La censura de Pinochet intentó acabar con estos textos, pero el destino quiso que encontraran la manera de llegar a nuestras manos. Análisis, opinión y reflexión sobre cómo el neocolonialismo norteamericano se sirve de los dibujos animados y las publicaciones lúdicas, el poder de la literatura para situarnos ante el mundo y el sueño comunista hecho realidad con la revolución cubana de Fidel Castro.
Son muchos los autores olvidados por el paso del tiempo, cuyas obras no consiguen ser reeditadas y cuando desaparecen los ejemplares impresos que llegaron a ver editados, su legado se volatiliza. En ocasiones no es ese lento e inevitable transcurrir el que acaba con ellos, sino la acción premeditada del hombre. Eso sucedió en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973. Fueron asesinadas personas e ideas. La junta militar acabó con cuanto fuera en contra de su ideario y pusiera en riesgo su objetivo totalitario. No solo torturaron y mataron, sino que requisaron, quemaron y destruyeron cuantas páginas sustentaran o reflejaran otras maneras de contemplar la realidad y visionar el futuro.
Uno de los afectados por esa situación fue Ariel Dorfman (Buenos Aires, 1942), autor de la genial La muerte y la doncella con que en 1990 plantaría, dramatúrgicamente, cara a Pinochet. Pero ya antes había manifestado estar en contra del sistema intelectual y administrativo que respaldaba al general. En la primera parte de este volumen -que vio la luz en 1974 en Argentina-, con un enfoque cercano al análisis semiótico, arremete contra los productos de la industria gráfica y mediática de Estados Unidos, a los que acusa de ser, tras su fachada de entretenimiento, un medio de manipulación con el que transmitir una visión del mundo prejuiciada y contraria a los derechos humanos.
Una nueva forma de colonialismo con la que perpetuar el dominio de unos sobre otros haciendo que los que leen historias infantiles como las del elefante Babar o los artículos de entretenimiento de la revista Reader’s Digest se sientan impulsados a alejarse de sus orígenes, tradiciones y valores, adoptando una visión racista y excluyente tanto de sí mismos como de otras zonas del mundo y asuman como marco aspiracional el estilo de vida y los criterios de aquellos que -bajo el dictado del consumismo capitalista- viven a miles de kilómetros.
Dorfman revela un conocimiento detallado y profundo de los asuntos que trata, haberse documentando, leído y trabajado sobre ellos antes de escribir, y aunque claro en su argumentación y conclusiones, le pesa una redacción insistente y más retórica que prosaica, más para ser escuchada y atendida como una exposición oral que leída con fines de comprensión y reflexión. De ahí que su lector corra el riesgo de quedarse fuera en asuntos en los que no esté ducho como la literatura de compatriotas suyos como Jorge Edwards, Antonio Skármeta o Carlos Droguett.
Donde sí adopta un enfoque al que es más fácil acercarse es a cuanto tiene que ver con lo político. Ahí queda su visión sobre cómo la burguesía adinerada y los medios de comunicación hacían frente al gobierno de Salvador Allende, su sugerencia de cómo este debía aprovechar el potencial alfabetizador y libertador de la cultura, o su declarada simpatía por la figura de Fidel Castro y su logro revolucionario de poner fin al régimen de Batista en 1959.
Ensayos quemados en Chile, Ariel Dorfman, 2016, Editorial Godot.