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“The Quiet Girl”, la elocuencia de la mirada infantil

Historia honesta y sencilla. Narración humilde y sensible. Relato sobrio y preciso. La fragilidad y el miedo de la infancia y la monotonía y evitación del adulto. El encuentro, la comunicación y la compenetración entre ambas maneras de ser y estar en el mundo. Intérpretes excelentes en una producción cruda y realista, tierna y emotiva.   

En las familias numerosas los hijos intermedios supuestamente pasan desapercibidos. Dícese que es a los que menos caso les hacen. Si, además, sus padres son personas frustradas y amargadas que no se hablan entre sí, que consideran a sus vástagos como cargas que mantener y apenas disponen de lo justo para no pasar frío y hambre, no es de extrañar que Cáit sea una niña de nueve años introvertida e inexpresiva, herida en su corporeidad y dolida en su interior.

Cuando llegado el verano la mandan a casa de unos primos, un matrimonio adulto sin hijos, que no conoce para que se hagan cargo de ella, se abre un abismo a sus pies. Sin embargo, lo que podría ser el fin, resulta un principio, una oportunidad con la que, en la Irlanda rural de principios de los 80, descubre que hay otras formas de vivir y de relacionarse, de tratarse e, incluso, cuidarse.

El valor de esta cinta rodada en gaélico (lo que la ha llevado a ser nominada a los Oscar de este año en la categoría de mejor película internacional) es que nunca ofrece causas ni conclusiones. Muestra los hechos, las reacciones e impresiones y deja que todo ello hable por sí mismo. Un enfoque en el que la que la fotografía torna fundamental, tanto por recoger los ritmos lumínicos del estío irlandés y la perennidad de su naturaleza, como por los encuadres en los que lo que deja fuera se hace más presente, precisamente, por no ser mostrado.

Dentro de plano, lo destacable e importante son las miradas. El modo en que los ojos manifiestan la impresión que produce lo observado y lo escuchado, lo razonado y lo intuido, y la labor de filtro y contención que ejercen para nunca salirse de la zona de seguridad emocional. Aun así, lo no verbalizado, los secretos, acaban por manifestarse y reivindicarse, claman por ser conocidos y liberados. Serán la prueba que sacudan la estabilidad individual, los compromisos acordados tiempo atrás y los lazos aún en proceso de consolidación.

La grandeza con la que The quiet girl consigue que su historia nos llegue es la quietud expresiva de sus intérpretes. Una contención que, más que freno a una potencial locuacidad, resulta epítome de la cultura y los valores de vecindad y catolicismo, de la economía de subsistencia y equilibrios entre roles masculinos y femeninos, de la tradición y el costumbrismo que les une entre sí y con su entorno. Una atmósfera que acoge, estructura y condiciona, y que Colm Bairéad ha sabido vehicular como medio etéreo, pero también espiritual que marca el ánimo y la voluntad individual de sus personajes, así como el encuentro y los vínculos establecidos entre ellos.

10 películas de 2021

Cintas vistas a través de plataformas en streaming y otras en salas. Españolas, europeas y norteamericanas. Documentales y ficción al uso. Superhéroes que cierran etapa, mirada directa al fenómeno del terrorismo y personajes únicos en su fragilidad. Y un musical fantástico.

«Fragmentos de una mujer». El memorable trabajo de Vanessa Kirby hace que estemos ante una película que engancha sin saber muy bien qué está ocurriendo. Aunque visualmente peque de simbolismos y silencios demasiado estéticos, la dirección de Kornél Mundruczó resuelve con rigor un asunto tan delicado, íntimo y sensible como debe ser el tránsito de la ilusión de la maternidad al infinito dolor por lo que se truncó apenas se materializó.

«Collective». Doble candidata a los Oscar en las categorías de documental y mejor película en habla no inglesa, esta cinta rumana expone cómo los tentáculos de la podredumbre política inactivan los resortes y anulan los propósitos de un Estado de derecho. Una investigación periodística muy bien hilada y narrada que nos muestra el necesario papel del cuarto poder.

«Maixabel». Silencio absoluto en la sala al final de la película. Todo el público sobrecogido por la verdad, respeto e intimidad de lo que se les ha contado. Por la naturalidad con que su relato se construye desde lo más hondo de sus protagonistas y la delicadeza con que se mantiene en lo humano, sin caer en juicios ni dogmatismos. Un guión excelente, unas interpretaciones sublimes y una dirección inteligente y sobria.

«Sin tiempo para morir». La nueva entrega del agente 007 no defrauda. No ofrece nada nuevo, pero imprime aún más velocidad y ritmo a su nueva misión para mantenernos pegados a la pantalla. Guiños a antiguas aventuras y a la geopolítica actual en un guión que va de giro en giro hasta una recta final en que se relaja y llegan las sorpresas con las que se cierra la etapa del magnético Daniel Craig al frente de la saga.

«Quién lo impide». Documental riguroso en el que sus protagonistas marcan con sus intereses, forma de ser y preguntas los argumentos, ritmos y tonos del muy particular retrato adolescente que conforman. Jóvenes que no solo se exponen ante la cámara, sino que juegan también a ser ellos mismos ante ella haciendo que su relato sea tan auténtico y real, sencillo y complejo, como sus propias vidas.

«Traidores». Un documental que se retrotrae en el tiempo de la mano de sus protagonistas para transmitirnos no solo el recuerdo de su vivencia, sino también el análisis de lo transcurrido desde entonces, así como la explicación de su propia evolución. Reflexiones a cámara salpicadas por la experiencia de su realizador en un ejercicio con el que cerrar su propio círculo biográfico.

«tick, tick… Boom!» Nunca dejes de luchar por tu sueño. Sentencia que el creador de Rent debió escuchar una y mil veces a lo largo de su vida. Pero esta fue cruel con él. Le mató cuando tenía 35 años, el día antes del estreno de la producción que hizo que el mundo se fijara en él. Lin-Manuel Miranda le rinde tributo contándonos quién y cómo era a la par que expone cómo fraguó su anterior musical, obra hasta ahora desconocida para casi todos nosotros.

«La hija». Manuel Martín Cuenca demuestra una vez más que lo suyo es el manejo del tiempo. Recurso que con su sola presencia y extensión moldea atmósferas, personajes y acontecimientos. Elemento rotundo que con acierto y disciplina marca el ritmo del montaje, la progresión del guión y el tono de las interpretaciones. El resultado somos los espectadores pegados a la butaca intrigados, sorprendidos y angustiados por el buen hacer cinematográfico al que asistimos.

«El poder del perro». Jane Campion vuelve a demostrar que lo suyo es la interacción entre personajes de expresión agreste e interior hermético con paisajes que marcan su forma de ser a la par que les reflejan. Una cinta técnicamente perfecta y de una sobriedad narrativa tan árida que su enigma está en encontrar qué hay de invisible en su transparencia. Como centro y colofón de todo ello, las extraordinarias interpretaciones de todos sus actores.

«Fue la mano de Dios». Sorrentino se auto traslada al Nápoles de los años 80 para construir primero una égloga de la familia y una disección de la soledad después. Con un tono prudente, yendo de las atmósferas a los personajes, primando lo sensorial y emocional sobre lo narrativo. Lo cotidiano combinado con lo nuclear, lo que damos por sentado derrumbado por lo inesperado en una película alegre y derrochona, pero también tierna y dramática.

«Collective», la corrupción mata

Doble candidata a los Oscar en las categorías de documental y mejor película en habla no inglesa, esta cinta rumana expone cómo los tentáculos de la podredumbre política inactivan los resortes y anulan los propósitos de un Estado de derecho. Una investigación periodística muy bien hilada y narrada que nos muestra el necesario papel del cuarto poder.

Hay diversas maneras de concebir un documental. Una puede ser combinando hemeroteca con entrevistas y recreación de los momentos más representativos a tiro pasado. Otra es seguir a los protagonistas cámara en mano a la manera de un Gran hermano y después editar. Los responsables de Collective optaron por la segunda al considerar desde el primer momento que tenían entre las manos una historia importante y merecedora de ser conocida. Así es como construyeron este ejemplo práctico de cómo se inicia y desarrolla de manera sólida y eficaz una investigación periodística al compás de la actualidad informativa y la evolución de los acontecimientos.

El 30 de octubre de 2015 murieron 27 personas en el incendio de Colective, una sala de conciertos de Bucarest. Un horror prolongado en las semanas siguientes por el fallecimiento de casi cuarenta más en distintos hospitales, aparentemente como resultado de las quemaduras sufridas. El instinto periodístico y su compromiso deontológico, así como su conocimiento de la realidad política, económica y social de su país hizo sentir a los redactores de Gazeta Sporturilor que tras las rotundas afirmaciones de las autoridades de máximos esfuerzos e inmejorable calidad de la asistencia sanitaria prestada por el sistema público rumano, se ocultaba una realidad tan atroz como la cruel mentira tras la que esta se parapetaba.

Su investigación nace con una hipótesis que surge por no ver respondidos sus interrogantes. ¿Qué hizo que muriera tanta gente? ¿Cómo eran tratados clínicamente? ¿Por qué no se les derivó a otros lugares? A partir de ahí la búsqueda de pruebas y, tras constatar las enormes diferencias entre lo que estas muestran y la versión oficial, chequear lo establecido por los procedimientos técnicos, las normativas legales y la opinión de los responsables políticos. Así es como se va desvelando un enjambre de mentiras, manipulaciones y engaños, irregularidades, sobornos y malversaciones que van más más allá de una situación o unas coordenadas, están completamente imbricados en las raíces del Estado rumano.  

La narración de Alexander Nanau va de hito en hito, exponiendo las informaciones conseguidas y el modo en que se obtienen, así como el eco y los movimientos a favor y en contra que provoca su difusión pública. Aunque centrado en la objetividad de las bases del periodismo (qué, quién, cuándo, dónde y por qué), Collective da también cabida a las emociones resultado del descubrimiento y el conocimiento de lo injusto, lo incoherente y lo inconcebible. De igual manera, tampoco se olvida de los afectados, pero les mantiene en un respetuoso segundo plano nada sensacionalista con lo que vivieron.

La buena factura del mejor documental europeo del año 2020 es que su propuesta no se acaba en su último fotograma, sino que incita a la reflexión y al debate. ¿ Cómo es posible que los seres humanos lleguemos a ser tan inhumanos? ¿Cómo se compaginan ética, moral y legalidad? ¿Resistirá el periodismo las presiones de los poderes ocultos? ¿Podría suceder algo así en nuestro país? ¿Cómo actuaríamos?

«Judy»

Triste vida la de Judy Garland y pobre biopic en su honor el que se estrena hoy. Muy buena la caracterización y mimetización de Renée Zellweger, pero insuficiente para salvar un guión simple -de aquellos abusos, estos excesos- y una dirección que se queda en la superficie gestual de su personaje sin ahondar en su dimensión psicológica.

Tras un paréntesis de seis años, Renée Zellweger reaparecía en la alfombra roja en agosto pasado diciendo que el motivo de su ausencia había sido la presión y la toxicidad de Hollywood. Hablaba de ella, pero también de Judy Garland, el personaje con el que vuelve a la pantalla grande. Y lanzaba el anzuelo para que no solo se comentara lo buena que pudiera ser su interpretación (¿se llevará el Óscar a la mejor interpretación femenina?), sino también, del precio personal que muchos han pagado para alcanzar el éxito en la meta del cine.

Una realidad conocida, con muchos puntos en común con el me too, pero que Rupert Gold utiliza más como argumento que narrar que como injusticia que denunciar. Confía en que lo haga la visualidad de su relato, recurriendo a flahsbacks al rodaje de El mago de oz, pero resultan demasiado obvios en su explicación de cómo esa actriz de voz privilegiada se convirtió en una mujer herida, una madre incompetente y una profesional caprichosa. Quien fuera Bridget Jones está sobresaliente, pero la cámara está tan pegada a ella en todo momento que más que una película, Judy podría pasar por un videobook con el que la Zellweger demuestra que no hay primer plano que pueda con ella y, sobre todo, que merece papeles más potentes que este.

10 películas de 2017

Cintas españolas y estadounidenses, pero también de Reino Unido, Canadá, Irán y Suecia. Drama, terror y comedia. Aventuras originales y relatos que nacieron como novelas u obras de teatro. Ficciones o adaptaciones de realidades, unas grabadas en el corazón unas, otras recogidas por los libros de Historia. Ganadoras de Oscars, Césars o BAFTAs o nominadas a los próximos Premios Goya. Esta es mi selección de lo visto en la gran pantalla este año.

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«Solo el fin del mundo«. Sin rodeos, sin adornos, sin piedad, sin límites, una experiencia brutal. Dolan va más allá del texto teatral del que parte para ahondar en la (in)consciencia de las emociones que tejen y entretejen las relaciones familiares. Las palabras cumplen su papel con eficacia, pero lo que realmente transmiten son los rostros, los cuerpos y las miradas de un reparto que se deja la piel y de una manera de narrar tan arriesgada y valiente como visualmente eficaz e impactante.

«La ciudad de las estrellas (La La Land)«. El arranque es espectacular. Cinco minutos que dejan claro que lo que se va a proyectar está hecho con el corazón y que nos hará levitar sin límite alguno. La la land está lleno de música con la que vibrar, la magia de las coreografías y la frescura de las canciones consiguen que todo sea completo y felizmente intenso y la belleza, la fantástica presencia y la seducción que transmiten Ryan Gosling y Emma Stone que fluyamos, bailemos, soñemos y nos enamoremos de ellos ya para siempre.

«Moonlight«. Un guión muy bien elaborado que se introduce en las emociones que nos construyen como personas, señalando el conflicto entre la vivencia interior y la recepción del entorno familiar y social en el que vivimos. Un acierto de casting, con tres actores –un niño, un adolescente y un adulto- que comparten una profunda mirada y una expresiva quietud con su lenguaje corporal. Una dirección que se acerca con respeto y sensibilidad, manteniendo realismo, credibilidad y veracidad al tiempo que construye un relato lleno de belleza y lirismo.

«El viajante«. Con un ritmo preciso en el que se alternan la tensión con la acción transitando entre el costumbrismo, el drama y el thriller. Consiguiendo un perfecto equilibrio entre el muestrario de costumbres locales de Irán y los valores universales representados por el teatro de Arthur Miller. Un relato minucioso que expone el conflicto entre la necesidad de justicia y el deseo de venganza y por el que esta película se ha llevado merecidamente el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

«Verano 1993«. El mundo interior de los niños es tan rico como inexplorable para los adultos, todo en él es oportunidad y descubrimiento. El de sus mayores es contradictorio, lo mismo regala abrazos y atenciones que responde con silencios sin lógica alguna, conversaciones incomprensibles y comportamientos inexplicables.  Entre esas dos visiones se mueve de manera equilibrada esta ópera prima, delicada y sutil en la exposición de sus líneas argumentales, honesta y respetuosa con sus personajes y cómplice y guía de sus espectadores.

«Dunkerque«. No es una película bélica al uso, no es una representación más de un episodio de la II Guerra Mundial. Christopher Nolan deja completamente de lado la Historia y se sumerge de lleno en el frente de batalla para trasladar fielmente al otro lado de la pantalla el pánico por la invisibilidad de la amenaza, la ansiedad por la incapacidad de poder salir de allí y la angustia de cada hombre por la incertidumbre de su destino. Un meticuloso y logrado ejercicio narrativo que sorprende por su arriesgada propuesta, abduce por su tensión sin descanso y arrastra al espectador en su lucha por el honor y la supervivencia.

«Verónica«. Hora y media de tensión muy bien creada, contada y mantenida sin descanso. Genera tanto o más horror y angustia la espera y la sensación de amenaza que el mal en sí mismo en ese escenario kitsch que es 1991 visto desde ahora. Una historia muy bien dirigida por Paco Plaza y protagonizada brillantemente por una novel Sandra Escacena.

«Detroit«. Kathryn Bigelow ahonda en los aspectos más sórdidos de la conciencia norteamericana por los que ya transitó en “La noche más oscura” y “En tierra hostil”. Esta vez la herida está en su propio país, lo que le permite construir un relato aún más preciso y dolorosamente humano al mostrar las dos caras del conflicto. Detroit no solo es el lado oscuro de la desigualdad racial del sueño americano, sino que es también una perfecta sinfonía cinematográfica en la que intérpretes, guión y montaje son la base de un gran resultado gracias a una minuciosa y precisa dirección.

«The square«. Esta película no retrata el mundo del arte, sino el de aquel que nos dice y cuenta qué es el arte. Dos horas y media de ironía, sarcasmo y humor grotesco en las que se expone la falsedad de esas personas que se suponen sensibles y resultan ególatras narcisistas.  Una historia que muestra entre situaciones paradójicas y secuencias esperpénticas el lado más ruin de nuestro avanzado modelo de sociedad.

«Tierra de Dios«. Con el mismo ritmo con el que avanza la vida en el mundo rural en el que sucede su historia y transmitiendo con autenticidad la claustrofobia anímica y la posibilidad de plenitud emocional que dan los lugares de horizontes infinitos. Una oda a la comunicación, al diálogo y al amor, a abrirse y exponerse, a crecer y conocerse a través de la entrega y de ser parte de un nosotros.

Casablanca, entre el mito y la realidad

La ciudad más grande de Marruecos, la capital financiera, la de la modernidad junto a la tradición, la de la fantasía cinematográfica, así es Casablanca por su historia real y de ficción, su emplazamiento geográfico, su urbanismo mixto y su arquitectura mestiza.

La mezquita de Hassan II. La arquitectura siempre ha tenido un primer objetivo práctico, crear edificios para una funcionalidad concreta, y un segundo para determinadas ocasiones, el dejar una impronta que genere en sus espectadores y visitantes no solo recuerdo, sino admiración ante la obra y respeto por sus titulares. Ese es el objetivo que cumple desde su inauguración en 1993 la mezquita de Hassan II, concebida para coincidir con el 60 cumpleaños del anterior rey del país, monarca mecenas a la par que gobernante de modos absolutistas durante su reinado (1961-1999).

Una encomienda de 600 millones de dólares de presupuesto al arquitecto francés Michel Pinseau para acoger a 25.000 personas y hasta a otras 80.000 en la imponente esplanada que forma parte de su recinto. Un interior sobrecogedor, de alturas celestiales y luces mágicas, en el que a pesar de las dimensiones el visitante se siente especial, en contacto directo con lo espiritual. Además de la sala de culto orientada a La Meca, la mezquita cuenta también para sus fieles con una suntuosa sala de ablación, hamman, baños turcos, madraza, salas de conferencias,…

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Un edificio no solo para los musulmanes, sino también para los turistas por ser el único templo del país que pueden visitar los nos seguidores de Mahoma en los horarios (y precios) así fijados. Una joya arquitectónica erigida sobre el océano por inspiración de un versículo del Corán: “El trono de Alá se hallaba sobre el agua”. El resultado, una impresión visual imposible de olvidar por su estética, su plástica y su simbolismo espiritual y político.

Rick’s Café. Antes que ciudad, Casablanca es una película para muchos, con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en blanco y negro y frases como “tócala otra vez, Sam” o “siempre nos quedará París”. Un relato cinematográfico cartón piedra fabricado en Hollywood y que solo tomó de la realidad el papel que la ciudad marroquí desempeñó para las potencias aliadas durante la II Guerra Mundial.

De la supuesta Casablanca apenas se vieron un par de calles de la medina y el hangar y la pista del aeropuerto en aquel film que ganó el Oscar a la mejor película de 1943. Pero si hay un lugar que en el imaginario colectivo quedó para siempre asociado a esta ciudad gracias a esta producción de la Warner Bros fue el del Rick’s Café. Cuenta la leyenda que muchos lo buscaban al visitarla y como no lo encontraban alguien tuvo la brillante idea de recrearlo. Así fue como se inauguró en 2004 un lugar similar al de la película en una de las salidas de la medina hacia el océano.

En la pantalla cinematográfica todo parece más grande, pero este Rick’s Café cuenta como aquel con sus paredes encaladas, su patio de arcos de herradura, su barra de bar y el mítico piano en el que todos los turistas posan emulando a Sam a punto de iniciar “As time goes by”.  Súmese a ello contar con una buena carta para comer o beber según la hora del día, elaborada y servida en ambos casos con extraordinaria calidad.

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La medina. Al igual que la de Fez o la de Marrakech, impresiona por su plano indescifrable, lo intrincado de sus calles, la imposibilidad de saber qué se encontrará al doblar cualquiera de sus recodos -si más puestos comerciales para turistas o para sus propios habitantes, o zonas fantasmalmente residenciales- o lo inexplicable de que el camino por el que se avanzó no se corresponda con la que se está siguiendo al intentar volver. En segundo lugar, la medina de Casablanca sorprende por su reducido tamaño, por muy perdido en el laberinto que te puedas sentir, si sigues recto es cuestión de minutos que llegues a una de sus puertas de salida.

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Hasta que la ciudad comenzó a crecer con el inicio del protectorado francés, así de reducida fue Casablanca durante siglos. Desde el mar tan solo se veían unas casas de su zona más alta, “casa branca” que decían los marinos portugueses que pasaban frente a ella (y que la controlaron durante casi dos siglos hasta el famoso terremoto de Lisboa de 1755), dando pie así a la denominación de una urbe habitada hoy por más de cinco millones de habitantes.

La arquitectura modernista. En el siglo XIX los franceses ya se interesaron por Marruecos y por sus recursos mineros, lo que dio pie a que comenzaran a explotar algunos de sus yacimientos. Iniciado el XX bombardearon Casablanca acusando a los nativos de atacar a sus conciudadanos y a sus intereses en la ciudad (a cuyo puerto pretendían hacer llegar una línea ferroviaria pasando por un cementerio musulmán). La fuerza europea se impuso y obligó a un acuerdo a tres bandas por el que se inició el protectorado español y francés de Marruecos. En su zona los galos hicieron de Casablanca su centro económico y financiero –de Rabat la capital política– y pusieron en marcha su desarrollo urbano.

Surgieron así las grandes avenidas que articulan el centro de la ciudad desde la Plaza de las Naciones Unidas, y las construcciones art nouveau que las llenan, especialmente en el que hoy es el boulevard Mohammed V dando cabida a comercios, cafés y restaurantes y ecos de los tiempos de esplendor pasado conservando aún hoy uno de sus antiguos cines. El que fuera rey del país una vez recobrara la independencia en 1956 da nombre también a la plaza en la que se sitúan algunos de los edificios oficiales de arquitectura modernista con decoración morisca más brillantes de aquellos tiempos como la oficina de Correos, el Palacio de Justicia o la antigua Prefectura de Policía. Muy cerca de allí queda la antigua Catedral del Sagrado Corazón, una auténtica joya art déco desacralizada tras el fin del protectorado francés.

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Plaza de las Naciones Unidas. Es el punto en el que todo confluye de día y de noche, la ciudad antigua y la moderna, donde el bullicio de las conversaciones y los vendedores ambulantes se mezcla en un sinfín con el ruido y las bocinas del tráfico de coches, motos y autobuses colapsando sus entradas y salidas. Aquí se cruzan mujeres vestidas con chilaba con jóvenes en vaqueros ajustados, trajes de sastrería con las últimas falsificaciones de las marcas de moda, hombres de negocios con estudiantes y buscavidas, vendedores ambulantes con visitantes foráneos. Sentarse en la terraza de cualquiera de sus cafés y degustar un té a la menta viendo la vida pasar es una experiencia que nadie debe perderse en un lugar así.

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El mercado central. Aunque el puerto de Casablanca sea fundamentalmente industrial, también lo es pesquero, y en los puestos del mercado central (boulevard Mohammed V) se pueden descubrir cuáles son las especies de pescado y marisco que se pueden consumir en cada momento del año. Tras el deleite visual, se puede dar placer al sentido del gusto en cualquiera de los restaurantes de sillas de plástico y hule tosco situados en el patio central del mercado. Además, el lugar sirve también para disfrutar de los colores de los puestos de frutas y verduras o de los olores de los de flores y productos cosméticos como el aceite de argán, el prometedor reparador de la piel.

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El boulevard de la cornisa. En su centro urbano Casablanca vive de espaldas al océano. Este queda oculto tras las vías del tren, el puerto –en el que hoy se pueden ver atracados de cuando en cuando cruceros de miles de camarotes- y los apartamentos de lujo que se están levantando entre este y la mezquita de Hassan II. Pero más allá del faro que desde esta se divisa comienzan las construcciones unifamiliares y los clubs con derecho de admisión junto al agua salada. Entre unas y otros un largo paseo marítimo preparado para pasear o tomar algo disfrutando del intenso azul del océano y del cielo atlántico durante las horas de luz y la fiesta y la diversión entre lo más selecto del ambiente local durante la noche.

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Estas son algunas de las ofertas que Casablanca tiene para hacer disfrutar a aquellos que estén de paso en ella y no únicamente por negocios. Quien sabe, quizás conocerla pueda dar pie a parafrasear a Rick Blaine y decir aquello de “creo que este es el principio de una gran amistad.”