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“Arny. Historia de una infamia” con lecciones aun por aprender

Instituciones públicas que actuaron prejuiciosamente sin pudor. Medios de comunicación centrados en crear y azuzar el escándalo sin ética periodística alguna. Y personas doblemente manipuladas, unas utilizadas para extender la mentira y otras dañadas en su fuero interno y en su honor y reputación. Corrupción, falsedad deliberada y linchamiento público antes de la época de las fake news y la cultura de la cancelación.

¿Nos imaginamos cómo hubiera sido el caso Arny narrado, comentado y analizado a través de las redes sociales y de medios que categorizan, definen y califican en base a etiquetas ideológicas? ¿Lo que hubiéramos llegado a escuchar y leer en cuentas de bots, bocas de descerebrados y vídeos de indocumentados? El documental que ha estrenado HBO deja claros algunos datos muy reveladores de aquella injusticia. De los 49 imputados, 33 fueron absueltos.

Se acusó a personas que ni siquiera habían pisado aquel club de la noche sevillana, cabezas de turco con que cabeceras impresas, programas de televisión y periodistas muy concretos -y tras ellos, quizás alguna mano negra con otros intereses- crearon y mantuvieron el escándalo con el único fin de hacer crecer su audiencia y, por tanto, sus ingresos publicitarios. Cuando se certificó la falsedad y la sinrazón del dolor causado a muchos inocentes, nadie les ofreció excusas, les pidió perdón o propuso compensarles, si era posible, por haberlos vilipendiado, denigrado y condenado públicamente sin prueba alguna.  

Han pasado 25 años de aquel caso sustentando en la identificación de la homosexualidad con la perversión, la pederastia y el proxenetismo. Hemos avanzado legal y socialmente, pero la homofobia sigue ahí. Continuamos escuchando afirmaciones similares por parte de representantes públicos y políticos, institucionales y corporativos, en altavoces que no habrían de estar a su disposición o debieran ser rechazados por una audiencia con capacidad de autocrítica.

El impulso, las ganas y el ánimo del señalamiento, el linchamiento y la denigración están a la orden del día. Los retrógrados no están dispuestos a pasar página y salir de su acotada zona de confort, replegar su limitada visión y acotada manera de relacionarse y rectificar el lesivo ejemplo que ofrecen a quienes les toman, o se los tropiezan, como referentes.

El sistema judicial se supone basado en la presunción de inocencia, pero sus tiempos, procedimientos y jerarquías no siempre son de fácil comprensión para quienes nos acercamos a él desde la distancia del desconocimiento y la suposición de que nos va a amparar y proteger.

Sin dejar de ser asertivo y riguroso, ha de unir a estas habilidades las de la transparencia, la pedagogía y la comunicación, explicar las diferencias entre legalidad y justicia, ser diligente en sus calendarios y cercano en su trato con el ciudadano. Y también rendir cuentas, explicar el porqué de sus errores e imprecisiones y asumir, enmendar o corregir las consecuencias que su actuación pudiera haber generado o incrementado.

Los medios de comunicación deben dejar de pervertir conceptos como actualidad o interés público. Son ellos los que, en muchas ocasiones, no los reflejan, sino que los determinan. Diferenciar claramente la información del entretenimiento mutado en espectáculo y los datos de la opinión. Y no salvar la distancia entre esta y la especulación, que no es sino extender la hipérbole y la visceralidad, el susto y el horror sin fundamento alguno. En definitiva, buscar la objetividad y alejarse del ruido.

Agujero negro que constituye la principal amenaza de las redes sociales y de quienes las integramos, usuarios y propietarios. La responsabilidad personal y la social, y no el ego, despreciando y sentenciando, y la monetización, manipulando y confrontando, tendrían que ser el filtro con el que acercarnos a su supuesta propuesta de conversación y debate, e intervenir, con respeto y empatía, en ellas. ¿Somos capaces? ¿Estamos dispuestos?

10 textos teatrales de 2022

Títulos como estos son los que dan rotundidad al axioma «Dame teatro que me da la vida». Lugares, situaciones y personajes con los que disfrutar literariamente y adentrarse en las entrañas de la conducta humana, interrogar el sentido de nuestras acciones y constatar que las sombras ocultan tanto como muestran las luces.

“La noche de la iguana” de Tennessee Williams. La intensidad de los personajes y tramas del genio del teatro norteamericano del s. XX llega en esta ocasión a un cenit difícilmente superable, en el límite entre la cordura y el abismo psicológico. Una bomba de relojería intencionadamente endiablada y retorcida en la que junto al dolor por no tener mayor propósito vital que el de sobrevivir hay también espacio para la crítica contra la hipocresía religiosa y sexual de su país.

“Agua a cucharadas” de Quiara Alegría Hudes. El sueño americano es mentira, para algunos incluso torna en pesadilla. La individualidad de la sociedad norteamericana encarcela a muchas personas dentro de sí mismas y su materialismo condena a aquellos que nacen en entornos de pobreza a una falta perpetua de posibilidades. Una realidad que nos resistimos a reconocer y que la buena estructura de este texto y sus claros diálogos demuestran cómo afecta a colectivos como los de los jóvenes veteranos de guerra, los inmigrantes y los drogodependientes.

“Camaleón blanco” de Christopher Hampton. Auto ficción de un hijo de padres británicos residentes en Alejandría en el período que va desde la revolución egipcia de 1952 hasta la crisis del Canal de Suez en 1956. Memorias en las que lo personal y lo familiar están intrínsicamente unidos con lo social y lo geopolítico. Texto que desarrolla la manera en que un niño comienza a entender cómo funciona su mundo más cercano, así como los elementos externos que lo influyen y condicionan.

«Los comuneros» de Ana Diosdado. La Historia no son solo los nombres, fechas y lugares que circunscriben los hechos que recordamos, sino también los principios y fines que defendían unos y otros, los dilemas que se plantearon. Cuestión aparte es dónde quedaban valores como la verdad, la justicia y la libertad. Ahí es donde entra esta obra con un despliegue maestro de escenas, personajes y parlamentos en una inteligente recreación de acontecimientos reales ocurridos cinco siglos atrás.

«El cuidador» de Harold Pinter. Extraño triángulo sin presentaciones, sin pasado, con un presente lleno de suposiciones y un futuro que pondrá en duda cuanto se haya asumido anteriormente. Identidades, relaciones e intenciones por concretar. Una falta de referentes que tan pronto nos desconcierta como nos hace agarrarnos a un clavo ardiendo. Una muestra de la capacidad de su autor para generar atmósferas psicológicas con un preciso manejo del lenguaje y de la expresión oral.

“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Bajo el subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España”, la última dramaturgia del granadino presenta una coralidad segada por el costumbrismo anclado en la tradición social y la imposición de la religión. La intensidad de sus diálogos y situaciones plasma, gracias a sus contrastes argumentales y a su traslación del pálpito de la naturaleza, el conflicto entre el autoritarismo y la vitalidad del deseo.

“Speed-the-plow” de David Mamet. Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

“Master Class” de Terrence McNally. Síntesis de la biografía y la personalidad de María Callas, así como de los elementos que hacen que una cantante de ópera sea mucho más que una intérprete. Diálogos, monólogos y soliloquios. Narraciones y actuaciones musicales. Ligerezas y reflexiones. Intentos de humor y excesos en un texto que se mueve entre lo sencillo y lo profundo conformando un retrato perfecto.

“La lengua en pedazos” de Juan Mayorga. La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad. La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

“La lengua en pedazos”, Santa Teresa de Jesús vista por Juan Mayorga

La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

Una adaptación está bien realizada cuando homenajea y pone en valor la obra que toma como punto de partida, a la par que se constituye en una creación apreciada por la solidez y originalidad de su propuesta. Eso es lo que sucede con esta dramaturgia en la que Santa Teresa de Jesús (1515-1582) es fuente y personaje, y Juan Mayorga el mediador a través del cual se convierte en una figura que se dirige a un espectador actual. Sus enunciados, respuestas y propuestas no nos asustan, escandalizan o irritan como les sucedería a muchos de quienes la escucharon en el s. XVI, pero sí que nos llegan tan hondo como a ellos. Aunque nos llaman la atención por algo inconcebible para aquellos, por la lealtad a los valores y principios en los que cree y la coherencia de su actuación.

Una consistencia que Mayorga desgrana en una atmósfera intimista y alegórica a la par. Sitúa a Teresa y al inquisidor que ha de juzgar su afrenta a la institución de la Iglesia en una escena de comunión como es la de estar entre pucheros, guisando, sin más armas que sus palabras y sin compañías que les jerarquicen. Aun así, un duelo verbal en el que se presupone la tendenciosidad con que la protagonista va a ser abordada, la amenaza que esto le supone por poner en duda el totalitarismo de la institución eclesiástica y el riesgo que conlleva para su propia vida.

Pero su creador no se ha dejado llevar por el argumento fácil de la angustia y la opresión, sino que construye su propuesta como un diálogo y debate en que confronta interpretaciones, puntos de vista e intenciones. Una aproximación que hace aún más patente el tablero de juego en el que se enfrentan el absolutismo católico, siempre reacio a la novedad y cruel con quien no acate su dictado, y la osadía y valentía de quien promulgaba una actuación que hoy contemplaríamos bajo prismas como los de libertad, justicia e igualdad. De ahí la empatía que nos provoca el personaje de la Santa, pero que no le resta ni un ápice al verdadero motivo de la excelencia de La lengua en pedazos, su uso del lenguaje.

Su construcción sintáctica nos traslada muy eficazmente cuatro siglos atrás, a la par que revela la lógica y la clarividencia de las paradojas y estilismos con que Teresa explica lo visto, vivido y sentido hasta este día que se antoja como síntesis de su biografía y punto de inflexión ante lo que está por venir. Quiebros con los que desmonta las acusaciones que se arrojan sobre su pensamiento y proceder, subrayadas, además, por su condición de mujer. Y solidez expresiva con la que contrargumenta, desde el realismo de su experiencia, la entelequia con que el sistema de la época secuestraba las voluntades ciudadanas y anulaba la paz espiritual de sus individuos.

Si como Santa Teresa de Jesús decía, “la imaginación es la loca de la casa”, bienvenida sea la de Juan Mayorga y su capacidad para trasladarnos hasta allí donde nos hubiera gustado estar y hacernos entender lo que allí pudo ocurrir.  

La lengua en pedazos, Juan Mayorga, 2012, Editorial La Uña Rota.

Privacidad, falsedad y manipulación: el otro lado de la transformación digital

La revolución tecnológica en la que estamos inmersos ha metamorfoseado de tal manera las funcionalidades con que resolvemos nuestras necesidades diarias que no parecemos ser conscientes del cambio sistémico en el que estamos inmersos y de sus consecuencias. La evolución es positiva si nos beneficia a todos, algo que impide el modelo de negocio de las redes sociales, los usos inapropiados de la inteligencia artificial y la falta de debates éticos sobre los límites a establecer. Estos documentales de Netflix, HBO, Filmin y RTVE nos invitan a reflexionar sobre ello.

The perfect weapon (2020, HBO). ¿Cuánto pueden llegar a afectarnos los fallos en ciberseguridad? Tanto o más que la destrucción física, por eso las guerras hoy en día se juegan también en esa dimensión. La amenaza es dejarnos sin fondos económicos, dinamitar el funcionamiento de las infraestructuras más básicas o apretar el botón de stop en la operativa de cualquier industria o empresa en cualquier punto del mundo. No es una fantasía, es algo que ya ha ocurrido en un sinfín de lugares auspiciado tanto por gobiernos y servicios secretos, como por delincuentes aventajados en el uso de las nuevas tecnologías.

Posverdad: desinformación y coste de las fake news (2020, HBO). La intensidad, insistencia y eco de las mentiras puede ser tal que no solo oculte la verdad, sino que genere movimientos e iniciativas sociales que atenten contra la integridad y estabilidad de nuestras democracias. La realidad es que la falsedad nunca es producto del error o el desconocimiento, sino que está concienzudamente preparada y transmitida para generar desconcierto y polarización. Un ruido que, mientras entretiene y separa a los que se lo creen y a los que son víctimas de sus ataques verbales y físicos, es utilizado por sus organizadores para asaltar el poder político, mediático y económico.

Sesgo codificado (2020, Netflix). ¿De verdad los algoritmos son justos y neutrales, eficientes y eficaces, objetivos y asertivos? Los hechos nos demuestran que no, que están contagiados de los mismos prejuicios que los seres humanos. A fin de cuentas, son diseñados por personas, lo que hace que su funcionamiento y rendimiento estén teñidos por los mismos filtros, asunciones, inexactitudes y disfunciones que las decisiones humanas. Algo que, por norma, discrimina a quien no cumple el prototipo mayoritario marcado por la raza blanca sobre las demás, la heterosexualidad ante otras orientaciones sexuales u otros aspectos como la edad, el origen étnico o hasta el lugar de residencia. 

El gran hackeo (2019, Netflix). Disección del escándalo de Cambridge Analytics con el que quedaron claras dos cosas. El propósito de Facebook no es facilitar la comunicación entre personas sino obtener el mayor número de datos de sus usuarios y monetizarlos cuanto le sea posible, sin hacer caso a regulaciones ni a planteamientos éticos. Y que Donald Trump se sirvió de ello para manipular, engañar, violentar y radicalizar cuando pudo al electorado norteamericano para ganar las elecciones presidenciales de 2016. La consecuencia, un punto de no retorno del que tomar nota para no dejar que esto se convierta en norma.

El dilema de las redes sociales (2020, Netflix). ¿Cuán espontáneo y orgánico crees que es tu muro de Facebook o Twitter? No tanto como supones. ¿Qué determina lo que ves y en qué orden? Alguien que no eres tú. A partir del análisis de tus interacciones (me gusta, comentarios o click en un link) se te ofrecen contenidos alternativos que tienen como objetivo alimentar tu curiosidad y perpetuarte ante la pantalla o, peor aún, presentarte una visión de los asuntos que te atraen, interesan o preocupan acordes a tus sesgos con el fin de exaltarte o radicalizarte. El riesgo es que acabes teniendo una imagen del mundo no solo falsa, sino enfrentada con quien no la comparta.

I.nmortalidad A.rtificial (2021, Filmin). ¿Te imaginas crear un avatar o un androide que almacene todos tus recuerdos para que el día que no puedas comunicarte, o fallezcas, tu hijos y nietos puedan seguir relacionándose contigo? El punto de partida es registrar nuestras facciones, el tono de nuestra voz y los momentos, impresiones y sensaciones de nuestra biografía a partir de fotografías, vídeos, perfiles sociales y demás. A partir de ahí, la inteligencia artificial las interpretaría de manera que nuestro alter ego digital interactuaría con quien se situara frente a él respondiendo de manera análoga a como lo haríamos nosotros y haciéndole sentir que puede seguir contando con nosotros. Un medio de mantener viva la conexión de las futuras generaciones con su pasado, pero también, quién sabe, un riesgo de que la ciencia ficción en que la máquina supere al hombre, y se haga dueño y señor de su destino, se haga realidad.

Justicia artificial (2022, RTVE). ¿Aceptaríamos ser juzgados por un sistema de inteligencia artificial? ¿Confiamos en que vaya a ser justo y que sepa interpretar no solo la ley sino también el rol que tienen las emociones y las motivaciones -diferenciar entre error, despiste e intención- en su incumplimiento? Cuestiones que se añaden a la duda sobre la imparcialidad de los algoritmos y el desconocimiento de quiénes están tras ellos y los criterios que siguen para su diseño. Sin olvidar un asunto importante, si estos se fundamentan en el análisis del pasado, ¿cómo seríamos capaces de imaginar o visionar escenarios futuros a partir de la experiencia? (Link)

Cryptopia (2020, Filmin). ¿Son las criptomonedas el futuro de nuestras finanzas y la base sobre las que se sustentarán las transacciones económicas en el medio plazo? ¿Quiénes están tras ellas? ¿No supondrán realmente un trasvase de un modelo de regulación establecido por estados a otro controlado por determinadas personas físicas? A su vez, la tecnología blockchain promete descentralizar internet y devolver su control a cada uno de sus usuarios, dejando atrás la etapa de oligopolio de grandes compañías con un modelo de negocio fundamentado en la obtención y monetización de nuestros datos. ¿Utopía o vuelta de tuerca?

"Los comuneros" de Ana Diosdado

La Historia no son solo los nombres, fechas y lugares que circunscriben los hechos que recordamos, sino también los principios y fines que defendían unos y otros, los dilemas que se plantearon. Cuestión aparte es dónde quedaban valores como la verdad, la justicia y la libertad. Ahí es donde entra esta obra con un despliegue maestro de escenas, personajes y parlamentos en una inteligente recreación de acontecimientos reales ocurridos cinco siglos atrás.

Si hubiese buen señor (título alternativo de Los comuneros) es teatro a lo grande. La profusión de caracteres, escenarios y atmósferas que Diosdado plantea es solo apta para los maestros de la escenificación. Para directores capaces de ejercer como conductores de orquesta trabajando en multitud de planos simultáneamente, para actores amantes de los retos multiregistro y para un equipo técnico (luz, escenografía, vestuario…) deseoso de trabajar en un montaje que les exija dar lo mejor de sí mismos.

Todos ellos habrán de ser capaces de estar, operar y pensar en tres dimensiones a la par. La de los hechos históricos que se relatan -la génesis, desarrollo y dramática resolución de la revuelta de los comuneros en contra de las sangrantes políticas fiscales de Carlos I de España y V de Alemania-, la de los debates morales que esta situación generó entre los líderes revolucionarios, y la de las relaciones humanas entre estos y sus allegados cómo contrapunto al discurso de las ideas, los principios y los valores.

La posterior autora de Camino de plata o Los ochenta son nuestros parte de lo que cuentan los manuales, lo documentado, para indagar en lo imposible de dilucidar. Cómo se fraguaron las decisiones que hicieron que una serie de personas tomaran la iniciativa de plantarle cara al poder absoluto de la monarquía. Hasta dónde les llevó la convicción de sentir estar haciendo lo correcto. Y cómo asumieron las consecuencias que sus decisiones tuvieron. Pero la trama de Los comuneros no se basa en un único punto de vista sobre lo que sucedió, el relato insurrecto es complementado con el de la autoridad mediante dos presencias -un muchacho y un hombre- sustentadas en la licencia onírica que solo la ficción puede permitirse para intentar llegar allí donde lo académico es incapaz de hacerlo.

Ellos son el medio necesario para que la trama ponga de relieve lo que verdaderamente quiere resaltar Diosdado. Qué papel juega la conciencia en la mente de los que nos gobiernan y cómo les afectan (si es que lo hace) las consecuencias de sus decisiones. Por qué y para qué lucha el hombre, llegando a acabar con la vida de su contrincante si es necesario. Cuál es el sentido del dolor y la muerte que todo conflicto bélico genera, destruyendo con crueldad el presente de muchos y dejando una grave cicatriz en el futuro de las generaciones venideras.

Cuestiones éticas y filosóficas en encuentros y cruces de personajes, tiempos y escenarios planteados con solvencia y desarrollados con extraordinaria fluidez, como el encuentro de Padilla y Bravo con la Reina Juana en Tordesillas. Una excelente recreación de lo que aconteció en el período 1519-1521 (con ciertos beneplácitos de alteración cronológica) que ojalá alguna compañía vuelva a llevar a los escenarios tras haberse cumplido recientemente 500 años de los acontecimientos a los que nos traslada.

Los comuneros, Ana Diosdado, 1974, Asociación de Directores de Escena de España.

10 montajes teatrales de 2020

El teatro es como ese navegante que, cueste lo que cueste, siempre se mantiene a flote. Te hace reír, llorar y pensar. Te abstrae, te incomoda y te sacude. Te saca de tus coordenadas y te arroja a las vicisitudes de mundos que ignoras, esquivas o desconoces. Te aporta y te da vida, te engrandece.  

«Prostitución». De la comedia cabaretera a la verdad del teatro documento y la exposición de la denuncia política. Un recorrido por historias, testimonios y situaciones que hemos escuchado, leído, comentado y banalizado muchas veces.

«Carmiña». Tras «Emilia» (Pardo Bazán) y «Gloria» (Fuertes), la tercera entrega de la Mujeres que se atreven de Noelia Adánez en el Teatro del Barrio puso el foco en otra gran escritora, Carmen Martín Gaite. Un personaje tan solvente como los anteriores, respetando su carácter único y dándole una solvente entidad dramática.

«Los días felices». Un texto que se esconde dentro de sí mismo. Una puesta en escena retadora tanto para los que trabajan sobre el escenario como para los que observan su labor desde el patio de butacas. Un director inteligente, que se adentra virtuosamente en la complejidad, y una actriz soberbia que se crece y encumbra en el audaz absurdo de Samuel Beckett.

«Curva España». El muy peculiar humor gallego de Chévere. Un particular “si hay que ir se va” que les sirve para elucubrar, imaginar y ficcionar la Historia (con mayúsculas) para dar con las claves que explican y ejemplifican muchas de nuestras incompetencias y miserias.

«Traición». Israel Elejalde convierte la construcción literaria y psicológica entre el silencio, los monosílabos, las interjecciones y las frases hechas de Harold Pinter en un sólido montaje con buenas dosis de amor y humor, pero también de corrosión y dolor.

«Con lo bien que estábamos». Qué arte, qué lujo y despiporre el de la Ferretería Esteban. Un espectáculo que suma esperpento, absurdez y espíritu clown. La atemporalidad de la tradición, de los clichés, los recursos y los guiños que si se manejan bien siguen funcionando.

«El chico de la última fila». Multitud de capas y prismas tan bien planteados como entrecruzados en una propuesta que juega a la literatura como argumento y como coordenadas de vida, como guía espiritual y como faro alumbrador de situaciones, personajes y aspiraciones.

«Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero». La muerte es una etapa más, la última de la materialidad, sí, pero también la del paso a la definitiva espiritualidad, que en el caso del que se va no se sabe en qué consiste, pero para el que se queda adquiere denominaciones como legado, recuerdo, homenaje y honramiento.

«Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra». Activismo feminista y ecologista, dramaturgia, plasticidad, danza, crítica social y notas de humor en un montaje que va del costumbrismo al existencialismo en una historia que recorre nuestras tres últimas décadas.

«Macbeth». La obra maestra de William Shakespeare sintetizada en una versión que pone el foco en la personalidad y las motivaciones de sus personajes. Dos horas de función clavado en la butaca, sin aliento, ensimismado, seducido e hipnotizado por un elenco dotado para la palabra y la presencia.

10 películas de 2020

El año comenzó con experiencias inmersivas y cintas que cuidaban al máximo todo detalle. De repente las salas se vieron obligadas a cerrar y a la vuelta la cartelera no ha contado con tantos estrenos como esperábamos. Aún así, ha habido muy buenos motivos para ir al cine.  

El oficial y el espía. Polanski lo tiene claro. Quien no conozca el caso Dreyfus y el famoso “Yo acuso” de Emile Zola tiene mil fuentes para conocerlo en profundidad. Su objetivo es transmitir la corrupción ética y moral, antisemitismo mediante, que dio pie a semejante escándalo judicial. De paso, y con elegante sutileza, hace que nos planteemos cómo se siguen produciendo episodios como aquel en la actualidad.

1917. Películas como esta demuestran que hacer cine es todo un arte y que, aunque parezca que ya no es posible, todavía se puede innovar cuando la tecnológico y lo artístico se pone al servicio de lo narrativo. Cuanto conforma el plano secuencia de dos horas que se marca Sam Mendes -ambientación, fotografía, interpretaciones- es brillante, haciendo que el resultado conjunto sea una muy lograda experiencia inmersiva en el frente de batalla de la I Guerra Mundial.

Solo nos queda bailar. Una película cercana y respetuosa con sus personajes y su entorno. Sensible a la hora de mostrar sus emociones y sus circunstancias vitales, objetiva en su exposición de las coordenadas sociales y las posibilidades de futuro que les ofrece su presente. Un drama bien escrito, mejor interpretado y fantásticamente dirigido sobre lo complicado que es querer ser alguien en un lugar donde no puedes ser nadie.

Little Joe. Con un extremado cuidado estético de cada uno de sus planos, esta película juega a acercarse a muchos géneros, pero a no ser ninguno de ellos. Su propósito es generar y mantener una tensión de la que hace asunto principal y leit motiv de su guión, más que el resultado de lo avatares de sus protagonistas y las historias que viven. Transmite cierta sensación de virtuosismo y artificiosidad, pero su contante serenidad y la contención de su pulso hacen que funcione.

Los lobos. Ser inmigrante ilegal en EE.UU. debe ser muy difícil, siendo niño más aún. Esta cinta se pone con rigor en el papel de dos hermanos de 8 y 5 años mostrando cómo perciben lo que sucede a su alrededor, como sienten el encierro al que se ven obligados por las jornadas laborales de su madre y cómo viven el tener que cuidar de sí mismos al no tener a nadie más.

La boda de Rosa. Sí a una Candela Peña genial y a unos secundarios tan grandes como ella. Sí a un guión que hila muy fino para traer hasta la superficie la complejidad y hondura de cuanto nos hace infelices. Sí a una dirección empática con las situaciones, las emociones y los personajes que nos presenta. Sí a una película que con respeto, dignidad y buen humor da testimonio de una realidad de insatisfacción vital mucho más habitual de lo que queremos reconocer.

Tenet. Rosebud. Matrix. Tenet. El cine ya tiene otro término sobre el que especular, elucubrar, indagar y reflexionar hasta la saciedad para nunca llegar a saber si damos con las claves exactas que propone su creador. Una historia de buenos y malos con la épica de una cuenta atrás en la que nos jugamos el futuro de la humanidad. Giros argumentales de lo más retorcido y un extraordinario dominio del lenguaje cinematográfico con los que Nolan nos epata y noquea sin descanso hasta dejarnos extenuados.

Las niñas. Volver atrás para recordar cuándo tomamos conciencia de quiénes éramos. De ese momento en que nos dimos cuenta de los asuntos que marcaban nuestras coordenadas vitales, en que surgieron las preguntas sin respuesta y los asuntos para los que no estábamos preparados. Un guión sin estridencias, una dirección sutil y delicada, que construye y deja fluir, y un elenco de actrices a la altura con las que viajar a la España de 1992.

El juicio de los 7 de Chicago. El asunto de esta película nos pilla a muchos kilómetros y años de distancia. Conocer el desarrollo completo de su trama está a golpe de click. Sin embargo, el momento político elegido para su estreno es muy apropiado para la interrogante que plantea. ¿Hasta dónde llegan los gobiernos y los sistemas judiciales para mantener sus versiones oficiales? Aaron Sorkin nos los cuenta con un guión tan bien escrito como trasladado a la pantalla.

Mank. David Fincher da una vuelta de tuerca a su carrera y nos ofrece la cinta que quizás soñaba dirigir en sus inicios. Homenaje al cine clásico. Tempo pausado y dirección artística medida al milímetro. Guión en el que cada secuencia es un acto teatral. Y un actor excelente, Gary Oldman, rodeado por un perfecto plantel de secundarios.  

«El juicio de los 7 de Chicago»

El asunto de esta película nos pilla a muchos kilómetros y años de distancia. Conocer el desarrollo completo de su trama está a golpe de click. Sin embargo, el momento político elegido para su estreno es muy apropiado para la interrogante que plantea. ¿Hasta dónde llegan los gobiernos y los sistemas judiciales para mantener sus versiones oficiales? Aaron Sorkin nos los cuenta con un guión tan bien escrito como trasladado a la pantalla.

Presentación de personajes y motivaciones. Momento y lugar de confluencia. Elipsis temporal e inicio del pleito del título. En apenas unos minutos estamos de lleno en 1968, imbuidos en la trama principal, y casi única, del último estreno de Netflix. Uno que sí merece la pena, no como el bluff de la nueva versión de Los chicos de la banda. Es más probable conseguir un buen resultado cuando se pone el foco en contar una historia y no en crear un producto comercial. Sorkin ha pulido el estilo narrativo que mostró en Molly’s game y llega más lejos, tanto a la hora de profundizar como de desplegar un amplio abanico de voces y argumentos. Unos aportados desde su papel como guionista y otros construidos con su labor como director.

Más de ciento ochenta días de vistas editadas en apenas dos horas, incluyendo flashbacks. Cada uno de los momentos elegidos con una finalidad muy concreta: las irregularidades procesales, la prevaricación del sistema, la tergiversación de las pruebas aportadas, los prejuicios sobre los procesados, la informalidad del comportamiento de estos… Pero el enfoque con que son mostrados y concatenados hace que no los percibamos como píldoras que interpretar como metáforas de la injusticia, el abuso o la indefensión. Forman un conjunto multi prisma de una misma realidad. Más que a la exposición de un relato, asistimos a un proceso de investigación en el que cada detalle, gesto e intervención complementa al anterior y hace crecer el conjunto.

Así entendemos, además de las concreciones que se exponen en los testimonios, los asuntos y estrategias políticas que estaban en juego, pero sin necesidad de explicitarlos ante el jurado con retóricas épicas sustentadas en la emotividad de los valores y los símbolos de la nación y la identidad norteamericana. Una representación siempre precisa, clara y concisa de los hechos que habla por sí misma, combinada con unas correctas dosis de material documental para dar fe de la autenticidad de la recreación que se nos muestra.

Un logro sustentado en un reparto que forma un conjunto coral, con presencias individuales, pero sin estrellatos de los intérpretes que las encarnan. A la manera del cine clásico, su trabajo está por encima de cualquier otro objetivo y así es como la sencillez de Eddie Redmayne, la versatilidad de Sacha Baron Cohen, la fuerza de Yahya Abdul-Mateen II o la capacidad de Michael Keaton imantan a la cámara consiguiendo que esta sea una película de miradas. Pero también de diálogos, con interrogantes no explicitados como el de cuán ética e independiente es la justicia en el sistema de las democracias liberales, si sería posible que en el actual Estados Unidos pudiera darse un caso semejante a este o si se está gestando ya.

«Macbeth» de William Shakespeare

Tragedia sobre el origen, evolución y consecuencias de una desmedida ambición política y los múltiples daños colaterales que provoca recurrir al crimen para hacerse con el poder. Un logro que abre en su protagonista un abismo personal y un vacío interior que deriva en una tormenta perfecta de horror y destrucción. Tras todo ello, el habitual arte y despliegue maestro de su autor en la creación y desarrollo de personajes y tramas.

Un drama monárquico sobre ocupantes, herederos y aspirantes a disponer del bastón de mando, combinado con dosis de fantasía de la mano de tres brujas que aventuran el futuro. Tres seres sobrenaturales que comparten su visión con un general del ejército del rey, el aventurero Macbeth, sembrando en él la semilla de la gloria, pero sin hacerle consciente de que el medio para materializarla será el engreimiento, la soberbia, el abandono de la ética personal y la comisión de todo tipo de delitos. Un hecho que hace que tras luchar contra el reinado de Noruega, Escocia siga en el conflicto. Primero el terremoto que implicará el regicidio del Rey Duncan, a lo que seguirá el despotismo de su sucesor y quien da título a esta obra. Finalmente, la lucha de Malcolm, el sucesor legítimo, contra el asesino para devolver la libertad y la esperanza a su tierra y a sus súbditos.

Un hilo narrativo que Shakespeare prolonga a lo largo de cinco actos en los que expone cuanto necesita que conozcamos para entender las múltiples dimensiones de lo que está en juego. Desde la geopolítica (reinos enfrentados y aliados), los egos (Lady Macbeth como encarnación máxima de este vicio) y la dimensión familiar de los protagonistas (las alianzas consanguíneas y los hijos como prolongación de los propios logros) hasta los valores que han de regir toda estructura de gobierno (justicia, templanza, veracidad, firmeza…) y jerarquía militar (lealtad, fortaleza, compromiso, entrega…).

Tras un inicio alegre, resultado de ganar el conflicto bélico con que se inicia la obra, poco a poco el autor de Hamlet (1601) y Otelo (1603) va generando una atmósfera que abandona la luminosidad inicial para adentrarse en una oscura, incierta y tenebrosa noche argumental en la que las desgracias y los sobresaltos se suceden sin piedad. Una atmósfera cada vez más opresiva que ejerce de espejo de los pensamientos y acciones de Macbeth, de la tiranía que despliega sobre sus dominios y la crueldad con que trata a su pueblo. Una pesadumbre resultado de su neurótico deseo de mantenerse en el trono, cueste lo que cueste, y su paranoica vivencia de los fenómenos espirituales y kármicos que le acompañan negándole la celebridad, la reputación y el reconocimiento al que aspiraba.

Una fábula sobre el egoísmo y las derivadas que puede conllevar, no el salirse de las coordenadas vitales que el destino te hubiera deparado -más aún cuando, desde fuera, eran aparentemente positivas-, sino el hacerlo sin respeto alguno por la vida y la convivencia social. Una vez más, como en Romeo y Julieta (1597) o en El Rey Lear (1603), Shakespeare despliega su extraordinaria capacidad para, aún contando algo circunscrito a un lugar y tiempo muy concreto, convertirlo en una alegoría sobre la condición humana.

Macbeth, William Shakespeare, 1606, Ediciones Cátedra.

“La ola verde (que sea ley)”, la lógica de los derechos humanos

En 2018 Argentina parecía estar dispuesta a aprobar el aborto legal, una práctica que bajo la sombra de la clandestinidad mata, deja malheridas y estigmatiza cada día a muchas mujeres. Una legalización defendida por los que lo han vivido de cerca y por los que tienen una visión legalista de los derechos humanos y a la que se oponen los que la contemplan como una cuestión inmoral bajo el prisma de la religión.

El procedimiento legislativo argentino obliga a que toda ley deba ser primero aprobada por el Congreso y después ratificada por el Senado. Hasta que esto no ocurre, el texto sometido a votación no pasa a formar parte del ordenamiento jurídico del país. La ola verde nos traslada hasta ese tiempo de esperanza e incertidumbre de hace dos años, entre el dictamen positivo de la primera cámara y a la espera del pronunciamiento de la segunda, en que el sueño de muchos parecía que se iba a convertir en realidad. Hoy sabemos que no lo consiguieron.

Y aunque Que sea ley (el lema de los manifestantes a favor) deja claro desde el primer momento que es un manifiesto en defensa de la legalización del aborto, su exposición no maniquea los argumentos a favor ni satiriza a los que están en contra. Está planteado como un documental más cercano al reportaje de investigación periodística que a lo cinematográfico a través de tres hilos conductores -realidad, experiencia y objetividad- que no solo expone, sino que analiza.

Relato a modo de hemeroteca audiovisual de las sesiones de debate en el Senado. Entrevistas a diferentes perfiles que tienen algo que decir sobre el tema (políticos, médicos, asistentes sociales y mujeres que han pasado por un aborto ilegal). Y datos, con la dificultad de obtener indicadores de fiabilidad absoluta al seguir siendo una práctica penada.

¿Cuáles son los perfiles de las mujeres que abortan en el país? ¿Cómo influye en que se queden embarazadas, sin desearlo, su nivel educativo, económico y las coordenadas familiares en que viven? ¿De qué prácticas abortivas se sirven para poner fin a una gestación no deseada? ¿En qué condiciones de salubridad son practicadas y bajo la dirección de qué clase de profesionales? ¿Qué ocurre cuando no sale bien y acuden al sistema sanitario para ser ayudadas? ¿Cómo son tratadas allí física y afectivamente? ¿Qué les ocurre después?

Pero La ola verde va más allá y tal y como relata Juan Diego Solanas, debatir sobre el aborto no es hacerlo únicamente sobre si llevar a término un embarazo no deseado, sino que implica cuestiones de gran calado sobre el régimen social y político en que vivimos y que no parecen formar parte del argumentario de los que se aferran a Dios y a la fe cristiana para negarse de manera tajante a él.

¿Les vamos a dar unas condiciones de vida dignas a los que hayan de llegar a nuestro mundo? ¿Qué ocurre si la gestante no está en condiciones (físicas y psicológicas) de poder afrontar el embarazo? ¿Qué ocurre con los casos de violación, especialmente cuando son menores?

Preguntas que nos llevan al terreno de las desigualdades endémicas, a la separación de clases (¿por qué para las que tienen dinero que abortan en el extranjero -aun siendo un proceso emocional difícil- no implica riesgos sanitarios extra?) que revelan que este asunto no es solo una cuestión feminista, sino un capítulo más de esa gran ambición por ser completamente conseguida que es la Declaración Universal de los Derechos Humanos (NN.UU., 1948) y cuyo primer artículo dice que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.