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«Madres paralelas», la historia que somos

Cogido de las manos de una soberbia Penélope Cruz y una sorprendente Milena Smit, Almodóvar se lanza al retrato de las esencias. De la maternidad, del vínculo biológico, afectivo y espiritual que une a toda madre con el fruto de su vientre. Y de la identidad familiar, aquella que va más allá de unos genes y que nos une indisolublemente con los que nos precedieron y con los que están por venir. Dos historias bien trazadas, aunque no plenamente unidas y más estructuradas que dejadas fluir.    

Si hay algo por lo que va a ser siempre recordada esta cinta es por el trabajo de Penélope Cruz. Decir que lo que la de Alcobendas logra aquí no lo había conseguido nunca antes sería falso, pero su encarnación de Janis es tan completa y sobresaliente, que será difícil separar el conjunto de lo que es Madres paralelas de su lección magistral de lo que supone mostrar, mirar y dejar ver más allá de la imagen que capta la cámara. Una mujer aparentemente sencilla, pero con sus contradicciones y complejidades; resolutiva, pero también con dificultades e imposibilidades; decidida en lo que tiene que ver con los demás, pero sumamente cautelosa con cuanto tiene que ver consigo misma.

Todo eso es quien ya trabajara a las órdenes del manchego en Carne trémula (1997), Volver (2006) o Dolor y gloria (2019). Una simbiosis en la que se llega a poner en duda si la historia es anterior a su personaje o si el guión fue escrito con el propósito de que ella desplegara semejante recital interpretativo. Una maestría a la que se acopla como un guante Malena Smit, complementándose con Penélope de una manera sutil, discreta y elegante, sin competir con ella ni pretender brillar por sí misma, lo que unido a su caracterización le da un protagonismo magnético e hipnótico que engrandece la película.

Algo así sucede con Rossy de Palma, son pocas las secuencias en que aparece, pero la presencia que transmite y el tono que le da a sus frases, bien pudieran ser la excusa para hacer un spin-off de su papel. Por su parte, Aitana Sánchez-Gijón resulta un conglomerado de reminiscencias con las que Almodóvar juega a los espejos. Interpreta a una actriz de teatro, a sí misma podría decirse, y el texto que tiene entre sus manos es Doña Rosita, la soltera de Federico García Lorca. Algo que recuerda a otra actriz con un conflictivo sentido de la maternidad, Huma Rojo, quien pusiera su voz y su cuerpo a disposición de la progenitora de Bodas de sangre en Todo sobre mi madre.

Pero más allá de este universo femenino perfectamente orquestado -con un necesario, pero eficaz Israel Elejalde como elemento masculino-, Almodóvar despliega también una narración política. El asunto de la memoria histórica está tratado no solo mirando al pasado -el deseo de Janis de localizar el cadáver de su bisabuelo fusilado durante la Guerra Civil-, sino a cómo ha sido denostado por alguno de nuestros gobiernos más recientes. Resalta la necesidad de defender públicamente aquello en lo que uno cree y la realidad que, según él, se esconde tras lo que se consideran apolíticos. Y súmese a esto la visibilidad activista en favor del colectivo transexual y la indefensión judicial, mediática y social que se encuentran las mujeres que denuncian haber sido víctimas de una violación.

Nada que objetar cuando estas cuestiones encajan plenamente con las tramas, la personalidad y la biografía de los personajes, lo que hace que resulten naturales y espontáneas. Pero se convierten en escollos cuando su enunciación suena a ejercicio racional de aquí y ahora es el momento de transmitir esta idea o cuestionar estos principios, afectando inevitablemente al tono emocional y la lógica de los acontecimientos proyectados. La sensación en el patio de butacas es que Almodóvar, tan buen escritor como director, no ha dedicado el suficiente tiempo a su guión y a su visualización. Impresión que transmite igualmente un diseño de producción excelente desde el punto de vista técnico, pero con recursos -planos gastronómicos detalle, interiorismo exquisito lleno de referencias personales- que resultan ya vistos en su cine -el divertimento de La voz humana está aún reciente- y que, al no darles matices nuevos o intenciones diferentes, no sorprenden.

10 textos teatrales de 2020

Este año, más que nunca, el teatro leído ha sido un puerta por la que transitar a mundos paralelos, pero convergentes con nuestra realidad. Por mis manos han pasado autores clásicos y actuales, consagrados y desconocidos para mí. Historias con poso y otras ajustadas al momento en que fueron escritas.  Personajes y tramas que recordar y a los que volver una y otra vez.  

“Olvida los tambores” de Ana Diosdado. Ser joven en el marco de una dictadura en un momento de cambio económico y social no debió ser fácil. Con una construcción tranquila, que indaga eficazmente en la identidad de sus personajes y revela poco a poco lo que sucede, este texto da voz a los que a finales de los 60 y principios de los 70 querían romper con las normas, las costumbres y las tradiciones, pero no tenían claros ni los valores que promulgar ni la manera de vivirlos.

“Un dios salvaje” de Yasmina Reza. La corrección política hecha añicos, la formalidad adulta vuelta del revés y el intento de empatía convertido en un explosivo. Una reunión cotidiana a partir de una cuestión puntual convertida en un campo de batalla dominado por el egoísmo, el desprecio, la soberbia y la crueldad. Visceralidad tan brutal como divertida gracias a unos diálogos que no dejan títere con cabeza ni rincón del alma y el comportamiento humano sin explorar.

“Amadeus” de Peter Shaffer. Antes que la famosa y oscarizada película de Milos Forman (1984) fue este texto estrenado en Londres en 1979. Una obra genial en la que su autor sintetiza la vida y obra de Mozart, transmite el papel que la música tenía en la Europa de aquel momento y lo envuelve en una ficción tan ambiciosa en su planteamiento como maestra en su desarrollo y genial en su ejecución.

“Seis grados de separación” de John Guare. Un texto aparentemente cómico que torna en una inquietante mezcla de thriller e intriga interrogando a sus espectadores/lectores sobre qué define nuestra identidad y los prejuicios que marcan nuestras relaciones a la hora de conocer a alguien. Un brillante enfrentamiento entre el brillo del lujo, el boato del arte y los trajes de fiesta de sus protagonistas y la amenaza de lo desconocido, la violación de la privacidad y la oscuridad del racismo.

“Viejos tiempos” de Harold Pinter. Un reencuentro veinte años después en el que el ayer y el hoy se comunican en silencio y dialogan desde unas sombras en las que se expresa mucho más entre líneas y por lo que se calla que por lo que se manifiesta abiertamente. Una enigmática atmósfera en la que los detalles sórdidos y ambiguos que florecen aumentan una inquietud que acaba por resultar tan opresiva como seductora.

“La gata sobre el tejado de zinc caliente” de Tennessee Williams. Las múltiples caras de sus protagonistas, la profundidad de los asuntos personales y prejuicios sociales tratados, la fluidez de sus diálogos y la precisión con que cuanto se plantea, converge y se transforma, hace que nos sintamos ante una vivencia tan intensa y catártica como la marcada huella emocional que nos deja.

“Santa Juana” de George Bernard Shaw. Además de ser un personaje de la historia medieval de Francia, la Dama de Orleans es también un referente e icono atemporal por muchas de sus características (mujer, luchadora, creyente con relación directa con Dios…). Tres años después de su canonización, el autor de “Pygmalion” llevaba su vida a las tablas con este ambicioso texto en el que también le daba voz a los que la ayudaron en su camino y a los que la condenaron a morir en la hoguera.

“Cliff (acantilado)” de Alberto Conejero. Montgomery Clift, el hombre y el personaje, la persona y la figura pública, la autenticidad y la efigie cinematográfica, es el campo de juego en el que Conejero busca, encuentra y expone con su lenguaje poético, sus profundos monólogos y sus expresivos soliloquios el colapso neurótico y la lúcida conciencia de su retratado.

“Yo soy mi propia mujer” de Doug Wright. Hay vidas que son tan increíbles que cuesta creer que encontraran la manera de encajar en su tiempo. Así es la historia de Charlotte von Mahlsdorf, una mujer que nació hombre y que sin realizar transición física alguna sobrevivió en Berlín al nazismo y al comunismo soviético y vivió sus últimos años bajo la sospecha de haber colaborado con la Stasi.

“Cuando deje de llover” de Andrew Bovell. Cuatro generaciones de una familia unidas por algo más que lo biológico, por acontecimientos que están fuera de su conocimiento y control. Una historia estructurada a golpe de espejos y versiones de sí misma en la que las casualidades son causalidades y nos plantan ante el abismo de quiénes somos y las herencias de los asuntos pendientes. Personajes con hondura y solidez y situaciones que intrigan, atrapan y choquean a su lector/espectador.

«Un dios salvaje» de Yasmina Reza

La corrección política hecha añicos, la formalidad adulta vuelta del revés y el intento de empatía convertido en un explosivo. Una reunión cotidiana a partir de una cuestión puntual convertida en un campo de batalla dominado por el egoísmo, el desprecio, la soberbia y la crueldad. Visceralidad tan brutal como divertida gracias a unos diálogos que no dejan títere con cabeza ni rincón del alma y el comportamiento humano sin explorar.

El matrimonio es una unión de dos sometido a multitud de pruebas externas. Una de ellas son los hijos y lo que estos conllevan, como que el tuyo se pegue con otro y consideres que la manera de resolver las consecuencias (tu vástago se ha quedado sin dos dientes y con el labio roto) es hablando con los progenitores de su agresor. La teoría dice que el diálogo es la base del entendimiento y la compresión, el medio para llegar a un punto medio que satisfaga a todos los interlocutores. Pero la realidad nos demuestra muchas veces que esta suposición no es más que una aspiración. Cuando no somos capaces de superar las dificultades que nos surgen al recorrer su camino o estas nos tocan el orgullo, comienza un viaje con dos posibles destinos.

O aceptamos que esta situación nos amarga la vida y paramos para calmar, entender y resolver nuestra frustración con el fin de evitar la confrontación en la que no queremos vernos envueltos. O iniciamos una deriva de evitación y salvaguarda personal en la que la falta de modestia y humildad se va transformando en una espiral de desconfianza y descrédito del otro. Primero de manera muy sutil, poniendo en duda el sentido de sus expresiones, después atacando abiertamente la veracidad de sus argumentos y finalmente despreciando quién y cómo es sin importar el motivo ni el objetivo del encuentro.

Lo divertido de Un dios salvaje es que lo que se inicia como una confrontación de dos parejas de padres evoluciona hacia un conflicto que se ve aumentado por la eclosión simultánea y en paralelo de dos guerras civiles, la de cada uno de los matrimonios. Lo que hasta entonces se había intentado encauzar racionalmente a base de apariencia formal, como si se tratara de una negociación o un debate parlamentario con luces y taquígrafos, explota en una locura de visceralidad cuando la conversación ya no versa sobre alguien ausente (los hijos), sino que se entra a criticar impunemente los pilares de la convivencia y el compromiso con aquel con el que se supone que se comparte proyecto de vida.

Lo inteligente de Yasmina Reza es que, no conforme con haber llegado hasta ahí, retuerce mordazmente aún más la situación en un cruce múltiple entre sus cuatro personajes de identificaciones y proyecciones, alianzas y conexiones tan profundas y efímeras como evidentes y contradictorias. Ahí, ya sin vergüenza ni pudor en sus verbalizaciones y extremando cuanto hagan falta las aseveraciones, se manifiestan con orgullo y exaltación las actitudes personales, los valores y los principios éticos (la diferencia de clases, el esnobismo, el machismo, el materialismo…) que nunca reconoceríamos abiertamente si las circunstancias no nos obligaran a quitarnos la careta del civismo que se nos presupone como miembros de una sociedad moderna, educada y democrática.

Un dios salvaje, Yasmina Reza, 2007, Alba Editorial.