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10 películas de 2022

Ficción española pegada a la realidad, animación estadounidense y títulos europeos que le cogen el pulso a la vida. Propuestas basadas en grandes guiones y plasmadas con variados estilos de narrativa audiovisual. Historias cotidianas y valientes, arriesgadas y disruptivas. Doce meses de muy buen cine.

«Apolo 10 1/2». Los estadounidenses llevan más de treinta años revisando lo sencillos e ingenuos que eran en los años 60 y lo colorido y fascinante que resultaba el “american way of life” en todo su esplendor. Aun así, todavía hay maneras de acercarse a aquel tiempo, identidad y vivencia de una manera original y diferente. Tal y como lo ha hecho Richard Linklater en esta cinta de animación.

«Alcarràs». Carla Simón profundiza en el estilo que ya mostró en “Verano 1993” convirtiendo lo cotidiano, el mimbre de lo que nos une, en lo que marca de principio a fin el contenido, el tono y la evolución de su película. Tras ello, una mirada tranquila y empática guiada por el punto en el que se encuentra lo anodino con lo íntimo y lo invisible con lo obvio, y un trabajo interpretativo en el que brillan todos y cada uno de sus intérpretes.

«Ennio: el maestro». Documental que aúna la admiración por su protagonista y el reconocimiento a su extraordinaria labor en pro del séptimo arte con la excelencia de su dirección y su capacidad de emocionar e implicar al espectador en su propuesta. Material de archivo y entrevistas que repasan, analizan y explican la trayectoria de un genio musical, las peculiaridades de su estilo y los logros con que tanto nos hizo gozar desde la gran pantalla.

«Cinco lobitos». El cine se convierte en un arte cuando una película resulta más que la suma de todos los elementos que la conforman. Eso es lo que ocurre con esta cinta que nos muestra los múltiples prismas de la maternidad y la versatilidad a la que se ven abocadas muchas mujeres como resultado de ésta. Un guión redondo, dos actrices soberbias -Laia Costa y Susi Sánchez- y una dirección tras la cámara sensible e inteligente.

«Vortex». Entras a la sala creyendo que vas a ser testigo de la ancianidad de una pareja, pero comienza la proyección y en lo que te adentras es en el abismo que se abre entre la necesidad de estructurar y comprender y la abstracción y la sinrazón en que consiste la demencia. Edición virtuosa y un guion concebido para llevar a su espectador al extremo de su resistencia psicológica.

«El acusado». El sentido común nos dice que el consentimiento no debiera tener matices legales ni morales, pero la realidad demuestra que sí que los tiene sociales y conductuales. Ahí es donde entra esta película que refleja sobriamente cómo influyen sobre esta cuestión filtros como las diferencias de clase y los modelos familiares. Grandes interpretaciones, un buen guion y una excelente dirección que acierta con su propuesta de atenerse a los hechos y revelar las múltiples paradojas que estos revelan.

«As bestas». Thriller en el que la coacción y la incertidumbre, la paz y la soledad, crean una atmósfera apabullante en la que conviven y se enfrentan lo mejor y lo peor del ser humano. Un guión en el que la tensión de sus silencios y la parquedad de sus personajes son multiplicados por una dirección que los funde con los ritmos, las posibilidades y las paradojas de la naturaleza.

«La maternal». Tras su buen hacer con “Las niñas”, Pilar Palomero suma ahora el de esta cinta en la que sigue fijándose en aquellos a quienes no escuchamos ni consideramos como debiéramos. Los que quedan fuera del sistema por su edad, su falta de recursos y su comportamiento. Personas que merecen la sensibilidad y la seriedad, la escucha y la guía con que ella les muestra en esta ficción en la que deslumbra la mirada, el gesto y el verbo de su protagonista, Carla Quílez.  

«Close». El gran premio del jurado de la última edición del Festival de Cannes se clava en el corazón de sus espectadores con la mirada limpia, el sentir inocente y la conciencia pura de sus protagonistas adolescentes. Una historia que expone con sinceridad, empatía y sensibilidad lo bonito y hermoso que es relacionarse y el poder e influencia que ejercemos sobre los demás, pero también los deberes y riesgos, las consecuencias y aprendizajes que esa vivencia conlleva.

«Mantícora». La sobriedad narrativa del guion de Carlos Vermut se complementa con la mirada aséptica de su dirección y el conjunto de buenas decisiones sobre las que se asienta. Un combo que se amplifica con la hipnótica presencia de Nacho Sánchez dando vida a lo humano y a lo inconcebible, así como a la lucha y a la convivencia dentro de sí entre ambas maneras de ser y estar en el mundo.

Mirada sensible y honesta sobre «La maternal»

Tras su buen hacer con “Las niñas”, Pilar Palomero suma ahora el de esta cinta en la que sigue fijándose en aquellos a quienes no escuchamos ni consideramos como debiéramos. Los que quedan fuera del sistema por su edad, su falta de recursos y su comportamiento. Personas que merecen la sensibilidad y la seriedad, la escucha y la guía con que ella les muestra en esta ficción en la que deslumbra la mirada, el gesto y el verbo de su protagonista, Carla Quílez.  

De aquellos barros… Carla muestra desinhibidamente su interés por el sexo. No respeta los límites. A excepción de su mejor amigo, socializar no es lo suyo. Su madre está más pendiente de sí misma que de ella… Estos lodos. Una revisión médica descubre que está embarazada. No queda otra que ingresar en un centro para adolescentes a las que la maternidad les da la vuelta. Otro revolcón más de la vida, pero esta vez sin posibilidad de rehuir las consecuencias y seguir escapando hacia delante, sin rumbo y sin mayor pretensión que la de sobrevivir. La metamorfosis temporal de su cuerpo y el tener que hacerse cargo de un recién nacido después cae sobre ellas como un manto que lo tapa todo. Coordenadas transformadoras que abren nuestras ventanas y oportunidades, pero que también tensionan y frustran.  

Un drama, mas también una situación muy humana en la que impera el asombro y la sorpresa, el desconocimiento y la incapacidad, la superación y el agotamiento. Pilar Palomero se sitúa de este lado, escribiendo una historia que sigue a sus protagonistas en su vivencia de situaciones y emociones nunca antes experimentadas o imaginadas. En ningún momento les impone circunstancias o realidades con las que facilitar la progresión de su guión o su materialización audiovisual. Su máxima es la de la credibilidad, y lo consigue sin caer nunca en lo testimonial o lo confesional, la recreación o lo documental.

La mirada de Palomero destila integridad y su narración sensibilidad, respeto y compromiso con la verdad, la hondura y la complejidad de lo que sienten ese grupo de chavalas que por circunstancias diversas -pero coincidentes en la falta de protección, cuidado y guía de sus mayores- han confluido en ese centro en el que los asistentes sociales les apoyan, a la par que les acotan el terreno. Cada una de esas chicas nació mucho antes de aparecer en la pantalla y siguen existiendo tras finalizar la proyección. Son auténticas en su construcción, espontáneas en su expresión y frescas en su comportamiento.

A su vez, la dirección de Pilar conforma un cuadro que no elude el difícil encaje de las muchas aristas de su situación. El papel de los padres, a los que no excusa, pero tampoco culpa. El de una sociedad en la que prima lo inmediato y lo rápido, el aquí y ahora sin considerar, evaluar o prever las derivadas. Y el perímetro de un sistema incompleto e imperfecto, aunque con profesionales comprometidos y capaces. Dos horas en las que ni siquiera nos planteamos si estamos dentro porque desde el primer fotograma quedamos atrapados por la versatilidad de Carla Quílez, intérprete novel hábil en su misión de aunar el torrente emocional de su personaje con la agresividad de sus exabruptos y la coraza de su debilidad. Súmese a ella la confrontación, el espejo y el paralelismo que muestra Ángela Cervantes como su madre.

La maternal es una película válida y buena por sí misma, gana puntos si se tiene en el recuerdo Las niñas, la anterior película de su directora y guionista porque demuestra su capacidad para entrar con cuidado, detallismo y objetividad en universos muy particulares sin necesidad de repetirse. El tiempo nos dirá si el díptico que ahora surge evoluciona en tríptico o si serán otros los temas y asuntos a los que dará forma con su creatividad.

10 películas de 2021

Cintas vistas a través de plataformas en streaming y otras en salas. Españolas, europeas y norteamericanas. Documentales y ficción al uso. Superhéroes que cierran etapa, mirada directa al fenómeno del terrorismo y personajes únicos en su fragilidad. Y un musical fantástico.

«Fragmentos de una mujer». El memorable trabajo de Vanessa Kirby hace que estemos ante una película que engancha sin saber muy bien qué está ocurriendo. Aunque visualmente peque de simbolismos y silencios demasiado estéticos, la dirección de Kornél Mundruczó resuelve con rigor un asunto tan delicado, íntimo y sensible como debe ser el tránsito de la ilusión de la maternidad al infinito dolor por lo que se truncó apenas se materializó.

«Collective». Doble candidata a los Oscar en las categorías de documental y mejor película en habla no inglesa, esta cinta rumana expone cómo los tentáculos de la podredumbre política inactivan los resortes y anulan los propósitos de un Estado de derecho. Una investigación periodística muy bien hilada y narrada que nos muestra el necesario papel del cuarto poder.

«Maixabel». Silencio absoluto en la sala al final de la película. Todo el público sobrecogido por la verdad, respeto e intimidad de lo que se les ha contado. Por la naturalidad con que su relato se construye desde lo más hondo de sus protagonistas y la delicadeza con que se mantiene en lo humano, sin caer en juicios ni dogmatismos. Un guión excelente, unas interpretaciones sublimes y una dirección inteligente y sobria.

«Sin tiempo para morir». La nueva entrega del agente 007 no defrauda. No ofrece nada nuevo, pero imprime aún más velocidad y ritmo a su nueva misión para mantenernos pegados a la pantalla. Guiños a antiguas aventuras y a la geopolítica actual en un guión que va de giro en giro hasta una recta final en que se relaja y llegan las sorpresas con las que se cierra la etapa del magnético Daniel Craig al frente de la saga.

«Quién lo impide». Documental riguroso en el que sus protagonistas marcan con sus intereses, forma de ser y preguntas los argumentos, ritmos y tonos del muy particular retrato adolescente que conforman. Jóvenes que no solo se exponen ante la cámara, sino que juegan también a ser ellos mismos ante ella haciendo que su relato sea tan auténtico y real, sencillo y complejo, como sus propias vidas.

«Traidores». Un documental que se retrotrae en el tiempo de la mano de sus protagonistas para transmitirnos no solo el recuerdo de su vivencia, sino también el análisis de lo transcurrido desde entonces, así como la explicación de su propia evolución. Reflexiones a cámara salpicadas por la experiencia de su realizador en un ejercicio con el que cerrar su propio círculo biográfico.

«tick, tick… Boom!» Nunca dejes de luchar por tu sueño. Sentencia que el creador de Rent debió escuchar una y mil veces a lo largo de su vida. Pero esta fue cruel con él. Le mató cuando tenía 35 años, el día antes del estreno de la producción que hizo que el mundo se fijara en él. Lin-Manuel Miranda le rinde tributo contándonos quién y cómo era a la par que expone cómo fraguó su anterior musical, obra hasta ahora desconocida para casi todos nosotros.

«La hija». Manuel Martín Cuenca demuestra una vez más que lo suyo es el manejo del tiempo. Recurso que con su sola presencia y extensión moldea atmósferas, personajes y acontecimientos. Elemento rotundo que con acierto y disciplina marca el ritmo del montaje, la progresión del guión y el tono de las interpretaciones. El resultado somos los espectadores pegados a la butaca intrigados, sorprendidos y angustiados por el buen hacer cinematográfico al que asistimos.

«El poder del perro». Jane Campion vuelve a demostrar que lo suyo es la interacción entre personajes de expresión agreste e interior hermético con paisajes que marcan su forma de ser a la par que les reflejan. Una cinta técnicamente perfecta y de una sobriedad narrativa tan árida que su enigma está en encontrar qué hay de invisible en su transparencia. Como centro y colofón de todo ello, las extraordinarias interpretaciones de todos sus actores.

«Fue la mano de Dios». Sorrentino se auto traslada al Nápoles de los años 80 para construir primero una égloga de la familia y una disección de la soledad después. Con un tono prudente, yendo de las atmósferas a los personajes, primando lo sensorial y emocional sobre lo narrativo. Lo cotidiano combinado con lo nuclear, lo que damos por sentado derrumbado por lo inesperado en una película alegre y derrochona, pero también tierna y dramática.

“Peachtree City” de Mario Obrero

De los extrarradios de Madrid a los de Atlanta. Una estancia de varios meses en la que un adolescente contrasta, combina y funde su bagaje vital e intelectual con las impresiones visuales y emocionales que le provocan el entorno, los hábitos y la cultura del consumismo y el costumbrismo norteamericano. Versos llenos de ternura, deseosos de mostrar cuanto conoce y ávidos por llegar a más en el arte de la expresión poética.

El 2 de agosto de 2019 Mario Obrero tomó en Madrid un avión con destino a Atlanta, su objetivo era realizar el primer curso de bachillerato en Peachtree City, una ciudad de treinta mil habitantes que no hace honor a su nombre ya que en ella no encontró melocotonero alguno. Una aventura que duró hasta que el covid-19 le hizo volver a España con los suyos, y en cuya cercanía cerró este poemario el 27 de marzo de 2020. Dos fechas que enmarcan las imágenes, las experiencias, asociaciones e imaginaciones que nos ofrece en esta colección de 24 poemas.

Un trabajo que asemeja el encuentro de dos visiones. De un lado la externa, las imágenes que recoge su retina, los símbolos norteamericanos (el himno, la bandera, las marcas comerciales) que ve repetidos y utilizados por doquier; los comportamientos que observa (de sus vecinos y compañeros de estudios) hasta dilucidar cuánto hay en ellos de costumbre y automatismo, y cuánto de disfraz social y de auténtica expresión individual. Del otro la interna, el filtro con el que mira e interpreta, los poetas que impregnan su mirada y su acercamiento. Y entre una y otra, las analogías y los contrastes entre su lugar de acogida y su entorno familiar a este lado del océano, en el que considera están las esencias de su identidad.

Argumentos sobre los que cimenta una expresión lírica intencionadamente estética. Busca la comunión entre los sentidos (olores, sabores, sonidos, roces y colores) y las emociones (la primera vez de muchas cosas), dejando a la razón el papel de los prejuicios y convencionalismos que causan que las relaciones tomen una u otra dirección. Un mundo propio en el que juega con los signos de puntuación y la fluidez de género para transmitir una sensación de libertad plena. Su intención no es enraizarse, comprometerse o reivindicarse, sino tomar conciencia de cuanto ocurre y dejarse impregnar sin más para continuar viviendo. Let it be and go with the flow.

Una sinceridad en la que Mario no tiene pudor en reconocer cuáles son los nombres que ha leído y que le inspiran, con los que aspira a dialogar con sencillez y humildad. De ahí su llamada al poder universal y a la imagen neoyorquina de Federico García Lorca. A la intensidad, el fulgor y la ansiedad de Arthur Rimbaud. O al sabor local de Rosalía de Castro, de aquello que no siempre se puede traducir y trasladar a otro lugar. Referentes a los que se acoge para demostrar que no trata de romper reglas ni de ir en contra de lo establecido. Mario tan solo quiere expresar de manera honesta quién y cómo es, qué ve y cómo lo siente, para compartir con nosotros que hay tantos mundos como experiencias del mismo.  

Mario Obrero, Peachtree City, 2021, Visor Libros.

«Quién lo impide», adolescencia en vivo

Documental riguroso en el que sus protagonistas marcan con sus intereses, forma de ser y preguntas los argumentos, ritmos y tonos del muy particular retrato adolescente que conforman. Jóvenes que no solo se exponen ante la cámara, sino que juegan también a ser ellos mismos ante ella haciendo que su relato sea tan auténtico y real, sencillo y complejo, como sus propias vidas.

Cuatro años de grabaciones con un mismo grupo de intérpretes suena a Boyhood (Richard Linklater, 2014) pero lo que Jonás Trueba concibió hace más de un lustro, rodó entre 2016 y 2020 y ha montado en los últimos meses no es solo una historia con la premisa de evidenciar el paso del tiempo en los cuerpos y los rostros de sus protagonistas menores de edad. Su intención es mostrar la manera continuada con que estos se relacionan entre sí y con el mundo en el que viven. Sus físicos son secundarios frente a la riqueza, el potencial y el incansable despliegue de sus pensamientos y sus intenciones, sus razones y sus motivaciones.

Lo que les conmueve, lo que rechazan y lo que quieren probar. Unas veces con motivaciones concretas y otras porque es lo que sienten que han de hacer, sin más, sin tener por qué. No será Trueba quien les diga el camino que han de recorrer y la realidad que han de fingir porque así lo dictamine el ego de su creatividad, lo demande el olfato comercial de un productor, la búsqueda de reputación de un festival o el interés caprichoso de un espectador.

El desarrollo argumental de Quién lo impide está enmarcado por una lógica cronológica, pero lo que verdaderamente la hace evolucionar y crecer es lo espiritual y lo emocional. Las vivencias, preguntas y respuestas que van surgiendo a lo largo del camino. Un recorrido en el que aparecen el amor, el sexo, la familia, la amistad, la creatividad, la política, las expectativas laborales o la abstracción del futuro. No con un fin necesariamente lógico, de encontrar causas y prever consecuencias, sino para reflejar lo que es la experiencia, crecer y convertirse en un individuo plenamente autónomo. El hecho de vivir en sí.

No intenta sintetizar una etapa vital, exponer un supuesto conflicto generacional o crear un fresco que sirva para definir la generalidad del colectivo entre los catorce y los dieciocho años. Se deja llevar por la fluidez de lo que expone, por el pensamiento, las ganas y el ímpetu de un grupo de jóvenes a los que no considera seres en transición, sino individuos con un aquí y ahora que escuchar sin prejuicios, entender sin afán etiquetador y con los que dialogar de igual a igual.

La frescura de su factura técnica, especialmente de su fotografía, resulta perfecta para sus intenciones. Transmite espontaneidad y sencillez, la verdad del presente que marca cada escena, secuencia y episodio de los varios en que se estructuran las tres horas y media de proyección. La sensación es que no hay un guión cerrado, sino unas coordenadas en las que su reparto es libre para hacer evolucionar la acción de la manera en que considere. Esto los lleva a mostrarse tal cual son, sin reglas predefinidas ni códigos establecidos. Una simbiosis perfecta entre personas y personajes que, a su vez, les convierte en cocreadores de esta película. Una experiencia en la que integran a sus espectadores, convirtiéndoles en testigos excepcionales de la esencia y la expresión de su intimidad y su identidad.

“Dirty dancing”, nostalgia adolescente

La película por la que siempre recordaremos a Patrick Swayze y Jennifer Grey vuelve a los cines tres décadas después de su estreno original. Las salas están faltas de novedades comerciales y el marketing pretende que la añoranza nos lleve a ellas. El señuelo es revivir cuanto disfrutamos con esta película cuando éramos adolescentes. El riesgo es constatar que ya no lo somos y que nuestros gustos han cambiado mucho más de lo que nos creemos.

La primera vez que escuché I’ve had the time of my life sentí estar viviendo una experiencia imposible de definir y describir. Aquella canción me hizo vibrar como solo las grandes canciones lo consiguen. Los vellos preadolescentes que comenzaban a asomarse en mis brazos y piernas como escarpias, la piel de gallina, deseaba saber inglés para ser la voz de esas notas, acordes y arreglos que me elevaban. Cuando sonaba en la radio o en televisión me paralizaba, había que aprovechar aquel instante único, ¡no sabía cuándo la volvería a escuchar! Era demasiado joven como para que me dejaran ir al cine solo y tampoco me llevaron, con lo que no vi Dirty Dancing hasta unos años más tarde en televisión. Esa noche deseé que mi siguiente verano fuera rebelde y sin adultos, bailando y sin obligaciones y, puestos a soñar, practicando pasos de baile con Patrick Swayze.

Recuerdo comprar la banda sonora con uno de mis primeros sueldos, cuando elegías bien el álbum con el que querías hacerte porque seleccionar uno implicaba no escuchar otros. Me gustaron mucho, muchísimo, todos los temas, no solo el que ganó el Oscar. En particular Love is strange que me evocaba la escena en la que sonaba, Johny y Baby derrochando sensualidad y sexualidad con sus miradas y movimientos mientras ensayan su coreografía. Aún hoy la sigo escuchando, aunque ya no recurro al cd (quedó guardado en alguna caja y esta a su vez olvidada en algún rincón), sino a Spotify o a YouTube. No recuerdo cuándo exactamente, pero volví a ver la película, quizás en alguna plataforma de streaming y mi recuerdo se esfumó.

Me resultó ñoña y edulcorada, exudando un romanticismo de carpeta de instituto, prototípica del conservadurismo, la corrección y los cardados con kilos de laca de la sociedad norteamericana de los 80 del siglo XX. Personajes construidos a base de tópicos, lineales y con escasos matices, algunos resultaban más caricaturas que realidades. Aunque he de reconocer que salvo de esta quema las secuencias que comparten Patrick y Jeniffer.

A él por su presencia, a ella por su mirada, y a los dos por la química que transmiten cuando bailan juntos, aunque la leyenda negra que estos días vuelve a revivir y que nadie acierta a señalar cuándo ni cómo comenzó dice que se llevaban fatal y que el rodaje fue un infierno. Probables trucos de publicistas para conseguir promoción extra, puede que recursos banales de medios de comunicación para rellenar páginas y minutos de sus programas tanto ahora como cuando se estrenó en 1987 (en EE.UU., a España llegaría el 24 de junio de 1988).

A los que la tacharon de atrevida y moderna por una de sus tramas, les digo que fue pacata y nada disruptora. El aborto era un asunto de actualidad como resultado de la postura en contra de la administración Reagan -de la misma manera que en nuestro país por la oposición de la Iglesia y de buena parte de la sociedad a la ley que lo despenalizó en 1985- y Hollywood siempre ha sabido servirse de la actualidad para atraer nuestra atención y vender más entradas. Y en esta ocasión vendió muchas, la 20th Century Fox invirtió seis millones de dólares en su producción y acabó consiguiendo con ella más de 213.

Está claro que una película como mejor se ve y se disfruta es en pantalla grande, pero el paso del tiempo no es solo cruel con las personas, también lo puede ser con el séptimo arte por mucha remasterización digital que se le aplique a sus obras si la producción no tenía la suficiente calidad o si no estuvo dotada de los mimbres de la atemporalidad, algo que no se sabe hasta que éste transcurre. Dirty Dancing fue un producto de su época y lo más probable es que si la volvemos a ver a oscuras, sentados en una butaca acompañados de decenas de desconocidos y con un cubo de palomitas entre las manos nos demos cuenta no solo de que sigue siendo una cinta adolescente, sino de que nosotros ya no lo somos.  

10 novelas de 2020

Publicadas este año y en décadas anteriores, ganadoras de premios y seguro que candidatas a próximos galardones. Historias de búsquedas y sobre la memoria histórica. Diálogos familiares y continuaciones de sagas. Intimidades epistolares y miradas amables sobre la cotidianidad y el anonimato…

“No entres dócilmente en esa noche quieta” de Rodrigo Menéndez Salmón. Matar al padre y resucitarlo para enterrarlo en paz. Un sincero, profundo y doloroso ejercicio freudiano con el que un hijo pone en negro sobre blanco los muchos grises de la relación con su progenitor. Un logrado y preciso esfuerzo prosaico con el que su autor se explora a sí mismo con detenimiento, observa con detalle el reflejo que le devuelve el espejo y afronta el diálogo que surge entre los dos.

“El diario de Edith” de Patricia Highsmith. Un retrato de la insatisfacción personal, social y política que se escondía tras la sonrisa y la fotogenia de la feliz América de mediados del siglo XX. Mientras Kennedy, Lyndon B. Johnson y Nixon hacían de las suyas en Vietnam y en Sudamérica, sus ciudadanos vivían en la bipolaridad de la imagen de las buenas costumbres y la realidad interior de la desafección personal, familiar y social.

“Mis padres” de Hervé Guibert. Hay escritores a los imaginamos frente a la página en blanco como si estuvieran en el diván de un psicólogo. Algo así es lo que provoca esta sucesión de momentos de la vida de su autor, como si se tratara de una serie fotográfica que recoge acontecimientos, pensamientos y sensaciones teniendo a sus progenitores como hilo conductor, pero también como excusa y medio para mostrarse, interrogarse y dejarse llevar sin convenciones ni límites literarios ni sociales.

“Como la sombra que se va” de Antonio Muñoz Molina. Los diez días que James Earl Gray pasó en Lisboa en junio de 1968 tras asesinar a Martin Luther King nos sirven para seguir una doble ruta. Adentrarnos en la biografía de un hombre que caminó por la vida sin rumbo y conocer la relación entre Muñoz Molina y esta ciudad desde su primera visita en enero de 1987 buscando inspiración literaria. Caminos que enlaza con extraordinaria sensibilidad y emoción con otros como el del movimiento de los derechos civiles en EE.UU. o el de su propia maduración y evolución personal.

“La madre de Frankenstein” de Almudena Grandes. El quinto de los “Episodios de una guerra interminable” quizás sea el menos histórico de todos los publicados hasta ahora, pero no por eso es menos retrato de la España dibujada en sus páginas. Personajes sólidos y muy bien construidos en una narrativa profunda en su recorrido y rica en detalles y matices, en la que todo cuanto incluye y expone su autora constituye pieza fundamental de un universo literario tan excitante como estimulante.

«El otro barrio» de Elvira Lindo. Una pequeña historia que alberga todo un universo sociológico. Un relato preciso que revela cómo lo cotidiano puede esconder realidades, a priori, inimaginables. Una narración sensible, centrada en la brújula emocional y relacional de sus personajes, pero que cuida los detalles que les definen y les circunscriben al tiempo y espacio en que viven.

“pequeñas mujeres rojas” de Marta Sanz. Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

“Un amor” de Sara Mesa. Una redacción sosegada y tranquila con la que reconocer los estados del alma y el cuerpo en el proceso de situarse, conocerse y comunicarse con un entorno que, aparentemente, se muestra tal cual es. Una prosa angustiosa y turbada cuando la imagen percibida no es la sentida y la realidad da la vuelta a cuanto se consideraba establecido. De por medio, la autoestima y la dignidad, así como el reto que supone seguir conociéndonos y aceptándonos cada día.

“84, Charing Cross Road” de Helene Hanff. Intercambio epistolar lleno de autenticidad y honestidad. Veinte años de cartas entre una lectora neoyorquina y sus libreros londinenses que muestran la pasión por los libros de sus remitentes y retratan la evolución de los dos países durante las décadas de los 50 y los 60. Una pequeña obra maestra resultado de la humildad y humanidad que destila desde su primer saludo hasta su última despedida.

“Los chicos de la Nickel” de Colson Whitehead. El racismo tiene muchas manifestaciones. Los actos y las palabras que sufren las personas discriminadas. Las coordenadas de vida en que estos les enmarcan. Las secuelas físicas y psíquicas que les causan. La ganadora del Premio Pulitzer de 2020 es una novela austera, dura y coherente. Motivada por la exigencia de justicia, libertad y paz y la necesidad de practicar y apostar por la memoria histórica como medio para ser una sociedad verdaderamente democrática.

"El otro barrio" de Elvira Lindo

Una pequeña historia que alberga todo un universo sociológico. Un relato preciso que revela cómo lo cotidiano puede esconder realidades, a priori, inimaginables. Una narración sensible, centrada en la brújula emocional y relacional de sus personajes, pero que cuida los detalles que les definen y les circunscriben al tiempo y espacio en que viven.

Los barrios residenciales de las grandes ciudades, aquellos en los que vive la gente humilde, la que no tiene más que lo justo para llegar a final de mes, suelen pasar completamente desapercibidos. Suburbios que sabemos que existen, pero desde fuera se les contempla como lugares ajenos, no importa quién ni por qué se establece en ellos, qué tipo de vida siguen ni qué aspiraciones tienen. Vallecas es uno de esos distritos, tan grande o más que muchas capitales de provincia y a donde, durante décadas, llegaron muchos buscando una oportunidad con la que labrarse un futuro digno.

Cuando Elvira Lindo publicó El otro barrio en 1998 esto era aún más evidente, tal y como transmiten sus páginas. De un lado el costumbrismo y la tradición representados por los mayores, por unos hábitos que les conectaban con la ruralidad de la que muchos procedían, por su manera conservadora de pensar y su proceder consecuente. Y por el otro la modernidad y la adaptación a los nuevos tiempos de sus descendientes, de una juventud que quería conocer, aprender y experimentar, que ya no se conformaba con lo que le había tocado.

Esa es la atmósfera en la que creció el adolescente Ramón Fortuna, el joven que comienza apocado esta novela y que por capricho de las carambolas del destino se ve envuelto en unos acontecimientos que harán que su vida no vuelva a ser la misma. Un punto de inflexión del que Lindo se sirve para ahondar tras la superficie de esa identidad que nos arrojamos o nos imponen para sentir que pertenecemos, a una familia primero y a una comunidad más amplia después. Una realidad aparentemente espontánea, pero también una elaborada construcción tras las que nos refugiamos, o de la que deseamos huir, por miedo a mostrarnos tal y como somos cuando no cumplimos el canon dispuesto por las normas sociales y los referentes que no nos atrevemos a poner en duda.

Esa verdad no dicha, no mostrada o no compartida es la que la creadora de Manolito Gafotas va poco a poco, y con sumo tacto, mostrando. Respetando el ritmo de los acontecimientos que hace que sus personajes descubran lo que no imaginaban, los paréntesis que se toman para asumir lo conocido y las pausas que necesitan para integrar lo descubierto o lo que ya no pueden simular ignorar por más tiempo. Y en el caso de Ramón, en el marco de una edad en que no se cuenta con el prisma adecuado para observar, evaluar y medir lo que está ocurriendo. Lo infantil ya quedó atrás y aunque se está en el camino de la adultez, la responsabilidad que esta implica aun resulta demasiado grande y abrumadora.

Líneas rojas y estrechas sobre la que discurre El otro barrio, pero manteniéndose firme en un trazado salpicado de referencias cinematográficas y literarias en el que su autora integra con solvencia los conflictos personales de cada una de las personas que habitan este microcosmos y desarrollando hábilmente las tramas aisladas, paralelas y cruzadas a que dan pie.

El otro barrio, Elvira Lindo, 1998, Seix Barral.

“Mis padres” de Hervé Guibert

Hay escritores a los imaginamos frente a la página en blanco como si estuvieran en el diván de un psicólogo. Algo así es lo que provoca esta sucesión de momentos de la vida de su autor, como si se tratara de una serie fotográfica que recoge acontecimientos, pensamientos y sensaciones teniendo a sus progenitores como hilo conductor, pero también como excusa y medio para mostrarse, interrogarse y dejarse llevar sin convenciones ni límites literarios ni sociales.

Escuché por primera vez el nombre de Hervé Guibert hace ahora un año. Un amigo me recomendó visitar la exposición de sus fotografías que acogía la Fundación Loewe en el marco de PhotoEspaña. Acudí a la Gran Vía y no solo vi confirmado lo que él me había transmitido, sino que me quedé con la honda impresión de que en aquellas imágenes había mucho más de lo que se veía. Todavía hoy me ronda la certeza de que todas y cada una de aquellas instantáneas tienen tras de sí una hondura narrativa, emocional y visceral que confluían en el momento en que Guibert hacía click con su cámara, pero que venía de lejos y que continuaría mucho más allá. Al menos hasta el 27 de diciembre de 1991, el día en que murió por esa maldición de los 80 que fue el sida.

El pasado febrero Cabaret Voltaire editó en castellano este título que Hervé publicó en 1986, cuando contaba con 30 años. Los astros se alineaban y me daban la oportunidad de adentrarme en esas coordenadas por las que sentía curiosidad desde meses atrás. El resultado ha sido extrañamente placentero, con un punto perturbador, pero la conclusión es que ahora tengo más ganas de conocer a Guibert. Pena que no existan las máquinas del tiempo.

Fundamentalmente por lo que consigue con este conjunto de pequeños episodios en los que recoge instantes, encuentros y anécdotas en los que refleja cómo creció y se fue formando como individuo, hasta independizarse, en el contexto de una familia tan peculiar y anodina como cualquier otra. Renegando y odiando a los que le engendraron, pero también amándolos y agradeciéndoles que le hubieran dado la vida.

Un recorrido cronológico que comienza antes de que él llegara al mundo y que, con el prisma de qué hizo que sus padres se convirtieran en pareja, continúa con los recuerdos de infancia. Un inicio narrativo formado por una recopilación de triángulos de convivencia familiar, hechos que le marcaron por lo que tuvieron de trascendente o de descubrimiento, y sensaciones que perduran. La etapa adolescente resulta más poética, lírica, producto del torrente emocional ligado al impulso y las experiencias sexuales, el descubrimiento del teatro y de su posicionamiento individual en el mundo, en una simbiosis de distanciamiento natural de los suyos y un muy particular complejo de Edipo combinado con su impudorosa homosexualidad.

El relato final, el adulto, parece estar planteado como algo desatado, anacrónico y primario, pero tras esa escritura automática, surrealista y onírica, se esconde un mar de fondo que cuadra el círculo y completa los 360 grados de su exterioridad. Demuestra que tras esa aparente traca final de impulsos, hay un proyecto, una visión y un objetivo, una persona que se muestra, un discurso que se expone sin figuras retóricas y un universo tan bizarro y similar a cualquier otro al que nos invita abriéndonos las puertas de par en par.  

Mis padres, Hervé Guibert, 2020, Cabaret Voltaire.

10 novelas de 2018

Títulos publicados tanto a lo largo de los últimos meses como en años anteriores. Autores españoles y residentes en EE.UU. Recuerdos de la infancia, frescos históricos, crónicas sobre el amor y el desamor y denuncias de la injusticia y la desigualdad.

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«V y V. Violación y venganza» de Pilar Bellver. Con la estructura y el desarrollo tranquilo y de amplio alcance de los clásicos de la literatura del XIX a los que hace referencia, uniéndole una profunda exposición de sus personajes protagonistas a través de unos diálogos –conversados, redactados a mano o tecleados como e-mail- escritos de manera maestra. La historia de dos hermanas de apellido noble a lo largo de un tiempo –desde la pequeña España de los 80 hasta el mundo global del s. XXI- bajo el eterno freno y la pesada sombra del siempre omnipresente yugo invisible del heteropatriarcado.

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«Sol poniente» de Antonio Fontana. Volver la mirada a la Málaga de cuando se era niño para dejar aflorar los recuerdos de aquellos años en que se forjó nuestra identidad. Un ejercicio de intimidad en el que las palabras son el medio para llegar a las sensaciones que se quedaron grabadas en la piel, las verdaderas protagonistas de esta delicada novela. Un relato auténtico, que desprende nostalgia con simpatía y buen humor pero sin añoranzas sentimentales, celebrando que somos el resultado de quienes fuimos y de cuanto nos aconteció.

SolPoniente

«Las tres bodas de Manolita» de Almudena Grandes. Con su habitual saber hacer literario, Grandes desarrolla una serie de tramas en las que los acontecimientos históricos se combinan a la perfección con los dramas personales de sus protagonistas. El tercer episodio de su saga sobre el conflicto interminable que fue la Guerra Civil es una novela que nos permite conocer cómo era la vida de aquellos que intentaron mantener la ilusión a pesar de haber sido derrotados por el fascismo y continuar torturados por el franquismo.

LasTresBodasDeManolita

“El invitado amargo” de Vicente Molina Foix y Luis Cremades. El recuerdo del amor vivido visto con la perspectiva de las tres décadas transcurridas desde entonces. Del ímpetu, el desconocimiento y la experimentación de los que se inician como adultos al reposo, la retirada y el balance de los ya instalados en la madurez. Un intercambio folletinesco con dos voces narradoras, capítulos escritos por separado que enfrentan y complementan dos puntos de vista sobre un enamoramiento difuso y una relación que nunca terminó de cuajar pero que tampoco llegó a disolverse.

ElInvitadoAmargo

“Llámame por tu nombre” de André Aciman. Una lograda expresión del deseo y la pasión a los diecisiete años. Una narración obsesiva que quiere entender lo que está sucediendo, anárquica en su búsqueda de palabras con las que expresarse, desesperada por convertirlas en hechos que hagan que las emociones individuales se conviertan en sensaciones compartidas. Una historia guiada por el latido del corazón y el impulso de la libido de sus protagonistas.

LlamamePorTuNombre

“Un incendio invisible” de Sara Mesa. La bancarrota y hecatombe de Detroit le inspiran a Sara Mesa una historia sobre una ciudad apocalíptica en la que no quedan más que personas abandonadas o sin lugar al que ir. Una urbe en la que todo lo que conforma nuestro modelo de bienestar alcanza tal nivel de degradación que peligra hasta la convivencia y el carácter humano de las personas. Una inteligente y sugerente ficción que juega con logrado acierto a exponer, sin enjuiciar, la deriva moral de lo que está relatando.

UnIncendioInvisible

“Lecciones de abstinencia” de Tom Perrotta. A caballo entre la sátira y un despiadado realismo, esta novela muestra el control que el fundamentalismo religioso pretende tener de todo individuo convirtiendo su vida privada -el sexo, el consumo o los hábitos lúdicos- en un continuo campo de batalla. Un sarcástico retrato de la clase media estadounidense y de la decadencia de su modelo de sociedad, de su falta de cohesión, de sus endebles valores y de su falta de rumbo.

LeccionesDeAbstinencia

“Middlesex” de Jeffrey Eugenides. Varias buenas novelas en una única y genial. Un muy bien guiado recorrido por el mundo global que va de los conflictos entre Turquía y Grecia tras la I Guerra Mundial al Berlín posterior a la reunificación alemana pasando por el EE.UU. acogedor de miles de refugiados en los años 30 hasta la extensión del movimiento hippie en los 70. Dentro de él una saga familiar que aúna a la perfección lo antropológico y lo sociológico con lo vivencial y lo emocional. Y también un relato valiente, pedagógico, sensible y acertado sobre la verdad y la realidad de la intersexualidad.

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“Honrarás a tu padre” de Gay Talese. Excelente crónica publicada en 1971, entre la ficción literaria y la objetividad periodística, sobre la evolución de la Mafia en la ciudad de Nueva York –y sus ramificaciones en otras partes de EE.UU.- en la que las influencias y las luchas de poder se combinan con la vida personal y familiar de Bill Bonanno. Un sobresaliente retrato de las raíces, las motivaciones y los fines de aquellos que hacían de la ilegalidad –cuando no, la criminalidad- las coordenadas en las que desarrollaban sus trayectorias vitales.

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“Haz memoria” de Gema Nieto. La historia de tres generaciones de mujeres que es también la no contada de muchas familias de nuestro país. De un tiempo aun convulso que pide volver a él para calmar los asuntos pendientes, para darle luz a aquellos pasajes vividos a escondidas y después condenados al olvido. Una sentencia de negación que anuló el futuro de los que sobrevivieron y lastró a sus descendientes.

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