Su título tiene una verdad y una premisa, trata sobre un delincuente y sobre esta atractiva familia de plantas. Pero ni ellas son tan solo el objeto de deseo que podríamos presuponer ni él el protagonista que esperamos, sino la excusa para adentrarnos en un universo de lo más peculiar en una escritura que tiene más de ensayo, buena documentación y excelente exposición que de trama argumental, estructura narrativa y desarrollo de personajes y acción.

El punto de partida es un juicio de lo más sencillo, cuatro acusados -uno como líder y tres como cómplices- de haber robado ejemplares de una especie protegida en una reserva india. Lo que podría parecer como un caso más a archivar en los juzgados de Naples (Florida) es una excusa argumental muy bien manejada para adentrarnos en una realidad aparentemente anodina, pero tal y como nos demuestra su autora, con planos (históricos, biológicos) de gran profundidad y aristas (sociológicas, antropológicas) tan particulares como interesantes.
El ladrón de orquídeas descoloca inicialmente por esto (y eso que fue escrito antes de la llegada de las redes sociales y de la caída libre en la calidad de la información de los medios de comunicación), por demostrarnos que vivimos en un nivel de conciencia y de observación muy superficial, banal incluso. Como si hubiéramos trasladado al ámbito de la percepción lo que hacemos en el del consumo, decisiones rápidas y etiquetadoras a golpe de impulso. No deja de resultar irónico que su historia tenga lugar en uno de los territorios con una imagen más hedonista de nuestro imaginario, el estado de Florida. Tal y como relata Orlean, un territorio moldeado por el hombre a golpe de escarnio natural, expropiación indígena y colonización blanca en una versión del sueño americano completamente filtrada por los principios más básicos del capitalismo (apropiación, mercantilización y especulación).
Pero no nos confundamos, lo suyo no es solo un retrato de la imagen kitsch y hortera de esta península de los EE.UU., o de la simpleza de pensamiento y de la mentalidad obsesiva de muchos de sus compatriotas, sino una exposición de cómo se ha conformado nuestro modelo de sociedad en este rincón del mundo a partir de la evolución de las coordenadas de progreso científico e imperialismo occidental que surgieron en el s. XIX. Una mirada atrás tan bien documentada como estructurada y expuesta con la que esta novela resulta ser también un ensayo con el que conocer cómo se comenzaron a urbanizar y habitar entornos dominados por la naturaleza hasta hace bien poco y cómo la botánica, además de ser una ciencia, se convirtió en un capítulo más del materialismo que practicamos.
Dos dimensiones muy bien entrelazadas y explicadas a través del doble rol que Susan Orlean desempeña durante todo su relato. Por un lado, como persona deseosa de conocer los porqués que se ocultan tras las vaguedades de los titulares que lee sobre el hombre que da título a esta novela y, por otro, como periodista que investiga por qué las orquídeas son tan cotizadas y qué implica, origina y causa que lo sean. Una conjunción tan bien desempeñada que hace que su ejercicio de observación y análisis, y de su experiencia en primera persona de dicho mundo, dé como resultado un relato tan sugerente como merecedor de ser leído.
El ladrón de orquídeas, Susan Orlean, 1999, Editorial Anagrama.