Monólogo autobiográfico con título sugerente y progresión narrativa muy bien estructurada. Testimonio sobre la transexualidad centrado en la experiencia cotidiana, sin ánimo de dogma ni lamento a pesar de tener motivo para ello. Del otro lado, una representación más centrada en la catarsis y la necesidad expresiva que en entregarse a su público y convertirse en lo que surja de su comunión con este.

La principal fuente de material para nutrir nuestra creatividad está en nosotros mismos. Lo que imaginamos, escuchamos, percibimos y vemos. Lo que vivimos. De ahí la importancia que lo biográfico tiene en la obra de todo artista, sea cual sea su lenguaje y disciplina. Conocerles nos permite descubrir claves con las que introducirnos de manera más plena en sus propuestas. El juego es aún más interesante cuando lo que escriben o representan versa sobre ellos mismos. Surgen valores como la honestidad y la sinceridad, puerta a otros posibles como el dolor y la reivindicación, quizás paradas intermedias para llegar a la paz anímica y la tranquilidad espiritual.
El resultado son obras con las que dan forma a un conglomerado de momentos aparentemente anecdóticos, sensaciones pasajeras y reflexiones que se evaporaron al ser sustituidas por otras. Un todo que, convenientemente unido y articulado, resulta sólido y con el que él o ella, más joven o más maduro, de aquí o allá, siente que tiene algo potente que contar. Esa es la certeza a la que Pablo Alamá llegó tiempo atrás y de la que resultó un texto que también interpreta bajo la dirección de Myriam Diego y Tania Marte.
Ochenta minutos en los que con escaso atrezo y proyecciones puntuales nos expone qué supone ser la persona que describe el título de esta función. Un hombre cuya intimidad física no es considerada por la frialdad de los programas informáticos de nuestro sistema de salud, ni respetada por la falta de sensibilidad de muchas personas incapaces de ir más allá del yo, mí, me, conmigo. Como bien dice a lo largo de su monólogo, “no se sale una única vez del armario, se sale una y otra vez, todos los días”.
Manual para follarse a un macho con vagina está planteado como una sucesión de actos con diferentes enfoques. Narraciones fundamentadas en la distancia con lo expuesto, recreaciones caricaturizadas o representadas a modo de auto ficción, y también cuadros que juegan a incluir en lo teatral otros lenguajes como el audiovisual o el corporal de la danza. Una variedad bien concebida, pero con diferente resultado en su materialización.
Resultan muy acertados los apoyos audiovisuales, piezas que aportan matices difíciles de haber conseguido de otra manera y que amplifican lo que Pablo se propone. Pasajes en los que deja claro que los diario-testimonios que se grabó de manera casera a lo largo de su pasado hablen por sí mismos. A destacar, también, su capacidad para habitar el escenario aunando los movimientos de mobiliario y cambios de vestuario con los propios de registro y tono.
De manera contraria, vi innecesario el recurso a la caricatura fácil y eché en falta síntesis, menor duración en las escenas sensoriales para evitar convertirlas en interludios que pausan la acción. Subjetividades quizás acertadas, quizás no, pero estoy convencido de que con una vuelta de tuerca tanto este Manual como Alamá pueden transmitir y conseguir mucho más.

Manual para follarse a un macho con vagina, en El Umbral de Primavera (Madrid).