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“Muero porque no muero. La vida doble de Santa Teresa” de Paco Bezerra

Semblanza y reinterpretación de una de las grandes mujeres de la historia literaria y religiosa de nuestro país. Contraponiendo quien supuestamente fue con la imagen que tenemos de ella, y trasladando a nuestro tiempo actual su visión sobre cómo vivir espiritualmente el compromiso con Dios padre omnipotente. Texto audaz por los escenarios y situaciones que propone, y acertado en su intención tal y como certifica la polémica que lo ha rodeado.

Cuando convertimos a alguien en mito lo mutamos en un personaje que quizás tenga poco que ver con la persona que fue. Ya sea porque él o ella lo incentivaron, ya sea porque hubo a quien le convino valerse de él o ella para configurar su propia imagen. Ese es el caso de Santa Teresa de Jesús, mujer que leyó y escribió cuando muy pocas podían hacerlo, y que se erigió como fémina independiente y con criterio propio, lo que le llevó, incluso, al enfrentamiento con la santa Inquisición. Episodio en el que se puede profundizar teatralmente leyendo La lengua en pedazos (2012) de Juan Mayorga y, de paso, comprobar el muy diferente enfoque de Bezerra.

En Muero porque no muero lo que importa no es tanto la formalidad, la escenografía y la retórica, sino el contacto directo que plantea entre la que monologa y el público que la escucha. Por eso da igual su edad, Paco propone entre 16 y 65, y la materialización de los lugares y atmósferas que describe. Basta su verbo para sentir la paradoja, la incomprensión y la incoherencia, así como la calle, la suciedad y la degradación física y psíquica. Paco se ha propuesto no ejercer de mediador de la fisicidad de Teresa de Jesús, presentar un panegírico, sino de su espiritualidad.

El subtítulo de La doble vida de Santa Teresa remite a la lectura que su autor realiza de ella y que parte de una pregunta de difícil y abierta respuesta. ¿Podría surgir hoy un personaje como la nacida en Ávila en 1515? Y de ocurrir, ¿por dónde le llevarían los derroteros del destino? ¿Cómo se nos daría a conocer y cómo la recibiríamos? Bezerra elucubra y supone, imagina y traspone las coordenadas de hace cinco siglos a la actualidad. Fuerza y transgrede, pero no se queda en un estéril juego de artificio, sino que nos sitúa donde pretende, frente a la misión humanista, la reflexión filosófica y el compromiso cristiano promulgado y encarnado por Teresa.

Literariamente Muero porque no muero es interesante. Dramatúrgicamente es arriesgado por el recorrido textual, ambiental y tonal que dibuja a lo largo de su recorrido. De la convención inicial al shock para acabar en una liturgia bien fundamentada en las más actuales formas de misticismo. Quizás resulten redundantes ciertas concreciones que suenan más a activismo y posicionamiento político, pero, a fin de cuentas, esta es la Santa Teresa de Jesús que ve y proyecta su devoto y seguidor, su estudioso y compañero en la suposición de una realidad paralela y simultánea a esta que habitamos y por la que transitamos manipulando y prostituyendo la biografía, el mensaje y el objetivo de quienes se atrevieron a ir más allá de los límites y las posibilidades de su tiempo.

Muero porque no muero. La doble vida de Teresa, Paco Bezerra, 2022, Fundación SGAE.

10 textos teatrales de 2023

En español y en inglés. Retratando el tiempo en que fueron escritos, mirando atrás en la historia o alegorizando a partir de ella. Protagonistas que antes fueron secundarios, personas que piden no ser ocultados por sus personajes y ciudadanos anónimos a los que se les da voz. Ficciones que nos ayudan a imaginar y a soñar, y también a ir más allá de lo establecido y teóricamente posible.

“Usted también podrá disfrutar de ella” de Ana Diosdado. Exposición sobre la cara oculta del periodismo, la avaricia y la crueldad con que entroniza y defenestra a las personas de las que se sirve para pautar la actualidad e influir en la opinión pública. Personajes oscuros, entrelazados en una historia sobre las esperanzas personales y los sueños profesionales, que va y viene en el tiempo para indagar en cuanto la condiciona hasta sorprender con su redondo final.

“Recordando con ira” de John Osborne. Terremoto de rabia, desprecio y humillación. Personajes anclados en la eclosión, la incapacidad y la incompetencia emocional. Diálogos ácidos, hirientes y mordaces. Y tras ellos una construcción de caracteres sólida, con profundidad biográfica y conductual; escenas intensas con atmósferas opresivas muy bien sostenidas; y un planteamiento narrativo y retórico que indaga en la razón, el modo y las consecuencias de semejante manera de ser y relacionarse.

“La coartada” de Fernando Fernán Gómez. El esplendor de la Florencia de los Medici y su conflicto con la Roma papal. Un complot organizado por una familia vecina y la institución católica para acabar con la vida de los hermanos Lorenzo y Julián. Un folletín en el que su autor maneja con acierto la deconstrucción temporal, la simbiosis entre la fe y la corrupción y la distancia entre la pasión terrenal y el anhelo de la elevación espiritual.

«Un soñador para un pueblo» de Antonio Buero Vallejo. Sólida recreación histórica que nos traslada al momento político y social en que tuvo lugar el famoso motín de Esquilache. Una dramaturgia perfectamente estructurada que recrea el ambiente y los escenarios madrileños de aquel 23 de marzo de 1766. Diálogos excelentes que reflejan el carácter y las trayectorias personales de sus protagonistas en tramas que aúnan lo terrenal y lo aspiracional.

«Don´t drink the water» de Woody Allen. Antes que director de cine, Allen es un buen escritor y esta obra teatral estrenada en 1966 es una muestra de ello. Parte de una trama principal bien planteada de la que surgen varias secundarias habitadas por unos personajes aparentemente realistas, pero con unos comportamientos y unas respuestas tan absurdas como ingeniosas. Y aunque muchos de sus guiños son referencias muy concretas al momento en que fue escrita, su sentido del humor sigue funcionando.

“El chico de la última fila” de Juan Mayorga. Vuelta de tuerca a la metaliteratura, y al género del realismo, atravesada por la lógica de las matemáticas y la búsqueda continua de respuestas de la filosofía. Planos en los que se entrecruzan la observación del fluir de la vida, la implicación emocional con su devenir y la distancia juiciosa de la racionalidad. Escenas, diálogos y personajes perfectamente definidos, trazados, relacionados y concluidos.

“Peter and Alice” de John Logan. El niño del país de nunca jamás y la niña del de las maravillas. Personajes literarios que se inspiraron en personas reales que vivieron siempre bajo esa impronta y que, ya como un hombre de 30 años y una mujer de casi 80, se conocieron un día de 1932 en la trastienda de una librería de Londres. Un encuentro verdad y una conversación imaginada por John Logan en la que se contraponen los recuerdos como adultos con las ilusiones infantiles.

«Anillos para una dama» de Antonio Gala. Emocionalidad a raudales en un texto que expone el uso que la Historia hace de determinadas personas para apuntalar a sus protagonistas. Un intratexto que critica la ficción de uno de los mitos de la identidad española. Un personaje principal que encarna el anhelo de que en las relaciones humanas primen los sentimientos sobre las exigencias sociales.

“En mitad de tanto fuego” de Alberto Conejero. Monólogo en el que la universalidad de la Ilíada queda unida a los muchos frenos que el hoy pone al amor, a la paz y al deseo. Lirismo dotado de una fuerza que mueve su narrativa desde la acción hasta la revelación de la más profunda intimidad. Palabras escogidas con precisión y significados manejados con certeza, generando emociones que perduran tras su lectura.

“Supernormales” de Esther Carrodeguas. Acertadamente reivindicativa y desvergonzadamente incorrecta. Plantea preguntas sin ofrecer respuestas perfectas en torno a la discapacidad y la sexualidad, dos filtros con que negamos la voz en nuestra insistencia por ocultar con dogmas las necesidades emocionales. Retrato ácido y socarrón, crítico y mordaz, alejado de sentencias y que da en la clave de la respuesta, antes que qué hay que hacer, está el para quién.

“El chico de la última fila” de Juan Mayorga

Vuelta de tuerca a la metaliteratura, y al género del realismo, atravesada por la lógica de las matemáticas y la búsqueda continua de respuestas de la filosofía. Planos en los que se entrecruzan la observación del fluir de la vida, la implicación emocional con su devenir y la distancia juiciosa de la racionalidad. Escenas, diálogos y personajes perfectamente definidos, trazados, relacionados y concluidos.

Un profesor de literatura que imparte clase a sus alumnos. El mismo profesional que tutoriza a uno de sus alumnos en creación literaria. Ese adolescente que se adentra en la familia de uno de sus compañeros para tener un tema sobre el que escribir. Un joven que acaba siendo un personaje secundario de, no queda claro, si la ficción que imagina su amigo o la realidad que recoge desde su posición de novicio de las letras. Y tras ello, la magia, el poder y las posibilidades de la literatura. Su capacidad para plasmar lo que hay tras la cara visible del mundo y las relaciones que habitamos, sugerirnos otros planos tan convincentes y sugerentes como éste en el que estamos o enfrentarnos a nuestros deseos y esperanzas, frustraciones y oscuridades.

Una propuesta basada en un planteamiento escénico fundamentado en su fluidez, donde no hay pausas para cambiar de escenas ni escenografías. Una ilusión en la que lo que sucede está marcado por lo que se relata, plantea, comenta y discute. Priman las impresiones, las percepciones y las interpretaciones. El carácter de símbolo, código, capacidad de encuentro y distancia del lenguaje. Lo que se dice y escucha no tiene porqué responder necesariamente a su literalidad.

Mayorga carga su texto de una deliberada ambigüedad, sin dar pistas ni instrucciones sobre cómo manejarla, descifrarla u orientarla. Un libreto de oro en manos de un director que actúe más como un director de orquesta, trabajando cada elemento técnico y artístico tanto por separado como conjuntamente, que como alguien que se limite a seguir la textualidad de lo que tiene entre las manos.

Un universo en el que todos sus personajes, más allá de ser protagonistas o secundarios, de cumplir un papel o un rol determinado, importan e influyen tanto en la acción como en la definición del filtro y el punto de vista desde el que sus lectores/espectadores les observamos y acompañamos, pero sin darnos elementos definitivos con que posicionarnos e implicarnos en su ser y estar, en la evolución, decisiones y consecuencias de su proceder. Y sobre su superficie, un mapa generalista con tres modelos de familias -la supuestamente convencional, la sin hijos y aquella en la que los padres no están-, otros tantos tipos de crisis -la vital, personal y laboral, de la mediana edad y la de adolescencia- y maneras de afrontarla -refugiarse en los sueños, indignarse ante la frustración y buscar escapar de sus coordenadas-.  

Mas a pesar de esta carga de reflexión, El chico de la última fila evoluciona de un modo ágil y ligero, sin rémoras reflexivas ni giros distractores, gracias a su confrontación entre lo que es y lo que se supone que es, entre la escritura, la lectura y su análisis. Más aún porque, con un punto de acida diversión, Mayorga consigue incluir en estas tramas otros asuntos como el interrogante sobre lo que es y no es arte en la actualidad, el vicio humano del dogmatismo, la debilidad de la sospecha y el impulso del castigo, así como su devoción por autores como Aristóteles y Sócrates, Tolstoi y Dostoievski, Chéjov y Melville.

El chico de la última fila, Juan Mayorga, 2006, Editorial La Uña Rota.

23 de abril, día del libro

Cervantes, Shakespeare y el hábito de la lectura. Hoy celebramos la existencia y el poder de los libros. Páginas impresas, encuadernadas y cubiertas por portadas que nos llaman, apelan y acompañan. Jornada en la que festejar esos objetos que nos evaden y alucinan, nos aburren y nos crispan, nos informan y nos forman.

Forman parte de mi paisaje y rutina habitual. Tengo libros en el dormitorio, en el estudio y en el salón. No en la cocina ni en el baño, por el riesgo acuático que, si no, también. Me vale cualquier hora del día para leer. Con la legaña aún en el transporte público a primera hora cuando voy a trabajar. Al amanecer cuando los fines de semana disfruto de que no haya sonado el despertador. Por la noche antes de dormir. Cuando viajo, da igual si es en autobús, tren o avión. Llevo siempre un libro conmigo. Si me descubro sin tener uno a mano me siento vacío, falto, manco. Así ha sido desde que conociera las series de Los cinco y Los Hollister y no hubiera tarde de piscina infantil con una de las dos pandillas. Antes que ellos recuerdo las lecturas compartidas, con mis padres y abuelos, de ediciones ilustradas de 20.000 leguas de viaje submarino y La cabaña del tío Tom.

Después llegaría Stephen King y su capacidad para hipnotizarme, abstraerme y embaucarme. Comenzar un capítulo diciendo que alguien iba a morir y avanzar en la lectura lleno de ansiedad, deseando que no ocurriera y temiendo que sucediera lo que había sido anunciado. A la par llegaron los autores patrios. Miguel Delibes, Pio Baroja, Benito Pérez Galdós. Llegué a comprar dos ediciones diferentes del Cantar del Mío Cid, Cátedra y Austral, y gozarlas por igual. Años en los que conocí a Don Quijote y Lázaro de Tormes, La colmena y Tiempo de silencio.

A las primeras amistades adultas les debo horas de discusión sobre el mundo interior y la personalidad de Madame Bovary y Ana Karenina, así como del universo francés de Rojo y negro y el ruso de Guerra y paz. El cine puso encima de la mesa La pasión turca de Antonio Gala y Entrevista con el vampiro de Anne Rice. En la facultad de filología de la Complutense escuché por primera vez a Almudena Grandes, acto seguido devoré Malena es un nombre de tango y desde entonces la tengo como autora y pensadora de cabecera. Sin por ello desmerecer a otros dos grandes, Paul Auster y José Saramago. Si el primero me impactó con El palacio de la luna y El libro de las ilusiones, el segundo me epató con Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres.

Cuando había que hacer un regalo, y según la persona, recurría a El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez o Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy de Eduardo Mendicutti. El último libro que regalé fueron los Cuentos completos de Bram Stoker y que a mí me regalaron, Gravedad cero de Woody Allen. En los cursos de verano de la Menéndez Pelayo leí por primera vez aquello de “preferiría no hacerlo” que repetía Bartleby, el escribiente y quedé deslumbrado por La fiesta del chivo de Vargas Llosa. Acostumbro a leer títulos cuya acción transcurre en las ciudades que visito. En San Francisco me enganché a las Tales of the city de Armistead Maupin, paseé Viena imaginándome buscando a La pianista de Elfriede Jelinek, en Barcelona me trasladé a La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza y desde un tranvía en Lisboa vi, tal cual, a Antonio Muñoz Molina Como la sombra que se va.

Reivindico siempre que tengo ocasión a Terenci Moix. Me he propuesto leer, poco a poco, cuanto nos dejó Patricia Highsmith. Suelo dar los libros tras llegar a su punto final, no olvidaré la ilusión con que recibió su destinataria la Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite. Me encantan las librerías de segunda mano, así han llegado a mí dramaturgias de Arthur Miller, Tennessee Williams y Edward Albee, entre otros muchos. Siento que tengo una deuda pendiente con Rosa Montero y Elvira Lindo. Quiero profundizar más en la bibliografía de Michel Houellebecq y Tom Perrotta.

Espero volver a emocionarme tanto como con A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales y a alucinar como con Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. ¿Qué estoy leyendo en estos momentos? Teatro del bueno, Muero porque no muero de Paco Bezerra. Una Santa Teresa diferente a la de Juan Mayorga y quien sabe si más cercana a la que vivió hace cinco siglos. Y así podría seguir y seguir, pero mejor lo dejo por ahora y ya volveré dentro de un tiempo recordando novelas y obras de teatro, relatos y recopilaciones, ensayos y memorias, antologías y poemas -como los del Cuaderno de Nueva York de José Hierro- que me hayan marcado y sacudido, descolocado y motivado.

10 textos teatrales de 2022

Títulos como estos son los que dan rotundidad al axioma «Dame teatro que me da la vida». Lugares, situaciones y personajes con los que disfrutar literariamente y adentrarse en las entrañas de la conducta humana, interrogar el sentido de nuestras acciones y constatar que las sombras ocultan tanto como muestran las luces.

“La noche de la iguana” de Tennessee Williams. La intensidad de los personajes y tramas del genio del teatro norteamericano del s. XX llega en esta ocasión a un cenit difícilmente superable, en el límite entre la cordura y el abismo psicológico. Una bomba de relojería intencionadamente endiablada y retorcida en la que junto al dolor por no tener mayor propósito vital que el de sobrevivir hay también espacio para la crítica contra la hipocresía religiosa y sexual de su país.

“Agua a cucharadas” de Quiara Alegría Hudes. El sueño americano es mentira, para algunos incluso torna en pesadilla. La individualidad de la sociedad norteamericana encarcela a muchas personas dentro de sí mismas y su materialismo condena a aquellos que nacen en entornos de pobreza a una falta perpetua de posibilidades. Una realidad que nos resistimos a reconocer y que la buena estructura de este texto y sus claros diálogos demuestran cómo afecta a colectivos como los de los jóvenes veteranos de guerra, los inmigrantes y los drogodependientes.

“Camaleón blanco” de Christopher Hampton. Auto ficción de un hijo de padres británicos residentes en Alejandría en el período que va desde la revolución egipcia de 1952 hasta la crisis del Canal de Suez en 1956. Memorias en las que lo personal y lo familiar están intrínsicamente unidos con lo social y lo geopolítico. Texto que desarrolla la manera en que un niño comienza a entender cómo funciona su mundo más cercano, así como los elementos externos que lo influyen y condicionan.

«Los comuneros» de Ana Diosdado. La Historia no son solo los nombres, fechas y lugares que circunscriben los hechos que recordamos, sino también los principios y fines que defendían unos y otros, los dilemas que se plantearon. Cuestión aparte es dónde quedaban valores como la verdad, la justicia y la libertad. Ahí es donde entra esta obra con un despliegue maestro de escenas, personajes y parlamentos en una inteligente recreación de acontecimientos reales ocurridos cinco siglos atrás.

«El cuidador» de Harold Pinter. Extraño triángulo sin presentaciones, sin pasado, con un presente lleno de suposiciones y un futuro que pondrá en duda cuanto se haya asumido anteriormente. Identidades, relaciones e intenciones por concretar. Una falta de referentes que tan pronto nos desconcierta como nos hace agarrarnos a un clavo ardiendo. Una muestra de la capacidad de su autor para generar atmósferas psicológicas con un preciso manejo del lenguaje y de la expresión oral.

“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Bajo el subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España”, la última dramaturgia del granadino presenta una coralidad segada por el costumbrismo anclado en la tradición social y la imposición de la religión. La intensidad de sus diálogos y situaciones plasma, gracias a sus contrastes argumentales y a su traslación del pálpito de la naturaleza, el conflicto entre el autoritarismo y la vitalidad del deseo.

“Speed-the-plow” de David Mamet. Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

“Master Class” de Terrence McNally. Síntesis de la biografía y la personalidad de María Callas, así como de los elementos que hacen que una cantante de ópera sea mucho más que una intérprete. Diálogos, monólogos y soliloquios. Narraciones y actuaciones musicales. Ligerezas y reflexiones. Intentos de humor y excesos en un texto que se mueve entre lo sencillo y lo profundo conformando un retrato perfecto.

“La lengua en pedazos” de Juan Mayorga. La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

“Todos pájaros” de Wajdi Mouawad. La historia, la memoria, la tradición y los afectos imbricados de tal manera que describen tanto la realidad de los seres humanos como el callejón sin salida de sus incapacidades. Una trama compleja, llena de pliegues y capas, pero fácil de comprender y que sosiega y abruma por la verosimilitud de sus correspondencias y metáforas. Una escritura inteligente, bella y poética, pero también dura y árida.

“La lengua en pedazos”, Santa Teresa de Jesús vista por Juan Mayorga

La fundadora de la orden de las carmelitas hizo de su biografía la materia de su primera escritura. En el “Libro de la vida” dejaba testimonio de su evolución como ser humano y como creyente, como alguien fiel y entregada a Dios sin importarle lo que las reglas de los hombres dijeran al respecto. Mujer, revolucionaria y mística genialmente sintetizada en este texto ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013.

Una adaptación está bien realizada cuando homenajea y pone en valor la obra que toma como punto de partida, a la par que se constituye en una creación apreciada por la solidez y originalidad de su propuesta. Eso es lo que sucede con esta dramaturgia en la que Santa Teresa de Jesús (1515-1582) es fuente y personaje, y Juan Mayorga el mediador a través del cual se convierte en una figura que se dirige a un espectador actual. Sus enunciados, respuestas y propuestas no nos asustan, escandalizan o irritan como les sucedería a muchos de quienes la escucharon en el s. XVI, pero sí que nos llegan tan hondo como a ellos. Aunque nos llaman la atención por algo inconcebible para aquellos, por la lealtad a los valores y principios en los que cree y la coherencia de su actuación.

Una consistencia que Mayorga desgrana en una atmósfera intimista y alegórica a la par. Sitúa a Teresa y al inquisidor que ha de juzgar su afrenta a la institución de la Iglesia en una escena de comunión como es la de estar entre pucheros, guisando, sin más armas que sus palabras y sin compañías que les jerarquicen. Aun así, un duelo verbal en el que se presupone la tendenciosidad con que la protagonista va a ser abordada, la amenaza que esto le supone por poner en duda el totalitarismo de la institución eclesiástica y el riesgo que conlleva para su propia vida.

Pero su creador no se ha dejado llevar por el argumento fácil de la angustia y la opresión, sino que construye su propuesta como un diálogo y debate en que confronta interpretaciones, puntos de vista e intenciones. Una aproximación que hace aún más patente el tablero de juego en el que se enfrentan el absolutismo católico, siempre reacio a la novedad y cruel con quien no acate su dictado, y la osadía y valentía de quien promulgaba una actuación que hoy contemplaríamos bajo prismas como los de libertad, justicia e igualdad. De ahí la empatía que nos provoca el personaje de la Santa, pero que no le resta ni un ápice al verdadero motivo de la excelencia de La lengua en pedazos, su uso del lenguaje.

Su construcción sintáctica nos traslada muy eficazmente cuatro siglos atrás, a la par que revela la lógica y la clarividencia de las paradojas y estilismos con que Teresa explica lo visto, vivido y sentido hasta este día que se antoja como síntesis de su biografía y punto de inflexión ante lo que está por venir. Quiebros con los que desmonta las acusaciones que se arrojan sobre su pensamiento y proceder, subrayadas, además, por su condición de mujer. Y solidez expresiva con la que contrargumenta, desde el realismo de su experiencia, la entelequia con que el sistema de la época secuestraba las voluntades ciudadanas y anulaba la paz espiritual de sus individuos.

Si como Santa Teresa de Jesús decía, “la imaginación es la loca de la casa”, bienvenida sea la de Juan Mayorga y su capacidad para trasladarnos hasta allí donde nos hubiera gustado estar y hacernos entender lo que allí pudo ocurrir.  

La lengua en pedazos, Juan Mayorga, 2012, Editorial La Uña Rota.

10 montajes teatrales de 2021

Obras nuevas y otras vistas tiempo después de que fueran estrenadas. Denuncia política, retrato social y revisión histórica. Producciones financiadas por instituciones públicas y otras como resultado de la iniciativa privada. Realismo y misticismo, diversión y dramatismo, monólogos y representaciones corales.

«Manning» (Umbral de Primavera). Una década después de que este apellido comenzara a sonar en los medios de comunicación por filtrar documentos que revelaban la cara oculta de la actuación militar de EE.UU. en Irak y Afganistán, podemos conocer su vida a través de este monólogo.

«Cluster» (ex límite). una constelación de constelaciones. Perfecta, pero no como resultado de esa unión, sino porque cada uno de esos microcosmos ya era redondo antes de integrarse en el entramado resultante.

«Estado B. Kitchen / Ruz – Barcenas» (Teatro del Barrio). La sobriedad de la puesta en escena y la rotundidad de las interpretaciones dobles de Pedro Casablanc y Manolo Solo dejan claro que la máxima de la dirección de Alberto San Juan es análoga a la objetividad periodística. 

«Descendimiento» (Teatro de la Abadía). La pintura, la poesía y el movimiento. La imagen estática, la palabra escrita y pronunciada y el cuerpo desplegado sobre el escenario. Tres lenguajes, tres medios que confluyen para crear algo que ya son cada uno de ellos por separado, y que juntos son más, arte.

«Shock 2. La Tormenta y la Guerra» (Centro Dramático Nacional). Un puzle de mil piezas que Boronat y Lima han diseñado tan bien sobre el papel que la materialización en escena dirigida por Andrés está a caballo entre lo continuamente fluido y lo casi perfecto.

«Sucia» (Teatro de la Abadía). Bàrbara Mestanza nos sitúa con valentía y claridad frente a la realidad de los abusos sexuales. Un relato en primera persona sobre aquello a lo que menos atención prestamos, a cómo se sintió la víctima cuando la violentaban, cómo convivió en silencio con aquel dolor y cómo fue el proceso de darlo a conocer.

«Una noche sin luna» (Teatro Español). Un texto redondo, una interpretación espléndida y una dirección extraordinaria de Sergio Peris-Menchetta que materializa con inteligencia y sensibilidad la profundidad, capacidad y múltiple expresividad del doble trabajo de Juan Diego Botto. 

«El bar que se tragó a todos los españoles» (Centro Dramático Nacional). Alfredo Sanzol cuenta que su texto está basado e inspirado en su padre. Hay verdad y ficción en lo que nos expone. Drama, comedia, costumbrismo y delirio hilarante. Del pequeño pueblo navarro de San Martín de Unx a Roma pasando por Texas, San Francisco y Madrid.

«N.E.V.E.R.M.O.R.E.» (Centro Dramático Nacional). Una original y trabajada propuesta escrita y dirigida por Xron, con la que el Grupo Chévere nos retrotrae tanto al inicio de la pandemia del covid como al desastre del Prestige veinte años atrás.

«Los remedios» (Teatro Lara). Acción y texto. Vida y actuación. Da igual si lo que relatan sucedió o no tal y como lo representan. Lo importante es que pudo ocurrir así porque suena a sentido y hecho con el corazón, y montado para ser captado y procesado desde ahí.

10 montajes teatrales de 2020

El teatro es como ese navegante que, cueste lo que cueste, siempre se mantiene a flote. Te hace reír, llorar y pensar. Te abstrae, te incomoda y te sacude. Te saca de tus coordenadas y te arroja a las vicisitudes de mundos que ignoras, esquivas o desconoces. Te aporta y te da vida, te engrandece.  

«Prostitución». De la comedia cabaretera a la verdad del teatro documento y la exposición de la denuncia política. Un recorrido por historias, testimonios y situaciones que hemos escuchado, leído, comentado y banalizado muchas veces.

«Carmiña». Tras «Emilia» (Pardo Bazán) y «Gloria» (Fuertes), la tercera entrega de la Mujeres que se atreven de Noelia Adánez en el Teatro del Barrio puso el foco en otra gran escritora, Carmen Martín Gaite. Un personaje tan solvente como los anteriores, respetando su carácter único y dándole una solvente entidad dramática.

«Los días felices». Un texto que se esconde dentro de sí mismo. Una puesta en escena retadora tanto para los que trabajan sobre el escenario como para los que observan su labor desde el patio de butacas. Un director inteligente, que se adentra virtuosamente en la complejidad, y una actriz soberbia que se crece y encumbra en el audaz absurdo de Samuel Beckett.

«Curva España». El muy peculiar humor gallego de Chévere. Un particular “si hay que ir se va” que les sirve para elucubrar, imaginar y ficcionar la Historia (con mayúsculas) para dar con las claves que explican y ejemplifican muchas de nuestras incompetencias y miserias.

«Traición». Israel Elejalde convierte la construcción literaria y psicológica entre el silencio, los monosílabos, las interjecciones y las frases hechas de Harold Pinter en un sólido montaje con buenas dosis de amor y humor, pero también de corrosión y dolor.

«Con lo bien que estábamos». Qué arte, qué lujo y despiporre el de la Ferretería Esteban. Un espectáculo que suma esperpento, absurdez y espíritu clown. La atemporalidad de la tradición, de los clichés, los recursos y los guiños que si se manejan bien siguen funcionando.

«El chico de la última fila». Multitud de capas y prismas tan bien planteados como entrecruzados en una propuesta que juega a la literatura como argumento y como coordenadas de vida, como guía espiritual y como faro alumbrador de situaciones, personajes y aspiraciones.

«Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero». La muerte es una etapa más, la última de la materialidad, sí, pero también la del paso a la definitiva espiritualidad, que en el caso del que se va no se sabe en qué consiste, pero para el que se queda adquiere denominaciones como legado, recuerdo, homenaje y honramiento.

«Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra». Activismo feminista y ecologista, dramaturgia, plasticidad, danza, crítica social y notas de humor en un montaje que va del costumbrismo al existencialismo en una historia que recorre nuestras tres últimas décadas.

«Macbeth». La obra maestra de William Shakespeare sintetizada en una versión que pone el foco en la personalidad y las motivaciones de sus personajes. Dos horas de función clavado en la butaca, sin aliento, ensimismado, seducido e hipnotizado por un elenco dotado para la palabra y la presencia.

10 funciones teatrales de 2019

Directores jóvenes y consagrados, estrenos que revolucionaron el patio de butacas, representaciones que acabaron con el público en pie aplaudiendo, montajes innovadores, potentes, sugerentes, inolvidables.

“Los otros Gondra (relato vasco)”. Borja vuelve a Algorta para contarnos qué sucedió con su familia tras los acontecimientos que nos relató en “Los Gondra”. Para ahondar en los sentimientos, las frustraciones y la destrucción que la violencia terrorista deja en el interior de todos los implicados. Con extraordinaria sensibilidad y una humanidad exquisita que se vale del juego ficción-realidad del teatro documento, este texto y su puesta en escena van más allá del olvido o el perdón para llegar al verdadero fin, el cese del sufrimiento.

«Hermanas». Dos volcanes que entran en erupción de manera simultánea. Dos ríos de magma argumental en forma de diálogos, soliloquios y monólogos que se suceden, se pisan y se solapan sin descanso. Dos seres que se abren, se muestran, se hieren y se transforman. Una familia que se entrevé y una realidad social que está ahí para darles sentido y justificarlas. Un texto que es visceralidad y retórica inteligente, un monstruo dramático que consume el oxígeno de la sala y paraliza el mundo al dejarlo sin aliento.

«El sueño de la vida». Allí donde Federico dejó inconcluso el manuscrito de “Comedia sin fin”, Alberto Conejero lo continúa con el rigor del mejor de los restauradores logrando que suene a Lorca al tiempo que lo evoca. Una joya con la que Lluis Pascual hace que el anhelo de ambos creadores suene alto y claro, que el teatro ni era ni es solo entretenimiento, sino verdad eterna y universal, la más poderosa de las armas revolucionarias con que cuenta el corazón y la conciencia del hombre.

«El idiota». Gerardo Vera vuelve a Dostoievski y nos deja claro que lo de “Los hermanos Karamazov” en el Teatro Valle Inclán no fue un acierto sin más. Nuevamente sintetiza cientos de páginas de un clásico de la literatura rusa en un texto teatral sin fisuras en torno a valores como la humildad, el afecto y la confianza, y pecados como el materialismo, la manipulación y la desigualdad. Súmese a ello un sobresaliente despliegue técnico y un elenco en el que brillan Fernando Gil y Marta Poveda.

«Jauría». Miguel del Arco y Jordi Casanovas, apoyados en un soberbio elenco, van más allá de lo obvio en esta representación, que no reinterpretación, de la realidad. Acaban con la frialdad de las palabras transmitidas por los medios de comunicación desde el verano de 2016 y hacen que La Manada no sea un caso sin más, sino una verdad en la que tanto sus cinco integrantes como la mujer de la que abusaron resultan mucho más cercanos de lo que quizás estamos dispuestos a soportar.

“Mauthausen. La voz de mi abuelo”. Manuel nos cuenta a través de su nieta su vivencia como prisionero de los nazis en un campo de concentración tras haber huido de la Guerra Civil y ser uno de los cientos de miles de españoles que fueron encerrados por los franceses en la playa de Argelès-sur-Mer. Un monólogo que rezuma ilusión por la vida y asombro ante la capacidad de unión, pero también de odio, de que somos capaces el género humano. Un texto tan fantástico como la interpretación de Inma González y la dirección de Pilar G. Almansa.

«Shock (El cóndor y el puma)». El golpe de estado del Pinochet no es solo la fecha del 11 de septiembre de 1973, es también cómo se fraguaron los intereses de aquellos que lo alentaron y apoyaron, así como el de los que lo sufrieron en sus propias carnes a lo largo de mucho tiempo. Un texto soberbio y una representación aún más excelente que nos sitúan en el centro de la multitud de planos, la simultaneidad de situaciones y las vivencias tan discordantes -desde la arrogancia del poder hasta la crueldad más atroz- que durante mucho tiempo sufrieron los ciudadanos de muchos países de Latinoamérica.

«Las canciones». Comienza como un ejercicio de escucha pasiva para acabar convirtiéndose en una simbiosis entre actores dándolo todo y un público entregado en cuerpo y alma. Una catarsis ideada con inteligencia y ejecutada con sensibilidad en la que la música marca el camino para que soltemos las ataduras que nos retienen y permitamos ser a aquellos que silenciamos y escondemos dentro de nosotros.

«Lo nunca visto». Todos hemos sido testigos o protagonistas en la vida real de escenas parecidas a las de esta función. Momentos cómicos y dramáticos, de esos que llamamos surrealistas por lo que tienen de absurdo y esperpéntico, pero que a la par nos resultan familiares. Un cóctel de costumbrismo en un texto en el que todo es más profundo de lo que parece, tres actrices tan buenas como entregadas y una dirección que juega al meta teatro consiguiendo un resultado sobresaliente.

«Doña Rosita anotada». El personaje y la obra que Lorca estrenara en 1935 traídos hasta hoy en una adaptación y un montaje que es tan buen teatro como metateatro. Un texto y una protagonista deconstruidos y reconstruidos por un director y unos actores que dejan patente tanto la excelencia de su propuesta como lo actual que sigue siendo el de Granada.

“Shock (El Cóndor y el Puma)”

El golpe de estado del Pinochet no es solo la fecha del 11 de septiembre de 1973, es también cómo se fraguaron los intereses de aquellos que lo alentaron y apoyaron, así como el de los que lo sufrieron en sus propias carnes a lo largo de mucho tiempo. Un texto soberbio y una representación aún más excelente que nos sitúan en el centro de la multitud de planos, la simultaneidad de situaciones y las vivencias tan discordantes -desde la arrogancia del poder hasta la crueldad más atroz- que durante mucho tiempo sufrieron los ciudadanos de muchos países de Latinoamérica.

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¿Cómo se llega a ese momento en que el ejército de tu país bombardea la residencia del Presidente del Gobierno y miles de ciudadanos son hechos presos y después desaparecen sin dejar rastro? ¿Qué permite que sean sentenciados sin saber de qué se les acusa y que muchos niños sean arrebatados sin más de los brazos de sus padres? Antes de responder, Andrés Lima nos retrotrae dos décadas atrás, a un previo difuso en el que se comienzan a definir los valores y los principios que supuestamente debíamos seguir para desarrollarnos. Una propuesta formulada con una calculada ambigüedad que aún hoy parecer como positivo aquello que solo lo es en su superficie, ya que en su fondo propone unos mecanismos de acción y control para beneficio único y exclusivo de aquellos que ostentan el poder (ese ente mitad político, mitad económico).

Shock se inicia en esa nebulosa etérea e incierta que a unos les seduce y anestesia con su discurso de buenas palabras y que a otros les pone en alerta. Los primeros se verán sacudidos y los segundos se sentirán agredidos tanto cuando estalle la realidad a que dio pie aquel caldo de cultivo como el espectáculo teatral en que se convierte El cóndor y el puma. Un todo que apela a las sensaciones y las emociones a partes iguales, no dejando que haya un segundo de descanso. El drama, la tragedia, la comedia y el esperpento se entremezclan con el relato de los acontecimientos que ya conocemos. Pero contados a través de las personas que estuvieron ahí, de las que tomaron las decisiones, de las que las ejecutaron y las que las sufrieron.

Son sus propias palabras las que nos trasladan a los despachos de la Casa Blanca en los que se respiraba ambición y soberbia y a esa sociedad hipnotizada por el rock’n’roll de Elvis Presley mientras a miles de kilómetros se imponía el neoliberalismo y se silenciaba a una nación dando 44 balazos a Victor Jara.

Sobre el escenario girante del Valle-Inclán se cuenta cómo, a la sombra del sueño americano, se organizó, instruyó y capacitó a los militares del sur del continente para cambiar gobiernos mediante golpes de estado y eliminar a los disidentes recurriendo a la tortura y al asesinato con total impunidad. Hechos que se relatan en una superposición de imágenes, personajes e intervenciones tan abrumadora como eficaz. La frialdad de los datos tomados de los documentos desclasificados, las preguntas que hacen los informadores cuando el periodismo se dedica a buscar la verdad, y los relatos de aquellos que se vieron convertidos en algo que nos hace preguntar hasta dónde puede llegar el hombre cuando en lugar de actuar como un ser humano lo hace como un animal.

Un teatro documental en el que sus seis intérpretes encarnan a un total de 38 personajes en lo que solo se puede definir como un caudaloso torrente de entrega total y eficaz saber hacer. La procacidad con que Ernesto Alterio alterna a Videla y Maradona durante la evocación del mundial de fútbol de 1978, convirtiendo la sala en un campo de juego es poco menos que sublime. La camaleónica capacidad con que Ramón Barea pasa de ser Allende a Pinochet o Nixon. O la rotundidad de María Morales, haciéndose dueña de la sala en todos sus registros, ya sea en la asertividad periodística o en el delirio del episodio de Margaret Thatcher haciendo que lo que hasta un momento antes era un páramo de dolor se convierta en un lugar lleno de risas. Sin olvidar a Natalia Hernández, Paco Ochoa y Juan Vinuesa, tan versátiles, prolíficos, capaces y exitosos como sus compañeros.

Súmese a ellos la finura de los textos de Albert Boronat, Andrés Lima, Juan Cavestany y Juan Mayorga, lo acertado de las videocreaciones y la expresiva iluminación para lograr un resultado es redondo. Shock (El Cóndor y el Puma) resulta ser un montaje teatral tan impresionante como la Historia (que no historia) que nos cuenta.

Shock (El Cóndor y el Puma), Teatro Valle-Inclán (Madrid).