Espera, entrega y vivencia. Ilusión, trascendencia y plenitud. Ser deseado y amado. Las coordenadas geográficas y ambientales. El entorno social y cultural. La religión vestida de costumbrismo, la espiritualidad mutada en tradición, la creencia convertida en acompañamiento vital. De ese legado y carga, de esa ebullición y eclosión, de esa paz y tranquilidad tratan estos poemas.
Su título advierte lo que incluyen sus páginas. Oración en el huerto evoca fin y principio, punto de inflexión antes de convertir el pasado en legado y transitar hacia lo que perdurará y le dará un sentido nuevo y elevado a lo anterior. Jesús puso fin a su evangelio y se dispuso a concentrarse en sí mismo para trascender su corporeidad. Juan, por su parte, pone orden en la experiencia y la conciencia emocional que vive y comparte a través de su cuerpo, se contextualiza reconociéndose en el aquí que le enmarca para posteriormente adentrarse en sí mismo y mirarse, reflejarse y confrontarse con aquello en lo que cree. Fe que comparte, pero que también singulariza.
Gallego Benot destila gozo, alegría y juventud. Diríase que casi felicidad por descubrir que lo carnal va más allá de lo físico cuando es compartido, correspondido y entra en una elipse en la que no hay marcha atrás ni final. La mejor de las sensaciones, la de estar enmarcado en la verdad. La plenitud en la que no se sabe si lo que se siente es una autenticidad sin fisuras o la hipérbole de la sublimación. No es misticismo porque aun habiendo éxtasis, el protagonista absoluto es el tacto y la devoción es por las características del otro, por su capacidad involuntaria de provocar, embelesar y obnubilar.
Una dicha que torna en versos sostenidos. Gallego Benot se permite dejarse llevar por la pulsión interior, pero no se desboca y cae en la abstracción de la ebullición y el solapamiento. Es capaz de verse desde fuera y ofrecer una imagen de sí mismo, de lo que le sucede y el mundo paralelo en el que se ve envuelto, trazada con discurso. Una realidad en la que se imbrican y sexualizan, pero que supone la paradoja de negarle la posibilidad de otros destinos, convirtiéndolos en fantasías con las que juega a supuestos con los que competir.
La intimidad de Oración en el huerto no es solo amorosa, también hay poemas dedicados a la amistad con la que se dialoga y festeja. Otra dimensión en la que los horizontes se expanden y se amplían lo sensorial, abarcando los fenómenos naturales, los caprichos paisajísticos y el regalo de la luz y de la noche que engrandecen y generan el misterio en el que se materializa la concreción cultural, espiritual, religiosa de lo que estaba antes y lo que nos pervivirá, de lo que nos ha permitido ser y de lo que tomará de nosotros.
Es a través de ello que Juan vuelve a sí mismo. No se sitúa frente a la imaginería o la creencia con ánimo devoto o actitud humilde, sino como la de alguien que se siente en conexión y no se interroga o duda, sino que acepta y comprende, lo vive y se vive. Todo eso es lo que bulle en Oración en el huerto y queda desplegado a lo largo de sus treinta y un poemas.
Oración en el huerto, Juan Gallego Benot, 2020, Ediciones Hiperión.