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10 películas de 2021

Cintas vistas a través de plataformas en streaming y otras en salas. Españolas, europeas y norteamericanas. Documentales y ficción al uso. Superhéroes que cierran etapa, mirada directa al fenómeno del terrorismo y personajes únicos en su fragilidad. Y un musical fantástico.

«Fragmentos de una mujer». El memorable trabajo de Vanessa Kirby hace que estemos ante una película que engancha sin saber muy bien qué está ocurriendo. Aunque visualmente peque de simbolismos y silencios demasiado estéticos, la dirección de Kornél Mundruczó resuelve con rigor un asunto tan delicado, íntimo y sensible como debe ser el tránsito de la ilusión de la maternidad al infinito dolor por lo que se truncó apenas se materializó.

«Collective». Doble candidata a los Oscar en las categorías de documental y mejor película en habla no inglesa, esta cinta rumana expone cómo los tentáculos de la podredumbre política inactivan los resortes y anulan los propósitos de un Estado de derecho. Una investigación periodística muy bien hilada y narrada que nos muestra el necesario papel del cuarto poder.

«Maixabel». Silencio absoluto en la sala al final de la película. Todo el público sobrecogido por la verdad, respeto e intimidad de lo que se les ha contado. Por la naturalidad con que su relato se construye desde lo más hondo de sus protagonistas y la delicadeza con que se mantiene en lo humano, sin caer en juicios ni dogmatismos. Un guión excelente, unas interpretaciones sublimes y una dirección inteligente y sobria.

«Sin tiempo para morir». La nueva entrega del agente 007 no defrauda. No ofrece nada nuevo, pero imprime aún más velocidad y ritmo a su nueva misión para mantenernos pegados a la pantalla. Guiños a antiguas aventuras y a la geopolítica actual en un guión que va de giro en giro hasta una recta final en que se relaja y llegan las sorpresas con las que se cierra la etapa del magnético Daniel Craig al frente de la saga.

«Quién lo impide». Documental riguroso en el que sus protagonistas marcan con sus intereses, forma de ser y preguntas los argumentos, ritmos y tonos del muy particular retrato adolescente que conforman. Jóvenes que no solo se exponen ante la cámara, sino que juegan también a ser ellos mismos ante ella haciendo que su relato sea tan auténtico y real, sencillo y complejo, como sus propias vidas.

«Traidores». Un documental que se retrotrae en el tiempo de la mano de sus protagonistas para transmitirnos no solo el recuerdo de su vivencia, sino también el análisis de lo transcurrido desde entonces, así como la explicación de su propia evolución. Reflexiones a cámara salpicadas por la experiencia de su realizador en un ejercicio con el que cerrar su propio círculo biográfico.

«tick, tick… Boom!» Nunca dejes de luchar por tu sueño. Sentencia que el creador de Rent debió escuchar una y mil veces a lo largo de su vida. Pero esta fue cruel con él. Le mató cuando tenía 35 años, el día antes del estreno de la producción que hizo que el mundo se fijara en él. Lin-Manuel Miranda le rinde tributo contándonos quién y cómo era a la par que expone cómo fraguó su anterior musical, obra hasta ahora desconocida para casi todos nosotros.

«La hija». Manuel Martín Cuenca demuestra una vez más que lo suyo es el manejo del tiempo. Recurso que con su sola presencia y extensión moldea atmósferas, personajes y acontecimientos. Elemento rotundo que con acierto y disciplina marca el ritmo del montaje, la progresión del guión y el tono de las interpretaciones. El resultado somos los espectadores pegados a la butaca intrigados, sorprendidos y angustiados por el buen hacer cinematográfico al que asistimos.

«El poder del perro». Jane Campion vuelve a demostrar que lo suyo es la interacción entre personajes de expresión agreste e interior hermético con paisajes que marcan su forma de ser a la par que les reflejan. Una cinta técnicamente perfecta y de una sobriedad narrativa tan árida que su enigma está en encontrar qué hay de invisible en su transparencia. Como centro y colofón de todo ello, las extraordinarias interpretaciones de todos sus actores.

«Fue la mano de Dios». Sorrentino se auto traslada al Nápoles de los años 80 para construir primero una égloga de la familia y una disección de la soledad después. Con un tono prudente, yendo de las atmósferas a los personajes, primando lo sensorial y emocional sobre lo narrativo. Lo cotidiano combinado con lo nuclear, lo que damos por sentado derrumbado por lo inesperado en una película alegre y derrochona, pero también tierna y dramática.

«Quién lo impide», adolescencia en vivo

Documental riguroso en el que sus protagonistas marcan con sus intereses, forma de ser y preguntas los argumentos, ritmos y tonos del muy particular retrato adolescente que conforman. Jóvenes que no solo se exponen ante la cámara, sino que juegan también a ser ellos mismos ante ella haciendo que su relato sea tan auténtico y real, sencillo y complejo, como sus propias vidas.

Cuatro años de grabaciones con un mismo grupo de intérpretes suena a Boyhood (Richard Linklater, 2014) pero lo que Jonás Trueba concibió hace más de un lustro, rodó entre 2016 y 2020 y ha montado en los últimos meses no es solo una historia con la premisa de evidenciar el paso del tiempo en los cuerpos y los rostros de sus protagonistas menores de edad. Su intención es mostrar la manera continuada con que estos se relacionan entre sí y con el mundo en el que viven. Sus físicos son secundarios frente a la riqueza, el potencial y el incansable despliegue de sus pensamientos y sus intenciones, sus razones y sus motivaciones.

Lo que les conmueve, lo que rechazan y lo que quieren probar. Unas veces con motivaciones concretas y otras porque es lo que sienten que han de hacer, sin más, sin tener por qué. No será Trueba quien les diga el camino que han de recorrer y la realidad que han de fingir porque así lo dictamine el ego de su creatividad, lo demande el olfato comercial de un productor, la búsqueda de reputación de un festival o el interés caprichoso de un espectador.

El desarrollo argumental de Quién lo impide está enmarcado por una lógica cronológica, pero lo que verdaderamente la hace evolucionar y crecer es lo espiritual y lo emocional. Las vivencias, preguntas y respuestas que van surgiendo a lo largo del camino. Un recorrido en el que aparecen el amor, el sexo, la familia, la amistad, la creatividad, la política, las expectativas laborales o la abstracción del futuro. No con un fin necesariamente lógico, de encontrar causas y prever consecuencias, sino para reflejar lo que es la experiencia, crecer y convertirse en un individuo plenamente autónomo. El hecho de vivir en sí.

No intenta sintetizar una etapa vital, exponer un supuesto conflicto generacional o crear un fresco que sirva para definir la generalidad del colectivo entre los catorce y los dieciocho años. Se deja llevar por la fluidez de lo que expone, por el pensamiento, las ganas y el ímpetu de un grupo de jóvenes a los que no considera seres en transición, sino individuos con un aquí y ahora que escuchar sin prejuicios, entender sin afán etiquetador y con los que dialogar de igual a igual.

La frescura de su factura técnica, especialmente de su fotografía, resulta perfecta para sus intenciones. Transmite espontaneidad y sencillez, la verdad del presente que marca cada escena, secuencia y episodio de los varios en que se estructuran las tres horas y media de proyección. La sensación es que no hay un guión cerrado, sino unas coordenadas en las que su reparto es libre para hacer evolucionar la acción de la manera en que considere. Esto los lleva a mostrarse tal cual son, sin reglas predefinidas ni códigos establecidos. Una simbiosis perfecta entre personas y personajes que, a su vez, les convierte en cocreadores de esta película. Una experiencia en la que integran a sus espectadores, convirtiéndoles en testigos excepcionales de la esencia y la expresión de su intimidad y su identidad.