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“Golden child” de David Henry Hwang

Un viaje entre el presente y el pasado de hace tres generaciones, entre la América de origen chino y la China que abrazaba el Cristianismo por influencia extranjera. Una contraposición sugerente que no defrauda, pero que no cumple las expectativas que promete por su excesiva formalidad dramática y por abordar únicamente la religión como un sistema de estructuración social y dejar a un lado la dimensión espiritual que se le supone.

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Golden child comienza con un hombre que duerme junto a su esposa embarazada, temiendo no llegar a ser un buen padre para el hijo que está en camino. En esas se le aparece su madre en sueños para contarle que puede contar con el apoyo de sus ancestros. Acto seguido la escena abandona el hoy del barrio de Manhattan y se convierte en Amoy, una pequeña localidad costera en el sureste de China.

Un ayer en el que sus habitantes no habían tenido contacto hasta entonces con el mundo occidental. Algo que comienza a suceder con la aparición de Tieng-Bing y su doble aportación, los regalos producto del comercio con gentes de otras naciones que le lleva a sus mujeres –un reloj de cuco, instrumental de cocina y un fonógrafo- y el hombre que le acompaña, un misionero que predica el cristianismo. Este, por su parte, se encuentra una sociedad polígama, donde hombres y mujeres tienen papeles muy definidos y los altares no están dedicados a deidades sino a antepasados en un compromiso tan o más fuerte que el que se mantiene con los vivos.

Un planteamiento que presenta por sí mismo un gran potencial de conflicto y sobre el que cabría esperar, más allá de esta trama, otras que confrontaran las personalidades, roles y relaciones –amistosas unas, conflictivas otras- entre sus personajes. Un deseo que no se ve plenamente satisfecho. Henry Hwang opta por ordenar y clarificar sus recuerdos personales –a partir de lo que en su día le contó su abuela- presentando un mapa familiar en un momento de cambio. Algo que hace muy bien, dejando claro que cada uno de sus miembros va mucho más allá de los diálogos que leemos. Pero lo que impide que ese potencial ofrezca los resultados que se esperaría del autor de la genial M. Butterfly es que cede el protagonismo dramático a un conflicto espiritual que apenas boceta.

Deja claro que en la familia tradicional china de principios del siglo XX el hombre se encarga de proveer y la mujer de servir y satisfacer. Sin embargo, el influjo occidental, tomado como moderno, hace que el protagonista crea que el conflicto que le generan aquellos valores o costumbres que no comparte –la cosificación de las mujeres, la imposibilidad de abandonar el lugar en el que se nació por fidelidad a las anteriores generaciones- se pueda ver resuelto adoptando el Cristianismo.

Una alternativa que solo se ve justificada, ni siquiera verdaderamente argumentada, como sistema de organización social, pero que en ningún momento se expone desde el punto de vista espiritual o de las creencias que supone. Es de suponer, por los motivos antes expuestos, que Golden child tiene para su autor un gran valor personal, pena que no haya conseguido trasladarlo a sus lectores.

Golden child, David Henry Hwang, 1996, Theatre Communications Group.

“Los tres usos del cuchillo” de David Mamet

“Sobre la naturaleza y la función del drama” disecciona las claves por las que conectamos con el teatro y porqué la dramaturgia es una de las mejores construcciones artísticas a las que puede llegar el hombre. Didáctico y claro en su exposición, con símiles que permiten una fácil compresión de sus ideas y con los que reflexiona sobre su relación con otros ámbitos de nuestra vida como la política o la religión.

La Lupe tenía razón, “lo tuyo es puro teatro”. Así comienza David Mamet, exponiendo cómo nuestra manera de expresar, narrar y manifestar lo cotidiano está teñida de lo dramatúrgico a la hora de contextualizar lo que nos sucede, caracterizar a las personas con las que interactuamos o dar un sentido trascendental a nuestros pensamientos y reflexiones. De esta manera le imprimimos a nuestro relato verbal un sello emocional con el que generamos una atmósfera en la que pretendemos implicar a nuestros interlocutores, ya sea provocando su empatía y comprensión, ya motivando su rechazo y distanciamiento.

Marcos similares a los de las historias que vemos representadas sobre un escenario o proyectadas en una pantalla y que nos llegan e impactan por la manera en que sus protagonistas, los héroes de sus dramas y tragedias, combinan lo ambicioso y trascendental de lo macro con lo cercano y tangible de lo micro. La concreción de la misión que cumplir con la abstracción del objetivo que se alcanzará con su consecución. Dimensiones que, según Mamet, conjugan con gran ambigüedad y acierto los líderes políticos, enarbolando horizontes difíciles de concretar y prometiendo materializaciones igualmente paradójicas de materializar. Grandilocuencias que ocultan miedos, debilidades y fracasos de nuestros diferentes modelos de sociedad por nuestra incapacidad de escucha y aceptación de límites.

Relación entre la ficción y la realidad que entrelaza con la estructura en tres actos que tienen casi todos los textos teatrales. Presentación, nudo y desenlace en los que plantear nuestra identificación con el protagonista singular o plural, el conflicto que le generan quienes manipulan las circunstancias y la búsqueda a ciegas y desesperada de los medios con los que conseguir su resolución. Trayecto que nos engancha y apasiona porque nos ofrece posibilidades que no tenemos en este lado. Aquí no podemos acabar con los villanos ni intervenir de manera directa para hacer del mundo un lugar mejor. Lo cual no quiere decir que lo escrito o interpretado sea falso, siempre y cuando esté fundamentado en el impulso, la necesidad y el deseo de solventar lo que nos inquieta, motiva, ilusiona y mueve.

Por eso mismo el autor de American Buffalo (1975), Glengarry Glen Ross (1984), Speed-the-Plow (1988) o El viejo barrio (1997) advierte que la bonanza y el exceso de oferta no es bueno para la creatividad de los artistas ni para el espíritu crítico de los espectadores. La expresividad ha de nacer de la necesidad interior de contar y transmitir algo, la observación de la búsqueda de ser llevado a mundos ajenos, pero en los que sintamos que podemos ser nosotros mismos.

Resulta curiosa la crítica, en 1998, de David Mamet sobre el exceso de canales de televisión y cómo esto estaba convirtiendo lo que antes era arte en mero entretenimiento, y a los escritores en reproductores en serie de historias concebidas única y exclusivamente para completar minutos de emisión susceptibles de atraer suscriptores e inversiones publicitarias. Una visión certera a tenor de lo que hemos vivido desde entonces con la eclosión del streaming y la explosión de las redes sociales.

Los tres usos del cuchillo, David Mamet, 1998, Editorial Alba.

La serenidad de «La ballena»

La resurrección interpretativa de Brendan Fraser o cómo iluminar la pantalla con un muy particular testimonio sobre el amor, el compromiso y la dignidad. Un relato con tramas obvias que incluye, con sutil acierto, otras sobre la complejidad del ser humano. Dirección que aprovecha el origen teatral de sus personajes con una puesta en escena que maneja con habilidad, sin esconder, los recursos propios del lenguaje cinematográfico.   

Nos gustan las películas en las que sus actores se transforman físicamente. Y en una época en la que la norma es estilizarse marmóreamente o llenarse de músculos y abdominales cual óleo o escultura barroca, llama la atención que un actor que ostentó tal condición se muestre de manera completamente opuesta. Esa puede ser la curiosidad para acercarnos a La ballena, mas la verdadera razón por la que permanecemos atrapados por sus dos horas de duración es porque desde el primer fotograma ofrece una historia en la que lo técnico y artístico, así como lo narrativo y literario, están muy bien ensamblados con la emocionalidad, las motivaciones y la biografía de las personas que la habitan.

Ese apartamento del que apenas se sale en un par de ocasiones, residencia de un profesor de literatura que imparte clases online sin activar nunca la cámara, es visitado por una cuidadora de carácter enérgico, una hija que reaparece tras un silencio de ocho años, un misionero convencido del poder salvador de Dios y un par de caracteres más que revelan tanto la carga teatral del guión -originalmente una obra de Samuel D. Hunter, adaptada por él mismo-, como los elementos ideados para darle dimensión fílmica. Un lugar en el que impacta el sufrimiento desmedido de lo físico e impresiona el enraizado dolor de lo psicológico.

Al igual que hiciera en El cisne negro (2010) o Madre! (2017), Darren Aronofsky se salta los límites de nuestra sensibilidad. En esta ocasión muestra el detalle de la obesidad y sus consecuencias, poniendo a prueba la sinceridad con que aseguramos estar libres de prejuicios ante su visión. Sin embargo, no se queda ahí, aunque esta cuestión está siempre presente, y basa La ballena en dos sólidos pilares.

De un lado, la soberbia combinación de relajada gestualidad, transparente mirada y serena dicción de Brendan Fraser, con que este lleva su trabajo a unas coordenadas que van más allá de superar las limitaciones que supone su caracterización. Y de otro, un aquí y ahora, en el que lo que se va conociendo sobre el pasado y los propósitos de sus personajes sorprende y sobrecoge, generando una extraña y sublime sensación de estar en un cruce de caminos y punto de no retorno que aúna la paz espiritual y la resignación moral bajo una superficie de conflictos familiares (divorcio y duelo), compromisos personales (deberes paternales ) y prejuicios sociales (religión y homosexualidad).

Hay un cierto artificio en todo ello, que va del morbo y la curiosidad de las llagas y la incapacidad que supone lo voluminoso, a la épica de una expresividad epidérmica, pupilar y verbal. La ballena no pretende ser realista, pero sí verosímil, hacernos creer que es posible completar círculos vitales. No busca resolver los errores del pasado, sino destaparlos y enmendarlos y, así, situarse en el camino que permita, sino conseguir, sí soñar con la posibilidad de la redención. Quizás más fantasiosa y apelativa que cotidiana y costumbrista, pero efectiva gracias al sosiego y pausa de su tono, tempo y ritmo dramático.

10 textos teatrales de 2022

Títulos como estos son los que dan rotundidad al axioma «Dame teatro que me da la vida». Lugares, situaciones y personajes con los que disfrutar literariamente y adentrarse en las entrañas de la conducta humana, interrogar el sentido de nuestras acciones y constatar que las sombras ocultan tanto como muestran las luces.

“La noche de la iguana” de Tennessee Williams. La intensidad de los personajes y tramas del genio del teatro norteamericano del s. XX llega en esta ocasión a un cenit difícilmente superable, en el límite entre la cordura y el abismo psicológico. Una bomba de relojería intencionadamente endiablada y retorcida en la que junto al dolor por no tener mayor propósito vital que el de sobrevivir hay también espacio para la crítica contra la hipocresía religiosa y sexual de su país.

“Agua a cucharadas” de Quiara Alegría Hudes. El sueño americano es mentira, para algunos incluso torna en pesadilla. La individualidad de la sociedad norteamericana encarcela a muchas personas dentro de sí mismas y su materialismo condena a aquellos que nacen en entornos de pobreza a una falta perpetua de posibilidades. Una realidad que nos resistimos a reconocer y que la buena estructura de este texto y sus claros diálogos demuestran cómo afecta a colectivos como los de los jóvenes veteranos de guerra, los inmigrantes y los drogodependientes.

“Camaleón blanco” de Christopher Hampton. Auto ficción de un hijo de padres británicos residentes en Alejandría en el período que va desde la revolución egipcia de 1952 hasta la crisis del Canal de Suez en 1956. Memorias en las que lo personal y lo familiar están intrínsicamente unidos con lo social y lo geopolítico. Texto que desarrolla la manera en que un niño comienza a entender cómo funciona su mundo más cercano, así como los elementos externos que lo influyen y condicionan.

«Los comuneros» de Ana Diosdado. La Historia no son solo los nombres, fechas y lugares que circunscriben los hechos que recordamos, sino también los principios y fines que defendían unos y otros, los dilemas que se plantearon. Cuestión aparte es dónde quedaban valores como la verdad, la justicia y la libertad. Ahí es donde entra esta obra con un despliegue maestro de escenas, personajes y parlamentos en una inteligente recreación de acontecimientos reales ocurridos cinco siglos atrás.

«El cuidador» de Harold Pinter. Extraño triángulo sin presentaciones, sin pasado, con un presente lleno de suposiciones y un futuro que pondrá en duda cuanto se haya asumido anteriormente. Identidades, relaciones e intenciones por concretar. Una falta de referentes que tan pronto nos desconcierta como nos hace agarrarnos a un clavo ardiendo. Una muestra de la capacidad de su autor para generar atmósferas psicológicas con un preciso manejo del lenguaje y de la expresión oral.

“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Bajo el subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España”, la última dramaturgia del granadino presenta una coralidad segada por el costumbrismo anclado en la tradición social y la imposición de la religión. La intensidad de sus diálogos y situaciones plasma, gracias a sus contrastes argumentales y a su traslación del pálpito de la naturaleza, el conflicto entre el autoritarismo y la vitalidad del deseo.

“Speed-the-plow” de David Mamet. Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

“Master Class” de Terrence McNally. Síntesis de la biografía y la personalidad de María Callas, así como de los elementos que hacen que una cantante de ópera sea mucho más que una intérprete. Diálogos, monólogos y soliloquios. Narraciones y actuaciones musicales. Ligerezas y reflexiones. Intentos de humor y excesos en un texto que se mueve entre lo sencillo y lo profundo conformando un retrato perfecto.

“La lengua en pedazos” de Juan Mayorga. La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad. La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

“La lengua en pedazos”, Santa Teresa de Jesús vista por Juan Mayorga

La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

Una adaptación está bien realizada cuando homenajea y pone en valor la obra que toma como punto de partida, a la par que se constituye en una creación apreciada por la solidez y originalidad de su propuesta. Eso es lo que sucede con esta dramaturgia en la que Santa Teresa de Jesús (1515-1582) es fuente y personaje, y Juan Mayorga el mediador a través del cual se convierte en una figura que se dirige a un espectador actual. Sus enunciados, respuestas y propuestas no nos asustan, escandalizan o irritan como les sucedería a muchos de quienes la escucharon en el s. XVI, pero sí que nos llegan tan hondo como a ellos. Aunque nos llaman la atención por algo inconcebible para aquellos, por la lealtad a los valores y principios en los que cree y la coherencia de su actuación.

Una consistencia que Mayorga desgrana en una atmósfera intimista y alegórica a la par. Sitúa a Teresa y al inquisidor que ha de juzgar su afrenta a la institución de la Iglesia en una escena de comunión como es la de estar entre pucheros, guisando, sin más armas que sus palabras y sin compañías que les jerarquicen. Aun así, un duelo verbal en el que se presupone la tendenciosidad con que la protagonista va a ser abordada, la amenaza que esto le supone por poner en duda el totalitarismo de la institución eclesiástica y el riesgo que conlleva para su propia vida.

Pero su creador no se ha dejado llevar por el argumento fácil de la angustia y la opresión, sino que construye su propuesta como un diálogo y debate en que confronta interpretaciones, puntos de vista e intenciones. Una aproximación que hace aún más patente el tablero de juego en el que se enfrentan el absolutismo católico, siempre reacio a la novedad y cruel con quien no acate su dictado, y la osadía y valentía de quien promulgaba una actuación que hoy contemplaríamos bajo prismas como los de libertad, justicia e igualdad. De ahí la empatía que nos provoca el personaje de la Santa, pero que no le resta ni un ápice al verdadero motivo de la excelencia de La lengua en pedazos, su uso del lenguaje.

Su construcción sintáctica nos traslada muy eficazmente cuatro siglos atrás, a la par que revela la lógica y la clarividencia de las paradojas y estilismos con que Teresa explica lo visto, vivido y sentido hasta este día que se antoja como síntesis de su biografía y punto de inflexión ante lo que está por venir. Quiebros con los que desmonta las acusaciones que se arrojan sobre su pensamiento y proceder, subrayadas, además, por su condición de mujer. Y solidez expresiva con la que contrargumenta, desde el realismo de su experiencia, la entelequia con que el sistema de la época secuestraba las voluntades ciudadanas y anulaba la paz espiritual de sus individuos.

Si como Santa Teresa de Jesús decía, “la imaginación es la loca de la casa”, bienvenida sea la de Juan Mayorga y su capacidad para trasladarnos hasta allí donde nos hubiera gustado estar y hacernos entender lo que allí pudo ocurrir.  

La lengua en pedazos, Juan Mayorga, 2012, Editorial La Uña Rota.

“La noche de la iguana” de Tennessee Williams

La intensidad de los personajes y tramas del genio del teatro norteamericano del s. XX llega en esta ocasión a un cenit difícilmente superable, en el límite entre la cordura y el abismo psicológico. Una bomba de relojería intencionadamente endiablada y retorcida en la que junto al dolor por no tener mayor propósito vital que el de sobrevivir hay también espacio para la crítica contra la hipocresía religiosa y sexual de su país.  

Las familias desestructuradas, las biografías heridas y las personalidades inestables son marca Tennessee Williams. De todo ello hay en La noche de la iguana, obra escrita en 1961 y ambientada en el verano de 1940 en México. Pero a diferencia de textos previos como El zoo de cristal (1944) o La rosa tatuada (1951), en esta ocasión no busca llegar a ese territorio herido y vapuleado que explica cuanto antes nos desconcertaba y no entendíamos del comportamiento de sus protagonistas. La única expiación pasa por conocerse y aceptar tanto la soledad interior como la circunstancial (algo que hará a nivel personal y familiar años después en Out cry, 1973), pero no por intentar sanarse, solo seguir sin más, sin tener porqué justificarse.

Antes, quizás, tendría que hacerlo la sociedad norteamericana. Exponer sus propias contrariedades en lugar de ocultarlas, como la admiración que una parte de su población sintió por el régimen nazi (algo alegorizado ya entonces por Arthur Miller en Los años dorados, 1940), tan bien reflejada en la familia germánica que luce presencia física y bronceado playero mientras escucha extasiada por la radio como la aviación de su país bombardea Londres.

O su siempre difícil convivencia con el sexo y la religión, asuntos ampliamente tratados, comentados y analizados en esta creación. Viudas que se deleitan con sus empleados igual que lo hacían cuando estaban casadas, adolescentes que resuelven sus impulsos bajo la excusa del amor y un reverendo incapaz de evitar sus pulsiones. Corporeidades convertidas en culpa y castigo ante la presencia totalitaria de la espiritualidad disfrazada de moralidad represora. Y por si no tenían bastante y seguían mirando para otro lado, lo mezcla con violencia física y les habla de masturbación, misofilia, asexualidad y virginidad.

Tennessee llega al Hotel Costa Verde, alojamiento en el que tiene lugar la acción en una larga y calurosa jornada del mes de septiembre, tras una sucesión de obras maestras indiscutibles (Camino Real, 1953, La gata sobre el tejado de zinc, 1955,…) y se le nota que tenía ganas de innovar y de hacer evolucionar su dramaturgia llevándola por nuevos derroteros. En sus anotaciones sobre el vestuario y la escenografía resulta evidente su interés por la delicadeza de lo oriental y la universalidad grecolatina, proponiendo telas como elementos que separan estancias (recurso en cuyo uso profundizará en su siguiente trabajo, The milk train doesn´t stop here anymore, 1963) y dando a los elementos de la naturaleza un rol fundamental, cargado de simbolismo y emociones, en la creación de atmósferas.

Como anécdota, señalar la decepción del genio con Bette Davis, actriz a la que admiraba y que interpretó a Maxine Faulk en su estreno en Nueva York el 28 de diciembre de 1961, y que resultó tan poco acertada en su actuación como poco amistosa compañera con el resto de la compañía tras el escenario. Tal y como resumiría el propio Williams, better, in so many circumstances, to not meet people you admire.

La noche de la iguana, Tennessee Williams, 1961, Alianza Editorial.

10 textos teatrales de 2021

Obras que ojalá vea representadas algún día. Otras que en el escenario me resultaron tan fuertes y sólidas como el papel. Títulos que saltaron al cine y adaptaciones de novelas. Personajes apasionantes y seductores, también tiernos en su pobreza y miseria. Fábulas sobre el poder político e imágenes del momento sociológico en que fueron escritas.

«The inheritance» de Matthew Lopez. Obra maestra por la sabia construcción de la personalidad y la biografía de sus personajes, el desarrollo de sus tramas, los asuntos morales y políticos que trata y su entronque de ficción y realidad. Una complejidad expuesta con una claridad de ideas que hace grande su escritura, su discurso y su objetivo de remover corazones y conciencias. Una experiencia que honra a los que nos precedieron en la lucha por los derechos del colectivo LGTB y que reflexiona sobre el hoy de nuestra sociedad.

«Angels in America» de Tony Kushner. Los 80 fueron años de una tormenta perfecta en lo social con el surgimiento y expansión del virus del VIH y la pandemia del SIDA, la acentuación de las desigualdades del estilo de vida americano impulsadas por el liberalismo de Ronald Reagan y las fisuras de un mundo comunista que se venía abajo. Marco que presiona, oprime y dificulta –a través de la homofobia, la religión y la corrupción política- las vidas y las relaciones entre los personajes neoyorquinos de esta obra maestra.

“La taberna fantástica” de Alfonso Sastre. Tardaría casi veinte años en representarse, pero cuando este texto fue llevado a escena su autor fue reconocido con el Premio Nacional de Teatro en 1986. Una estancia de apenas unas horas en un tugurio de los suburbios de la capital en la que con un soberbio uso del lenguaje más informal y popular nos muestra las coordenadas de los arrinconados en los márgenes del sistema.

«La estanquera de Vallecas» de José Luis Alonso de Santos. Un texto que resiste el paso del tiempo y perfecto para conocer a una parte de la sociedad española de los primeros años 80 del siglo pasado. Sin olvidar el drama con el que se inicia, rápidamente se convierte en una divertida comedia gracias a la claridad con que sus cinco personajes se muestran a través de sus diálogos y acciones, así como por los contrastes entre ellos. Un sainete para todos los públicos que navega entre la tragedia y nuestra tendencia nacional al esperpento.

«Juicio a una zorra» de Miguel del Arco. Su belleza fue el salvoconducto con el que Helena de Troya contó para sobrevivir en un entorno hostil, pero también la condena que hizo de ella un símbolo de lo que supone ser mujer en un mundo machista como ha sido siempre el de la cultura occidental. Un texto actual que actualiza el drama clásico convirtiéndolo en un monólogo dotado de una fuerza que va más allá de su perfecta forma literaria.

«Un hombre con suerte» de Arthur Miller. Una fábula en la que el santo Job es convertido en un joven del interior norteamericano al que le persigue su buena estrella. Siempre recompensado sin haber logrado ningún objetivo previo ni realizado hazaña audaz alguna, lo que despierta su sospecha y ansiedad sobre cuál será el precio a pagar. Una interrogación sobre la moral y los valores del sueño americano en tres actos con una estructura sencilla, pero con un buen desarrollo de tramas y un ritmo creciente generando una sólida y sostenida tensión.

“Las amistades peligrosas” de Christopher Hampton. Novela epistolar convertida en un excelente texto teatral lleno de intriga, pasión y deseo mezclado con una soberbia difícil de superar. Tramas sencillas pero llenas de fuerza y tensión por la seductora expresión y actitud de sus personajes. Arquetipos muy bien construidos y enmarcados en su contexto, pero con una violencia psicológica y falta de moral que trasciende al tiempo en que viven.

“El Rey Lear” de William Shakespeare. Tragedia intensa en la que la vida y la muerte, la lealtad y la traición, el rencor y el perdón van de la mano. Con un ritmo frenético y sin clemencia con sus personajes ni sus lectores, en la que nadie está seguro a pesar de sus poderes, honores o virtudes. No hay recoveco del alma humana en que su autor no entre para mostrar cuán contradictorias y complementarias son a la par la razón y la emoción, los deberes y los derechos naturales y adquiridos.

“Glengarry Glen Ross” de David Mamet. El mundo de los comerciales como si fuera el foso de un coliseo en el que cada uno de ellos ha de luchar por conseguir clientes y no basta con facturar, sino que hay que ganar más que los demás y que uno mismo el día anterior. Coordenadas desbordadas por la testosterona que sudan todos los personajes y unos diálogos que les definen mucho más de lo que ellos serían capaces de decir sobre sí mismos.

«La señorita Julia» de August Strindberg. Sin filtros ni pudor, sin eufemismos ni decoro alguno. Así es como se exponen a lo largo de una noche las diferencias entre clases, así como entre hombres y mujeres, en esta conversación entre la hija de un conde y uno de los criados que trabajan en su casa. Diálogos directos, en los que se exponen los argumentos con un absoluto realismo, se da cabida al determinismo y su autor deja claro que el pietismo religioso no va con él.

«La señorita Julia» de August Strindberg

Sin filtros ni pudor, sin eufemismos ni decoro alguno. Así es como se exponen a lo largo de una noche las diferencias entre clases, así como entre hombres y mujeres, en esta conversación entre la hija de un conde y uno de los criados que trabajan en su casa. Diálogos directos, en los que se exponen los argumentos con un absoluto realismo, se da cabida al determinismo y su autor deja claro que el pietismo religioso no va con él.

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Los casi 130 años transcurridos desde que Strindberg (Estocolmo, 1848-1912) escribiera La señorita Julia en 1888 no han hecho mella en ella. Su lectura impresiona hoy como si fuera un texto recién publicado por la descarnada manera con que trata cuestiones como el sexo y la atracción, las diferencias entre clases y las argumentaciones que sus personajes manejan para manipular a aquel a cuyo control aspiran.

La conversación que inicia Julia con Juan en presencia de Cristina, la cocinera y novia de éste, deriva en un duelo sin reglas entre ellos dos en el que no se persigue otro fin que dominar, destruyendo al otro si es necesario para conseguirlo. Un canibalismo que ella ejercita como patrona explotadora del empleado contratado por su padre, y que él también practica para intentar conseguir lo que le interesa de ella. En su caso apelando a aquello que ella cree que la libera, el deseo sexual, pero que al tiempo la hace esclava de él. Más allá de lo explícito de lo que se dicen y del lenguaje no verbal que esto conlleva, pasajes como el del beso de los zapatos de ella o el recuerdo de cómo atizaba a su novio con una fusta avivan un fuego físico y psicológico de consecuencias imprevisibles.

A medida que ambos revelan el momento presente en el que se encuentran y la historia individual y familiar que albergan detrás, queda claro que lo que está sucediendo entre ellos no alcanzará un punto de equilibrio. O ella pierde el honor y la virtud que se le suponen por su apellido y su condición de mujer, o él asume que es el esclavo que las normas sociales le consideran aunque se niegue a reconocerlo. Las mentiras, la amenaza y el chantaje serán las armas que ambos empuñarán con sadismo para intentar conseguir la sumisión y rendición de su adversario. Y sin reparar en la forma en que esta derrota se materializará -la huida, la deshonra, la vida- ni las consecuencias que pueda tener tanto para ellos como para sus allegados.

Una noche de San Juan a escondidas de todos en la que él manifiesta su anhelo por llegar a ser alguien, considerado por sus propiedades y sus títulos, así como su sentimiento de superioridad por el hecho de ser hombre. Ella, a su vez, le arroja a la cara la imposibilidad de convertirse en una persona diferente a quien ya se es antes del nacimiento, de dejar de ser invisible mientras no se tengan recursos materiales ni educación ni haber sido considerado y aceptado por aquellos que gobiernan la sociedad de la que se quiere ser parte.

Una lucha verbal en la que el lenguaje es utilizado siempre como un medio de extraordinaria potencia por sus personajes, nunca como un instrumento literario por su creador. Y un combate también corporal, en el que cada uno intenta subyugar al otro a través de la provocación, la atracción sexual y el contacto físico que esta puede conllevar.

Una valiente y avanzada exposición para su tiempo del comportamiento humano que no ignora la omnipresente presencia de la religión. Factor que entra en escena con la casi siempre ausente Cristina y su exposición de que ésta es únicamente refugio en el que buscar y encontrar penitencia si no se tiene nada material que perder. Algo así como “el opio del pueblo” que tantas luchas y conflictos le generó a Strindberg a lo largo de su vida.

La señorita Julia, August Strindberg, 1888, Alianza Editorial.

“Pray away: reza y dejarás de ser gay”

Documental correcto, no cuenta nada que no sepamos ya, pero necesario mientras la realidad sigue siendo la de un presente en el que el reconocimiento legal del derecho a ser uno mismo se queda en demasiadas ocasiones en papel mojado por la presión y el rebuzno de determinados colectivos que pretenden que volvamos a las cavernas para maltratarnos impunemente e impulsarnos a la autodestrucción.

Días atrás supimos que la multa que condenaba a una mujer por «la promoción y realización de terapias de aversión o conversión» a personas homosexuales era anulada por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid porque la Comunidad de la libertad había tardado 31 meses en tramitar el proceso sancionador. Doble mala noticia, el atentar contra los derechos humanos quedaba impune y el gobierno que se supone trabaja por el interés general de todos los madrileños evidenciaba no sabemos si una incompetente gestión administrativa o un deliberado cohecho al impedir la aplicación práctica de la Ley 3/2016, de 22 de julio, de Protección Integral contra LGTBIfobia y la Discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual en la Comunidad de Madrid.

A día de hoy, y en contra del principio de transparencia que se le presupone a toda administración pública, ésta no ha dado explicación alguna del porqué de su irresponsabilidad, cómo pretende enmendar el daño causado y evitar que algo así vuelva a suceder. Un caso patrio al que podemos acercarnos desde distintos planos y en el que podemos ver puntos en común con lo que cuenta Pray away. La existencia de organizaciones y personas que se sirven de la debilidad emocional de muchas otras para construir su agenda política, hacer de la mentira y la manipulación una manera de ganarse la vida y un medio de mantener a flote su megalomanía.

El valor de estos ciento diez minutos es que quienes nos lo relatan son antiguos dirigentes de entidades que decían ser capaces de ayudar a quienes acudieran a ellos a dejar atrás su homosexualidad para -bendición de Dios mediante- abrazar el equilibrio, el orden y el sosiego de la heterosexualidad. Sí, en EE.UU., pero volviendo al párrafo anterior, nada de lo que estemos libres aquí si nos atenemos a las prácticas nada éticas de determinadas instituciones confesionales y a las propuestas y discursos retrógrados de buena parte del arco político.

Lo diferente de esta producción de Ryan Murphy es que se centra única y exclusivamente en los testimonios, más allá de una labor de documentación que contextualiza, no hay una voz en off que nos guíe -algo que la hubiera beneficiado desde un punto de vista narrativo-. Lo deja todo en la fuerza de las palabras, la elocuencia de la retórica y la desnudez de lo expuesto en primera persona. Cada individuo con sus particularidades y especificidades, pero con líneas generales comunes.

La confusión que les supuso sentir pulsiones homosexuales cuando comenzaban la adolescencia por ir en contra de lo que habían escuchado hasta entonces. La reacción en contra de sus progenitores, respondiendo como si estuvieran ante algo a corregir. La propuesta de salvación de grupos ligados a la iglesia afirmando con rotundidad que el cambio era posible. Los largos programas de manipulación psicológica y de aislamiento social que siguieron después. Procesos falsamente terapéuticos que convirtieron a algunos de ellos en las personas que no eran, así como en los generadores del daño que sufrieron muchos otros a través del dogmatismo, la soberbia y la falsedad de sus intervenciones públicas, infringiéndose a sí mismos un dolor aún más pronunciado con el que aún están aprendiendo a convivir.

Mientras haya gente a la que ayudar a recuperar su salud psicológica producto del maltrato sufrido como consecuencia de su orientación sexual, y no vivamos en un entorno social, mediático y político que reconozca y respete la diversidad (no todo en esta vida es hombre sobre mujer, blanco sobre negro, heterosexualidad sobre homosexualidad) serán necesarios documentales como este, películas como La (des)educación de Cameron Post o testimonios recientes como el de Identidad borrada de Garrard Conley. Hasta que este horizonte no sea una realidad constatada y consolidada, hasta que la Comunidad de Madrid no respete los Derechos Humanos y sus propias leyes, será necesario que se sigan produciendo y viendo títulos como Pray away.

“The Royal Hunt of the Sun” de Peter Shaffer

La conquista española del Perú, la figura de Pizarro y el conflicto entre dos maneras de entender la vida humana y la espiritualidad. Un texto amplio y ambicioso, muy bien documentado y en el que todo queda perfectamente explicado. Una propuesta que exige una costosa producción para ser llevado a escena, pero que con el equipo correcto puede convertirse en un gran espectáculo teatral.

La localidad cacereña de Trujillo se enorgullece por ser el lugar en el que en 1475 nació el hombre que hizo español el imperio Inca. Sin embargo, y según Peter Shaffer, en el final de sus días Francisco Pizarro recordaba sus orígenes con el resquemor de quien siente que el rechazo, la pobreza y la soledad le han acompañado desde siempre. Un poso de amargura que teñía su personalidad, su visión y su posicionamiento ante los ideales supuestamente religiosos con que se regía el mundo de su época y las coordenadas militares al servicio de los Austrias en las que se ganó la vida.

Así es como lo muestra esta dramaturgia en el inicio de la campaña que acabaría con su conquista de lo que hoy conocemos como Perú. Tiempos en que más que soldados, los reclutados eran mercenarios y sus líderes no se atenían a más propósitos que a la obtención de recompensas materiales y la consecución de títulos de gobierno. Una realidad presentada con unos diálogos que exponen con claridad las claves de la época (1529-1533), describen con efectividad las coordenadas a que nos traslada -el páramo extremeño y la virginidad de la cordillera andina- y revelan los principios tan diferentes por los que se regían los hombres a uno y otro lado del mundo. Mientras que el catolicismo europeo imponía el miedo, la adoración astral promulgaba la igualdad, la colaboración y la reciprocidad.

Esto no implica que el autor de Amadeus (1979) se posicione del lado de los segundos, pero sí deja claro que los primeros nunca tuvieron intención de dialogar, conocer y compartir sino, únicamente, hacerse con el oro de aquel vasto territorio. Utilizaron la palabra, pero de manera cicatera y banal, desarrollando argumentarios justificativos y ensalzadores de lo que entonces se contemplaba no solo como normal, sino como procedente. Cuestiones que abren el debate de si podemos juzgar los hechos de ayer por la ética y la moral de hoy, materia en la que Shaffer no entra pero que sí plantea.

Los casi sesenta años transcurridos desde el primer montaje en 1964 de The Royal Hunt of the Sun por el National Theatre también influyen en este asunto. Debemos dar por hecho que la sociedad de entonces no debía ser tan sensible ni estar tan concienciada como lo estamos en la actualidad respecto a estos temas. Quizás sea este el motivo por el que el texto ponga más el foco en cómo visualizar el encuentro y choque de culturas y civilizaciones, que en las líneas rojas que surge en ese descubrimiento mutuo.

Las anotaciones en cursiva, así como algunas verbalizaciones de sus personajes, llevan a hacernos pensar en una espectacularidad que materializar sobre el escenario con un amplio elenco y despliegue técnico en términos de escenografía, iluminación, espacio sonoro y vestuario para recrear la presencia y magnanimidad del rey Sol (tanto el astral como el encarnado en la figura de Atahuallpa), así como de los diversos espacios naturales que marcan la atmósfera de muchas escenas y los abrumadores interiores y exteriores de la ciudad de Cajamarca que intensifican otras tantas.

The Royal Hunt of the Sun, Peter Shaffer, 1964, Penguin Books.