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La serenidad de «La ballena»

La resurrección interpretativa de Brendan Fraser o cómo iluminar la pantalla con un muy particular testimonio sobre el amor, el compromiso y la dignidad. Un relato con tramas obvias que incluye, con sutil acierto, otras sobre la complejidad del ser humano. Dirección que aprovecha el origen teatral de sus personajes con una puesta en escena que maneja con habilidad, sin esconder, los recursos propios del lenguaje cinematográfico.   

Nos gustan las películas en las que sus actores se transforman físicamente. Y en una época en la que la norma es estilizarse marmóreamente o llenarse de músculos y abdominales cual óleo o escultura barroca, llama la atención que un actor que ostentó tal condición se muestre de manera completamente opuesta. Esa puede ser la curiosidad para acercarnos a La ballena, mas la verdadera razón por la que permanecemos atrapados por sus dos horas de duración es porque desde el primer fotograma ofrece una historia en la que lo técnico y artístico, así como lo narrativo y literario, están muy bien ensamblados con la emocionalidad, las motivaciones y la biografía de las personas que la habitan.

Ese apartamento del que apenas se sale en un par de ocasiones, residencia de un profesor de literatura que imparte clases online sin activar nunca la cámara, es visitado por una cuidadora de carácter enérgico, una hija que reaparece tras un silencio de ocho años, un misionero convencido del poder salvador de Dios y un par de caracteres más que revelan tanto la carga teatral del guión -originalmente una obra de Samuel D. Hunter, adaptada por él mismo-, como los elementos ideados para darle dimensión fílmica. Un lugar en el que impacta el sufrimiento desmedido de lo físico e impresiona el enraizado dolor de lo psicológico.

Al igual que hiciera en El cisne negro (2010) o Madre! (2017), Darren Aronofsky se salta los límites de nuestra sensibilidad. En esta ocasión muestra el detalle de la obesidad y sus consecuencias, poniendo a prueba la sinceridad con que aseguramos estar libres de prejuicios ante su visión. Sin embargo, no se queda ahí, aunque esta cuestión está siempre presente, y basa La ballena en dos sólidos pilares.

De un lado, la soberbia combinación de relajada gestualidad, transparente mirada y serena dicción de Brendan Fraser, con que este lleva su trabajo a unas coordenadas que van más allá de superar las limitaciones que supone su caracterización. Y de otro, un aquí y ahora, en el que lo que se va conociendo sobre el pasado y los propósitos de sus personajes sorprende y sobrecoge, generando una extraña y sublime sensación de estar en un cruce de caminos y punto de no retorno que aúna la paz espiritual y la resignación moral bajo una superficie de conflictos familiares (divorcio y duelo), compromisos personales (deberes paternales ) y prejuicios sociales (religión y homosexualidad).

Hay un cierto artificio en todo ello, que va del morbo y la curiosidad de las llagas y la incapacidad que supone lo voluminoso, a la épica de una expresividad epidérmica, pupilar y verbal. La ballena no pretende ser realista, pero sí verosímil, hacernos creer que es posible completar círculos vitales. No busca resolver los errores del pasado, sino destaparlos y enmendarlos y, así, situarse en el camino que permita, sino conseguir, sí soñar con la posibilidad de la redención. Quizás más fantasiosa y apelativa que cotidiana y costumbrista, pero efectiva gracias al sosiego y pausa de su tono, tempo y ritmo dramático.

10 novelas de 2022

Títulos póstumos y otros escritos décadas atrás. Autores que no conocía y consagrados a los que vuelvo. Fantasías que coquetean con el periodismo e intrigas que juegan a lo cinematográfico. Atmósferas frías y corazones que claman por ser calefactados. Dramas hondos y penosos, anclados en la realidad, y comedias disparatadas que se recrean en la metaliteratura. También historias cortas en las que se complementan texto e ilustración.

«Léxico familiar» de Natalia Ginzburg. Echar la mirada atrás y comprobar a través de los recuerdos quién hemos sido, qué sucedió y cómo lo vivimos, así como quiénes nos acompañaron en cada momento. Un relato que abarca varias décadas en las que la protagonista pasa de ser una niña a una mujer madura y de una Italia entre guerras que cae en el foso del fascismo para levantarse tras la II Guerra Mundial. Un punto de vista dotado de un auténtico –pero también monótono- aquí y ahora, sin la edición de quien pretende recrear o reconstruir lo vivido.

“La señora March” de Virginia Feito. Un personaje genuino y una narración de lo más perspicaz con un tono en el que confluyen el drama psicológico, la tensión estresante y el horror gótico. Una historia auténtica que avanza desde su primera página con un sostenido fuego lento sorprendiendo e impactando por su capacidad de conseguir una y otra vez nuevas aristas en la personalidad y actuación de su protagonista.

«Obra maestra» de Juan Tallón. Narración caleidoscópica en la que, a partir de lo inconcebible, su autor conforma un fresco sobre la génesis y el sentido del arte, la formación y evolución de los artistas y el propósito y la burocracia de las instituciones que les rodean. Múltiples registros y un ingente trabajo de documentación, combinando ficción y realidad, con los que crea una atmósfera absorbente primero, fascinante después.

«Una habitación con vistas» de E.M. Forster. Florencia es la ciudad del éxtasis, pero no solo por su belleza artística, sino también por los impulsos amorosos que acoge en sus calles. Un lugar habitado por un espíritu de exquisitez y sensibilidad que se materializa en la manera en que el narrador de esta novela cuenta lo que ve, opina sobre ello y nos traslada a través de sus diálogos las correcciones sociales y la psicología individual de cada uno de sus personajes.

“Lo que pasa de noche” de Peter Cameron. Narración, personajes e historia tan fríos como desconcertantes en su actuación, expresión y descripción. Coordenadas de un mundo a caballo entre el realismo y la distopía en el que lo creíble no tiene porqué coincidir con lo verosímil ni lo posible con lo demostrable. Una prosa que inquieta por su aspereza, pero que, una vez dentro, atrapa por su capacidad para generar una vivencia tan espiritual como sensorial.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith. Damos por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia. Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

“Alguien se despierta a medianoche” de Miguel Navia y Óscar Esquivias. Las historias y personajes de la Biblia son tan universales que bien podrían haber tenido lugar en nuestro presente y en las ciudades en las que vivimos. Más que reinterpretaciones de textos sagrados, las narraciones, apuntes e ilustraciones de este “Libro de los Profetas” resultan ser el camino contrario, al llevarnos de lo profano y mundano de nuestra cotidianidad a lo divino que hay, o podría haber, en nosotros.

“Todo va a mejorar” de Almudena Grandes. Novela que nos permite conocer el proceso de creación de su autora al llegarnos una versión inconclusa de la misma. Narración con la que nos ofrece un registro diferente de sí misma, supone el futuro en lugar de reflejar el presente o descubrir el pasado. Argumento con el que expone su visión de los riesgos que corre nuestra sociedad y las consecuencias que esto supondría tanto para nuestros derechos como para nuestro modelo de convivencia.

“Mi dueño y mi señor” de François-Henri Désérable. Literatura que juega a la metaliteratura con sus personajes y tramas en una narración que se mira en el espejo de la historia de las letras francesas. Escritura moderna y hábil, continuadora y consecuencia de la tradición a la par que juega con acierto e ingenio con la libertad formal y la ligereza con que se considera a sí misma. Lectura sugerente con la que descubrir y conocer, y también dejarse atrapar y sorprender.

10 películas de 2022

Ficción española pegada a la realidad, animación estadounidense y títulos europeos que le cogen el pulso a la vida. Propuestas basadas en grandes guiones y plasmadas con variados estilos de narrativa audiovisual. Historias cotidianas y valientes, arriesgadas y disruptivas. Doce meses de muy buen cine.

«Apolo 10 1/2». Los estadounidenses llevan más de treinta años revisando lo sencillos e ingenuos que eran en los años 60 y lo colorido y fascinante que resultaba el “american way of life” en todo su esplendor. Aun así, todavía hay maneras de acercarse a aquel tiempo, identidad y vivencia de una manera original y diferente. Tal y como lo ha hecho Richard Linklater en esta cinta de animación.

«Alcarràs». Carla Simón profundiza en el estilo que ya mostró en “Verano 1993” convirtiendo lo cotidiano, el mimbre de lo que nos une, en lo que marca de principio a fin el contenido, el tono y la evolución de su película. Tras ello, una mirada tranquila y empática guiada por el punto en el que se encuentra lo anodino con lo íntimo y lo invisible con lo obvio, y un trabajo interpretativo en el que brillan todos y cada uno de sus intérpretes.

«Ennio: el maestro». Documental que aúna la admiración por su protagonista y el reconocimiento a su extraordinaria labor en pro del séptimo arte con la excelencia de su dirección y su capacidad de emocionar e implicar al espectador en su propuesta. Material de archivo y entrevistas que repasan, analizan y explican la trayectoria de un genio musical, las peculiaridades de su estilo y los logros con que tanto nos hizo gozar desde la gran pantalla.

«Cinco lobitos». El cine se convierte en un arte cuando una película resulta más que la suma de todos los elementos que la conforman. Eso es lo que ocurre con esta cinta que nos muestra los múltiples prismas de la maternidad y la versatilidad a la que se ven abocadas muchas mujeres como resultado de ésta. Un guión redondo, dos actrices soberbias -Laia Costa y Susi Sánchez- y una dirección tras la cámara sensible e inteligente.

«Vortex». Entras a la sala creyendo que vas a ser testigo de la ancianidad de una pareja, pero comienza la proyección y en lo que te adentras es en el abismo que se abre entre la necesidad de estructurar y comprender y la abstracción y la sinrazón en que consiste la demencia. Edición virtuosa y un guion concebido para llevar a su espectador al extremo de su resistencia psicológica.

«El acusado». El sentido común nos dice que el consentimiento no debiera tener matices legales ni morales, pero la realidad demuestra que sí que los tiene sociales y conductuales. Ahí es donde entra esta película que refleja sobriamente cómo influyen sobre esta cuestión filtros como las diferencias de clase y los modelos familiares. Grandes interpretaciones, un buen guion y una excelente dirección que acierta con su propuesta de atenerse a los hechos y revelar las múltiples paradojas que estos revelan.

«As bestas». Thriller en el que la coacción y la incertidumbre, la paz y la soledad, crean una atmósfera apabullante en la que conviven y se enfrentan lo mejor y lo peor del ser humano. Un guión en el que la tensión de sus silencios y la parquedad de sus personajes son multiplicados por una dirección que los funde con los ritmos, las posibilidades y las paradojas de la naturaleza.

«La maternal». Tras su buen hacer con “Las niñas”, Pilar Palomero suma ahora el de esta cinta en la que sigue fijándose en aquellos a quienes no escuchamos ni consideramos como debiéramos. Los que quedan fuera del sistema por su edad, su falta de recursos y su comportamiento. Personas que merecen la sensibilidad y la seriedad, la escucha y la guía con que ella les muestra en esta ficción en la que deslumbra la mirada, el gesto y el verbo de su protagonista, Carla Quílez.  

«Close». El gran premio del jurado de la última edición del Festival de Cannes se clava en el corazón de sus espectadores con la mirada limpia, el sentir inocente y la conciencia pura de sus protagonistas adolescentes. Una historia que expone con sinceridad, empatía y sensibilidad lo bonito y hermoso que es relacionarse y el poder e influencia que ejercemos sobre los demás, pero también los deberes y riesgos, las consecuencias y aprendizajes que esa vivencia conlleva.

«Mantícora». La sobriedad narrativa del guion de Carlos Vermut se complementa con la mirada aséptica de su dirección y el conjunto de buenas decisiones sobre las que se asienta. Un combo que se amplifica con la hipnótica presencia de Nacho Sánchez dando vida a lo humano y a lo inconcebible, así como a la lucha y a la convivencia dentro de sí entre ambas maneras de ser y estar en el mundo.

Tan «Close» que duele

El gran premio del jurado de la última edición del Festival de Cannes se clava en el corazón de sus espectadores con la mirada limpia, el sentir inocente y la conciencia pura de sus protagonistas adolescentes. Una historia que expone con sinceridad, empatía y sensibilidad lo bonito y hermoso que es relacionarse y el poder e influencia que ejercemos sobre los demás, pero también los deberes y riesgos, las consecuencias y aprendizajes que esa vivencia conlleva.

Mientras el niño aprende en qué consiste el mundo sin tener herramientas ni conocimiento previo que le sitúe o ayude, el reto del adolescente es aún mayor, se ha de construir su propio sitio en ese mundo, en su evolución hacia la adultez, lidiando con influencias, compañías, referencias y comentarios no siempre positivos. Los juicios y las sentencias llegan en demasiadas ocasiones sin saber siquiera qué se está tratando y si tienen, siquiera, algo que ver con uno mismo. Eso es lo que les sucede a Leó y Remi cuando comienzan el bachillerato y sus compañeros comentan y les preguntan con curiosidad y sorna sin son pareja, de manera abrupta e invasiva si son homosexuales y, por tanto, acusados de ser más mujeres que hombres.

Surge así una pausa que interroga la génesis y el sentido de lo que hasta entonces había sido amistad espontánea y complicidad natural, vinculación sincera y cariño auténtico libre de injerencias. Sin embargo, tal y como expone Lukas Dhont, la influencia del círculo más inmediato, la invisible y atmosférica fuerza del grupo vence a quien simulaba más entereza y hace resiliente a quien parecía más débil. Mas nada es eterno ni absoluto, la fragilidad es condición intrínseca a la naturaleza humana y se puede revelar tan repentina como sorpresivamente.

Lo más hermoso y seductor de la mirada de Dhont es que se centra, como ya lo hiciera en Girl (2018), con verdadera honestidad, en las emociones de sus protagonistas. En cómo las manifiestan primero y cómo las procesan después. En cómo reaccionan como resultado de esa afectación, cómo les influye en su relación con los demás y cómo procesan posteriormente las consecuencias que conlleva ese complejo proceso. En definitiva, en cómo toman conciencia de sí mismos y de su poder, influencia y deber con los demás.

Un guión preciso, minucioso y conciso y una sostenida progresión narrativa que no pierden el foco en cuestiones secundarias como analizar la actuación del alrededor, en explicar su conducta ni el propósito de sus exigencias. Está ahí, ya lo sabemos y lo conocemos, somos parte de él y también lo hemos sufrido. Ese es un de los logros y claves de Close, hace que nos identifiquemos y proyectemos tanto con Léo y Remi, como con sus compañeros de clase.

A su vez, muestra a sus personajes tal y como reclama que merecen, sin etiquetarles ni extraer conclusiones simplificadoras que, aunque pudieran ser acertadas en primera instancia, nunca revelarían lo que éstas ocultarían. Mas aun cuando trata sobre dos muchachos de trece años. Le deja estar y ser. Les concede aquello que es suyo y a lo que tienen derecho, construirse y conocerse en lugar de ser determinados por la vaguedad moral, la irresponsabilidad social y el reduccionismo intelectual de quienes no son capaces de comprender qué supone la diversidad y la empatía, la convivencia y el respeto.

Pero la mirada de Close no es pesimista ni apesadumbrada, en su dolor hay un resquicio de esperanza en la manera delicada y sensible en que algunos adultos, desde la consolidación de su madurez y la aceptación de su debilidad, plantean preguntas y esperan pacientemente que lleguen las respuestas. Algo que sucede a través de la limpia mirada, la poderosa presencia, la brillante gestualidad y la expresividad tonal de los jóvenes Eden Dambrine y Gustav De Waele, apoyados en segundo plano por las sólidas y maternales Émilie Dequenne y Léa Drucke.

“La imposible verdad. Textos 1987-1993” de Pepe Espaliú

Poesía, prosa cargada de lirismo, ensayos breves concebidos para catálogos expositivos y entrevistas varias. Como denominador común el contraste entre la vivencia interior y la imposición del mundo exterior, la denuncia de la conversión del arte en muestra del hedonismo y la individualidad de la sociedad de finales del siglo XX y el silencio, abandono y hostigamiento que sufrían los primeros enfermos de SIDA.

Conocí a Pepe Espaliú (Córdoba, 1955-1993) a través de la exposición que el Museo Reina Sofía le dedicó en 2003. Me impresionaron sus jaulas, tres piezas de gran tamaño, elaboradas con alambre de hierro, que colgaban del techo y cuyas bases se abrían como si fueran la paradójica falda de una montaña. Una dimensión que se desplegaba estéticamente ante su espectador con la promesa de acogerle pero que, de entrar en ella, quedaría atrapado y sin salida. Con la contrariedad de permitirle interactuar visual y oralmente, mas sin formar parte del mundo que le rodea. Cuando Pepe creó esta obra ya sabía que iba a morir como consecuencia del sida, la enfermedad en que había derivado el VIH. Asunto al que dedicó tiempo y energía, y que impregnó su producción no solo escultórica, sino también literaria en los últimos años de su vida, tal y como evidencia La imposible verdad.

Su primera parte es un poemario, En estos cinco años. 1987-1992, publicado originalmente en 1993 y prologado por Retrato del artista desahuciado. Esas tres páginas son una perfecta introducción y síntesis a lo que viene a continuación. Sin ambigüedades ni juegos estilísticos, sin rehuir la complejidad, expone lo que supone ser y sentirse homosexual en una sociedad que te niega la existencia a través del silencio verbal, la invisibilidad física y la negación intelectual. Una consciencia del mundo del que formaba parte, de la persona que era y del cuerpo a través del cual se sentía parte del primero y encarnación de la segunda, a la que se sumó en la última etapa de su biografía la experiencia personal del estigma y el rechazo, de la furiosa homofobia y la cruel serofobia, producto del miedo irracional y la ignorancia impúdica. Todo ello, como muy bien apunta, no solo como resultado de una mentalidad anclada en el pasado, sino también de la banalidad, superficialidad y exaltación del ego que promovía el neoliberalismo.

Epidemia paralela que anulaba el espíritu crítico de los artistas y el papel social del arte, medio con el que preguntar, plantear y agitar conciencias. Facultad que parecía estar quedando diluida como resultado de la acción del sistema político y económico, ávido de mantener el status quo del poder y de, por tanto, desactivar cuanto pudiera ir en su contra. Con el beneplácito de los medios de comunicación, cómplices por su deseo de formar parte de ese entramado de decisión. Y por la inacción del propio mundo del arte al haber dejado que su razón de ser pasara de girar en torno a lo creativo a hacerlo alrededor del perverso concepto del mercado. Ensayos recientes como Arte (in)útil de Daniel Gasol dejan patente que no hemos cambiado y que Espaliú era un analista agudo y sagaz, a la par que visionario.   

En ese marco se hace aún más patente su activismo, pero no por el hecho de verse como víctima necesitada de cuidados y atención, sino por constatar que el VIH/SIDA era, entonces, la última muestra de cómo se niega la existencia moral a quienes no se atienen al discurso, a la retórica vacía, de quienes ostentan la autoridad, sin mayor fin que el de mantener sus privilegios. Muy crítico con el gobierno español, convencido de la labor de grupos como Act Up (recordemos la película 120 pulsaciones por minuto) y del papel reivindicativo que han de ejercer los artistas bajo premisas como el espíritu colaborador, ir de lo complejo a lo simple, y conectar con el objetivo de revelar lo ignorado, mostrar lo desconocido y dignificar lo deliberadamente ocultado.

Una visión que guió su pensamiento y sus materializaciones, como la acción Carrying, en la que consiguió confluir no sólo la creación simbólica de lo que suponía la enfermedad, sino también la manera proactiva en que habíamos de hacerle frente como sociedad y el papel divulgador a desempeñar por las cabeceras mediáticas. A través de las entrevistas que recopila La imposible verdad se puede conocer su inspiración estadounidense, su génesis y nacimiento donostiarra y su éxito en Madrid el 1 de diciembre de 1992. Día en el que su cuerpo descalzo fue transportado desde el Congreso de los Diputados hasta el Museo Reina Sofía -donde hoy se puede ver el vídeo que la recuerda- por distintas parejas de toda clase de personas, incluyendo políticos, en lo que supuso la demostración tanto de la inteligencia y capacidad creativa y comunicadora de Pepe Espaliú, como de lo acertado de su diagnóstico sobre las contrariedades, derivas e hipocresías de las coordenadas ideológicas de nuestra era.  

La imposible verdad. Textos 1987-1993, Pepe Espaliú, 2018, La Bella Varsovia.

Solteros en la ciudad y atacados una vez más

Netflix estrena “Desparejado”, serie que nos cuenta la vuelta al mundo de la búsqueda de pareja de un hombre al que le ha dejado su novio tras diecisiete años juntos. Ocho capítulos livianos y llenos de clichés, que nos hacen pensar no solo sobre lo que nos gustaría ver en la ficción, sino también en los espacios informativos en estos días en que se pretende vincular nuevamente homosexualidad, enfermedad y problema de salud pública.

Es habitual ver en redes sociales un meme con el texto Give the gays what they want cada vez que un programa de cierta audiencia o personaje público adopta un rol en pro de todo aquello que se supone del agrado de los hombres homosexuales como es el activismo sin tapujos, un despliegue de ademanes catalogables como divismo o la exaltación del hedonismo. Ese es el espíritu de Uncoupled, la serie que se puede ver en Netflix desde el pasado viernes protagonizada por Neil Patrick Harris.

Ficción apropiada para estas fechas, la ligereza de sus guiones es tolerable por encima de los treinta y muchos grados que marcan a diario los termómetros desde hace semanas. Los que no podéis o no os apetece verla, tranquilos, no os perdéis nada. Su planteamiento y desarrollo no llega, ni de lejos, a sucedáneo gay de Sexo en Nueva York. Su decálogo de restaurantes de moda, interiores de lujo y cuerpos masculinos escultóricos bien podría estar tomado de una aleatoria combinación de reels de Instagram. Su sucesión de anécdotas, sarcasmos y giros narrativos suenan a escuchados y fantaseados, reproducidos realísticamente o mal interpretados en un intento de personajismo, una y mil veces, por todos nosotros. Me refiero a ti que eres homosexual o bisexual, si no lo eres, disculpa, no quería ofenderte.  

Está bien que veamos entretenimiento y fantasía con personajes LGTBI, lo que le vale a Netflix para se considerada una empresa LGTBI friendly. Ya es más de lo que teníamos hace un par de décadas. Podemos debatir si está bien que se haga de una manera tan superficial. Pero en lo que no debemos errar es en creer que con esto nos vale, o de culparle, por su falta de realismo y activismo, de lo que ocurre en nuestras calles, lo que se discute en nuestros parlamentos y se difunde a través de muchos medios de comunicación.

Buena parte del espectro político grita contra la educación en la igualdad de género. Referentes a los que creíamos con criterio aúllan alentando a la discriminación en base a la identidad de género. Y ahora, para colmo, instituciones a las que presuponíamos adalides de la objetividad científica y la sensatez, en pro de la convivencia humana, se erigen como promulgadoras de juicios superficiales con los que exhortan a la estigmatización.  

Es el caso de la Organización Mundial de la Salud y su recomendación, días atrás, de reducir el sexo entre hombres como medio con el que evitar la extensión del virus de la varicela del mono. La historia se repite y los prejuicios continúan. Hace cuatro décadas el VIH fue rápidamente considerado una cuestión exclusivamente gay, lo que sirvió no solo para dedicarle escasos recursos a los primeros enfermos que padecieron el sida, sino para culpabilizar, demonizar y despreciar a las personas homosexuales. Ignorancia, injusticia y maldad que aumentaban el daño y el dolor que, ya de por sí, nuestra sociedad ha infligido siempre a quien no se ha manifestado expresamente heterosexual. El tiempo demostró no solo el error en el diagnóstico de la pandemia, sino el horror extra que se había añadido a la tortura física y psicológica que sufren muchas personas cada día en todo el mundo por su orientación sexual.  

La barbarie actual está en que la viruela del mono ni siquiera es considerada una enfermedad de transmisión sexual, lleva décadas existiendo en África y ahora que da el salto al primer mundo, sobreactuamos porque los primeros focos conocidos se han dado en ambientes festivos frecuentados por un público homosexual. Señores y señoras, esto huele a no reconocer el espíritu colonialista con el que miramos los asuntos sociales que tienen que ver con aquellos países que no nos importan. A buscar un culpable ante la incapacidad de admitir no ya que la naturaleza está por encima del hombre, sino que estamos actuando deliberadamente en contra de ella con un fin estrictamente avaricioso. A poner de relieve que, a pesar de las legislaciones, políticas y códigos aprobados y difundidos por doquier contra la LGTBIfobia, se quiere seguir estableciendo clases, culpas y penas para diferenciar y separar a unos de otros con el fin de ejercer poder, dominio y sumisión. 

A lo mejor son asuntos demasiado serios como para tener cabida en la banalidad de Desparejado. O han saltado a la luz demasiado tarde como para intervenir sobre una producción audiovisual que seguramente quedó perfectamente editada meses atrás. Veámosla si nos apetece, sin esperar de ella más de lo que promete ni exigirle lo que no le corresponde. En lo que, a esto respecta, sigamos sin dejar pasar ni una, practicando el activismo que nuestras coordenadas personales nos permitan y exigiendo a los representantes políticos en los que confiamos y a los legislativos que nos representan -a nivel local, regional, nacional y europeo, y por designación de estos o del poder ejecutivo, en muchas instituciones supranacionales-, que nos respeten, defiendan y protejan tanto con sus palabras y propuestas, como con sus votaciones y manifestaciones públicas.

“El que es digno de ser amado” de Abdelá Taia

Cuatro cartas a lo largo de 25 años escritas en otros tantos momentos vitales, puntos de inflexión en la vida de Ahmed. Un viaje epistolar desde su adolescencia familiar en su Salé natal hasta su residencia en el París más acomodado. Una redacción árida, más cercana a un atestado psicológico que a una expresión y liberación emocional de un dolor tan hondo como difícil de describir.

Que comience en 2015 y acabe en 1990 podría hacernos pensar que Ahmed se retrotrae desde las consecuencias hasta las causas de la historia que inicia dirigiéndose a su madre. Hay algo de eso, pero también de querer mostrar cómo hay cuestiones que perviven, que no cambian, que son un ancla que arrastramos desde no se sabe cuándo. Tanto que parece que hemos nacido con ese peso externo ya incorporado a nosotros y lo sentimos como algo orgánico y no como un lastre del que desprendernos. Llegamos a tomar conciencia de ello, de que hay algo en nosotros que no va bien, que no funciona, que nos impide y nos limita, que nos niega e incapacita, que nos hace sufrir.

Sin embargo, nos hacemos la ilusión de que no es así, de que hemos evolucionado y seguiremos avanzado por la senda del alejamiento. Pero si hacemos el esfuerzo, si tenemos el valor suficiente, nos daremos cuenta de que lo único que cambia es el prisma desde el que lo enfocamos y el discurso con el que justificamos, maquillamos y ocultamos nuestra insolvencia. La auténtica y única verdad es que no sabemos cómo afrontar la realidad porque implicaría poner en duda quiénes y cómo somos, qué quedaría de nosotros si acabáramos con esa guerra y no tener ni idea de cómo afrontaríamos el futuro por venir.

Así es como el personaje creado por Abdelá inicia su desnudo epistolar. Con una combinación de ansiedad y serenidad, de tener claro su objetivo y no querer perder el tiempo en rodeos, pero también de no querer callar ni uno solo de los argumentos que considera probatorios. Esto le lleva a enfrentarse a la mujer que le trajo al mundo echándole en cara todo aquello que hoy le mueve a manifestarse. Pero la diafanidad de su necesidad le impide percatarse de que él mismo es también transmisor de semejantes formas de comportamiento. La distancia que él cree haber puesto de por medio, cambiando una casa familiar abarrotada en Marruecos por un hogar aburguesado con un marido bien posicionado en la capital francesa no es más que una muestra del papel que en su particular ecuación personal ha jugado un elemento añadido, la dialéctica entre colonia y metrópoli.

Como demuestran la solemnidad de sus frases cortas y la parquedad expresiva de lo que Ahmed manifiesta y le es contado, su propósito es tan complejo como árido. Desmontar la concatenación de proyecciones que cada uno de los firmantes, así como de los sujetos referidos, siente que es su vida. Una sucesión de reflejos que se prolonga haciendo de cada persona un sucedáneo de quien podría llegar a ser si no fuera por las coordenadas en que le ha tocado nacer y vivir. Evidencias de que sus maneras de relacionarse con el mundo siguen un patrón con unos tintes sistémicos que complementan, envuelven y amplifican lo que les fue transmitido por su educación familiar. Un callejón sin salida en el que acaban una y otra vez, una y otra vez, una y otra…

El que es digno de ser amado, Abdelá Taia, 2018, Cabaret Voltaire.

“Small g: un idilio de verano” de Patricia Highsmith

Solemos dar por hecho que las ciudades suizas son el páramo de la tranquilidad social, la cordialidad vecinal y la práctica de las buenas formas. Una imagen real, pero también un entorno en el que las filias y las fobias, los desafectos y las carencias dan lugar a situaciones complicadas, relaciones difíciles y hasta a hechos delictivos como los de esta hipnótica novela con una atmósfera sin ambigüedades, unos personajes tan anodinos como peculiares y un homicidio como punto de partida.

Fue su último título y una muestra clara de cómo Patricia Highsmith manejaba la intriga con una finísima habilidad. En esta novela la incertidumbre no tiene como fin revelar una autoría desconocida, vehicular la entrada en escena de alguien en paradero ignoto o revelar las motivaciones de un comportamiento aparentemente incomprensible. En Small g esa inquietud está de principio a fin por un inicio desasosegante, el atraco y apuñalamiento de Peter, un joven de veinte años, y una continuación meses después en el día a día, cotidiano y monótono, acotado a su trabajo y su entorno vecinal, de quien fuera su último amante, el cuarentón Rickie.

Coordenadas en las que la interrogante de quién pudo ser el homicida se difumina entre las anécdotas, las casualidades y los vínculos existentes entre las vidas que se cruzan y encuentran en el Jacob’s. Un local que, según la hora del día, sirve tanto como cafetería de barrio y restaurante para trabajadores de la zona como discoteca de ambiente mixto a la que acuden habitantes de todo Zurich. Emplazamiento en el que la respuesta buscada parece ocultarse entre las peculiaridades, las tosquedades y los prejuicios de quienes allí acuden. Argumentos que, no sabemos si de manera paralela, alternativa o distraída, nos abren la puerta a episodios y vidas que parecen navegar entre la ilegalidad y la amoralidad, con miedos y vergüenzas en sus conciencias y cicatrices físicas y heridas psicológicas en sus biografías.

Highsmith se desenvuelve como pez en el agua en esa delgada línea roja entre la confabulación y el costumbrismo, valiéndose de los recursos, objetivos y pretensiones de ambos estilos. Así es como genera una narración en el que las cuestiones aparentemente más delicadas- como la vivencia individual y social de la homosexualidad en gente de mediana edad y la presencia del SIDA- son expuestas con total tranquilidad y, de manera cuidadosa para no alterar su esencia, trae a la superficie las señales que revelan conflictos y relaciones, aparentemente, sin lógica alguna, carentes de toda coherencia.

Así es como la creadora de Ripley revela su genio literario, cimentando su relato en el enfoque humano, en el análisis relacional y la exposición psicológica de sus personajes, generando en sus lectores un desasosiego tan o más profundo que si hubiera optado por desarrollar el prisma detectivesco con que nos introduce en las primeras páginas. Muestra evitando analizar y expone huyendo de toda explicación, busca ser objetiva (aunque no se cruza de brazos ante la mezquindad de los que enjuician) y únicamente transmisora, dejando que sea la manera de actuar, expresarse, pensar y tratarse de sus protagonistas lo que marque nuestra empatía con ellos y conocimiento sobre lo que hacen y les ocurre.

Small g: un idilio de verano, Patricia Highsmith, 1995, Editorial Anagrama.

“La verdad ignorada” de Emilio Peral Vega

Explicitación de la homosexualidad de algunos de los autores más reconocidos de la literatura española a la hora de leer, analizar y relacionar su obra. No solo como una consideración biográfica sino como una característica personal que determinó los temas y enfoques de sus creaciones. Ensayo que ejemplifica la necesidad de ir más allá de lo establecido a la hora de determinar, considerar y valorar a nuestros referentes.

A Federico García Lorca le gustaban los hombres. Al igual que a Vicente Aleixandre o a Luis Cernuda. A estas alturas nadie se atreve a negar esto, pero en demasiadas ocasiones se deja aun a un lado a la hora de hablar sobre ellos, presentar su escritura o introducirnos en lo que pretendían relatarnos a través de esta. Por este motivo es importante contar con ensayos como este que se presenta bajo el subtítulo Homoerotismo masculino y literatura en España (1890-1936). Como señala su autor en su introducción, no se trata de una propuesta exhaustiva, pero sí de una muestra de lo que podemos descubrir si nos acercamos a los nombres a estudiar y conocer desde una perspectiva más íntima y honesta con quienes y cómo fueron, sintieron y vivieron.

Como ejemplo, me ha resultado muy interesante la confluencia entre las veladuras de los sonetos de William Shakespeare y los poemas de Jacinto Benavente que propone Peral Vega, así como entre las obras teatrales de ambos. En cuanto a su estructura, pero también en el papel que cumplen algunos personajes por su manera de proponerse y manifestarse. Asunto en el que se puede deducir aún más cuando se recurre a lo que sucedía en la vida personal de nuestro Premio Nobel, tal y como evidencian los fragmentos seleccionados de su correspondencia.

Tomo nota de las tres novelas galantes en las que se profundiza, El martirio de San Sebastián (1917) de Antonio de Hoyos y Vicent, Las locas de postín (1919) de Álvaro Retana y El ángel de Sodoma (1928) de Alonso Hernández Catá. Títulos que leer para indagar en lo que La verdad ignorada expone. Cómo se entraba de lleno en aquella época en la cuestión homosexual, las motivaciones y excusas con que se le daba protagonismo, y los prejuicios -y, en alguna ocasión, finalidad moralizante- con que se abordaba su tratamiento argumental. Otro tanto haré con Sortilegio, texto teatral de 1930 de Gregorio Martínez Sierra y María de la O Lejárraga, inédito editorialmente hasta ahora e incluido como apéndice en este volumen.

La certeza de que lo literario es personal queda claro en los capítulos dedicados a Luis Cernuda y Eduardo Blanco-Amor. En ellos, Emilio formula un triángulo explicativo conformado por lo escrito por ambos poetas, las relaciones que tuvieron y las conexiones entre uno y otro ángulo. No trata de establecer únicamente orígenes y consecuencias, sino de mostrar cómo su vida sentimental y los estados emocionales asociados a esta, además de la influencia del entorno social en el que se desenvolvían, marcó la obra por la que son conocidos. He ahí el contraste entre Los placeres prohibidos (1931) y Donde habite el olvido (1933), en el caso del sevillano, o lo que expuso el orensano en Horizonte evadido (1936).

La verdad ignorada, Emilio Peral Vega, 2021, Ediciones Cátedra.

10 textos teatrales de 2021

Obras que ojalá vea representadas algún día. Otras que en el escenario me resultaron tan fuertes y sólidas como el papel. Títulos que saltaron al cine y adaptaciones de novelas. Personajes apasionantes y seductores, también tiernos en su pobreza y miseria. Fábulas sobre el poder político e imágenes del momento sociológico en que fueron escritas.

«The inheritance» de Matthew Lopez. Obra maestra por la sabia construcción de la personalidad y la biografía de sus personajes, el desarrollo de sus tramas, los asuntos morales y políticos que trata y su entronque de ficción y realidad. Una complejidad expuesta con una claridad de ideas que hace grande su escritura, su discurso y su objetivo de remover corazones y conciencias. Una experiencia que honra a los que nos precedieron en la lucha por los derechos del colectivo LGTB y que reflexiona sobre el hoy de nuestra sociedad.

«Angels in America» de Tony Kushner. Los 80 fueron años de una tormenta perfecta en lo social con el surgimiento y expansión del virus del VIH y la pandemia del SIDA, la acentuación de las desigualdades del estilo de vida americano impulsadas por el liberalismo de Ronald Reagan y las fisuras de un mundo comunista que se venía abajo. Marco que presiona, oprime y dificulta –a través de la homofobia, la religión y la corrupción política- las vidas y las relaciones entre los personajes neoyorquinos de esta obra maestra.

“La taberna fantástica” de Alfonso Sastre. Tardaría casi veinte años en representarse, pero cuando este texto fue llevado a escena su autor fue reconocido con el Premio Nacional de Teatro en 1986. Una estancia de apenas unas horas en un tugurio de los suburbios de la capital en la que con un soberbio uso del lenguaje más informal y popular nos muestra las coordenadas de los arrinconados en los márgenes del sistema.

«La estanquera de Vallecas» de José Luis Alonso de Santos. Un texto que resiste el paso del tiempo y perfecto para conocer a una parte de la sociedad española de los primeros años 80 del siglo pasado. Sin olvidar el drama con el que se inicia, rápidamente se convierte en una divertida comedia gracias a la claridad con que sus cinco personajes se muestran a través de sus diálogos y acciones, así como por los contrastes entre ellos. Un sainete para todos los públicos que navega entre la tragedia y nuestra tendencia nacional al esperpento.

«Juicio a una zorra» de Miguel del Arco. Su belleza fue el salvoconducto con el que Helena de Troya contó para sobrevivir en un entorno hostil, pero también la condena que hizo de ella un símbolo de lo que supone ser mujer en un mundo machista como ha sido siempre el de la cultura occidental. Un texto actual que actualiza el drama clásico convirtiéndolo en un monólogo dotado de una fuerza que va más allá de su perfecta forma literaria.

«Un hombre con suerte» de Arthur Miller. Una fábula en la que el santo Job es convertido en un joven del interior norteamericano al que le persigue su buena estrella. Siempre recompensado sin haber logrado ningún objetivo previo ni realizado hazaña audaz alguna, lo que despierta su sospecha y ansiedad sobre cuál será el precio a pagar. Una interrogación sobre la moral y los valores del sueño americano en tres actos con una estructura sencilla, pero con un buen desarrollo de tramas y un ritmo creciente generando una sólida y sostenida tensión.

“Las amistades peligrosas” de Christopher Hampton. Novela epistolar convertida en un excelente texto teatral lleno de intriga, pasión y deseo mezclado con una soberbia difícil de superar. Tramas sencillas pero llenas de fuerza y tensión por la seductora expresión y actitud de sus personajes. Arquetipos muy bien construidos y enmarcados en su contexto, pero con una violencia psicológica y falta de moral que trasciende al tiempo en que viven.

“El Rey Lear” de William Shakespeare. Tragedia intensa en la que la vida y la muerte, la lealtad y la traición, el rencor y el perdón van de la mano. Con un ritmo frenético y sin clemencia con sus personajes ni sus lectores, en la que nadie está seguro a pesar de sus poderes, honores o virtudes. No hay recoveco del alma humana en que su autor no entre para mostrar cuán contradictorias y complementarias son a la par la razón y la emoción, los deberes y los derechos naturales y adquiridos.

“Glengarry Glen Ross” de David Mamet. El mundo de los comerciales como si fuera el foso de un coliseo en el que cada uno de ellos ha de luchar por conseguir clientes y no basta con facturar, sino que hay que ganar más que los demás y que uno mismo el día anterior. Coordenadas desbordadas por la testosterona que sudan todos los personajes y unos diálogos que les definen mucho más de lo que ellos serían capaces de decir sobre sí mismos.

«La señorita Julia» de August Strindberg. Sin filtros ni pudor, sin eufemismos ni decoro alguno. Así es como se exponen a lo largo de una noche las diferencias entre clases, así como entre hombres y mujeres, en esta conversación entre la hija de un conde y uno de los criados que trabajan en su casa. Diálogos directos, en los que se exponen los argumentos con un absoluto realismo, se da cabida al determinismo y su autor deja claro que el pietismo religioso no va con él.