Trágica y dramática pero también cómica y divertida. Serafina delle Rose es un huracán que lo invade todo a golpe de carácter, valores católicos y tradición siciliana. Una intensidad que solo se doblega ante el poder de una aparición masculina que reúna presencia física con voluntad amorosa. Uno de los grandes textos de Tennessee Williams y una oportunidad única para cualquier actriz encargada de protagonizarlo.
La rosa tatuada se presenta como una tragedia sobre una temprana viudedad aumentada por el descubrimiento de la infidelidad, pero tras ella Williams enmascara una historia profundamente humana sobre la necesidad afectiva y el deseo sexual. Y en ambos casos por partida doble, desde la perspectiva protagonista de una mujer ya madura y desde el punto de vista secundario de una joven que desea iniciarse en todas las facetas de la vida adulta.
Tanto un asunto como otro están salpicados de los juicios de valor de la moral cristiana y su amenazadora derivada del qué dirán social, lo que genera buena parte del conflicto tanto familiar de los delle Rose como individual de Serafina. Entre medias una batalla generacional entre madre e hija que Tennessee contextualiza en el ambiente de una pequeña comunidad de origen siciliano –incluyendo sus tópicos sobre la mafia, las formalidades católicas y los segregados papeles del hombre y la mujer- situada en la húmeda y cálida costa cerca de Nueva Orleans. Una climatología que, sin duda alguna, cumple un papel no solo circunstancial, sino también muy simbólico.
El texto tiene como telón de fondo ese costumbrismo en el que rápidamente se desata la tragedia que tras el shock inicial se transforma en un drama árido en el que se para hasta el aire para poco a poco dejar que vaya volviendo la vida. Primero llega el amargor de tener que hacer frente a los deseos de una juventud dispuesta a saltarse las normas de las relaciones con el otro sexo en las que ha sido educada. Con las ventanas ya abiertas entra una luz con un efecto agridulce al hacer patente el efecto negativo que, tanto para el carácter como para el propio cuerpo, tienen tanto el abatimiento interior como la auto imposición de una masoquista introversión. Una tierra agrietada que vuelve a hacerse fértil cuando entra en escena el apuesto y extrovertido Alvaro trayendo consigo una caja de chocolates, tan dulces y sabrosos que se deshacen con solo tocarlos.
Para entonces la comicidad se ha hecho ya un sitio en las páginas de esta obra que hasta entonces ha combinado valiente y brillantemente, pensemos en que se estrena en 1950, sexo –dentro y fuera del matrimonio- y religión –más como código de convivencia social que como guía espiritual-. Y lo ha contrastado salpicándolo de las barras y estrellas de la bandera y los himnos americanos que ondean y suenan en la ceremonia de graduación de la joven Rosa y que representan también tanto el marino de ajustado traje. Otra mención nada sutil a la sexualidad masculina y al deseo femenino, con el que esta quiere intimar, al igual que sus vecinas con los muchos colegas del joven patriota que han inundado la ciudad tras atracar su barco en su puerto.
Un fantástico texto, que al igual que otras creaciones del autor de Out cry o El zoo de cristal, del que es inevitable recordar la brillante adaptación cinematográfica que tuvo pocos años después de su estreno teatral con una brutal Anna Magnani como Serafina della Rosa.
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