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«Los hijos» de Gay Talese

Dos siglos de la historia de Italia y de una familia originaria del sur, la del autor, que acabó echando raíces en el este norteamericano. Un ejercicio de investigación para conocer y comprender cómo los grandes acontecimientos políticos, militares y sociales afectaron a la manera de vivir, a las motivaciones y al devenir de las distintas generaciones que le precedieron. Una excepcional síntesis en forma de novela de “no ficción” que une de manera admirable todas las dimensiones, acontecimientos y personas que transitan por sus páginas.

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Desde que la región de Nápoles estaba gobernada por los Borbones hasta el conflicto que muchos italianos nacionalizados estadounidenses vivieron durante la II Guerra Mundial cuando vieron cómo sus padres, hermanos o primos residentes en el viejo continente formaban parte de las tropas del otro bando. Gay Talese firma una obra que demuestra que el mundo no está formado por departamentos estancos sino por personas que nos movemos de unos lugares a otros formando un triángulo –peculiar unas veces, complicado otras- de mestizaje, diálogo con los modos y maneras locales y fidelidad a los valores y costumbres en que fuimos criados.

Su narración se remonta hasta las últimas décadas del siglo XVIII para explicarnos cómo se ganaban la vida sus antecesores en Maida trabajando la tierra y practicando el comercio siendo parte del Reino de las Dos Sicilias, territorio gobernado por la rama española de los Borbones. Posteriormente el Risorgimento les integró en 1861 en el Reino de Italia, un estado que convertiría a sus conciudadanos del sur en pagadores de impuestos, mano de obra barata obligada a emigrar y soldados sin formación ni motivación en grandes conflictos como la I y la II Guerra Mundial.  Muchos de ellos optaron por marchar a EE.UU., como lo hizo Joseph Talese, que acabaría estableciéndose como sastre en Ocean City (Nueva Jersey), ciudad en la que en 1932 nacería su hijo Gay, el periodista y escritor de esta novela y de otras como Honrarás a tu padre.

Los hijos cuenta con pasajes en los que se explica con gran claridad acontecimientos históricos como las guerras contra Napoleón, la figura de Garibaldi, el desarrollo industrial de la costa este estadounidense a finales del siglo XIX y principios del XX, el clima político de Italia en la década de 1920, el ascenso al poder de Mussolini o cómo el ejército americano se apoyó en la Mafia para hacerse con el control de Sicilia en julio de 1943.

Estos episodios sirven para enmarcar la manera de vivir en cada época en la localidad de la que proceden los Talese –o en las que se instalarán posteriormente-, cómo se gestionaban las explotaciones agrícolas y ganaderas, el papel de los padres a la hora de casar a sus hijos, la omnipresencia de la religión, las maneras de vestir o los hábitos sociales a la hora de relacionarse. También el día a día de entrenamiento, lucha, victoria agridulce o amarga derrota de los que se vieron obligados a combatir durante la Gran Guerra. O la manera en que los que emigraron se hicieron su lugar en París o en la costa este, al albor del desarrollo industrial de localidades como Ambler o de las oportunidades de grandes urbes como Filadelfia o Nueva York.

Una complejidad que Talese expone con gran claridad narrativa, compaginando el relato de las personas que forman su árbol genealógico, la descripción del entorno en el que se encuentran y el análisis de las circunstancias que les tocaron vivir. Un brillante crónica familiar y un fantástico ejercicio de literatura de no ficción.

Los hijos, Gay Talese, 1992 (2014 en español), Alfaguara.

“Canto castrato” de César Aira

La promesa de unas aventuras dieciochescas con hilo musical operístico queda rápidamente desvanecida por un relato que deja a un lado la historia y el arte rococó para optar por la libre asociación de ideas y el avanzar sin rumbo declarado ni deducible, instrumentalizando para ello a sus personajes y dejando muchas preguntas, argumentos y tramas sin resolver.

El viaje comienza en 1734 llegando a Nápoles, con la angustia de un noble austríaco que acude a esta ciudad no sabiendo si dará allí con la persona a la que busca. Un castrato, la mayor estrella musical de Europa, al que representa y que ha desaparecido sin motivación aparente y sin dejar señal alguna. Una intriga que podría derivar en drama o en thriller, sirviéndose para ello del urbanismo, el arte y los secretos de una urbe excitante, convulsa y bulliciosa. Pero no. Las esperanzas se desvanecen comprobando cómo la interrogante se disuelve, más que ser respondida, en una excusa para continuar la narración con unos caracteres de lo más peculiar. Particularidades expuestas de manera desenfocada, haciendo que nos mantengamos a una distancia prudencial de ellos.

Semanas después los volvemos a encontrar en Viena. El atractivo de la capital del imperio austro húngaro queda aguado en descripciones que la tildan de soporífera, aburrida y meramente arquitectónica. ¿Cuál es su encanto entonces? Según la imaginación de César Aira todo aquello que acontece a espaldas de la vida pública y lo que es cotilleado, susurrado y dicho en clave en sus salones, recepciones y eventos públicos sobre cuestiones no necesariamente de interés político. Entran en liza algunos personajes nuevos, que prometen ser interesantes, pero nuevamente esa esperanza se desvanece progresivamente a medida que se revelan hasta un poco tostón. Para colmo, la estructura narrativa vuelve a incluir excursiones a lugares misteriosos que lo único que aportan son páginas bien escritas, pero con escaso interés argumental.

San Petersburgo podría ser la oportunidad final. Sin embargo, comienza dejándose atrás a uno de los protagonistas como excusa para que le sean dirigidas las cartas de los dos remitentes en que se basa la estructura narrativa de esta etapa de Canto castrato. Unas con prisma familiar y otras con tintes subordinados. Las primeras resultan tediosas, como quien las firma y las aventuras absurdas, incongruentes y con escasa lógica en que se ve envuelta. Las segundas, afortunadamente, resultan ordenadas y precisas, un oasis en esta lectura tan poco estimulante. Ambas se complementan, hasta el punto de contar lo mismo desde distintos puntos de vista, convirtiendo al lector en un juez obligado a dictaminar cuál es la versión correcta y los posibles motivos, argumentos o excusas de quien falta a la verdad.  

Canto castrato es de esas lecturas que te planteas dejar pero que no abandonas creyendo que tarde o temprano encontrarás alguna joya entre tanta paja. Aira sabe escribir e hilvanar ideas, pero lo hace en modo automático, sin mirar nunca atrás y valorar o enmendar lo que ha elaborado, sin mayor propósito que el de rellenar páginas hasta alcanzar un destino al que parece darle igual llegar solo que acompañado.  

Canto castrato, César Aira, 1984, Literatura Random House.

10 películas de 2021

Cintas vistas a través de plataformas en streaming y otras en salas. Españolas, europeas y norteamericanas. Documentales y ficción al uso. Superhéroes que cierran etapa, mirada directa al fenómeno del terrorismo y personajes únicos en su fragilidad. Y un musical fantástico.

«Fragmentos de una mujer». El memorable trabajo de Vanessa Kirby hace que estemos ante una película que engancha sin saber muy bien qué está ocurriendo. Aunque visualmente peque de simbolismos y silencios demasiado estéticos, la dirección de Kornél Mundruczó resuelve con rigor un asunto tan delicado, íntimo y sensible como debe ser el tránsito de la ilusión de la maternidad al infinito dolor por lo que se truncó apenas se materializó.

«Collective». Doble candidata a los Oscar en las categorías de documental y mejor película en habla no inglesa, esta cinta rumana expone cómo los tentáculos de la podredumbre política inactivan los resortes y anulan los propósitos de un Estado de derecho. Una investigación periodística muy bien hilada y narrada que nos muestra el necesario papel del cuarto poder.

«Maixabel». Silencio absoluto en la sala al final de la película. Todo el público sobrecogido por la verdad, respeto e intimidad de lo que se les ha contado. Por la naturalidad con que su relato se construye desde lo más hondo de sus protagonistas y la delicadeza con que se mantiene en lo humano, sin caer en juicios ni dogmatismos. Un guión excelente, unas interpretaciones sublimes y una dirección inteligente y sobria.

«Sin tiempo para morir». La nueva entrega del agente 007 no defrauda. No ofrece nada nuevo, pero imprime aún más velocidad y ritmo a su nueva misión para mantenernos pegados a la pantalla. Guiños a antiguas aventuras y a la geopolítica actual en un guión que va de giro en giro hasta una recta final en que se relaja y llegan las sorpresas con las que se cierra la etapa del magnético Daniel Craig al frente de la saga.

«Quién lo impide». Documental riguroso en el que sus protagonistas marcan con sus intereses, forma de ser y preguntas los argumentos, ritmos y tonos del muy particular retrato adolescente que conforman. Jóvenes que no solo se exponen ante la cámara, sino que juegan también a ser ellos mismos ante ella haciendo que su relato sea tan auténtico y real, sencillo y complejo, como sus propias vidas.

«Traidores». Un documental que se retrotrae en el tiempo de la mano de sus protagonistas para transmitirnos no solo el recuerdo de su vivencia, sino también el análisis de lo transcurrido desde entonces, así como la explicación de su propia evolución. Reflexiones a cámara salpicadas por la experiencia de su realizador en un ejercicio con el que cerrar su propio círculo biográfico.

«tick, tick… Boom!» Nunca dejes de luchar por tu sueño. Sentencia que el creador de Rent debió escuchar una y mil veces a lo largo de su vida. Pero esta fue cruel con él. Le mató cuando tenía 35 años, el día antes del estreno de la producción que hizo que el mundo se fijara en él. Lin-Manuel Miranda le rinde tributo contándonos quién y cómo era a la par que expone cómo fraguó su anterior musical, obra hasta ahora desconocida para casi todos nosotros.

«La hija». Manuel Martín Cuenca demuestra una vez más que lo suyo es el manejo del tiempo. Recurso que con su sola presencia y extensión moldea atmósferas, personajes y acontecimientos. Elemento rotundo que con acierto y disciplina marca el ritmo del montaje, la progresión del guión y el tono de las interpretaciones. El resultado somos los espectadores pegados a la butaca intrigados, sorprendidos y angustiados por el buen hacer cinematográfico al que asistimos.

«El poder del perro». Jane Campion vuelve a demostrar que lo suyo es la interacción entre personajes de expresión agreste e interior hermético con paisajes que marcan su forma de ser a la par que les reflejan. Una cinta técnicamente perfecta y de una sobriedad narrativa tan árida que su enigma está en encontrar qué hay de invisible en su transparencia. Como centro y colofón de todo ello, las extraordinarias interpretaciones de todos sus actores.

«Fue la mano de Dios». Sorrentino se auto traslada al Nápoles de los años 80 para construir primero una égloga de la familia y una disección de la soledad después. Con un tono prudente, yendo de las atmósferas a los personajes, primando lo sensorial y emocional sobre lo narrativo. Lo cotidiano combinado con lo nuclear, lo que damos por sentado derrumbado por lo inesperado en una película alegre y derrochona, pero también tierna y dramática.

Belleza y hondura en «Fue la mano de Dios»

Sorrentino se auto traslada al Nápoles de los años 80 para construir primero una égloga de la familia y una disección de la soledad después. Con un tono prudente, yendo de las atmósferas a los personajes, primando lo sensorial y emocional sobre lo narrativo. Lo cotidiano combinado con lo nuclear, lo que damos por sentado derrumbado por lo inesperado en una película alegre y derrochona, pero también tierna y dramática.

En 1984 la ciudad de Nápoles era una olla a presión como consecuencia de los rumores de la posible llegada a la ciudad de Diego Armando Maradona como fichaje estrella de su club de fútbol. Todos sus habitantes estaban al tanto de la posible noticia, unos despreciaban aquel mentidero, otros se frustraban y los más esperaban con ilusión que se convirtiera en realidad. Entre estos últimos estaba Fabietto Schisa, un adolescente para el que el fútbol era uno de los hilos conductores de su vida. Una pasión que compartía con el resto de miembros masculinos de su familia, su padre, su hermano, sus tíos. La otra en la que todos ellos estaban de acuerdo era la voluptuosidad y el descaro carnal de su tía Patrizia.

Esa hermandad cimentada en el apellido y el eterno latido de los impulsos sexuales es la que marca el inicio de Fue la mano de Dios y con la que arranca con un tono y un ritmo barroco y festivo. Presentando Nápoles como una ciudad con una belleza e identidad hipnótica y a sus habitantes como personas sin moderación, pero con una humanidad y simpatía desbordante. Las secuencias corales de su primera parte son tremendamente divertidas por la frescura y la sorna de su exceso, una combinación sincera de histrionismo y sentimiento que se revela como una forma de ser y de estar en el mundo, de relacionarse tanto con los más cercanos como en la más anodina cotidianidad.

Aun así, hay un tono agridulce en las secuencias con personajes anónimos, una suerte de parada de los monstruos, que evocan a los que también habitaban los títulos del evocado Fellini y que contienen la semilla de la soledad, la incomunicación y el desasosiego que explota a partir del incidente que marca un antes y un después en su desarrollo. La explosión de movimiento, verbo y gesto es sustituida por una superficie de silencio y quietud tras la que ebulle un torrente emocional más expresionista que expresivo. La caricatura y la hipérbole de antes tornan en un dramatismo, angustioso y sereno a partes iguales, que ya no se construye hilvanando secuencias lúdicas y festivas, sino con una sucesión de cuadros con una profunda carga de trascendencia y existencialismo.

Una manera de demostrar cómo las personalidades y las biografías se escriben tanto con la lluvia fina y la invisibilidad ambiental que constituye el refugio de los tuyos, como con los momentos concretos que se graban a fuego y dan pie a un después tras el que ya no hay posibilidad alguna de volver atrás. Dos horas de proyección de una cinta con un excepcional Filippo Scotti, como todos los secundarios que le acompañan, en su encarnación del alter ego de Paolo Sorrentino que, a través de su guión y dirección, nos cuenta una etapa tan importante de su propia trayectoria vital.