Archivo de la etiqueta: Comunismo

“Ensayos quemados en Chile” de Ariel Dorfman

La censura de Pinochet intentó acabar con estos textos, pero el destino quiso que encontraran la manera de llegar a nuestras manos. Análisis, opinión y reflexión sobre cómo el neocolonialismo norteamericano se sirve de los dibujos animados y las publicaciones lúdicas, el poder de la literatura para situarnos ante el mundo y el sueño comunista hecho realidad con la revolución cubana de Fidel Castro.

Son muchos los autores olvidados por el paso del tiempo, cuyas obras no consiguen ser reeditadas y cuando desaparecen los ejemplares impresos que llegaron a ver editados, su legado se volatiliza. En ocasiones no es ese lento e inevitable transcurrir el que acaba con ellos, sino la acción premeditada del hombre. Eso sucedió en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973. Fueron asesinadas personas e ideas. La junta militar acabó con cuanto fuera en contra de su ideario y pusiera en riesgo su objetivo totalitario. No solo torturaron y mataron, sino que requisaron, quemaron y destruyeron cuantas páginas sustentaran o reflejaran otras maneras de contemplar la realidad y visionar el futuro.

Uno de los afectados por esa situación fue Ariel Dorfman (Buenos Aires, 1942), autor de la genial La muerte y la doncella con que en 1990 plantaría, dramatúrgicamente, cara a Pinochet. Pero ya antes había manifestado estar en contra del sistema intelectual y administrativo que respaldaba al general. En la primera parte de este volumen -que vio la luz en 1974 en Argentina-, con un enfoque cercano al análisis semiótico, arremete contra los productos de la industria gráfica y mediática de Estados Unidos, a los que acusa de ser, tras su fachada de entretenimiento, un medio de manipulación con el que transmitir una visión del mundo prejuiciada y contraria a los derechos humanos.

Una nueva forma de colonialismo con la que perpetuar el dominio de unos sobre otros haciendo que los que leen historias infantiles como las del elefante Babar o los artículos de entretenimiento de la revista Reader’s Digest se sientan impulsados a alejarse de sus orígenes, tradiciones y valores, adoptando una visión racista y excluyente tanto de sí mismos como de otras zonas del mundo y asuman como marco aspiracional el estilo de vida y los criterios de aquellos que -bajo el dictado del consumismo capitalista- viven a miles de kilómetros.

Dorfman revela un conocimiento detallado y profundo de los asuntos que trata, haberse documentando, leído y trabajado sobre ellos antes de escribir, y aunque claro en su argumentación y conclusiones, le pesa una redacción insistente y más retórica que prosaica, más para ser escuchada y atendida como una exposición oral que leída con fines de comprensión y reflexión. De ahí que su lector corra el riesgo de quedarse fuera en asuntos en los que no esté ducho como la literatura de compatriotas suyos como Jorge Edwards, Antonio Skármeta o Carlos Droguett.

Donde sí adopta un enfoque al que es más fácil acercarse es a cuanto tiene que ver con lo político. Ahí queda su visión sobre cómo la burguesía adinerada y los medios de comunicación hacían frente al gobierno de Salvador Allende, su sugerencia de cómo este debía aprovechar el potencial alfabetizador y libertador de la cultura, o su declarada simpatía por la figura de Fidel Castro y su logro revolucionario de poner fin al régimen de Batista en 1959.

Ensayos quemados en Chile, Ariel Dorfman, 2016, Editorial Godot.

10 películas de 2023

Ganadoras y nominadas. Personajes únicos, protagonistas de historias cotidianas, pero también cargadas de simbolismo. Cintas de bajo presupuesto y producciones sin límite. Títulos que el tiempo dirá si se quedan atrás o se convierten en apuntes de la historia del séptimo arte.

«Tar». La sensibilidad, la dedicación y el ego que despiertan, suponen y exigen la vivencia personal y la práctica profesional de la música. Una puesta en escena racional, ordenada y diáfana en la que las emociones buscan la fractura por la que hacerse presente. El silencio, la mirada directa, la sobriedad gestual y la presencia estática como medios con los que ser, estar y comunicarse.

«Almas en pena de Inisherin». El día a día cien años atrás en una pequeña isla irlandesa, donde la vida es sencilla y cualquier cambio puede causar un terremoto personal y social. Paisajes sobrecogedores y una escenografía inmersiva. Personajes diáfanos perfectamente interpretados. Y una trama original y diferente centrada en las motivaciones, misterios y propósitos de la conducta humana.

«El triángulo de la tristeza». Trasládese a lo cinematográfico el espíritu voyeur del reality televisivo. Pásese de la apariencia física del mundo de la moda al hedonismo del turismo de lujo, de la obsesión por la fotogenia y la adoración de los likes a la exclusividad del sentimiento de superioridad. Un guion ácido y mordaz que funciona como el diván de un psicoanalista y un director inteligente y hábil en su propósito sociológico y su intención caricaturesca.

«La noche del 12». Galardonada con 6 premios César, este thriller combina con precisión la racionalidad y el procedimiento de toda investigación policial con los elementos emocionales y etéreos, imposibles de concretar en palabras que la rodean. Un austero y sostenido atestado en torno a la violencia de género con trazas sobre la masculinidad tóxica, el sentido del deber de los profesionales públicos y la carencia de medios de las instituciones en las que trabajan.

«The Quiet Girl». Historia honesta y sencilla. Narración humilde y sensible. Relato sobrio y preciso. La fragilidad y el miedo de la infancia y la monotonía y evitación del adulto. El encuentro, la comunicación y la compenetración entre ambas maneras de ser y estar en el mundo. Intérpretes excelentes en una producción cruda y realista, tierna y emotiva.

«Blue Jean». El deseo de vivir la intimidad con sinceridad y tranquilidad, pero sin plantarle cara a los prejuicios y las amenazas del exterior. Un equilibrio imposible que exige tomar parte y optar por la visibilidad o la mentira. Retrato de la Inglaterra de los 80 y del poder influenciador del entorno y los profesionales educativos. Una cinta más descriptiva y analítica que narrativa, pero acertada en su acercamiento social y psicológico.

«20.000 especies de abejas». Dos horas en las que la vida pide seguir su propio curso, dejando a un lado prejuicios y miedos, poniendo fin a los silencios y a las imágenes que no quisimos ver y hagamos frente a la verdad. Las relaciones intergeneracionales en la familia, el descubrimiento de la propia identidad y la aceptación por uno mismo y los demás en una cinta serena y sensible.

«Te estoy amando locamente». Más didáctica que activista, se estrenó en el momento justo, en el que la resaca del Orgullo hace pensar a muchos que todo está conseguido, pero la realidad política demuestra que aún no hemos cambiado como creíamos haberlo hecho. Una recreación conseguida de la Sevilla de 1977, un guión bien trazado y un conjunto coral de interpretaciones en el que brilla Ana Wagener.

«Oppenheimer». Retrato biográfico e histórico. Y reflexión sobre el poder de la ciencia, los límites morales del hombre y las posibilidades que surgen de la unión de ambos. Un espectáculo audiovisual con excelentes interpretaciones, un guion que evoluciona planteando, uniendo y cerrando perfectamente sus tramas, y una resolución audiovisual sobresaliente en lo narrativo y en lo estético.

«O Corno». Sobriedad y austeridad, pero máxima expresividad. Así es esta cinta rodada en gallego y ambientada en la ruralidad de 1971, en el encierro internacional de un régimen represor y en la ilegalidad de cuanto supusiera que las mujeres decidieran por y sobre sí mismas. Jaione Camborda compone una historia que oscila entre el realismo y la fábula y Janet Novás ofrece una interpretación que se hace con la película.

10 textos teatrales de 2023

En español y en inglés. Retratando el tiempo en que fueron escritos, mirando atrás en la historia o alegorizando a partir de ella. Protagonistas que antes fueron secundarios, personas que piden no ser ocultados por sus personajes y ciudadanos anónimos a los que se les da voz. Ficciones que nos ayudan a imaginar y a soñar, y también a ir más allá de lo establecido y teóricamente posible.

“Usted también podrá disfrutar de ella” de Ana Diosdado. Exposición sobre la cara oculta del periodismo, la avaricia y la crueldad con que entroniza y defenestra a las personas de las que se sirve para pautar la actualidad e influir en la opinión pública. Personajes oscuros, entrelazados en una historia sobre las esperanzas personales y los sueños profesionales, que va y viene en el tiempo para indagar en cuanto la condiciona hasta sorprender con su redondo final.

“Recordando con ira” de John Osborne. Terremoto de rabia, desprecio y humillación. Personajes anclados en la eclosión, la incapacidad y la incompetencia emocional. Diálogos ácidos, hirientes y mordaces. Y tras ellos una construcción de caracteres sólida, con profundidad biográfica y conductual; escenas intensas con atmósferas opresivas muy bien sostenidas; y un planteamiento narrativo y retórico que indaga en la razón, el modo y las consecuencias de semejante manera de ser y relacionarse.

“La coartada” de Fernando Fernán Gómez. El esplendor de la Florencia de los Medici y su conflicto con la Roma papal. Un complot organizado por una familia vecina y la institución católica para acabar con la vida de los hermanos Lorenzo y Julián. Un folletín en el que su autor maneja con acierto la deconstrucción temporal, la simbiosis entre la fe y la corrupción y la distancia entre la pasión terrenal y el anhelo de la elevación espiritual.

«Un soñador para un pueblo» de Antonio Buero Vallejo. Sólida recreación histórica que nos traslada al momento político y social en que tuvo lugar el famoso motín de Esquilache. Una dramaturgia perfectamente estructurada que recrea el ambiente y los escenarios madrileños de aquel 23 de marzo de 1766. Diálogos excelentes que reflejan el carácter y las trayectorias personales de sus protagonistas en tramas que aúnan lo terrenal y lo aspiracional.

«Don´t drink the water» de Woody Allen. Antes que director de cine, Allen es un buen escritor y esta obra teatral estrenada en 1966 es una muestra de ello. Parte de una trama principal bien planteada de la que surgen varias secundarias habitadas por unos personajes aparentemente realistas, pero con unos comportamientos y unas respuestas tan absurdas como ingeniosas. Y aunque muchos de sus guiños son referencias muy concretas al momento en que fue escrita, su sentido del humor sigue funcionando.

“El chico de la última fila” de Juan Mayorga. Vuelta de tuerca a la metaliteratura, y al género del realismo, atravesada por la lógica de las matemáticas y la búsqueda continua de respuestas de la filosofía. Planos en los que se entrecruzan la observación del fluir de la vida, la implicación emocional con su devenir y la distancia juiciosa de la racionalidad. Escenas, diálogos y personajes perfectamente definidos, trazados, relacionados y concluidos.

“Peter and Alice” de John Logan. El niño del país de nunca jamás y la niña del de las maravillas. Personajes literarios que se inspiraron en personas reales que vivieron siempre bajo esa impronta y que, ya como un hombre de 30 años y una mujer de casi 80, se conocieron un día de 1932 en la trastienda de una librería de Londres. Un encuentro verdad y una conversación imaginada por John Logan en la que se contraponen los recuerdos como adultos con las ilusiones infantiles.

«Anillos para una dama» de Antonio Gala. Emocionalidad a raudales en un texto que expone el uso que la Historia hace de determinadas personas para apuntalar a sus protagonistas. Un intratexto que critica la ficción de uno de los mitos de la identidad española. Un personaje principal que encarna el anhelo de que en las relaciones humanas primen los sentimientos sobre las exigencias sociales.

“En mitad de tanto fuego” de Alberto Conejero. Monólogo en el que la universalidad de la Ilíada queda unida a los muchos frenos que el hoy pone al amor, a la paz y al deseo. Lirismo dotado de una fuerza que mueve su narrativa desde la acción hasta la revelación de la más profunda intimidad. Palabras escogidas con precisión y significados manejados con certeza, generando emociones que perduran tras su lectura.

“Supernormales” de Esther Carrodeguas. Acertadamente reivindicativa y desvergonzadamente incorrecta. Plantea preguntas sin ofrecer respuestas perfectas en torno a la discapacidad y la sexualidad, dos filtros con que negamos la voz en nuestra insistencia por ocultar con dogmas las necesidades emocionales. Retrato ácido y socarrón, crítico y mordaz, alejado de sentencias y que da en la clave de la respuesta, antes que qué hay que hacer, está el para quién.

“Testigo de un tiempo incierto” de Javier Solana

Trasposición de la agenda, las notas y los recuerdos de quien tuviera responsabilidades políticas en España e institucionales al frente de la OTAN y de la política exterior de la Unión Europea. Relato conciso y clarificador que leer como si fuera un manual de historia con el que repasar los hitos que han marcado el devenir del mundo occidental desde que acabara la guerra fría.

La Historia puede tener múltiples versiones y el filtro con el que se mire depende de factores como la ideología personal y los efectos de lo ocurrido sobre la propia vida. Pero hay una lectura de la misma que resulta especialmente interesante y es cuando está escrita por quienes la vivieron desde dentro, tomando las decisiones y moviendo los hilos que nos determinaron a los demás.

Una de esas personas es Javier Solana, ministro primero en los gobiernos de Felipe González (1982-1992), después secretario general de una de las principales instituciones supranacionales del mundo occidental, la OTAN (1992-1999), y tras ello, alto representante de la política exterior y de seguridad común de la Unión Europea (1999-2009). Más recientemente, y aunque ya se sale del ámbito de este ensayo, presidente del patronato del Museo del Prado desde 2019. Un currículo que evidencia lo que muestra en este volumen: capacidad analítica; síntesis en la plasmación de ideas, acontecimientos y nombres; y un ritmo narrativo con el que genera interés mientras relaciona episodios, potenciales causas y efectos, y el presente con el ayer.

Mucho de lo que cuenta Testigo de un tiempo incierto está en las hemerotecas y en la bibliografía existente, pero resulta sugerente conocer más detalles desde el punto de vista de quien estuvo allí y con la distancia temporal que permite comprobar el devenir que tuvo aquel entonces. Con un tono didáctico y explicativo, nos explica como cayó el binomio capitalismo vs. comunismo para pasar a una globalización liderada por EE.UU. que se quebró con el inicio del siglo XXI.

El 11-S marcó el antes y el después. EE.UU. optó por la venganza en lugar de por poner orden, Rusia comenzó a evidenciar que no había digerido el fin de la URSS y China mutó en lo necesario para competir económicamente. La crisis del 2008 no ayudó, los cimientos de la economía europea y norteamericana se tambalearon, y las primaveras árabes dieron pie a guerras civiles como la de Siria y a movimientos migratorios que desbordaron al viejo continente. A la par, Rusia soñaba con ser nuevamente imperio y China con potencia mundial convirtiéndose en país influyente allí donde no lo conseguían otros. De repente, las democracias ya no son los regímenes más boyantes ni la tendencia hacia la que avanza la humanidad.

Para colmo, el cambio climático hace de las suyas, Donald Trump intenta destruir el multilateralismo y Putin invade Ucrania. ¿Qué panorama nos deja todo esto? Ahí es donde Solana opina a la par que expone y resalta las que considera virtudes y fortalezas del proyecto de la Unión Europea. Sin olvidar los retos a los que ha de hacer frente para consolidar y evolucionar su cohesión al tiempo que convivir en un mundo en el que la norma será la pluralidad entre muy diferentes regímenes políticos, culturas y propuestas para la convivencia.  

Testigo de un tiempo incierto, Javier Solana, 2023, Editorial Espasa.

«Don´t drink the water» de Woody Allen

Antes que director de cine, Allen es un buen escritor y esta obra teatral estrenada en 1966 es una muestra de ello. Parte de una trama principal bien planteada de la que surgen varias secundarias habitadas por unos personajes aparentemente realistas, pero con unos comportamientos y unas respuestas tan absurdas como ingeniosas. Y aunque muchos de sus guiños son referencias muy concretas al momento en que fue escrita, su sentido del humor sigue funcionando.

Dont-Drink-the-Water.jpg

Mediados de la década de 1960. Un pequeño país de la Europa del Este, al otro lado del telón de acero. Tres personas entran corriendo en la Embajada de los EE.UU. huyendo de la policía local. Parece el argumento de un thriller, de una novela de John Le Carré, pero no lo es. Es el arranque de una comedia disparatada de quien años después nos haría reír con películas como Hannah y sus hermanas o Misterioso asesinato en Manhattan. Pero ya en este texto se pueden ver algunas de las claves que han articulado casi siempre sus historias, personajes histriónicos con comportamientos de escasa racionalidad, diálogos disparatados con símiles de lo más atrevido y situaciones absurdas resueltas de la manera más inesperada.

En Don´t drink the water todo transcurre en un único escenario de varias puertas y ventanas, lo que da pie a toda clase de cruces de personajes con sus entradas y salidas, así como a integrar lo que sucede en un exterior comunista en plena guerra fría. Recursos muy bien utilizados para resolver las situaciones planteadas y para pasar de unas a otras. Gracias a ello los acontecimientos fluyen sin darnos cuenta, dando la sensación de que durante la estancia de varias semanas de los Hollander en la sede extranjera de su país no dejan de ocurrir cosas.

Woody Allen hace que lo no eran más que unas vacaciones diferentes -y supongo que muy poco usuales cuando escribió esta función- de un matrimonio de Newark de mediana edad y su hija de veintiún años, se conviertan en una serie de escenas que dan pie tanto al lucimiento de la incompetencia de Alexander Magee (joven al cargo de la embajada durante la ausencia de su padre) como al inicio de una tensión internacional que podría derivar perfectamente en la III Guerra Mundial.

Cuadros que van de conflicto en conflicto, unos producto del desconocimiento de los recién llegados de las particularidades y protocolos de la vida diplomática, otros como resultado de los problemas en que están envueltos. Los legales que tienen desde el inicio con las autoridades locales, y los más personales de tinte emocional que se desatan progresivamente con su convivencia con el resto de personajes.

Todos ellos se solucionan siempre con una comicidad ligera, planteada con una espontaneidad y soltura que, en manos de un buen elenco, seguro que da como resultado una representación de muchas carcajadas. Sobre todo teniendo en cuenta que mientras al inicio priman los diálogos sobre la acción, esta va asumiendo cada vez más peso hasta hacer que Don´t drink the water se convierta en algo parecido a un alocado y acelerado vodevil en el que la lógica está cada vez más ausente.

Un resultado que Allen barniza con su habitual acidez y sarcasmo para poner en duda el valor de la creatividad de Jason Pollock, los límites para el diálogo intercultural de los norteamericanos, el carácter elitista del judaísmo, la profesionalidad por la que son elegidos sus diplomáticos o la prioridad de los intereses económicos sobre los derechos humanos en el campo de las relaciones internacionales.

Don´t drink the water, Woody Allen, 1966, Samuel French.

“El triángulo de la tristeza” y la estupidez de la especie humana

Trasládese a lo cinematográfico el espíritu voyeur del reality televisivo. Pásese de la apariencia física del mundo de la moda al hedonismo del turismo de lujo, de la obsesión por la fotogenia y la adoración de los likes a la exclusividad del sentimiento de superioridad. Un guion ácido y mordaz que funciona como el diván de un psicoanalista y un director inteligente y hábil en su propósito sociológico y su intención caricaturesca.

En The Square (2017) Ruben Östlund nos hizo partícipes de la tontería que puede llegar a rodear al mundo del arte. Personajes a los que la expresividad y emocionalidad, búsqueda y experimentación, diálogo y comunicación que conlleva cualquier creatividad bien planteada, resuelta y mostrada les importa un comino. Lo único relevante es el culto a su ego, sentirse el centro de atención y adulación. El problema es que necesitan de algo externo a ellos, la pieza artística, la aprobación de la crítica, la aceptación de la institucionalidad y el aplauso o estupefacción del público para -gracias a su posición económica y/o relacional- alcanzar o mantenerse en esa dimensión artificial en la que se creen más porque hay quienes les envidian y siguen, sirven y soportan.

Ahora en El triángulo de la tristeza Östlund da un paso más en ese análisis del ser humano dejando a un lado los objetos intermedios para mostrar y desgranar su banalidad. El castin de modelos masculinos de la primera secuencia da cuenta de que H&M o Balenciaga no buscan únicamente caras bonitas y fotogénicas, fenotipos que transmitan, sino tipos que se presten a ser la encarnación de un artificio cuyo único objetivo es embaucar a su público en una falsedad que les haga percibirse como no son. Guapos o sexys, más guapos o sexys que los demás. Y estaría bien si esos adonis tersos y sin grasa abdominal fueran conscientes de que solo son una fachada, pero no, interiorizan lo que escuchan y ven hasta sentirse verdaderamente superiores, representantes de una clase elegida que dicta y exige, juzga y sentencia.

Ese es el gancho con el que este director nos introduce en unas coordenadas en las que la vida no se rige por las reglas que nos guían al común de los mortales. No hay empatía, responsabilidad ni moral, solo dinero, capricho y ostentación. De ahí que las conversaciones y las miradas, las actitudes y las respuestas que escuchamos y vemos a lo largo de toda la película sean simples y absurdas, aparentemente carentes de lógica y sensibilidad, y fundamentadas incluso en supuestos principios muy reveladores de los códigos y propósitos de los seres con que nos embarca en un viaje tan estrambótico y esperpéntico como sorprendente y frenética.

Únase a ese guion minucioso, fino y detallista en su observación de individualidades y detección de elementos comunes, una dirección que, a su mirada crítica, irónica y burlesca, suma su capacidad de reflejar las contraposiciones, reales y supuestas, entre comunismo y neoliberalismo, meritocracia y aristocracia, juventud y madurez, etnocentrismo y racismo. Mas tras esa apariencia de sátira con episodios disparatados -la cena con el capitán del barco es delirante-, El triángulo de la tristeza es también una fábula sobre si la tortilla de la estructura social puede llegar a dar la vuelta y en ese caso, cómo y con qué consecuencias.

10 textos teatrales de 2022

Títulos como estos son los que dan rotundidad al axioma «Dame teatro que me da la vida». Lugares, situaciones y personajes con los que disfrutar literariamente y adentrarse en las entrañas de la conducta humana, interrogar el sentido de nuestras acciones y constatar que las sombras ocultan tanto como muestran las luces.

“La noche de la iguana” de Tennessee Williams. La intensidad de los personajes y tramas del genio del teatro norteamericano del s. XX llega en esta ocasión a un cenit difícilmente superable, en el límite entre la cordura y el abismo psicológico. Una bomba de relojería intencionadamente endiablada y retorcida en la que junto al dolor por no tener mayor propósito vital que el de sobrevivir hay también espacio para la crítica contra la hipocresía religiosa y sexual de su país.

“Agua a cucharadas” de Quiara Alegría Hudes. El sueño americano es mentira, para algunos incluso torna en pesadilla. La individualidad de la sociedad norteamericana encarcela a muchas personas dentro de sí mismas y su materialismo condena a aquellos que nacen en entornos de pobreza a una falta perpetua de posibilidades. Una realidad que nos resistimos a reconocer y que la buena estructura de este texto y sus claros diálogos demuestran cómo afecta a colectivos como los de los jóvenes veteranos de guerra, los inmigrantes y los drogodependientes.

“Camaleón blanco” de Christopher Hampton. Auto ficción de un hijo de padres británicos residentes en Alejandría en el período que va desde la revolución egipcia de 1952 hasta la crisis del Canal de Suez en 1956. Memorias en las que lo personal y lo familiar están intrínsicamente unidos con lo social y lo geopolítico. Texto que desarrolla la manera en que un niño comienza a entender cómo funciona su mundo más cercano, así como los elementos externos que lo influyen y condicionan.

«Los comuneros» de Ana Diosdado. La Historia no son solo los nombres, fechas y lugares que circunscriben los hechos que recordamos, sino también los principios y fines que defendían unos y otros, los dilemas que se plantearon. Cuestión aparte es dónde quedaban valores como la verdad, la justicia y la libertad. Ahí es donde entra esta obra con un despliegue maestro de escenas, personajes y parlamentos en una inteligente recreación de acontecimientos reales ocurridos cinco siglos atrás.

«El cuidador» de Harold Pinter. Extraño triángulo sin presentaciones, sin pasado, con un presente lleno de suposiciones y un futuro que pondrá en duda cuanto se haya asumido anteriormente. Identidades, relaciones e intenciones por concretar. Una falta de referentes que tan pronto nos desconcierta como nos hace agarrarnos a un clavo ardiendo. Una muestra de la capacidad de su autor para generar atmósferas psicológicas con un preciso manejo del lenguaje y de la expresión oral.

“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Bajo el subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España”, la última dramaturgia del granadino presenta una coralidad segada por el costumbrismo anclado en la tradición social y la imposición de la religión. La intensidad de sus diálogos y situaciones plasma, gracias a sus contrastes argumentales y a su traslación del pálpito de la naturaleza, el conflicto entre el autoritarismo y la vitalidad del deseo.

“Speed-the-plow” de David Mamet. Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

“Master Class” de Terrence McNally. Síntesis de la biografía y la personalidad de María Callas, así como de los elementos que hacen que una cantante de ópera sea mucho más que una intérprete. Diálogos, monólogos y soliloquios. Narraciones y actuaciones musicales. Ligerezas y reflexiones. Intentos de humor y excesos en un texto que se mueve entre lo sencillo y lo profundo conformando un retrato perfecto.

“La lengua en pedazos” de Juan Mayorga. La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad. La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad

La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

Chico y chica se encuentran en Nueva York. Se conocen. Se enamoran. Podrían ser felices y comer perdices aun siendo ella de origen árabe y él judío. A ellos les da igual. Pero no así a la familia de él. Levantan la voz y abren la caja de Pandora. El pasado encuentra la brecha por la que hacerse presente y a partir de ahí la grieta se va abriendo más y más hasta que el tiempo deja de ser una línea cronológica para convertirse en un torrente arrasador conformado por lo siempre callado, ocultado y negado. Por lo nunca contado, preguntado o explicado.

La finura con que Wadji Mouawad escribe convierte a cada personaje en una versión de esto mismo, pero están tan bien trazados y anclados en los acontecimientos de las últimas décadas de la Historia de la humanidad que, más que particularidades, podemos ver en ellos arquetipos de nuestra globalidad. De un lado, el conflicto y el terrorismo entre palestinos e israelíes, el Holocausto, el comunismo de la guerra fría y el consumismo y el individualismo del neoliberalismo occidental.

Sin embargo, no hay que quedarse ahí. Tras esta lectura, hay que realizar otra más profunda y difícil de concretar, la de la contraposición entre lo racional y lo programático del ser humano y el carácter anímico y espiritual de su manera de ser, pensar versus sentir, mirar hacia atrás frente a proyectarse hacia el futuro. Y entre ambas, su contradicción espiritual, considerarse siervo humilde, fiel y devoto de su Dios al tiempo que superior, juez y castigador de quien profesa otra fe. Como curiosidad, el carácter histórico con que se inicia la trama y que subyace a toda ella, Al-Hassan ibn Muhammed al-Wazzan al-Fasi (1488-1554), es León el Africano, a quien Amin Maalouf le dedicara su primera novela en 1986.

Al igual que en otras obras suyas como Incendios (2003), Mouawad es ambicioso, no solo da saltos geográficos, temporales y situacionales, sino que también indaga en los distintos registros del comportamiento humano para acabar conformando una imagen múltiple y poliédrica de la realidad en la que conviven y se enfrentan los extremos. La belleza está unida al horror, la violencia a la vida y el amor al rechazo. Todo lleva dentro de sí la posibilidad de su opuesto y su reverso, y nadie está libre de que su perspectiva sobre la vida, las relaciones y la existencia de semejante vuelco.

Una complejidad que transmite con un lenguaje diáfano y unos diálogos siempre acertados en su forma y precisos en su expresividad. Atraen, agradan, atrapan y encandilan de la misma manera que alteran, enervan, agreden y hieren tanto a sus receptores directos como a quienes son testigos de ellos. Espectadores y lectores privilegiados a los que Mouawad nos implica en su propuesta, dándonos más información de la aparentemente necesaria, pero como pronto se revela, no con ánimo acomodaticio, sino para situarnos sin posibilidad de huida en la diatriba psicológica, ideológica y moral que realmente pretende.

Todos los pájaros es un tesoro como dramaturgia, una oportunidad de demostrar cuán bueno se es dirigiendo o actuando, pero también, por ello mismo, exigente con quien asuma la misión de materializarlo y representarlo sobre un escenario.  Ojalá estar pronto en un patio de butacas viéndolos volar.

Todos los pájaros, Wajdi Mouawad, 2018 (2020 en español), Ediciones La Uña Rota.

“The God of Hell” de Sam Shepard

El Dios del inframundo en la mitología romana y el peligroso elemento radioactivo se unen para crear una atmósfera inquietante, abstracta y misteriosa en la que la tranquilidad de un matrimonio granjero en mitad de la nada estadounidense se ve turbada por la aparición de un desconocido y un viejo amigo.

Se podría considerar que The God of Hell está ambientada en coordenadas semejantes a las de las películas de los años sesenta, aquellas en que los fenómenos y visitas paranormales eran utilizados como metáforas del comunismo. Otra es dejarse llevar por su ánimo de sacudirnos y desestabilizarnos, de no permitirnos agarrar a ningún referente o coordenada que nos ofrezca un ápice de seguridad o de control sobre la situación en la que nos vemos inmersos. Por último, y por algunos detalles que no procede revelar, me planteo hasta qué punto Sam Shepard se inspiró en las torturas y abusos que agentes de la CIA y policías militares ejercieron en 2003 sobre los reclusos de la prisión militar de Abu Ghraib (Irak).

Caben más posibilidades, pero lo que está claro es que Shepard deja la ambientación de la puesta en escena a elección del director que se encargue de su montaje (estrenado originalmente en 2004 en Nueva York y en 2005 en Londres). Su escritura se centra en lo esencial. Los personajes anfitriones apenas están bocetados, solo se nos da a conocer su vínculo matrimonial y su rutina vital basada en el cuidado de los animales de su granja. De los otros dos se facilita menos información aún. Uno huye de algo que no acierta a definir y recala en este lugar sin vecinos en Wisconsin, cerca de la invisible frontera con Minnesota, por su antiguo vínculo con el esposo. El otro personifica ese agujero negro conceptual, vivencial y experimental que el ganador del Premio Pulitzer en 1979 por Buried Child no define ni describe, mostrándonos tan solo algunas de sus impactantes manifestaciones.

Aunque breves y secos, la asertividad y sencillez de sus diálogos hace que estén cargados de significado. Resultan muy explicativos del costumbrismo en el que se desenvuelven Emma y Frank, tornan en turbadores cuando aparece Haynes y se convierten en psicológicamente amedrentadores cuando Welch provoca con su actitud, preguntas y comportamiento con tintes patrióticos que nadie se sienta seguro. Su primera aparición genera una incomodidad de la que ya no se libera la representación, derivando progresivamente en un desasosiego físico y hasta un terror psicológico que Shepard traslada al espectador/lector apelando a su hipotálamo.

Así es como nos introduce doblemente en la historia. Invocando el pacto tácito de credibilidad que se establece en toda ficción y haciéndonosla vivir a través de las emociones más primarias, aquellas que se adueñan de nosotros sin ser siquiera conscientes de qué las despertó ni cómo fue que nos llevaron a ese estado. Una alerta que eriza el vello, tensa la postura corporal y acelera el pulso y la respiración generando un doble conflicto, el de luchar contra la indefinición de lo que está pasando y el mantener el control sobre nosotros mismos.

Buried Child, Sam Shepard, 2004, Methuen Drama.