
El 1 de diciembre es el Día Mundial de la Lucha contra el Sida. Un acontecimiento que para muchos queda vahído en el calendario entre otras 364 cuestiones que tienen también su día anual. Pero es total merecedor que por unas horas lo hagamos protagonista absoluto, que cuando veamos el lazo rojo recordemos que el síndrome de inmunodeficiencia adquirida existe. Que es un elemento más de la cotidianeidad en la que vivimos. Que le dimos nombre en 1982 y que desde entonces sigue entre nosotros con el único objetivo de destruirnos. Por eso debemos luchar contra él.
Hoy es la fecha marcada en el almanaque para decirnos a nosotros mismos que debemos intentar –cada uno por sus propio medios- acabar con el sida, tanto con la enfermedad como con el concepto imaginario que en estas más de tres décadas desde que comenzamos a escuchar de él se ha creado a su alrededor.
Debemos luchar en tres ámbitos contra el sida: contra la naturaleza, contra la desinformación y contra los prejuicios.
Luchar contra la naturaleza
La naturaleza tiene sus propias reglas y traza por sí misma su camino y los humanos somos seres condicionados a su devenir como parte de ella que somos. Pero si algo nos ha demostrado la historia hasta ahora es que el hombre es capaz de domesticar a la naturaleza o si no, tomar los hábitos oportunos para adaptarse a ella y así sobrevivir.
La ciencia es el medio para conseguirlo, a través de ella hemos llegado a minimizar los efectos de los procesos víricos (he ahí los analgésicos y antibióticos), o a controlar y hacer desaparecer –según el punto del mundo en el que vivas- enfermedades como la tuberculosis, la peste o la sarna. Con respecto al sida, cada día se consiguen nuevos avances científicos, nuevos logros. Por lo tanto, ¿no va a ser capaz de hacerlo también con el sida? Está en ello, hay hitos ya alcanzados, pero nos queda mucho por conseguir.
La comunidad científica lleva luchando contra el sida –como contra otras muchas enfermedades- desde que surgieron los primeros síntomas de su existencia. La suya es una lucha estratégica, que requiere recursos, personal formado, dotación técnica, fondos económicos y tiempo. Y los que no somos comunidad científica debemos confiar en sus criterios y sus decisiones. Entender que la ciencia es un camino de largo recorrido que se construye al andar, que los logros no se pueden planificar y que sólo son producto del tesón y del día a día. La ciencia necesita nuestro apoyo. Debemos hacer nuestra su visión.
Las instituciones públicas –las que nos representan a todos, las que somos todos- en relación a la ciencia deben funcionar bajo criterios científicos, y no políticos y menos aún partidistas (temporales, ideológicos). Es decir, al revés de como está pasando. ¿Una incompetente actuación pública -en el ámbito científico- provocará más casos de sida? Sí, todo lo que dificulte el desarrollo científico dificulta la mejora de nuestra calidad de vida. Dificultar la investigación sobre el sida retrasará la solución y mientras tanto se infectarán personas que podrían haberlo no hecho, y se dificultará la calidad de enfermos que podrían haber tenido soluciones antes.
Luchar contra la desinformación
El ser humano, ¿nace o se hace? Nace como ser vivo y se hace como humano, ¿cómo? A través de la educación. Sabemos lo que nos enseñan, lo que nos transmiten si haberlo pedido, cuando eres niño a través del ejemplo de tus mayores, o mediante la formación reglada del currículum académico. Y sabemos también lo que aprendemos a partir –literal o adaptado en función del espíritu crítico que le apliquemos- de las personas e instituciones (ej. medios de comunicación, entidades y personalidades públicas,…) a las que nos acercamos. Todos ellos tienen una responsabilidad, tanto a la hora de ejercer el papel de transmisores (de información, de valores) como de fomentar el espíritu crítico constructivo (objetividad, relatividad, circunstancialidad, multitud de puntos de vista,…).
El resultado, información adquirida y capacidad crítica, forman los conocimientos que tenemos del mundo (el personal, el colectivo en el que estamos enmarcados y el global que va más allá de los dos anteriores) en que vivimos y de las circunstancias en que desarrollamos nuestra vida en todas sus facetas.
Dicho esto, ¿qué sabemos de muchas realidades científicas como son las médicas? ¿Qué sabemos del sida? ¿Cuál ha sido la fuente de dichas ideas? La mayoría de los casos de infección que han ocurrido y siguen ocurriendo son producto de la falta de conocimiento de cómo evitar que esto suceda. Llevamos ya tres décadas conviviendo con el sida, ¿cómo es posible que esto siga ocurriendo? ¿Qué falla para que no se llegue a saber –o a aplicar- cómo prevenir o a bajar la guardia –que en el fondo es no haber adquirido la dimensión real de los conocimientos-? Fallan los que nos transmiten los conocimientos, fallamos nosotros por no aplicar espíritu crítico –quizás por falta de esta habilidad- a nuestros propios actos y peor aún, prolongaremos la desinformación hacia aquellos sobre los que ejerceremos papel de formadores.
La desinformación, la ignorancia, se cura con educación formal e informal. ¿A más educación formal menos casos de sida? Sí. ¿Cómo informar más y mejor? Con un sistema académico dotado de recursos (profesionales y técnicos) y con un currículum de conocimientos a transmitir basado en la objetividad científica y en la necesidad humana de los mismos. ¿Sucede esto así? No. Se editan los conocimientos a transmitir en base a criterios subjetivos, a prejuicios, que sólo contribuyen a una visión sesgada de la realidad y a una disminución del potencial del desarrollo individual y colectivo. De esta manera se dificulta también que la educación informal pueda ser eficaz ya que no ha sido alimentada correctamente por la educación formal. Y en este caso no estamos hablando de ignorancia, falta de conocimientos, sino de desinformación, conocimientos erróneos –o malintencionados incluso- y por lo tanto peligrosos para aquellos a los que se transmiten.
¿Puede nuestro sistema educativo/académico hacer que haya menos casos de sida? Sí. ¿Por qué no lo hace? La respuesta tendrían que dárnosla los gestores de nuestras instituciones públicas –las que nos representan a todos, las que somos todos-. Si no hay respuesta positiva, entonces la pregunta debiera ser a nosotros mismos: ¿por qué permitimos esto?
Luchar contra los prejuicios
En su definición de prejuicio, la segunda acepción que da la RAE dice: “Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal.”
¿Qué lleva a los prejuicios? Complicada pregunta a la que se le puede dar la sencilla respuesta de otorgarse la potestad del poder, de establecer qué está bien y qué está mal con el fin de situarse en una posición de superioridad. ¿A qué coste? Sin límites, el que establece o perpetúa un prejuicio sólo tiene como objetivo su supremacía. No sólo formula condiciones para el halago subjetivo, sino que establece características para el desprecio social. La historia nos ha dado multitud de ejemplos a lo largo de muchos siglos, unos han desaparecido y otros perviven adaptándose a las circunstancias del momento presente.
El sida fue conocido en su inicio como la enfermedad de las cuatro haches por los colectivos en los que en EE.UU. en los primeros meses se vieron más casos: homosexuales, haitianos, hemofílicos y heroinómanos. Tras estos colectivos prejuicios como la homofobia o la xenofobia transformada en cruel desatención y culpabilización por parte de las instituciones públicas y muchas de las sociales (todas las oficiales de los credos religiosos y las que se nutren fielmente de sus doctrinas ideológicas). Un estigma que afectó no sólo a los que tuvieron la desgracia de infectarse, sino que se convirtió en calificativo injusto y perseguidor de toda persona que cumpliera con la característica de homosexual o de raza no blanca.
Prejuicios que existían y que siguen fuertes en todo el mundo y que se propagan e inoculan en la sociedad y en las personas con la misma virulencia con que lo hace el vih en el cuerpo de los humanos. Los prejuicios impiden una correcta información acerca del virus, son motores intencionados de desinformación. Los prejuicios son fuente de desasosiego en los portadores del virus por el papel de sentenciador de culpabilidad que pueda desempeñar en las coordenadas sociales en las que estos vivan.
¿Los prejuicios son causantes de mayores casos de sida? Sí, sin ninguna duda, imposibilitan una correcta información y la capacidad de espíritu crítico, y su irracionalidad impide el correcto desempeño del mundo científico.
¿Cómo luchar contra los prejuicios? Luchando contra aquellos que los detentan con la opción de negarles la escucha o con la vía de los hechos y los datos, informando y educando, sosteniendo con tesón y perseverancia un discurso moderado en sus formas pero continuamente activo. Labor de nuestras instituciones públicas –las que nos representan a todos, las que somos todos- y también labor de todos y cada uno de nosotros a título individual.
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