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23 de abril, día del libro

Cervantes, Shakespeare y el hábito de la lectura. Hoy celebramos la existencia y el poder de los libros. Páginas impresas, encuadernadas y cubiertas por portadas que nos llaman, apelan y acompañan. Jornada en la que festejar esos objetos que nos evaden y alucinan, nos aburren y nos crispan, nos informan y nos forman.

Forman parte de mi paisaje y rutina habitual. Tengo libros en el dormitorio, en el estudio y en el salón. No en la cocina ni en el baño, por el riesgo acuático que, si no, también. Me vale cualquier hora del día para leer. Con la legaña aún en el transporte público a primera hora cuando voy a trabajar. Al amanecer cuando los fines de semana disfruto de que no haya sonado el despertador. Por la noche antes de dormir. Cuando viajo, da igual si es en autobús, tren o avión. Llevo siempre un libro conmigo. Si me descubro sin tener uno a mano me siento vacío, falto, manco. Así ha sido desde que conociera las series de Los cinco y Los Hollister y no hubiera tarde de piscina infantil con una de las dos pandillas. Antes que ellos recuerdo las lecturas compartidas, con mis padres y abuelos, de ediciones ilustradas de 20.000 leguas de viaje submarino y La cabaña del tío Tom.

Después llegaría Stephen King y su capacidad para hipnotizarme, abstraerme y embaucarme. Comenzar un capítulo diciendo que alguien iba a morir y avanzar en la lectura lleno de ansiedad, deseando que no ocurriera y temiendo que sucediera lo que había sido anunciado. A la par llegaron los autores patrios. Miguel Delibes, Pio Baroja, Benito Pérez Galdós. Llegué a comprar dos ediciones diferentes del Cantar del Mío Cid, Cátedra y Austral, y gozarlas por igual. Años en los que conocí a Don Quijote y Lázaro de Tormes, La colmena y Tiempo de silencio.

A las primeras amistades adultas les debo horas de discusión sobre el mundo interior y la personalidad de Madame Bovary y Ana Karenina, así como del universo francés de Rojo y negro y el ruso de Guerra y paz. El cine puso encima de la mesa La pasión turca de Antonio Gala y Entrevista con el vampiro de Anne Rice. En la facultad de filología de la Complutense escuché por primera vez a Almudena Grandes, acto seguido devoré Malena es un nombre de tango y desde entonces la tengo como autora y pensadora de cabecera. Sin por ello desmerecer a otros dos grandes, Paul Auster y José Saramago. Si el primero me impactó con El palacio de la luna y El libro de las ilusiones, el segundo me epató con Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres.

Cuando había que hacer un regalo, y según la persona, recurría a El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez o Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy de Eduardo Mendicutti. El último libro que regalé fueron los Cuentos completos de Bram Stoker y que a mí me regalaron, Gravedad cero de Woody Allen. En los cursos de verano de la Menéndez Pelayo leí por primera vez aquello de “preferiría no hacerlo” que repetía Bartleby, el escribiente y quedé deslumbrado por La fiesta del chivo de Vargas Llosa. Acostumbro a leer títulos cuya acción transcurre en las ciudades que visito. En San Francisco me enganché a las Tales of the city de Armistead Maupin, paseé Viena imaginándome buscando a La pianista de Elfriede Jelinek, en Barcelona me trasladé a La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza y desde un tranvía en Lisboa vi, tal cual, a Antonio Muñoz Molina Como la sombra que se va.

Reivindico siempre que tengo ocasión a Terenci Moix. Me he propuesto leer, poco a poco, cuanto nos dejó Patricia Highsmith. Suelo dar los libros tras llegar a su punto final, no olvidaré la ilusión con que recibió su destinataria la Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite. Me encantan las librerías de segunda mano, así han llegado a mí dramaturgias de Arthur Miller, Tennessee Williams y Edward Albee, entre otros muchos. Siento que tengo una deuda pendiente con Rosa Montero y Elvira Lindo. Quiero profundizar más en la bibliografía de Michel Houellebecq y Tom Perrotta.

Espero volver a emocionarme tanto como con A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales y a alucinar como con Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. ¿Qué estoy leyendo en estos momentos? Teatro del bueno, Muero porque no muero de Paco Bezerra. Una Santa Teresa diferente a la de Juan Mayorga y quien sabe si más cercana a la que vivió hace cinco siglos. Y así podría seguir y seguir, pero mejor lo dejo por ahora y ya volveré dentro de un tiempo recordando novelas y obras de teatro, relatos y recopilaciones, ensayos y memorias, antologías y poemas -como los del Cuaderno de Nueva York de José Hierro- que me hayan marcado y sacudido, descolocado y motivado.

10 ensayos de 2020

La autobiografía de una gran pintora y de un cineasta, un repaso a las maneras de relacionarse cuando la sociedad te impide ser libre, análisis de un tiempo histórico de lo más convulso, discursos de un Premio Nobel, reflexiones sobre la autenticidad, la dualidad urbanidad/ruralidad de nuestro país y la masculinidad…

“De puertas adentro” de Amalia Avia. La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

“Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical” de Alex Espinoza. Desde tiempos inmemoriales la mayor parte de la sociedad ha impedido a los homosexuales vivir su sexualidad con la naturalidad y libertad que procede. Sin embargo, no hay obstáculo insalvable y muchos hombres encontraron la manera de vehicular su deseo corporal y la necesidad afectiva a través de esta práctica tan antigua como actual.  

“Pensar el siglo XX” de Tony Judt. Un ensayo en formato entrevista en el que su autor recuerda su trayectoria personal y profesional durante la segunda mitad del siglo, a la par que repasa en un riguroso y referenciado análisis de las causas que motivaron y las consecuencias que provocaron los acontecimientos más importantes de este tiempo tan convulso.

“La maleta de mi padre” de Orhan Pamuk. El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

“El naufragio de las civilizaciones” de Amin Maalouf. Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor.

“A propósito de nada” de Woody Allen. Tiene razón el neoyorquino cuando dice que lo más interesante de su vida son las personas que han pasado por ella. Pero también es cierto que con la aparición y aportación de todas ellas ha creado un corpus literario y cinematográfica fundamental en nuestro imaginario cultural de las últimas décadas. Un legado que repasa hilvanándolo con su propia versión de determinados episodios personales.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset. ¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos?

“La España vacía” de Sergio del Molino. No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee. Reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman. Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización.

«La España vacía» de Sergio del Molino

No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura. Un ensayo bien fundamentado y redactado con una prosa lírica y narrativa a la par.

Todos tenemos un pasado y la mayoría de nosotros en las coordenadas vacías que en sus primeras páginas Sergio deja perfectamente definidas con cifras, delimitaciones geográficas y marcos temporales. En mi caso, padres, abuelos y generaciones previas que nacieron en pueblos -de Salamanca y Zamora- y en los que pasé los veranos y navidades de mi niñez. He escuchado en muchas ocasiones el relato de cómo en los años 60 los míos emigraron -primero a Madrid y luego a Bilbao- para evitar la dureza de dedicarse a la manualidad de la agricultura y la ganadería en lugares con infraestructuras mínimas y viviendas rústicas alejadas de los estándares de bienestar.

Ahora, cuando vuelvo esporádicamente a aquellos lugares -a entierros y a visitar al último familiar que aún reside allí- siento que Dios Le Guarde y Figueruela de Arriba no resistieron, que aunque aún mantienen algunas casas en pie y han visto levantar contadas segundas residencias, son coordenadas lánguidas prestas a desaparecer.

Ha sido algo más que el desarrollo industrial de las últimas décadas lo que ha acabado con muchas localidades y dejado a los que allí nacieron y se criaron sin los cimientos de su identidad. Un pasado al que los que aún perviven y sus descendientes miran con una subjetividad excesivamente simplificadora. Ya sea mitificando, ya ahondando en la senda de maledicencia que muchos trazaron con anterioridad. La España vacia nos cuenta en su muy bien hilvanado y ordenado discurso que esto no es algo nuevo, sino que se remonta a mucho tiempo atrás, a siglos incluso.

Un territorio, un país dentro del país, formado por todo lo que no sea la cordillera cantábrica y el litoral mediterráneo y atlántico. Una basta extensión heterogénea, siempre escasa de medios y a la merced de los extremos de su clima continental, considerada únicamente como fuente de recursos por la oligarquía gubernamental y económica, por aquellos que se concentraban en sus pocas urbes (principalmente, Madrid). De ahí que sus habitantes se hayan visto forzados a subsistir, a no poder permitirse el ejercicio visionario de cómo progresar, sido etiquetados desde la lejanía con crueldad y superioridad por unos y viendo su realidad manipulada por otros con intereses ni siquiera complementarios a los suyos.

Tanto que ya no se sabe lo que es historia, leyendo, mito o farsa sin más. He ahí Cervantes y su retrato caricaturesco de La Mancha en las andanzas del Quijote, el romanticismo de las leyendas de Bécquer ambientadas en la comarca del Moncayo, el tremendismo de la mirada buñuelesca de Las Hurdes, la fanfarronería del discurso nacionalcatólico a propósito de las esencias de lo español o el cruel tratamiento mediático de sucesos, aun en nuestra memoria, como los asesinatos de Puerto Hurraco.

Cierto es que ha habido movimientos políticos -como el carlismo, aunque en su caso por descarte-, grandes pensadores -como Azorín, Machado o Unamuno, por convicción- y literatos más recientes -Delibes, Cela Julio Llamazares, con su habilidad para hacer crítica sin incomodar- que han ensalzado los modos y maneras de las gentes que vivían rodeadas de los paisajes que hoy reivindicamos desde el capitalismo turístico, el oportunismo partidista y la utopía digital. Pero no dejan de ser una gota de valorización en un océano de descuido, materialismo y abandono de todo aquello que no otorgue beneficio directo y cortoplacista, tal y como manda el gobierno, la organización y la concepción de este país nuestro.

La España vacía, Sergio del Molino, 2016, Editorial Turner.

23 de abril, día del libro

Este año no recordaremos la jornada en que fallecieron Cervantes y Shakespeare regalando libros y rosas, asistiendo a encuentros, firmas, presentaciones o lecturas públicas, hojeando los títulos que muchas librerías expondrán a pie de calle o charlando en su interior con los libreros que nos sugieren y aconsejan. Pero aun así celebraremos lo importantes y vitales que son las páginas, historias, personajes y autores que nos acompañan, guían, entretienen y descubren realidades, experiencias y puntos de vista haciendo que nuestras vidas sean más gratas y completas, más felices incluso.

De niño vivía en un pueblo pequeño al que los tebeos, entonces no los llamaba cómics, llegaban a cuenta gotas. Los que eran para mí los guardaba como joyas. Los prestados los reproducía bocetándolos de aquella manera y copiando los textos de sus bocadillos en folios que acababan manoseados, manchados y arrugados por la cantidad de veces que volvía a ellos para asegurarme que Roberto Alcazar y Pedrín, El Capitan Trueno y Mortadelo y Filemón seguían allí donde les recordaba.

La primera vez que pisé una biblioteca tenía once años. Me impresionó. Eran tantas las oportunidades que allí se me ofrecían que no sabía de dónde iba a sacar el tiempo que todas ellas me requerían, así que comencé por los Elige tu propia aventura y los muchos volúmenes de Los cinco y Los Hollister. Un par de años después un amigo me habló con tanta pasión de Stephen King que despertó mi curiosidad y me enganché al ritmo de sus narraciones, la oscuridad de sus personajes y la sorpresas de sus tramas.

Le debo mucho a los distintos profesores de lengua y literatura que tuve en el instituto. Por descubrirme a Miguel Delibes, cada cierto tiempo vuelvo a El camino y Cinco horas con Mario. Por hacerme ver la comedia, el drama y la mil y una aventuras de El Quijote. Por introducirme en el universo teatral de Romeo y Julieta, Fuenteovejuna o Luces de bohemia. Por darme a conocer el pasado de Madrid a través de Tiempo de silencio y La colmena antes de que comenzara a vivir en esta ciudad.

Tuve un compañero de habitación en la residencia universitaria con el que leer se convirtió en una experiencia compartida. Él iba para ingeniero de telecomunicaciones y yo aspiraba a cineasta, pero mientras tanto intercambiábamos las impresiones que nos producían vivencias decimonónicas como las de Madame Bovary y Ana Karenina. Por mi cuenta y riego, y con el antecedente de sus inmortales del cine, me sumergí placenteramente en el hedonismo narrativo de Terenci Moix. El verbo de Antonio Gala me llevó al terremoto de su pasión turca y la admiración que sentí la primera vez que escuché a Almudena Grandes, y que me sigue provocando, a su Malena es un nombre de tango.

Y si leer es una manera de viajar, callejear una ciudad leyendo un título ambientado en sus calles y entre su gente hace la experiencia aún más inmersiva. Así lo sentí en Viena con La pianista de Elfriede Jelinek, en Lisboa con Como la sombra que se va de Antonio Muñoz Molina, en Panamá con Las impuras de Carlos Wynter Melo o con Rafael Alberti en Roma, peligro para caminantes. Pero leer es también un buen método para adentrarse en uno mismo. Algo así como lo que le pasaba a la Alicia de Lewis Carroll al atravesar el espejo, me ocurre a mí con los textos teatrales. La emocionalidad de Tennessee Williams, la reflexión de Arthur Miller, la sensibilidad de Terrence McNally, la denuncia política de Larry Kramer

No suelo de salir de casa sin un libro bajo el brazo y no llevo menos de dos en su interior cuando lo hago con una maleta. Y si las librerías me gustan, más aún las de segunda mano, a la vida que per se contiene cualquier libro, se añade la de quien ya los leyó. No hay mejor manera de acertar conmigo a la hora de hacerme un regalo que con un libro (así llegaron a mis manos mi primeros Paul Auster, José Saramago o Alejandro Palomas), me gusta intercambiar libros con mis amigos (recuerdo el día que recibí la Sumisión de Michel Houellebecq a cambio del Sebastián en la laguna de José Luis Serrano).

Suelo preguntar a quien me encuentro qué está leyendo, a mí mismo en qué título o autor encontrar respuestas para determinada situación o tema (si es historia evoco a Eric Hobsbawn, si es activismo LGTB a Ramón Martínez, si es arte lo último que leí fueron las memorias de Amalia Avia) y cuál me recomiendas (Vivian Gornick, Elvira Lindo o Agustín Gómez Arcos han sido algunos de los últimos nombres que me han sugerido).

Sigo a editoriales como Dos Bigotes o Tránsito para descubrir nuevos autores. He tenido la oportunidad de hablar sobre sus propios títulos, ¡qué nervios y qué emoción!, con personas tan encantadoras como Oscar Esquivias y Hasier Larretxea. Compro en librerías pequeñas como Nakama y Berkana en Madrid, o Letras Corsarias en Salamanca, porque quiero que el mundo de los libros siga siendo cercano, lugares en los que se disfruta conversando y compartiendo ideas, experiencias, ocurrencias, opiniones y puntos de vista.

Que este 23 de abril, este confinado día del libro en que se habla, debate y grita sobre las repercusiones económicas y sociales de lo que estamos viviendo, sirva para recordar que tenemos en los libros (y en los autores, editores, maquetadores, traductores, distribuidores y libreros que nos los hacen llegar) un medio para, como decía la canción, hacer de nuestro mundo un lugar más amable, más humano y menos raro.

«De puertas adentro» de Amalia Avia

La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura, narrados con un estilo que resulta análogo a la intimidad, cotidianidad y detalle que transmiten sus óleos. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en su modo de ganarse la vida y en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

Amalia nació en Santa Cruz de la Zarza, provincia de Toledo, en 1930. Falleció en Madrid 81 años después, en 2011. Fechas en las que vivió muy brevemente la II República, la guerra fratricida, el régimen de Franco, la transición y la consolidación democrática de España. Etapas que la dejaron marcada de distintas maneras, tal y como ella explica en estas memorias que más que un ensayo, son un recuerdo de todo lo vivido, dando por hecho de que en ello puede haber tanto de realidad como de reconstrucción de su memoria.

Sus páginas están divididas en dos grandes bloques. Una primera parte en la que elabora un sensible relato sobre cómo se vio transformada su vida con los trágicos acontecimientos de 1936. El asesinato de su padre por los defensores del régimen republicano trastocó el equilibrio de su familia e hizo que su madre se encerrara en su piso de Madrid con sus cinco hijos esperando a que acabara la contienda. La victoria del bando nacional, que recibieron con alegría, solo trajo consigo regresión y represión generando una sociedad oprimida, silenciosa y de formas ultra católicas bajo las que se crio en su pueblo natal.

Una época difícil que Avia narra transmitiendo con suma viveza las experiencias que tuvo a lo largo de este tiempo que comenzó siendo una niña educada en casa para posteriormente convertirse en una alumna interna en Madrid y ver cómo el transcurrir de los años la convertía en una joven alejada del casi único papel que la dictadura les permitía a las de su sexo, servir a los padres hasta hacerlo a un hombre que previamente se hubiera convertido en su esposo. Sin embargo, ella no siguió este guión y tras dejar definitivamente Santa Cruz, se convirtió en una mujer atípica para su tiempo, soltera, con coche y asistiendo a clases de dibujo en el Estudio Peña a la par que cuidaba de su madre.

Comenzó entonces a relacionarse con caballetes, lienzos y óleos, así como con otros compañeros dando inicio a una nueva vida en la que no solo sería feliz pintando, sino también sintiéndose plena a través de las amistades que fue haciendo (Antonio López, Julio López Hernández, Esperanza Parada,…), de la familia que formó junto al también pintor Lucio Muñoz y de los vínculos profesionales que adquirió con galerías como Biosca, Juana Mordó o Leandro Navarro.

Esta parte de De puertas adentro resulta ser menos literaria y más una crónica de episodios que van desde la década de los 50 hasta el final del siglo. Una colección de momentos y anécdotas en las que se combinan viajes (a Italia, Francia o Alemania), experiencias únicas como la residencia en Aránzazu mientras Lucio Muñoz realizaba el mural de su retablo, personas a las que conoció (Camilo José Cela, Felipe González,…) o el progresivo éxito que fueron teniendo sus exposiciones al tiempo que la sociedad española pasó de reivindicar sus necesidades a reconstruir la democracia y modernizar posteriormente el país.

De puertas adentro, Amalia Avia, 2004, Editorial Taurus.

«Espacios de libertad» de Juan Pablo Fusi

La modernidad y creatividad cultural que en buena medida vivimos hoy en día no tienen nada que ver con la aridez que nuestro país vivió en este campo tras el inicio de la dictadura franquista. Este ágil ensayo nos recuerda cuáles fueron las claves, las etapas, los retos y los nombres que hicieron que la renovación que comenzó en torno a 1960 diera como resultado un sistema completamente diferente una vez consolidada la democracia en la década de los 80.

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El fin de la Guerra Civil trajo consigo un sistema de poder en el que el franquismo negó el pasado más reciente y buscó referenciarse en hitos como la Reconquista, la unión de los Reyes Católicos y el Imperio en el que nunca se ponía el sol, al tiempo que dejaba el sistema y los contenidos educativos en manos de la Iglesia. Súmese a esto la represión expresiva, informativa e ideológica que prorrogaba la ya efectuada durante la contienda y la falta de medios materiales (alimento, transporte,…) para convertir el país en un páramo en el que cualquier atisbo de creación artística no solo tenía limitada la motivación, sino también su materialización y qué decir de su divulgación. Solo era posible aquello que comulgara con los principios del régimen, el ora et labora de la economía agrícola, la exaltación política de lo español y el castrante nacionalcatolicismo en lo social como se podían ver en construcciones como la del Valle de los Caídos o el Arco de la Victoria en Madrid.

Así fue durante las dos primeras décadas, resultado de factores como el aislamiento internacional debido a la II Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría y a que la mayoría social del país seguía afectada por su vivencia de la fratricida contienda. Sin embargo, los años 50 implicaron una ligera apertura del régimen –acuerdos con EE.UU., entrada en NN.UU.- y la incorporación al sistema social de una nueva juventud que poco a poco fue introduciendo en sus manifestaciones –cine (Juan Antonio Bardem), música (Joaquín Rodrigo), literatura (Camilo José Cela), pintura (Rafael Canogar), ensayo histórico (Claudio Sánchez Albornoz), pensamiento filosófico (Julián Marías), análisis económico (Luis Ángel Rojo),…- un punto de vista realista a la situación que vivían. Un saldar cuentas con el pasado reciente a partir del cual se comenzó a mirar al futuro de manera decidida.

Algo que el conjunto del país fue haciendo a medida que se industrializaba y urbanizaba, aunque de manera muy desigual, y comenzaba a recordar su pasado más reciente –el denostado liberalismo del siglo XIX y el convulso comienzo del XX- y a plantearse nuevamente su identidad regional y nacional -como en la poesía de Blas de Otero y Luis Cernuda-. Tiempos de agitación social con protestas estudiantiles y sindicales y primeras reivindicaciones femeninas que chocaban con la censura y el inmovilismo de un régimen que se anclaba en sus posiciones al no tener una verdadera alternativa, aunque sí cierta oposición política de una izquierda cuya única estructura era la clandestina del Partido Comunista. Mientras el sistema se preocupaba por su pervivencia una vez que estuvo claro que la vida del Caudillo se acercaba a su fin, la sociedad clamaba por la llegada de la democracia, siendo secundario el hecho de que fuera como República o como Monarquía.

Sin embargo, no fue fácil llegar a ello, la violencia de ETA junto a la de otros grupos, además de la justificada como acción policial o judicial del Gobierno, hicieron temblar los cimientos de la evolución hacia nuevas formas de organización y gestión social, política, económica y territorial. Un ambiente de nuevas metas y preocupaciones que los autores de aquel momento recogieron en sus obras, he ahí el cine de Carlos Saura, la pintura de Eduardo Arroyo, los títulos de Fernando Savater o las novelas de Juan Marsé.

Tras el punto de inflexión que supuso el 20 de noviembre de 1975, el país supo hacer frente a las muchas dificultades que tuvo y pasó en cinco años de ser una dictadura a una joven democracia con una Constitución que la convertía en un estado formado por nacionalidades y regiones, regido por una Monarquía parlamentaria y organizado en diecisiete comunidades y dos ciudades autónomas. Una España que comenzó a mirar a su pasado más reciente, editando bibliografía al respecto prohibida hasta entonces (La guerra civil española, Hugh Thomas) o elaborándola ad hoc (Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca de Ian Gibson, 1986), acogiendo iconos que la definían (llegada del Guernica de Picasso, 1981), dotándose de nuevas infraestructuras culturales (Museo Reina Sofía,  1986) y relatando nuevas historias (el cine de Pedro Almodóvar, la literatura de Eduardo Mendoza,…).

Tres décadas de nuestra historia formadas por las múltiples referencias que de manera ordenada Juan Pablo Fusil recoge en este ensayo de ágil y comprensible lectura, que se deben a todos los acontecimientos anteriores a los en él relatados y que tienen un epílogo que podemos extender perfectamente hasta nuestro presente.