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10 montajes teatrales de 2020

El teatro es como ese navegante que, cueste lo que cueste, siempre se mantiene a flote. Te hace reír, llorar y pensar. Te abstrae, te incomoda y te sacude. Te saca de tus coordenadas y te arroja a las vicisitudes de mundos que ignoras, esquivas o desconoces. Te aporta y te da vida, te engrandece.  

«Prostitución». De la comedia cabaretera a la verdad del teatro documento y la exposición de la denuncia política. Un recorrido por historias, testimonios y situaciones que hemos escuchado, leído, comentado y banalizado muchas veces.

«Carmiña». Tras «Emilia» (Pardo Bazán) y «Gloria» (Fuertes), la tercera entrega de la Mujeres que se atreven de Noelia Adánez en el Teatro del Barrio puso el foco en otra gran escritora, Carmen Martín Gaite. Un personaje tan solvente como los anteriores, respetando su carácter único y dándole una solvente entidad dramática.

«Los días felices». Un texto que se esconde dentro de sí mismo. Una puesta en escena retadora tanto para los que trabajan sobre el escenario como para los que observan su labor desde el patio de butacas. Un director inteligente, que se adentra virtuosamente en la complejidad, y una actriz soberbia que se crece y encumbra en el audaz absurdo de Samuel Beckett.

«Curva España». El muy peculiar humor gallego de Chévere. Un particular “si hay que ir se va” que les sirve para elucubrar, imaginar y ficcionar la Historia (con mayúsculas) para dar con las claves que explican y ejemplifican muchas de nuestras incompetencias y miserias.

«Traición». Israel Elejalde convierte la construcción literaria y psicológica entre el silencio, los monosílabos, las interjecciones y las frases hechas de Harold Pinter en un sólido montaje con buenas dosis de amor y humor, pero también de corrosión y dolor.

«Con lo bien que estábamos». Qué arte, qué lujo y despiporre el de la Ferretería Esteban. Un espectáculo que suma esperpento, absurdez y espíritu clown. La atemporalidad de la tradición, de los clichés, los recursos y los guiños que si se manejan bien siguen funcionando.

«El chico de la última fila». Multitud de capas y prismas tan bien planteados como entrecruzados en una propuesta que juega a la literatura como argumento y como coordenadas de vida, como guía espiritual y como faro alumbrador de situaciones, personajes y aspiraciones.

«Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero». La muerte es una etapa más, la última de la materialidad, sí, pero también la del paso a la definitiva espiritualidad, que en el caso del que se va no se sabe en qué consiste, pero para el que se queda adquiere denominaciones como legado, recuerdo, homenaje y honramiento.

«Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra». Activismo feminista y ecologista, dramaturgia, plasticidad, danza, crítica social y notas de humor en un montaje que va del costumbrismo al existencialismo en una historia que recorre nuestras tres últimas décadas.

«Macbeth». La obra maestra de William Shakespeare sintetizada en una versión que pone el foco en la personalidad y las motivaciones de sus personajes. Dos horas de función clavado en la butaca, sin aliento, ensimismado, seducido e hipnotizado por un elenco dotado para la palabra y la presencia.

“Con lo bien que estábamos” y lo mucho que nos reímos

Qué arte, qué lujo y despiporre el de la Ferretería Esteban. Un espectáculo que suma esperpento, absurdez y espíritu clown. La atemporalidad de la tradición, de los clichés, los recursos y los guiños que si se manejan bien siguen funcionando. Jorge Usón magnífico. Carmen Barrantes espléndida. Qué percal, qué presencia y qué voz las suyas. De la comedia al drama y de ahí al musical. Y José Troncoso, demostrando una vez más su capacidad para convertir el costumbrismo en ironía, humor y socarronería.

Lo maño, lo español, lo autóctono y lo popular como ingredientes de una fiesta y un jolgorio en el que lo narrativo y lo espiritual nos hacen reír de manera continua, sin tregua, sin descanso. Cuando no es por lo que se dice, es por cómo se dice, o por cómo gesticulan y se mueven Jorge y Carmen. Pareja compenetrada, complementarios, cómplices, articulados para ser siempre dos sin dejar de ser cada uno de ellos. Modernos a la par que vintage. Evocadores de Lina Morgan, Gracita Morales, Paco Martínez Soria, Rosa María Sardá, Chiquito de la Calzada y otros muchos siendo también auténticos. Recogiendo su esencia, tics, gags y chascarrillos e incluyéndolos en sus propias ocurrencias, ideas, capacidades y expresividades para embarcarnos en algo conjunto.

Un viaje en el que tanto ellos, tripulantes de cabina, como nosotros, viajeros ávidos de nuevas experiencias, confluimos entregándonos completamente y retroalimentándonos hasta hacer de la Ferretería Esteban un lugar mágico, un establecimiento en el que no se recuerda cómo se entró pero del que sabes que no quieres salir. ¿Quién querría dejar un lugar en el que siente que hasta lo más absurdo, nimio e intrascendente puede convertirse en motivo de chanza, en sonrisa dibujada y risa compartida? ¿Para qué vamos al teatro sino para sentirnos abstraídos, transportados y convertidos en aquello que no somos o quisiéramos ser? Usón y Barrantes nos hacen felices durante hora y cuarto. ¿Se puede pedir más?

Troncoso es el mago con muchos trucos tras ellos. El prestidigitador escénico que decide con precisión puntillista dónde se ilumina y cuándo ha de sonar la música. El antropólogo que -como en Las princesas del Pacífico o Lo nunca visto– destila lo que prejuiciosamente tachamos de común, plano y anodino y nos muestra la autenticidad y el valor de su humanidad. El escritor que ha concebido este matrimonio ferretero que permanece a esa especie de profesionales, ciudadanos y vecinos a los que la globalización, la modernización y la tecnificación ha engullido hasta casi no dejar rastro de ellos. El director que cual abrillantador de diamantes convierte a Jorge y Carmen en ese matrimonio bien avenido, peculiar y particular que son Esteban y Marigel.

Un hombre y una mujer, un marido y una esposa aparentemente grises, plúmbeos, pero que llevados por la senda de la sorpresa y la imaginación despliegan registros que les convierten en seres oníricos y alucinados, en cantantes que hasta bailan dando el do de pecho, en humoristas que provocan, escandalizan y encandilan. Con lo bien que estábamos no es solo el título de esta función, es también la interjección que vendrá a nuestra mente cada vez que recordemos cómo nos sentimos viéndola y viviéndola.

Con lo bien que estábamos, en el Teatro Español (Madrid).

10 textos teatrales de 2019

Títulos clásicos y actuales, títulos que ya forman parte de la historia de la literatura y primeras ediciones, originales en inglés, español, noruego y ruso, libretos que he visto representadas y otros que espero llegar a ver interpretados sobre un escenario.

«¿Quién teme a Virginia Woolf?» de Edward Albee. Amor, alcohol, inteligencia, egoísmo y un cinismo sin fin en una obra que disecciona tanto lo que une a los matrimonios aparentemente consolidados como a los aún jóvenes. Una crueldad animal y sin límites que elimina pudores y valores racionales en las relaciones cruzadas que se establecen entre sus cuatro personajes. Un texto que cuenta como pocas veces hemos leído cómo puede ser ese terreno que escondemos bajo las etiquetas de privacidad e intimidad.

«Un enemigo del pueblo» de Henrik Ibsen. “El hombre más fuerte es el que está más solo”, ¿cierto o no? Lo que en el siglo XIX escandinavo se redactaba como sentencia, hoy daría pie a un encendido debate. Leída en las coordenadas de democracia representativa y de libertad de prensa y expresión en las que habitamos desde hace décadas, la obra escrita por Ibsen sobre el enfrentamiento de un hombre con la sociedad en la que vive tiene muchos matices que siguen siendo actuales. Una vigencia que junto a su extraordinaria estructura, ritmo, personajes y diálogos hace de este texto una obra maestra que releer una y otra vez.

“La gaviota” de Antón Chéjov. El inconformismo vital, amoroso, creativo y artístico personificado en una serie de personajes con relaciones destinadas –por imperativo biológico, laboral o afectivo- a ser duraderas, pero que nunca les satisfacen plenamente. Cuatro actos en los que la perfecta exposición y desarrollo de este drama existencial se articulan con una fina y suave ironía que tiene mucho de crítica social y de reflexión sobre la superficialidad de la burguesía de su tiempo.

«La zapatera prodigiosa» de Federico García Lorca. Entre las múltiples lecturas que se pueden aplicar a esta obra me quedo con dos. Disfrutar sin más de la simpatía, el desparpajo y la emotividad de su historia. Y profundizar en su subtexto para poner de relieve la desigual realidad social que hombres y mujeres vivían en la España rural de principios del siglo XX. Eso sí, ambas quedan unidas por la habilidad de su autor para demostrar la profundidad emocional y la belleza que puede llegar a tener y causar la transmisión oral de lo cotidiano.

«La chunga» de Mario Vargas Llosa. La realidad está a mitad de camino entre lo que sucedió y lo que cuentan que pasó, entre la verdad que nadie sabe y la fantasía alimentada por un entorno que no tiene nada que ofrecer a los que lo habitan. Una desidia vital que se manifiesta en diálogos abruptos y secos en los que los hombres se diferencian de los animales por su capacidad de disfrutar ejerciendo la violencia sobre las mujeres. Mientras tanto, estas se debaten entre renunciar a ellos para mantener la dignidad o prestarse a su juego cosificándose hasta las últimas consecuencias.

“American buffalo” de David Mamet. Sin más elementos que un único escenario, dos momentos del día y tres personajes, David Mamet crea una tensión en la que queda perfectamente expuesto a qué puede dar pie nuestro vacío vital cuando la falta de posibilidades, el silencio del entorno y la soledad interior nos hacen sentir que no hay esperanza de progreso ni de futuro.

“The real thing” de Tom Stoppard. Un endiablado juego entre la ficción y la realidad, utilizando la figura de la obra dentro de la obra, y la divergencia del lenguaje como medio de expresión o como recurso estético. Puntos de vista diferentes y proyecciones entre personajes dibujadas con absoluta maestría y diálogos llenos de ironía sobre los derechos y los deberes de una relación de pareja, así como sobre los límites de la libertad individual.

“Tales from Hollywood” de Christopher Hampton. Cuando el nazismo convirtió a Europa en un lugar peligroso para buena parte de su población, grandes figuras literarias como Thomas Mann o Bertold Brecht emigraron a un Hollywood en el que la industria cinematográfica y la sociedad americana no les recibió con los brazos tan abiertos como se nos ha contado. Christopher Hampton nos traslada cómo fueron aquellos años convulsos y complicados a través de unos personajes brillantemente trazados, unas tramas perfectamente diseñadas y unos diálogos maestros.

“Los Gondra” y “Los otros Gondra” de Borja Ortiz de Gondra. Gondra al cubo en un volumen que reúne dos de los montajes teatrales que más me han agitado interiormente en los últimos años. Una excelente escritura que combina con suma delicadeza la construcción de una sólida y compleja estructura dramática con la sensible exposición de dos temas tan sensibles -aquí imbricados entre sí- como son el peso de la herencia, la tradición y el deber familiar con el dolor, el silencio y el vacío generados por el terrorismo.

“This was a man” de Noël Coward. En 1926 esta obra fue prohibida en Reino Unido por la escandalosa transparencia con que hablaba sobre la infidelidad, las parejas abiertas y la libertad sexual de hombres y mujeres. Una trama sencilla cuyo propósito es abrir el debate sobre en qué debe basarse una relación amorosa. Diálogos claros y directos con un toque ácido y crítico con la alta sociedad de su tiempo que recuerdan a autores anteriores como Oscar Wilde o George B. Shaw.

10 novelas de 2019

Autores que ya conocía y otros que he descubierto, narraciones actuales y otras con varias décadas a sus espaldas, relatos imaginados y autoficción, miradas al pasado, retratos sociales y críticas al presente.

“Juegos de niños” de Tom Perrotta. La vida es una mierda. Esa es la máxima que comparten los habitantes de una pequeña localidad residencial norteamericana tras la corrección de sus gestos y la cordialidad de sus relaciones sociales, la supuesta estabilidad de sus relaciones de pareja y su ejemplar equilibrio entre la vida profesional y la personal. Un panorama relatado con una acidez absoluta, exponiendo sin concesión alguna todo aquello de lo que nos avergonzamos, pero en base a lo que actuamos. Lo primario y visceral, lo egoísta y lo injusto, así como lo que va más allá de lo legal y lo ético.

“Serotonina” de Michel Houellebecq. Doscientas ochenta y ocho páginas sin ganas de vivir, deseando ponerle fin a una biografía con posibilidades que no se han aprovechado, a un balance burgués sin aspecto positivo alguno, a un legado vacío y sin herederos. Pudor cero, misoginia a raudales, límites inexistentes y una voraz crítica contra el modo de vida y el sistema de valores occidental que representan tanto el estado como la sociedad francesa.

«Los pacientes del Doctor García» de Almudena Grandes. La cuarta entrega de los “Episodios de una guerra interminable” hace aún más real el título de la serie. La Historia no son solo las versiones oficiales, también lo son esas otras visiones aún por conocer en profundidad para llegar a la verdad. Su autora le da voz a algunos de los que nunca se han sentido escuchados en esta apasionante aventura en la que logra lo que solo los grandes son capaces de conseguir. Seguir haciendo crecer el alcance y el pulso de este fantástico conjunto de novelas a mitad de camino entre la realidad y la ficción.

“Golpéate el corazón” de Amélie Nothomb. Una fábula sobre las relaciones materno filiales y las consecuencias que puede tener la negación de la primera de ejercer sus funciones. Una historia contada de manera directa, sin rodeos, adornos ni excesos, solo hechos, datos y acción. 37 años de una biografía recogidas en 150 páginas que nos demuestran que la vida es circular y que nuestro destino está en buena medida marcado por nuestro sistema familiar.

«Sánchez” de Esther García Llovet. La noche del 9 al 10 de agosto hecha novela y Madrid convertida en el escenario y el aire de su ficción. Una atmósfera espesa, anclada al hormigón y el asfalto de su topografía, enfangada por un sopor estival que hace que las palabras sean las justas en una narración precisa que visibiliza esa dimensión social -a caballo entre lo convencional y lo sórdido, lo público y lo ignorado- sobre la que solo reparamos cuando la necesitamos.

“Apegos feroces” de Vivian Gornick. Más que unas memorias, un abrirse en canal. Un relato que va más allá de los acontecimientos para extraer de ellos lo que de verdad importa. Las sensaciones y emociones de cada momento y mostrar a través de ellas como se fue formando la personalidad de Vivian y su manera de relacionarse con el mundo. Una lectura con la que su autora no pretende entretener o agradar, sino desnudar su intimidad y revelarse con total transparencia.

“Las madres no” de Katixa Agirre. La tensión de un thriller -la muerte de dos bebés por su madre- combinada con la reflexión en torno a la experiencia y la vivencia de la maternidad por parte de una mujer que intenta compaginar esta faceta en la que es primeriza con otros planos de su persona -esposa, trabajadora, escritora…-. Una historia en la que el deseo por comprender al otro -aquel que es capaz de matar a sus hijos- es también un medio con el que conocerse y entenderse a uno mismo.

“Dicen” de Susana Sánchez Aríns. El horror del pasado no se apagará mientras los descendientes de aquellos que fueron represaliados, torturados y asesinados no sepan qué les ocurrió realmente a los suyos. Una incertidumbre generada por los breves retazos de información oral, el páramo documental y el silencio administrativo cómplice con que en nuestro país se trata mucho de lo que tiene que ver con lo que ocurrió a partir del 18 de julio de 1936.

“El hombre de hojalata” de Sarah Winmann. Los girasoles de Van Gogh son más que un motivo recurrente en esta novela. Son ese instante, la inspiración y el referente con que se fijan en la memoria esos momentos únicos que definimos bajo el término de felicidad. Instantes aislados, pero que articulan la vida de los personajes de una historia que va y viene en el tiempo para desvelarnos por qué y cómo somos quienes somos.

«El último encuentro» de Sándor Márai. Una síntesis sobre los múltiples elementos, factores y vivencias que conforman el sentido, el valor y los objetivos de la amistad. Una novela con una enriquecedora prosa y un ritmo sosegado que crece y gana profundidad a medida que avanza con determinación y decisión hacia su desenlace final. Un relato sobre las uniones y las distancias entre el hoy y el ayer de hace varias décadas.

«It´s only a play» de Terrence McNally

Los nervios del estreno de una obra de teatro no se acaban cuando sube el telón y comienza la representación, se incrementan cuando este baja y se inicia la cuenta atrás para la lectura del último elemento del espectáculo, las críticas. Un tiempo indeterminado que en esta obra ambientada en el Nueva York de 1982 se combina con una fiesta llena de famosos y un equipo artístico de los nervios que viven momentos tan absurdos como divertidos.

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Hoy en día podemos saber por las redes sociales la aceptación que ha tenido una función nada más apagarse las luces, permitiendo así que el público participe de la promoción de la obra que ha ido a ver. Pero hace tres décadas los medios de comunicación ostentaban este papel como si se tratase de un monopolio. Un poder que ejercían con extrema dureza, lo que dijera The New York Times sobre cualquier estreno en Broadway quedaba grabado a fuego en la mente de sus lectores, presionando incluso para que el título referenciado –según se cuenta en It´s only a play– pudiera ser retirado de la cartelera.

El autor de historias profundamente emocionales como The Lisbon Traviata, Frankie y Johnny o Mothers & Sons adopta en esta ocasión un registro diferente y, seguro que partiendo de sus propias vivencias, nos cuenta a modo de sátira, casi ópera bufa, cómo se viven esos minutos esperando a que llegue la sentencia capaz de determinar el éxito o el fracaso, tanto creativo como comercial, de la obra en la que un número indeterminado de personas han depositado su dinero así como sus esperanzas, sueños, ilusiones e, incluso, utopías.

Fuera de escena queda la fiesta a la que acuden famosos como Lauren Bacall o Shirley McLaine o el elenco de los grandes éxitos de la Gran Manzana del momento como La cage aux folles o The iceman cometh, A los que sí que vemos son al director del estreno del día, The Golden egg, así como a su productora, a la actriz protagonista, al dramaturgo y a su mejor amigo llegado desde Los Ángeles y para quien estaba concebido el papel del protagonista masculino que él rechazó.

Todos juntos en un único escenario con varios teléfonos que suenan indistintamente y dos puertas. Una que da acceso a un cuarto de baño con un perro ladrando y en el que se llegan a oír disparos, y otra por la que entran las novedades, tanto las publicadas por los periódicos, como las de la locura festiva del piso inferior. Un camarote de los hermanos Marx convertido en una olla a presión esperando el veredicto de los medios. Un estado de nervios que no todos gestionan con la debida calma y que da pie a estallidos de divismo e histrionismo, a desatar inseguridades, a hacer sangrar viejas heridas personales, a echar pestes sobre Hollywood o minusvalorar el trabajo actoral en otros medios como las series de televisión.

Un cruce de de excesos y grandilocuencias verbales, de egos y neurosis, de todo tipo al que se une un crítico que quiere ser testigo desde dentro de lo que su poder de influencia puede ocasionar y una taxista que trae la publicación que todos esperan leer. Entre unos y otros, entre la realidad que se hace de rogar, los artistas (Barbra Streisand, Meryl Streep) y autores (David Mamet, Arthur Miller, Eugene O’Neill, García Lorca o John Guare) que se mencionan y los imprevistos que añaden las peculiaridades personalidades y las distintas profesiones de semejante conjunto, no hay un segundo de silencio ni un instante de reposo.

Podría parecer que este texto de Terrence McNally es solo apto para la gente del gremio teatral, pero estoy seguro que asistir a su representación con un elenco como el que lo llevó a escena en Nueva York en 2015 (F. Murray Abraham, Matthew Broderick, Stockard Channing y Nathan Lane, entre otros) debe ser algo maravilloso.

It´s only a play, Terrence McNally, 1982, Dramatist Play Service.

“La gaviota” de Antón Chéjov

El inconformismo vital, amoroso, creativo y artístico personificado en una serie de personajes con relaciones destinadas –por imperativo biológico, laboral o afectivo- a ser duraderas, pero que nunca les satisfacen plenamente. Cuatro actos en los que la perfecta exposición y desarrollo de este drama existencial se articulan con una fina y suave ironía que tiene mucho de crítica social y de reflexión sobre la superficialidad de la burguesía de su tiempo.

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Quejarnos de cuanto nos acontece y nos rodea, pero sin responsabilizarnos de ello ni trabajar decididamente por cambiarlo es algo inherente a casi todo ser humano. Se nos da mucho mejor manejar el imperativo con los demás que el condicional con nosotros mismos. Y cuando nos decidimos a introducirnos en nuestro interior, nos enredamos en las generalidades de los conceptos haciendo de ellos algo etéreo con lo que evitamos –por ineptitud o por falta de valor- llegar a donde verdaderamente queremos o necesitamos hacerlo.

Esto es lo que le sucede a los miembros de esta combinación de grupo y familia unida por lazos sanguíneos, afectivos, vecinales y laborales. Irina y Kostia son madre e hijo, ella es una exitosa actriz y él un joven adolescente aspirante a escritor. Una unión de opuestos, ella conservadora, defensora de los exitosos textos que representa, y él deseoso de innovar, cambiar, revolucionar los cánones literarios, tanto en su forma como en su fondo. Pero ambos, cada uno en su plano, incapaces de relacionarse con plenitud tanto entre sí como con su entorno, ella por su ego, él por su impericia para dar respuesta a sus dilemas personales.

Un conflicto central en torno al cual se articulan el resto de dramas y personajes. La pareja de ella, Trigorin, y la musa de él, Nana. Dos complementos con los que Chéjov resaltaba en 1896 la manera nada sana en que vivimos el afecto, entre la insatisfacción y el miedo a la soledad, y la pasión cuando esta viene acompañada de irreflexión e insensatez.  Y como segundo círculo de secundarios, entre otros, el anfitrión, hermano de Irina y tío de Kostia, Sordin, un hombre mayor que no deja de manifestar su descontento con su pasado ahora que por su edad ve acercarse su final; y frente a él otro caballero de madurez similar, el doctor que le atiende, que no sabemos si ha tenido mejor vida pero que sí manifiesta bienestar ante esa misma tesitura.

Así es como esa residencia rural a apenas un par de horas de tren de Moscú en la Rusia zarista de finales del siglo XIX resulta ser, a pesar de la tranquilidad de su entorno y su localización paradisíaca, una olla a presión sobre la naturaleza humana. Un drama que se ríe también de sus protagonistas, de sus caprichos, de sus nulidades afectivas y vanalidades existenciales y hasta de su racanería y egoísmo material.

Un pequeño universo a través del cual Chéjov reflexiona sobre las aspiraciones del ser humano. De su necesidad de comunión con sus coordenadas vitales y de su deseo de trascendencia, ya sea entregándose a otro y siendo correspondido en esa vivencia que llamamos amor, o mediante la creación artística –en su caso, la literaria- con la que hacer a la generalidad del público, y por extensión a toda la especie humana, consciente de dimensiones y posibilidades interiores hasta ahora desconocidas.

La gaviota, Anton Chéjov, 1896, Alianza Editorial.

“Juegos de niños” de Tom Perrotta

La vida es una mierda. Esa es la máxima que comparten los habitantes de una pequeña localidad residencial norteamericana tras la corrección de sus gestos y la cordialidad de sus relaciones sociales, la supuesta estabilidad de sus relaciones de pareja y su ejemplar equilibrio entre la vida profesional y la personal. Un panorama relatado con una acidez absoluta, exponiendo sin concesión alguna todo aquello de lo que nos avergonzamos, pero en base a lo que actuamos. Lo primario y visceral, lo egoísta y lo injusto, así como lo que va más allá de lo legal y lo ético.

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El futuro ya está aquí y con él no ha llegado nada de lo que esperabas. Más bien todo lo contrario. Da igual si no estás dispuesto a ser sincero o si te falta el valor para reconocerlo, ya se encarga Tom Perrotta de lanzarte a la cara tu propia vida. Tus amarguras, inseguridades, miedos e incapacidades. Las opciones son hundirte y deprimirte o regodearte en tu propia miseria echándole un poco de humor.

Tú decides. El opta por lo segundo, pero sin obviar lo primero, que tus circunstancias no te satisfacen lo más mínimo, aunque en ello haya mucho de victimismo por tu parte. Y tanto lo uno como lo otro lo muestra muy bien, apuntando al blanco de la clase media norteamericana, disparando con precisión sobre su estilo de vida y dando de lleno en sus mediocridades e hipocresías.

En el parque de una ciudad residencial del noreste de EE.UU. confluyen amas de casa de rígidos principios conservadores –más como contención de sus frustraciones que por una convicción real- al cuidado de sus hijos y un padre que ha intercambiado con su esposa el rol de cuidador, dejando que sea ella la que trabaje para mantener a la familia. Un lugar en el que tienen como vecinos a personajes tan variopintos como un expresidiario condenado por exhibicionismo ante menores o un policía retirado por haber matado a un joven negro indefenso. En el que la vida comunitaria gira en torno a las creencias que simular en la iglesia, el cuerpo que mostrar en la piscina o el poder adquisitivo que demostrar en el centro comercial. Actitudes con las que esconder la falta de aptitudes para haber alcanzado las coordenadas de éxito deportivo, logros profesionales, felicidad conyugal o satisfacción sexual que se soñaban en los años de instituto.

Hasta que un día surge la oportunidad de materializar el impulso de ser fiel a ti mismo y de actuar tal y como te dicta tu cabeza y te marca tu corazón con el refrendo de tus instintos más bajos. De enmendarle la plana al presente, haciendo morir de envidia a todos aquellos a los que saludan ofreciéndose recíprocamente una falsa amistad y deshaciéndose de ese o esa con el que se comprometieron por inercia, más que por un sentimiento real.  Y si el día a día en esta comunidad artificial era ya un despiporre para el lector de Juegos de niños, en ese momento coge una velocidad de crucero digna de las más grandes borracheras narrativas de sarcasmo, ironía y humor negro. Podría parecer que es mala leche, pero no, no es más que esa realidad, esa verdad, ese tú que te niegas a ver y afrontar.

Y si no has tenido bastante con esta novela o quieres más de Tom Perrotta, ahora ponte a (re)leer Lecciones de abstinencia.

Juegos de niños, de Tom Perrota, 2007, Ediciones Salamandra.

“El abanico de Lady Windermere” de Oscar Wilde

El genio del teatro británico más esteta que nunca, deleitándose en el uso del lenguaje y enfrentando a sus personajes con conflictos entre hombres y mujeres y solteros y casados. Diálogos inteligentemente ligeros que destilan un humor ácido lleno de sarcasmo y revelan una corrosiva crítica de la alta burguesía londinense de finales del siglo XIX.

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Cualquier estado es a la vez su contrario en el juego de las apariencias. Oscar Wilde lo sabía muy bien y por eso no duda en plantear que la felicidad es el paso previo a la infelicidad. Quizás por una cuestión absurda de eso que llamamos karma, quizás también porque somos incapaces de disfrutar de lo que tenemos y somos –tanto en el terreno material como en el plano espiritual- en nuestra vida presente. Llegamos a ser ridículos, estúpidos incluso vistos desde fuera, estableciendo prejuicios con los que disculpar nuestras (auto) limitaciones e incapacidades con el único fin de sentirnos dueños y señores del pequeño mundo que es el entorno en que vivimos.

Pero cuidado, que esta no es una obra dramática o pesimista. Es un texto del autor de Un marido ideal, lo que implica un humor corrosivo y una ironía sinfín con la que se disfruta enormemente. Un continuo en el que el que se mantiene inicialmente al margen se ve después rodeado por un torrente satírico que no deja títere con cabeza. Así le ocurre a esa joven casada que juzga a las que considera mujeres de feas costumbres y peores intenciones hasta que por azar del destino se ve en una posición en la que ella misma se ve sentenciada de igual manera. O a su marido, que se inicia como una persona permisiva, liberal y de mentalidad abierta y a quien sentir su reputación afectada le revela como un hombre incrédulo y moralista.

En el entretanto, una realidad que poco a poco deja de ser transparente para convertirse en un espejo alegoría de la justicia que posteriormente revierte para, ya con la lección ética aprendida, devolver el equilibrio formal y emocional a su entorno. Unas horas en la vida social de un grupo de gente adinerada que parecen vivir únicamente de lo lúdico y no tener más actividad que múltiples compromisos sociales.

Un panorama de hombres y mujeres vestidos elegantemente, de formalidad cuando ambos sexos están en la misma habitación y solo sincero cuando los hombres están con los hombres y las mujeres con las mujeres. Relaciones a través de diálogos ligeros tras cuya impostura se esconde una banalidad que dice mucho sobre las diferencias de clases, la debilidad de la educación recibida y la falta de conexión con el mundo real. Intercambios verbales plagados de cinismos que destilan una tramposa pero también inteligente ambigüedad que no tiene mayor fin que el de deleitar.

Wilde no busca profundidad intelectual o plantear debates humanísticos o sociológicos, su único fin es impactar. Hoy en día este fin nos agrada, pero es de suponer que cuando se estrenó en 1892, El abanico de Lady Windermere no solo sorprendiera, sino que escandalizara incluso.

«El sexo de los ángeles» y el exceso de Terenci Moix

La leyenda dice que en la Barcelona de finales de la década de los 60 tuvo lugar una eclosión literaria que rompió las reglas y tradiciones del régimen y dio lugar a un movimiento no solo cultural y social, sino también político e identitario. Con ese mar de fondo, Terenci Moix escribió con su extraordinario verbo, fina pluma y ácido espíritu una ficción –excesiva, inconmensurable, casi indigesta- en torno a un misterioso escritor que le sirve para poner patas arriba a la industria editorial y no dejar títere con cabeza en el repaso de los personajes que la pueblan.

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Lleonard Pler era rubio, aunque hay quien le recuerda como moreno. Para unos era apuesto, elegante y formal, otros dicen que exhibicionista, carnal y provocador. Su fallecimiento ha sido el paso que necesitaba para convertirse en un mito, justo lo contrario que le hubiera pasado de haber seguido viviendo, según los más críticos con su figura que le consideraban indigno de la atención y el reconocimiento que habían hecho de él el icono de la Barcelona literaria del cambio de década. Adorado por las mujeres y venerado por los hombres, deseado por las heterosexuales y suspirado por los homosexuales. Él se dejaba querer y se acercaba a todos, provocando calor, envidias y comentarios de todo tipo, no dejando a nadie indiferente.

Pudiera ser que Pler fuera un alter ego de Terenci o una recreación de sus más diversas fantasías (literarias, eróticas, sexuales,…), pero en cualquier caso es mucho más que eso. Es el epítome de un tiempo y un lugar, una ciudad y un momento de totum revolutum y una efervescencia de pasado gris, presente colorido y futuro psicodélico en el que la ciudad Condal -y por extensión, Cataluña- estaba empeñada en encontrar su sitio político, social y cultural en el mundo. Viéndose lejos de la gris y rancia Madrid, admirando la modernidad y atrevimiento de Londres y sintiéndose hermana de referentes estéticos y espirituales como Venecia.

Y a todo esto, ¿cuál es entonces El sexo de los ángeles? ¿Qué hace que lo que leamos sea literatura o un libro sin más? ¿Qué hace de un escritor un artista, un creador, o un simple trabajador de la palabra? ¿Por qué los hay que se ganan la vida con ello, siendo admirados por el público y alabados por la crítica y otros que a pesar de ser buenos no pasan de pobres y muertos de hambre? ¿De qué lado estaba Lleonard? ¿Y por qué? ¿Dónde acababa la persona y comenzaba el personaje?

Preguntas, cuestiones, interrogantes, adivinanzas y dilemas a lo largo de 550 páginas que se sienten como callejones sin salida, carreteras sin dirección o claustrofóbicas composiciones visuales de Escher, de las que sales para volver a entrar una y otra vez. Metáforas socorridas para definir una narrativa que se hace apabullante por su falta de señales que te indiquen cuál es el retrato que se está construyendo. Su lectura es como el símbolo del infinito, una elipse que vuelve una y otra vez al punto de inicio, convertida en un bucle de verborrea que a la par que irónica y sarcástica resulta casi demente por su abigarrada saturación, excesiva intensidad e hipérbole continua. Eso que fue su seña de identidad en títulos como Garras de astracán, Chulas y famosas o Venus Bonaparte, aquí, querido Terenci Moix que estás en los cielos, se te fue de las manos.