«Un dios salvaje» de Yasmina Reza

La corrección política hecha añicos, la formalidad adulta vuelta del revés y el intento de empatía convertido en un explosivo. Una reunión cotidiana a partir de una cuestión puntual convertida en un campo de batalla dominado por el egoísmo, el desprecio, la soberbia y la crueldad. Visceralidad tan brutal como divertida gracias a unos diálogos que no dejan títere con cabeza ni rincón del alma y el comportamiento humano sin explorar.

El matrimonio es una unión de dos sometido a multitud de pruebas externas. Una de ellas son los hijos y lo que estos conllevan, como que el tuyo se pegue con otro y consideres que la manera de resolver las consecuencias (tu vástago se ha quedado sin dos dientes y con el labio roto) es hablando con los progenitores de su agresor. La teoría dice que el diálogo es la base del entendimiento y la compresión, el medio para llegar a un punto medio que satisfaga a todos los interlocutores. Pero la realidad nos demuestra muchas veces que esta suposición no es más que una aspiración. Cuando no somos capaces de superar las dificultades que nos surgen al recorrer su camino o estas nos tocan el orgullo, comienza un viaje con dos posibles destinos.

O aceptamos que esta situación nos amarga la vida y paramos para calmar, entender y resolver nuestra frustración con el fin de evitar la confrontación en la que no queremos vernos envueltos. O iniciamos una deriva de evitación y salvaguarda personal en la que la falta de modestia y humildad se va transformando en una espiral de desconfianza y descrédito del otro. Primero de manera muy sutil, poniendo en duda el sentido de sus expresiones, después atacando abiertamente la veracidad de sus argumentos y finalmente despreciando quién y cómo es sin importar el motivo ni el objetivo del encuentro.

Lo divertido de Un dios salvaje es que lo que se inicia como una confrontación de dos parejas de padres evoluciona hacia un conflicto que se ve aumentado por la eclosión simultánea y en paralelo de dos guerras civiles, la de cada uno de los matrimonios. Lo que hasta entonces se había intentado encauzar racionalmente a base de apariencia formal, como si se tratara de una negociación o un debate parlamentario con luces y taquígrafos, explota en una locura de visceralidad cuando la conversación ya no versa sobre alguien ausente (los hijos), sino que se entra a criticar impunemente los pilares de la convivencia y el compromiso con aquel con el que se supone que se comparte proyecto de vida.

Lo inteligente de Yasmina Reza es que, no conforme con haber llegado hasta ahí, retuerce mordazmente aún más la situación en un cruce múltiple entre sus cuatro personajes de identificaciones y proyecciones, alianzas y conexiones tan profundas y efímeras como evidentes y contradictorias. Ahí, ya sin vergüenza ni pudor en sus verbalizaciones y extremando cuanto hagan falta las aseveraciones, se manifiestan con orgullo y exaltación las actitudes personales, los valores y los principios éticos (la diferencia de clases, el esnobismo, el machismo, el materialismo…) que nunca reconoceríamos abiertamente si las circunstancias no nos obligaran a quitarnos la careta del civismo que se nos presupone como miembros de una sociedad moderna, educada y democrática.

Un dios salvaje, Yasmina Reza, 2007, Alba Editorial.

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