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«La masa enfurecida» de Douglas Murray

“Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura” analiza la manera en que el discurso público de los activismos homosexual, feminista, racial y transexual se ha ido supuestamente de madre, hasta el punto de que los colectivos que dicen defenderlos actúan con la misma intolerancia que aquellos a los que critican. ¿Es así? Un correcto punto de partida, pero un desarrollo el que su autor cae en las mismas simplificaciones que aquellos a los que acusa.

Habrá quien esté de acuerdo y quién no y ambas respuestas encontrarán mil y un ejemplos con los que argumentar su punto de vista. La cuestión doble, como en todo debate, es cuán representativo es el ruido que escuchamos de uno y otro lado, y dónde está el punto medio en el que reconocer lo que hemos progresado y al tiempo asumir lo que nos queda por recorrer para ser una sociedad verdaderamente igualitaria y respetuosa con su diversidad. Interrogantes a las que se podrían añadir otras como en qué medida este debate supone una evolución o una exacerbación del comportamiento de nuestra sociedad; cuáles son las coordenadas, el tono y los puntos de vista en torno a los cuales se ha de desarrollar y cómo se puede reconducir lo que se esté alejando peligrosamente de los lugares de encuentro.

A los que no seguimos la actualidad social, mediática y académica con la exhaustividad y minuciosidad que exige tener una opinión crítica formada, nos faltan estas propuestas en el análisis -entre sociológico y político- de Douglas Murray. Más que una hipótesis argumentada y contrastada hasta llegar a una tesis, su exposición resulta una teoría edificada a base de casos concretos -aunque no por ello despreciables- que no permiten saber cuán frecuentes y significativos son, haciendo de la suya una exposición cercana a la manera en que supuestamente lo hacen aquellos a los que señala.

Su planteamiento es acertado, quedan prejuicios, mitos y falsedades que eliminar y corregir para que la igualdad sea una realidad, y cuanto más cerca estamos de ella más nos damos cuenta de los detalles que aún quedan por reconducir, muchos de ellos subjetividades tan establecidas que se han hecho sistémicas. Cuestiones que antes, con una visión macro, resultaban secundarias, pero ahora, producto de ser las protagonistas, son convertidas por el primer plano con el que son tratadas en la máxima representación de asuntos que quizás debieran ser gestionados con una perspectiva, al contrario de como se hace, más pedagógica que política. Más aún cuando se combina este enfoque con el reduccionismo populista y el ánimo polarizador de nuestro tiempo, a lo que se suman métodos cercanos al totalitarismo como la censura, la práctica de la cancelación o el secretismo de los algoritmos, aprovechando el sobredimensionamiento y la visceralidad que fomentan y transmiten a una velocidad inusitada las redes sociales.

Sin embargo, Murray no va más allá de señalar estos excesos, lo que hace que su exposición caiga en la retórica de la sátira, la hipérbole y la repetición, si proponer cómo reconducirla. Se echa en falta que la contraste con la visión de agentes que sí actúen como él cree que debiera hacerse y al no hacerlo, surge la duda de si realmente tiene una propuesta -más allá de la generalidad liberal de dejar que las cosas encuentren por sí mismas su cauce o hacer de la debilidad, oportunidad, y no seña de identidad- con la que conseguir el propósito de que llegue el día en que nuestras diferencias externas (como el sexo, la orientación sexual, la identidad de género o el color de piel) dejen de ser algo que nos califique, separe y jerarquice.

La masa enfurecida, Douglas Murray, 2020, Ediciones Península.  

10 ensayos de 2021

Reflexión, análisis y testimonio. Sobre el modo en que vivimos hoy en día, los procesos creativos de algunos autores y la conformación del panorama político y social. Premios Nobel, autores consagrados e historiadores reconocidos por todos. Títulos recientes y clásicos del pensamiento.

“La sociedad de la transparencia” de Byung-Chul Han. ¿Somos conscientes de lo que implica este principio de actuación tanto en la esfera pública como en la privada? ¿Estamos dispuestos a asumirlo? ¿Cuáles son sus beneficios y sus riesgos?  ¿Debe tener unos límites? ¿Hemos alcanzado ya ese estadio y no somos conscientes de ello? Este breve, claro y bien expuesto ensayo disecciona nuestro actual modelo de sociedad intentando dar respuesta a estas y a otras interrogantes que debiéramos plantearnos cada día.

“Cultura, culturas y Constitución” de Jesús Prieto de Pedro. Sea como nombre o como adjetivo, en singular o en plural, este término aparece hasta catorce veces en la redacción de nuestra Carta Magna. ¿Qué significado tiene y qué hay tras cada una de esas menciones? ¿Qué papel ocupa en la Ley Fundamental de nuestro Estado de Derecho? Este bien fundamentado ensayo jurídico ayuda a entenderlo gracias a la claridad expositiva y relacional de su análisis.

“Voces de Chernóbil” de Svetlana Alexévich. El previo, el durante y las terribles consecuencias de lo que sucedió aquella madrugada del 26 de abril de 1986 ha sido analizado desde múltiples puntos de vista. Pero la mayoría de esos informes no han considerado a los millares de personas anónimas que vivían en la zona afectada, a los que trabajaron sin descanso para mitigar los efectos de la explosión. Individuos, familias y vecinos engañados, manipulados y amenazados por un sistema ideológico, político y militar que decidió que no existían.

«De qué hablo cuando hablo de correr» de Haruki Murakami. “Escritor (y corredor)” es lo que le gustaría a Murakami que dijera su epitafio cuando llegue el momento de yacer bajo él. Le definiría muy bien. Su talento para la literatura está más que demostrado en sus muchos títulos, sus logros en la segunda dedicación quedan reflejados en este. Un excelente ejercicio de reflexión en el que expone cómo escritura y deporte marcan tanto su personalidad como su biografía, dándole a ambas sentido y coherencia.

“¿Qué es la política?” de Hannah Arendt. Pregunta de tan amplio enfoque como de difícil respuesta, pero siempre presente. Por eso no está de más volver a las reflexiones y planteamientos de esta famosa pensadora, redactadas a mediados del s. XX tras el horror que había vivido el mundo como resultado de la megalomanía de unos pocos, el totalitarismo del que se valieron para imponer sus ideales y la destrucción generada por las aplicaciones bélicas del desarrollo tecnológico.

“Identidad” de Francis Fukuyama. Polarización, populismo, extremismo y nacionalismo son algunos de los términos habituales que escuchamos desde hace tiempo cuando observamos la actualidad política. Sobre todo si nos adentramos en las coordenadas mediáticas y digitales que parecen haberse convertido en el ágora de lo público en detrimento de los lugares tradicionales. Tras todo ello, la necesidad de reivindicarse ensalzando una identidad más frentista que definitoria con fines dudosamente democráticos.

“El ocaso de la democracia” de Anne Applebaum. La Historia no es una narración lineal como habíamos creído. Es más, puede incluso repetirse como parece que estamos viviendo. ¿Qué ha hecho que después del horror bélico de décadas atrás volvamos a escuchar discursos similares a los que precedieron a aquel desastre? Este ensayo acude a la psicología, a la constatación de la complacencia institucional y a las evidencias de manipulación orquestada para darnos respuesta.

“Guerra y paz en el siglo XXI” de Eric Hobsbawm. Nueve breves ensayos y transcripciones de conferencias datados entre los años 2000 y 2006 en los que este historiador explica cómo la transformación que el mundo inició en 1989 con la caída del muro de Berlín y la posterior desintegración de la URSS no estaba dando lugar a los resultados esperados. Una mirada atrás que demuestra -constatando lo sucedido desde entonces- que hay pensadores que son capaces de dilucidar, argumentar y exponer hacia dónde vamos.

“La muerte del artista” de William Deresiewicz. Los escritores, músicos, pintores y cineastas también tienen que llegar a final de mes. Pero las circunstancias actuales no se lo ponen nada fácil. La mayor parte de la sociedad da por hecho el casi todo gratis que han traído internet, las redes sociales y la piratería. Los estudios universitarios adolecen de estar coordinados con la realidad que se encontrarán los que decidan formarse en este sistema. Y qué decir del coste de la vida en las ciudades en que bulle la escena artística.

«Algo va mal» de Tony Judt. Han pasado diez años desde que leyéramos por primera vez este análisis de la realidad social, política y económica del mundo occidental. Un diagnóstico certero de la desigualdad generada por tres décadas de un imperante y arrollador neoliberalismo y una silente y desorientada socialdemocracia. Una redacción inteligente, profunda y argumentada que advirtió sobre lo que estaba ocurriendo y dio en el blanco con sus posibles consecuencias.

10 películas de 2021

Cintas vistas a través de plataformas en streaming y otras en salas. Españolas, europeas y norteamericanas. Documentales y ficción al uso. Superhéroes que cierran etapa, mirada directa al fenómeno del terrorismo y personajes únicos en su fragilidad. Y un musical fantástico.

«Fragmentos de una mujer». El memorable trabajo de Vanessa Kirby hace que estemos ante una película que engancha sin saber muy bien qué está ocurriendo. Aunque visualmente peque de simbolismos y silencios demasiado estéticos, la dirección de Kornél Mundruczó resuelve con rigor un asunto tan delicado, íntimo y sensible como debe ser el tránsito de la ilusión de la maternidad al infinito dolor por lo que se truncó apenas se materializó.

«Collective». Doble candidata a los Oscar en las categorías de documental y mejor película en habla no inglesa, esta cinta rumana expone cómo los tentáculos de la podredumbre política inactivan los resortes y anulan los propósitos de un Estado de derecho. Una investigación periodística muy bien hilada y narrada que nos muestra el necesario papel del cuarto poder.

«Maixabel». Silencio absoluto en la sala al final de la película. Todo el público sobrecogido por la verdad, respeto e intimidad de lo que se les ha contado. Por la naturalidad con que su relato se construye desde lo más hondo de sus protagonistas y la delicadeza con que se mantiene en lo humano, sin caer en juicios ni dogmatismos. Un guión excelente, unas interpretaciones sublimes y una dirección inteligente y sobria.

«Sin tiempo para morir». La nueva entrega del agente 007 no defrauda. No ofrece nada nuevo, pero imprime aún más velocidad y ritmo a su nueva misión para mantenernos pegados a la pantalla. Guiños a antiguas aventuras y a la geopolítica actual en un guión que va de giro en giro hasta una recta final en que se relaja y llegan las sorpresas con las que se cierra la etapa del magnético Daniel Craig al frente de la saga.

«Quién lo impide». Documental riguroso en el que sus protagonistas marcan con sus intereses, forma de ser y preguntas los argumentos, ritmos y tonos del muy particular retrato adolescente que conforman. Jóvenes que no solo se exponen ante la cámara, sino que juegan también a ser ellos mismos ante ella haciendo que su relato sea tan auténtico y real, sencillo y complejo, como sus propias vidas.

«Traidores». Un documental que se retrotrae en el tiempo de la mano de sus protagonistas para transmitirnos no solo el recuerdo de su vivencia, sino también el análisis de lo transcurrido desde entonces, así como la explicación de su propia evolución. Reflexiones a cámara salpicadas por la experiencia de su realizador en un ejercicio con el que cerrar su propio círculo biográfico.

«tick, tick… Boom!» Nunca dejes de luchar por tu sueño. Sentencia que el creador de Rent debió escuchar una y mil veces a lo largo de su vida. Pero esta fue cruel con él. Le mató cuando tenía 35 años, el día antes del estreno de la producción que hizo que el mundo se fijara en él. Lin-Manuel Miranda le rinde tributo contándonos quién y cómo era a la par que expone cómo fraguó su anterior musical, obra hasta ahora desconocida para casi todos nosotros.

«La hija». Manuel Martín Cuenca demuestra una vez más que lo suyo es el manejo del tiempo. Recurso que con su sola presencia y extensión moldea atmósferas, personajes y acontecimientos. Elemento rotundo que con acierto y disciplina marca el ritmo del montaje, la progresión del guión y el tono de las interpretaciones. El resultado somos los espectadores pegados a la butaca intrigados, sorprendidos y angustiados por el buen hacer cinematográfico al que asistimos.

«El poder del perro». Jane Campion vuelve a demostrar que lo suyo es la interacción entre personajes de expresión agreste e interior hermético con paisajes que marcan su forma de ser a la par que les reflejan. Una cinta técnicamente perfecta y de una sobriedad narrativa tan árida que su enigma está en encontrar qué hay de invisible en su transparencia. Como centro y colofón de todo ello, las extraordinarias interpretaciones de todos sus actores.

«Fue la mano de Dios». Sorrentino se auto traslada al Nápoles de los años 80 para construir primero una égloga de la familia y una disección de la soledad después. Con un tono prudente, yendo de las atmósferas a los personajes, primando lo sensorial y emocional sobre lo narrativo. Lo cotidiano combinado con lo nuclear, lo que damos por sentado derrumbado por lo inesperado en una película alegre y derrochona, pero también tierna y dramática.

«Collective», la corrupción mata

Doble candidata a los Oscar en las categorías de documental y mejor película en habla no inglesa, esta cinta rumana expone cómo los tentáculos de la podredumbre política inactivan los resortes y anulan los propósitos de un Estado de derecho. Una investigación periodística muy bien hilada y narrada que nos muestra el necesario papel del cuarto poder.

Hay diversas maneras de concebir un documental. Una puede ser combinando hemeroteca con entrevistas y recreación de los momentos más representativos a tiro pasado. Otra es seguir a los protagonistas cámara en mano a la manera de un Gran hermano y después editar. Los responsables de Collective optaron por la segunda al considerar desde el primer momento que tenían entre las manos una historia importante y merecedora de ser conocida. Así es como construyeron este ejemplo práctico de cómo se inicia y desarrolla de manera sólida y eficaz una investigación periodística al compás de la actualidad informativa y la evolución de los acontecimientos.

El 30 de octubre de 2015 murieron 27 personas en el incendio de Colective, una sala de conciertos de Bucarest. Un horror prolongado en las semanas siguientes por el fallecimiento de casi cuarenta más en distintos hospitales, aparentemente como resultado de las quemaduras sufridas. El instinto periodístico y su compromiso deontológico, así como su conocimiento de la realidad política, económica y social de su país hizo sentir a los redactores de Gazeta Sporturilor que tras las rotundas afirmaciones de las autoridades de máximos esfuerzos e inmejorable calidad de la asistencia sanitaria prestada por el sistema público rumano, se ocultaba una realidad tan atroz como la cruel mentira tras la que esta se parapetaba.

Su investigación nace con una hipótesis que surge por no ver respondidos sus interrogantes. ¿Qué hizo que muriera tanta gente? ¿Cómo eran tratados clínicamente? ¿Por qué no se les derivó a otros lugares? A partir de ahí la búsqueda de pruebas y, tras constatar las enormes diferencias entre lo que estas muestran y la versión oficial, chequear lo establecido por los procedimientos técnicos, las normativas legales y la opinión de los responsables políticos. Así es como se va desvelando un enjambre de mentiras, manipulaciones y engaños, irregularidades, sobornos y malversaciones que van más más allá de una situación o unas coordenadas, están completamente imbricados en las raíces del Estado rumano.  

La narración de Alexander Nanau va de hito en hito, exponiendo las informaciones conseguidas y el modo en que se obtienen, así como el eco y los movimientos a favor y en contra que provoca su difusión pública. Aunque centrado en la objetividad de las bases del periodismo (qué, quién, cuándo, dónde y por qué), Collective da también cabida a las emociones resultado del descubrimiento y el conocimiento de lo injusto, lo incoherente y lo inconcebible. De igual manera, tampoco se olvida de los afectados, pero les mantiene en un respetuoso segundo plano nada sensacionalista con lo que vivieron.

La buena factura del mejor documental europeo del año 2020 es que su propuesta no se acaba en su último fotograma, sino que incita a la reflexión y al debate. ¿ Cómo es posible que los seres humanos lleguemos a ser tan inhumanos? ¿Cómo se compaginan ética, moral y legalidad? ¿Resistirá el periodismo las presiones de los poderes ocultos? ¿Podría suceder algo así en nuestro país? ¿Cómo actuaríamos?

“La sociedad de la transparencia” de Byung-Chul Han

¿Somos conscientes de lo que implica este principio de actuación tanto en la esfera pública como en la privada? ¿Estamos dispuestos a asumirlo? ¿Cuáles son sus beneficios y sus riesgos?  ¿Debe tener unos límites? ¿Hemos alcanzado ya ese estadio y no somos conscientes de ello? Este breve, claro y bien expuesto ensayo disecciona nuestro actual modelo de sociedad intentando dar respuesta a estas y a otras interrogantes que debiéramos plantearnos cada día.

No hay política de comunicación, sino de imagen. El sexo es hoy más fast-food que lenguaje. Los algoritmos de las redes sociales te muestran una falsa realidad, solo ves lo que quieres ver y te ocultan todo aquello que podría sorprenderte o abrirte los ojos y la mente a nuevas circunstancias. Estas son algunas de las reflexiones, mías o de otros, que he recordado al leer los nueve capítulos en que Han analiza hasta dónde hemos llevado nuestro modelo de organización social. Un presente al que hemos llegado retorciendo los valores democráticos, anestesiando el espíritu crítico inundándolo de información sin contenido y monetizando cuanto hacemos, vivimos, logramos y ofrecemos.

Asunto complejo con múltiples influencias cruzadas y retroalimentándose que hacen difícil establecer un principio o causa iniciadora. Pero entre las diferentes cuestiones que señala, destaco la exigencia de transparencia como muestra de falta de confianza en los principios, procedimientos y logros de los gestores del sistema político. Cuestión que pretendemos solventar pretendiendo que cuantos intervienen en su diseño, funcionamiento y auditaje estén sometidos continuamente al escrutinio público, olvidando que de esta manera negamos el retiro, la privacidad y la intimidad que exige todo proceso de creatividad, innovación y estrategia.

Súmese a este asunto otro más abstracto, pero tan o más importante. El desarrollo de internet y el alcance de las redes sociales han traído consigo la hipercomunicación y la hiperinformación. El resultado es que nos inunda lo cuantitativo y somos incapaces de valorar, priorizar y relacionar cualitativamente, de encontrar lo que verdaderamente necesitamos o queremos en ese maremágnum de datos, fuentes y versiones. La posibilidad de elegir qué ver, escuchar y leer, así como el convertirnos en autores y emisores de piezas que formen parte de ese ecosistema textual y/o audiovisual se ha vuelto en nuestra contra. Hemos creído que el mecanismo capitalista de la oferta y la demanda estaba de nuestro lado, cuando lo que realmente estaba sucediendo es que le facilitábamos cuanto requiere para convertirnos en clientes de una mercancía que somos también nosotros. He ahí la paradoja.

A su vez, la digitalización ha hecho que las imágenes construidas -el cine, la publicidad, las fotografías tomadas con nuestras cámaras- pasen de ser cotidianas a banales por la facilidad y bajo coste de su elaboración, registro y divulgación. Ya no las visualizamos, sino que las consumimos. Hemos reducido su existencia a esos escasos segundos en que tardan en recibir -o no- un “me gusta”, prostituyendo tanto su supuesto mensaje como su contenido. Con la derivada de que nosotros mismos nos hemos convertido en contenido bajo la modalidad de selfies, robados y posados con los que atestiguar el ego y el cortoplacismo del protagonismo de nuestra existencia, así como nuestro cumplimiento de los cánones de éxito del momento confiando en ser reconocidos socialmente y recompensados económicamente por ello.

¿Daremos marcha atrás en este proceso de sobreexposición y ruido en el que vivimos hoy en día? ¿Ayudaría que tuviéramos gobiernos y representantes públicos más eficaces y mejores comunicadores? ¿Volverán los medios de comunicación a practicar un periodismo con contenido crítico en lugar de estar pendientes de los seguidores, descargas y visitas de sus cuentas 2.0 y páginas web? ¿Tomaremos conciencia los ciudadanos de los pros y contras de nuestro actual modelo de sociedad y actuaremos en consecuencia? Que siga el debate y la reflexión.

La sociedad de la transparencia, Byung-Chul Han, 2012, Herder Editorial.

“Museums and the public sphere” de Jennifer Barrett

¿Qué lugar ocupan los museos en nuestro modelo de sociedad? ¿Qué esperamos de ellos? ¿Cómo ha sido el proceso hasta llegar a este estatus? ¿Hacia dónde evolucionarán o deberían hacerlo?

Solemos situar el principio de los museos en la segunda mitad del s. XVIII, cuando en algunos países las colecciones reales pasan de las residencias palaciegas a edificios en las que pueden ser visitadas y conocidas por los súbditos de sus titulares. Un inicio al que sigue el capítulo de la Revolución Francesa y el ascenso de la burguesía que esta supuso, exigiendo que lo que hasta entonces habían sido privilegios restringidos a las élites pasen a ser derechos universales. Este acontecimiento marca el surgimiento de la esfera pública, unas coordenadas en las que, al margen de los espacios oficiales, la población comenta, discute y propone lo que le inquieta y le interesa.

Según el pensador o historiador al que se recurra, esto ocurría en lugares más o menos definidos, siendo objeto de debate entre ellos el papel que los museos (y por extensión, su propuesta de contenidos) tenían tanto como marco como influenciador de la conversación (unos les niegan dicho papel por el carácter subjetivo de lo que tratan, mientras que otros los destacan por su carácter de foro y de referencia). Cuestión en la que hay que tener en cuenta que la mayoría de los que siguen surgiendo a lo largo del s. XIX son de titularidad estatal, y como tal, instrumentos de los gobiernos a su cargo para hacer llegar a sus ciudadanos el mensaje que tuvieran como objetivo. He ahí el dominio colonialista del British Museum o la grandeur de la France en el Louvre.

Pero a medida que avanzó el siglo XX y en el mundo occidental nos vimos inmersos en la práctica de la democracia, de la crítica social y del análisis político, ha quedado patente que los museos tienen mucho que decir, proponer y escuchar al respecto. Ya no pueden ser lugares en los que los procesos de comunicación sean unidireccionales, en los que sus visitantes sean personas ajenas que van a escuchar, a aprender y a ser aleccionadas. Los roles han cambiado y quienes acuden a ellos son también usuarios que buscan acceder a realidades que les inspiren y les hagan conocer, y con las que, incluso, interactuar aportando sus conocimientos y experiencias. Algo a tener en cuenta, sobre todo, cuando se habla de minorías culturales que hasta muy recientemente han sido ignoradas por la tabula rasa aplicada por los discursos oficiales, afirmación que se puede hacer extensiva tanto a las administraciones públicas como a los medios de comunicación en el ámbito de la gestión cultural.

Las piezas expuestas siguen teniendo un papel fundamental en su discurso y en su propuesta, pero ya no son elementos que adorar o que sacralizar, sino que son la vía por la que conocer coordenadas de pensamiento alejadas (temporal, geográfica o conceptualmente) de las actuales. Sobre todo teniendo en cuenta que -por los avances tecnológicos, económicos y sociales que han desembocado en la globalización- ya no vivimos en unos parámetros estancos, sino en continua relación con otros por los que dejarse influir o de los que distanciarse y diferenciarse. Esto hace que aspectos como la museografía o la capacitación y formación de los profesionales de los museos sean fundamentales, aspectos a los que prestar tanta atención como a la rendición de cuentas económicas y a la imagen de marca para lograr una gestión acorde con el papel que los museos han de tener para ser un agente activo en el desarrollo sostenible de nuestra sociedad.

Museums and the public sphere, Jennifer Barrett, 2011, Wiley-Blackwell.

«El dilema del doctor» de George Bernard Shaw

¿A quién debe salvar un médico? ¿Al primero que llame a su puerta, a quien le tenga más aprecio o a quien aporte al progreso de nuestra sociedad? ¿Dónde termina la práctica médica contrastada y comienza la experimentación con sus pacientes? Estos son las cuestiones éticas que en 1906 planteaba esta obra excelentemente dialogada, aunque dando prioridad a la exposición deontológica sobre su desarrollo dramático.

TheDoctorsDilemma

La convivencia laboral entre Redpenny, el asistente del Doctor Ridgeon, y Emmy, su sirvienta, hace que El dilema del doctor parezca que vaya a ser una comedia costumbrista. Pero aunque nunca deja de lado los sarcasmos, la acidez y la ironía propia de la flema británica, Bernard Shaw va más allá para plantear cuestiones muy serias sobre los límites, posibilidades y dilemas de la medicina.

Todo comienza cuando a nuestro protagonista le nombran Sir y pasan por su consulta distintos colegas para felicitarle, dando pie a que se hable tanto de su labor investigadora (con aplicación al sistema inmunológico), como de los pacientes a los que puede haber ayudado (miembros de la realeza) y de las prácticas más novedosas (el uso de anestesia para realizar operaciones). El contrapunto a este ambiente científico lo provoca Jennifer, una mujer que se presenta en la consulta de Sir Ridgeon pidiendo que trate a su marido, Louis. Algo que rechaza hacer por tener su agenda completa hasta que descubre que es un artista especialmente brillante, ofreciendo entonces a la pareja acudir a un encuentro con sus colegas médicos.

Momento social que se utiliza para poner sobre el tablero de juego su propósito de confrontar las posibilidades curativas de la medicina con lo restringido de su alcance. Por un lado, las garantías por contrastar y consolidar de su métodos y medios, y los pocos profesionales conocedores de las mismas, así como que solo tuvieran acceso a ellos los pacientes que pudieran pagar las tarifas establecidas. Añádase por último el dilema de si desde un punto de vista moral hay personas más merecedoras que otras de atención y tratamiento y si los propios médicos pueden elegir a quién tratar o no.

Cuestión esta que Bernard Shaw utilizar para establecer una conexión emocional entre lectores/espectadores con la acción, al descubrir que el tuberculoso y joven artista deja, aparentemente, mucho que desear en términos de honestidad. Su manejo de los asuntos materiales, la libertad con que vive el sentimiento del amor y la consciencia sin tapujos con que habla sobre el don artístico que posee, junto a la mediación de su bella y resuelta mujer, dan a The doctor’s dilemma la tensión que necesita para compensar el excesivo peso que tienen en su trama los asuntos racionales.

Cabe pensar a favor del autor de la posterior Pygmalion (1912) que en la época en que escribió esta obra, estos temas debían ser protagonistas de un arduo y acalorado debate tanto en las altas instancias del pensamiento como en las páginas de la prensa (de cuyas pocas habilidades comprensoras y menores capacidades redactoras se burla abiertamente).

El dilema del doctor, George Bernard Shaw, 1906, Penguin Books.

«Un enemigo del pueblo (Ágora)» nos plantea qué es la democracia

Alex Rigola sitúa en nuestro presente la propuesta de Henrik Ibsen y convierte el teatro en un espacio único, sin separación entre escenario y patio de butacas, en el que se debate sobre qué es y qué supone la democracia y los límites de la libertad de expresión. Algo aparentemente sencillo, pero que se hace complejo a medida que el ambiente se llena de matices sobre la diferencia entre la teoría y la práctica y los deberes individuales que debiera suponer el ejercicio de los derechos civiles.

UnEnemigoDelPueblo_Kamikaze

Antes de entrar en este texto representado por primera vez en 1883, Nao, Israel, Irene, Oscar y Francisco plantean a los espectadores dos sencillas preguntas. La primera es si creen en la democracia como forma de gobierno donde la mayoría cuantitativa es la que decide. La segunda si la libertad de expresión debe ser reprimida ante situaciones como la de una institución cultural que no recibe apoyo de las administraciones públicas que presumen de soportarla. Interrogantes expuestos con ese punto en el que confluyen el humor, la ironía y la reflexión (referencias políticas actuales incluidas) y a los que responder únicamente con un sí o un no, sin matices ni enmiendas, a mano alzada con las tarjetas de color que te dan con el programa de mano al entrar en la sala.

La tenue tensión generada se hace más intensa cuando llega la última interrogante, dada la situación expuesta, ¿estaríamos dispuestos a dar por finalizada la función en ese momento como forma de apoyar la libertad de expresión? ¿Renunciaríamos a nuestro dinero –el pagado por la entrada- como manera de defender un derecho fundamental?

En el caso de que la función continúe, Rigola sintetiza las primeras escenas de la obra original y de manera rápida y eficaz nos lleva directamente a la asamblea en la que el noruego Henrik Ibsen situó el momento más álgido y conflictivo de su creación. Aquel en el que se niega la verdad que expone el personaje de Israel (las aguas del balneario en que se basa la economía local están contaminadas) por los efectos contraproducentes que esta afirmación tendría en el bolsillo de todos (sería necesaria una gran inversión para arreglar el problema, además de la fuerte pérdida de ingresos que conllevaría el cierre de las instalaciones mientras duren las obras).

Un conflicto en el que Israel se ve a sí mismo como alguien que defiende el bien y la justicia y los demás le acusan de ser un mala persona, alguien que se siente superior a aquellos con los que convive. Los allí reunidos –políticos, empresarios, periodistas,…- concluyen que la disputa ha de cerrarse mediante una votación y no en base a lo que revelan los datos.

La que hasta entonces había sido una representación ágil, basada únicamente en eso tan fantástico como es la presencia y la voz de los actores en un escenario prácticamente desnudo, se convierte en algo mágico al hacer de los espectadores asistentes a una asamblea que se abre a su participación. Un golpe de efecto que nos enlaza con los primeros minutos de la función, cuando parecía que lo que nos estaban proponiendo era un juego que generaba un divertido barullo, pero que ahora torna en un silencio sepulcral. Únicamente se escuchan a aquellos que alzan la mano y piden el micrófono para exponer su punto de vista sobre las virtudes y límites del sufragio como instrumento de participación en una democracia o el derecho a cómo y cuándo ejercer el voto.

Está claro que el debate que proponía Ibsen sigue aún vigente y que el teatro tal y como lo propone Alex Rigola lo expone y nos implica en ello de manera sobresaliente.

Un enemigo del pueblo (Ágora) en el Teatro Pavón Kamikaze (Madrid).