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“Los tres usos del cuchillo” de David Mamet

“Sobre la naturaleza y la función del drama” disecciona las claves por las que conectamos con el teatro y porqué la dramaturgia es una de las mejores construcciones artísticas a las que puede llegar el hombre. Didáctico y claro en su exposición, con símiles que permiten una fácil compresión de sus ideas y con los que reflexiona sobre su relación con otros ámbitos de nuestra vida como la política o la religión.

La Lupe tenía razón, “lo tuyo es puro teatro”. Así comienza David Mamet, exponiendo cómo nuestra manera de expresar, narrar y manifestar lo cotidiano está teñida de lo dramatúrgico a la hora de contextualizar lo que nos sucede, caracterizar a las personas con las que interactuamos o dar un sentido trascendental a nuestros pensamientos y reflexiones. De esta manera le imprimimos a nuestro relato verbal un sello emocional con el que generamos una atmósfera en la que pretendemos implicar a nuestros interlocutores, ya sea provocando su empatía y comprensión, ya motivando su rechazo y distanciamiento.

Marcos similares a los de las historias que vemos representadas sobre un escenario o proyectadas en una pantalla y que nos llegan e impactan por la manera en que sus protagonistas, los héroes de sus dramas y tragedias, combinan lo ambicioso y trascendental de lo macro con lo cercano y tangible de lo micro. La concreción de la misión que cumplir con la abstracción del objetivo que se alcanzará con su consecución. Dimensiones que, según Mamet, conjugan con gran ambigüedad y acierto los líderes políticos, enarbolando horizontes difíciles de concretar y prometiendo materializaciones igualmente paradójicas de materializar. Grandilocuencias que ocultan miedos, debilidades y fracasos de nuestros diferentes modelos de sociedad por nuestra incapacidad de escucha y aceptación de límites.

Relación entre la ficción y la realidad que entrelaza con la estructura en tres actos que tienen casi todos los textos teatrales. Presentación, nudo y desenlace en los que plantear nuestra identificación con el protagonista singular o plural, el conflicto que le generan quienes manipulan las circunstancias y la búsqueda a ciegas y desesperada de los medios con los que conseguir su resolución. Trayecto que nos engancha y apasiona porque nos ofrece posibilidades que no tenemos en este lado. Aquí no podemos acabar con los villanos ni intervenir de manera directa para hacer del mundo un lugar mejor. Lo cual no quiere decir que lo escrito o interpretado sea falso, siempre y cuando esté fundamentado en el impulso, la necesidad y el deseo de solventar lo que nos inquieta, motiva, ilusiona y mueve.

Por eso mismo el autor de American Buffalo (1975), Glengarry Glen Ross (1984), Speed-the-Plow (1988) o El viejo barrio (1997) advierte que la bonanza y el exceso de oferta no es bueno para la creatividad de los artistas ni para el espíritu crítico de los espectadores. La expresividad ha de nacer de la necesidad interior de contar y transmitir algo, la observación de la búsqueda de ser llevado a mundos ajenos, pero en los que sintamos que podemos ser nosotros mismos.

Resulta curiosa la crítica, en 1998, de David Mamet sobre el exceso de canales de televisión y cómo esto estaba convirtiendo lo que antes era arte en mero entretenimiento, y a los escritores en reproductores en serie de historias concebidas única y exclusivamente para completar minutos de emisión susceptibles de atraer suscriptores e inversiones publicitarias. Una visión certera a tenor de lo que hemos vivido desde entonces con la eclosión del streaming y la explosión de las redes sociales.

Los tres usos del cuchillo, David Mamet, 1998, Editorial Alba.

10 novelas de 2021

Dos títulos a los que volví más de veinte años después de haberlos leído por primera vez. Otro más al que recurrí para conocer uno de los referentes del imaginario de un pintor. Cuatro lecturas compartidas con amigos y sobre las que compartimos impresiones de lo más dispar. Uno del que había oído mucho y bueno. Y dos más que leí recomendados por quienes me los prestaron y acertaron de pleno.

«Venus Bonaparte» de Terenci Moix. Una biografía que combina la magnanimidad de las múltiples facetas de la historia (política, arte, religión…) con lo más mundano (el poder, el amor, el sexo…) de los seres humanos. Un trabajo equilibrado entre los datos reales, basados en la documentación, y la libertad creativa de un escritor dotado de una extraordinaria capacidad expresiva. Una narrativa fluida que ahonda, analiza, describe y explica y unos diálogos ingeniosos y procaces, llenos de respuestas y sentencias brillantes.

«A sangre y fuego» de Manuel Chaves Nogales. Once episodios basados en otras tantas situaciones reales que demuestran que la violencia engendra violencia y que la Guerra Civil fue más que un conflicto bélico entre nacionales y republicanos. Los relatos escritos por este periodista en los primeros meses de 1937 son una joya narrativa que dejan claro que esta fue una guerra total en la que en muchas ocasiones los posicionamientos ideológicos fueron una disculpa para arrasar con todo aquel que no pensara igual.

«El lápiz del carpintero» de Manuel Rivas. Una narración que, además de los hechos, abarca las emociones de sus protagonistas y sus preguntas y respuestas planteándose el por qué y el para qué de lo que está ocurriendo. Un viaje hasta la Galicia violentada en el verano de 1936 por el alzamiento nacional y embrutecida por lo que derivó en una salvaje Guerra Civil y una despiadada dictadura.

«Drácula» de Bram Stoker. Novela de terror, romántica, de aventuras, acción e intriga sin descanso. Perfectamente estructurada a partir de entradas de diarios y cartas, redactadas por varios de sus personajes, con los que ofrece un relato de lo más imaginativo sobre la lucha del bien contra el mal. El inicio de un mito que sigue funcionando y a cuya novela creadora la pátina del tiempo la hace aún más extraordinaria.

“Alicia en el país de las maravillas” y «Alicia a través del espejo», de Lewis Carroll. No es la obra infantil que la leyenda dice que es. Todo lo contrario. Su protagonista de siete años nos introduce en un mundo en el que no sirven las convenciones retóricas y conceptuales con que los adultos pensamos y nos expresamos. Una primera parte más lúdica y narrativa y una segunda más intelectual que pone a prueba nuestras habilidades para comprender las situaciones en las que la lógica hace de las suyas.  

«Feria» de Ana Iris Simón. Narración entre la autobiografía, el fresco costumbrista y la mirada crítica sobre las coordenadas de nuestro tiempo desde la visión de una joven de treinta años educada para creer que cuando llegara a los treinta tendría el mundo a sus pies. Un texto que, jugando a la autenticidad de lo espontáneo, bordea el artificio de lo naif, pero que plasma muy bien la inmaterialidad que conforma nuestra identidad social, familiar y personal.

“A su imagen” de Jérôme Ferrari. La historia, el sentido, el poder y la función social del fotoperiodismo como hilo conductor de una vida y como medio con el que sintetizar la historia de una comunidad. Una escritura honda que combina equilibradamente puntos de vista y planos temporales, que descifra con precisión lo silente y revela la realidad de los vínculos entre la visceralidad y la racionalidad de la naturaleza humana.

«La ridícula idea de no volver a verte» de Rosa Montero. Lo que se inicia como una edición comentada de los diarios personales de Marie Curie se convierte en un relato en el que, a partir de sus claves más íntimas, su autora reflexiona sobre las emociones, las relaciones y los vínculos que le dan sentido a nuestra vida. Una prosa tranquila, precisa en su forma y sensible en su fondo que llega hondo, instalándose en nuestro interior y dando pie a un proceso transformador tras el que no volveremos a ser los mismos.

“Lo prohibido” de Benito Pérez Galdós. Las memorias de José María Bueno de Guzmán van de 1880 a 1884. Cuatro años de un fresco de la alta sociedad madrileña, de apariencias y despropósitos, dimes y diretes y tejemanejes sociales, políticos y económicos de los supuestamente adinerados y poderosos. Una superficie de lujo, buen gusto y saber estar que oculta una buena dosis de soberbia, corrupción, injusticia y perversión.

“Segunda casa” de Rachel Cusk. Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

“Segunda casa” de Rachel Cusk

Una novela introvertida más que íntima, en la que lo desconocido tiene mayor peso que lo explícito. Ambientada en un lugar hipnótico en el que la incomunicación resulta ser la atmósfera en la que tiene lugar su contrario. Una prosa intensa con la que su protagonista se abre, expone y descompone en su intento por explicarse, entenderse y vincularse.

Hay quien pretende determinar qué es arte a través de una definición que configure lo que hace que una creación sea considerada o no como tal. Sin embargo, para otros muchos esta clasificación corresponde, sin más, a aquellas materializaciones con afán expresivo o estético por las que se sienten interpelados. Porque les generan una experiencia, unos sentimientos y sensaciones que les agitan y complacen, les repelen y agradan. A veces de manera pareja, de un modo no siempre fácil de comprender y, menos aún, de transmitir con palabras.

Eso es lo que le sucede a M. cuando una mañana en la que siente que su vida se derrumba mientras vaga por las calles de París, descubre las pinturas de L. Un antes y un después en su biografía, ligada desde entonces a esas imágenes que se convirtieron en parte de su imaginario personal. Una suerte de espejo de quien era y sigue siendo, quizás la llave de acceso a esa parte de sí misma dolida y humillada en el pasado a la que no tiene claro si no sabe cómo acceder o si la rehúye para deleitarse en la complacencia de su victimismo.

Hasta que años después el destino le ofrece la oportunidad de alojar a L en la Segunda casa del título. Un entorno concebido por Rachel Cusk como una perfecta alegoría de su personaje. Un lugar tranquilo junto a unas marismas, allí donde la tierra y el agua salada se combinan en unas coordenadas sin concretar, con una residencia principal en la que vive con su pareja, Tony, un hombre que hace del silencio virtud, y una edificación metros más allá. Una construcción preparada para alojar a invitados a los que les da la oportunidad de tener su propia intimidad. Un ofrecimiento que muestra, a la vez, lo que ella pide. Cercanía, pero con tacto y cuidado. Puertas abiertas, pero con una distancia que permita ver el tono, la actitud y la intención con que el otro acude.  

La escritura en primera persona de M, dirigida a alguien externo, Jeffers, hace que la continua reflexión y análisis de su prosa suene sincera en su intención de ir más allá en su descripción y disección de lo que está ocurriendo. La intervención de su creadora literaria hace factible su complejidad y su propósito de exponer con precisión la abstracción de un temperamento agitado por la presencia de quien siente como un traductor de su alma, pero que resulta ser también alguien con sus propias, oscuras y contradictorias particularidades.

Punto de partida a partir del cual traza y desarrolla las diferencias y distancias entre las personalidades y comportamientos de los habitantes de Segunda casa, así como en las relaciones cruzadas que se establecen en el pequeño universo que conforman entre todos ellos. La hondura que supone su lectura está motivada en la aproximación de Cusk, centrada más en quiénes y cómo son que en qué hacen y por qué. Su opción de construirlo a través de la mirada de M. estrecha el ángulo de su propuesta, pero también le permite lograr una profunda y terapéutica virtuosidad, la de llegar a ella misma a través de los otros y ser consciente de cómo los utiliza como identificación y proyección de sus propias necesidades y neurosis.

Segunda casa, Rachel Cusk, 2021, Libros del Asteroide.

“cobardes” de Castro Lago

Siete relatos sobre gente como tú y como yo. Siete historias que no crees que vayas a vivir pero que en algún momento se te han pasado por la cabeza. Siete narraciones donde lo cotidiano se hace protagonista, situándote en encrucijadas en las que lo espontáneo y lo simbólico se dan la mano poniéndote a prueba. Siete fábulas que demuestran que cada uno de nosotros albergamos tanta luz como oscuridad.

Un nudo en el estómago. Eso es lo que te provocan las primeras líneas de cada uno de estos Cobardes. Con apenas unos acordes verbales Castro Lago te introduce en una tensión que le basta con insinuarse para hacer evidente que hay algo más, algo que no se deja ver, tras los gestos con lo que presenta a sus protagonistas. Su aparente liviandad no es más que una carta de presentación que induce a la sospecha y a la suspicacia. ¿Se explayarán en los párrafos que están por venir? ¿Nos contarán lo que inicialmente han callado?

El papel les permite una intimidad, un secreto y una connivencia serena y relajada, a prueba de prejuicios con los que estamos de este lado. ¿Se valdrán de ella? ¿La utilizarán a su favor? A nosotros la lectura nos obliga a proyectarnos y a reflexionar, a hacer el ejercicio de ¿y yo qué? ¿qué haría? ¿ya lo hice? ¿lo haría de nuevo?

¿Fingirías querer a alguien cuando en tu fuero interno quien te hace latir es otra persona? ¿Simularías que te importa aquella antigua compañera de clase a quien hacía décadas que no veías? ¿Tolerarías que tu marido se arreglara para pasar la noche fuera y replique ante tu gesto agrio que ya os veréis en el desayuno? ¿Y que un alumno soliviantara tu ánimo? ¿Cómo recuerdas aquella primera visita médica en que tuviste que desnudarte y dejar que un extraño tocara tus partes? ¿Cómo actuarías si descubrieras que tu pareja acaba de morir durmiendo a tu lado? ¿Te has llegado a identificar con un animal, a mimetizar con su pulso vital?

Sin entrar en juicios de valor ni utilizar el filtro morboso del escándalo o la hipérbole, Castro Lago nos coloca en el corazón de quienes se dejan llevar sin más, quienes siguen hacia delante en una extraña mezcla de impulso y razón. Al igual que en Amantes, poetas, víctimas y otros infelices (2019), la diafanidad de su narración sintetiza las coordenadas anímicas de los personajes en los que se embarca y el aparente punto de inflexión vital en el que nos los da a conocer.

No se trata de si hacen lo correcto o no, sino de que son así y no pueden, y sobre todo, ni tienen porqué evitarlo. El destino y su sentir los llevan por ahí, por un camino inescrutable cuyo tránsito labra tanto su carácter y personalidad como su biografía y el futuro por el que ésta haya de discurrir. Un devenir a caballo entre la monotonía de la zona de confort, la inconsciencia de lo rutinario y la obsesión alrededor de una serie de elementos -el trabajo, la pareja, los hijos, los recuerdos que siguen vivos, las ilusiones que no se cumplen- sobre los que ya no se sabe cuándo se reflexiona ni cuánto se fantasea.

Cobardes, Castro Lago, 2020, Talentura Editorial.

«Romeo y Julieta» de William Shakespeare

El tiempo y nuestra necesidad de referentes (dígase también de mitos y etiquetas) ha hecho que este sea uno de los textos sobre el amor más conocido de la literatura. Un drama con momentos cómicos que deriva en tragedia y en el que Shakespeare despliega todas sus habilidades. Una presentación clara, un desarrollo que gana en intensidad hasta llegar a un desenlace que nos lleva al culmen; diálogos que nos hacen identificar con las emociones y respuestas de sus protagonistas; y parlamentos que describen perfectamente cuanto hemos de saber y considerar sobre lo que ocurre.

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Romeo y Julieta dio al público de su época cuanto necesitaba para evadirse de su presente y disfrutar durante las dos horas de función que anuncia en su primera página. Le trasladaba hasta un lugar imaginario, a una Verona cuyo solo nombre evocaba hace quinientos años caballeros apuestos, damas hermosas, palacios suntuosos y acontecimientos sociales multitudinarios que la actual ciudad italiana aún intenta recrear. Le hacía identificarse con su historia planteando una trama que giraba en torno a dos deberes sociales a los que estaba sometido toda persona, el imperativo del matrimonio y la lealtad a la familia. Obligaciones que aligeraba con algo tan etéreo y voluble como el sentimiento del amor, elevándolo a una categoría de exceso y fantasía hasta convertirlo en el argumento principal de su relato.

Un equilibrio de realidad e hipérbole que sigue funcionando hoy aunque ya no nos casemos a los catorce años –al menos en el mundo occidental- de manera concertada por nuestros progenitores.  Aunque sí que es cierto que seguimos soñando con el amor a primera vista –he ahí el cine, la literatura o la música- dándole la categoría de amo y señor de nuestro estado de ánimo, convirtiéndolo tanto en causa de nuestra máxima felicidad como en generador de la mayor de las desgracias, el desamor.

No debemos tomar a Shakespeare como un visionario adelantado a su tiempo, pero sí como un capacitado intérprete del comportamiento humano. Sus textos muestran siempre una perfecta  y casi pedagógica síntesis del aspecto elegido para hacerlo comprensible a los espectadores de su representación (no se trataba de ofrecer un tratado filosófico, sino de entretener), haciéndoles sentirse identificados con lo que estaban observando y plantearse cómo actuarían ellos (o recordar cómo lo hicieron) de verse en alguno de los múltiples pliegues de semejante situación. He ahí los celos en Otelo o la ambición en Macbeth.

Hoy tenemos la oportunidad de ser también lectores de ellos, pudiendo así disfrutar una y otra vez con los múltiples recursos que utilizaba. Los símiles para que quede clara la categoría y escala de la emoción o circunstancia en que estamos, los circunloquios para generar una tensión que puede ser tanto cómica como dramática. O el simbolismo in crescendo con que se juega en todos los planos –categoría social de los personajes involucrados, emplazamientos escenográficos, momento del día- para dejar claro cuál es el planteamiento (familias enfrentadas), nudo (conflicto sin posibilidad de marcha atrás) y clímax final (tragedia que cierra el círculo inicial).

“Smiley, una historia de amor”, magia sobre el escenario del Teatro Lara

smiley

El inicio de “Smiley” es un foco de luz iluminando a un chico rubio, guapo, atlético, sexy,… que comienza a hablar por teléfono. Varios minutos de un monólogo en el que abre su corazón y expone sus emociones con la más absoluta franqueza, sin pudor alguno. Su mirada, sus gestos, todo su cuerpo acompaña a su voz expresando con la más absoluta sinceridad la eterna insatisfacción, una vez más, de otro amor frustrado.

En ese momento el silencio de la sala se hace tiernamente sobrecogedor. Alex conquista a todos los allí presentes no solo con su belleza, sino también con su alma. Nos apena su desilusión y nos sentimos identificados con su deseo y su ilusión de una vida compartida que no llega nunca a materializarse. Esto no ha hecho más que comenzar y… ¡Vaya arranque el del texto de Guillem Clua! ¡Qué interpretación la de Ramón Pujol! En mi butaca de la segunda fila, este que soy yo, dejó de ser un espectador para pasar a ser un testigo entregado, deseoso de saber, conocer y vivir el devenir de esta historia apenas iniciada.

Y entonces aparece Bruno, un tipo normal, ni guapo ni feo, con una presencia anónima, por el que no te girarías si te lo cruzaras en la calle. Esa clase de personas que te asombran cuando tienes la oportunidad de conocerlas en el tú a tú, en las distancias cortas. Cuando Bruno comienza a hablar surge ese yo que muchos –todos, ¿no?- somos en tantas ocasiones, torpe e impreciso por su timidez e inseguridad. Así, con la entrada en escena de Aitor Merino y su aparente no decir nada, sus frases a medias, su estar y no estar, “Smiley” aumentaba su registro y nos cautivaba a los que estábamos en la sala por su fresca recreación aún mayor de la vida… real.

Para conocer qué pasa a partir de aquí tendréis que acudir al Teatro Lara. Os vais a encontrar un amplio registro de emociones por parte de Ramón Pujol y de situaciones brillantemente resueltas por Aitor Merino. Pero sobre todo, lo más genial es el texto de Guillem Clua apelando al público, haciendo universal las ganas de amor de estos dos hombres, de Alex y de Bruno. “Smiley” divierte y emociona, te hace reír y te sobrecoge gracias a sus dos protagonistas tan bien construidos sobre el libreto y convertidos posteriormente en personajes de un absoluto verismo gracias a un soberbio trabajo de dirección e interpretación.

Las casi dos horas de representación logran algo que solo las buenas obras consiguen, que los espectadores nos identifiquemos con cuanto acontece en escena, que veamos reflejados sobre el escenario momentos de nuestra vida y nuestro corazón. Esa es la magia del teatro, esa es la magia que tiene «Smiley».

Teatro Lara. (Madrid). Todos los sábados 21:15h y domingos 19h.