Cumple con los clichés del terror y el horror, pero como no pretende ser creativa ni deslumbrante, resulta entretenida y tiene hasta un punto original en su propuesta. Actores correctos, postproducción efectista y una dirección conocedora de los resortes del género para atraer, enganchar y mantener a su espectador atento, expectante y deseoso de experimentar el desarrollo de su trama.

Maligno define contra quién o qué nos enfrentamos. Pero como término que adjetiva, no transmite la naturaleza de ese fenómeno. Esa es su primera incertidumbre. No saber si se trata de algo espiritual o humano, si tiene que ver con circunstancias personales de su protagonista o si es víctima inevitable del momento y el lugar en el que está. Si es producto de nuestro tiempo o de un pasado que no acierta a dilucidar. James Wan juega con todo ello. El horror no está solo en lo que sucede, sino en el desconcierto que genera el desconocimiento. Poco a poco va deshojando la margarita de las posibilidades, pero a medida que estrecha el camino, también genera la interrogante del cómo es posible.
De un lado las violentas muertas que causa un ser, presencia o ente indefinible, de otro una mujer que es testigo telepático, a su pesar, de semejantes barbaries. Qué les une. Cuáles son los resortes de esa comunicación mental y las raíces de esa relación sin referente psicológico ni psiquiátrico. Y cruzado con ello una investigación policial y las lagunas biográficas de Madison. El director de la espeluznante saga de Saw (iniciada en 2004) se centra en ello manejando acertadamente las claves de su puesta en escena.
Tensión nocturna y clarividencia diurna, escenarios escasamente iluminados y diafanidades umbrías, efectos de sonido que alertan y predisponen, encuadres abiertos con líneas diagonales y detalles distorsionados o magnificados. Y junto a ello efectos visuales que no pretenden la excelencia artística, sino generar una sensación de artificio que haga fácil nuestro traslado al terreno de lo supuestamente inverosímil. Esto limita a Maligno, pero al tiempo le da aire para evolucionar sin la rémora de las expectativas.
Podría haber pulido más el guión y profundizado en los arquetipos personales que presenta, pero Wan ha optado por quedarse en el por qué sucede lo que estamos viendo y quién o qué está tras ello. No hay distracciones y dosifica acertadamente la información que le da respuesta. Y cuando se le agota una línea de tratamiento argumental, la encadena eficazmente con otra. Así es como el terror y el horror van y vienen entre el suspense, el thriller, la acción, el drama y el gore. Un conglomerado con las dosis justas de coherencia y una verosimilitud cercana a la fantasía.
Llegados a su clímax comienza el juego de enfrentar y confrontar, descubrir y desvelar y vuelve a dar en el clavo con la manera en que lo hace. Despoja a sus personajes de sus características individuales y se sirve de ellos como piezas en un tablero de ajedrez. Cada uno con una función y unas posibilidades de movimiento muy determinadas de las que no se salen. De esta manera todo queda vinculado con lo sucedido anteriormente, pero lo plasma con tal velocidad y ritmo que no nos da tiempo a adelantarnos a los acontecimientos, a presuponer lo que va a ocurrir. Motivos por los que Maligno no pasará a la historia del cine, pero sí a mi cúmulo de ratos disfrutados frente a la pantalla. Tan solo me deja una duda, ¿habrá secuela?