Hay mucha inteligencia tras el guión y la dirección de la segunda cinta de Jordan Peele. Lo que comienza siendo una película de terror en que se pone a prueba a una familia de clase media evoluciona de una manera inimaginable. La tensión y la angustia aumentan hasta cotas en que se convierten por sí mismos en elementos argumentales y no solo consecuencia de lo que está ocurriendo.
Las familias norteamericanas necesitan poco para demostrar en el cine que son felices. Viven en una casa enorme en el bosque, tienen un gran coche en el que van a la playa, un bote en el que navegan y aunque con sus más y sus menos suelen ser matrimonios bien avenidos entre sí y con sus hijos, incluso cuando son adolescentes. Una imagen que en Nosotros se rompe en mil pedazos cuando el hogar de los Wilson es asaltado durante la noche por cuatro personas que resultan ser físicamente iguales a ellos. Tras el shock que supone ver a los originales intimidados por los que parecen ser sus réplicas salvajes, Nosotros se fragmenta en cuatro relatos violentos en que cada miembro de la familia debe hacer frente por separado a su alter ego.
A la intriga de no saber a qué se debe lo que está sucediendo y la tensión de cómo se manifiesta, se une la angustia de no conocer qué le está ocurriendo a cada uno de nuestros protagonistas, si saldrán todos con vida de esta y se volverán a reunir. Pero la película no se queda ahí desarrollando el conflicto planteado mediante una sucesión de luchas y sustos, sino que su guión hace que el terror evolucione materializándose en nuevas y sobrecogedoras situaciones que nos mantienen el pulso cardíaco en cotas de alta aceleración. La lucha por la supervivencia se convierte en un enfrentamiento abierto con un mal del que solo se sabe qué apariencia tiene, pero ni idea de a qué razones responde ni qué objetivos tiene más allá de acabar con nuestros protagonistas.
Ese es el pulso que mantiene vigente en todo momento Peele y en el que se revela perfectamente capaz. Va más allá incluso de lo que hizo en Déjame salir, no limitándose a un espacio concreto para dejar claro a medida que avanza que en Nosotros no hay lugar en el que poder sentirse seguro. En lo que sí coincide con su anterior título es en recurrir, cuando tienes el miedo metido en el cuerpo y temiendo que pueda suceder cualquier cosa, a unos puntos de humor tan desconcertantes que casi te expulsan de la película. Aunque a posteriori te das cuenta de que sus chistes tienen una acidez y una ironía, así como un sentido oculto, que en un primer instante no habías percibido.
Un viaje de dos horas que te lleva muy lejos y en una dirección que no imaginabas, pero que no olvida su punto de partida, el estilo de vida afectivo y las posibilidades materiales de las familias estadounidenses de clase media. Un cuestión silente y siempre presente que alberga dentro de sí las respuestas que buscamos y que llegan en un final en el que Peele vuelve a dar otra vuelta de tuerca a la dimensión mental y espiritual de su historia para dejarnos aún más atónitos y sorprendidos de lo que ya lo estábamos.