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«Los hijos» de Gay Talese

Dos siglos de la historia de Italia y de una familia originaria del sur, la del autor, que acabó echando raíces en el este norteamericano. Un ejercicio de investigación para conocer y comprender cómo los grandes acontecimientos políticos, militares y sociales afectaron a la manera de vivir, a las motivaciones y al devenir de las distintas generaciones que le precedieron. Una excepcional síntesis en forma de novela de “no ficción” que une de manera admirable todas las dimensiones, acontecimientos y personas que transitan por sus páginas.

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Desde que la región de Nápoles estaba gobernada por los Borbones hasta el conflicto que muchos italianos nacionalizados estadounidenses vivieron durante la II Guerra Mundial cuando vieron cómo sus padres, hermanos o primos residentes en el viejo continente formaban parte de las tropas del otro bando. Gay Talese firma una obra que demuestra que el mundo no está formado por departamentos estancos sino por personas que nos movemos de unos lugares a otros formando un triángulo –peculiar unas veces, complicado otras- de mestizaje, diálogo con los modos y maneras locales y fidelidad a los valores y costumbres en que fuimos criados.

Su narración se remonta hasta las últimas décadas del siglo XVIII para explicarnos cómo se ganaban la vida sus antecesores en Maida trabajando la tierra y practicando el comercio siendo parte del Reino de las Dos Sicilias, territorio gobernado por la rama española de los Borbones. Posteriormente el Risorgimento les integró en 1861 en el Reino de Italia, un estado que convertiría a sus conciudadanos del sur en pagadores de impuestos, mano de obra barata obligada a emigrar y soldados sin formación ni motivación en grandes conflictos como la I y la II Guerra Mundial.  Muchos de ellos optaron por marchar a EE.UU., como lo hizo Joseph Talese, que acabaría estableciéndose como sastre en Ocean City (Nueva Jersey), ciudad en la que en 1932 nacería su hijo Gay, el periodista y escritor de esta novela y de otras como Honrarás a tu padre.

Los hijos cuenta con pasajes en los que se explica con gran claridad acontecimientos históricos como las guerras contra Napoleón, la figura de Garibaldi, el desarrollo industrial de la costa este estadounidense a finales del siglo XIX y principios del XX, el clima político de Italia en la década de 1920, el ascenso al poder de Mussolini o cómo el ejército americano se apoyó en la Mafia para hacerse con el control de Sicilia en julio de 1943.

Estos episodios sirven para enmarcar la manera de vivir en cada época en la localidad de la que proceden los Talese –o en las que se instalarán posteriormente-, cómo se gestionaban las explotaciones agrícolas y ganaderas, el papel de los padres a la hora de casar a sus hijos, la omnipresencia de la religión, las maneras de vestir o los hábitos sociales a la hora de relacionarse. También el día a día de entrenamiento, lucha, victoria agridulce o amarga derrota de los que se vieron obligados a combatir durante la Gran Guerra. O la manera en que los que emigraron se hicieron su lugar en París o en la costa este, al albor del desarrollo industrial de localidades como Ambler o de las oportunidades de grandes urbes como Filadelfia o Nueva York.

Una complejidad que Talese expone con gran claridad narrativa, compaginando el relato de las personas que forman su árbol genealógico, la descripción del entorno en el que se encuentran y el análisis de las circunstancias que les tocaron vivir. Un brillante crónica familiar y un fantástico ejercicio de literatura de no ficción.

Los hijos, Gay Talese, 1992 (2014 en español), Alfaguara.

10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

“Montevideo” de Enrique Vila-Matas

Ser escritor no es solo pasar horas frente al cuaderno o al teclado. Es también sentirse tal y reconocerse influenciable por cuanto pueda ocurrir a tu alrededor. Sucesos reales o imaginados cuya génesis puede estar en la lectura de obras y autores anteriores. Esta narración parte de ello y fluye entre la introspección, sobre la inspiración y el propósito, y la improvisación sobre el papel que todo narrador cumple tanto consigo mismo como con los demás.

El índice de esta novela nos lleva de París y Cascais a Montevideo, Reikiavik y Bogotá para acabar donde comenzó, en la capital francesa. Ahora bien, ¿es una novela? Interrogante que surge porque muchos de sus pasajes podrían pasar por un diario personal y otros una suerte de ensayo sobre el oficio de escritor en el que Enrique Vila Matas se toma a sí mismo como caso práctico. Pero su exposición es escurridiza. No es una narración netamente cronológica, con unos personajes definidos y unas tramas que la articulan. Tampoco una reflexión estructurada sobre asuntos que le interesa analizar y compartir. Es, más bien, un libre fluir en torno a vivencias que le preocupan e inquietan.

Montevideo pivota en torno a qué convierte a una persona en escritor, entendiéndose esta profesión como una misión vital y no como un desempeño laboral. Una manera de ser y estar, de relacionarse con el mundo, lo que abarca la manera en que lo mira y lo procesa, y el estilo con que convierte todo ello en respuestas en sus obras. Resultado que lleva a Vila Matas a clasificar a su gremio en cinco categorías o tendencias: los que no tienen nada que contar, los que deliberadamente no narran nada, los que no lo cuentan todo, los que esperan que sea Dios quien lo cuente todo algún día y los que son súbditos del poder registrador y transcriptor de la tecnología.

Entre referencias a múltiples colegas, fundamentalmente a Cortázar, al que convierte en una suerte de faro, guía y obsesión, Enrique juega a ser todos esos narradores basándose en sí mismo. Nos lleva por las ciudades mencionadas para contarnos lo que tenía que hacer para ganarse la vida cuando soñaba con ser escritor, viajes para asistir a eventos a los que era convocado por su reputación, o estancias en las que sorteaba las circunstancias que se encontraba como manera de eludir la falta de ideas, de capacidad o de ganas de situarse nuevamente frente a la página en blanco. Relatos en los que enreda lo real con lo recordado y lo supuesto, así como con los símbolos, lo fabulado y lo, claramente, fantaseado.  

Una escritura que nunca se deja asir por ir desde lo mínimo, puntual y superfluo a lo que le corroe y le disturba. Sacudidas que expresa siendo fiel a cómo las percibe y siente, sin refugiarse en figuras retóricas ni circunloquios literarios. Sin embargo, esa libertad sin reglas ni convenciones dificulta, impide en demasiados momentos, entrar en su mundo si no se conocen las muchas referencias que maneja y no se está familiarizado con su trayectoria personal y literaria. En definitiva, con su manera de verse y proyectarse en el mundo, tanto en la vida real como en estas páginas en las que supuestamente se comparte.

Montevideo, Enrique Vila Matas, 2022, Editorial Seix Barral.

«The dinner party» de Neil Simon

Tres hombres y tres mujeres nos hablan sobre las relaciones, el amor y el desamor, el antes y el después del matrimonio en un texto que evoluciona de manera difusa entre la comedia ligera, la ironía y el sarcasmo. Su clímax está muy bien expuesto y dialogado, pero su sencilla resolución hace que no quede muy clara su verdadera intención.

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The Dinner party (2000) comienza resultando atractiva por la sugerencia de su localización, un restaurante de lujo en París, en La Cassette, el lugar en el que dos siglos atrás Napoleón y Josefina se citaban antes de estar casados. Súmese a ello la vestimenta de gala que lucen sus primeros invitados, dos hombres de traje que no se conocen. La conversación se inicia como la propia de personas que no saben si han de crear un vínculo entre sí o limitarse a la cortesía que marcan las normas básicas de educación. Incertidumbre a la que se le une que ninguno tiene ni idea de por qué se les ha convocado y que se acrecienta con la llegada de un tercero que no congenia con ninguno de ellos. Esto provoca que las diferencias, tanto de carácter como de valores y estilos de vida, entre los primeros comiencen a hacerse también evidentes.

El registro inicial de sus conversaciones es el de una comedia ligera basada en la fluidez de los diálogos y en la levedad de lo que relatan. Pero cuando comienzan a lanzarse dardos sarcásticos, casi hirientes, surge la duda del derrotero argumental en que esa tensión puede derivar. Clima que se acrecienta con la dualidad atracción y enfrentamiento entre hombres y mujeres cuando los personajes femeninos –hasta un total de tres- aparecen en escena. Las nuevas tramas relacionales que surgen nos dejan claro que es aquí a donde el autor de Descalzos por el parque (1963) nos quería conducir y aunque el trayecto ha sido entretenido, lo cierto es que ha sido innecesariamente largo.

La comedia torna entonces en una atmósfera agridulce. Su intención sigue siendo que sonriamos, pero también que reflexionemos sobre el amor, el compromiso, las relaciones, la empatía y el paso del tiempo. Las respuestas ingeniosas y las réplicas ácidas, a las que ya nos hemos acostumbrado, se contraponen con la propuesta que da la distancia temporal de la introspección sobre lo vivido y lo aprendido de los momentos buenos y los pasajes negativos de sus matrimonios -los seis personajes de The dinner party resultan estar divorciados-.

Un corazón argumental muy bien dialogado y con una carga dramática consistente, pero que no queda unido con solidez a lo que conocimos anteriormente. El sugerente simbolismo de la localización histórica parisina queda convertido en un recurso sin más para conseguir unas escasas líneas de conversación. La gracia de los primeros minutos de representación han perdido su fuerza a estas alturas, dejando en la memoria un eco de atmósfera de ascensor, de instantes tan inevitables como intrascendentes, solo aptos para aquellos no dispuestos a realizar ningún tipo de ejercicio creativo y/o mental. Más aún cuando su desenlace dura tanto como la apertura y cierre de puertas del elevador una vez que este llega llega al piso marcado por Neil y Simon se baja dejándonos dentro sin saber dónde vamos ni qué debemos hacer.

The Dinner Party, Neil Simon, 2000, Samuel French.

“Un año, una noche” y lo que perdura

El 13 de noviembre de 2015 la vida de muchas personas quedó marcada por la barbarie en la sala Bataclan de París. Sin eludir la masacre terrorista, esta cinta se centra en la digestión psicológica de lo allí visto, escuchado y sentido. Un prisma que la hace aparentemente reiterativa, cuando lo que esto demuestra es su solidez y consistencia gracias a un guion preciso, unos actores comedidos y una dirección atenta siempre a lo invisible.

Cada vez que tiene lugar algo que nos sacude colectivamente como una catástrofe meteorológica, un accidente de un medio de transporte o un atentado terrorista, consideramos fundamental que se preste asistencia psicológica a cuantos se han visto afectados por ello. En primer lugar, a los allí presentes, especialmente si han resultado heridos o perdido a quienes les acompañaban, y tras ellos a sus familiares y amigos. Pero pasan las semanas, los meses, y nos olvidamos de ellos. Aplicamos la compasión y verbalizamos el hay que pasar página. Pero, además de que no es fácil, en muchas ocasiones es imposible.

Ese es el mensaje principal que subyace en la propuesta de Isaki Lacuesta, unido al de la incapacidad de precisar cuáles son los recuerdos exactos que quedan de aquel día, la dificultad de concretar las cicatrices psicológicas que aquella vivencia provoca y la destreza que requiere identificar correctamente los síntomas con que éstas se manifiestan. Esas son las premisas de un guion que en su posterior fijación en imágenes da la impresión de que se repite en determinados pasajes. Deduzco que algo buscado intencionadamente para transmitir, provocar y contagiar la sensación de bucle infinito en que, supongo, se ven atrapadas las personas que han vivido algo por lo que nunca imaginaron que iban a pasar.

Sin embargo, a pesar de todo lo que vimos y escuchamos en su momento en los medios de comunicación, el relato de Ramón y Céline es novedoso. Es sosegado y sincero. Su propósito no es epatarnos, sino revelarnos lo que hay tras la primera impresión de su mirada y sus gestos, el desajuste entre su proceder y sus motivaciones, la desconexión entre su expresión exterior y su sentir interior. Lacuesta nos acerca lo que les impacta a través de lo que se quedó fijado, enganchado y enclaustrado en su psique.

Nos lo muestra dándoles espacio y tiempo para que se revelen a su ritmo. La narración gira en torno a ellos y no a nosotros, de ahí que Un año, una noche avance de la misma manera en que lo hace su estado psicológico, pasando por las mismas fases y sensaciones, escurridizas y difíciles de definir, acotar y describir. De una manera muy interesante, planos distantes a través de ventanas y cristales, cortos con la cámara en movimiento y detalles que rozan la abstracción con una muy cuidada fotografía y delicada banda sonora.

Algunas secuencias son, aparentemente, redundantes, discordantes y hasta chirrían. ¿Es así porque no están bien concebidas, porque no son necesarias o porque transmiten cómo actúan sus personajes? Me inclino por lo último porque lo que se vive en la butaca es desazón, a la par que se siente mínima en comparación a la que debe ser la suya. Una atmósfera quizás creada por las muy buenas interpretaciones de Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant, quizás previa a ellos y a la que se adaptan perfectamente. Sea como sea, un estado de ánimo en el que nos envuelven para acompañarles en su desasosiego, su incapacidad y su frustración, pero también en sus ganas, su esperanza y su esfuerzo por superarse a sí mismos e integrar el pasado.  

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia

Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

Que comience en 2015 y acabe en 1990 podría hacernos pensar que Ahmed se retrotrae desde las consecuencias hasta las causas de la historia que inicia dirigiéndose a su madre. Hay algo de eso, pero también de querer mostrar cómo hay cuestiones que perviven, que no cambian, que son un ancla que arrastramos desde no se sabe cuándo. Tanto que parece que hemos nacido con ese peso externo ya incorporado a nosotros y lo sentimos como algo orgánico y no como un lastre del que desprendernos. Llegamos a tomar conciencia de ello, de que hay algo en nosotros que no va bien, que no funciona, que nos impide y nos limita, que nos niega e incapacita, que nos hace sufrir.

Sin embargo, nos hacemos la ilusión de que no es así, de que hemos evolucionado y seguiremos avanzado por la senda del alejamiento. Pero si hacemos el esfuerzo, si tenemos el valor suficiente, nos daremos cuenta de que lo único que cambia es el prisma desde el que lo enfocamos y el discurso con el que justificamos, maquillamos y ocultamos nuestra insolvencia. La auténtica y única verdad es que no sabemos cómo afrontar la realidad porque implicaría poner en duda quiénes y cómo somos, qué quedaría de nosotros si acabáramos con esa guerra y no tener ni idea de cómo afrontaríamos el futuro por venir.

Así es como el personaje creado por Abdelá inicia su desnudo epistolar. Con una combinación de ansiedad y serenidad, de tener claro su objetivo y no querer perder el tiempo en rodeos, pero también de no querer callar ni uno solo de los argumentos que considera probatorios. Esto le lleva a enfrentarse a la mujer que le trajo al mundo echándole en cara todo aquello que hoy le mueve a manifestarse. Pero la diafanidad de su necesidad le impide percatarse de que él mismo es también transmisor de semejantes formas de comportamiento. La distancia que él cree haber puesto de por medio, cambiando una casa familiar abarrotada en Marruecos por un hogar aburguesado con un marido bien posicionado en la capital francesa no es más que una muestra del papel que en su particular ecuación personal ha jugado un elemento añadido, la dialéctica entre colonia y metrópoli.

Como demuestran la solemnidad de sus frases cortas y la parquedad expresiva de lo que Ahmed manifiesta y le es contado, su propósito es tan complejo como árido. Desmontar la concatenación de proyecciones que cada uno de los firmantes, así como de los sujetos referidos, siente que es su vida. Una sucesión de reflejos que se prolonga haciendo de cada persona un sucedáneo de quien podría llegar a ser si no fuera por las coordenadas en que le ha tocado nacer y vivir. Evidencias de que sus maneras de relacionarse con el mundo siguen un patrón con unos tintes sistémicos que complementan, envuelven y amplifican lo que les fue transmitido por su educación familiar. Un callejón sin salida en el que acaban una y otra vez, una y otra vez, una y otra…

El que es digno de ser amado, Abdelá Taia, 2018, Cabaret Voltaire.

10 textos teatrales de 2021

Obras que ojalá vea representadas algún día. Otras que en el escenario me resultaron tan fuertes y sólidas como el papel. Títulos que saltaron al cine y adaptaciones de novelas. Personajes apasionantes y seductores, también tiernos en su pobreza y miseria. Fábulas sobre el poder político e imágenes del momento sociológico en que fueron escritas.

«The inheritance» de Matthew Lopez. Obra maestra por la sabia construcción de la personalidad y la biografía de sus personajes, el desarrollo de sus tramas, los asuntos morales y políticos que trata y su entronque de ficción y realidad. Una complejidad expuesta con una claridad de ideas que hace grande su escritura, su discurso y su objetivo de remover corazones y conciencias. Una experiencia que honra a los que nos precedieron en la lucha por los derechos del colectivo LGTB y que reflexiona sobre el hoy de nuestra sociedad.

«Angels in America» de Tony Kushner. Los 80 fueron años de una tormenta perfecta en lo social con el surgimiento y expansión del virus del VIH y la pandemia del SIDA, la acentuación de las desigualdades del estilo de vida americano impulsadas por el liberalismo de Ronald Reagan y las fisuras de un mundo comunista que se venía abajo. Marco que presiona, oprime y dificulta –a través de la homofobia, la religión y la corrupción política- las vidas y las relaciones entre los personajes neoyorquinos de esta obra maestra.

“La taberna fantástica” de Alfonso Sastre. Tardaría casi veinte años en representarse, pero cuando este texto fue llevado a escena su autor fue reconocido con el Premio Nacional de Teatro en 1986. Una estancia de apenas unas horas en un tugurio de los suburbios de la capital en la que con un soberbio uso del lenguaje más informal y popular nos muestra las coordenadas de los arrinconados en los márgenes del sistema.

«La estanquera de Vallecas» de José Luis Alonso de Santos. Un texto que resiste el paso del tiempo y perfecto para conocer a una parte de la sociedad española de los primeros años 80 del siglo pasado. Sin olvidar el drama con el que se inicia, rápidamente se convierte en una divertida comedia gracias a la claridad con que sus cinco personajes se muestran a través de sus diálogos y acciones, así como por los contrastes entre ellos. Un sainete para todos los públicos que navega entre la tragedia y nuestra tendencia nacional al esperpento.

«Juicio a una zorra» de Miguel del Arco. Su belleza fue el salvoconducto con el que Helena de Troya contó para sobrevivir en un entorno hostil, pero también la condena que hizo de ella un símbolo de lo que supone ser mujer en un mundo machista como ha sido siempre el de la cultura occidental. Un texto actual que actualiza el drama clásico convirtiéndolo en un monólogo dotado de una fuerza que va más allá de su perfecta forma literaria.

«Un hombre con suerte» de Arthur Miller. Una fábula en la que el santo Job es convertido en un joven del interior norteamericano al que le persigue su buena estrella. Siempre recompensado sin haber logrado ningún objetivo previo ni realizado hazaña audaz alguna, lo que despierta su sospecha y ansiedad sobre cuál será el precio a pagar. Una interrogación sobre la moral y los valores del sueño americano en tres actos con una estructura sencilla, pero con un buen desarrollo de tramas y un ritmo creciente generando una sólida y sostenida tensión.

“Las amistades peligrosas” de Christopher Hampton. Novela epistolar convertida en un excelente texto teatral lleno de intriga, pasión y deseo mezclado con una soberbia difícil de superar. Tramas sencillas pero llenas de fuerza y tensión por la seductora expresión y actitud de sus personajes. Arquetipos muy bien construidos y enmarcados en su contexto, pero con una violencia psicológica y falta de moral que trasciende al tiempo en que viven.

“El Rey Lear” de William Shakespeare. Tragedia intensa en la que la vida y la muerte, la lealtad y la traición, el rencor y el perdón van de la mano. Con un ritmo frenético y sin clemencia con sus personajes ni sus lectores, en la que nadie está seguro a pesar de sus poderes, honores o virtudes. No hay recoveco del alma humana en que su autor no entre para mostrar cuán contradictorias y complementarias son a la par la razón y la emoción, los deberes y los derechos naturales y adquiridos.

“Glengarry Glen Ross” de David Mamet. El mundo de los comerciales como si fuera el foso de un coliseo en el que cada uno de ellos ha de luchar por conseguir clientes y no basta con facturar, sino que hay que ganar más que los demás y que uno mismo el día anterior. Coordenadas desbordadas por la testosterona que sudan todos los personajes y unos diálogos que les definen mucho más de lo que ellos serían capaces de decir sobre sí mismos.

«La señorita Julia» de August Strindberg. Sin filtros ni pudor, sin eufemismos ni decoro alguno. Así es como se exponen a lo largo de una noche las diferencias entre clases, así como entre hombres y mujeres, en esta conversación entre la hija de un conde y uno de los criados que trabajan en su casa. Diálogos directos, en los que se exponen los argumentos con un absoluto realismo, se da cabida al determinismo y su autor deja claro que el pietismo religioso no va con él.

10 novelas de 2021

Dos títulos a los que volví más de veinte años después de haberlos leído por primera vez. Otro más al que recurrí para conocer uno de los referentes del imaginario de un pintor. Cuatro lecturas compartidas con amigos y sobre las que compartimos impresiones de lo más dispar. Uno del que había oído mucho y bueno. Y dos más que leí recomendados por quienes me los prestaron y acertaron de pleno.

«Venus Bonaparte» de Terenci Moix. Una biografía que combina la magnanimidad de las múltiples facetas de la historia (política, arte, religión…) con lo más mundano (el poder, el amor, el sexo…) de los seres humanos. Un trabajo equilibrado entre los datos reales, basados en la documentación, y la libertad creativa de un escritor dotado de una extraordinaria capacidad expresiva. Una narrativa fluida que ahonda, analiza, describe y explica y unos diálogos ingeniosos y procaces, llenos de respuestas y sentencias brillantes.

«A sangre y fuego» de Manuel Chaves Nogales. Once episodios basados en otras tantas situaciones reales que demuestran que la violencia engendra violencia y que la Guerra Civil fue más que un conflicto bélico entre nacionales y republicanos. Los relatos escritos por este periodista en los primeros meses de 1937 son una joya narrativa que dejan claro que esta fue una guerra total en la que en muchas ocasiones los posicionamientos ideológicos fueron una disculpa para arrasar con todo aquel que no pensara igual.

«El lápiz del carpintero» de Manuel Rivas. Una narración que, además de los hechos, abarca las emociones de sus protagonistas y sus preguntas y respuestas planteándose el por qué y el para qué de lo que está ocurriendo. Un viaje hasta la Galicia violentada en el verano de 1936 por el alzamiento nacional y embrutecida por lo que derivó en una salvaje Guerra Civil y una despiadada dictadura.

«Drácula» de Bram Stoker. Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

“Alicia en el país de las maravillas” y «Alicia a través del espejo», de Lewis Carroll. No es la obra infantil que la leyenda dice que es. Todo lo contrario. Su protagonista de siete años nos introduce en un mundo en el que no sirven las convenciones retóricas y conceptuales con que los adultos pensamos y nos expresamos. Una primera parte más lúdica y narrativa y una segunda más intelectual que pone a prueba nuestras habilidades para comprender las situaciones en las que la lógica hace de las suyas.  

«Feria» de Ana Iris Simón. Narración entre la autobiografía, el fresco costumbrista y la mirada crítica sobre las coordenadas de nuestro tiempo desde la visión de una joven de treinta años educada para creer que cuando llegara a los treinta tendría el mundo a sus pies. Un texto que, jugando a la autenticidad de lo espontáneo, bordea el artificio de lo naif, pero que plasma muy bien la inmaterialidad que conforma nuestra identidad social, familiar y personal.

“A su imagen” de Jérôme Ferrari. La historia, el sentido, el poder y la función social del fotoperiodismo como hilo conductor de una vida y como medio con el que sintetizar la historia de una comunidad. Una escritura honda que combina equilibradamente puntos de vista y planos temporales, que descifra con precisión lo silente y revela la realidad de los vínculos entre la visceralidad y la racionalidad de la naturaleza humana.

«La ridícula idea de no volver a verte» de Rosa Montero. Lo que se inicia como una edición comentada de los diarios personales de Marie Curie se convierte en un relato en el que, a partir de sus claves más íntimas, su autora reflexiona sobre las emociones, las relaciones y los vínculos que le dan sentido a nuestra vida. Una prosa tranquila, precisa en su forma y sensible en su fondo que llega hondo, instalándose en nuestro interior y dando pie a un proceso transformador tras el que no volveremos a ser los mismos.

“Lo prohibido” de Benito Pérez Galdós. Las memorias de José María Bueno de Guzmán van de 1880 a 1884. Cuatro años de un fresco de la alta sociedad madrileña, de apariencias y despropósitos, dimes y diretes y tejemanejes sociales, políticos y económicos de los supuestamente adinerados y poderosos. Una superficie de lujo, buen gusto y saber estar que oculta una buena dosis de soberbia, corrupción, injusticia y perversión.

“Segunda casa” de Rachel Cusk. Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

“Segunda casa” de Rachel Cusk

Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

Hay quien pretende determinar qué es arte a través de una definición que configure lo que hace que una creación sea considerada o no como tal. Sin embargo, para otros muchos esta clasificación corresponde, sin más, a aquellas materializaciones con afán expresivo o estético por las que se sienten interpelados. Porque les generan una experiencia, unos sentimientos y sensaciones que les agitan y complacen, les repelen y agradan. A veces de manera pareja, de un modo no siempre fácil de comprender y, menos aún, de transmitir con palabras.

Eso es lo que le sucede a M. cuando una mañana en la que siente que su vida se derrumba mientras vaga por las calles de París, descubre las pinturas de L. Un antes y un después en su biografía, ligada desde entonces a esas imágenes que se convirtieron en parte de su imaginario personal. Una suerte de espejo de quien era y sigue siendo, quizás la llave de acceso a esa parte de sí misma dolida y humillada en el pasado a la que no tiene claro si no sabe cómo acceder o si la rehúye para deleitarse en la complacencia de su victimismo.

Hasta que años después el destino le ofrece la oportunidad de alojar a L en la Segunda casa del título. Un entorno concebido por Rachel Cusk como una perfecta alegoría de su personaje. Un lugar tranquilo junto a unas marismas, allí donde la tierra y el agua salada se combinan en unas coordenadas sin concretar, con una residencia principal en la que vive con su pareja, Tony, un hombre que hace del silencio virtud, y una edificación metros más allá. Una construcción preparada para alojar a invitados a los que les da la oportunidad de tener su propia intimidad. Un ofrecimiento que muestra, a la vez, lo que ella pide. Cercanía, pero con tacto y cuidado. Puertas abiertas, pero con una distancia que permita ver el tono, la actitud y la intención con que el otro acude.  

La escritura en primera persona de M, dirigida a alguien externo, Jeffers, hace que la continua reflexión y análisis de su prosa suene sincera en su intención de ir más allá en su descripción y disección de lo que está ocurriendo. La intervención de su creadora literaria hace factible su complejidad y su propósito de exponer con precisión la abstracción de un temperamento agitado por la presencia de quien siente como un traductor de su alma, pero que resulta ser también alguien con sus propias, oscuras y contradictorias particularidades.

Punto de partida a partir del cual traza y desarrolla las diferencias y distancias entre las personalidades y comportamientos de los habitantes de Segunda casa, así como en las relaciones cruzadas que se establecen en el pequeño universo que conforman entre todos ellos. La hondura que supone su lectura está motivada en la aproximación de Cusk, centrada más en quiénes y cómo son que en qué hacen y por qué. Su opción de construirlo a través de la mirada de M. estrecha el ángulo de su propuesta, pero también le permite lograr una profunda y terapéutica virtuosidad, la de llegar a ella misma a través de los otros y ser consciente de cómo los utiliza como identificación y proyección de sus propias necesidades y neurosis.

Segunda casa, Rachel Cusk, 2021, Libros del Asteroide.

«Juicio a una zorra» de Miguel del Arco

Su belleza fue el salvoconducto con el que Helena de Troya contó para sobrevivir en un entorno hostil, pero también la condena que hizo de ella un símbolo de lo que supone ser mujer en un mundo machista como ha sido siempre el de la cultura occidental. Un texto actual que actualiza el drama clásico convirtiéndolo en un monólogo dotado de una fuerza que va más allá de su perfecta forma literaria.

JuicioAUnaZorra

Helena de Troya nos cuenta su vida a lo largo de doce escenas que son como los doce meses del año o las doce estaciones del via crucis, un viaje que nos devuelve una y otra vez al punto de partida, pero constatando que en ese momento ya no somos quienes éramos, que ya no tenemos nada que ver con quienes fuimos. Así es el viaje biográfico, el vaciado emocional que esta mujer, derrotada por todo lo que le ha sucedido, realiza a lo largo de estas páginas que tan brillantemente ha encarnado Carmen Machi en cada función desde que fuera estrenado en el Festival de Teatro Clásico de Mérida en el verano de 2011.

Esta zorra es mucho más que una puesta al día de una serie de mitos clásicos. Los explica y los relaciona, sí, pero esa no es más que la excusa para conocer las mil formas de maltrato y vapuleo que ha sufrido el corazón, el cuerpo y la dignidad de esta mujer. La violación la marcó antes de que naciera ya que fue concebida de esta manera tan vil, a los nueve años fue raptada y abusada y a los catorce casada con un hombre que la asumió como el peaje necesario para acceder al poder del trono de Esparta. Solo huyendo pudo soñar con un futuro basado en el amor que sentía por Paris, pero la tragedia la siguió hasta Troya generando una guerra que la utilizó como excusa para ser iniciada y prolongarse durante dos décadas de barbarie.

Un historial que Helena expone ante su padre celestial, Zeus, y el público al que pide que la juzgue, llena de rabia, bilis y despecho, pero también sin tapujos. Con la sinceridad de quien no tiene nada que esconder y la honestidad de quien no siente vergüenza de sus imperfecciones, errores y miserias. Con el valor de quien se atreve a poner en duda las verdades establecidas, no dejándose edulcorar por la belleza formal de los mitos y la atracción de su simbolismo. Injusticias que ensalzan a unos y hunden a otros condenándoles al ostracismo y la oscuridad desde la que ella nos habla.

Algo que no hace solo ella, sino también Miguel del Arco a lo largo de todo su texto destacando la falta de humanidad que hay tras la fachada de heroísmo, bravía y superación con que se presenta el protagonismo masculino de nuestra historia desde tiempos pretéritos. Siglos en los que la mujer no ha tenido más opción que ser para los suyos la hija obediente, la esposa abnegada y la madre entregada y aceptar que los contrarios la convirtieran en una víctima o un trofeo del duelo varonil. Hartazgo, cansancio y queja que tan brillantemente manifiesta, refleja y expone su Helena de Troya.