiente, tuviera como objetivo concretar en qué aspectos de nuestra organización política y social quiere influir y centrar en ello sus esfuerzos. Sabiendo cuáles son los obstáculos -el diseño de la ley electoral- y los elementos en contra -los medios de comunicación-, y actuando de manera decidida, diferente e innovadora para salvar tales dificultades.

Una lectura entretenida, fluida por su carácter de conversación transcrita. Aspecto en el que ambos participantes presentan diferencias. Mientras la retórica de ella es análoga a su escritura, rica y expresiva, a la par que comprensible al oído y armoniosa al intelecto, la de él, siendo comprensible y argumentada, tiene más de explicativa y de la presumible necesidad de ser coherente con los argumentarios preparados con anterioridad. Con la perspectiva que da el paso del tiempo, la lectura de Al rojo vivo podría suponer una excusa perfecta para analizar cómo hemos evolucionado y chequear en qué, cuánto y cómo acertaron y erraron Almudena y Gaspar sobre hacia donde iba el panorama nacional y europeo, y si Izquierda Unida supo adaptarse a dichas circunstancias y ejercer un papel activo en pro y beneficio de nuestra sociedad.

Al rojo vivo. Un diálogo sobre la izquierda de hoy, Almudena Grandes y Gaspar Llamazares, 2008, Antonio Machado Libros.

“Un tal González” de Sergio del Molino

Más un acercamiento y una reflexión que un ensayo y un análisis. Una mirada que descifra las luces y las sombras, descubre las fortalezas y las debilidades y señala los logros y las derrotas de su protagonista, a la par que expone cómo se constituyeron y consolidaron los fundamentos de nuestro actual modelo de sociedad y de país. Una escritura incisiva sobre el ayer con la que disfrutar de una lectura reflexiva desde el hoy.

En 2004 viajé a Barcelona para conocer el Fórum de las Culturas. Uno de los recuerdos más intensos que tengo de aquellos días es el de la tarde que acabé escuchando a Felipe González. Se me ha olvidado el tema sobre el que versaba aquel encuentro, debate o conferencia, pero no la honda impresión que me produjo escuchar y ver a alguien que, además de saber sobre qué estaba hablando, lo transmitía con absoluta claridad. Resultaba tan convincente por la seguridad y tranquilidad de su expresión como por la argumentación y fundamentación de sus afirmaciones. Había experimentado en mis propias carnes lo que muchos otros españoles habían comprobado desde que este sevillano, abogado laboralista e hijo de un vaquero cántabro, se lanzó a la política a finales de la década de los 60.

Como para muchos de los que nacimos en los agitados 70, Felipe González ha sido una presencia continua en mi imaginario político. Primero, y cuando aun no era ni consciente de semejante concepto, como tema de conversación de mis mayores y de lo que veía en televisión y leía en portadas de periódicos. Posteriormente, como mención obligada a la hora de repasar la evolución y el estado actual de nuestra democracia, asunto al que me acerco continuamente con curiosidad por saber, deseo de comprender cómo y por qué y necesidad de vislumbrar qué futuro se puede construir a partir de ahí. Experiencia que parece afín a la que transmite Sergio del Molino y quizás por la que he conectado tan bien con su propuesta narrativa.

Una sucesión de fechas significativas de las que se sirve para aunar el contexto, el pensamiento de su personaje y los elementos que estaban en juego para relatarnos dónde estaba nuestro país -dictadura, transición y consolidación democrática-, el papel que Felipe desempeñó como político y como gobernante, como ideólogo y presidente del Gobierno desde 1982 hasta 1996, y las consecuencias prácticas que aquello tuvo y tiene en nuestro presente.

Sin necesidad de aclarar las fronteras entre lo documentado, lo escuchado y lo intuido, el también autor de La España vacía (2016) acierta al relatar cada día escogido con un estilo a caballo entre el reportaje periodístico y la crónica literaria. Aúna al rigor que ofrecen los datos, la dramaturgia con que expone -incluida la vivencia de encuentros propios, circunstanciales y premeditados, con su retratado- la individualidad de las emociones personales y lo colectivo de las atmósferas compartidas en cada situación.

Una aproximación cuyo valor está en el acierto del conjunto que conforman la cronología, las temáticas, los lugares y los personajes de las jornadas seleccionadas. Una edición que aúna lo nacional y lo internacional, lo económico y lo social, lo banal y lo trascendente, lo nimio y por ello representativo y lo grandilocuente y por eso olvidado en los anales. Un cuadro con el que tener una imagen quizás no perfecta y completa, pero sí cercana de su protagonista, de sus decisiones y acciones, de su influencia y papel en el devenir de aquello en lo que España se convirtió y sigue siendo y, por tanto, de lo que somos todos y cada uno de nosotros.

Un tal González, Sergio del Molino, 2022, Editorial Alfaguara.

“Salvar al Rey”, ¿a qué rey?

Televisiones, radios y periódicos nos abruman desde hace días con el protocolo de cuanto está ocurriendo en el Reino Unido desde que falleció Isabel II, la meticulosidad del viaje que acabará con su entierro y los primeros actos públicos de Carlos III como nuevo monarca inglés. Mientras tanto, aquí HBO estrena un documental que certifica los muchos rumores que durante demasiado tiempo hemos escuchado sobre nuestro emérito. Dos ejercicios de imagen completamente diferentes, pero con fines similares.

Tradición y símbolo, historia y legado, futuro y emblema. Son algunos de los muchos términos que estos días repiten hasta la saciedad periodistas y corresponsales in situ, tertulianos sabelotodo y académicos y diplomáticos que, a priori, se atienen a los datos y al conocimiento basado en la experiencia en primera persona. Pero la impresión es que escuchamos una y otra vez lo mismo. Un continuo parafraseo de comunicados oficiales, variaciones de dimes y diretes, lectura tal cual de las publicaciones en redes sociales de toda clase de instituciones y falsos análisis de las portadas y titulares de apertura de los informativos más representativos de aquellos países que, por motivos diversos, tenemos como referentes.  

La tónica es una retórica de frases hechas y lugares comunes, que no niega las sombras, pero que pone el foco sobre las luces con exceso, provocando que lo que se pretendía amable, respetuoso y cercano, resulte frío, apático y artificioso. Consigue todo lo contrario a lo que sus promotores e interesados buscan y desean, que no nos lo creamos y las arrinconadas sombras se hagan protagonistas por sí solas. De eso saben mucho en el Reino Unido. Pero no solo allí. También sabemos aquí, en España.

Durante años hemos escuchado insistentes rumores sobre cuestiones afectivas, sexuales, pecuniarias, políticas, o sencillamente caprichosas, sobre el titular de la Casa Real que, desde esta misma, así como desde diversas administraciones y partidos políticos intentaban acallar con discursos elaborados, minutos de aplausos y homenajes en serie a quien, según el artículo 56 de nuestra Constitución, “es inviolable y no está sujeto a responsabilidad”. O erraron en la estrategia o no la ejecutaron correctamente ya que esta siempre transmitió improvisación y auto justificación. No bastó la sobreactuada negación inicial ni el dramático silencio posterior.

Por eso pasamos a la fase en la que ahora estamos, la de la ponerle palabras. Primero fueron declaraciones por escrito con tintes de haber sido redactadas por abogados. Mínimas, asertivas y, aunque viciadas de eufemismos y circunloquios, precisas. Ahora, con las hemerotecas repletas de entrevistas, artículos, reportajes y portadas con datos, hechos y supuestos, publicados por cabeceras a las que suponemos solo involucradas en asuntos contrastados, parece que ha llegado el momento de reconocer abiertamente, no solo cada una de esas anécdotas, sucesos o episodios, sino el trasfondo que transmite el conjunto de todos ellos.

Eso es lo que hacen los tres episodios de Salvar al rey. Dan contexto político y social, familiar y personal, explican lo sucedido poniendo en negro sobre blanco la figura de Juan Carlos I en relación con comisiones económicas, matrimonio solo ante la opinión pública, vida privada licenciosa, tráfico de influencias y escasa atención al sentido del deber, la legalidad y lealtad al sistema democrático que se le presupone a alguien con la responsabilidad que él tenía. Algo que queda refutado cuando resultan coherentes las pruebas mostradas con la reputación de quienes narran, opinan y valoran al respecto. Y aunque no todos ellos gozan de la confianza que sería deseable para aparecer en una producción así, queda claro que quien nos reinó acabó siendo un serio problema para la continuidad del sistema que durante mucho tiempo le ayudó en sus andanzas, excusó sus renuncios y sostuvo sus caprichos.

Se desvelan realidades que no conocíamos -como las promovidas por unos pocos que le plantaron cara- y se sentencia el asunto diciendo que es demasiado tarde para reparar o restituir su imagen. Entonces, ¿por qué emite HBO esta serie documental? ¿Por qué dan la cara en ella personajes con tanta solera entre nosotros? Porque el objetivo no es periodístico o histórico, no es revelar lo que fue como nunca nos lo habían dicho. El propósito de quienes están tras estos ciento cincuenta minutos es separar la persona de Juan Carlos I de la institución de la monarquía y, certificar, con los pasos dados por Felipe VI desde que su padre abdicara, que estamos en una nueva etapa donde la norma es la ejemplaridad, el compromiso y la coherencia.

Carlos III está realizando estos días un ejercicio de imagen que incluye lo oficial y lo supuestamente improvisado, su efigie en silencio y su voz enunciando los valores en los que cree y la visión a la que aspira. Su fin es limar las asperezas de quienes dudan de él, atraer la atención de aquellos a los que resulta indiferente y renovar la confianza de los que creen en su persona y en su preparación para desempeñar el papel para el que nació. De la misma manera, nuestro monarca realiza cada día movimientos con los que nos dice que es responsable, serio y profesional. Pero como aún hay riesgo de que su progenitor afecte negativamente a la institución, es lógico que pensemos que tras el pasado que nos cuenta Salvar el Rey, su intención sea salvar el futuro del Borbón actual. Habrá que estar atentos a ver cuáles son las siguientes materializaciones de esta campaña de relaciones públicas y de marca, tanto institucional como personal.

Cómo hacer frente a un neonazi

Desde hace días se puede ver en Filmin “Todo lo que amas”, serie de producción noruega que cuenta de manera sencilla y sin ambigüedades ni sensacionalismo cómo percatarnos de la pervivencia del virus del supremacismo fascista en nuestra sociedad. Siete capítulos de corta duración con los que tomar nota de cómo prevenir que los más jóvenes encuentren en su manipulación las respuestas que buscan y sepan plantarle cara.

Tras años sin verse, Sara y Jonas coinciden una tarde en el metro de Oslo. Ahora ella es estudiante universitaria y él vigilante de seguridad. Comienzan a quedar y a compartir tiempo, a intimar, a mostrarse no solo físicamente sino también como seres que actúan según sienten y piensan. Un proceso lento, que se inicia con tiento y cierto artificio por no saber cómo funciona el otro y porque la prioridad es agradarle para conquistarle. Mas a pesar del cuidado en guardar determinadas formas, la esencia, intimidad y verdad de quién es cada uno de ellos se va manifestado poco a poco. Y por eso actúan como lo podríamos hacer cualquiera de nosotros, personas que a medida que nos conocemos y ganamos confianza, nos relajamos y expresamos los valores y principios por los que nos regimos de una manera clara y directa.

Ya fuera de la pequeña pantalla, la experiencia nos dice que es entonces cuando surgen comentarios pronunciados de manera espontánea y con un tono aparentemente liviano como “los moros y los negros están acabando con nuestra identidad nacional” o “los maricones son enfermos”. La cuestión es si quienes los escuchan son capaces de liberarse de sus deseos y necesidades a la hora de interpretarlos correctamente y no disculpan la xenofobia, la lgtbifobia, el machismo y demás fobias bajo excusas como es solo un pensamiento, no tiene mayor importancia o seguro que no quiere decir eso, por miedo al conflicto, a la soledad o a ser acusados de paranoicos.

Pero como sucede con los asuntos médicos, y si no hemos conseguido el más vale prevenir que curar, cuanto antes actuemos ante la manifestación del virus del mal, antes podremos evitar que se extienda y que se materialice en consecuencias siempre dolorosas y para las que no existe la opción de volver atrás a enmendar el pasado. Porque por muy minoritarias, desorganizadas y aparentemente incapaces que sean las personas que forman parte de dichos círculos, su proceder no se atiene a las convenciones y reglas meditadas y consensuadas por las que la inmensa mayoría nos guiamos en nuestra convivencia. No queda otra que advertirles de su inhumanidad, distanciarnos de ellos y comunicar su pensamiento a quienes tienen el deber de protegernos. Solo así evitaremos que sus ideas nos ensucien y que traigan consigo polaridad, enfrentamiento, violencia y muerte como la que la propia Noruega vivió el 22 de julio de 2011.

Al tiempo, tenemos que ser inteligentes y no caer en el juego de la confrontación que proponen como excusa tergiversada sobre la que fundamentar su pensamiento y su retorcida visión del presente en el que vivimos. Como bien dice uno de los personajes de Todo lo que amas, castigarles con la humillación que ellos practican no es la solución, esta exige nuestra unión y ser capaces de ejercer de espejo en el que comprueben su absurdo y su error, la barbarie que personifican. Algo que pasa por la actitud individual de no permitir ni una y por la sistémica fundamentada en administraciones públicas que actúan de manera firme, decidida y rápida ante esta amenaza, apoyándose para ello en la justicia y previniendo a través de la educación, la comunicación y la cultura.

No hay sociedad libre del germen de la radicalización. En España hemos visto como esta provocó que una banda asesina se llevara por delante la vida de más de 850 personas. Y aunque no sea comparable, desde hace años tenemos ejemplos de gobernantes por todo el mundo que, en lugar de fomentar y trabajar por la convivencia, solo buscan separarnos y revolvernos a los unos contra los otros. También en nuestro país, desde varias marcas y ocupando puestos de máxima responsabilidad pública, con la paradoja incluso de haber sido elegidos democráticamente para, ahora, actuar de manera irrespetuosa, falta de toda ética y hasta saltándose la ley. No les dejemos.

“Manipulados: La batalla de Facebook por la dominación mundial” de Sheera Frenkel y Cecilia Kang

Investigación periodística que abarca desde la génesis de la compañía hasta su papel protagonista en la polarización de la opinión pública a nivel mundial. Entrando en el detalle, en los objetivos perseguidos por Marck Zuckerberg, los argumentos utilizados para justificar sus decisiones y las coordenadas políticas en que ha medrado para conseguir sus pretensiones. Un trabajo que nos advierte del extraordinario poder que proporciona la tecnología, sobre todo cuando no es bien gestionada.

El culmen fue el 6 de enero de 2021. Ese día Twitter y Facebook bloquearon las cuentas de Donald Trump. El uso que el presidente saliente de EE.UU. estaba haciendo de las redes sociales era la última muestra de que estas eran utilizadas para un fin completamente opuesto a su publicitada misión social, facilitar la comunicación entre personas de todo el mundo. Quien se suponía el máximo garante de la democracia de la primera potencia se estaba sirviendo de ellas para socavarla. Sin embargo, lo que ocurrió no era algo acotado a una persona, un momento y un lugar. Era la norma de en lo que se había convertido la plataforma Meta, con su marca más conocida a la cabeza, Facebook, y también propietaria de Instagram y Whatsapp. Una herramienta con la que se engaña y manipula, enfrentando y polarizando hasta límites insospechados con consecuencias sistémicas potencialmente irreversibles.

Tal y como Frenkel y Kang exponen en una redacción ordenada, sustentada en hechos públicos y opiniones privadas, era algo que se veía venir por la evolución de su modelo de negocio, las contradicciones entre su proceder y sus supuestas políticas internas y la incapacidad del marco normativo, con la aquiescencia de parte del espectro político, para ponerle coto. Las evidencias eran claras, la manera en que durante años había acumulado datos de sus usuarios valiéndose de los subterfugios de la letra pequeña de su política de privacidad, permitiendo una microsegmentación que después se vendía a cualquier entidad, como los bots rusos que se sirvieron de ella para intervenir en contra de Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016.  

De mar de fondo una serie de cuestiones que Zuckerberg y su empresa han utilizado a su favor y que me hacen acudir a otros autores. En primer lugar, la fricción entre la globalidad económica y tecnológica y las fronteras geopolíticas. Tal y como señalaba Eric Hobsbawn, los estados tienen que ser más rápidos y hábiles estableciendo los mecanismos que hagan que el poder que albergan algunas corporaciones con dimensiones planetarias no vaya en contra del interés común. Algo que pasa, sin duda alguna, por revertir la prioridad de la productividad y la maximización de la cuenta de resultados del neoliberalismo que nos gobierna.

A continuación, lo señalado por Frédéric Martel, la diferente aproximación al sector de las autoridades norteamericanas y las europeas. Facebook, Twitter o Google son empresas de contenidos, de generación y transmisión de información, y no solo plataformas tecnológicas, y como tal deben ser reguladas y supervisadas. Quizás sea esta la manera de evitar que se conviertan en el medio con el que consolidar la involución democrática que gobernantes y cargos públicos de distintas partes del mundo, incluida España, están intentando desde hace años, según denunciaba recientemente Anne Applebaum. Presunción con la que coinciden las dos periodistas de The New York Times, responsables de este interesante ensayo.

Manipulados: La batalla de Facebook por la dominación mundial, Sheera Frenkel y Cecilia Kang, 2021, Editorial Debate.